Tercera Parte
El Cuórum De Los Doce Apóstoles
De 1984 A 2015
“Llama a Nelson y Oaks […] en ese orden”. —El presidente Spencer W. Kimball
El 11 de enero de 1983 falleció el Élder LeGrand Richards, del Cuórum de los Doce. A menos de tres meses de la conferencia general de abril, los miembros esperaban expectantes el llamamiento de un nuevo apóstol. El llamamiento de un hombre para llenar una vacante en el Cuórum de los Doce Apóstoles es responsabilidad y prerrogativa del Presidente de la Iglesia. Solo él tiene la autoridad para recibir revelación acerca de los que el Señor ha preparado y seleccionado para ese alto y santo llamamiento.
Durante los meses anteriores a la conferencia general, la salud del presidente Kimball se había vuelto cada vez más frágil y su memoria irregular. Para decepción de muchos, la Conferencia General de abril de 1983 tuvo lugar sin que se anunciara un nuevo llamamiento al Cuórum de los Doce.
A medida que se acercaba la Conferencia General de octubre de 1983, volvió a aumentar la especulación de que esta vez, seguramente, se cubriría la vacante que había en el Cuórum de los Doce. Pero de nuevo no hubo ningún anuncio al respecto, nadie fue llamado. La conferencia se efectuó por segunda vez con un asiento vacío en el Cuórum de los Doce.
Entonces, el 11 de enero de 1984, un año después del fallecimiento del élder Richards, falleció el élder Mark E. Petersen, también de los Doce Apóstoles.
Ahora había dos vacantes en el Cuórum de los Doce y, tal vez, la situación era más crítica. La salud del presidente Kimball se había deteriorado aún más y su mente era menos ágil. Para empeorar las cosas, los que estaban al tanto de la situación sabían que el presidente Kimball no estaba en condiciones de recibir la revelación para extender dichos llamamientos.
Una de esas personas era el Dr. Nelson. La semana anterior a la Conferencia General de abril de 1984, la enfermera del equipo de Russell, Jan Curtis, mencionó lo emocionada que estaba por la próxima conferencia porque se llamaría a dos nuevos apóstoles. Russell trató de decirle discretamente que eso no iba a suceder. “Yo era su médico y sabía que eso no era factible, que el presidente Kimball no estaba lo suficientemente bien o lúcido para hacerlo. Le expliqué que llamar a un apóstol es prerrogativa del Presidente de la Iglesia, y que el presidente Kimball simplemente no estaba en condiciones de hacerlo”.
Durante varios meses el presidente Gordon B. Hinckley, el único miembro saludable de la Primera Presidencia en ese momento (la salud del presidente Marión G. Romney también se había deteriorado), había dejado instrucciones a los que cuidaban al presidente Kimball de que, si su mente en algún momento se aclaraba, debían llamarlo inmediatamente, sin importar la hora. Mes tras mes pasaron sin novedades. De vez en cuando el presidente Hinckley visitaba al presidente Kimball, pero nunca se presentó la oportunidad de hablar de un tema tan espiritualmente delicado como los llamamientos para el Cuórum de los Doce Apóstoles.
Entonces, alrededor de las 2:30 a. m. del miércoles anterior a la Conferencia General de abril de 1984, sonó el teléfono en la casa del presidente Hinckley. El presidente Kimball estaba lúcido y quería hablar con él. El presidente Hinckley fue rápidamente al centro de la ciudad, a la suite del presidente Kimball en el Hotel Utah, donde se planteó el tema de las vacantes en el Cuórum de los Doce. El presidente Kimball dijo simplemente: “Llama a Nelson y Oaks al Cuórum de los Doce, en ese orden”.
Dos días después, el viernes por la mañana, el presidente Hinckley hizo venir al Dr. Nelson, que estaba en el seminario para Representantes Regionales. Le hizo a Russell solo una pregunta: “¿Está su vida en orden?” Cuando respondió que sí, el presidente Hinckley respondió: “Bien, porque mañana presentaremos su nombre para que sea sostenido como uno de los Doce Apóstoles”. (Dew, Go Forward with Faith, pág. 402) Dicho esto, el presidente Hinckley abrazó al atónito Russell M. Nelson y ambos lloraron. “Tiene permiso para ir a casa y decírselo a su esposa”, dijo el presidente Hinckley.
Aturdido por el llamamiento, Russell condujo directamente a casa, ansioso de ser confortado por su esposa. Sin embargo, cuando entró por la puerta, lo recibió el inquietante silencio de una casa vacía, algo inusual en la ajetreada casa de Nelson. Dantzel había ido de compras. Así que caminó de un lado a otro y trató de ordenar las preguntas, las incertidumbres y la abrumadora sensación de insuficiencia que corrían por su mente y por su corazón.
Ese llamamiento significó el final de su vida como “el Dr. Nelson”. Después de décadas de curar corazones operándolos, ahora intentaría curarlos de una manera diferente. Después de invocar diariamente al Señor para que lo ayudara a tomar las miles de decisiones de vida o muerte que había enfrentado, ahora apelaría a Él diariamente para que lo ayudara a ser un instrumento en Sus manos.
Pero había muchas preguntas sin respuesta: ¿Qué pasa con las operaciones que ya se había comprometido a hacer? ¿Qué tal una temporada como profesor visitante en China de la que se suponía que debía empezar el mes siguiente? ¿Qué significaría esto para su familia y cómo responderían? ¿Estaba espiritualmente preparado para esto? La respuesta inmediata a esa última pregunta parecía un rotundo no y, sin embargo, no podía negar lo que había sentido cuando el presidente Hinckley le extendió el llamamiento.
Finalmente, cuando Dantzel regresó a casa, simplemente le dijo: “Cariño, será mejor que te sientes”. Cuando él le dijo que lo habían llamado para ocupar una de las dos vacantes en el Cuórum de los Doce, la respuesta instantánea de ella lo puso al borde de las lágrimas: “¡No conozco a nadie que sea más digno que tú!”
“De todas las personas que conocían mis imperfecciones”, dijo Russell, “ella las conocía mejor que nadie. Entonces, que ella respondiera como lo hizo significaba todo para mí. Como ella lo había hecho tantas veces antes, calmó mi corazón ese día”.
Durante la sesión del sábado por la mañana de la conferencia general, Russell Marión Nelson y Dallin Harris Oaks fueron sostenidos como nuevos miembros del Cuórum de los Doce Apóstoles.
En su actuar como “el Dr. Nelson”, él había logrado encumbrarse profesionalmente. No solo fue considerado en todo el mundo como un pionero de la cirugía a corazón abierto, sino que sus logros fueron validados por los puestos que había ocupado: Director del Programa de Cirugía Torácica de la Universidad de Utah, Presidente de la Asociación Médica del Estado de Utah, Presidente de la División de Cirugía Torácica en el Hospital Santo de los Últimos Días, Presidente de la Sociedad de Cirugía Vascular y Director de la Junta Estadounidense de Cirugía Torácica, que era más o menos similar a ser nombrado miembro de la Corte Suprema en su profesión.
Pero ahora, al igual que Pedro, Santiago, Juan y todos los doce apóstoles originales, tanto él como el élder Oaks habían sido llamados directamente desde sus actividades profesionales al Cuórum de los Doce. Al igual que aquellos primeros apóstoles, ahora se dedicarían al servicio del Señor de tiempo completo, y a la edificación de Su reino.
A los dos se les pidió no decirle a nadie más acerca de eso, sino solo a su esposa, por lo que la numerosa familia de Russell escuchó la noticia al mismo tiempo que el resto de los miembros de la Iglesia. Su hija Emily, que esperaba un bebé, llamó a su padre después de la sesión de apertura de la conferencia: “Papá, fue tanta la emoción que me causó el anuncio que creo que estoy por comenzar con los dolores de parto”. Esa noche ella dio a luz al vigésimo segundo nieto de Russell y Dantzel. Cuando el élder Nelson habló por primera vez en la conferencia general, a la mañana siguiente, le dijo al presidente Hinckley que “él debería al menos recibir crédito por ‘la ayuda’“ con la entrega de ese bebé. (Nelson, “Llamado al Santo Apostolado”)
En sus comentarios, el élder Nelson reconoció la “insuficiencia personal” que sintió ante ese llamamiento. “Ese sentimiento se intensifica”, dijo, “al reflexionar en el incomparable poder del élder LeGrand Richards y del élder Mark E. Petersen, cuya ausencia realmente se hace sentir. Para mí ellos eran muy queridos amigos, así como líderes muy apreciados. Entonces, al mirar a mi alrededor y ver el dinamismo de quienes están mucho más preparados que yo, me invade un sentimiento de humildad hacia mi llamamiento.
Continuó en su mensaje inicial como apóstol volviendo a un tema favorito: Aun cuando en la realidad de los hechos vengo a vosotros como producto de la ciencia de la medicina, en un sentido más exacto he sido forjado por la disciplina de las leyes. No las leyes de los hombres […] sino las leyes irrevocables de nuestro Creador Divino. El cirujano aprende rápidamente en cuanto a la finalidad incontrovertible de las leyes divinas. Sabe que las esperanzas y los deseos son a menudo simples factores carentes de poder.
Las bendiciones que uno desea se reciben únicamente por medio de la obediencia a la ley divina y de ninguna otra forma […] En este sentido, poca diferencia habrá entre mis actividades pasadas y aquellas que tendré de ahora en adelante. Las infinitas leyes del Señor constituyen las doctrinas de Sus Apóstoles (Nelson, “Llamado al Santo Apostolado”). Los Élderes Nelson y Oaks disfrutaron de la ironía de que, en sus mensajes iniciales, el élder Nelson habló sobre la ley, y el élder Oaks, que en ese entonces se desempeñaba como juez en la Corte Suprema de Utah, habló sobre el corazón.
Cuando el presidente Hinckley concluyó la conferencia de abril de 1984, aseguró a los Santos de los Últimos Días que esos llamamientos se habían realizado bajo la dirección del presidente Kimball y bajo la dirección del Señor. “Quiero darles mi testimonio de que fueron escogidos y llamados por el espíritu de profecía y revelación”, afirmó él. “Si bien el presidente Kimball no puede pararse en este púlpito y hablarnos, en ocasiones podemos conversar con él; y ha dado su autorización para lo que se ha hecho. No habríamos procedido sin la autorización de él”. (Hinckley, “Small Acts”; vea también “President Hinckley Says Lord, Not Men, Called Pair”)
El 7 de abril de 1984 Russell M. Nelson fue ordenado apóstol y apartado como miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles. “En un breve momento”, dijo más tarde, “cambió mi enfoque de los últimos cuarenta años en medicina y cirugía para dedicar el resto de mi vida al servicio de tiempo completo a mi Señor y Salvador, Jesucristo”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 186)
Tomó asiento junto al élder Neal A. Maxwell, quien, entre otros, tomó al élder Nelson bajo su cuidado. No mucho después le envió al élder Maxwell una nota expresando su gratitud por “el privilegio de estar sentado a su lado; y que su eficaz enseñanza y tutoría continúen de forma interminable”. (Hafen, Disciple’s Life, pág. 165) Tiempo después, cuando asistieron juntos a una conferencia regional, el élder Nelson agradeció a su compañero de asiento por ayudarlo a seguir progresando. Él se había dado cuenta de “cuánto has aprendido y por lo tanto eres capaz de enseñar (yo) […] Eso […] me estimula a intentar hacerlo mejor”. (Hafen, Disciple’s Life, pág. 457)
Como uno de los miembros más nuevos del cuórum, todavía se encontraba en un terreno desconocido y estaba agradecido con quienes lo ayudaron en sus esfuerzos por aprender y convertirse en un siervo más eficaz. Estaba empezando a experimentar la singular hermandad del Cuórum de los Doce, descrita conmovedoramente algunos años antes por el élder Mark E. Petersen en el funeral del élder Richard L. Evans: “En el Consejo de los Doce, los hombres están unidos en una gran hermandad que difícilmente puede ser igualada en ninguna parte de la tierra. Esos hombres, esos Doce, tienen un llamado especial y distintivo del Señor. Son llamados con un gran propósito: testificar de Cristo y enseñar Su palabra. Y eso es lo que hacen. Son uno en su comisión divina, unidos en un gran esfuerzo por despertar al mundo a su verdadera oportunidad de encontrar la paz y la vida abundante, esos hombres están unidos en corazón, manos y alma. Ellos se mueven como uno solo. Ellos trabajan como uno solo. Se sienten como uno solo […] [L]os Doce saben lo que es dedicarse por completo a la causa de Cristo”. (“Servicios funerales del élder Richard L. Evans”)
“Me gusta la idea de que esté en China un apóstol ordenado”. —Presidente Gordon B. Hinckley
No mucho después del llamamiento del Élder Nelson al Cuórum de los Doce Apóstoles, un colega médico informó que en una reunión profesional reciente se había anunciado que “el Dr. Nelson ya no practicaría la cirugía de corazón porque su Iglesia lo había hecho santo (canonizado)”.
Por divertida que fuera esa mala interpretación de su llamamiento, con su ordenación como Apóstol, el élder Nelson hizo lo que cualquier otro hombre llamado al Consejo de los Doce ha hecho, tanto en la antigüedad como en esta dispensación: inmediatamente echó sus redes, por así decirlo, “lo dejó todo y Lo siguió”, refiriéndose, por supuesto, al Señor. (Ver Lucas 5:1-11; Marcos 1:17-18)
Sin embargo, todo fue bastante abrumador. Comenzando con el élder Thomas B. Marsh, en esta dispensación solo ochenta y cuatro hombres antes del élder Nelson habían recibido ese llamamiento, y tuvieron que luchar con la amplia gama de emociones y sentimientos que inevitablemente vienen.
“Después de que pasó el impacto inicial”, reflexionó el élder Nelson más tarde, “sentí una gran brecha entre donde estaba espiritualmente y en donde necesitaba yo estar. Había sido cirujano durante treinta y cinco años y estaba en el punto en que podía desempeñar bien esos deberes. Pero instantáneamente me di cuenta de mis debilidades y defectos, y me pregunté cómo podría estar a la altura del estándar espiritual de mis hermanos del Consejo de los Doce”.
A pesar de las dudas personales del élder Nelson, el presidente de su cuórum, el presidente Ezra Taft Benson, lo recibió a él y al élder Oaks con los brazos abiertos esperando que participaran en todo. “El presidente Benson era un apóstol cuando yo estaba en la universidad” reflexionó el élder Nelson, “pero de repente éramos colegas, juntos en el Consejo de los Doce. Pero él no pudo haber sido más atento con mis consejos en el cuórum, porque yo había asumido que no había nada más apreciado que el silencio de un novato, pero él no tendría en cuenta eso. De hecho, si yo guardaba silencio sobre algún asunto, él lo alargaba. Nos aceptó a todos como compañeros sin ninguna distinción”. (Dew, Ezra TaftBenson, pág. 430)
A medida que el élder Nelson reflexionaba sobre las experiencias de su vida, pudo ver las formas en que el Señor lo había estado preparando durante años; y algunos de esos indicadores eran como profesional. Una señal fue el hecho de que el Dr. Don Doty se había unido recientemente a la práctica médica del Dr. Nelson. Siete años antes, Russell y sus socios cirujanos habían tratado de atraer al Dr. Doty, entonces profesor de cirugía en la Universidad de Iowa, para que se uniera a su grupo. Casi lo habían convencido de dar el paso cuando el presidente Hinckley, a quien Russell reportaba en su papel como Presidente General de la Escuela Dominical, dijo que él sentía que el Dr. Doty debería permanecer en Iowa por una temporada. Posteriormente, Doty fue llamado como presidente de estaca en Iowa.
