Segunda parte
Sanando corazones y edificando un hogar
de 1955 a 1994
“La competencia no era entre nosotros, sino con la muerte, con la enfermedad y con la ignorancia”. —Dr. Russell M. Nelson
Con su residencia terminada en la Universidad de Minnesota, los períodos cumplidos en el Hospital Walter Reed del Ejército, en Washington, D. C., y en las líneas del frente de Corea, además de haber estado en el Hospital General de Massachusetts, en Boston, y tener un doctorado terminado, era hora de que los Nelson determinaran qué debería venir después. Ahora tenían cuatro niñas y Russell había recibido ofertas tentadoras para quedarse en Minneapolis o regresar a Boston. Pero él y Dantzel se sintieron atraídos por su hogar en Utah, y se preguntaron si su capacitación no se aprovecharía mejor allí. Entonces, a pesar de no tener una oferta de trabajo a la mano, se mudaron con su pequeña familia a Salt Lake City.
Su situación laboral se resolvió rápidamente. Tan pronto como el Dr. Philip B. Price, su primer mentor y profesor de cirugía en la Escuela de Medicina de la Universidad de Utah, descubrió que su destacado discípulo había regresado a Utah, le ofreció un puesto en la universidad como profesor asistente de cirugía. También le proporcionó a Russell un laboratorio rudimentario en un cuartel temporal del ejército, cerca de la escuela de medicina, para que pudiera continuar sus investigaciones sobre la máquina de derivación cardiopulmonar. Era más de lo que él podía haber esperado.
Russell dividió su tiempo entre la sala de operaciones y ese laboratorio, donde comenzó a construir otra máquina de derivación cardiopulmonar; “porque pude ver una mejor manera de hacerlo”, dijo él.
Una tarde se encontró contándole a Dantzel sobre el último dilema que estaba tratando de resolver en la nueva y mejorada máquina de derivación cardiopulmonar que estaba construyendo. El desafío consistía en descubrir cómo se podían introducir pequeñas burbujas de aire en un conducto de sangre con la suficiente suavidad para oxigenarla sin destruir sus elementos básicos. Mientras hablaban, razonaron que “la sangre espumosa se podría desespumar y recolectar en una cámara de sedimentación, desde donde se podría bombear de regreso al sistema arterial del paciente”. (Nelson, From Heart to Heart, pág. 97)
Con cuatro hijos y un quinto en camino, los Nelson estaban en el asunto de los bebés. Mientras miraban los biberones, los chupones y los tapones de rosca que había en la casa, se les ocurrió una idea: Pusieron una membrana de goma en el fondo del chupón de un biberón, y Dantzel usó su máquina de coser para perforar la membrana con cien pequeños agujeros para crear las burbujas necesarias. Luego atornillaron en un conducto de vidrio el chupón modificado “en el que fluía sangre arterial. Al introducir oxígeno, se crearon pequeñas burbujas que ascendieron junto con la sangre por el conducto de oxigenación. Luego, cuando esa columna de sangre espumosa brotó sobre la parte superior del conducto de oxigenación, se propició una zona de contacto para que la sangre pasara sobre algunas ‘fibras de lavado de utensilios de cocina’ (Chore-girls, un término popular en inglés) de cobre, que originalmente se hacen para fregar ollas y sartenes. Esas ‘fibras de lavado’ fueron embadurnadas con un compuesto conocido como antiespumante de silicona, que cambia la tensión superficial de las burbujas rompiéndolas, permitiendo así que el gas escape a la atmósfera. La sangre líquida que rodeaba las burbujas caía en cascada por las paredes de la cámara receptora exterior y se asentaba sin burbujas o espuma, esperando pasar a través de una bomba de regreso al corazón”. (Nelson, From Heart to Heart, págs. 97-98)
Russell probó en animales el oxigenador que él y Dantzel habían construido, y funcionó tan bien que luego lo usó para realizar su primera operación a corazón abierto en un ser humano. Unos años más tarde, después de que el Dr. Nelson realizó una serie de operaciones con ese dispositivo, se lo llevó a un ingeniero y le pidió que hiciera una versión más refinada. Cuando el ingeniero le devolvió el dispositivo, alojado en un hermoso bastidor, Dantzel inspeccionó la versión nueva y mejorada y bromeó: “¿Por qué no lo construiste de esta manera desde la primera vez?”
Las contribuciones de Dantzel a la investigación, junto con el ingenio de Russell, fueron lo suficientemente significativas como para que, décadas más tarde, en junio de 2018, cuando la Universidad de Utah estableció una Mesa Directiva de Cátedra de Cardiocirugía (Presidential Endowed Chair por su título en inglés), le pusieron el nombre del Dr. Russell M. y de Dantzel White Nelson.
Debido a la amplia capacitación especializada del Dr. Nelson, realzada por su participación personal en ayudar a construir la primera máquina de derivación cardiopulmonar y luego un modelo posterior mejorado, era solo cuestión de tiempo hasta que se le propusiera realizar una operación a corazón abierto en Utah. Ese día llegó en noviembre de 1955, cuando el Dr. Hans Hecht, jefe de cardiología de la Universidad de Utah, le dijo al Dr. Nelson que tenía un paciente para él: Vernell Worthen, que tenía un defecto de comunicación interauricular.
El Dr. Nelson se enfrentó a una encrucijada: podía derivar al paciente a sus colegas en Minnesota, donde estaban realizando un trabajo de vanguardia en cirugía cardíaca y habían realizado muchos procedimientos a corazón abierto, o él podía intentar realizar esa operación por primera vez. “Tuve una conversación franca con el paciente y con mi jefe de cirugía”, dijo él. “Le dije a Vernell que esta operación nunca se había realizado anteriormente en Utah, que como residente principal en Minnesota había ayudado a los cirujanos a realizar esta operación muchas veces, pero que me sentía preparado para realizarla. Y también le dije que me sentiría cómodo si la recomendara con mis colegas en Minnesota, si ella así lo prefería”.
La paciente se decidió por el Dr. Nelson para realizar la operación, y el jefe de cirugía le dio luz verde a él. Así, el 9 de noviembre de 1955, se preparó para su primera operación a corazón abierto como cirujano a cargo; entró en la sala de operaciones y, con una sensación de confianza y de mariposas en el estómago, abrió el tórax de la paciente y realizó el procedimiento en el que él había ayudado muchas veces como residente sénior en Minnesota.
Felizmente, la operación fue un éxito. A la edad de treinta y un años, el Dr. Nelson se había introducido a sí mismo y a la Universidad de Utah en el mundo de la cirugía a corazón abierto. Utah fue solo el tercer Estado de la nación donde se realizó esa hazaña médica, el primero al oeste del Mississippi, y con esto, las compuertas profesionales se abrieron para el Dr. Nelson.
Muchos médicos comenzaron a enviarle pacientes; y cirujanos de todo el mundo acudían a Salt Lake City para aprender de un pionero de la cirugía a corazón abierto. En los siguientes meses y años, en un día cualquiera podría haber cirujanos de Holanda, Suecia, China e India, o de muchos otros países, trabajando codo a codo con él en su laboratorio y observándolo, o ayudándolo en la sala de operaciones.
Notablemente, el Dr. Nelson compartió lo que sabía con todos los que quisieron venir. Cuando viajaba a reuniones profesionales, él y los relativamente pocos cirujanos que operaban el corazón hablaban sobre lo que estaban aprendiendo: lo que funcionaba, lo que no funcionaba, lo que aumentaba las posibilidades de supervivencia y la calidad de vida después de la cirugía, las mejores prácticas posoperatorias, etcétera.
Durante esa era pionera, no existía la propiedad de información. Nadie, y menos el Dr. Nelson, parecían preocupados por obtener el crédito por esos nuevos procedimientos, u obtener patentes o derechos de autor, obtener regalías o convertir su conocimiento en ganancias financieras caídas del cielo. El Dr. Nelson dijo en retrospectiva: “En aquellos días, cobrábamos una tarifa por operación. Pero en investigación y desarrollo, no había dinero ganado. Nuestra ética profesional era tal, que no existían los secretos comerciales. La verdad era la verdad, y compartíamos sin más todo lo que aprendíamos”.
Cuando, décadas más tarde, se le preguntó por qué no había un sentido de competencia más agresiva entre él y sus colegas, respondió simplemente: “La competencia no era entre nosotros, sino con la muerte, con la enfermedad y con la ignorancia. Esa era nuestra competencia. “La competencia no era entre nosotros.
Tal colaboración podría haber sido inaudita en otras disciplinas o profesiones, pero el Dr. Nelson no tuvo problemas con eso gracias a su enfoque, impulsado en parte porque en esos primeros años de cirugía a corazón abierto las tasas de mortalidad eran altas. Cada vez que los cirujanos ingresaban al quirófano, enfrentaban situaciones y decisiones de vida o muerte. A menudo se asomaron a lo desconocido mientras iniciaban una larga lista de procedimientos acerca del corazón. No obstante, a medida que la carrera de Russell se aceleró, experimentó de primera mano que a medida que compartía las ideas y el conocimiento que Dios le dio, Dios le daba más.
Resultó que era un maestro natural. Desde 1968 hasta 1984, se desempeñó como director del programa de residencia en cirugía torácica de la Universidad de Utah, y participó directamente en la capacitación de al menos setenta y cinco residentes de todo el mundo en cirugía a corazón abierto. Los estudiantes procedían de China, India, Irán, México, Turquía, los Países Bajos, Grecia e Italia, por nombrar algunos lugares, y después de completar su formación se dispersaron por todo el mundo y capacitaron a otros.
Tiempo después, cuando el élder Nelson viajaba por el mundo en asignaciones de la Iglesia, se reunía con frecuencia con antiguos alumnos. Un ejemplo de eso fue su reunión con el Dr. Devendrá Saksena, en Nueva Delhi, India, en 2015. El Dr. Saksena había sido estudiante residente del Dr. Nelson de 1968 a 1970, y se convirtió en el cirujano cardiovascular número uno de la India. Otro estudiante residente, Lyle Joyce, ingresó en la Clínica Mayo, donde muchos años después entrenaría al nieto del Dr. Nelson, el Dr. Stephen McKellar, en cirugía a corazón abierto. La influencia del Dr. Nelson tuvo un impacto en cascada, multigeneracional y mundial.
El Dr. Nelson también enseñó de otras maneras. El élder Gregory A. Schwitzer, de los Setenta y médico a la vez, conoció al Dr. Nelson cuando su clase de noveno grado fue al Hospital Santo de los Últimos Días para reunirse con un cirujano que había accedido a contarles cómo era ser médico. Ese cirujano era el Dr. Nelson. “Lo recuerdo de pie, frente a nuestra clase”, recordó el élder Schwitzer, “sosteniendo una válvula cardíaca artificial en la mano y explicando cómo funcionaba”.
Esa experiencia fue inolvidable, incluso cambió la vida del joven Greg Schwitzer: “Realmente no recordé ni entendí todo lo que dijo médicamente, pero sí recuerdo cómo me inspiró. Creo que, en parte, mi decisión de elegir la profesión de mi vida se debió a la influencia y a la naturaleza inspiradora de ese primer encuentro de mi vida con la suya. Parecía tan dedicado, y era tan amable. Nunca olvidaré el sentimiento que tuve”. (Church News/KSL, entrevista del 8 de enero de 2018)
En términos de enseñanza, el Dr. Nelson también, con el tiempo, escribiría más de setenta artículos, revisados por colegas, para publicaciones médicas. Descubrió que tenía una habilidad especial para los idiomas, y estudió varios de ellos para ayudarse mientras daba conferencias en todo el mundo enseñando procedimientos de cirugía a corazón abierto. Y lo más importante, se concentró intensamente en cada uno de los casi siete mil pacientes que se someterían a su bisturí. “Enseñar es el deber principal de un médico”, explicó el Dr. Nelson. “Un médico realmente funciona a su más alto nivel cuando le enseña a su paciente lo que está mal y lo que se puede hacer al respecto”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 140)
Durante una carrera que abarcaría otros treinta años, él sería el instrumento para salvar literalmente miles de vidas.
“¿Ya terminaste de llorar? […] Vuelve al laboratorio”. —Dantzel White Nelson
Con el tiempo, el Dr. Nelson tuvo mucho éxito. Sin embargo, esos primeros días de la cirugía a corazón abierto fueron de poca sustancia.
Los cirujanos pierden pacientes, pero los cirujanos pioneros pierden aún más.
Esas operaciones iniciales a corazón abierto fueron “como navegar en un mar desconocido”, admitió el Dr. Nelson. Hubo días de pura euforia. Cuando completó operaciones exitosas y mejoró o perfeccionó e inventó procedimientos en el proceso, el alivio, la sensación de logro y la alegría pura fueron muy estimulantes. Pero también hubo días de mucho estrés, de días y semanas de fatiga que adormecían los huesos y, a veces, momentos de mucha desesperación.
Una de las experiencias más frustrantes involucró a la familia Hatfield. Los tres primeros hijos de Ruth y Jimmy Hatfield nacieron con una cardiopatia congènita. Jimmy Jr., el hijo mayor, murió antes de que el Dr. Nelson conociera a los Hatfield y antes del advenimiento de la cirugía de corazón. Conoció a Ruth y Jimmy en 1958, cuando le trajeron a su segundo hijo, que era su hija mayor, Laural Ann, en busca de ayuda. Estaba gravemente enferma y Russell no era optimista sobre sus posibilidades de sobrevivir a una operación a corazón abierto, pero los Hatfield le suplicaron que tratara de salvarla, y así lo hizo. Pero a pesar de sus mejores esfuerzos, Laural Ann murió.
Al año siguiente, en 1959, los Hatfield le trajeron otra hija al Dr. Nelson. Gay Lynn, de dieciséis meses, había nacido con una malformación en el corazón y, nuevamente, le imploraron que tratara de salvar a su hija. Él les explicó que era poco probable que se pudiera hacer algo para tratar sus anomalías, y no recomendó la cirugía. Pero nuevamente le suplicaron que lo intentara. Realizó la operación y esa misma noche murió Gay Lynn.
Russell condujo a casa angustiado, abrumado por el dolor. “Esa tercera pérdida, desgarradora para una familia, literalmente me agobió”, explicó él. “Las palabras no pueden describir mis sentimientos de dolor. Desesperación, dolor, tragedia; esas descripciones solo arañan la superficie del tormento que rugía en mi alma, y lo que me llevó a determinar que mis fallas e insuficiencias nunca más infligirían a otra familia” (Nelson, From Heart to Heart, pág. 99)
En el momento en que Russell entró por la puerta, Dantzel pudo ver que su esposo estaba muy angustiado. Se tiró al suelo de la sala y sollozó. Esto se prolongó durante horas. Se quedó allí, arrodillado junto a una silla en la sala de estar la mayor parte del tiempo, toda la noche. Dantzel se quedó con él, escuchando su dolor que salía a borbotones, y diciendo repetidamente que nunca volvería a realizar otra operación de corazón. Simplemente no podría arriesgarse a hacer pasar a otra familia por lo mismo que sentía había hecho pasar a los Hatfield.
Dantzel vio su dolor y entendió su pena. Pero ella también vio algo que él no podía ver. Alrededor de las 5:00 a. m. del día siguiente, ella pronunció unas palabras que darían forma a su futuro. Con amor en su voz, pero también con una fuerte dosis de valentía, preguntó: “¿Ya terminaste de llorar? Entonces vístete y vuelve al laboratorio. ¡Ve a trabajar! Tienes que aprender más. Si renuncias ahora, otras personas tendrán que sufrir mucho antes de aprender lo que tú ya sabes”. (Nelson, “Una súplica a mis hermanas”)
Las palabras de ella lo sorprendieron. En un momento crucial de su carrera, un momento en el que podría haber abandonado la cirugía de corazón, Dantzel habló con una mezcla perfecta de confianza, amor y apremio. Ella fue la voz de autoridad para su marido en uno de los momentos profesionales más importantes de la vida de él.
Russell volvió al laboratorio, regresó al quirófano y aprendió más, mucho, mucho más.
A pesar de todo, no solo aumentó su habilidad y conocimiento, sino que también llegó a comprender el arte de ser sanador. Veinticinco años después de la devastadora pérdida de la segunda hija de los Hatfield, él diría: “Hoy en día los médicos tienen un índice muy alto de éxito en esas operaciones, pero no podemos salvar a todos, eso sería imposible. A veces, todo lo que podemos hacer es ofrecer consuelo; nunca queremos destruir la esperanza. El trabajo del médico a veces es curar y con frecuencia aliviar el sufrimiento, pero siempre es consolar”. (Johnson, “Russell M. Nelson”)
“Una persona que está fuera de control está […] fuera de control”. —Dr. Russell M. Nelson
Incluso cuando era un joven cirujano, la sala de operaciones del Dr. Nelson era tranquila y ordenada, y había ahí una actitud de respeto por todos. “Las cosas pueden salir mal rápidamente en la sala de operaciones”, explicó, “particularmente si está uno trabajando con circuitos y conectores, y cosas con las que una aorta puede explotar frente a los ojos, o el tubo puede abrirse. Tienes que estar preparado para tomar decisiones rápidas y acciones instantáneas. La única manera de hacerlo es exigiéndote un control total de tus emociones Un control absoluto. Aprendí eso de la manera difícil”.
Cuando era un joven interno en Minneapolis, el Dr. Nelson ayudó a un cirujano que estaba amputando una pierna gangrenosa. “No gangrena isquémica, sino gangrena gaseosa, botulismo”, describió él. “Y el cirujano estaba muy nervioso”. La operación fue difícil y no se desarrolló como se deseaba. En cierto momento, uno de los miembros del equipo de cirujanos no hizo su función exactamente como se le indicó, y el cirujano se enfureció y soltó un insulto tras otro mientras se burlaba de su colega. Mientras lo hacía, y mientras cortaba tejido lleno de toxinas, perdió el control de su bisturí infectado con botulismo y lo clavó en el antebrazo del Dr. Nelson. El peligro para el joven interno fue evidente de inmediato para todos en la sala, pero incluso ese costoso error poco profesional no doblegó ni calmó al cirujano a cargo.
“Eso no me gustó mucho”, dijo de manera sutil el Dr. Nelson. “Me dije en ese mismo momento: ‘Russell, nunca pierdas el control en la sala de operaciones. Deberás siempre de ser capaz de manejar las cosas sin enfadarte. Y resolví que disciplinaría mi cuerpo para estar sujeto al dominio de mi espíritu”.
Hubo otras experiencias de aprendizaje que reforzaron su determinación. Mientras ayudaba a un cirujano durante su estadía en Boston, Russell estaba haciendo un nudo en un sangrado grave cuando se rompió el hilo. “Se rompió el hilo!”, le dijo al cirujano más experimentado Aprovechando ese momento propicio para enseñar, el cirujano detuvo la operación, tendió una sutura sobre la mesa y preguntó: “Ahora, Dr. Nelson, ¿se romperá otra vez esa sutura?”
“No”, respondió Russell.
“Usted lo rompió”, dijo el cirujano. “Nunca se rompería solo; usted tuvo que forzarlo para que se hubiera roto, así que asuma la responsabilidad”.
Esa capacitación temprana acerca de la responsabilidad y el autodominio rindió frutos a lo largo de la vida de Russell. Él llegó a ser un ejemplo de disciplina. Aunque era favorecido con un cuerpo delgado, se pesaba todos los días y se abstenía un poco de lo que comía si subía medio kilo (aproximadamente una libra). Muchos años después, sus
hermanos Autoridades Generales dirían que nunca lo habían visto perder el control, nunca lo habían visto perder los estribos, ni siquiera durante las conversaciones más intensas sobre temas críticos. A medida que aumentaron sus viajes internacionales, aprendió a adaptarse a las zonas horarias con la actitud de “si estoy volando a esta zona horaria, entonces ya estoy en esa zona horaria”. De la misma manera, el ambiente en su quirófano se distinguía de entre los de los otros cirujanos.
En noviembre de 2015, en el sexagésimo aniversario de la primera operación a corazón abierto en el Estado de Utah, el presidente Russell M. Nelson fue honrado por la Escuela de Medicina de la Universidad de Utah. Cirujanos del corazón vinieron de todas partes para celebrar a uno de sus héroes y mentor profesional, un verdadero pionero en ese campo de la medicina.
El élder Gary E. Stevenson, del Cuórum de los Doce, estuvo presente, y estaba sentado junto a un exalumno del Dr. Nelson, de cuando era director del programa de residencia de cirugía torácica en la Escuela de Medicina. Ese hombre, ahora un cirujano consumado por derecho propio, describió el singular estilo de enseñanza del Dr. Nelson, que produjo algo muy notable:
Los residentes de cirugía del corazón, explicó él, hacen gran parte de su aprendizaje en el quirófano, donde realizan la cirugía bajo la supervisión del profesorado. El ambiente en algunos quirófanos era, dijo ese estudiante, “caótico, competitivo, lleno de presión e incluso impulsado por el ego”. La experiencia podría ser degradante y aterradora al mismo tiempo, porque los jóvenes cirujanos residentes sabían que sus carreras estaban enjuego.
Pero describió el quirófano del Dr. Nelson como distinto al de los demás: “Era pacífico, tranquilo y decoroso. Los residentes eran tratados con profundo respeto”. Se escuchaba música suave a través de un intercomunicador y, a pesar de las situaciones de vida o muerte que podían enfrentar, el equipo de cirujanos trabajaba con concentración y sin dramas.
Sin embargo, eso no quiere decir que el ambiente fuera relajado. Una vez que el Dr. Nelson demostraba un procedimiento, esperaba casi la perfección de los residentes en eso. En consecuencia, dijo ese exalumno, “los mejores resultados para los pacientes y los mejores cirujanos salieron del quirófano del Dr. Nelson”.
El élder Stevenson resumió: “Eso no me sorprendió en absoluto. Eso es lo que he observado de primera mano, y es algo por lo que he sido muy bendecido en el Cuórum de los Doce Apóstoles. Siento que he sido, en cierta forma, uno de sus ‘residentes en capacitación’”. (Stevenson, “Heart of a Prophet”)
Y el élder Gregory A. Schwitzer, de los Setenta, estuvo de acuerdo: “Nunca conocí a un cirujano formado por Russell M. Nelson que no tuviera los más altos elogios por la enseñanza que recibió. Les enseñó lo que podría llamarse las ‘leyes no escritas de la medicina’, en términos de modales junto a la cama, el cuidado de la persona y mirar en sus corazones tanto en sentido figurado como literal”. (Church News/KSL, entrevista del 8 de enero de 2018)
Cuando era necesario corregir a los residentes y a otros miembros del equipo de operaciones, el Dr. Nelson lo hacía con respeto. Durante una operación de derivación arterial coronaria cuádruple (cirugía para evitar obstrucciones en cuatro arterias), en un momento de la delicada operación, la presión arterial del paciente cayó repentinamente, para sorpresa del equipo de cirujanos. El Dr. Nelson identificó rápidamente el problema: se había quitado una abrazadera que debería haberse dejado en uno de los muchos tubos del procedimiento. Con la abrazadera reemplazada, le dijo al miembro del equipo operativo responsable del error: “Todavía te estimo mucho”. Momentos después agregó: “A veces más que otras veces”. A pesar de ese error, el ambiente seguía siendo positivo.
Acerca de ese incidente, el Dr. Nelson explicó: “Es cuestión de una intensa autodisciplina; la reacción natural de uno es, ‘¡Sácame, entrenador! ¡Quiero ir a casa!’ Pero por supuesto que no puedes. La vida de un paciente depende totalmente de todo el equipo de cirujanos. Así que tienes que mantenerte muy calmado, relajado y alerta como siempre”. (Johnson, “Russell M. Nelson”)
El élder Schwitzer, dijo: “Russell M. Nelson es famoso por lo que hizo en su carrera. Fue un innovador y un pionero, pero no creo que haya otro médico sénior en el personal médico al que también se le describa constantemente con la palabra inspirador. Ciertamente él me inspiró”. (Church News/KSL, entrevista del 8 de enero de 2018)
“¿Qué va a hacer con esa regurgitación tricúspide?” —Dr. Maunsel B. Pearce
“No sé, no tengo ni idea”. —Dr. Russell M. Nelson
En los primeros días de la cirugía a corazón abierto, el Dr. Nelson a menudo se encontraba mirando hacia lo desconocido y enfrentando problemas que nadie había abordado antes. Esa era exactamente la situación cuando el hermano E. Lyman, un patriarca de estaca que vivía en el sur de Utah, llegó buscando su ayuda. La minuciosa revisión médica de Russell reveló que su paciente tenía dos problemas: estenosis mitral e insuficiencia de la válvula tricúspide. En términos sencillos, ese hombre tenía dos válvulas cardiacas defectuosas, una que podía repararse quirúrgicamente y otra que no, la válvula tricúspide. Así que el Dr. Nelson se negó a operarlo.
El hermano Lyman regresó a su casa ese día, pero luego volvió para preguntar nuevamente si el Dr. Nelson lo operaría. El Dr. Nelson se negó nuevamente a operarlo. Sintió que no era moral ni responsable someter a alguien a una cirugía a corazón abierto cuando eso no resolvería su problema.
Pero el hermano Lyman regresó por tercera vez, y esta vez no iba a aceptar un no por respuesta. Con cierta emoción, él le dijo al cardiocirujano: “Dr. Nelson, he orado pidiendo ayuda y he sido dirigido a usted. El Señor no me revelará cómo reparar esa segunda válvula, pero Él puede revelárselo a usted, pues su mente está muy preparada. Si me opera, el Señor le hará saber lo que debe hacer. Por favor, realice la operación que yo necesito, y ore por la ayuda que usted necesita”. (Nelson, “Sweet Power of Prayer”)
Eso fue en 1960, cuando la cirugía de corazón aún tenía menos de una década de desarrollo. En ese tiempo en que el patriarca suplicó su ayuda, el Dr. Nelson había realizado setenta y tres operaciones, un número significativo, considerando lo incipiente de esa disciplina médica. Sin embargo, según los estándares actuales, su experiencia quirúrgica aún era limitada. Actualmente, los cardiocirujanos deben haber completado trescientas o más operaciones cardíacas cuando terminan su residencia y comienzan sus carreras. Además, era aún más limitado el trabajo de Russell sobre los diagnósticos más relacionados con la condición del hermano Lyman. Había realizado solo ocho operaciones de campo abierto en la válvula mitral, la cirugía más comparable a la de la válvula tricúspide, y había realizado solo dos intervenciones por insuficiencia de la válvula mitral. Incluso pensar en operar una válvula tricúspide defectuosa era aventurarse por completo en lo desconocido.
Nadie era más consciente de eso que el Dr. Nelson. Recordó: “Yo todavía era un cirujano joven y, que yo supiera, nadie había intentado aún corregir un problema así”.
Pero las repetidas solicitudes del hermano Lyman fueron muy convincentes. El élder Nelson explicaría más tarde que “la gran fe de él tuvo un efecto profundo en mí. ¿Cómo podría rechazarlo de nuevo?”. (Nelson, “El dulce poder de la oración”)
Con no poca preocupación, el Dr. Nelson accedió a operarlo, y fijó la fecha del 24 de mayo de 1960 para proceder. “No crean que no oré por ese procedimiento”, dijo él. “Oré y oré y me sentí absolutamente nulo. Cuando abrimos el tórax del hermano Lyman, mi residente, el Dr. Maunsel B. Pearce, me miró y me preguntó: ‘¿Qué va a hacer con esa regurgitación tricúspide?’, y yo dije: ‘No sé. No tengo ni idea’”.
Él y su equipo de cirujanos primero aliviaron la obstrucción de la primera válvula reparable. Hasta ese punto, todo se veía bien. Luego expusieron la segunda válvula y encontraron que estaba intacta. Lo único malo era que estaba muy dilatada. “Casi podía meter toda mi mano en el orificio de la válvula tricúspide en lugar de tres dedos, que era lo normal”, explicó el Dr. Nelson.
Afortunadamente, el tejido estaba bien. No parecía haber nada malo con la válvula tricúspide, aparte del hecho de que el orificio se había estirado hasta el punto en que el tejido no cerraba correctamente. Fue mientras el Dr. Nelson examinaba esa situación que tuvo una clara impresión: “Reduce la circunferencia del anillo”. Su pensamiento inmediato fue: “No sé cómo hacer eso. Si fuera un par de pantalones, apretaría el cinturón. Pero no puedes poner un cinturón alrededor del corazón”.
Entonces apareció un diagrama en su mente que le mostraba dónde colocar las suturas para hacer esencialmente una serie de pliegues y dobleces que reducirían la circunferencia de ese anillo, a fin de que el tejido de la válvula cubriera el orificio. Era más o menos comparable a ceñir el cinturón de los pantalones usados de alguien que ha perdido peso.
“Todavía recuerdo esa imagen en mi mente, completa y con líneas de puntos donde se debían colocar las suturas”, explicó años después. Así completó la reparación de esa válvula tricúspide, tal como estaba diagramada en su mente. Mientras el equipo de cirujanos probaba la válvula y concluía el procedimiento, el Dr. Pearce dijo, sin duda hablando por todos en la sala: “Ha sido un milagro”. Russell respondió simplemente: “Es una respuesta a la oración”. Él sabía exactamente de Quién había venido la ayuda.
Más tarde, el Dr. Nelson admitió: “No tenía ni idea de lo que iba a hacer cuando comencé esa operación. Hoy en día existen todo tipo de formas de reducir la circunferencia de ese anillo, pero yo no conocía ninguno de esos procedimientos en ese momento. Nunca había experimentado una revelación tan clara como esa, quirúrgicamente hablando, pero aquello fue revelación pura. Tenía el corazón de ese hombre abierto, y si esa revelación no hubiera llegado, habría muerto”.
En su informe posoperatorio, el Dr. Nelson ni siquiera sabía cómo llamar al procedimiento que acababa de realizar. Lo llamó tricuspid commissurorrhaphy en ese momento, pero los futuros cirujanos cambiarían el nombre del procedimiento a anulo plastia de válvula tricúspide.
Al final resultó que un amigo personal cercano y colega de la Universidad del Sur de California, el Dr. Jerome Kay, había completado una primera técnica de reparación para la insuficiencia tricúspide dos meses antes, en marzo de ese año. Pero Russell no había oído hablar de ese procedimiento, y no contaba con la ventaja de la experiencia del Dr. Kay (vea: “Discovering a Surgical First”,págs. 319-37)
Con el tiempo, la técnica fundamental que utilizó el Dr. Nelson, que era distinta de la del Dr. Kay, se consideró más efectiva. Un equipo de reporteros médicos escribió más tarde: “La técnica de Nelson de anulo plastia, o reparación de la válvula aórtica, demostraría con el tiempo ser una solución notablemente eficaz al problema de la regurgitación tricúspide, y que sería la solución a los problemas de los enfoques contemporáneos, años antes, repito, de que fueran apreciados por la comunidad quirúrgica en general. En el intervalo […] décadas en que la ciencia médica ha progresado considerablemente […] Sin embargo, como señaló recientemente un grupo de cirujanos modernos, el mensaje impreso en la mente de un cirujano nervioso y bien aseado, que en 1960 miraba dentro de una aurícula derecha dilatada, ha seguido siendo un principio fundamental en la corrección quirúrgica de la insuficiencia tricúspide hasta el día de hoy: reducir la circunferencia de ese anillo cardiaco”. (“Discovering a Surgical First” 319-37)
Tal como el hermano Lyman había declarado desde el principio, fue la rara combinación del conocimiento y de la capacidad del Dr. Nelson para recibir inspiración lo que condujo a ese descubrimiento quirúrgico y al éxito. El hermano Lyman vivió muchos años más después de esa operación.
Sin embargo, todo comenzó con la fe del paciente que inspiró a su cirujano a intentarlo. “Fue un paso hacia lo desconocido”, dijo Russell. “Pensé en Josué regresando a la Tierra Prometida con su pueblo y cruzando las aguas del río Jordán en tiempos de inundación. No fue sino hasta que pusieron sus pies en el agua que vieron la mano del Señor manifestarse en sus vidas. Y eso fue lo que experimenté ese día”.
“Mi vida está lista para ser inspeccionada”. —Mickey Oswald
Durante los primeros días de la cirugía a corazón abierto, cuando las tasas de mortalidad aún eran muy altas, el Dr. Nelson sintió que debía considerar las posibilidades de fallecimiento cada vez que consultaba a un paciente con insuficiencia cardíaca.
En 1956, el Dr. Nelson realizó diez operaciones consecutivas a corazón abierto sin perder un solo paciente. Él informó de esa proeza al Colegio Americano de Cirujanos porque, en ese momento, el logro era digno de mención. Con el tiempo, él realizaría cien operaciones consecutivas sin perder a ningún paciente, pero en los primeros días, eso no fue así.
“Tuvimos que vivir con nuestra propia culpa”, dijo Russell. “Le decía a los pacientes y a los médicos que los habían enviado a mí que, si pensábamos que el paciente podría vivir más de un año, no deberíamos operar. Pero si la esperanza de vida del paciente podía medirse en unos pocos días, semanas o quizás meses, podríamos ayudar y deberíamos operar. Los pacientes no podían estar al borde de la muerte porque no podrían sobrevivir a la operación. Así que tenían que ser lo suficientemente fuertes para tolerar la operación, pero lo suficientemente enfermos que sin la operación podrían morir pronto”.
Un paciente memorable fue Mickey Oswald, el entrenador de fútbol americano de la escuela preparatoria de Russell. Aunque Russell había formado parte del equipo de fútbol americano de East High School, no jugó mucho. Por un lado, aunque tenía inclinaciones atléticas y se convertiría en un excelente esquiador en la nieve y en el agua, su cuerpo delgado no estaba hecho para el fútbol americano. Por otro lado, ya estaba contemplando una carrera en medicina, y no era muy atractiva la idea de que un liniero fornido le pisara las manos o lastimara alguna parte de su cuerpo. Así que se sentó en la banca de suplentes la mayor parte del tiempo.
El entrenador Oswald agradeció que la carrera de Russell como jugador de fútbol fuera de corta duración, porque años más tarde necesitaría los servicios de su exjugador cuando enfrentó una insuficiencia cardíaca.
Después de que el Dr. Nelson evaluara la condición de su exentrenador, le dijo que su pronóstico no era bueno. Si tuvieran que proceder con una operación, se correría un riesgo extremadamente alto y él no podía asegurarle que sobreviviría. Pero Russell accedió a realizar la cirugía porque, de lo contrario, la muerte del paciente era segura. “Nunca olvidaré su respuesta”, relató Russell. “‘Mi vida está lista para ser inspeccionada’, dijo Mickey. ‘Así que procedamos’”.
“Esas palabras: ‘Mi vida está lista para ser inspeccionada’, se me quedaron grabadas desde entonces”, dijo Russell años después. “Lo dijo con mucha sinceridad, y a menudo he contemplado ese poder de estar listo para enfrentar el mundo venidero con ese tipo de confianza espiritual”.
El entrenador Oswald no sobrevivió a la operación, lo que hace que su declaración al Dr. Nelson sea aún más conmovedora.
“Nelson es un mormón etiquetado, y si lo designamos sería ofensivo para nuestros donantes”. —Max Wintrobe
La tutoría del Dr. Philip B. Price para Russell Nelson data de la Escuela de Medicina. Cuando Russell y Dantzel quisieron regresar a Utah en 1955, el Dr. Philip B. Price contrató al Dr. Nelson como profesor asistente de cirugía en la Universidad de Utah. Y cuando el Dr. Nelson estaba considerando realizar la primera operación a corazón abierto en Utah, el Dr. Price fue uno de sus voceros más entusiastas.