Pero poco antes del llamado al Consejo de los Doce, el Dr. Doty le había preguntado al Dr. Nelson si su invitación anterior para unirse a su práctica en Salt Lake City seguía en pie. Y por supuesto que así era, pues el Dr. Doty acababa de mudarse a Utah. “Don es un maestro cirujano y un maestro Santo de los Últimos Días” afirmó el élder Nelson. “Él ahora ha escrito los libros de texto sobre cómo hacer lo que practicamos. Cuando el presidente Hinckley me preguntó quién cuidaría de mis pacientes en el futuro, le dije que el Dr. Don Doty, el Dr. Conrad Jenson y el Dr. Kent Jones estaban disponibles y que ellos les brindarían una mejor atención que yo”.
El domingo por la noche, después de la conferencia general, el élder Nelson fue a su oficina y le escribió una nota a su recepcionista indicando que cumpliría con cualquier cita ya programada pero que ella no debería programar más. Sin embargo, quedaba una pregunta importante. Había programado pasar el mes de mayo en China dando conferencias sobre las últimas técnicas quirúrgicas y realizando operaciones clínicas. Cuando le preguntó al presidente Hinckley qué debía hacer con respecto a esa obligación, el presidente Hinckley preguntó: “¿Se comprometió con ellos?”. Cuando el élder Nelson respondió que sí, el presidente Hinckley respondió: “Si se ha comprometido, cúmplalo, pero no haga más compromisos. Además”, agregó, “me gusta la idea de que esté en China un apóstol ordenado”.
“El consejo del presidente Hinckley para que yo cumpliera esos compromisos me guio durante el período de transición de mi carrera quirúrgica al servicio de tiempo completo al Señor. Y también he pensado en eso a menudo en otras circunstancias. Es un buen consejo: si ha hecho un compromiso, cúmplalo”.
“Nos encantaría que viniera su socio, pero no tenemos confianza en él. Queremos que venga usted. —Dr. Zhang Zhen-Xiang
Cuando el élder Nelson se dirigió a China un mes después de su ordenación, estaba seguro de que esa sería su última asignación profesional allí. Su carrera médica había quedado atrás. De hecho, cuando las personas continuaron escribiéndole para obtener una opinión médica, su respuesta típica fue: “Cuando acepté mi responsabilidad actual y mi ministerio como Apóstol, dejé atrás la medicina y acepté mi nuevo rol. Le pido que por favor busque el consejo médico competente de aquellos que aún realizan ese procedimiento”. (Church News/KSL, entrevista del 8 de enero de 2018)
Pero menos de un año después, recibió una llamada urgente de su amigo, el Dr. Zhang, pidiéndole ayuda. Un famosa astro de la ópera de Pekín, el Sr. Fang Rongxiang, tenía una insuficiencia cardíaca total y necesitaba una operación de injerto cuádruple de derivación de arteria coronaria. El Sr. Fang, no solo era un aclamado vocalista, sino también un actor y acróbata, además era un héroe nacional, y el Dr. Zhang estaba haciendo todo lo posible para salvar su vida.
El élder Nelson explicó que su llamamiento al Consejo de los Doce había puesto fin a su carrera profesional, pero que tenía un colega bien calificado en Salt Lake City, el Dr. Conrad B. Jenson, que podría realizar la cirugía si enviaban al Sr. Fang a Utah.
“No lo entiende”, explicó el Dr. Zhang. “Está tan enfermo que ni siquiera puede bajar a hacerse una radiografía. Usted tiene que venir aquí ahora.
Una vez más, el élder Nelson intentó aplazar eso y dijo: “Quizás mi colega podría ir allí, entonces”.
El Dr. Zhang insistió: “Nos encantaría que viniera su socio, pero no tenemos confianza en él. Queremos que venga usted. Eso, según la experiencia del Dr. Nelson, fue un ejemplo perfecto de la típica cortesía china combinada con la franqueza.
Reconociendo que la naturaleza amable del Dr. Zhang nunca daría paso a súplicas tan urgentes a menos que la situación fuera grave, el élder Nelson buscó el consejo del presidente Ezra Taft Benson, presidente de su cuórum. El presidente Benson indicó que sería mejor que llevaran ese asunto al presidente Hinckley. Finalmente, tanto el presidente Hinckley como el presidente Benson acordaron que esa era una muy buena oportunidad de prestar un servicio importante en China, y animaron al élder Nelson a ir.
Él y Dantzel habían programado estar en Europa en ese tiempo para una asignación de la Iglesia, por lo que hizo arreglos para que el Dr. Jenson fuera antes a China para realizar las pruebas preoperatorias y ayudar durante la operación. Desde Europa, Dantzel voló hacia el oeste, hasta Salt Lake City, y el élder Nelson voló hacia el este, hasta Pekín; practicando su mandarín y revisando otras notas de sus operaciones durante todo el camino. Cuando aterrizó a las 3:10 a. m., una agradecida delegación china de profesores de medicina, incluido el Dr. Zhang, estaba allí para darle la bienvenida a China.
Al día siguiente, él y el Dr. Jenson ensayaron en detalle cada paso del procedimiento quirúrgico que estaban a punto de realizar. Entonces, a la mañana siguiente, en ayuno y oración, realizaron un impecable injerto de derivación coronario de cuatro pasos en la persona del astro de ópera más famosa de China.
A la mañana siguiente, el élder Nelson fue temprano a la habitación del hospital donde estaba el Sr. Fang para ver cómo seguía y se horrorizó al ver que el monitor cardiopulmonar, un osciloscopio, se veía oscuro. “¡Oh no! ¿Mi paciente murió y nadie me llamó?”, reaccionando con un destello de pánico. Sin embargo, su conmoción disminuyó rápidamente cuando el Sr. Fang lo llamó desde el otro lado de la habitación. Los médicos chinos que lo atendían habían decidido que ya no necesitaban el monitor y lo habían apagado. Y luego, cuando el Sr. Fang dijo que tenía hambre, le llevaron el desayuno. “Nunca hubiera hecho yo ninguna de esas cosas”, admitió el élder Nelson, “pero tenía todo el sentido del mundo para ellos. Él se sentía bien y tenía hambre, así que le dieron de comer”. El élder Nelson se quedó hasta esa tarde y luego, seguro de que el Dr. Jenson y los médicos chinos podrían manejar cualquier cosa que surgiera, tomó un vuelo de regreso a casa. Regresó a Salt Lake City ese jueves a tiempo para tocar el órgano para las Autoridades Generales en su reunión del templo.
Sin embargo, antes de irse de China, él y el Dr. Jenson, cuyos cuidadosos preparativos para la cirugía habían impresionado a los cirujanos chinos y los habían conquistado, recibieron la visita sorpresa de un grupo de personas agradecidas: La familia y los amigos del Sr. Fang, el ministro de salud chino, el jefe de la Compañía de Ópera de Pekín y una delegación de médicos llegaron con obsequios para expresar su gratitud.
Después de un historial distinguido en cirugía torácica, la carrera del Dr. Russell M. Nelson como cirujano del corazón, había llegado a su fin. El 4 de marzo de 1985, en China continental, realizó su última operación a corazón abierto.
“Es al revés, presidente Benson. ¿En qué puedo yo servirle?” —Presidente Gordon B. Hinckley
El 5 de noviembre de 1985, el Élder y la hermana Nelson regresaron a Salt Lake City después de un viaje a Portugal, y fueron recibidos en el aeropuerto por un oficial de seguridad de la Iglesia que le dijo al élder Nelson que el presidente Kimball estaba en una condición desesperada y que lo necesitaban inmediatamente al lado del lecho del profeta. Un oficial de seguridad de la Iglesia llevó a Dantzel a casa mientras que otro llevó al élder Nelson a la habitación del presidente Kimball en el Hotel Utah. Allí esperó, junto con el presidente Gordon B. Hinckley y Arthur Haycock, secretario del presidente, hasta que el profeta del Señor, el mentor y amigo apreciado del élder Nelson, suavemente cruzó el velo.
“Estaba yo sentado junto al presidente Hinckley cuando llamó al presidente Ezra Taft Benson, el siguiente en antigüedad apostólica, para decirle que el presidente Kimball se había ido”, recordó el élder Nelson. “El presidente Benson expresó su profundo dolor y le preguntó al presidente Hinckley, con su típica forma amable, qué podía hacer para servirle. El presidente Hinckley respondió al instante: ‘Es al revés, presidente Benson. ¿En qué puedo yo servirle?”
“En ese momento, el presidente Hinckley me enseñó una gran lección sobre el gobierno de la Iglesia” reflexionó el élder Nelson. Tras el fallecimiento del presidente Kimball, la Primera Presidencia se disolvió instantáneamente y la autoridad de presidencia pasó automáticamente al Cuórum de los Doce Apóstoles, presidido por el presidente Benson.
Posteriormente, el élder Nelson estuvo entre los privilegiados de rendir homenaje al presidente Kimball en su funeral. “Cuando la hermana Kimball me pidió que hablara en el funeral de su esposo, me hizo dos declaraciones significativas muy interesantes: Primero, dijo con una sonrisa: ‘Nadie conocía su corazón mejor que usted’. Segundo, ‘Lo conoció en sus momentos más difíciles’”. (Nelson, “Spencer W. Kimball”)
Él también había sido testigo de los mejores momentos del profeta fallecido, en momentos de fe pura y de valor. Luchó para encontrar las palabras que reflejaran la profundidad de sus sentimientos por el hombre que había llegado a conocer tan bien. “Por su ejemplo” dijo el élder Nelson en el funeral, “se convirtió en mi mejor maestro”. Luego concluyó su tributo con este resumen de la vida del profeta:
“De alguien que conoció su corazón tan bien como ningún otro hombre, de alguien que lo conoció en sus momentos más difíciles, proclamo solemnemente que el presidente Spencer W. Kimball enseñó como profeta y testificó como profeta. Tenía la dignidad de un profeta y la humildad de un profeta. Tenía el valor de un profeta y la bondad de un profeta. Dio socorro como profeta, y sufrió como profeta. Habló como profeta y se le habló como a un profeta. Se reveló como profeta y recibió revelación como profeta. Bendijo como profeta y fue bendecido como profeta. Amó como profeta y fue amado como profeta. Vivió como profeta y murió como profeta, sellando con su vida su testimonio de que Dios vive, que Jesús es el Cristo, que Su Iglesia ha sido restaurada en la tierra y que esta obra es verdadera”. (Nelson, “Spencer W. Kimball”)
Para Russell M. Nelson, el fallecimiento del presidente Spencer W. Kimball fue algo muy conmovedor. El presidente Kimball le había literalmente confiado su vida al Dr. Nelson. El Dr. Nelson, a su vez, había visto al presidente Kimball en momentos de incertidumbre y desánimo. Y de una manera que desafió a la ciencia médica, el profeta había emergido el tiempo suficiente de la niebla de una mente cada vez más débil para recibir la revelación de que Russell M. Nelson y Dallin H. Oaks debían ser ordenados como apóstoles. Por el resto de su vida, el élder Nelson apreciaría las horas que había pasado con ese profeta, vidente y revelador; y siempre estaría agradecido por la influencia incomparable que el presidente Kimball había tenido en su vida.
“¿Quién, yo? ¿No cree que Dallin debería hacer eso? Él es abogado y yo soy cirujano del corazón. ¿Qué sé yo de abrir países a la obra? —Élder Russell M. Nelson
El domingo 10 de noviembre de 1985 el presidente Ezra Taft Benson fue ordenado y apartado como el decimotercer Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Cuatro días después, él y sus consejeros, el presidente Gordon B. Hinckley y el presidente Thomas S. Monson, llegaron a la reunión de la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce, en el Templo de Salt Lake, con nuevas asignaciones para cada apóstol.
Comenzando por el extremo superior del círculo y moviéndose alrededor de los que habían sido llamados más recientemente, entregaron nuevas áreas de responsabilidad y supervisión. “Para cuando el presidente Benson llegó a mí”, recordó el élder Nelson, “dijo algo que me sobresaltó: ‘Usted será responsable de todos los asuntos de la Iglesia en Europa y África, con la asignación especial de abrir las naciones de Europa del Este, que ahora están bajo el yugo del comunismo, para la predicación del Evangelio’“. Como el primer contacto para toda Europa, era el sucesor de los élderes Thomas S. Monson y Neal A. Maxwell.
La reacción inicial del Élder Nelson puede haber sido similar a la de Moisés cuando se le pidió que sacara a los hijos de Israel de Egipto: “¿Quién, yo? Con solo diecinueve meses en el cuórum, su pensamiento inmediato fue: ¿No cree que Dallin debería hacer eso? Él es abogado y yo soy cirujano del corazón. ¿Qué sé yo de abrir países a la obra?”. “Afortunadamente”, dijo el élder Nelson, “puedo haberlo pensado, pero no lo dije”.
La asignación fue enorme, hablando proporcionalmente. Europa era importante para la Iglesia. Fue la patria de muchos de los primeros conversos que habían emigrado a los Estados Unidos, mismos que infundieron una gran fuerza y estabilidad a la Iglesia durante sus años incipientes de formación.
Pero en 1985, la mayoría de Europa estaba detrás de la Cortina de Hierro: Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Bulgaria, Albania, Macedonia, Yugoslavia, Estonia, Lituania, Letonia, la República Democrática Alemana y toda la URSS. La asignación del presidente Benson al élder Nelson se produjo aproximadamente diecinueve meses antes de que el presidente Ronald Reagan declarara el 12 de junio de 1987: “Sr. Gorbachov, derribe ese muro”, y cuatro años antes de que cayera el Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989. Había más países en Europa que no habían reconocido a la Iglesia que los que sí lo habían hecho. Además, eso fue durante la época políticamente conocida como la Guerra Fría. “Si una tarea alguna vez me pareció imposible”, admitió el élder Nelson años más tarde, “fue esa”. (Nelson, “El Señor usa lo improbable”)
“Yo había pasado gran parte de mi vida profesional abriendo corazones para efectuar cirugías vitales” reflexionó él, “pero no tenía experiencia alguna que me hiciera creer que podría abrir países para la predicación del Evangelio”. (Nelson, “Becoming True Millennials”, o “Cómo llegar a ser una verdadera generación del milenio”) Y, sin embargo, un profeta le había dado una asignación, por lo que se dispuso a hacer lo que al principio parecía “completamente imposible”.
Era difícil saber por dónde empezar. El Élder Nelson tardó varios meses en hacer los contactos iniciales, sentar las bases y trazar un enfoque. Durante los siguientes años, haría muchos viajes a Europa del Este y a la antigua Unión Soviética, así como otros tantos viajes a Washington, D. C. para reunirse con embajadores, diplomáticos y cualquier persona que pudiera ayudar a abrir puertas en toda Europa.
Un país con el que ya tenía afinidad y experiencia de primera mano era Rusia. Había estudiado el idioma y había estado allí varias veces para dar conferencias sobre su profesión; y había llegado a amar al pueblo ruso. Con el Élder Hans B. Ringger, de los Setenta, una Autoridad General suiza que en ese momento prestaba servicio en la Presidencia del Área Europa, el Élder Nelson viajó a Moscú en el verano de 19 8 7 en una misión de indagación y para establecer relaciones.
Los élderes Nelson y Ringger eran, por un lado, una pareja poco común: un estadounidense que era cirujano del corazón y el otro un suizo que era ingeniero y arquitecto. Por otro lado, eran bastante diferentes de los líderes de otros grupos religiosos y, a menudo, “desarmaban”, por así decirlo, a los dignatarios con los que se reunían. Fueron para pedir solamente que la Iglesia fuera reconocida y que se le permitiera funcionar en esos países. “Otras iglesias a menudo pedían dinero a algunos gobiernos”, explicó el élder Nelson. “Nosotros no pedíamos nada más que permiso. Siempre entramos por la puerta principal y cumpliendo con las leyes”.