Cuando el Dr. Price fue nombrado decano de la Escuela de Medicina de esa universidad, a fines de la década de 1950, se creó una vacante como director de cirugía, pues él ocupaba ese puesto. El Dr. Nelson, que había regresado a la universidad para estar ahí cuatro años, parecía ser un candidato ideal; y habría sido elegido por el Dr. Price para sucederlo.
Pero el Dr. Max Wintrobe, un hombre influyente en la Universidad de Utah y presidente del comité de reclutamiento, tenía otras ideas. “Nelson es un mormón etiquetado, y si lo designamos sería ofensivo para nuestros donantes”, declaró él. El Dr. Walter J. Burdette fue nombrado para el cargo, y los planes de Burdette para el futuro no incluían al Dr. Nelson.
Para complicar aún más la situación, en 1957 la Fundación John and Mary R. Markle otorgó al Dr. Nelson una beca que constituía una valiosa subvención de $ 6,000 USD anuales, durante cinco años, para apoyar su continua investigación cardiovascular. Ser conocido como un “erudito de Markle” era similar a ser coronado príncipe en el campo de la medicina. Pero con la llegada de Burdette a la Universidad de Utah, se hizo evidente que la permanencia del Dr. Nelson en la facultad no estaba en los planes del Dr. Burdette. Parecía injusto, pero el Dr. Nelson no podía hacer nada sino renunciar a su puesto de profesor en la Universidad de Utah, y dejar su beca Markle después de haberla tenido solo dos años.
Russell no pudo evitar sentirse preocupado. Llevaba cuatro años en la práctica, y su experiencia y buena reputación iban en aumento. Pero todavía era un médico joven en un campo nuevo, tenía una familia en crecimiento que cuidar y ahora estaba sin trabajo.
Él y Dantzel se sintieron agradecidos cuando lo invitaron a unirse a las filas de la Clínica Salt Lake. Al mismo tiempo, solicitó y recibió privilegios de contratación en el Hospital Santo de los Últimos Días. Así que, en esencia, simplemente trasladó su práctica quirúrgica al otro lado de la ciudad.
Con el tiempo, se le pidió al Dr. Burdette que renunciara a su puesto en la universidad. Russell nunca regresó a la Universidad de Utah como empleado de tiempo completo, pero llegó un día en que él jugó un papel decisivo en la recaudación de recursos para el Hospital Santo de los Últimos Días, el Primary Children’s Hospital, el Veteran’s Hospital y la Universidad de Utah que servirían para crear un programa de formación sobre cirugía torácica, casi inigualable, que beneficiaría a todas esas entidades. “Tuve muchos buenos ayudantes”, recordó Russell Nelson. “Tuve a Conrad Jenson y Kent Jones y, con el tiempo, a Don Doty, y la universidad tenía a Keith Reemtsma, un líder muy capaz. Pero en el Hospital Santo de los Últimos Días no solo estaba mi grupo, sino también el grupo Rumel, la Clínica Salt Lake y muchos otros”.
Utah estaba demostrando ser un semillero de experiencia y conocimiento en cardiocirugía.
Un talonario de recetas del consultorio del Dr. Nelson.
“Vi a un bebé”. —Dantzel White Nelson
A principios del otoño de 1957, Dantzel despertó a Russell en medio de la noche para contarle un vivido sueño que acababa de tener. Con cierta euforia, anunció que ella y Russell iban a tener un bebé. “Durante la noche, tuve una visión”, dijo ella. “Fue más que un sueño. “Vi a un bebé”. Tenía una cara redonda y mucho pelo, y se parecía a ti. Tuve una reunión maravillosa con él”.
Russell parecía emocionado, por así decirlo. Dantzel estaba embarazada de su sexto hijo y, después de cinco hijas, las perspectivas de tener un varón eran muy emocionantes. Adoraban a sus hijas, Marsha, Wendy, Gloria, Brenda y Sylvia, pero también les encantaba la idea de tener un hijo varón. Cuando Emily, su sexta hija, nació poco después, ambos se preguntaron sobre ese sueño de Dantzel, pero rápidamente se enamoraron de su bebé más reciente.
Dieciséis meses después, tuvieron otro bebé: una niña, Laurie. Y luego, tres años después, otra chica, Rosalie. Más tarde, tres años y medio después de eso, otra chica, Marjorie. Después de esa primera visión de Dantzel, del niño pequeño de cabello oscuro y cara regordeta, los Nelson hicieron cuatro viajes más al hospital para que ella diera a luz, y regresaron a casa cada vez con un precioso bulto envuelto en color rosa.
Curiosamente, a lo largo de todo ese período, mayormente una década, las experiencias nocturnas de Dantzel con el niño continuaron. “¡Lo volví a ver!”, le dijo a Russell una mañana. “¡Es un niño tan dulce y especial!”.
Ya tenían una familia numerosa de acuerdo con los estándares de cualquier comunidad: nueve hijas; y además la edad de Dantzel se había convertido en un inconveniente. Con cada sucesivo embarazo, le resultaba cada vez más difícil sobrellevarlo y dar a luz a sus bebés. Sin embargo, detenerse no era una opción. Sus experiencias con el niño eran tan vividas que estaba segura de que su familia aún no estaba completa.
Entonces, a pesar de que tendría cuarenta y seis años cuando diera a luz a ese bebé, quedó embarazada por décima vez. Habían pasado más de cinco años desde que diera a luz su hija menor, a Marjorie.
Mientras estaba en Sun Valley, Idaho, para hacer una presentación en una reunión de la Asociación de Cardiocirugía de Idaho, Russell se despertó en medio de la noche con la clara impresión de que esta vez Dantzel estaba embarazada del hijo que había estado viendo durante años. Y también tenía la impresión de que el nombre del niño debería ser Russell Marión Nelson Jr., pues con cada embarazo anterior, Russell y Dantzel habían seleccionado tanto el nombre de una niña como el de un niño, pero siempre habían evitado etiquetar a un hijo como “Júnior”. Sin embargo, esta vez eso pareció diferente.
Cuando Dantzel estaba en el parto, le dieron oxitocina para acelerar sus contracciones. Pero enseguida su presión arterial se elevó mucho. Russell estaba a su lado, y su nerviosismo crecía al ver que su labor de parto no avanzaba. Cuando su presión arterial llegó a 220/120, él insistió en que su obstetra trajera al bebé por cesárea. El 21 de marzo de 19 72 Dantzel dio a luz a un hermoso bebé de cinco kilos y medio y cincuenta y ocho centímetros de largo. Un paquete de alegría: ¡Un bebé de cabello oscuro y rostro regordete!
Cuando Dantzel se despertó de la anestesia y Russell le entregó a su hijo envuelto en mantas, ella exclamó: “¡Él es el indicado! Él es a quien he visto y conocido durante todos estos años“. Por fin los Nelson tenían un hijo varón y, como Russell bromearía más tarde, “nuestra casa era como un dormitorio de niñas hasta que llegó nuestro único hijo varón. ¡Pobre chico! Él no sabía quién era su verdadera madre durante sus primeros dos años entre sus hermanas”. (Nelson, “Faith and Families”)
A medida que Russ Jr. crecía, a él, al igual que a sus hermanas, le encantaba pasar tiempo con su padre, quien parecía tener la habilidad de hacer que incluso las cosas mundanas parecieran divertidas. Russell extendía sus papeles sobre una mesa y preguntaba quién quería ayudarlo con sus impuestos, sabiendo que ninguno de los niños podía hacerlo, pero los invitaba a estar cerca de él. “Él podía hacer que sacar la basura fuera una rutina divertida”, dijo Russ Jr. años después. “Él siempre ha sido el mismo, y esa normalidad hizo que crecer fuera cómodo y más fiable”.
Cuando aún era joven, Russ Jr. tuvo muy en claro algo: “Podía preguntarle cualquier cosa a mi papá y él siempre sabía la respuesta. Una vez me llevó al hospital y me enseñó a leer una angiografía. Siempre se tomaba tiempo para explicarme las cosas y que yo pudiera aprender. Incluso en una salida para ir de pesca, extraía el iris del ojo de un pescado y decía: ‘Mira cómo es de aumento’”. (Russell M. Nelsonjr., comentarios)
Su familia lo era todo para Russell. Le encantaba su trabajo y estaba inmerso en él; apreciaba los llamamientos para servir en la Iglesia, pero su familia significaba todo para él. A lo largo de los años, cuando a Dantzel o a los niños se les preguntaba sobre su relación con su ocupado esposo o padre, cada uno respondía como era de esperarse: “Cuando él está en casa, está en casa de veras”.
Pero entre las responsabilidades del hospital y de la Iglesia, no estaba mucho en casa. Dantzel llevaba la mayor parte de la carga en casa y, en lugar de resentirse por su destino, eso le encantaba. Por alguna razón no la desgastó el hecho de que su esposo, intensamente ocupado, todavía no trajera mucho dinero a casa, eso junto con el caos de una familia numerosa y en constante crecimiento. Seguramente el desafío de todo eso debió haber sido una carga a veces, y ella hizo innumerables sacrificios personales, pero sus hijos no veían eso. Parecía haber nacido para ser madre, y eligió amar casi todo a ese respecto. A través de los años le enseñó muchas cosas a su esposo acerca del vínculo único entre madre e hijo.
Después del nacimiento de Laurie, Russell y Dantzel estaban esperando a que la enfermera les trajera a su nuevo bebé. Dantzel había estado bajo anestesia durante el parto, y aún no había visto a su pequeñita. De repente ella dijo: “Escucho llorar a nuestra bebé”.
“Estás bromeando”, respondió Russell. “Ni siquiera la has visto todavía”.
Pero Dantzel insistió: “Es nuestra bebé, conozco su voz”.
Le pidió a Russell que fuera a ver, por lo que él salió al pasillo y bajó hasta un carrito grande que transportaba a los bebés en sus moisés, desde la guardería hasta las habitaciones de sus madres. Solo había un bebé llorando. “Todos me parecían iguales, así que verifiqué la identificación, y descubrí que el que lloraba estaba etiquetado como ‘Bebita Nelson, cuarto 571′. Eso fue una inspiración para mí. Dantzel conocía la voz de su hijita, incluso antes de que ella la hubiera escuchado. No pude evitar pensar en la declaración del Salvador de que ‘mis ovejas conocen mi voz’”. En este caso, “la pastora” conocía la voz de sus ovejas.
Dantzel era, como Russell declararía más tarde, “la fuente de la que brota el amor nutritivo en nuestro hogar”. (Nelson, “Llamado al Santo Apostolado”) A pesar de que a lo largo de su vida recibió muchos elogios, reconocimientos, responsabilidades y el ser conocido por muchas personas, siempre dijo que las bendiciones más importantes para él vinieron gracias a ella. Y Russell entendió que la eterna realidad era que, cuando todo hubiera sido dicho y hecho, el propósito del plan de Dios era sellar y exaltar a las familias.
“Si tengo que cambiar de profesión, lo haré. Si soy llamado, serviré”. —Russell M. Nelson
En diciembre de 1964, se asignó a los Élderes Spencer W. Kimball y LeGrand Richards, del Cuórum de los Doce Apóstoles, para presidir la conferencia de la Estaca Bonneville, de Salt Lake City, y llamar a un nuevo presidente de estaca.
Al entrevistar a los miembros del sumo consejo, a los obispos de la estaca y a otros líderes del sacerdocio que podrían ser considerados para tal llamamiento, el nombre de Russell Nelson aparecía constantemente. Pero cualquiera que lo haya sugerido también dijo que él estaba demasiado ocupado y que su ocupada vida como cirujano del corazón no se lo permitiría.
No había duda al respecto, siempre estaba ocupado. El mismo año en que tuvo la experiencia reveladora mientras operaba para corregir un problema de válvula tricúspide, también se unió a un pequeño grupo de cirujanos que estaban a la vanguardia en su campo, cuando él realizó una arteriografía coronaria y una cirugía de carótida arterial coronaria. Hacía publicaciones con frecuencia, tenía una intensa carga de trabajo clínico, una importante carga administrativa y educativa como director del único programa de capacitación en cirugía cardiotorácica de Utah; durante un año había estado sirviendo en el sumo consejo de estaca y, por si fuera poco, sirvió como misionero de la Manzana del Templo durante casi diez años (entre 1955 y 1965), recibiendo a los visitantes de 4:00 a 5:00 p.m. todos los jueves. Su carga de trabajo y sus compromisos eran vertiginosos.
Cuando las Autoridades Generales entrevistaron a Russell y le pidieron que describiera su carga de trabajo, él admitió que, metafóricamente hablando, estuvo atado en todos los períodos postoperatorios a cada paciente durante varios días. Pero también dijo que nunca rechazaría un llamamiento del Señor. “Claro que tengo tiempo para eso”, les dijo. “Me haré tiempo, y si tengo que cambiar de profesión, lo haré. Si soy llamado, serviré”.
El Dr. Nelson también explicó que la intensidad de su programa médico se debía en parte a que, en esos primeros días de la cirugía de la válvula aórtica, la tasa de mortalidad era de alrededor del veinticinco por ciento, lo que significaba que perdía uno de cada cuatro pacientes. “Estoy, por decirlo así, casado con cada paciente día y noche, casi personalmente, durante muchas horas y, a veces, durante muchos días”, admitió. “Me mantendré cerca de ellos hasta que los hayamos ayudado a salir de eso”. (“Élder Russell M. Nelson, del Cuórum de los Doce Apóstoles”)
A pesar del ocupado horario de Russell, el élder Kimball y el élder Richards sintieron que deberían extender el llamamiento para que él sirviera como el nuevo presidente de estaca. Las palabras del élder Kimball para él no fueron muy propicias: “Sentimos que el Señor quiere que usted presida esta estaca. Durante nuestras muchas entrevistas, cada vez que su nombre ha surgido, la respuesta ha sido bastante usual: ‘Oh, él no sería muy bueno’, o ‘no tiene tiempo’, o ambas. Sin embargo, sentimos que el Señor lo quiere a usted en esa posición. Ahora bien, si siente que está demasiado ocupado y que no debe aceptar el llamamiento, entonces ese es su privilegio”. (Nelson, From Heart to Heart, pág. 114)
Russell respondió simplemente que “esa decisión se tomó el 31 de agosto de 1945, cuando la hermana Nelson y yo nos casamos en el templo. En ese momento nos comprometimos a ‘buscar […] primero el reino de Dios’”. (Nelson, From Heart to Heart, pág. 114)
Más tarde bromearía diciendo que se preguntaba si lo habrían llamado debido a una actuación musical que sus ocho hijas (la más pequeña, Marjorie, aún no había nacido) habían dado la noche anterior en un programa con cena incluida en el salón cultural de la estaca para las Autoridades Generales visitantes. “Nuestras niñas eran simplemente adorables”, dijo, “y siempre me pregunté si eso fue lo que los convenció de mí”.
El élder Kimball fue quien lo apartó, y dejó en claro que ese llamamiento era del Señor. También bendijo a Russell para que aumentara la calidad de su trabajo como cirujano, para que continuara adquiriendo más habilidades rápidamente y, específicamente, para que la tasa de mortalidad disminuyera, particularmente en sus esfuerzos pioneros con la cirugía de válvula aórtica.
Al año siguiente, la tasa de mortalidad de la cirugía de válvula aórtica, que el Dr. Nelson hacía, cayó del veinticinco al dos por ciento. Los cirujanos de todo el país envidiaban el progreso que él estaba logrando. Cuando se le preguntó por qué había mejorado la tasa de mortalidad, él dijo: “Bueno, simplemente mejoramos. Mejoramos un poco cada día, pero es posible que haya mejorado más rápido que otros debido a esa bendición y ordenación”.
Ocho años después, el Dr. Nelson le realizaría una operación compleja al élder Kimball, que incluía reemplazar su válvula aórtica, el mismo procedimiento en el que el élder Kimball lo había bendecido con la capacidad de mejorar.
“No siento que sea bueno eso”. —Presidente David O. McKay
Fue a fines de 1965 cuando el Dr. Nelson recibió una invitación inesperada pero sorprendente. Su trabajo llamó la atención de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chicago, y ellos le hicieron una oferta prestigiosa, casi demasiado buena para ser verdad. ¿Se mudaría el joven y consumado cirujano cardiovascular a Chicago? ¿Y aceptaría el puesto de profesor de cirugía y presidente de la División de Cirugía Cardiovascular y Torácica de esa aclamada universidad?
Esa oferta garantizaba impulsarlo en su carrera de una manera que su trabajo en Salt Lake City probablemente no lo haría, y el joven Dr. Nelson lo sabía. Russell y Dantzel viajaron a Chicago para analizar esa atractiva oferta, por no decir lucrativa, y les gustó lo que vieron. Profesionalmente, eso fue un avance. Y personalmente ofreció un cambio de escenario y nuevas oportunidades para sus nueve hijas (su único hijo aún no había nacido). Además, económicamente sería una bendición.
Y había otras ventajas. Un joven profesor de leyes muy respetado, llamado Dallin H. Oaks, estaba firmemente arraigado en esa universidad; y la administración de ésta, comprendiendo muy bien la importancia que el Dr. Nelson le daba a su religión, invitó a Dallin y a su esposa, June, a ser los anfitriones de los Nelson en su visita a Chicago.
El 21 de noviembre de 1965 las dos parejas cenaron juntas el domingo en casa de los Oaks, y se llevaron muy bien. Russell dijo que conocer a la familia Oaks fue uno de los aspectos más destacados del viaje, y Dallin y June encontraron encantadores a los Nelson. “Por supuesto que hicimos todo lo que pudimos para persuadirlo de que aceptara una oferta que sabíamos
era excelente», dijo más tarde Dallin Oaks. “Estaba yo asumiendo el papel de defensor, para lo cual había sido capacitado profesionalmente, y estaba tratando de convencerlos de que era bueno venir a vivir a Chicago». (Church News/KSL, entrevista del 10 de enero de 2018) Era atractiva la perspectiva de tener cerca a un colega distinguido de su propia religión, que además era de una familia Santo de los Últimos Días.
Las estrellas parecían estar alineándose. La universidad desplegó su alfombra roja, incluyendo en su oferta el tipo de laboratorio de investigación y apoyo del personal que emocionaría a cualquier académico serio. Y hubo otro aliciente que hizo sentir cómodos a los Nelson: “Una de las razones por las que te queremos”, dijo el decano, “es que sabemos que eres un buen mormón. Te queremos en nuestra facultad. Te necesitamos aquí para traer la influencia a esta Universidad que un mormón podría tener”. (Nelson, From Heart to Heart, pág. 149)
Russell y Dantzel decidieron aceptar la oferta Encontraron un vecindario donde sintieron que podían echar raíces y dieron un dinero de garantía para comprar una casa; luego regresaron a Salt Lake City para mudarse a Chicago en un futuro cercano.
El Dr. Nelson, quien también era el presidente Nelson, o presidente de la Estaca Bonneville, en Salt Lake City, le dijo a su sumo consejo que había recibido una oferta de trabajo en Chicago y que su familia se mudaría. Pero cuando Joseph Anderson, miembro del sumo consejo del presidente Nelson, y también secretario de la Primera Presidencia, escuchó el anuncio, sugirió que el presidente Nelson podría querer hablar sobre su mudanza con el presidente David O. McKay. “El Presidente de la Iglesia no puede preocuparse por los cambios ocupacionales de los presidentes de estaca» elucubró Russell a manera de respuesta. “Oh, sí que puede», respondió el hermano Anderson. Entonces, ante la insistencia del hermano Anderson, el Dr. Nelson accedió a reunirse con el presidente de la Iglesia.
El 14 de diciembre de 1965, el Dr. Nelson fue al apartamento del presidente McKay en el décimo piso del entonces Hotel Utah. Un anciano pero sonriente David O. McKay estaba apoyado en un andador de metal cuando lo saludó en la puerta. “Tendrá que perdonarme el uso de este andador», dijo él sonriendo. “A veces en estos días mis piernas son un poco desobedientes”.
El joven cirujano explicó el motivo de su visita y preguntó al presidente si tendría algún consejo para él. El cuerpo del presidente McKay parecía frágil, pero su mente fue muy aguda cuando indagó más sobre la oferta a Russell de esa aclamada universidad. ¿Por qué estaban considerando hacer esa mudanza? ¿Cuántos hijos tenían y qué significaría eso para ellos? ¿Dónde vivían en Salt Lake City? ¿Se trataba de la fama? ¿O se trataba de dinero? ¿Qué impacto tendría eso en su carrera? El profeta no dejó piedra sin remover.
Sí, la Universidad de Chicago era una institución más prestigiosa, con una facultad de medicina de muy buena reputación. Sí, eso significaría un aumento sustancial en los ingresos del Dr. Nelson: la universidad había ofrecido un salario anual de $ 60,000 USD, lo que para un médico joven que vivía con $ 300 USD por mes parecía una fortuna, sin mencionar otros beneficios, como la matrícula completa para todos sus hijos, sin importar a dónde decidieran asistir a la escuela. También, eso probablemente resultaría aún en un mayor desarrollo profesional.
También significaría desarraigar a su numerosa familia, pero se tendrían el uno al otro, y estaban seguros de que harían muchos nuevos amigos en Chicago; de hecho, ya habían conocido a Dallin y June Oaks y a su familia, y sintieron que pronto se convertirían en amigos. Y las experiencias que habían vivido anteriormente en Minneapolis, Washington, D. C. y Boston habían sido enriquecedoras y gratificantes. No les preocupaba mudarse de Utah otra vez.
Después de conversar, el presidente McKay apoyó la cabeza en su silla y cerró los ojos durante un tiempo largo, casi incómodo. Por un momento Russell se preguntó si le había pasado algo al presidente y si, como médico, debería revisar sus signos vitales. Finalmente, el presidente McKay abrió los ojos, miró directamente a Russell y dijo: “Hermano Nelson, si yo fuera usted, no tendría prisa por cambiar de vecindario. No siento que sea bueno eso. No, hermano Nelson, su lugar está aquí en Salt Lake City. La gente vendrá de todas partes del mundo a usted, porque usted está aquí. No creo que deba ir a Chicago». (Nelson, From Fleart to Fleart, pág. 150) Y luego agregó, con un atisbo de sonrisa: “Aquí encontrará su fama y fortuna, usted ya es famoso. Yo lo conozco a usted.
“Eso fue todo» dijo Russell. “Un profeta había hablado. Si el profeta no se sentía bien al respecto, no íbamos a irnos».
En un instante, desapareció la posibilidad de tener más notoriedad, más dinero y más reconocimiento.
Cuando Russell llamó a la universidad para rechazar la oferta, la mayoría de sus colegas sintieron que estaba cometiendo un trágico error profesional. “Pero no había buscado el consejo de un profeta para luego no aceptarlo», explicó él.
El Élder Jeffrey R. Holland describiría más tarde el alcance del tenaz reclutamiento del Dr. Nelson por parte de la Universidad de Chicago. “Él iba a ser nombrado jefe del departamento. Tendría un salario muy alto. Ellos pagarían la educación de todos sus hijos, dondequiera que esos niños fueran sobre la faz de la tierra». Pero cuando el profeta habló, continuó el Élder Holland, “Russell Nelson tomó su decisión en el acto, no se iba a ir”. Ese episodio demuestra la “humildad, como de un niño, y la sencillez de la fe de Russell Nelson». (Weaver, “Conozca al presidente Russell M. Nelson)
Algunos años más tarde, en 1982, solo dos años antes de ser llamado al Cuórum de los Doce Apóstoles, Russell Nelson diría: “Nunca me hago la pregunta: ‘¿Cuándo habla un profeta como profeta y cuándo no? Mi interés ha sido, ‘¿Cómo puedo ser más como él?»1. Luego, él agregó: “Mi [creencia es que debemos] dejar de poner signos de interrogación en las declaraciones del profeta y poner en su lugar signos de exclamación». (Johnson, “Russell M. Nelson»)
“Vosotros guardaréis mis días de reposo, porque es señal entre yo y vosotros”. —Éxodo 31:13
El dilema de santificar el día de reposo era un tema complicado para el joven cirujano. ¿Cómo maneja el día de reposo un doctor ocupado? “Esa no era una pregunta teórica para un médico” explicó el Dr. Nelson. “Estábamos dedicados a sanar y salvar vidas, y luché para saber cómo manejar eso”.
Russell quería estar en la Iglesia con su familia. Después de una semana intensa de realizar operación tras operación y de frotarse las manos con agua, con jabón y con un cepillo de cerdas tantas veces que la piel estaba en carne viva, necesitaba la curación personal, física y espiritual que da el día de reposo, así como un respiro de la implacable presión de vida o muerte de su profesión.
Con todo, siempre había operaciones que realizar y, a veces, había vidas en juego. Durante al menos una temporada de su carrera, trató con un administrador del hospital que quería mantener ocupados los quirófanos los fines de semana, y presionaba para que los cirujanos operaran los domingos. Ese tema era complejo y confuso. Durante sus años formativos como cirujano, el Dr. Nelson incluso estudió listas compiladas por otros que sugerían lo que se podía y lo que no se podía hacer en el día de reposo. Pero encontró que todo eso era insuficiente.
Entonces un día el Dr. Nelson encontró un pasaje en Éxodo que motivó una nueva comprensión espiritual: “Vosotros guardaréis mis días de reposo, porque es señal entre yo y vosotros” (Éxodo 31:13)
Cuando se dio cuenta de que lo que hacía el domingo era una señal para el Señor de lo que sentía por Él, su dilema se resolvió. Él dijo: “Ya no necesité más listas de lo que se podía y no se podía hacer. Cuando tenía que tomar una decisión en cuanto a si una actividad era o no era apropiada para el día de reposo, simplemente me preguntaba a mí mismo: ‘¿Qué señal quiero darle a Dios?’ Esa pregunta hizo que mis opciones respecto al día de reposo fueran bien claras”. (Nelson, “El día de reposo es una delicia”)
Entonces determinó que no operaría a nadie en domingo, a menos que supiera que la persona no podría sobrevivir hasta el lunes siguiente. Si un paciente llegaba con hemorragia en la aorta o el tórax aplastado, lo operaban en domingo. Todos los cirujanos del corazón operaban los domingos para salvar vidas que estaban en peligro de no durar ni un día más. A veces había que detener inmediatamente la hemorragia. Pero si el paciente podía esperar hasta el siguiente lunes, el Dr. Nelson esperaba.
“Una vez que descifré el concepto del día de reposo”, explicó, “y entendí que lo que hacía el domingo era una señal de mi amor por Dios, me di cuenta de que, así como no mostraría mi amor por Él al operar en domingo, cuando podría esperar hasta el lunes siguiente, tampoco mostraría amor por Dios si dejara morir a alguien en domingo y que podría salvarse si se operaba ese día. Para un cirujano cardiovascular como yo, esa Escritura salvó mi conciencia y mi corazón”.
“¿De verdad quiere que sea el líder de una unión?” —Russell M. Nelson
Un día de junio de 19 71, el Dr. Nelson recibió una inesperada llamada telefónica del presidente N. Eldon Tanner, entonces segundo consejero del presidente Joseph Fielding Smith, en la Primera Presidencia. Ese día, a diferencia de otros, pudo dejar todo e ir de inmediato a la oficina del presidente Tanner, donde también encontró esperando al presidente Harold B. Lee, Primer Consejero de la Primera Presidencia.
Dejando de lado cualquier charla trivial, le explicaron rápidamente el motivo de su reunión: deseaban llamar a Russell para dirigir la organización de la Escuela Dominical de la Iglesia, pero solo si eso no lo alejaría de su trabajo como cirujano.
Russell, que aún se desempeñaba como presidente de estaca, se sorprendió. No preveía nada de eso. Pero respondió como lo había hecho cada vez que se le había pedido servir, que aceptaría cualquier llamamiento del Señor, incluso si eso significaba dejar su práctica médica. Los dos consejeros de la Primera Presidencia insistieron en que extenderían el llamamiento solo si él podía continuar a la vez su trabajo como cirujano.
Russell y sus nuevos consejeros, Joseph B. Wirthlin como primer consejero y Richard L. Warner como segundo consejero, fueron sostenidos durante la sesión de clausura de la Conferencia MIA (Asociación de Mejoramiento Mutuo en español) el domingo 27 de junio de 1971. Y así comenzó el llamamiento de Russell Nelson de más de ocho años como Presidente General de la Escuela Dominical.
Poco tiempo después, el Salt Lake Tribune publicó un titular que indicaba que las autoridades de la Iglesia acababan de nombrar un nuevo “líder” de la Unión de Escuelas Dominicales de Deseret. Russell encontró inquietante esa fraseología, e inmediatamente solicitó una reunión con el presidente Lee. “¿De verdad quiere que sea el líder de una unión?”, le preguntó al presidente Lee.
Más tarde ese año, como parte del programa de correlación del sacerdocio de la Iglesia, el nombre de la Unión de Escuelas Dominicales de Deseret se cambió a simplemente Escuela Dominical, y el “superintendente” general de la Escuela Dominical se convirtió en el Presidente General de la Escuela Dominical. Russell sirvió en esa posición hasta 1979, cuando fue llamado como Representante Regional de los Doce.
“No se preocupe, las cosas saldrán bien”. —Presidente N. Eldon Tanner
El llamamiento de Russell para servir como Presidente General de la Escuela Dominical aún era nuevo cuando, solo dos meses después, recibió una carta de la Primera Presidencia invitándolo a él y a Dantzel a asistir a la primera Conferencia de Área de la Iglesia, que se llevaría a cabo en Manchester, Inglaterra, del 27 al 29 de agosto de 1971.
Russell y Dantzel se sintieron honrados con la invitación, pero inmediatamente se dieron cuenta de que tenían un gran conflicto: El Dr. Nelson había aceptado asistir a las reuniones de la Sociedad Quirúrgica Internacional y de la Sociedad Cardiovascular Internacional en Moscú, Rusia, y hacer una presentación profesional importante. La Conferencia de Área de Manchester estaba justo en la fecha del compromiso de Russell en Rusia. Sin saber qué hacer, buscó el consejo del presidente N. Eldon Tanner, quien pareció no inmutarse por ese conflicto y dijo simplemente: “Usted podrá hacer ambas cosas. “No se preocupe, las cosas saldrán bien”.
En un acto de fe, Russell y Dantzel se fueron a Rusia, donde la situación se complicó aún más cuando los funcionarios rusos les quitaron sus visas rusas cuando ingresaron al país. Podían salir de la URSS para asistir a la conferencia de Manchester, pero no tenían forma de volver a entrar. La situación parecía muy difícil.
Russell intentó todo lo que se le ocurrió, gestionando en ruso, francés e inglés, según la necesidad, para tratar de obtener permiso para salir de Rusia durante varios días y luego regresar. Finalmente, un funcionario del gobierno les dijo que su única esperanza era apelar a la oficina del ministro de Relaciones Exteriores, Andrei Gromyko, quien luego se convertiría en el presidente de Rusia. Fueron a la oficina de Gromyko y literalmente esperaron todo el día en busca de ayuda. Solo cuatro horas antes de su vuelo a Inglaterra, la oficina de Gromyko finalmente les otorgó visas excepcionales que les permitieron salir del país y regresar.
Cuando el presidente Tanner se enteró de lo que había ocurrido, dijo: “Les dije que funcionaría”.
“Fue una experiencia que aumentó nuestra fe”, dijo Russell, “ver el cumplimiento de la promesa del presidente Tanner”.
Todas las molestias y preocupaciones por esa visa valieron la pena. El presidente Joseph Fielding Smith, entonces Presidente de la Iglesia, acababa de perder a su esposa, Jessie Evans Smith, y todos estaban preocupados por su bienestar. Sin embargo, fue del anciano Presidente de la Iglesia que el nuevo Presidente General de la Escuela Dominical aprendió una persuasiva lección de liderazgo.
Poco después de la llegada de los Nelson a Manchester, tuvieron allí una reunión especial con el presidente Smith y con otras Autoridades Generales y Oficiales Generales. El presidente Smith pidió a la mayoría de los asistentes en la sala que informaran sobre sus áreas de responsabilidad personal. Después de escuchar lo que los demás tenían que decir, el presidente Smith se puso de pie y dijo: “Quiero que sepan de mi gran amor por ustedes. Toda mi vida he tratado de prepararme para poder asistirles en su gran ministerio. Entonces, si puedo serles de alguna ayuda en las grandes responsabilidades que tienen, eso es lo que quiero hacer”. (Condie, RussellM. Nelson, pág. 165)
Russell se sorprendió al darse cuenta de que el profeta no había dado una andanada de pros y contras, sino que había expresado su amor y deseo de ayudar. Fue una lección en la que confiaría a menudo en los siguientes años, y que moldeó sus aptitudes naturales para guiar, enseñar y animar en lugar de liderar a través de demostraciones de celebridad y poder.
“Como cirujano, no puedo recomendar una operación para el Élder Spencer W. Kimball”. —Dr. Russell M. Nelson
Fue un deleite espiritual para Russell y Dantzel estar tres días en presencia de la Primera Presidencia y de otros líderes principales de la Iglesia en la Conferencia de Área de Manchester. Pero ese viaje también le mostró al Dr. Nelson algo de lo que él no estaba al tanto.
Mientras estaba en Manchester, el élder Spencer W. Kimball, del Cuórum de los Doce Apóstoles, le confió que había estado teniendo dolor de pecho recurrente y que no se sentía bien. Al regresar a Salt Lake City, el Dr. Nelson realizó una arteriografía coronaria selectiva y otras pruebas que revelaron dos problemas graves: una obstrucción importante en la arteria izquierda frontal descendente y una válvula aórtica en deterioro.
El élder Kimball tenía setenta y siete años y había tenido problemas de salud durante varios años. El riesgo de un solo reemplazo de válvula aórtica en un hombre de esa edad era alto. El riesgo de una operación de injerto coronario a esa edad también era alto. Hacer ambas cosas al mismo tiempo era impensable, y el Dr. Nelson se lo dijo al élder Kimball.
Con ese grave diagnóstico de su cirujano, a principios de marzo de 1972, el élder Kimball pidió una reunión con el presidente Harold B. Lee para analizar su situación. La hermana Camilla Kimball, el Dr. Ernest Wilkinson (médico del élder Kimball) y el Dr. Nelson también estuvieron en la reunión. El élder Kimball comenzó la reunión diciendo esencialmente: “Me está yendo mal y así no voy a vivir mucho, y quiero que mi internista se lo explique”.
Entonces, el Dr. Wilkinson confirmó que el élder Kimball tenía un mal funcionamiento de la válvula aórtica, que la válvula estaba deformada y tenía fugas, y que también tenía un estrechamiento grave de la arteria coronaria principal. En ese momento, el élder Kimball apenas podía levantarse de la cama. El Dr. Wilkinson corroboró que lo mejor que podía ofrecerle al élder Kimball, a través de la atención médica tradicional, era una esperanza de vida de unas pocas semanas.
Luego, el presidente Lee le preguntó al Dr. Nelson si una operación podría corregir esos problemas y cuáles eran las probabilidades de supervivencia.
El Dr. Nelson explicó: “Quirúrgicamente, tendría que someterse a dos operaciones al mismo tiempo, una para reemplazar la válvula aórtica defectuosa y la otra para injertar la arteria coronaria obstruida y así hacer un injerto de derivación”. “No tenemos experiencia en operar a un hombre de setenta y siete años, con insuficiencia cardíaca, haciendo esas dos operaciones a la vez: una operación de válvula y una de coronaria. Que yo sepa, nunca se ha hecho antes. Eso implicaría un riesgo extremadamente alto. Como cirujano, no puedo recomendar la operación”.