En Moscú, en 1987, los élderes Nelson y Ringger buscaron una audiencia con Konstantin Kharchev, jefe del Consejo de Asuntos Religiosos. Se negó a verlos, y eso representó el primer aro por el que tenían que saltar. Así que se quedaron en la sala de espera de su oficina todo el día hasta que llegó la hora de irse a casa. Cuando al final del día todavía estaban allí, Kharchev, impaciente, exigió saber qué querían. El Élder Nelson respondió: “Solo queremos hacerle una pregunta. ¿Qué tendríamos que hacer para que la Iglesia que representamos se establezca en Rusia?”
Esa era la Rusia comunista, y la Unión Soviética aún estaba intacta. Kharchev no estaba para nada interesado en esos dos hombres religiosos, uno de los cuales era estadounidense, con quien de todos modos no había querido hablar antes. Sin embargo, él respondió que para que una iglesia se registrara legalmente, debía tener veinte ciudadanos rusos adultos que estuvieran dispuestos a firmar un documento que indicara que eran miembros de esa iglesia y que, además, todos debían ser del mismo distrito político. En ese momento, en Moscú solo había once distritos políticos.
Los élderes Nelson y Ringger preguntaron si podrían establecer una sala de lectura o un centro de visitantes donde los ciudadanos pudieran venir por su propia voluntad y aprender sobre la Iglesia que representaban.
“No”, respondió rudamente Kharchev.
“Nos ha planteado un problema del huevo y la gallina”, respondió el Élder Nelson. “Usted dice que no podemos recibir reconocimiento hasta que tengamos miembros, pero no podemos obtener miembros si no podemos tener una sala de lectura o un centro de visitantes”.
“Ese, señor, es su problema”, respondió el Sr. Kharchev. “Que tengan un buen día”.
Al día siguiente, el Élder Nelson y el Élder Ringger se sentaron en un banco del parque cerca del Kremlin para revisar ese dilema. Reflexionaron, oraron, pensaron en posibles soluciones y meditaron un poco más. ¿Podrían los adultos jóvenes de los países nórdicos cercanos inmigrar a Rusia y ayudar con la situación? ¿Habría otras formas en que los miembros escandinavos podrían ayudar? ¿Había otras maneras de presentar el Evangelio sin usar misioneros, salas de lectura o centros de visitantes? “Finalmente decidimos que no podíamos cumplir con esos requisitos”, recordó el élder Nelson, “y fue entonces cuando intervino el Señor”.
Aproximadamente un año después, el 24 de julio de 1988, un residente de Moscú llamado Igor Mikhailusenko fue bautizado mientras visitaba los Estados Unidos. Después le siguió una familia rusa de Leningrado, Yuri y Liudmila Terebenin y su hija Anna, que se bautizaron en Budapest. Luego, otra residente de Moscú, Olga Smolianova, se autizó mientras visitaba Italia. También, un hombre ruso que vivía en Vyborg, cerca de la frontera con Finlandia, conoció a una familia finlandesa Santo de los Últimos Días y se bautizó.
Algunos misioneros de la Misión Finlandia Helsinki comenzaron a aprender ruso y recibieron permiso para enseñar a los turistas rusos que visitaban Finlandia. Lo que aconteció con Svetlana Artemova demuestra cuán activamente el Señor ayudó a llevar Su palabra a los ciudadanos rusos.
Durante algún tiempo, Svetlana anheló adquirir una Biblia en Rusia, pero desde la revolución comunista de 1917, los ciudadanos rusos tenían dificultades para conseguir Biblias. Después de suplicarle a su esposo durante mucho tiempo por eso, ella hizo un viaje a Helsinki en el otoño de 1989 con el propósito expreso de obtener una Biblia en ruso.
Durante su estadía ahí, visitó un parque de Helsinki y Svetlana tropezó con un objeto cubierto por un montón de hojas. Casi como algo increíble, era una Biblia, y aún más milagroso es que ¡era una Biblia en ruso! Estaba tan extasiada y emocionada que no pudo evitar compartir su alegría con la primera mujer que pasó por allí. Esa mujer, Raija Kemppainen, resultó ser la esposa del presidente de un Distrito de la Iglesia allí, Jussi Kemppainen. Raija hablaba ruso e inglés con fluidez, además de su finlandés nativo, y le preguntó a Svetlana si le gustaría tener otro libro que le enseñara aún más sobre Jesucristo. Svetlana estuvo encantada con esa posibilidad, y Raija, quien con su esposo, Jussi, había estado orando para encontrar formas de ayudar a llevar el Evangelio a Rusia, obtuvo rápidamente una copia del Libro de Mormón en ruso para su nueva amiga. Svetlana no tardó mucho en ser bautizada en Helsinki.
En ese tiempo los misioneros podían ingresar a Rusia, pero no podían quedarse permanentemente ni podían predicar o bautizar. Pero ellos sí podían enseñar cuando alguien de Rusia les invitara a hacerlo. Svetlana quería que los misioneros enseñaran a sus amigos en Leningrado, y dispuso que los élderes se reunieran con una de ellas. Cuando los misioneros llamaron a la puerta de la mujer, ella no estaba en casa; pero un vecino, Sasha Teraskin, los escuchó llamar a la puerta de ella, entonces él abrió su puerta e invitó a los misioneros a entrar. Cuando se identificaron como misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Sasha se conmovió hasta las lágrimas. Desde que se reunió con miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Varsovia, Polonia, durante un viaje reciente allí, había estado orando para saber cómo aprender más sobre ella. Así que los misioneros le enseñaron y él fue bautizado.
Y así fue como pasó todo. “En poco tiempo”, dijo el élder Nelson, “teníamos veinte miembros en Leningrado, y ahí fue donde comenzó todo”. Llenó los papeles correspondientes y los llevó a la Oficina de Asuntos Religiosos en Leningrado, para buscar que la Iglesia fuera reconocida. Pero tres meses después no había pasado nada, así que el élder Nelson regresó a esa oficina y preguntó en qué situación estaban los papeles que había llenado. “Todavía están en un cajón”, admitió un funcionario. “No sabemos qué hacer con ellos, nadie ha pedido antes el reconocimiento de alguna iglesia”.
Ese día, como en muchos otros, el trabajo del élder Nelson se sintió como tres pasos hacia adelante y tres pasos y medio hacia atrás. Pero él le puso presión al asunto.
En una ocasión, el élder Nelson estaba en la Oficina de Asuntos Religiosos en Leningrado con Yuri Terebenin, el primer converso de esa ciudad. Durante su conversación, el Élder Nelson invitó a los funcionarios presentes a asistir a una reunión que tendrían esa noche con el pequeño grupo de Santos de los Últimos Días que vivían en Leningrado y que se habían unido a la Iglesia en otro lugar. Entonces Yuri entró en pánico. Pues él y sus compañeros miembros de la Iglesia se habían esforzado por permanecer en el anonimato. “Élder Nelson, no haga eso, esas personas son de la policía. La respuesta del élder Nelson reveló la calma que tan a menudo caracterizaba su actuar: “Hermano Terebenin, nuestra Iglesia es para todos, y queremos que ellos se reúnan con nosotros”. Más tarde, el élder Nelson comentó: “Ellos vinieron a nuestra reunión y creo que nunca había visto a un hombre tan pálido como Yuri Terebenin. Pero eso era comprensible, pues la Unión Soviética todavía estaba bajo el yugo del comunismo y los ciudadanos se sentían amenazados por la policía”.
Todavía quedaban muchos más viajes por hacer y reuniones por organizar; muchos más almuerzos que celebrar con embajadores y otros dignatarios rusos que visitaban los Estados Unidos; muchos más desaires de funcionarios soviéticos y contratiempos que enfrentar. Pero en junio de 1991, en una cena VIP que siguió a la presentación del Coro del Tabernáculo en el Teatro Bolshoi de Moscú, Alexander Rutskoy, Vicepresidente de la República de Rusia, hizo el histórico e inesperado anuncio de que a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se le había concedido pleno reconocimiento en toda la República de Rusia. Tanto el élder Nelson como el élder Dallin H. Oaks, que estaban en ese concierto y cena, se sintieron muy impresionados, llenos de alegría y admirados de la bondad del Señor. Después de años de trabajo, finalmente había llegado el gran avance.
“Fue un momento absolutamente increíble” recordó el Élder Nelson. “Esperábamos que llegara, pero no lo esperábamos esa noche. Ese fue un día hermoso e importante. Muchos de nosotros hicimos todo lo posible para que eso sucediera, pero no se equivoquen, fue el Señor quien hizo ese milagro”.
El Élder Gregory A. Schwitzer, quien más tarde prestó servicio en la Presidencia del Área Europa Este, con sede en Moscú, dijo al reflexionar sobre los esfuerzos pioneros del Élder Nelson en Rusia: “Es importante entender su persistencia, ya que el gobierno ruso es un modelo de demoras, burocracia y creación de barreras. Pero el Élder Nelson sabía por qué estaba haciendo lo que estaba haciendo, y sabía que las puertas se abrirían si era cortésmente
persistente, y él simplemente se mantuvo en eso. En consecuencia, no hay ningún engaño sobre cómo la Iglesia desarrolló nuestro programa misional en Rusia. Él nos hizo entrar por la puerta principal”. (Church News/KSL, entrevista del 8 de enero de 2018)
Unos cinco años después, el 7 de octubre de 1996, Mikhail Gorbachev y su esposa, Raisa, visitaron Salt Lake City. En una reunión, el élder Nelson estaba sentado junto a Gorbachov, y el expresidente de la Unión Soviética le pidió al élder Nelson que le explicara las diferencias entre la Iglesia Ortodoxa Rusa y La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Entre otras cosas, el élder Nelson le enseñó acerca de los profetas vivientes, y luego lo invitó a él y a su esposa a reunirse con el presidente Gordon B. Hinckley y sus consejeros al día siguiente. Mientras lo hacía, no pudo evitar pensar en los altibajos, los giros y vueltas, las decepciones y los pequeños avances que habían caracterizado su experiencia con los dignatarios rusos durante la década anterior. Pero ahí, sentado en el Edificio Administrativo de la Iglesia, estaba el hombre que había dado el paso dramático de derribar el Muro de Berlín. Y el élder Nelson tuvo la oportunidad de presentarle algunos de los principios básicos del Evangelio Restaurado.
Claramente, el Señor puede hacer Su propia obra, y el élder Nelson se maravilló por el privilegio de ser una pequeña parte de ella.
“¿Cuál es su mayor problema y cómo podemos ayudarle?”—Élder Russell M. Nelson
Poco después de que el presidente Ezra Taft Benson le diera la asignación de abrir las puertas a la Iglesia en Europa del Este, el Élder Nelson comenzó a trabajar en estrecha colaboración con Beverly Campbell, directora de la nueva Oficina de Asuntos Internacionales de la Iglesia en Washington, D. C. La experiencia de ella en relaciones públicas hizo que fuera experta en establecer relaciones con dignatarios internacionales en la capital de la nación.
Al principio, recomendó que el Élder Nelson se concentrara en Hungría. La esposa del congresista Tom Lantos, un demócrata de California (y el primer sobreviviente del Holocausto en servir en el Congreso) era una Santo de los Últimos Días y, por eso, él tenía afinidad con la Iglesia. El congresista hizo los arreglos para que el élder Nelson y el élder Ringger se reunieran con el Dr. Imre Miklos, jefe de la Oficina Estatal de Asuntos Religiosos de Hungría. “Esa fue una de las únicas citas anticipadas que pude obtener”, recordó el élder Nelson. “Casi siempre estaba en la posición de tener que tocar puertas y averiguar con quién necesitaba yo hablar. Pero gracias a ese congresista pude conseguir una cita con el hombre con el que necesitaba hablar en Hungría”.
Sin embargo, la reunión no empezó bien. Al principio, el Dr. Miklos preguntó si el élder Nelson conocía a David M. Kennedy.
“Oh, sí, es un buen amigo mío”, respondió él.
“Bueno, yo lo odio”, respondió Miklos.
El élder Nelson pensó para sí mismo: “Nadie que conozca a David Kennedy puede odiarlo, ¡pero ‘strike one’!”.
Luego, a medida que avanzaba la conversación, los traductores de Miklos y el élder Nelson comenzaron a discutir entre ellos. Entonces el élder Nelson le explicó a su traductor que estaban allí para hacer amigos, no enemigos. No obstante, la tensión ahora pendía sobre la habitación como un sudario. “Strike two”.
Miklos se mantuvo distante y frío. Finalmente, el élder Nelson vio que era hora de irse, pero antes de hacerlo, quería contarle al diplomático sobre una experiencia que había tenido el domingo anterior. “El domingo por la tarde”, dijo, “fui a la colina Gellért y allí oré fervientemente para que el Espíritu del Señor se derramara sobre esta hermosa tierra, sobre su gente y sus líderes para que prosperaran, para que las familias fueran felices y fuertes, y para que la paz prevaleciera en esta nación. Quería que escuchara esto directamente de mí en lugar de indirectamente de otra persona”.
La habitación de repente se quedó en silencio. “Entonces el Espíritu del Señor obró en ese hombre”, relató el Élder Nelson más tarde. “Comenzó a cambiar de opinión sobre nosotros, y lo que se suponía que sería una reunión de quince minutos duró una hora y quince minutos”.
Mientras hablaban, el Élder Nelson indicó que entendía que Hungría tenía una de las tasas de mortalidad más altas de Europa por el alcohol, y luego se ofreció como voluntario: “Nuestra Iglesia puede ayudarlos”. Cuando Miklos pareció escéptico, entonces el élder Nelson lo tranquilizó diciéndole: “No tiene que creer en mi palabra, usted conoce al ministro de Asuntos Religiosos de la República Democrática Alemana, él ha conocido a los miembros de nuestra Iglesia durante décadas; hable con él”.
La actitud de Miklos cambió cuando hizo la llamada telefónica y escuchó a los funcionarios de la RDA referirse al duodécimo Artículo de Fe, que dice que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días siempre defiende y sostiene la ley de cada país.
Miklos se convirtió en un aliado y, un año después, el élder Nelson fue a Budapest para firmar los documentos que otorgaban el reconocimiento oficial a la Iglesia en Hungría. También puso en contacto al departamento de Servicios Sociales de la Iglesia con funcionarios del gobierno húngaro para hablar sobre las maneras en que se podía abordar el problema del alcohol en ese país. El élder Nelson y Miklos se hicieron tan buenos amigos que, cuando la esposa de Miklos sufrió una enfermedad cardíaca algunos años después, llamó al élder Nelson desde Budapest para pedirle su consejo profesional sobre qué hacer con esa situación.
El Domingo de Pascua de Resurrección del 19 de abril de 1987, el élder Nelson dedicó Hungría a la predicación del Evangelio, invocando una bendición apostólica que sería el “amanecer de una nueva era”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 262) Él también declaró que había hombres jóvenes en esa congregación que algún día dirigirían las estacas de Sion ahí. El 4 de junio de 2006 los élderes W. Craig Zwick y Bruce C. Hafen crearon la Estaca Budapest, la primera en Hungría; y fueron quienes extendieron el llamamiento al primer presidente de estaca ahí: Klinger Gabor. En ese entonces, a los treinta y siete años, el hermano Gabor había estado entre la congregación, en la dedicación del país, cuando tenía dieciocho años. (Vea Church News/KSL, entrevista del 5 de enero de 2018)
Los viajes del élder Nelson a Rumania también generaron oportunidades para ayudar. En su primer viaje allí, también con el élder Ringger, se encontró con el tipo de sospecha que a menudo provocaba un religioso que representaba a una iglesia estadounidense desconocida. Creyendo que tenían una cita con el jefe de protocolo de la Oficina Estatal de Asuntos Religiosos, se les informó a los élderes Nelson y Ringger que su reunión se había pospuesto dos días y fueron desairados.