El presidente Lee preguntó entonces cuáles serían los riesgos si el Dr. Nelson procediera con la operación. “Son incalculablemente grandes” respondió Russell, repitiendo nuevamente: “No recomendaría una operación”.
En ese momento, el Élder Kimball dijo: “Ahí lo tienen, hermanos, soy un hombre viejo y listo para morir. Es mejor que alguien más joven venga al cuórum y haga el trabajo que yo ya no puedo hacer”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 154)
Con esto, el presidente Lee se puso de pie, golpeó el escritorio con el puño y declaró con enérgicamente: “¡Spencer, tú has sido llamado! No te puedes morir. ¡Debes hacer todo lo que necesitas para cuidarte y seguir viviendo!”
El élder Kimball respondió de inmediato, en un acto de fe: “Muy bien, entonces me operaré”.
Esa declaración del élder Kimball hizo llorar a la hermana Kimball, y casi le provoca un infarto al cirujano cardiovascular. El peso de esa decisión y la gravedad de la situación, pasó instantáneamente al Dr. Nelson. “Mi corazón se abatió”, dijo Russell. “Sabía lo que él necesitaba, y también sabía que nunca antes se había hecho esto. No sabía si alguien lo había hecho antes, pero sí sabía que yo no lo había intentado.
“Estaba yo sentado junto al élder Kimball”, continuó el Dr. Nelson, “y acababa de decirle que no aconsejaba esa operación. Acababa de explicar que eso nunca se había hecho antes en un hombre de su edad con insuficiencia cardíaca. Yo sabía que tendría que corregir dos problemas importantes en una sola operación o él no tendría ninguna posibilidad de sobrevivir. Tuve este pensamiento muy claro: ‘¡Oh, no! Estás ahora en un rincón del que no puedes salir’. Pero el Élder Kimball no tomó su decisión basándose en un consejo médico, sino en la inspiración de sus líderes del sacerdocio, y fue obediente a ellos hasta ese extremo”.
El grupo acordó esperar hasta después de la conferencia general, a solo unas semanas de efectuarse, y luego continuar con la operación el 12 de abril. Durante el resto del mes de marzo, el Dr. Nelson pensó en el procedimiento sin precedentes que iba a realizar en un profeta, vidente y revelador. Oró al respecto y consideró cómo podría plantearlo. El peso de lo que él consideraba un mandato de la Primera Presidencia, lo abrumaba. No estaba del todo seguro de que eso fuera factible, pero todos los ojos estaban puestos en él para realizar lo que sería nada menos que un milagro.
El élder Kimball estaba tan débil que solo asistió a una de las siete sesiones de la Conferencia General de abril de 1972. “Su dificultad para respirar y su incapacidad para hacer esfuerzos físicos, debido a su insuficiencia cardíaca congestiva, lo obligaron a escuchar las otras sesiones desde su cama”, explicó el Dr. Nelson.
La noche anterior al procedimiento quirúrgico, Russell fue a ver al presidente Lee y al presidente Tanner y les pidió una bendición del sacerdocio. El presidente Tanner fue el portavoz, y en la bendición le dijo al Dr. Nelson que no se preocupara por sus propias limitaciones. También le prometió: “has sido levantado por el Señor para hacer esta operación, y la harás con gran éxito”.
El Dr. Nelson se fue sintiéndose animado, pero con el peso del mundo sobre sus hombros. Sin embargo, al día siguiente, conforme a las promesas de esa bendición, tuvo una experiencia única en el quirófano. Desde el momento en que hizo la incisión y su asistente residente exclamó: “¡No hay hemorragia!” y hasta el final, todo salió perfecto. “Desde el principio”, dijo el Dr. Nelson, “pudimos ver que esa operación era diferente. Solo como un pequeño ejemplo, por lo general tienes que usar un cauterizador para tratar las hemorragias pequeñas, pero ese día no necesitamos eso”.
Colocaron una nueva válvula arterial protésica y luego injertaron la arteria principal interna izquierda en la arteria coronaria izquierda del élder Kimball. Después de que sacaron todo el aire y quitaron la abrazadera de la aorta, una descarga eléctrica hizo latir el corazón nuevamente y el poder del pulso del Élder Kimball sorprendió incluso al Dr. Nelson. “Eché un vistazo al osciloscopio, vi el poder de su pulso y pensé: ‘Dios mío, su poderoso corazón ha estado lidiando con una válvula dañada todos estos años’. Tenía un corazón enorme con un gran poder. Es similar a tratar de regar el césped con una torcedura en la manguera. Cuando la destuerces, tienes mucho más flujo. Así fue como lo sentí con el élder Kimball. Tenía más poder en su corazón que la mayoría de las personas a las que había operado antes.
“Pero sobre todo”, continuó Russell, “el cielo fue quien hizo excelsa esa experiencia. Ese día fue como si hubiéramos lanzado un juego perfecto: sin hits, sin carreras, sin errores, sin bases por bolas. No hubo una puntada rota o un instrumento que se cayera al suelo. No ocurrió nada inesperado. No hubo una sola falla técnica en una serie de miles de manipulaciones intrincadas. Cada paso fue perfecto. Ese día fuimos siervos del Señor. No hay duda al respecto. Mi ayudante residente apenas podía creer lo que estaba viendo”.
Como si el participar en un procedimiento quirúrgico impecable, en un paciente que envejecía, no fuera suficiente, había algo culminante adicional por venir. Cuando el Dr. Nelson estaba concluyendo la operación, mientras aún estaba en el quirófano con su bata y mascarilla, tuvo una impresión espiritual inequívoca: que ese hombre viviría para ser el Presidente de la Iglesia. “Sabía que el presidente Kimball era un profeta”, dijo el Dr. Nelson. “¡Sabía que era un apóstol, pero ahí me fue revelado que presidiría la Iglesia!”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 156)
La impresión fue tan fuerte, tan clara, que el Dr. Nelson apenas pudo contenerse mientras realizaba las maniobras de rutina para concluir la operación. “Nadie pensó que el Élder Kimball sobreviviría al presidente Harold B. Lee” dijo el presidente Nelson años más tarde en una reflexión, “pero ese día, el Espíritu del Señor me habló y me dijo que Spencer W. Kimball sería el Presidente de la Iglesia. En ese momento comprendí por qué el cielo había estado tan involucrado en esa operación perfecta”.
Ese fue un momento y un sentimiento que este cirujano nunca olvidó. Más tarde esa semana, cuando el élder Kimball estaba convaleciendo, el Dr. Nelson compartió sus impresiones con él. Ambos lloraron, pero, dijo Russell, “Sé que él no tomó ese sentimiento tan en serio como yo, porque sabía que el presidente Harold B. Lee, quien era de mayor rango que él en el cuórum, era más joven y saludable que él. Pero yo no podía negar las impresiones que había tenido”.
Al regresar del hospital el élder Kimball y quedar establecido en su casa, el Dr. Nelson le hacía frecuentes visitas a su domicilio; y a menudo se detenía para ser el compañero de caminata posoperatoria del apóstol. Hubo días en que el élder Kimball se desanimó, como suele ocurrir con los pacientes convalecientes. “Lo que más temía el presidente Kimball era la discapacidad física”, recordó el Dr. Nelson. “Él no temía a la muerte, pero no quería ser una carga para las Autoridades Generales, para la Iglesia o para su amada Camila. Le preocupaba que, aunque su vida podría haber sido prolongada, tal vez no pudiera regresar al servicio completo en la Iglesia”. (Condie, Russell M. Nelson, págs. 156-57)
Durante ese período, el Dr. Nelson llegó a comprender cuán sabia era Camilla Kimball. Varias semanas después de la operación, un día ella le dijo a Russell: “Hermano Nelson, creo que debemos presionar a Spencer un poco más ahora. Creo que ya lo hemos mimado lo suficiente”.
“Ella tenía razón”, dijo Russell. “Llega un momento en la convalecencia de una enfermedad en que toda la atención, el cuidado y la alimentación con asistencia deben cesar, y el paciente debe esforzarse un poco más. Ella supo de la manera más asombrosa que ese momento había llegado”.
El élder Kimball aún se estaba recuperando de la operación cuando, el 2 de julio de 1972, falleció el presidente Joseph Fielding Smith. El presidente Harold B. Lee era el siguiente en la línea de sucesión para convertirse en Presidente de la Iglesia, lo que significaba que Spencer W. Kimball ahora era el segundo en la línea de sucesión y, como nuevo Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles, tendría más responsabilidades. El Dr. Nelson ayudó a la hermana Kimball a vestir al élder Kimball para que pudiera asistir a la reunión del Cuórum de los Doce Apóstoles cuando se reorganizó la Primera Presidencia.
Las experiencias con Spencer W. Kimball, en torno a la cirugía mayor a corazón abierto y el período de recuperación posoperatorio, fueron algunas de muchas otras que tendrían un impacto duradero en Russell Nelson. Esas experiencias crearon un fuerte vínculo que llevaría al presidente Nelson, muchas décadas después, a declarar: “Aparte de mi padre, el presidente Kimball ha tenido más impacto en mi vida que cualquier otro hombre”.
“Cada vez que intentaba yo encontrar aire, topaba con la parte inferior de la balsa. Mi familia no podía verme, pero podía oírlos gritar: ‘¡Papá! ¿Dónde está papá?’” —Russell M. Nelson
Durante ese verano de 1972, inusual y lleno de acontecimientos, Russell y Dantzel decidieron llevar a su familia a unas vacaciones que alejarían a sus hijas adolescentes de los teléfonos y los novios. Un viaje en balsa por el río Colorado, a través del majestuoso Gran Cañón, parecía ser perfecto.
El primer día fue hermoso, pero en el segundo tuvieron una experiencia que Russell nunca olvidaría. Cuando se acercaron a los rápidos de Horn Creek y vieron la caída en picado que se avecinaba, Russell admitió que estaba “aterrorizado” al imaginar a su familia zambulléndose en lo que era una cascada de varios pisos de altura. Instintivamente puso sus brazos alrededor de Dantzel y su hija menor, Marjorie, para protegerlas. Pero cuando llegaron a la caída de agua y la balsa comenzó a doblarse, esta fue como una resortera gigante que arrojó a Russell por el aire para luego estrellarse en medio de los rápidos. Él era un buen nadador, pero estaba casi impotente contra la fuerza de ese río agitado, y se sentía como un huevo en una batidora mientras intentaba abrirse camino hacia la superficie. “Cada vez que intentaba yo encontrar aire, topaba con la parte inferior de la balsa. Mi familia no podía verme, pero podía oírlos gritar: “¡Papá! ¿Dónde está papá?’” En lo que pareció la última oportunidad, lo vieron y lo sacaron del agua “casi ahogado”.
Los siguientes días fueron mucho menos agitados, llenos de impresionantes colores marrones, azules, rojos y verdes del paisaje. Sin embargo, el último día del viaje se avecinaba y Russell sabía que tendrían que pasar por Lava Falls, conocida como la caída más peligrosa en ese tramo del río Colorado. Cuando se dio cuenta de lo que les esperaba, le pidió al guía que llevara la balsa a la orilla del río para poder hablar con su familia y orar juntos. “Pase lo que pase”, les dijo, “la balsa de goma permanecerá sobre el agua, y si nos agarramos con todas nuestras fuerzas a las cuerdas amarradas a la balsa, podremos lograrlo. Incluso si la balsa vuelca, estaremos bien si nos agarramos con fuerza a las cuerdas. Russell se sintió aliviado cuando el paso por Lava Falls resultó ser mucho menos accidentado que el viaje a principios de semana a través de los rápidos de Horn Creek.
Nunca se olvidó de ese acontecimiento, de casi ahogarse ahí, tanto, que más de cuarenta años después, como Presidente de la Iglesia, lo usó para enseñar a una gran audiencia en Seattle la lección que había aprendido en el río Colorado:
“Si algo bueno tuvo esa experiencia, fue una lección poderosa para mí”, reflexionó. “Todos estamos, metafóricamente hablando, en un viaje de canotaje por la vida. Parte del viaje es hermoso y tranquilo, pero en algún momento todos pasamos por los rápidos. A medida que enfrentamos los agitados desafíos de nuestra vida, la mayor y única seguridad real llega cuando nos aferramos a la balsa, que es el evangelio restaurado de Jesucristo. Aferrarse a los demás puede ayudar cuando nos ministramos unos a otros, pero no si eso significa soltarnos de la balsa”. (Nelson, “Lecciones que la vida me ha enseñado”)
“Pensé que tal vez me necesitarían”. —Dr. Russell M. Nelson
Era la noche del 26 de diciembre de 1973 y los Nelson todavía estaban desechando todo el papel de regalo, el oropel, las decoraciones y la algarabía que son parte de celebrar los días de fiesta con diez niños y tenerlos a todos en casa durante las vacaciones escolares. Russell estaba pensando en ese caos cuando encendió la televisión y se quedó atónito al saber que el presidente Harold B. Lee había muerto sorpresivamente.
¿Como pudo suceder? El presidente Lee tenía solo setenta y cuatro años; y, según los estándares de las Autoridades Generales, era un “jovencito”. Todos «sabían” que serviría como Presidente de la Iglesia durante muchos años, tal vez décadas. Ahora, de repente, se había ido.
Russell estaba sorprendido y no sorprendido a la vez. Le sorprendió que el presidente Lee hubiera fallecido repentinamente, y a una edad tan temprana, pero su sorpresa era atenuada por el vivido recuerdo de lo que había experimentado en la sala de operaciones, justo después de la complicada operación de corazón que le había realizado al entonces élder Spencer W. Kimball. Sintiendo que el presidente Kimball podría agradecer su apoyo, se fue de inmediato al Hospital Santo de los Últimos Días, donde lo encontró junto con el presidente Marión G. Romney en la sala de la junta directiva. “Pensé que tal vez me necesitarían” dijo Russell al presidente Kimball, quien respondió: “Ciertamente lo necesitamos. Gracias por venir”.
Este fue un momento sensible e inusual en la Iglesia. Tres presidentes de la Iglesia, los presidentes David O. McKay, Joseph Fielding Smith y ahora Harold B. Lee, habían fallecido en esos últimos tres años. Ahora el manto de la presidencia estaría sobre un hombre que casi nadie esperaba que avanzara hasta la silla central de la Primera Presidencia. Casi todos sabían que el presidente Kimball había lidiado con un cáncer de garganta que resultó en la extirpación de una cuerda vocal y parte de otra, tuvo radioterapia, una enfermedad cardíaca que lo llevó a una cirugía a corazón abierto y una enfermedad reciente que lo había hospitalizado apenas un mes antes.
“Empecé a percibir cierta ansiedad, no solo entre el presidente Kimball y las otras Autoridades Generales”, anotó Russell, “también entre toda la comunidad”. Reaccionando, el Dr. Nelson le escribió una carta al presidente Kimball, misma que el nuevo presidente de la Iglesia leyó posteriormente a sus hermanos en el templo en el momento de su ordenación, y nuevamente en su primera conferencia de prensa como Presidente. En parte, la carta decía: “Su cirujano personal quiere que usted sepa que su cuerpo es fuerte, que su corazón está mejor de lo que ha estado durante años y que, de acuerdo con nuestra limitada capacidad para predecir, usted puede considerar esta nueva asignación sin una excesiva ansiedad por su salud”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 158)
El presidente Kimball se dirige a los Santos de los Últimos Días como su profeta.
El presidente Kimball fue ordenado y apartado como Presidente de la Iglesia el 30 de diciembre de 1973, a la edad de setenta y ocho años. Viviría doce años más antes de fallecer a la edad de noventa años. Y aunque su salud se deterioró drásticamente durante sus últimos años, fue el presidente que llenó de energía a toda la Iglesia con el mandato de “alargar el paso” y “acelerar el paso”.
“¿Quién me busca?” —Dr. Russell M. Nelson
Con el tiempo, Russell Nelson se convirtió cada vez más al principio de la revelación, como enseñó el profeta José Smith, y se volvió cada vez más receptivo a los susurros del Espíritu.
En una ocasión, en un intento por pasar un tiempo juntos, él y Dantzel decidieron tomarse unos días libres y combinarlos con reuniones médicas en Colorado Springs, Colorado. Cuando terminaron las reuniones, en medio de su tercera noche ahí, Russell se despertó con sentimientos de ansiedad que no tenían causa aparente. Finalmente, despertó a Dantzel, le describió su inquietud y le preguntó si podían empacar e irse a casa de inmediato.
En cuestión de minutos ya estaban en camino al aeropuerto, lograron conseguir asientos en el siguiente vuelo a casa desde Denver y aterrizaron en Salt Lake City una hora después del despegue. Cuando Russell llamó a su secretaria desde el aeropuerto para preguntar si alguien lo había buscado, ella respondió con sorpresa en su voz: “¿Cómo lo supo? Se le necesita en el hospital para atender al élder Paul H. Dunn”.
Se apresuraron a ir al hospital y descubrieron que el élder Dunn había experimentado síntomas similares a los de un ataque al corazón durante la noche, y una angiografía posterior había confirmado que tenía lo que equivalía a una obstrucción completa de las arterias coronarias. Mientras el Dr. Nelson se preparaba para operar, el presidente Kimball llegó para darle una bendición al Élder Dunn y el procedimiento quirúrgico comenzó de inmediato.
El Dr. Nelson apenas había abierto el pecho del paciente cuando el Élder Dunn sufrió un ataque cardíaco total. Russell pudo estabilizar su circulación y realizar las derivaciones articulares necesarias. El Élder Dunn se recuperó y con el tiempo pudo reanudar su horario completo de servicio.
Tales experiencias continuaron ayudando a Russell Nelson a perfeccionar su capacidad para discernir las impresiones del Espíritu y saber cuándo actuar en consecuencia.
“Dile a la hermana Kimball que nos vamos”. —El presidente Spencer W. Kimball
A principios de 1976, Russell Nelson y su esposa, Dantzel, recibieron una oferta que no pudieron ni quisieron rechazar. El presidente Spencer W. Kimball los invitó a unirse a él y a la hermana Kimball, junto con otras Autoridades Generales y sus esposas, para asistir a una serie de nueve conferencias de Área durante un período de tres semanas en el hermoso y variado Pacífico Sur.
La experiencia no fue decepcionante en ningún modo. En cada parada, en Tonga, Fiji, Tahití, Samoa, Samoa Occidental, Nueva Zelanda y varias ciudades de Australia, el grupo de oficiales de la Iglesia saludó a los Santos de los Últimos Días; se reunió con funcionarios gubernamentales, habló con la prensa, realizó devocionales, abrazó a jóvenes y bebés y fue testigo de milagros.
En Apia, Samoa, los líderes gubernamentales, multitudes de Santos de los Últimos Días y una banda de música saludaron al presidente Kimball cuando él y su grupo llegaron. Parte de la ceremonia de bienvenida incluyó una canción con muchos versos, en samoano nativo, pidiendo un templo. La respuesta del presidente Kimball fue clásica. “Si entiendo bien su samoano, tengo la impresión de que quieren un templo aquí”, dijo, provocando risas en toda la multitud. Luego dijo que diría más al respecto en la Conferencia de Área del día siguiente.
Cuando el presidente Kimball habló al día siguiente, revivió el tema del templo y, casi golpeando el púlpito, dijo a la congregación: “No tendrán un templo aquí en Samoa […]” y luego hizo una pausa por un momento antes de agregar: “hasta que conviertan su información genealógica, de recuerdos memorizados, a una forma escrita que pueda usarse en un templo. También necesitan tener más bautismos de nuevos conversos, ya que se necesita mucha gente para administrar un templo. Entonces, en esencia, cuando hayan hecho su parte, el Señor hará la Suya, y tendrán un templo aquí’”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 170) Al año siguiente, el presidente Kimball anunció que construirían un templo en Apia.
Mientras volaba de Apia a Pago Pago, en la Samoa Americana, el presidente Kimball, que en unos días iba a celebrar sus ochenta y un años de edad, de repente se puso muy enfermo. Cuando llegaron al hotel, su temperatura se había disparado a 104 grados F. Asignó al presidente N. Eldon Tanner y al hermano Nelson para que lo reemplazaran en una entrevista con la televisión de Samoa y se acostó; pero aun así, fue una noche corta. La comitiva estaba programada para salir en un vuelo de las 5:00 a. m., a Auckland, lo que significaba salir del hotel a las 3:30 a. m.
El presidente Kimball se durmió durante el vuelo de cuatro horas y estuvo sudando, una clara señal de que su temperatura había bajado. Mientras el avión descendía, se despertó, comenzó a arreglarse la corbata y se volvió hacia la hermana Kimball, pidiéndole que le peinara el cabello. “¿Qué cabello quieres que te peine, Spencer?” le bromeó ella como respuesta.
Cuando salieron del avión, el profeta de alguna manera se las arregló para estrechar la mano de todos los que estaban en una larga fila y que esperaban para eso; luego, se paró frente a las cámaras de televisión durante casi media hora dando lo que equivalía a una disertación sobre la Iglesia. “Fue la mejor presentación que he escuchado: meticulosamente organizada, completa y presentada con humildad y poder”, dijo Russell. “El hermano Arthur Haycock y yo nos miramos con total asombro; apenas podíamos creer lo que estábamos viendo y escuchando”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 171)
Después el presidente Kimball asistió a un almuerzo con el primer ministro de Nueva Zelanda, Robert Muldoon. Una vez que regresó al hotel, su temperatura volvió a subir a 102 grados F. Como médico, Russell no podía creer lo que acababa de presenciar. “Un hombre que estaba muy enfermo había recibido la bendición de estar bien por dos horas, que le permitieron desempeñar fiel y correctamente sus deberes, como si su espíritu tuviera el poder de expulsar la enfermedad de su cuerpo, al menos temporalmente”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 172)
Luego, el presidente Kimball y su grupo recorrieron los 110 km (sesenta y nueve millas) desde Auckland hasta Hamilton, Nueva Zelanda, y el presidente Kimball volvió a acostarse. El presidente Tanner arregló una reunión con la reina maorí; y el presidente Kimball le dijo al grupo que lo disculparan por no asistir al evento cultural planeado para esa noche. Solo Arthur Haycock, asistente de la Primera Presidencia, y Russell se quedaron con el presidente y con la hermana Kimball para atender sus necesidades, entonces el presidente Kimball se durmió profundamente.
Justo antes de las 7:00 p. m., el presidente se despertó de repente, cubierto de sudor, y le preguntó a Russell, que había estado leyendo en silencio en la sala, a qué hora comenzaría el evento cultural.
“Alas 7:00 p. m”,respondió él.
“¿Qué hora es en este momento?”
“Casi las 7:00 p. m.”
“Dile a la hermana Kimball que nos vamos”.
Los Kimball se vistieron rápidamente y recorrieron la corta distancia hasta el estadio del Colegio de la Iglesia en Nueva Zelanda. Cuando su automóvil entró al estadio, se elevó un rugido ensordecedor de la multitud.
Tan pronto como Russell se sentó junto a Dantzel, ella le contó lo que había sucedido: Minutos antes, cuando el grupo llegó al estadio, el presidente Tanner dio la bienvenida a la numerosa audiencia polinesia y explicó que el presidente Kimball había estado luchando contra una seria enfermedad y, lamentablemente, estaba demasiado enfermo para asistir. Luego, un joven polinesio caminó hacia el podio para ofrecer la oración inicial. En su oración dijo que se habían estado preparando para este evento durante seis meses, y luego le pidió al Señor: “Somos tres mil jóvenes de este país que nos hemos reunido acá, preparados para cantar y bailar ante Tu profeta Te rogamos que lo sanes y lo traigas aquí”. Al terminar la oración, el auto que llevaba a Spencer y a Camilla Kimball entró en el lugar y todo el estadio prorrumpió en una exclamación espontánea y ensordecedora ante la respuesta a su oración, (vea Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball, cap. 5)
En Nueva Zelanda hubo otro milagro. Debido a que no había un auditorio lo suficientemente grande para acomodar a los quince mil Santos de los Últimos Días e invitados que querían escuchar hablar al profeta, la Conferencia de Área se programó para un escenario más grande al aire libre. Pero era la temporada de lluvias en Nueva Zelanda, y la madre naturaleza amenazó con estropear el evento.
Como llovió todos los días durante las dos semanas previas a la Conferencia de Área, los funcionarios del gobierno habían pedido tener un día nacional de ayuno y oración el domingo anterior a la visita del presidente Kimball. Sorprendentemente, esa invitación fue para los Santos de los Últimos Días y a otros por igual.
La mañana del domingo de la conferencia era luminosa, hermosa y, sobre todo, clara. No volvió a llover hasta después de concluida la reunión.
Las vidas de Russell y Dantzel cambiaron durante el tiempo que pasaron viajando por el Pacífico Sur aprendiendo del profeta y su esposa. Consideraron el privilegio de estar con el profeta día tras día en ese viaje como una de las mejores experiencias espirituales y de enseñanza en sus vidas.
“Él salía de su habitación a la hora del toque de queda, me miraba y decía: ¿Sabías que todavía estás aquí?”. —David Webster, yerno
Russell Nelson tuvo una vida intensamente ocupada como cirujano, pues su experiencia era solicitada en todo el mundo. También sirvió en demandantes roles de liderazgo en la Iglesia, entre ellos: presidente de estaca, Presidente Auxiliar General y Representante Regional. Y, sin embargo, de alguna manera su numerosa familia no se sentía privada de su atención. De hecho, sentían ser la primera prioridad de él. Gran parte del crédito es para Dantzel, quien a menudo manejaba sola todo el alboroto de sus hijos, que era cada vez mayor, mientras los ayudaba a no sentirse desatendidos.
El presidente M. Russell Ballard, que como estudiante estaba cinco años detrás de Russell Nelson en la escuela preparatoria y en la universidad, reflexionó más tarde: “Es un milagro todo lo que pudo hacer a pesar del apretado horario que tenía en su práctica quirúrgica y médica. Es un hombre que realiza milagros cuando se trata de hacer las cosas”. (Church News/KSL, entrevista del 9 de enero de 2018)
Años más tarde, cuando ya era madre, la quinta de sus hijas, Sylvia, explicaría: “Creo que el secreto de mi padre era que, cuando estaba en el trabajo, estaba el 100 por ciento en él. Cuando estaba en casa, estaba 100 por ciento en casa. Y cuando estaba en la Iglesia, estaba 100 por ciento allí. Creo que así es como él equilibró las cosas. No sé, pues parecía hacerlo sin esfuerzo”. (Church News/KSL, entrevista del 10 de enero de 2018)
Russell enseñó a sus nueve hijas y a su hijo a esquiar y también a hacer esquí acuático, equilibrándolos entre sus piernas, en esos primeros recorridos por la montaña o el lago. Les leía libros cuando eran jóvenes, y les enseñó a andar en bicicleta y a conducir un automóvil. Durante los más de veinte años en los que solo había hijas en la familia, les enseñó a sus hijas cómo cortar el césped y cómo quitar la nieve de las aceras.
Aun así, nadie está seguro de cómo él lo hizo todo, y la verdad es que no lo hizo todo él solo. Cuando alguien le preguntaba su secreto para administrar todo, su respuesta habitual era: “Obviamente, el mérito es de mi esposa”. Dantzel tenía una capacidad notable, y parecía haber nacido con una habilidad especial para manejar el caos inevitable de una familia numerosa. La realidad era que él se ausentaba mucho de casa y Dantzel hacía mucho sacrificio personal por el éxito público de su esposo.
“Cuando éramos más jóvenes”, dice Sylvia, “mi madre hacía toda nuestra ropa, incluso nuestros vestidos de graduación. Vividamente la recuerdo haciendo el dobladillo de nuestros vestidos mientras subíamos las escaleras para saludar al joven con el que íbamos a salir. Ella decía: ‘Camina más lento, camina más lento’, mientras seguía dando los toques finales. Ella era muy talentosa y podía hacer casi cualquier cosa. Hizoque tener diez hijos pareciera fácil».
Rosalie agregó: “Como una hija que creció en una familia de diez hijos, siempre me sentí importante, y también sentí que mi madre siempre tenía tiempo para mí. Sabía cómo hacer que todos se sintieran especiales y amados». (Weaver, “Dantzel Nelson Succumbs”)
Después de que las nueve hijas de Dantzel se convirtieran en madres, ellas le preguntarían cómo se las había arreglado ella con diez hijos. Por lo general, se reía y respondía: “Solo los amas».
Fue un esfuerzo de equipo. Durante veinte años, Dantzel cantó con el Coro del Tabernáculo Mormón, lo que significaba que se iba de casa todos los domingos por la mañana. “Papá se hacía cargo de nosotras e intentaba rizarnos el cabello y vestirnos”, dijo Sylvia. “Sin embargo, es muy puntual, él nunca, nunca llega tarde. Nos esperaba afuera en el auto para ir a la Iglesia. Si no llegábamos a tiempo cuando tenía que irse él, teníamos que caminar. Solo necesitábamos aprender esa lección una vez. Mantuvo encendido el calor del hogar cuando mamá no estaba. Ese fue el tipo de relación que tuvieron. Fueron muy dulces y generosos el uno con el otro”.
Sin embargo, a pesar de todo, Russell siempre dio crédito a quien se lo merecía. “Rindo homenaje a la hermana Nelson», reflexionó años después, “a esta magnífica esposa y madre que siempre ha sido un apoyo. Cuando la gente le preguntó a ella cómo se las había arreglado con diez hijos y con tan poco tiempo disponible de su esposo, ella respondió con un brillo en los ojos y dijo: ‘Cuando me casé con él, no esperaba tenerlo todo, así que nunca me decepcioné por eso’». (Nelson, “Identity, Priority, and Blessings”)
Tanto Russell como Dantzel eran músicos, y la música constantemente estaba presente en su hogar. Una de las pocas cosas que pudieron hacer al principio de su matrimonio fue juntar suficiente dinero para comprar un piano usado, mismo que fomentó la música en casa. Los niños aprendieron a tocar instrumentos musicales y a cantar. Russell tenía un oído perfecto para la música, y tocaba el órgano y el piano maravillosamente; además, fue de gran gozo el tiempo de Dantzel en el Coro del Tabernáculo.
Años después, un Día de las Madres, lo único que ella “quería era escuchar a sus hijos y nietos compartir sus talentos en un programa musical”, recordó Brenda. “Así que eso es lo que hicimos. Ella imprimió un programa, y estuvo muy orgullosa de todos los que participaron”. (Weaver, “Dantzel Nelson Succumbs”) Una de las últimas actividades familiares de Dantzel antes de morir, fue asistir a un concierto para escuchar a su nieta Rachel tocar la flauta.
Las vacaciones de verano eran imprescindibles para la familia, a veces en una cabaña cerca de la estación de esquí de Brighton, no lejos de Salt Lake City, y otros años en una casa de playa en Newport Beach, California. Y si había pasado mucho tiempo desde que los niños no habían visto a su padre, Dantzel los subía al auto y los llevaba al hospital donde él trabaja. “Eso siempre fue algo muy divertido para nosotros”, dijo Sylvia. “Al crecer, lo más memorable era ir a cenar con papá al hospital. Pensábamos, ‘Wow, esto es genial, estamos compartiendo la comida del hospital con papá’”. (Church News/KSL, entrevista del 10 de enero de 2018)
De vez en cuando, cuando Russell viajaba a convenciones médicas o a otras asignaciones profesionales, llevaba a alguna de sus hijas con él. A veces, Dantzel le recomendaba que se llevara a alguna cuyo comportamiento reciente no había sido muy bueno. Cuando le decía a su esposa que eso era como darle un privilegio a esa hija en particular, ella inevitablemente respondía: “Cariño, no es lo que ella ha estado haciendo, sino que es la que más te necesita”.
Tener un papá que era cirujano también tenía otros efectos secundarios. “No me di cuenta de que un embotellamiento de tráfico se llamaba así: ‘embotellamiento de tráfico’ hasta que fui mayor”, admitió Sylvia. “Pensaba que era una trombosis. Él usaba términos médicos para cosas cotidianas que eran normales para nosotras. Pensé que todos sabían eso, que una trombosis era un embotellamiento de tráfico”.
Un día, el Élder Ezra Taft Benson le pidió a Russell que fuera al Edificio Administrativo de la Iglesia para visitarle. El Élder Benson era propietario de una pequeña cabaña y de varios acres de buena calidad en Midway, en el hermoso valle de Heber, aproximadamente a una hora en automóvil de Salt Lake City, y a unos minutos de distancia de un gran embalse. Y quería saber si Russell y Dantzel querrían comprar varios de esos acres para construir algo que les sirviera de “escapada” para su creciente familia.
Russell y Dantzel aprovecharon la oportunidad; y Dantzel, pensando en los niños, supervisó los planes para construir una casa de vacaciones. Ella insistió en que el diseño tipo “Pizza Hut” (redondo y grande) incluyera un balcón a su alrededor para que los niños pudieran correr a sus anchas y arrojaran dulces a los espectadores durante las festividades. Ella diseñó un tubo de bomberos que iba de un piso a otro, y un gran camino circular donde los niños podían andar en bicicleta y la familia podía realizar desfiles y juegos los 4 de julio de cada año. Para los niños, y con el tiempo también para los nietos y bisnietos, la casa de Midway se convirtió en un lugar de reuniones frecuentes y de tradiciones familiares. Cuando el abuelo traía a casa limonada “Country Time” y galletitas rosas con figuras de circo, sabían que se dirigían a Deer Creek Reservoir para practicar esquí acuático.
Cuando las chicas mayores comenzaron a salir en citas, las cosas en la casa de Nelson se volvieron aún más caóticas. Durante más de dos décadas, su casa ya ocupada totalmente, se convirtió en el “centro de mando” para “vigilar” a los jóvenes interesados en las hijas de Nelson.
Russell tenía su propia forma de tratar con los pretendientes de sus hijas. “Cuando yo estaba en casa de los Nelson”, dice David Webster, quien se casó con Sylvia, “y el padre de Sylvia salía a la hora del ‘toque de queda’, me miraba y decía: ‘¿Te das cuenta de que sigues aquí?’ Si no pasaba nada después de unos minutos, salía de nuevo y decía: ‘¿Te das cuenta de que aún estás aquí?’. Si él tuviera que salir por tercera vez, extendería las manos y diría: ‘Tengo que operar a alguien por la mañana y necesito dormir. Voy a necesitar estas manos’. Con eso, ¡salíamos de allí en el acto!”.
A medida que las hijas comenzaron a casarse y los nietos comenzaron a llegar, el clima de amor y apoyo que Russell y Dantzel crearon para sus propios hijos se extendió a los recién llegados a la familia y a la siguiente generación.
“Ninguno de nosotros estuvo a la altura de nuestro suegro», dice David Webster. “Al principio siempre nos preguntábamos: ‘¿Lo estamos haciendo bien?’ Pero los padres de Sylvia siempre fueron un gran apoyo. Han sido solidarios incluso cuando no lo merecíamos. Más que sentir algún tipo de intimidación, los dos me dieron algo por lo que luchar». (Church News/KSL, entrevista del 10 de enero de 2018)
En una ocasión, cuando un nieto rompió una costosa figura de Lladró durante una fiesta familiar de Navidad, Dantzel señaló claramente cuáles eran sus prioridades. “Estaba yo muy molesta y enojada con mi hija”, dice Brenda Miles, “y sentí que tenía que ir a disculparse con su abuela por lo que había hecho”. En lugar de enojarse, Dantzel levantó a la niña y le dijo que “cosas así realmente no le importaban a ella, pero que las personas como ella, sí”. (Weaver, “Dantzel Nelson Succumbs”)
El nieto Stephen McKellar recordó el creciente caos que había en su familia extendida. “Siempre había nietos rompiendo cosas y haciendo desorden. Pero no había nada que un niño pequeño pudiera hacer que pareciera molestar a mi abuelo. Eso probablemente suena loco, pero así era él”. (Church News/KSL, entrevista del 11 de enero de 2018) Russell generalmente reaccionaba al ruido y la interrupción de los niños inquietos en las reuniones de la Iglesia diciendo: “Ese es el futuro de la Iglesia que podemos escuchar, y me parece hermoso”. Y también decía como respuesta a los niños ruidosos: “¡Oh, ese ruido nos hace saber que estamos en la Iglesia correcta!”