Pero en dos días se suponía que deberían estar en reuniones en Turquía. Así que hicieron malabarismos con su agenda y caminaron por las calles de Bucarest, donde vieron largas filas de personas que esperaban comprar una sopa de huesos. El pueblo rumano parecía estar muriendo de hambre, tanto espiritual como materialmente. Parecían no tener nada. Entonces, pronto se dieron cuenta de que los estaban siguiendo. Repetidamente, durante esas cuarenta y ocho horas, fueron abordados por personas que querían cambiar su dinero en el mercado negro. Algunas prostitutas les hicieron proposiciones. Dondequiera que iban, eran vigilados y se les proponían actividades ilícitas. Pero ellos fueron al circo que estaba en la ciudad.
Finalmente llegó el jueves, y cuando volvieron a presentarse en la Oficina de Asuntos Religiosos, los funcionarios les preguntaron por qué no habían ido a la Embajada de los Estados Unidos. “Tampoco fuimos a la embajada de Suiza”, respondió el élder Nelson, refiriéndose a la nacionalidad del élder Ringger.
“No teníamos ningún asunto con ellos, estamos aquí para verlos a ustedes”.
“No sé qué hubiera pasado si hubiéramos ido a la Embajada de los Estados Unidos”, reflexionó el élder Nelson más tarde, “pero en Rumania y en otros países, pareció marcar una diferencia cuando dije que nuestros asuntos no estaban allí. Con frecuencia tenía que hacer eso para que los funcionarios locales entendieran que, primero, no estaba en su país como ciudadano estadounidense, sino como representante de una Iglesia mundial”.
Después del golpe de Estado que depuso al presidente Nicolae Ceaucescu, los élderes Nelson y Ringger regresaron a Rumania para reunirse con el jefe de asuntos religiosos del nuevo gobierno. Ese hombre era pediatra, y cuando los hermanos llegaron a su oficina, su sala de espera estaba llena de bebés llorando y madres inquietas. “Llegué con el solemne mensaje de que éramos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y que estábamos allí para ayudarlos con su gobernanza”, recordó el élder Nelson.
El funcionario respondió con impaciencia: “Si realmente quieren ayudarme, salgan de mi oficina de inmediato y váyanse de aquí”.
La respuesta del élder Nelson probablemente tomó al hombre por sorpresa: “Entiendo, también soy doctor y sé por lo que está pasando pero, ¿me diría con una palabra cómo podríamos ayudarlo?
Esa palabra era “huérfanos”.
“Señor, lo ayudaremos con sus huérfanos”, respondió el élder Nelson. Y él hizo eso.
El élder Nelson solo necesitó una visita a un orfanato rumano para comprender cuán grave era la situacilín para un número creciente de niños sin hogar. “Esa visita fue una de las más tristes que jamás haya yo hecho”, recordó él. “Fue simplemente horrible”.
Los niños, a medio vestir, estaban atados a orinales todo el día. Nadie les hablaba, los abrazaba o les daba cariño. Lo que vio el élder Nelson no solo lo alarmó, sino que las imágenes desoladoras de niños indefensos, abandonados, permanecieron en su memoria. Sabía que la Iglesia podía ayudar con eso.
Cuando regresó a Salt Lake City, puso en marcha el proceso de llamar a misioneros humanitarios para Rumania, y reunió a expertos de los Servicios Sociales de la Iglesia y de la Universidad Brigham Young para que proporcionaran recursos, conocimientos y trabajo dedicado para ayudar con ese enorme desafío.
La Dra. Wendy Watson, quien comenzó a enseñar en la Universidad Brigham Young como profesora de terapia matrimonial y familiar en enero de 1993, recuerda cuán extenso era en ese momento el “programa rumano para huérfanos” en el campus. “Nunca me di cuenta de que Russell estaba detrás de todo esto, hasta que me casé con él”, recordó más tarde. (Correo electrónico a la autora el 11 de agosto de 2018)
El Dr. Alvin Price y su esposa, Barbara, así como otros profesores y muchos estudiantes, viajaron allí para ayudar en los orfanatos y ayudar con diferentes actividades humanitarias. Uno de esos esfuerzos fueron los Juegos Olímpicos Especiales para niños discapacitados. Muchos ciudadanos rumanos ni siquiera sabían que existían personas con discapacidad porque el gobierno las mantenía fuera del conocimiento público. Las Olimpiadas Especiales son solo un ejemplo de los amplios esfuerzos de la facultad y los estudiantes de la Universidad Brigham Young que ayudaron a dar a conocer a las personas con discapacidad. Una joven rumana en silla de ruedas, que recibió un disparo durante la revolución de 1989, llevó la antorcha para encender la llama de esas Olimpiadas Especiales. “Todos en el estadio estaban llorando”, dijo el Dr. Price. “Cuando vi a los niños entrar al estadio, me sentí absolutamente conmovido. Fue el momento más emocionante que he tenido. Mi esposa y yo estábamos abrazados, llorando y sollozando al final de la pista”. (“Misioneros realizan servicio humanitario”)
En otra reunión en Bucarest, esta vez con Teofil Pop, que era el ministro de justicia, el élder Nelson volvió a preguntar si la Iglesia podía ayudar de alguna forma. Esa persona necesitaba ayuda para redactar una nueva constitución para el país. El élder Nelson se puso en contacto con el asesor legal de la Iglesia para Europa y el Medio Oriente, quien posteriormente colaboró con esa persona en ese asunto.
La habilidad del élder Nelson para diagnosticar, en estos casos la fuente del dolor de un país, abrió puertas una y otra vez en toda Europa del Este. “Pudimos ayudar con una constitución en un lugar, con los huérfanos en otro y con el alcoholismo en otro”, reflexionó. “Todo el mundo tiene dolor en alguna parte, y nuestro desafío es encontrar dónde está ese dolor. Por lo general, no es dolor físico, sino el estrés de la vida, y el paciente es siempre el experto en eso. Eso es lo que tratamos de enseñar a los misioneros: Cuando conozcan a alguien, averigüen cómo le podemos ayudar. La Iglesia literalmente tiene la capacidad de ayudar a todas las personas sin importar que problemas tengan. El Evangelio existe para ayudar a las personas”.
Ese enfoque ayudó al élder Nelson y al élder Ringger a hacer amigos para la Iglesia en varios países. Beverly Campbell describió lo que observó: “Desde el momento en que el élder Nelson recibió la asignación de abrir las puertas de los países del Telón de Acero, buscó afanosamente todas las vías para hacerlo. Estaba dispuesto a ir a cualquier lugar y tener reuniones en cualquier momento, ante cualquier inconveniente o aun cuando él mismo peligrara. Llegué a conocer a un hombre cuyo juicio era tan agudo y tan asombrosa su capacidad para tomar decisiones correctas, que la única explicación era el hecho de que había sido escogido, antes de que los mundos fuesen, para ser el siervo del Señor en esos países solo para ‘un tiempo como este’“. (Condie, Russell M. Nelson, págs. 246-47)
Los períodos largos que permaneció en Europa del Este también ayudaron al élder Nelson a establecer relaciones con los nuevos miembros de la Iglesia. “Uno debe entender que una persona europea del este tiene un tipo natural de escepticismo acerca de los demás; en parte debido a casi cien años de comunismo”, dijo el élder Gregory A. Schwitzer, quien anteriormente sirvió como presidente de misión en Ekaterimburgo, Rusia, y luego como miembro de la Presidencia del Área Europa Este. “Pero el élder Nelson ‘derretía’ sus corazones. Él es el equilibrio perfecto entre amabilidad, confianza, cariño e integridad. Las personas confiaban totalmente en él. Les encantaba tomarse fotos con él. Simplemente les encantaba estar en su presencia”. Él es el ‘Señor Europa del Este’“. (Church News/KSL, entrevista del 8 de enero de 2018)
La gran experiencia que adquirió el élder Nelson en esos países, donde los dignatarios a menudo eran resistentes, obstinados y poco receptivos, le sería de gran utilidad a lo largo de su ministerio. Cuando el Élder Mervyn B. Arnold prestó servicio en la Presidencia del Área Brasil, llevó al élder Nelson a una reunión con el alcalde de Sao Paulo. “Se suponía que sería una visita corta”, recordó, “pero la calidez y el espíritu de bondad que emanaban del presidente Nelson conquistaron por completo a ese funcionario. Lo mismo sucedió con el gobernador del estado de Sao Paulo. Se suponía que esa visita duraría solo unos minutos, pero se alargó bastante tiempo. Fue como si él no quisiera que el élder Nelson se fuera”. (Church Afews/KSL, entrevista del 11 de enero de 2018)
El presidente James E. Faust observó: “Russell M. Nelson tiene un don intuitivo excepcional para saber qué hacer y qué decir a las personas de diferentes países. Es un diplomático nato”. (Condie, Russell M. Nelson, pág. 247)
Esa diplomacia por lo general comenzaba con una pregunta fundamental: “¿En qué podemos servirle?”
“Al Señor le agrada el esfuerzo”. —Élder Russell M. Nelson
Durante casi cinco años, el Élder Nelson cruzó el océano Atlántico de un lado a otro buscando reuniones con funcionarios gubernamentales y tratando de promover los intereses de la Iglesia en Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Bulgaria, Rumania, Hungría, la República Democrática Alemana, Turquía, Estonia, Ucrania y la Unión Soviética. Y eso sin contar los viajes a Washington, D. C., para reunirse con embajadores y otros dignatarios de los países que supervisaba en la obra.
Ellos nunca lo estimaron a él y rara vez fue bienvenido. Muchos líderes gubernamentales nunca darían entrevistas a un hombre que profesaba fe en Dios. Con el tiempo, en el camino tuvo frustraciones pero también ayuda; fue tratado mal en algunas circunstancias y amablemente en otras; fue espiado por policías secretas y luego recibido como amigo por funcionarios que llegaron a conocerlo; se le vio de manera sospechosa en algunos lugares apartados mientras otras personas lo buscaban para una consulta médica. Algunos viajes parecían completamente inútiles, mientras que en otros se abrieron puertas que nunca se planeó que se abrieran o que se creyera que lo harían.
Sus experiencias en Checoslovaquia fueron representativas de otras. Después de una serie de almuerzos y reuniones en Washington, D. C. con varios dignatarios de Checoslovaquia, los élderes Nelson y Ringger tuvieron una reunión inicial con Vladimir Janko, viceministro y director de la Secretaría de Asuntos Religiosos de la República Socialista Soviética de Checoslovaquia (RSSC). El Sr. Janko no tenía ningún interés en tratar con esos funcionarios que representaban a una “iglesia estadounidense”. Si iban a hablar sobre asuntos de religión, quería hacerlo con un compatriota checo; fin de la charla y fin de la reunión. “Era duro”, dijo el élder Nelson sin dar más detalles.
Como hermanos de la Iglesia se disculparon y fueron a la casa de un devoto presidente de distrito: Jirí Snederfler y su esposa, Olga, quienes valientemente habían brindado liderazgo a los Santos de los Últimos Días checos durante los años de opresión comunista. Los Santos de los Últimos Días se habían reunido discretamente en ese tiempo, incluso a veces en secreto, en el humilde apartamento de los Snederfler, que estaba adornado con veintitrés cuadros de templos a los que, en ese momento, no tenían ninguna esperanza de poder ir. Sin embargo, su apartamento estaba lleno del Espíritu.
El élder Nelson les explicó la razón de su visita: Que el Sr. Janko solo trataría con un ciudadano checo. “Jirí”, le dijo, “no podemos pedirte que hagas esto porque sabemos que te puede costar la vida o mínimo una sentencia de cárcel”. Cuando tuvieron esa reunión, el anterior presidente de Checoslovaquia, Vaclav Havel, estaba en prisión por apoyar la libertad de religión, que muchos en ese país todavía creían que era incompatible con el dogma del comunismo.
Al percatarse bien de lo que se estaba comprometiendo, Jirí respondió: “Lo haré, es para el Señor”. Tan pronto como dijo esas palabras, Olga comenzó a llorar, pero luego agregó rápidamente: “Lo haremos por el Señor”.
Jirí hizo lo prometido y se reunió con funcionarios checos, lo que lo colocó inmediatamente en una lista para ser vigilado. Pues el gobierno lo vigilaba día y noche. Él y Olga renunciaron a su privacidad, y en ocasiones fueron amenazados con quitarles todo lo que tenían por causa de la Iglesia.
Después de un tiempo, el élder Nelson regresó a Praga para tratar de entablar un diálogo con Janko, pero esta vez se negó incluso a verlo, a pesar de tener miembros checoslovacos con los que ese funcionario también podía tratar. El élder Nelson había topado con una pared de ladrillos, y esa pared de ladrillos era Janko.
“Entonces intervino el Señor”, dijo él. La posterior revolución llamada de terciopelo, en la que no se derramó ni una sola gota de sangre para derrocar al comunismo, dio como resultado nuevos líderes gubernamentales. Al poco tiempo, a los élderes Nelson y Ringger, acompañados por el presidente Snederfler, se les confirmó una reunión con Josef Hromadka, el nuevo viceprimer ministro de la República de Checoslovaquia.
Una vez más, el élder Nelson voló a través del Atlántico. “Esta vez sabía muy bien cómo llegar a la oficina correcta” relató el élder Nelson. “Podría haberla encontrado con los ojos vendados en ese momento. El Sr. Hromadka estaba dispuesto a escuchar nuestra historia: que simplemente estábamos pidiendo el reconocimiento legal de la Iglesia para que nuestra gente pudiera adorar dignamente”. El Sr. Hromadka respondió que el reconocimiento llegaría en breve, y fue fiel a su palabra.
El mismo día que el Sr. Hromadka prometió que el reconocimiento legal llegaría pronto, el élder Nelson, el élder Ringger, el hermano y la hermana Snederfler y algunos otros miembros checoslovacos de la Iglesia fueron al monte Karlstein, donde el élder John A. Widtsoe había dedicado el país el 24 de julio de 1929. Allí, el élder Nelson ofreció una oración de gratitud por la intervención del Señor a favor de los Santos de los Últimos Días de ese país. Pues después de años de supresión y adoración en secreto, pronto podrían adorar abiertamente.
En un plazo razonablemente corto, la Iglesia recibió el reconocimiento para ser una entidad legal; y aún mejor, cuando llegó ese reconocimiento, se indicó que la Iglesia había estado allí desde 1929, literalmente un regalo del cielo para las almas incondicionales que discretamente mantuvieron a la Iglesia funcionando durante el período comunista. “Entonces, lo que el Señor hizo por nosotros en Checoslovaquia”, resumió el élder Nelson, “fue quitar a Vladimir Janko y darnos un hombre con el que pudiéramos hablar. Y también sentí que Él honró el valor y la fe de Jirí y Olga Snederfler”.