Cuanto más se relacionaba Russell con sus colegas cirujanos, más se daba cuenta de lo bendecido que era. “Algunos de esos hombres siempre estaban preocijqpados por sus hijos porque no podían controlar el alcohol o las drogas que consumían, o todos los líos en los que se metían. Pensaba para mis adentros: ‘Guau, ¿no soy afortunado de que mis hijos sean tan dulces, tan brillantes, tan buenos y una parte tan luminosa de mi vida? Y no gasto ni diez centavos en lo que mis colegas gastan miles de dólares”.
Sin duda, parte de la razón fue que Russell y Dantzel eran verdaderos compañeros, compañeros iguales. Uno retomaba las cosas donde el otro las dejaba. Querían una familia numerosa, y cuando fueron bendecidos con una aprendieron paso a paso cómo cuidar y amar a esos niños. A medida que pasaban los años y la familia crecía a través de los matrimonios y la llegada de los nietos, y luego de los bisnietos, los Nelson encontraron formas de mantenerse conectados con ellos.
“Nuestro padre es muy noble”, dijo Sylvia. “Él nunca se pierde la bendición de un bebé, una ordenación, un bautismo, una boda o ir al hospital a ver a una nueva mamá y su bebé. La familia siempre ha sido importante para él, y lo demuestra en el esfuerzo que siempre ha hecho para estar con nosotros todo el tiempo que puede”. (Church News/KSL, entrevista del 10 de enero de 2018) Es sencillo: la familia significaba todo para él. «Con cada persona viene un nuevo complemento de amor, y no tiene límite”, resumió el Élder Nelson. «Un bebé recién nacido es la persona más indefensa de la vida. Cuando un potrillo nace, puede caminar con sus patas débiles; cuando un elefante nace, puede caminar; pero un bebé no puede hacer otra cosa que llorar. Esa misma naturaleza de dependencia del padre y de la madre les permite a ellos servir, y ese servicio es lo que vivifica el amor. Si los bebés fueran autosuficientes, no creo que se pudiera amarlos tanto. La familia es la bendición suprema en la vida”.
“No escuché al presidente Kimball invitar a todos a aprender mandarín, excepto al hermano Nelson”. —Russell M. Nelson
Cuando Russell Nelson se dirigió al seminario de Representantes Regionales, el 29 de septiembre de 1978, no tenía idea de que su visión del mundo y sus vivencias estaban a punto de expandirse exponencialmente. Como Presidente General de la Escuela Dominical, él, junto con las Autoridades Generales y con otros Oficiales Generales y Representantes Regionales, escuchó al presidente Kimball entregar un mensaje conmovedor acerca de llevar el Evangelio a todo el mundo, y particularmente a las regiones que aún no habían sido tocadas por la Iglesia: África, India, Vietnam, Camboya, Rusia, Polonia y muchos otros países. De manera especial, él destacó a China.
“¿Y qué hay de China?», preguntó el presidente Kimball, “¿el tercer país más grande del mundo? Casi mil millones de los hijos de nuestro Padre viven en China, una cuarta parte de la población mundial. Seiscientos sesenta millones de ellos hablan chino mandarín. ¿Cuántos de nosotros hablamos chino mandarín? Debemos prepararnos, mientras haya tiempo, para enseñar a esas personas». (Kimball, “Uttermost Parts»)
Esa noche, Russell le contó a Dantzel sobre el banquete espiritual que había experimentado ese día y, en particular, los fuertes sentimientos que había tenido cuando el presidente Kimball comenzó a hablar sobre China. “El presidente Kimball nos dijo que no hay nada demasiado difícil para el Señor», relató a Dantzel, “pero que debemos hacer nuestra parte: orar por el pueblo de China, comenzar a aprender mandarín y ampliar nuestros propios talentos en cualquier especialidad que podríamos dar al pueblo chino. No escuché al presidente Kimball invitar a todos a aprender mandarín, excepto al hermano Nelson. Entonces, ¿estudiarías mandarín conmigo?
Dantzel inmediatamente se alistó, y entonces contrataron tutores para ayudarlos. Sin embargo, no se dieron cuenta que ese simple paso generaría importantes beneficios en un corto período de tiempo.
Apenas habían comenzado a aprender mandarín cuando, unos meses después, el Dr. Nelson asistió a la reunión anual de la Asociación Estadounidense de Cirugía Torácica en Boston. Como de costumbre, se sentó al frente. Pero a medida que avanzaba la reunión, se cansó un poco de estar sentado y cuando las luces se atenuaron durante una presentación, se puso de pie y caminó hacia el fondo de la sala Después de estirarse durante unos minutos, vio una silla vacía y se sentó. Cuando las luces volvieron a encenderse, se encontró sentado junto a un distinguido cirujano de China, el Dr. Wu Yingkai, director del Hospital Fu Wai en Pekín.
Russell comenzó la conversación con unas pocas palabras en mandarín, lo que intrigó al Dr. Wu, quien luego respondió en un inglés perfecto. Russell se enteró rápidamente de que ese cirujano chino se había capacitado en cirugía torácica en el Hospital Barnes, en St. Louis, y que era un alto funcionario del gobierno de China, lo que equivalía aproximadamente a ser miembro del gabinete del presidente de los Estados Unidos. En poco tiempo, el Dr. Nelson invitó al Dr. Wu a visitar Salt Lake City y, hacia fines de 1979, el Dr. Wu visitó la Escuela de Medicina de la Universidad de Utah para dar una conferencia sobre cirugía con acupuntura. En forma especial, los cirujanos chinos usaban la acupuntura para la cirugía de tiroides, así como para operaciones en las extremidades.
“La conferencia del Dr. Wu fue fascinante, porque nunca habíamos considerado hacer algo con la acupuntura», recordó el Dr. Nelson. “Nunca hubiera funcionado en nuestra cultura, donde estamos más interesados en qué tan rápido alguien puede ser anestesiado. Observé a los acupunturistas chinos pasar varias horas trabajando con sus agujas y con corriente eléctrica para llevar al paciente al punto en el que pudieran operarlo”.
La visita del Dr. Wu a Salt Lake City fue el comienzo de una hermosa amistad y, al final, en más amistades. El Dr. Nelson estuvo en el aeropuerto para recibir al Dr. Wu Yingkai y su esposa para hospedarlos durante su estadía. Al Dr. Wu le gustó lo que vio en Utah, y poco después invitó al Dr. Nelson a ser profesor visitante de cirugía en el Shandong Medical College de Jinan.
“Dantzel y yo no aprendimos a hablar mandarín muy bien», explicó, “pero aprendimos lo suficiente como para que, cuando me invitaron a ir a China como profesor invitado para enseñar cirugía a corazón abierto, yo me sintiera cómodo de aceptar la invitación.
Cuando el Dr. Nelson compartió con el presidente Kimball la carta de invitación para visitar China, a quien todavía veía en citas posoperatorias regulares, el presidente le dijo: “Acepte la invitación. ¡Esto es lo que les he estado diciendo a todos! Aprender a servir al pueblo chino».
A medida que se planeaban futuros viajes a China, el Dr. Nelson interactuó repetidamente con el Dr. Wu, e incluso cenó en la casa de los Wu, a poca distancia de la Plaza de Tiananmen, en Pekín. Rápidamente desarrollaron un mutuo respeto profesional que edificó su relación.
El encuentro “casual” con el Dr. Wu que condujo a la primera experiencia profesional del Dr. Nelson en China inició un intercambio largo y valioso, así como un gran amor por el país y su gente. Y todo comenzó por la forma en que respondió a la invitación del presidente Kimball en el seminario de Representantes Regionales: encontrar una manera de servir al pueblo chino.
“Seguía pensando: ‘Tengo tres vidas que dependen de mis dedos’”. —Dr. Russell M. Nelson
En la primavera de 1980, durante una visita de rutina para revisión de su embarazo, Trudy Olmstead se quejó de una tos persistente que parecía estar empeorando. Una radiografía de tórax reveló un gran tumor que ocupaba la mayor parte de su pulmón derecho, y las pruebas posteriores indicaron que era un tumor agresivo y de rápido crecimiento que “probablemente» era maligno, aunque la patología que se le hizo no fue concluyente. Los médicos del hospital de Santa Bárbara, California, donde Trudy ingresó, le informaron a ella y a su esposo, Rick, que debía abortar al bebé de inmediato para que pudiera comenzarse el tratamiento.
Luego, los médicos decidieron realizar una ecografía final del feto en crecimiento. “Estaba despierta durante ese escaneo», recordó Trudy, “y cuando escuché a uno de los médicos decir: ‘Oh, cariño’, me pregunté qué habían encontrado ahora. Pero todo cambió para mí cuando el médico me dijo: ‘Estás embarazada de mellizos’. En ese momento me dije: ‘El Señor no me permitió concebir mellizos solo para abortarlos. Debemos luchar por sus vidas”’. (Entrevista con la autora el 3 de noviembre de 2018)
No obstante, los médicos del hospital de Santa Bárbara, así como los especialistas de la USC y la UCLA, continuaron insistiendo en los términos más enérgicos en que la única forma de salvar la vida de Trudy era abortar a los gemelos y comenzar el tratamiento contra el cáncer.
A medida que aumentaba la presión para proceder con ese aborto, Rick comenzó a insistir en que buscaran a un médico santo de los últimos días para que revisara la situación de Trudy y les aconsejara. “Mi esposo no se amilanaba», recordó Trudy. “Se enfrentó a los médicos, e incluso a los familiares que le decían que debía escuchar a esos médicos y no amenazar mi vida». (Entrevista con la autora el 3 de noviembre de 2018; vea también la autobiografía de Peggy Jean Huish Andersen, págs. 228-38)
Fue la insistencia de Rick en consultar con un médico santo de los últimos días lo que motivó que el padre de Trudy, Dwayne N. Andersen, tuviera una inspiración. Apenas unas semanas antes, se había estado capacitando en el Templo de Salt Lake para su próxima asignación como primer presidente del Templo de Tokio, Japón y, casualmente, en ese tiempo le habían presentado al Dr. Russell M. Nelson. Tuvieron una breve pero cordial conversación. Mientras Dwayne reflexionaba sobre ese encuentro, sintió que debía comunicarse con el Dr. Nelson.
Cuando Dwayne le explicó la situación, el Dr. Nelson accedió a revisar el caso. Esa tarde Dwayne reunió los registros médicos y los informes patológicos de Trudy de varios hospitales de California, voló a Salt Lake City y apareció en la puerta de los Nelson esa noche alrededor de las 10:00 p. m. El Dr. Nelson tomó los registros de Dwayne, le dijo que los estudiaría e indicó que ya había hablado con el médico de Trudy en California para recopilar más información y que había acordado reunirse con varios colegas temprano a la mañana siguiente para revisar el caso. Luego, según Trudy, el Dr. Nelson miró directamente a Dwayne a los ojos y dijo: “El Señor y yo hablaremos de esto esta noche», (entrevista con la autora el 3 de noviembre de 2018)
A la mañana siguiente Dwayne fue al Hospital Santo de los Últimos Días, donde el Dr. Nelson y sus colegas le dijeron tres cosas: primero, el tumor de su hija estaba creciendo rápidamente y, debido a que estaba invadiendo el corazón, ponía en peligro su vida. Sin embargo, no creían que fuera maligno. “Su hija no tiene cáncer», le dijeron los médicos. En segundo lugar, dijeron: “No permitan que ningún médico toque a esos bebés, porque el Señor es quien decidirá si esos bebés viven o mueren». Y tercero, “el tumor debe extirparse lo antes posible”. Cuando el Dr. Nelson explicó la necesidad urgente de una cirugía, uno de los médicos en la sala señaló a Russell y dijo: “¡Este es el hombre indicado para hacerla!”. (Entrevista de Trudy Andersen Olmstead con la autora el 3 de noviembre de 2018; vea también la autobiografía de Dwayne N. Andersen, págs. 150-53)
Ocho días después, Trudy se encontraba acostada en una camilla en un pasillo frente a una sala de operaciones, en el Hospital Santo de los Últimos Días. “El Dr. Nelson estaba en bata cuando habló conmigo antes de que me llevaran al quirófano”, recordó Trudy. “Nunca olvidaré lo que me dijo: ‘El Señor y yo cuidaremos de ti hoy’.
“Cuando el Dr. Nelson me dijo eso, todas las preocupaciones y todos los miedos desaparecieron”, agregó Trudy. “En ese momento supe que estaba haciendo lo correcto y que estaba en las manos del Señor”.
La operación resultó ser complicada y más extensa de lo previsto. “El tumor estaba tan cerca del corazón que no había una abrazadera lo suficientemente angosta que yo pudiera colocar en la arteria y aún tener espacio para la hoja de corte de las tijeras”, explicó el Dr. Nelson. “Por lo tanto, había que cortar la arteria pulmonar sin sujetarla con una pinza. Mi única opción era poner mi dedo en la arteria para detener la sangre y mantenerlo allí hasta que pudiera suturar la arteria para cerrarla. Todo el tiempo seguía pensando: ‘Tengo tres vidas que dependen de mis dedos’”.
La operación, una neumonectomía derecha total (extirpación del pulmón derecho), salvó la vida de Trudy y preservó la vida de dos gemelitas sanas nacidas cinco meses después, el 7 de noviembre de 1980, llamadas: Heather y Nicole.
Una noche, mientras Trudy todavía estaba en el hospital, escuchó que tocaban a la puerta y la voz del Dr. Nelson que le preguntaba si estaba despierta, cuando ella respondió que sí, él y Dantzel entraron. “Quería que dos mujeres importantes en mi vida se conocieran”, explicó el Dr. Nelson. Cuando le contó a Dantzel sobre la operación que había realizado, Trudy comenzó a darse cuenta de lo bendecida que era por estar viva y de tener dos bebés creciendo dentro de ella. Ella sabía que el Señor había obrado un milagro en ella.
Con el tiempo, los “bebés milagrosos de Trudy» tuvieron la oportunidad de conocer al cirujano que les había salvado la vida; para entonces él había sido ordenado apóstol y llamado al Cuórum de los Doce. Heather acababa de graduarse de la Universidad Estatal de Utah cuando conoció al élder Nelson.
“Él sacó su diario donde tenía registrados los detalles médicos de la operación de mi madre, y me dijo que mi madre era un ángel. Eso fue muy impresionante para mí», admitió Heather. “Pensar que ella era un ángel aquí en la tierra realmente cambió mi relación con mi madre. El élder Nelson me miró con sus penetrantes ojos azules y yo le creí; realmente le creí y me sentí
agradecida de que él pudo con oración tratar la situación médica de mi madre para salvar su vida, la de mi hermana y la mía”. (Entrevista con la autora, 24 de octubre de 2018)
La emergencia médica de Trudy también resultó ser un salvavidas de otra manera. En el momento de su diagnóstico, ella y Rick tenían nueve años de casados, pero no se habían sellado en el templo. “Todo ese episodio cae en la categoría de tener cuidado por lo que oras”, admitió Trudy. “Durante años le había dicho al Padre Celestial que haría cualquier cosa con tal de que nos ayudara a mí y a mi esposo a ir al templo. Fue la amenaza de perder mi vida y la de nuestras bebitas lo que lo impulsó”. (Entrevista con la autora el 3 de noviembre de 2018)
En cuestión de días, eso se resolvió. El viernes anterior a la operación de Trudy, ella y su esposo fueron al Templo de Provo para recibir su investidura y posteriormente ser sellados junto con sus tres hijos. (Vea la entrevista de Trudy Andersen Olmstead con la autora del 3 de noviembre de 2018)
Al escribir esas líneas, Nicole estaba casada y tenía una hija. Heather era la entrenadora principal del equipo de voleibol femenino de la Universidad Brigham Young, que estaba clasificado a nivel nacional; y ella fue nombrada Entrenadora del Año por la Asociación Estadounidense de Entrenadores de Voleibol en diciembre de 2018.
En cuanto al papel del Dr. Nelson, él se había acostumbrado a salvar vidas, pero nunca antes tuvo el dilema de tener que salvar tres vidas al mismo tiempo. “En retrospectiva puedo ver cómo el Señor me guio para hacer esa operación”, reflexionó él. “Él me guio a través de ese peligroso lapso, cuando tuve que cerrar con mi dedo la arteria pulmonar derecha. Nunca he hecho algo igual antes o después”.
“Las condiciones para operar en China eran más primitivas que en los Estados Unidos, pero el Dr. Nelson nunca se quejó”. —Dr. Zhang Zhen-Xiang
Por invitación del Dr. Wu Yingkai, en septiembre de 1980 Russell y Dantzel se dirigieron a China, donde Russell había aceptado un puesto como profesor invitado de cirugía en la Facultad de Medicina de Shandong, en Jinan. Sería el primero de muchos viajes de ese tipo.
El Dr. Zhang Zhen-Xiang, jefe del departamento de cirugía en Jinan y colega cirujano del Dr. Wu, los saludó y sirvió como acompañante e intérprete durante su visita. Mientras iban en auto desde el aeropuerto hasta el hotel, el Dr. Zhang se sorprendió por la pronunciación de Beijing de Dantzel, y dijo que era la “primera vez que escuchaba a un occidental pronunciar caracteres chinos de manera tan hermosa y con la inflexión musical adecuada al final de una palabra”.