Cuando el élder Nelson planteó la pregunta que él les hacía con frecuencia a los dignatarios: ¿Qué podría hacer la Iglesia para ayudar a la gente de Checoslovaquia?, se sintió infundido de ánimo por la respuesta del Sr. Hromadka: “No necesitamos bienes materiales ni tecnología; necesitamos un espíritu nuevo, necesitamos valores morales y necesitamos que la ética judeocristiana regrese a nuestro programa educativo. Por favor ayúdenos a hacer de este un tiempo de renovación espiritual para nuestra nación”. (Condie, RussellM. Nelson, pág. 254)
A menudo, la ayuda del Señor llegaba de formas inesperadas. Llegó el momento de abrir una misión en Polonia, pero ¿cómo se abre una misión sin un presidente de misión que hable polaco? ¿Y dónde se puede encontrar a una persona así? Eso estaba en el pensamiento del élder Nelson cuando, el 27 de octubre de 1989, asistió a la ceremonia para dar la bienvenida al nuevo presidente de la Universidad Brigham Young, Rex E. Lee, en Provo, Utah. En una recepción para celebrar el nombramiento del presidente Lee, el élder Nelson se encontró casualmente con Walter Whipple, profesor de polaco en el departamento de lenguas germánicas y eslavas de la universidad. El Dr. Whipple acababa de regresar a la Universidad Brigham Young después de una temporada de enseñanza en Polonia. ¿Quién se convirtió en el primer presidente de misión en Polonia? Fue el presidente Walter Whipple, quien también era un organista profesional y un violonchelista consumado. “El Señor provee”, resumió el élder Nelson. “He visto eso una y otra vez. Cuando no sabíamos qué hacer ante una situación, el Señor intervino y nos entregó la respuesta en bandeja de plata. Tendríamos que haber sido ciegos para no verlo”.
“Cada uno de esos países era diferente” reflexionó más tarde el élder Nelson. “Pero el mensaje para mí fue el mismo: ‘Trabaja con tu corazón, Russ, acepta los riesgos. Luego, cuando ya no puedas ir más lejos, Yo te ayudaré”’.
La apertura de Bulgaria demostró eso. El élder Nelson y el élder Ringger volaron a Sofía, Bulgaria, el 30 de octubre de 1988, para las entrevistas del día siguiente. Llegaron tarde en la noche, en medio de una tormenta de nieve. El élder Nelson pensó que había hecho arreglos a través de un funcionario de la Biblioteca del Congreso de los EE. UU., con raíces en Bulgaria, para ser recibido en el aeropuerto y luego ser escoltado a la reunión correspondiente del día siguiente. Pero nadie apareció, así que, usando su familiaridad con el idioma ruso para llamar un taxi, llegaron a la ciudad.
Desafortunadamente, el taxi los llevó al hotel equivocado y, cuando descubrieron el error, su taxi se había ido y no podrían encontrar otro taxi a esa hora. Era tarde, estaba oscuro y hacía mucho frío, y todo parecía indicar que sus planes habían fracasado. Así que caminaron arrastrando sus maletas a través de la nieve durante varias cuadras, hasta que encontraron el hotel correcto.
Su inicial frustración y decepción aumentaron al día siguiente cuando se enteraron de que no se habían arreglado las entrevistas y, para más, no estaba claro con quién deberían tratar de reunirse. El élder Nelson pasó todo el día con un operador telefónico bilingüe del Hotel Sheraton tratando de encontrar al funcionario apropiado. Pero todo fue en vano, estaban en un callejón sin salida; y todo lo que podían hacer era orar por ayuda.
Finalmente, a través de una complicada red de contactos con algunas personas, supieron que necesitaban ver a Tsviatko Tsvetkov, el jefe de asuntos religiosos de Bulgaria. Sorprendentemente, el Sr. Tsvetkov acababa de regresar a la ciudad y estaba disponible. “Pero estaba más enojado que una gallina mojada”, recordó el élder Nelson. “Había estado fuera de la ciudad y estaba atrasado en su trabajo, y ahora tenía en su oficina a dos miembros de una iglesia de la que nunca había oído hablar. Sus primeras palabras para nosotros fueron: ‘¿Nelson? ¿Ringger? ¿Mormones? Nunca he oído hablar de ustedes’“. El élder Nelson respondió instintivamente: “Bueno, señor Tsvetkov, nosotros tampoco hemos oído hablar de usted nunca, creo que es un buen momento para que nos conozcamos. Esa declaración rompió la tensión y todos se rieron. A medida que avanzaba la reunión, Tsvetkov se animó un poco.
Durante los siguientes dieciocho meses el élder Nelson regresó varias veces a Bulgaria, donde hizo buenas relaciones con otros funcionarios y ayudó a hacer arreglos para que los misioneros y matrimonios mayores enseñaran inglés; fue entrevistado por periodistas búlgaros y finalmente dedicó el país el 13 de febrero de 1990.
El mensaje en Bulgaria, así como en todos los demás países, fue el mismo: “No estamos aquí para hacer nada más que bendecir la vida de su gente”, resumió el élder Nelson. “Nuestros misioneros se ven a sí mismos como jóvenes e inexpertos en los caminos del mundo y, por supuesto, en principio lo son. Cuando finalmente se dan cuenta de lo útiles que pueden ser, se convierten en un tipo de misioneros completamente diferentes. El Evangelio tiene el poder de ayudar a las personas a progresar, desarrollarse y enfrentar cualquier desafío que enfrenten”.
El élder Nelson pronunció esa verdad una y otra vez entre 1985 y principios de la década de 1990. En seis años él visitó la antigua URSS veintisiete veces, y varios otros países del bloque oriental.
¿Qué le enseñó esa ardua temporada en Europa del Este? “Que no estamos solos”, dijo él. “Hay muchas personas que intervinieron en todo lo que ocurrió en Europa durante esa época. Creo que gran parte del progreso que logramos se debió a que el presidente Thomas S. Monson allanó el camino en Alemania Oriental y dedicó un templo allí en 1985. Eso cambió todo el panorama”.
Cuando más tarde se le preguntó qué aprendió de la asignación de abrir los países de Europa del Este para la predicación del Evangelio, particularmente a la luz de los muchos obstáculos, de reuniones fallidas y los altibajos, el élder Nelson respondió simplemente: “Al Señor le agrada el esfuerzo. Él podría haberle dicho a Moisés: Te encontraré a mitad del camino’. Pero Moisés tuvo que ir hasta la cima del monte Sinaí. Él pidió el esfuerzo de Moisés, de Josué, de José Smith y de todos los presidentes posteriores de la Iglesia. Él pide el esfuerzo de los obispos y de las presidentas de la Sociedad de Socorro de estaca, así como de los presidentes del cuórum de élderes. Siempre hay una prueba que pasar. ¿Estás dispuesto a hacer cosas realmente difíciles? Una vez que hayas demostrado que estás dispuesto a hacer tu parte, Él te ayudará”.
En 1990 cambiaron las asignaciones del élder Nelson en el Consejo de los Doce, y fue relevado de su responsabilidad en Europa. El 3 de julio de 1991, él y el élder Dallin H. Oaks, quien fue su sucesor como primer contacto para Europa, fueron juntos al apartamento del presidente Ezra Taft Benson para informarle que la Iglesia ya estaba establecida en todos los países de Europa del Este. También le mostraron copias certificadas de los documentos que otorgaban pleno reconocimiento a la Iglesia en la República de Rusia. Fue profundamente satisfactorio para el élder Nelson poder informarle eso al profeta que le había asignado esa tarea casi imposible, y ver sus ojos brillar de gozo.
Más tarde, el élder Nelson recordó también que: “El presidente estaba muy emocionado, pues eso había sido una especie de lucha para él porque, por un lado, aborrecía el comunismo, y, por otro lado, él era el profeta de Dios para todo el mundo. Y sabía que el Evangelio era la respuesta para las personas que habían estado oprimidas durante tanto tiempo. Creo que se emocionó mucho con nuestro informe”.
Mientras el élder Nelson reflexionaba sobre lo que había experimentado durante los años anteriores, no pudo evitar recordar el histórico discurso del presidente Spencer W. Kimball a las Autoridades Generales y a los Representantes Regionales en 1974, cuando el profeta habló poderosamente acerca de ir más allá de la Cortina de Hierro y de Bambú, (vea Kimball, “ When the World Will Be Converted”) A eso le siguieron exhortaciones a los miembros de la Iglesia para que oraran a fin de que se abrieran las puertas de las naciones que aún estaban cerradas para la Iglesia. Desde el llamamiento del Élder Nelson al Consejo de los Doce Apóstoles, él había tenido un asiento en primera fila para observar desarrollarse el recogimiento de Israel.
“Cuando el Señor dice que Él es capaz de hacer Su propia obra, créanlo. Él quiere que progresemos. Él quiere que aprendamos. Y los testimonios tampoco llegan fácilmente, uno tiene que trabajar para obtener un testimonio. Mi testimonio es mucho más fuerte que hace un año, porque sigo viendo cómo Él nos guía y nos conduce”.
“Le pedimos ayuda al Señor, y el Señor respondió. No teníamos ninguna duda de que habíamos visto un milagro”. —Élder Russell M. Nelson
En enero de 1988, el Élder Nelson y Dantzel abordaron un avión Concorde en Nueva York para un vuelo rápido de tres horas y cuarenta y cinco minutos hasta el aeropuerto internacional Heathrow, en Londres. Su primera asignación en Inglaterra fue hablar esa noche a una gran congregación, incluidos los misioneros de la Misión Sur de Londres, en Crawley, Inglaterra.
Aproximadamente cuando el avión debería haber comenzado su descenso, el intercomunicador crepitó y el piloto anunció que, desafortunadamente, Heathrow estaba cubierto de niebla y el avión se estaba desviando hacia Manchester, 211 millas al norte de Londres. El Élder Nelson se afligió. No había manera de que él y Dantzel pudieran ir de Manchester a Crawley para asistir a su reunión de esa noche. Inmediatamente se recostó en su asiento y ofreció una silenciosa pero ferviente oración para que se les abriera un camino a fin de cumplir con sus compromisos y hablarle a los Santos de los Últimos Días en Crawley que ya se estaban reuniendo a esa hora.
Unos minutos más tarde el piloto volvió a hablar por el intercomunicador y anunció que había otro cambio de planes. Dijo que no tenían suficiente combustible para llegar a Manchester, pero que habían recibido autorización para aterrizar en Gatwick, otro aeropuerto del área de Londres, para una parada de emergencia de reabastecimiento de combustible; y agregó que a ningún pasajero se le permitiría desembarcar.
De hecho, Gatwick estaba más cerca de Crawley que Heathrow, así que, a pesar del anuncio de que los pasajeros no podían bajarse del avión allí, el Élder Nelson le dijo a Dantzel que recogiera sus cosas porque iban a bajar ya. Luego llamó a una azafata y le explicó su dilema; le preguntó si él y su esposa podían desembarcar en Gatwick.
“No”, respondió ella.
Pero él continuó amablemente con su petición: “No lo entiende, tengo a mil o más personas reunidas esperando a que yo les hable, y por eso debo bajarme aquí”.
La azafata insistió en decir que no, y el élder Nelson insistió en que tenía que bajarse del avión en ese lugar. Finalmente, la azafata llamó al piloto para pedir su ayuda. Juntos enumeraron todas las razones por las que los Nelson no podían bajarse del avión. No había agentes aduanales esperando recibir ese vuelo, no podrían sacar su equipaje del compartimento de carga, y así y así.
El élder Nelson tuvo una respuesta para cada problema: “Encontraremos agentes aduanales que nos dejaran pasar”, les aseguró. “Todo nuestro equipaje es de mano y lo traemos con nosotros”. Finalmente, el piloto se encogió de hombros y le dijo a la tripulación que los dejaran bajar del avión.
Mientras tanto, el presidente Ed J. Pinegar, Presidente de la Misión Sur de Londres, y su esposa, Pat, esperaban a los Nelson en el aeropuerto de Heathrow. Con cada nuevo anuncio de cambios de vuelo, ellos también oraron en silencio y pidieron al Señor su intervención. Cuando el presidente Pinegar escuchó que el vuelo había aterrizado en Gatwick, llamó a la capilla donde iban a hablar. No sabía si los Nelson podrían bajarse en Gatwick, pero, esperando lo mejor, hizo arreglos para que un automóvil fuera rápido a ese aeropuerto a recogerlos.
No mucho después de que los Nelson salieran de la aduana, llegó un automóvil para recogerlos y se dirigieron rápidamente al centro de estaca. Aun con esa interrupción, solo llegaron quince minutos tarde a la reunión.
“Los miembros de la Iglesia que llenaron totalmente la capilla fueron testigos de un verdadero milagro esa noche”, dijo el élder Nelson. “Le pedimos ayuda al Señor, y también el presidente y la hermana Pinegar le pidieron al Señor que nos ayudara, y el Señor respondió. No teníamos ninguna duda de que habíamos visto un milagro”. (Pinegar, What Every Future Missionary, capítulo 1)
“El Señor usa lo improbable para lograr lo imposible”. —Élder Russell M. Nelson
Afínales de 1990, el élder Nelson recibió otra asignación para la que se sentía inadecuado. La oficina del Servicio de Impuestos Internos de los Estados Unidos en Washington, D. C. había programado una audiencia para revisar la cuestión de si los dólares gastados para sostener a los misioneros en el campo misional deberían ser elegibles o no para una exención de impuestos. Asignado para representar a la Iglesia en ese asunto, el élder Nelson no pudo evitar preguntarse si no sería una opción más lógica que se escogiera a alguno de sus hermanos del Consejo de los Doce, con experiencia en asuntos legales, o uno que al menos hubiera servido en una misión. Pero no estaba en su naturaleza cuestionar las asignaciones, por lo que intentó prepararse lo mejor que pudo.
Pero esa asignación lo abrumaba. Sabía que de una forma u otra la resolución de ese problema afectaría a todos los miembros de la Iglesia en los Estados Unidos que apoyaran a un misionero. Compartió sus preocupaciones con el presidente Monson en un viaje de los dos a la República Democrática Alemana. La caída del Muro de Berlín había hecho posible reorganizar las estacas en Berlín y unir a los Santos de los Últimos Días que habían estado separados por el muro durante casi treinta años. El presidente Monson y el élder Nelson tenían lazos profundos con la RDA; y disfrutaron juntos de esa asignación en Berlín.
Después de la reunión, en la que se organizaron nuevas estacas y se llamó y apartó a las presidencias correspondientes, el presidente Monson sorprendió al élder Nelson al preguntarle si podía darle una bendición en relación con su asignación con la oficina del Servicio de Impuestos Internos. “En esa bendición se me prometió que sabría qué decir y cuándo decirlo, y se me aseguró que yo era la persona que el Señor necesitaba para esa comisión en particular”, recordó el élder Nelson.
Y así el élder Nelson voló a Washington, D. C. y, a la hora señalada, se presentó ante los principales responsables de la formulación de políticas del Servicio de Impuestos Internos. Durante la reunión una persona tras otra caracterizó las misiones para los jóvenes Santos de los Últimos Días como un “rito de iniciación” y que, como tal, los fondos para apoyarlos en una misión no deberían calificar como una deducción de donaciones caritativas. La frase “rito de iniciación” llamó la atención del élder Nelson y, después de escucharla varias veces, pidió una aclaración.
“No estoy seguro de entender lo que quieren decir con rito de iniciación”, dijo a la junta de investigación. “Si un rito de iniciación pretende indicar algo que todo joven Santo de los Últimos Días está obligado a hacer, entonces creo que tienen un malentendido al respecto. Soy miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles y no serví en una misión de tiempo completo”.
Su declaración sorprendió al grupo, y entonces el tono de la audiencia cambió instantáneamente. Al saber que un líder principal de la Iglesia no había servido en una misión de tiempo completo, se invalidó ese argumento y el fallo fue a favor de la Iglesia.
Él se había sentido como alguien muy inadecuado para representar a la Iglesia en ese tema, pero al final fue el portavoz perfecto. De la misma manera, él se había sentido completamente fuera de su zona de confort cuando comenzó a hacer conexiones en Europa del Este, pero a menudo su fama mundial como cirujano de renombre ablandó corazones y abrió puertas.