Fue el Dr. Wu, quien había extendido la invitación al Dr. Nelson para que viniera a China, el que eligió que fuera a Jinan, la ciudad capital de la provincia de Shandong; eso fue importante porque el Dr. Wu, como ministro de salud de todo el país, podría haberlo invitado a cualquier otra parte. “Eso fue por la mano del Señor” dijo Russell, “porque me llevó al Dr. Zhang”. Con el tiempo, su relación con el Dr. Zhang daría frutos importantes.
Russell dio conferencias y dirigió operaciones clínicas sobre cirugía cardiovascular en la Facultad de Medicina de Shandong durante casi un mes, y Dantzel se quedó con él todo el tiempo, un prototipo que repitieron en cada viaje sucesivo.
En ese momento los cirujanos chinos de la facultad de medicina de Jinan estaban realizando operaciones del corazón, pero todavía ninguna cirugía a corazón abierto. Durante ese viaje y en los siguientes, el Dr. Zhang invitó a colegas médicos de toda China para asistir a las conferencias y a las operaciones clínicas del Dr. Nelson. Russell comenzaba cada conferencia en mandarín y luego cambiaba al inglés, confiando en la interpretación del Dr. Zhang. El Dr. Nelson también dio conferencias en la facultad de medicina de Qing Dao, en la provincia de Shandong y, según el Dr. Zhang, después de cada conferencia, “escuchaba atentamente todas las preguntas planteadas por la audiencia y respondía a cada una en detalle. Mostró mucha paciencia, respeto y cortesía para sus colegas chinos”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 217)
Russell y Dantzel disfrutaron inmensamente de su primer viaje a China y el haberse empapado de la cultura china. Había muchas cosas agradables y respetables. Se quedaron en una vivienda dentro de las instalaciones del hospital; y una mañana en que llegaron sus anfitriones para recogerlos, vieron por la ventana a la pareja arrodillada. Sin darse cuenta de que estaban orando, los anfitriones chinos creyeron que habían perdido algo y se apresuraron a ayudarlos a encontrarlo.
Más tarde, mientras Russell y Dantzel se preparaban para irse, sus anfitriones les dieron como regalo de despedida los típicos pasteles chinos de luna. “Les hicimos una ‘biopsia’ y descubrimos que nuestras papilas gustativas estadounidenses no apreciaban el sabor de los pasteles de luna”, dijo Russell, “así que amablemente los dejamos en nuestra habitación. Apenas habíamos llegado al auto cuando alguien vino corriendo detrás de nosotros gritando: ‘Olvidaron sus pasteles de luna’. Y tuvimos que esperar hasta estar en Pekín para prescindir de ellos, pero uno no tiene nada que enseñar a la gente de China sobre la honestidad. Puede ser incómodo a veces, porque son muy francos. Ellos sin dudar te dirán si estás muy gordo o si pareces viejo. Pero no tienes que dudar acerca de su honestidad. Eso nos pareció muy encomiable”.
Después del primer viaje a Jinan, el Dr. Nelson invitó al Dr. Zhang y a otros dos colegas a Salt Lake City a una amplia visita para observarlo a él y a otras personas realizar una cirugía a corazón abierto en el Hospital Santo de los Últimos Días. Los chinos siempre correspondían, invitando al Dr. Nelson a regresar a China una y otra vez. Durante varios años, el Dr. Nelson y el Dr. Zhang intercambiaron posiciones cada año. El Dr. Zhang venía a Salt Lake City un año y el Dr. Nelson a Jinan al siguiente.
Cuando estaba en Utah, el Dr. Zhang normalmente cenaba en la casa de Nelson, jugaba al ping-pong con Russell y su hijo, Russ Jr., en el sótano, y disfrutaba de una amistad cada vez más profunda, así como del respeto mutuo de ser colegas cirujanos.
“El Dr. Nelson operó en el Hospital de Shandong muchas veces”, dijo el Dr. Zhang, “y durante cada operación asumía el puesto de primer asistente para enseñar a los cirujanos la mejor manera de realizar sus operaciones”. Eso era para honrar al cirujano chino, para que no se sintiera humillado si alguien más le enseñaba.
En ese momento las condiciones para operar en China eran más primitivas que en los Estados Unidos. Una palabra en mandarín que Russell aprendió rápidamente en la sala de operaciones fue “mayo” (De la Ortografía fonética inglesa). A menudo, cuando pedía algo que necesitaba, la respuesta era “mayo”, lo que significaba que no lo tenían. Y cuando una bicicleta con los neumáticos llenos de lodo entró en una de sus salas de operaciones con los suministros necesarios, supo que ya no estaba en Salt Lake City.
Pero “el Dr. Nelson nunca se quejó”, continuó el Dr. Zhang. “Él nunca perdía la paciencia cuando una enfermera del equipo de cirujanos malinterpretaba su pedido. Trabajó muy duro e hizo un trabajo excelente”. En resumen, los “cirujanos y enfermeras chinos estaban muy contentos porque habían aprendido mucho de este paciente y cariñoso cirujano estadounidense».
Esa prolongada e íntima asociación con sus colegas chinos dio frutos de muchas clases. Russell llegó a amar al pueblo chino y a entender la grandeza de sus corazones; estaba enamorado de su cultura y de la disciplina que demostraban como pueblo. Y el Dr. Nelson aprovechó las oportunidades para compartir sus creencias fundamentales más allá del quirófano. “Él dio una vez una conferencia sobre la grandeza de la naturaleza”, explicó el Dr. Zhang, “enseñando acerca del Gran Creador y de los profetas y apóstoles; fue bienvenido y muy respetado a dondequiera que fue. Tenía la apariencia de un occidental para los chinos, pero su corazón estaba muy cerca del nuestro”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 217)
Por las repetidas veces en que se asociaron Russell y el Dr. Zhang sus relaciones florecieron de una manera que nunca podría él haber previsto. A principios de 1990, seis años después de su llamamiento al Cuórum de los Doce Apóstoles, recibió una carta del Dr. Zhang que lo tomó por sorpresa. El Dr. Zhang le explicó que había vivido bajo los regímenes japonés y chino, y que había vivido en un ambiente presbiteriano y trabajado en un hospital también presbiteriano. Luego dijo que ya tenía setenta años y que la única forma de vida que tenía sentido para él era una como la de Russell Nelson.
El Dr. Zhang sabía que no se le podía enseñar el Evangelio en China, así que le preguntó al élder Nelson: “Si mi esposa y yo nos mudamos a Toronto para vivir cerca de nuestra hija, ¿alguien podría enseñarnos sobre su religión?”. Sí, le aseguró el élder Nelson. ¡Eso puede arreglarse!
El élder Nelson se comunicó de inmediato con el presidente Sidney A. Smith, presidente de la misión en Toronto, y le pidió que enviara a sus mejores misioneros para reunirse con el Dr. Zhang y su esposa, lo cual hizo él. En poco tiempo, el presidente Smith le hizo saber al élder Nelson que el Dr. Zhang y su esposa estaban listos para el bautismo. El élder Nelson se acercó al presidente de su cuórum, Howard W. Hunter, y le preguntó si podía recibir una asignación en algún lugar del este de los Estados Unidos, en el fin de semana en que se iba a efectuar el bautismo, para que él también pudiera llegar a Toronto para participar en esa ordenanza. El presidente Hunter accedió y, para sorpresa de todos en Toronto, el Domingo de Pascua de Resurrección, a la hora señalada, el élder Nelson entró sin anunciarse pero preparado para bautizar a su viejo amigo, el Dr. Zhang Zhen-Xiang.
Enseguida ordenó al Dr. Zhang al oficio de presbítero en el Sacerdocio Aarónico, y entonces el Dr. Zhang tuvo el privilegio de bautizar a su esposa, Zhou Qingguo. Cuatro meses después, en agosto de 1990, el élder Nelson participó en la dedicación del Templo de Toronto, Ontario, donde lo más destacado para él fue ver al hermano y la hermana Zhang en ese templo. “Lloré de alegría por él, y él también”, admitió el élder Nelson. Y luego, casi un año después del bautismo, el élder Nelson efectuó el sellamiento de ellos.
Y todo comenzó cuando Russell aceptó la encomienda del presidente Kimball de aprender mandarín. “A menudo me preguntaba”, dijo el Dr. Zhang, ‘“¿Cómo puede un hombre ser tan amigable, tan amable, tan amoroso, tan generoso, tan trabajador, tan humilde, tan paciente, tan considerado y, en una palabra, tan desinteresado?’ Después de visitar Salt Lake City en 1980 y nuevamente en 1985, gradualmente comencé a darme cuenta de que era su gran fe en Dios lo que lo motivaba”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 227)
“Somos creados a la imagen de Dios, y Él nos dio a cada uno de nosotros un gran regalo: el cuerpo que alberga nuestro espíritu eterno”. —Dr. Russell M. Nelson
La admiración y el respeto del Dr. Nelson por el cuerpo humano fueron su mayor interés a lo largo de su vida. Le fascinaba ver cómo algunas dolencias se curaban por sí solas y otras no. Como cirujano, cuando diagnosticaba la dolencia de algún paciente, tenía que responderse una pregunta fundamental: ¿se mejoraría esa dolencia por sí sola con el tiempo o empeoraría? Una costilla fracturada sanará con el tiempo, pero una válvula cardíaca deteriorada no lo hará. Entonces, en el caso de una válvula cardíaca enferma, el desafío del cirujano es hacer que el paciente lleve un régimen que permita que el cuerpo se cure por sí mismo.
Por otro lado, se maravillaba de cómo funcionaba el cuerpo humano. “El cuerpo humano es un regalo increíble”, declaró. “Cuando yo era un médico joven, traté de desarrollar un corazón artificial. Así que compré algunas bombas quirúrgicas y, sabiendo que el corazón necesita bombear sangre, fui al laboratorio y busqué un lugar para enchufar mis bombas. No podía hacer funcionar esas bombas sin electricidad. Y entonces me di cuenta de que mi propio cuerpo tiene su propio suministro de electricidad. Si alguna vez usted se ha hecho un electrocardiograma, lo que su médico le muestra es una representación gráfica de la corriente eléctrica que pasa por el corazón. Y así no necesitamos estar enchufados a la pared. El corazón bombea suficiente sangre para llenar un tanque de 2000 galones todos los días, ya sea que estemos despiertos o dormidos, el corazón hace su trabajo. Y luego aprendí cómo el cuerpo humano se regula a sí mismo. La temperatura de nuestro cuerpo suele ser de unos 38 grados centígrados; ya sea que viva en Alaska o Samoa, es casi la misma siempre. Y el cuerpo humano regula innumerables ingredientes para que siempre estén en un determinado nivel. El cuerpo humano puede curarse a sí mismo. Si te haces una cortadura, sabes que sanará. Si te rompes una pierna, lo más probable es que sane. Tienes que mantener las partes rotas juntas por un tiempo, pero piensa en eso. Si pudieras crear una silla que pudiera arreglar su propia pata rota, podrías usarla perpetuamente. Cada uno de nosotros tiene un regalo de Dios que es nuestro cuerpo, y que en algunas circunstancias puede curarse a sí mismo”.
Sin embargo, cuando todo estuvo dicho y hecho, el Dr. Nelson aprendió que el poder de sanar es un regalo de Dios. En febrero de 1978 Russell y un grupo de médicos con los que se había graduado treinta años antes hicieron un viaje rápido a Manzanillo, México. Fue una buena oportunidad para ponerse al día, comparar notas y experiencias profesionales y disfrutar de la compañía mutua. Mientras estaba allí, uno de los médicos se enfermó gravemente, y el grupo acompañante de médicos rápidamente diagnosticó que tenía una hemorragia masiva en el estómago.
Estaba rodeado de médicos, pero allí, en un remoto pueblo de pescadores a muchas millas del hospital más cercano, no podían ayudarlo. Era de noche y ningún avión podía volar en esas condiciones. No había un equipo médico para hacer una transfusión. Las décadas de experiencia médica que compartían esos médicos eran básicamente inutilizables.
Entonces el paciente pidió una bendición del sacerdocio. Los que poseían el Sacerdocio de Melquisedec se reunieron a su alrededor mientras Russell pronunciaba una bendición en la que el Espíritu le indicó que mandara que se detuviera la hemorragia y le prometiera al hombre que viviría y se recuperaría.
La hemorragia se detuvo, el hombre sobrevivió y se recuperó para vivir muchos años más.
Después de años de experiencia en el quirófano con milagros ocurridos allí, el Dr. Nelson también era muy consciente de los límites de su profesión.
“Los hombres pueden hacer muy poco por sí mismos para curar cuerpos enfermos o quebrantados”, dijo él. “Con una educación pueden hacer un poco más; con títulos y capacitación médica avanzada, aún se puede hacer otro poco más. Sin embargo, el verdadero poder para sanar es un regalo de Dios. Él ha decidido que parte de ese poder pueda aprovecharse mediante la autoridad de su sacerdocio, para beneficiar y bendecir a la humanidad cuando todo lo que el hombre puede hacer por sí mismo ya no sea suficiente”. (Marvin K. Gardner, “Élder Russell M. Nelson”)
“Gracias por la bendición, ahora puede hacer lo que sea necesario para que esa bendición sea una realidad”. —El presidente Spencer W. Kimball
En mayo de 1981, el presidente Spencer W. Kimball tuvo otro problema con su corazón que requirió un marcapasos. Una vez más, recurrió al Dr. Nelson, quien realizó el procedimiento. El resultado fue el esperado, y así el presidente Kimball pudo salir diez días después hacia Chile, donde participo en la Ceremonia de la palada inicial para un templo en Santiago. Pero solo unas semanas después, un sábado por la mañana, Russell recibió una llamada del Dr. Ernest Wilkinson, el médico familiar del presidente Kimball, diciéndole que el marcapasos no funcionaba. “Era una llamada que no hubiera querido recibir”, admitió el Dr. Nelson. “Le dije que trajera al presidente Kimball al hospital y que lo vería de inmediato”.
El Dr. Nelson acababa de terminar un procedimiento médico y todavía estaba en bata. Y confirmó que el marcapasos del presidente Kimball no funcionaba y que era necesario otro procedimiento que debían realizar de inmediato. El presidente Kimball estuvo de acuerdo y entonces le dijo a su cirujano: “Hermano Nelson, deme una bendición”.
Antes de lavarse las manos escrupulosamente para ese nuevo procedimiento, el Dr. Nelson pronunció una bendición en la que le dijo al profeta que el marcapasos funcionaría y que iba poder reanudar sus deberes. Entonces el presidente Kimball le dijo a Russell: “Gracias por la bendición, ahora puede hacer lo que sea necesario para que esa bendición sea una realidad”.
Durante el procedimiento, el Dr. Nelson descubrió que, si bien el marcapasos en sí se veía bien, había sangre debajo del aislamiento de plástico del cable que iba desde el generador de pulsaciones hasta el corazón. Inmediatamente supo que había una ruptura en el aislamiento, reemplazó el cable defectuoso y lo volvió a conectar al marcapasos. Eso funcionó perfectamente.
“Ese episodio fue una gran lección para mí”, reflexionó el Dr. Nelson. “Se me recordó una vez más que las bendiciones se basan en la obediencia a la ley. El paciente puede orar, las familias pueden orar, yo puedo orar, pero si me equivoco, todas las oraciones del mundo no compensarán ese error, porque la ley se tiene que cumplir. Tienes que hacer un arreglo perfecto, de lo contrario tendrás un mal resultado. Así aprendí acerca de la obediencia absoluta a las leyes de Dios. Mis alumnos y los equipos de cirujanos del ejército solían preguntarse por qué era yo tan exigente con cada paso de una operación, pero aprendí que cada paso tiene que ser perfecto para que el resultado sea perfecto. Siempre hay una mejor manera de hacer cada pequeña maniobra en una operación complicada”.
La práctica de la cirugía le enseñó al Dr. Nelson que nunca puede haber una bendición sin “la obediencia a aquella ley sobre la cual se basa”. (Doctrina y Convenios 130:21) Aun si fuera para un profeta de Dios, el Señor no quebrantaría la ley que gobierna los campos eléctricos y el aislamiento.
“La misma verdad se aplica a lo que tuvo que pasar el Hijo de Dios para cumplir la ley que nos daría el privilegio de la vida eterna y la exaltación”, agregó Russell. “El Salvador tenía que llevar a efecto la Expiación. Tuvo que pasar por eso, porque esa era la ley sobre la cual se basaban las bendiciones que vendrían después. Una bendición viene a través de la obediencia a la ley que gobierna esa bendición”.

























Gracias por compartir me hice miembro de la iglesia en 1979 y tuve la bendición de ver al Profeta Spenser WKimbal y desde ese momento El Espíritu me testifica que Era enviado del Señor y siempre e admirado a mis profetar y tengo muchas vivencias de CD uno de ellos mi testimonio a crecido mucho ales e amado a todos después sel profeta Kimbal CD uno me a dejado recuerdos pero mi profeta actual me a marcado muchas vivencias muy espirituales CD cambio como ven sígueme y todo lo que El hace me a hecho más obediente al evangelio y al escuchar su historia no tengo ninguna duda que nuestro Padre Celestial lo preparo para esta dispensación gracias mi corazón esta agradecido por el profeta Jose Smith gracias bendiciones oro por la vida de nuestro profeta Rosel M Nelson gracias bendiciones saludos digo esto en el nombre de mi Salvador Jesucristo Amen
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Estamos en la verdad…este es el evangelio restaurado…el ESPÍRITU SANTO me lo testifica..creo en nuestro PADRE CELESTIAL y en SU hijo JESUCRISTO….la iglesia está organizada como la iglesia que dirigió JC….me encanta saber que pertenezco a ella soy feliz gracias a unas valientes misioneras que me enseñaron hace 40 el años ..los misioneros son extremadamente importantes demosle la mano siempre …en el nombre de JESUCRISTO amén
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Me hice miembro de la iglesia ase 8 años en el transcurso de este tiempo tengo un testimonio del evangelio que es verdadero …Las enseñanzas del señor su doctrina…y de sus líderes son para mi la guía el camino hacia la ✨️
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