Su experiencia al tratar con la oficina del Servicio de Impuestos Internos fue solo una de las muchas experiencias personales que tuvo con la verdad fundamental de que el Señor puede hacer Su propia obra (2 Nefi 27:21), que Él no ve las cosas como las ve el hombre y que “el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”. (1 Samuel 16:7)
Usando como ejemplo su asignación de abrir los países de Europa del Este para la predicación del Evangelio, les dijo a los estudiantes de la Universidad Brigham Young-Idaho que “si alguna vez una tarea pareció imposible, pues así fue. En los años consiguientes, hice mi mejor esfuerzo. En cada nación atea nunca fui estimado ni bienvenido […] Cada país presentó diferentes desafíos para nosotros. Hicimos lo mejor que pudimos, y entonces el Señor compensó la diferencia […] Soy testigo ocular, soy parte de ese prototipo: el Señor usó lo improbable para lograr lo imposible”. (Nelson, “The Lord Uses the Unlikely”)
“Esa es una forma de implementar las enseñanzas de Jesucristo, quien enseñó que debemos amar a Dios y a nuestro prójimo”. —Élder Russell M. Nelson
Su corazón nunca estuvo lejos de China, a pesar de la enorme cantidad de tiempo y energía que el Élder Nelson puso en Europa del Este a fines de la década de 1980, y del amor que rápidamente sintió por las personas de esa parte del mundo, en particular por aquellos que habían soportado el yugo del comunismo. Sus muchos esfuerzos para enseñar a los cirujanos a corazón abierto en la República Popular China le hicieron ganar muchos amigos. Amaba al pueblo chino, sentía reverencia por su cultura y por su fundamental bondad, y agradecía cualquier motivo para regresar allí.
Una de esas oportunidades se presentó en febrero de 1995. El año anterior, el viceprimer ministro Li Lanqing había visitado el Centro Cultural Polinesio de la Iglesia en Laie, Hawái. Uno de los resultados de esa visita fue una invitación al élder Neal A. Maxwell y al élder Nelson para visitar China.
Según el protocolo típico chino, los Élderes Maxwell y Nelson no podían ingresar al país como representantes oficiales de la Iglesia. Pero debido a que los dos habían establecido relaciones amistosas allí, el gobierno finalmente los admitió con la condición de que los dos pudieran visitar Pekín y que el “propósito del viaje fuera apostólico”. El embajador chino en los Estados Unidos le dijo más tarde a Beverly Campbell, Directora de Asuntos Públicos de la Iglesia en Washington, D. C., que “la buena voluntad de ese viaje tuvo resultados positivos e incomparables”. (Hafen,Disciple’sLife, pág. 476)
Los élderes Maxwell y Nelson se reunieron no solo con el viceprimer ministro Li, uno de los cuatro principales ministros de la República Popular China, sino también con el presidente Qi Huaiyuan, presidente de la Asociación del Pueblo Chino para la Amistad con los Países Extranjeros (CPAFFC por sus siglas en inglés); Li Xiaolin, jefe de Asuntos de América y Oceanía de la CPAFFC; Zhang Xiaowen, subdirector de la Comisión Estatal de Educación; y finalmente con el Viceministro Yin Dakui, del Ministerio de Salud Pública.
Los chinos llevan registros y, en la mayoría de las reuniones, ellos sabían muy bien los esfuerzos del élder Nelson para capacitar a los médicos chinos en la cirugía a corazón abierto. Por eso lo recibieron a él y a toda la delegación con los brazos abiertos. El élder Nelson comenzó la mayoría de las reuniones extendiendo un saludo simple en mandarín, lo cual agradaba mucho a sus anfitriones. Entonces, los élderes Maxwell y Nelson empleaban una de las preguntas favoritas del élder Nelson: ¿Cómo podrían ellos y la Iglesia que representaban servirles mejor? Como resultado de esas reuniones, se comprometieron a enviar voluntarios para enseñar inglés como segundo idioma en las treinta y dos universidades que estaban en funcionamiento en ese momento en el sistema educativo estatal chino, y también buscar la ayuda humanitaria que les fuera más útil. “Esa es una forma de implementar las enseñanzas de Jesucristo, quien enseñó que debemos amar a Dios y a nuestro prójimo”, explicó el élder Nelson a esos líderes que sabían poco o nada sobre el Salvador.
Una vez más, el élder Nelson vio que se abrían puertas de entendimiento y se desarrollaban buenas relaciones debido a la pregunta: “¿Cómo podemos servir?”. (Vea Maxwell, Nelson welcomed in China”)
“La Proclamación [Para La Familia] sorprendió a algunos que pensaban que las verdades doctrinales sobre el matrimonio y la familia se entendían bien sin necesidad de una reafirmación. Sin embargo, sentimos la confirmación y nos pusimos a trabajar”. —Élder Dallin H. Oaks
En 1994, el Cuórum de los Doce Apóstoles pasó todo un día en su sala de consejo, en el Templo de Salt Lake, hablando de asuntos relacionados con la familia. Consideraron todo, desde la naturaleza cada vez más omnipresente de la pornografía hasta la legislación potencial de varias clases contra la familia. Ese no era un nuevo análisis, pero ese día toda la agenda giró en torno a ese vital tema.
Los Doce Apóstoles repasaron tanto la doctrina como las normas, considerando las cosas que no se podían cambiar, la doctrina y las que posiblemente podrían cambiarse, es decir, las normas mismas. Analizaron temas que preveían, incluido un movimiento social intensificado a favor del matrimonio homosexual y los derechos de las personas transgénero. “Pero ese no fue el final de lo que preveíamos”, explicó el elder Nelson. “Pudimos ver los esfuerzos de varias comunidades para eliminar todas las normas y limitaciones a la actividad sexual. Vimos la confusión acerca de los géneros sexuales. Pudimos ver venir todo eso”.
Ese extenso análisis, junto con otros durante un período, llevó a la conclusión de que los Doce Apóstoles debían preparar un documento, tal vez incluso una proclamación, que describiera la posición de la Iglesia sobre la familia para presentarlo a la Primera Presidencia para su consideración.
“Eso [la Proclamación para la familia] sorprendió a algunos que pensaban que las verdades doctrinales sobre el matrimonio y la familia se entendían bien sin necesidad de una reafirmación” detallaría más tarde el Élder Dallin H. Oaks en un discurso de una conferencia general. “Sin embargo, sentimos la confirmación y nos pusimos a trabajar. Durante casi un año, los miembros del Cuórum de los Doce determinaron y analizaron los temas”. (Oaks, “El plan y la proclamación”)
Como resultado de esos análisis, se nombró un comité integrado por los élderes James E. Faust, Neal A. Maxwell y Russell M. Nelson para redactar un documento. El élder Faust, de mayor antigüedad que los otros dos, sugirió que cada uno escribiera un borrador y luego los juntaran. De ese documento inicial fusionado surgió una versión para que cada miembro del Consejo de los Doce la revisara y analizara. “Con espíritu de oración, rogamos continuamente al Señor que nos diera Su inspiración sobre lo que debíamos decir y de qué manera hacerlo”, explicó el élder Oaks. “Todos aprendimos ‘línea sobre línea, precepto tras precepto’, como el Señor ha prometido. (Oaks, “El plan y la proclamación”)
Finalmente se presentó a la Primera Presidencia un texto propuesto, quien lo revisó y perfeccionó aún más. El documento acababa de recibir la aprobación combinada de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles cuando, en marzo de 1995, falleció el presidente Howard W. Hunter y el presidente Gordon B. Hinckley se convirtió en el Presidente de la Iglesia. Aunque las Autoridades Generales mayores lo alentaron a leer la proclamación en la conferencia general de abril, el presidente Hinckley sintió que era demasiado pronto para que su presidencia hiciera una declaración tan importante sobre una de las normas de la Iglesia, y la guardó. Pero seis meses después, sin informar a nadie, elaboró su mensaje en septiembre de 1995 para la reunión general de la Sociedad de Socorro en torno a “La familia: Una Proclamación para el Mundo”, presentándolo con estas palabras:
“Con tanta sofistería que se hace pasar como verdad, con tanto engaño en cuanto a las normas y los valores, con tanta tentación de seguir los consejos del mundo, hemos sentido la necesidad de amonestar y advertir sobre todo ello. A fin de hacerlo, nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles, presentamos una proclamación a la Iglesia y al mundo como una declaración y confirmación de las normas, doctrinas y practicas relativas a la familia”. (Hinckley, “Permanezcan firmes frente a las asechanzas del mundo”) Mientras que el documento fue bien recibido por muchos miembros de la Iglesia, la reacción general fue de casi apatía o indiferencia. Nada en el documento parecía particularmente trascendental. Para muchos, La Proclamación parecía ser poco más que una reafirmación de principios consagrados y bien entendidos sobre el matrimonio, la familia y la identidad de género. En 1995, el matrimonio entre un hombre y una mujer era un hecho. Se consideraba un hecho indiscutible que el género sexual era una “característica esencial de la identidad individual preterrenal, mortal y eterna”. Pocas personas de fe, o de las religiones organizadas, cuestionaban la noción de que la familia fue ordenada por Dios.
“Pero pudimos ver lo que se avecinaba”, dijo el élder Nelson algunos años después. “Lo que parecía tan evidente en 1995 ahora era realmente un estándar para todo el mundo. A lo largo de los años, he dado copias de La Proclamación a muchos líderes gubernamentales que no son de nuestra religión y que han estado agradecidos por eso; diciéndoles que se sintieran con la libertad de usarla de la forma que quisieran. Recuerdo haber hablado con una vicepresidenta de un país centroamericano, una mujer a cargo de la salud, la educación y el bienestar, que por supuesto tienen que ver con la familia. Prácticamente lloró mientras me agradecía efusivamente por compartirle ese documento”.
A medida que pasaron los años desde 1995, y aumentó la defensa de varios derechos, en particular la defensa a los grupos LGBTQ, comenzaron a tomar forma la relevancia y el significado de La Proclamación. En relativamente pocos años, decenas de países, incluido Estados Unidos, legalizaron el matrimonio homosexual. Los problemas transgénero pasaron a primer plano, con celebridades y otras personas influyentes que popularizaron la noción de que el género sexual era una cuestión de elección en lugar de una realidad dirigida por Dios. Las críticas a la posición doctrinal de la Iglesia, así como a las normas asociadas con esa doctrina, provinieron tanto de fuera como de dentro de la Iglesia. La sociedad lanzaba cada vez más voces de intolerancia hacia cualquiera que se opusiera al matrimonio homosexual, ya fuera por motivos religiosos o morales.
“Hay quienes nos etiquetan como intolerantes”, dijo el élder Nelson, “pero los intolerantes son aquellos que no nos permiten decir lo que sentimos, sino que quieren que les permitamos decir lo que ellos sienten. Nuestra posición básicamente se afirma en la ley de castidad. Los Diez Mandamientos siguen siendo válidos, nunca han sido revocados. El mandamiento de que un hombre ni siquiera mire a otra mujer con lujuria, porque si lo hace, ya ha cometido adulterio en su corazón, no solo está en la Biblia, sino también en el Libro de Mormón y en Doctrina y Convenios. Ese poderoso mensaje es nuestra plataforma, no podemos cambiarla. Damos la bienvenida a la Iglesia a personas con diferentes inclinaciones, pero no es nuestra prerrogativa cambiar las leyes que Dios ha decretado”.
El élder Oaks señaló la importancia de la Proclamación para la familia de esta manera: “Hace cuarenta años, el presidente Ezra Taft Benson enseñó que ‘Cada generación tiene sus pruebas y su oportunidad de resistir y probarse a sí misma’. Creo que nuestra actitud hacia La Proclamación y nuestro uso de ella es una de esas pruebas para esta generación”. (Oaks, “El plan y la proclamación”)
El Libro de Mormón declara que los videntes tienen la capacidad espiritual y el don para ver cosas que otras personas no pueden ver. Como Amón le enseñó a Limhi, “un vidente es mayor que un profeta”, y el don de la videncia es primordial entre los dones espirituales: “Y que no hay mayor don que un hombre pueda tener, a menos que posea el poder de Dios, que nadie puede tener […] Mas un vidente puede saber de cosas que han pasado y también de cosas futuras; y por este medio todas las cosas serán reveladas”. (Mosíah 8:15- 17)
La videncia y la Proclamación para la familia están indisolublemente conectadas.
“Yo era su padre, era médico y era Apóstol del Señor Jesucristo, pero tuve que inclinar mi cabeza y aceptar: ‘No se haga mi voluntad sino la Tuya’“. —Élder Russell M. Nelson
Emily era la sexta hija de Russell y Dantzel, nacida el 15 de enero de 1958. Cuando aún era una bebé, de repente tuvo convulsiones y luego entró en coma. El diagnóstico fue meningitis espinal, y como el coma persistió durante varios días, los Nelson suplicaron al Padre Celestial que les preservara a su pequeña. Finalmente, agotados emocional y espiritualmente, Russell y Dantzel le dijeron que estaban profundamente agradecidos con Él por enviarles ese pequeño espíritu. Ellos le agradecieron “muy sinceramente”, y luego, llorando, le dijeron que si Él la necesitaba ahora más que ellos entonces estaban preparados para dejarla ir a fin de que estuviera bajo Su cuidado, (vea Nelson, From Heart to Heart, pág. 243)
No mucho después de que ofrecieran esa oración de sumisión, la fiebre de Emily cedió y lentamente comenzó a mejorar. “Creo que nunca se me exigirá que pase por una prueba como la que Abraham tuvo con Isaac”, escribió Russell más tarde sobre esa experiencia, “pero eso fue lo más parecido a lo que podría tener en ese aspecto. Literalmente yo había llegado al punto en que sentí que el Señor me preguntaba si sería capaz de acatar Su deseo de llamarla a casa”. (Nelson, From Heart to Heart, pág. 243, 245)
Al final resultó que eso fue solo el comienzo de las pruebas del élder Nelson con respecto a la salud de sus seres queridos, incluida la de Emily.
Emily creció hasta la edad adulta y se casó con Bradley E. Wittwer; los dos tuvieron cuatro hijos. Entonces, mientras estaba embarazada de su quinto hijo, a Emily le diagnosticaron cáncer inflamatorio de mama. El élder Nelson se dio cuenta de inmediato de que el diagnóstico era una sentencia de muerte, ya que las hormonas del embarazo agravan el cáncer inflamatorio del seno, como cuando la gasolina enciende un fuego.
La noche en que Emily fue diagnosticada con eso, el 17 de septiembre de 1991, toda la familia se reunió. Cuando el Élder Nelson se acercó a su hija para darle una bendición, su primera preocupación fue por el hijo de ella que estaba por nacer. “Papá, no te olvides de bendecir a mi bebé”, dijo ella.
Tres días después, Emily se sometió a una mastectomía y poco tiempo después comenzó con un agresivo tratamiento de quimioterapia. Su quinto hijo, Jordán, nació el 6 de diciembre de ese año con una mata de cabello que parecía una tierna misericordia y a la vez una señal de que la quimioterapia no había penetrado la membrana del útero y que tampoco había afectado el sistema sanguíneo de bebé.
Esa fue una temporada emocionalmente agotadora para el Élder Nelson. Mientras Emily luchaba contra el cáncer, a Dantzel le diagnosticaron un linfoma que no era de Hodgkins. Pero eso también fue un diagnóstico aterrador. Con una esposa y una hija en tratamiento de quimioterapia, a veces en la misma habitación de la Clínica Salt Lake, donde recibían juntas los tratamientos intravenosos, Russell temía perderlas a ambas. “Traté de prepararme para el momento en que ambas fallecieran”, admitió él. “Tuve que lidiar con la muerte, así que pensé que sería mejor entenderlo”.
Como una forma de enfrentarse a su miedo, y a pedido de Deseret Book Company, pasó gran parte del verano de 1994 en una pequeña casa de su propiedad, junto a la casa tipo “Pizza Hut” (redonda y grande) en Midway, Utah, en donde escribió: The Gateway We Cali Death (La puerta de entrada que llamamos muerte) “Pude ver”, dijo, “que uno tiene que cambiar de una perspectiva terrenal a una eterna. La realidad es que ninguno de nosotros puede alcanzar su máximo potencial y exaltación sin pasar por esa puerta. Las eternidades que nos esperan van a ser mucho más gloriosas y mucho más permanentes que cualquier cosa que tengamos durante esta experiencia terrenal”. Llegó a comprender que el duelo de cuando alguien muere era en realidad un mandamiento. Debemos hacer como dice la Escritura: “viviréis juntos en amor, al grado de que lloraréis por los que mueran”. (Doctrina y Convenios 42:45)
Pero fue un shock cuando el 2 9 de enero de 19 9 5 Emily murió con su hígado invadido por el cáncer. Con solo treinta y siete años, dejó un esposo y cinco hijos, el menor de ellos de tres años.
“Vi venir su muerte”, reflexionó el Élder Nelson más tarde. “Nadie sabía más que yo que ella había recibido una sentencia fatal; y, sin embargo, cuando Brad me llamó la noche en que ella murió, me quedé anonadado. Un padre es casi tan torpe como un marido, porque es ciego a la realidad. Sabía que eso iba a venir y, sin embargo, seguía pensando que seguramente mejoraría”.
El Élder Neil L. Andersen luego lo citó diciendo: “Yo era su padre, era médico, y era Apóstol del Señor Jesucristo, pero tuve que inclinar mi cabeza y aceptar: ‘No se haga mi voluntad sino la Tuya’”. (Andersen, “El profeta de Dios”)
En la conferencia general, solo unas semanas después de la muerte de Emily, el élder Nelson le dijo a los miembros de la Iglesia que “junto con mis lágrimas de pesar he deseado haber podido hacer más por mi hija […] Si yo tuviese el poder de la resurrección, me habría sentido tentado a devolverle [a ella] la vida”. (Nelson, “Los hijos del convenio”) Pero no había nada más que hacer sino seguir adelante de alguna manera.
Su nieta Katie Irion Owens recuerda vividamente cómo observó a su abuelo en el funeral de su tía Emily. “Lo vi en el funeral estrechar a los hijos [de Emily] en su regazo para que siguieran adelante, al igual que iba a hacerlo con nosotros y ayudarnos a aceptar eso. Realmente hizo una inmensa obra al ayudarnos a ver la perspectiva eterna en todo”. (Church News/KSL, entrevista del 10 de enero de 2018)
El élder Nelson puso sus sentimientos en perspectiva cuando escribió posteriormente en Noticias de los Nelson, el boletín familiar mensual: “Cada una de nuestras contribuciones a las Noticias de los Nelson este mes serán difíciles de redactar. Todos estamos de luto por la pérdida de nuestra querida Emily hasta el punto de que casi ninguna otra cosa tiene espacio en el escenario de nuestras mentes”.
Y continuó agregando algunas palabras acerca de su querida Dantzel: “Me gustaría rendir un homenaje especial a mami. Era una magnífica mujer cuando me casé con ella, pero no sabía lo grande que era hasta que la vi manejar las vicisitudes de la vida con una fe muy profunda. Ella es realmente una madre maravillosa. La respeto, la honro y la amo”. (Noticias de los Nelson, febrero de 1995)
Para profundo alivio del élder Nelson, el cáncer de Dantzel entró en remisión y, con el tiempo, se la declaró libre de cáncer. Pero su mayor desafío aún estaba por venir.
“¿Que cuántos idiomas entiendo y hablo? Honestamente todavía estoy luchando con mi inglés”. —Élder Russell M. Nelson
El domingo 18 de mayo de 1997, más de mil cien personas se apiñaron en un auditorio diseñado para ochocientas personas para ver la dedicación del nuevo Centro de Capacitación Misional en Sao Paulo, Brasil. En ese momento, el élder Nelson tenía la responsabilidad de supervisar Brasil, por tanto, era su asignación dedicar la nueva estructura.
La sala estaba llena de miembros de la Iglesia y de dignatarios, incluido el presidente del Senado de Brasil. En ese momento, el nuevo Centro de Capacitación Misional (CCM) era una de las estructuras más grandes que la Iglesia había construido fuera de los Estados Unidos.
El élder Nelson hizo comentarios en inglés y luego excusó a su traductor, diciendo: “Si tienen suficiente fe, y yo la tengo, voy a excusar a mi traductor y dedicaremos este edificio en el idioma que todos aquí entienden”.
El élder W. Craig Zwick, que entonces prestaba servicio en la Presidencia del Área Brasil, dijo que entonces el élder Nelson dedicó el CCM en “un portugués perfecto. Eso fue tan histórico y significativo que colocamos una hermosa copia enmarcada de la oración dedicatoria, tanto en portugués como en inglés, en una columna en el CCM de Brasil para que todos los misioneros pudieran leerla y reflexionar sobre sus promesas”, (entrevista con la autora del 6 de noviembre de 2018; ver también Church News/KSL, entrevista del 5 de enero de 2018)
El élder Nelson había tenido durante mucho tiempo la buena fama de hablar varios idiomas y, de hecho, había estudiado o recibido tutoría en una buena cantidad de ellos. Cursó tres años de francés en la escuela preparatoria, seguidos de latín y griego previos a sus estudios de medicina. Con fines profesionales, estudió ruso y chino. Para ayudarse en su servicio en la Iglesia, estudió español, portugués y alemán. Por su cuenta estudió hebreo, búlgaro, checo y rumano.
“Tengo carpetas en mi archivador sobre todos esos idiomas”, dijo el élder Nelson. “¿Que cuántos idiomas entiendo y hablo? Honestamente todavía estoy luchando con mi inglés. Pero he estudiado o recibí tutoría en varios idiomas”.
Era evidente que tenía una afinidad y un buen “oído” para los idiomas; y su memoria rara vez fallaba. Así que aprendió rápido; aprendió las pronunciaciones rápidamente y entendió las raíces de muchos idiomas como para poder entablar diálogos simples y conversar modestamente en otros. Su formación en los idiomas ruso y chino fue en gran medida de naturaleza médica, mientras que su aprendizaje del portugués, español y alemán involucró más que nada el lenguaje relacionado con la Iglesia.
Sobre todo, trabajó en el arte y la ciencia de comprender idiomas para poder conversar en ellos, siendo un ejemplo de eso la dedicación del CCM brasileño. Antes de ese evento, hizo arreglos para que una persona de Brasil tradujera la oración dedicatoria que él había escrito en portugués, y que luego la grabara en portugués para poder escucharla una y otra vez. Y lo escuchó no solo para asegurarse de que entendía todas las palabras, sino también para perfeccionar su pronunciación y acento. Entonces memorizó la oración. Si bien a los que estaban allí les pareció que estaba hablando bien el portugués, en realidad estaba recitando un portugués memorizado, que además entendía completamente, ya que su conocimiento de ese idioma se lo permitía.
“No crean que hablo con fluidez otros idiomas aparte del inglés”, insiste él. Pero está claro que, cuando le fue posible, se esforzó por saludar a las personas en su idioma materno y también en dar su testimonio final en el idioma de ellas. En ocasiones dio mensajes completos en español, como lo hizo en Puerto Rico y en República Dominicana en septiembre de 2018, y luego en cinco países de Sudamérica, en octubre de ese mismo año. Por respeto y amor por los Santos de los Últimos Días, dondequiera que vivieran, y con el deseo de abrir sus corazones a las verdades del Evangelio, él les hablaba en su propio idioma tanto como le era posible y cada vez que podía. El Señor proporcionó el modelo, “pues él habla a los hombres de acuerdo con el idioma de ellos, para que entiendan”. (2 Nefi 31:3)
“Los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los apóstoles y profetas concernientes a Jesucristo”. —El Profeta José Smith
A medida que se acercaba el año 2000 y, por lo tanto, la celebración número dos mil del nacimiento del Hijo de Dios, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce analizaron qué debían hacer, si es que debían hacer algo, para conmemorar la llegada del nuevo siglo. Con todas las predicciones del año 2000 de posibles catástrofes digitales y el alboroto que causaban, estos profetas, videntes y reveladores sintieron que ellos, que habían sido llamados a dar testimonio de Jesucristo en todo el mundo, deberían hacer algo diferente, algo distintivo.
Mientras deliberaban sobre la oportunidad que se les presentaba, se sintieron atraídos por la declaración del profeta José Smith de que “los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los apóstoles y profetas acerca de Jesucristo: que murió, fue sepultado, se levantó al tercer día y ascendió a los Cielos; y todas las otras cosas que pertenecen a nuestra religión son únicamente dependencias de esto”. (Enseñanzas del Profeta: José Smith, introducción; énfasis añadido) El verbo en plural son les llamó la atención. “Fue esta declaración del Profeta la que incentivó a 15 profetas, videntes y reveladores a publicar y firmar su testimonio para conmemorar el aniversario número 2.000 del nacimiento del Señor” dijo el Élder Nelson algunos años después en una conferencia general. (Nelson, “Cómo obtener el poder de Jesucristo en nuestra vida”)
“Nos dimos cuenta de que nunca habíamos presentado de manera combinada el testimonio de todos los profetas y apóstoles vivientes acerca de Jesucristo, y que hacerlo podría ser nuestra acción conmemorativa”, agregó él.
Decidieron hacer dos cosas: primero, preparar un documento titulado “El Cristo Viviente” firmado por cada miembro de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce; y segundo, filmar a cada uno de ellos, quince en total, dando su testimonio. Se asignó al Élder Nelson la supervisión del proyecto, que incluía ayudar a que se terminara el documento en tiempo, asegurarse de que cada uno de ellos fuera filmado en el lugar de su elección y luego hacer que todo ese material estuviera ampliamente disponible.
“En lo que respecta a ese documento”, explicó él, “todos actuaron como editores en jefe. Había quince editores en jefe y, por supuesto, el presidente Hinckley agregó sus toques distintivos al final del proceso. Cada apóstol de ese entonces intervino en el proceso”.
El documento empieza así: “Al conmemorar el nacimiento de Jesucristo hace dos milenios, manifestamos nuestro testimonio de la realidad de Su vida incomparable y de la virtud infinita de Su gran sacrificio expiatorio. Ninguna otra persona ha ejercido una influencia tan profunda sobre todos los que han vivido y los que aún vivirán sobre la tierra”. El documento fue firmado por los presidentes Gordon B. Hinckley, Thomas S. Monson y James E. Faust de la Primera Presidencia, y por el presidente Boyd K. Packer y los Élderes L. Tom Perry, David B. Haight, Neal A. Maxwell, Russell M. Nelson, Dallin H. Oaks, M. Russell Ballard, Joseph B. Wirthlin, Richard G. Scott, Robert D. Hales, Jeffrey R. Holland y Henry B. Eyring, del Cuórum de los Doce Apóstoles.
Refiriéndose a “El Cristo Viviente” como un “testimonio histórico”, el presidente Russell M. Nelson dijo más tarde: “Muchos miembros han memorizado las verdades que contiene; otros apenas saben que existe. A medida que procuran aprender más acerca de Jesucristo, los insto a estudiar ‘El Cristo Viviente’“. (“Cómo obtener el poder de Jesucristo en nuestra vida”)
De todos los desafíos a los que me he enfrentado, este mes trajo el más difícil. —Élder Russell M. Nelson
El sábado 12 de febrero de 2005 comenzó como uno de esos raros y especiales sábados en los que el Élder Nelson no viajaba y podía pasar el día en casa con su esposa, Dantzel. Estaban entretenidos en la casa, disfrutando de comer juntos y disfrutando de un fin de semana sin mayores presiones.
Originalmente habían planeado asistir a un partido de baloncesto de la Universidad Brigham Young en el Marriott Center, pero a último momento decidieron quedarse en casa y ver el partido por televisión para poder alternarlo con un partido de la Universidad de Utah en un canal diferente. Estaban sentados en el sofá, tomados de la mano, cambiando de canal entre los dos juegos, cuando de repente Dantzel se desplomó. El élder Nelson reconoció al instante lo que había sucedido: ella había tenido un cambio brusco en el ritmo cardíaco y su corazón se había detenido, e intentó resucitarla. Durante diez minutos, quince minutos, veinte, o muchos más, luchó haciendo lo que había hecho tantas veces con sus pacientes a lo largo de los años.
En un momento, tomó el teléfono para hacer una llamada a su viejo amigo y cardiólogo, el Dr. Robert Fowles, quien resultó estar en un avión que en ese momento regresaba a Salt Lake City. Pero sin detenerse continuó con la reanimación cardiopulmonar durante mucho más tiempo del que la ciencia médica sugiere que sería útil. Pero todo fue en vano, su fallecimiento había sido instantáneo y sin dolor. También había sido sin ninguna advertencia. Dantzel se había ido.
El élder Nelson, atónito, inmediatamente comenzó a tratar de localizar a los miembros de su numerosa familia. Sin embargo, esa noche eso no fue fácil. En el momento en que ella cruzó a través del velo, sus hijos estaban en cuatro continentes: Asia, América del Norte, América del Sur y Europa; y algunos iban en camino a un quinto: África. Dos de las hijas y sus correspondientes esposos, Sylvia Webster y Rosalie Ringwood, estaban sirviendo en misiones en Brasil y Corea, respectivamente. Otros estaban viajando o participando en las actividades de los sábados por la noche. “Estaba completamente solo”, recordó él. “Tenía yo diez hijos, pero no pude encontrar a ninguno de ellos ese día”. Le tomó varias horas comunicarse con su familia inmediata, y mientras tanto sollozaba y sollozaba sin parar. En un momento, casi gritó abrumado por el dolor.
Sin embargo, mientras aún estaba solo y llorando, recibió una impresión inequívoca: “No era audible, pero era muy clara”, dijo él. “El mensaje era: ‘La llevé conmigo por mi amor a ella, y pensé que podrías comprenderlo, hijo mío’“.
La muerte de Dantzel fue un regalo para ella misma. Ella había estado experimentando problemas de salud y estaba empezando a tener problemas con su memoria. Poco antes de su fallecimiento, le había dicho a Russell: “Papi, no quiero envejecer”. Él le bromeó en respuesta: “Demasiado tarde, cariño, ya envejeciste”. Pero envejeciendo o no, con sus facultades menguando o no, el Élder Nelson no podía imaginar seguir adelante sin su amada esposa Dantzel.
Se corrió la voz y, finalmente, familiares y amigos cercanos comenzaron a llegar a su casa. El presidente Gordon B. Hinckley fue también a ofrecer sus condolencias. Él acababa de perder a su esposa, Marjorie, el año anterior y comprendió a lo que se estaba enfrentando el élder Nelson. Los hijos y los nietos abordaron aviones en todo el mundo para llegar a Salt Lake City lo antes posible. Un nieto, Stephen McKellar, recordó ese momento conmovedor: “Cuando volé a casa para el funeral de mi abuela, había muchos de la familia en todo el país que también volaban casa. Pude compartir mi vuelo con mi primo Ricky, que estudiaba en la escuela de medicina de Wisconsin.
Hablamos todo el camino a casa sobre lo que significaba ser un Nelson y el tener esta experiencia bajo ese mismo apellido”. (Church Afews/KSL, entrevista del 11 de enero de 2018)
Durante los días siguientes llegaron de todo el mundo visitantes, tarjetas, correos electrónicos y llamadas telefónicas. La influencia de Dantzel y Russell Nelson había llegado a millones de personas, porque además eran muy queridos. Se comunicaron para expresar simpatía y apoyo los cirujanos, los médicos generales, los miles de pacientes a los que había operado y sus familias y los Santos de los Últimos Días que ellos habían conocido y amado en todos los lugares a los que habían viajado.
Todas esas expresiones fueron de mucho significado. Pero el dolor de haber perdido a su esposa era indescriptible. “De todos los desafíos a los que me he enfrentado, este mes trajo el más difícil”, escribió él en Noticias de los Nelson, luchando por saber cómo seguir adelante. Él no podía recordar que Dantzel alguna vez no hubiera estado en su vida, porque en ese año hubieran celebrado su sexagésimo aniversario de bodas. Durante casi sesenta años habían vivido juntos, se habían amado y construido una vida para los dos.
El momento de todo eso fue algo irónico. Solo seis días antes el élder Nelson había hablado en una charla fogonera del Sistema Educativo de la Iglesia en el Centro Marriott de la Universidad Brigham Young. Y como Dantzel había estado resfriada, no lo acompañó esa noche. Él les contó a los jóvenes adultos cómo se había enamorado de Dantzel cuando ella era joven, pero luego agregó que: “para mí, la hermana Nelson ahora es aún más hermosa”.
Y continuó, diciendo: “¿Qué es lo más importante para la hermana Nelson y para mí ahora? Que somos marido y mujer, casados por el tiempo y por toda la eternidad. Nuestros hijos han nacido en el convenio y están sellados a nosotros para siempre”.
Y admitió que: “hemos probado los éxitos y las tristezas de la vida. Hemos enfrentado la desilusión, la enfermedad y la muerte entre nuestros hijos; pero la muerte no puede dividir a las familias selladas en el templo. Ese período de separación será solo temporal”. Y entonces dijo algo muy relevante: “La hermana Nelson y yo hemos aprendido que la vida no es una obra de teatro de un solo acto”. (Weaver, “Dantzel Nelson Succumbs”)
Fue sincero con cada palabra de lo que había dicho, pero ahora practicar lo que había predicado recientemente le creó una difícil realidad: ¿Cómo iba a poder continuar después de una pérdida personal tan dolorosa? “Debido a que yo estaba sellado a mi esposa, éramos uno”, dijo él. “Así que, cuando ella murió, la mitad de mí también murió”.
Pero el élder Nelson entendía la doctrina. Él sabía que eso era simplemente el final del segundo acto en una obra de tres actos. Tenía un profundo testimonio de la realidad del convenio que a él y a Dantzel los unía como marido y mujer para siempre. Pero esas verdades solo ayudaron cuando entró en su casa y no había nadie más allí, cuando fue de una habitación a otra y casi podía oír los latidos de su propio corazón porque ella ya no estaba en la habitación de al lado, lista para dar la vuelta a la esquina en cualquier momento. El silencio de ser viudo era atronador. Fue un tiempo de profundo dolor. “Aprendí de primera mano que el Señor ama a quien disciplina” dijo él. “Todo hombre que tiene alguna responsabilidad en esta Iglesia ha tenido o tendrá que pasar alguna prueba, incluso como la que tuvo Abraham”.
Pese a tener una familia completa y muy numerosa, se tambaleó por esa pérdida. “Cuando mi abuela falleció, fue muy triste verlo sin ella”, dijo su nieta Katie Irion Owens. “Él lideró con amor, y por eso pudimos seguir sus huellas.
Pero eso fue algo muy duro”. (Church News/KSL, entrevista del 10 de enero de 2018)
Después del funeral, Russ Jr. le preguntó a su padre simplemente: “¿Cómo podemos ayudarte mejor?” Él respondió: “Solo guarden los mandamientos y manténganse cerca de su familia. Eso es lo que más me ayudará”. (Church News/KSL, entrevista de enero de 2018)
El mes siguiente a la muerte de Dantzel, el élder Nelson fue a Curitiba, Brasil, para presidir la Ceremonia de palada inicial de un templo allí. David Webster, su yerno, y su hija Sylvia, presidían la misión allí. “Hubiera sido muy fácil para él pedir que lo reasignaran”, recordó Sylvia. “Fácilmente podría haber dicho: ‘Acabo de perder a mi esposa, la luz se ha ido de mis ojos. No tengo una esposa que me acompañe. Ese fue realmente un momento muy difícil para él. Pero él era increíble y estuvo a la altura de las circunstancias. Las personas de nuestra misión los amaban, y aún más a él porque se esforzaba siempre por visitarlos. Fue sanador para nosotros estar todos juntos esos días”. (Church News/KSL, entrevista del 10 de enero de 2018)
Dos meses después el élder Nelson asistió a una reunión regional en París, donde las hermanas portaron flores en memoria de su esposa. Se sintió conmovido por su amabilidad, pero le preocupaba que el enfoque de ellas estuviera equivocado en algo. No quería que su dolor se convirtiera en una preocupación para los demás, en particular para los miembros de la Iglesia a los que había sido llamado a servir.
Se preguntaba acerca de cómo seguir adelante con su vida; entonces se reunió con el presidente Gordon B. Hinckley y le preguntó, como presidente de la Iglesia, si tenía algún consejo que darle acerca de volver a casarse. El presidente Hinckley respondió que eso dependía totalmente de él, que diferentes hermanos, como bien él sabía, habían manejado esa difícil circunstancia de diferentes maneras.
El élder Nelson lo inquirió con una segunda pregunta: “¿Sería más fácil asignarme para servir en algo si tuviera una esposa?” Dicho de esa manera, el presidente Hinckley respondió que era más fácil “ser parte de la regla que la excepción a la regla”. Con ese consejo, el élder Nelson supo que debería considerar volver a casarse. Aunque por el momento no podía comprender eso. Él adoraba a Dantzel, estaba sellado con ella por la eternidad y había pasado casi seis décadas junto a ella; habían estado juntos en los años de escasez, cuando sus hijos pequeños dormían en catres del ejército; en los tiempos de aclamación y de reconocimiento, así como en viajes internacionales; en su llamado al Consejo de los Doce y en la muerte de una hija. Habían hecho amigos literalmente en todos los rincones del mundo. Dondequiera que miraba, dondequiera que iba, veía a Dantzel.
Después de tantos recuerdos, y a la edad de ochenta años, ochenta vigorosos años, pero ochenta al fin, ¿cómo se puede pensar en empezar de nuevo? Después de sesenta años de matrimonio, ¿cómo sales en citas de nuevo? ¿Y cómo sales en citas siendo un miembro del Consejo de los Doce? Pero la soledad era insoportable. Por el momento él era una excepción a la regla, en lugar de la regla, pero no quería que nada interfiriera con su capacidad de servir al Señor.
“Pon mi nombre también”. —Wendy L. Watson
En la primavera de 2005, Wendy Watson viajó al sur de Alberta, Canadá, para hablar en una conferencia de la Sociedad de Socorro de Estaca en su ciudad natal de Raymond, ahí mismo en Alberta. Una de sus hermanas, Kathy Card, de Edmonton, se unió a ella. Después de una sesión en el Templo de Cardston, Alberta, Wendy le dijo a su hermana que sentía que se avecinaba un gran cambio en su vida, pero que no tenía idea de qué se trataba. Tal vez era hora de dejar de enseñar en la Universidad Brigham Young; tal vez debería mudarse. Pero ella simplemente no estaba segura. Pero mientras hablaban, se encontró diciendo algo que nunca antes le había dicho a nadie en su vida: “Kathy, puedes escribir esto en tu diario: Que se avecina un gran cambio en mi vida”.
A la mañana siguiente, Wendy mencionó que se había despertado con un himno en su pensamiento y que no sabía qué significaba eso. Cuando lo tarareó para Kathy, su hermana dijo: “Oh, no sabes, pero ese es el himno que el élder Nelson reescribió y que el Coro del Tabernáculo Mormón cantó para acompañar su discurso de la conferencia general”. Wendy respondió: “Bueno, no sé nada sobre eso, pero se avecina un gran cambio en mi vida”.
Unas semanas más tarde, en mayo de 2005, Wendy y su amiga Sheri Dew partieron hacia Europa en un viaje que fue en parte de negocios y en parte de vacaciones. Su primera parada fue Alemania, donde, entre otras cosas, asistieron a una sesión de investidura en el Templo de Frankfurt con las hermanas Barbara Perry y Marie Hafen, cuyos esposos, los Élderes L. Tom Perry y Bruce C. Hafen, servían en la Presidencia del Área Europa en ese momento. En el camino de regreso del templo, Wendy y la hermana Perry se sentaron en el asiento trasero y conversaron largamente; la hermana Perry le compartió algunas de sus experiencias como la segunda esposa del élder Perry después de que este enviudara. Wendy disfrutó escuchar las historias de la hermana Perry, pero ni siquiera pensó fugazmente en convertirse en la segunda esposa de algún viudo de entre las Autoridades Generales.
Desde Alemania, Wendy y Sheri fueron a Roma y se encontraron con sus amigos Sharon y Ralph Larsen, con quienes disfrutaron de la grandeza y majestuosidad de la Ciudad Eterna. Y de las multitudes en el Vaticano y el Coliseo, de la muchedumbre alrededor de la Fuente de Trevi (donde Wendy y Sheri se aseguraron de arrojar las tres monedas obligatorias para cada mujer interesada en casarse), de las filas para el helado clásico; fue tanto aprendizaje como pura diversión con buenos amigos.
Cuando los cuatro llegaron a Florencia, se encontraron con amigos que les mencionaron que el élder Russell M. Nelson estaba organizando la primera estaca en Roma ese mismo fin de semana. Hablaron brevemente si deberían intentar asistir a un evento histórico tan asombroso como esa primera estaca de la Iglesia junto al Vaticano, pero finalmente decidieron que un cambio en su itinerario en ese momento causaría un efecto dominó en su agenda con muchos inconvenientes. Así que se sumergieron en el ambiente de Florencia. El iconico Ponte Vecchio (un puente medieval), la Galería de los Uffizi y, por supuesto, la obra maestra de Miguel Ángel, el David; todo fue muy impresionante e instructivo tal como les habían dicho. Sin embargo, sorprendentemente, tanto Wendy como Sheri se impacientaron y decidieron irse de Florencia antes de lo que esperaban.
Los cuatro habían programado separarse de todos modos, así que mientras Wendy y Sheri consideraban varias opciones, todos decidieron ver si podían conseguir boletos de última hora para un tren que iba de Florencia a Zúrich a través de los Alpes italianos. Sorprendentemente había boletos disponibles, por lo que rápidamente empacaron, tomaron un taxi hasta la estación del tren, compraron sus boletos y caminaron hasta el amplio patio lleno de trenes.
Mientras veían una gran marquesina que mostraba qué trenes iban a qué ciudades, todo en italiano, escucharon a alguien detrás de ellas decir: “Hermana Dew, ¿puedo ayudarla?”. Cuando se dieron la vuelta, vieron a una joven adorable, una exmisionera que había regresado a Florencia, donde había servido gran parte de su misión. Ella los ayudó a encontrar el tren que se dirigía a Zúrich, y casualmente mencionó que se dirigía a Roma para asistir a la organización de la primera estaca de la Iglesia allí. Wendy luego se fue para registrarse en la plataforma número 8, que era donde estaría su tren a Zúrich.
De repente, Sheri tuvo una idea. Estaba casi segura de que el élder Harold G. Hillam, en ese entonces Presidente de Área, y su esposa, Carol, acompañarían al élder Nelson a Roma. Ella había trabajado en estrecha colaboración con el élder Hillam durante su servicio en la Presidencia General de la Sociedad de Socorro, y le preguntó a la joven si estaría dispuesta a subir al estrado y entregarle una nota al élder Hillam. Sheri quería mucho a los Hillam, y le encantaba la idea de enviarles una nota. La hermana exmisionera aceptó, y entonces Sheri rápidamente escribió una nota y se la entregó.
Mientras se preparaban para partir, a Sheri se le ocurrió que sería de buena educación enviar también una nota al élder Nelson, aunque ella no lo conocía tan bien como al élder Hillam. Cuando comenzó a escribir esa segunda nota, Wendy reapareció repentinamente después de revisar las distintas plataformas donde estaban los trenes. Sheri le dijo de la nota que había escrito para los Hillam y mencionó que estaba terminando una segunda nota para el élder Nelson. “Pon mi nombre también”, dijo Wendy. Sheri firmó con su nombre y el de Wendy, la joven tomó las notas y se fue; y Sheri y Wendy abordaron el tren a Zúrich. Se preguntaron en voz alta si la joven realmente entregaría las notas, pero asumieron que eso nunca lo sabrían.
Sin embargo […] descubrieron que la joven exmisionera sí había entregado las notas a los élderes Nelson y Hillam. Y se enteraron de ello en la forma inesperada.
La esposa del Élder Nelson, Dantzel, había fallecido varios meses antes. Sabiendo que viajaría solo hacia y desde Europa, le pidió a su secretaria que fuera a Deseret Book y le comprara un par de libros para leer durante el viaje. En el vuelo, leyó uno de esos libros, titulado: Rock Solid Relationships, (Relaciones sólidas como una roca) por Wendy L. Watson.
Cuando leyó la nota mientras estaba sentado en el estrado en Roma, antes del comienzo de la conferencia de estaca, y vio el nombre de Wendy, ese nombre parecía saltar de la página mientras todas las demás palabras se desvanecían. No podía ver nada excepto el nombre Wendy Watson. Al mismo tiempo, el élder Nelson tuvo una impresión espiritual fuerte, inmediata y clara acerca de ella. Una vez en casa al llegar de Europa, llevó la nota con él al Templo de Salt Lake para buscar confirmación sobre esa impresión espiritual. Lo que aprendió fue que cuando llegó el momento de considerar volver a casarse, necesitaría primero conocer a la mujer indicada.
Fue una curiosa secuencia de eventos, pues se suponía que Wendy y Sheri ni siquiera debieron estar en esa estación de tren de Florencia. ¿Y cuáles son las probabilidades de que durante los pocos segundos que estaban tratando de encontrar el tren correcto para abordar, una joven Santo de los Últimos Días reconociera a Sheri y se ofreciera a ayudarla? ¿Y que además ella simplemente se dirigía al lugar donde el Élder Russell M. Nelson estaba asignado para presidir la organización de una nueva estaca? Y que a Sheri se le ocurriera enviar una nota, que Wendy pidiera que se añadiera su nombre a esa nota y que ella nunca recordara haber dicho eso.
Fue una muestra asombrosa de sincronización, la sincronización del Señor. Y el resto, como se suele decir, es historia. Llegó el día en que el Élder Nelson se sintió impulsado a acercarse a Wendy. A medida que se conocieron, quedó claro que el cielo estaba orquestando su unión. El Señor era su casamentero, como Wendy siempre dijo.
Cuando el Élder Nelson le propuso matrimonio, aún tenían mucho que aprender el uno del otro. Pero como le dijo a Wendy: “Hay muchas cosas que no sé acerca de ti, pero sí conozco la revelación”. Así también ella. Wendy había pasado por tres compromisos rotos en años anteriores, y no estaba interesada en repetir esa experiencia con un apóstol. Baste decir que ambos habían buscado instrucciones claras sobre si ir o no a una primera cita, una cita motivada por una nota en una estación de tren en Florencia. Esa nota, enmarcada por el Élder Nelson, ahora ocupa un lugar destacado en la oficina de su casa.
“Cuando amas al Señor más de lo que amas a tu cónyuge, tu capacidad de amar aumentará y amarás cada vez más a tu cónyuge”. —Russell M. Nelson y Wendy W. Nelson
El jueves 6 de abril de 2006, el presidente Gordon B. Hinckley efectuó el sellamiento del Élder Russell M. Nelson y Wendy L. Watson en el Templo de Salt Lake. Después de la ceremonia de sellamiento, los nuevos Élder y hermana Nelson invitaron a familiares y amigos cercanos a unirse a ellos en una sesión de investidura en el templo. Luego, después de una ronda de fotografías, la nueva pareja se fue de luna de miel. Cuando se alejaron, era la primera vez que estaban juntos y solos en un automóvil. “Ambos estábamos emocionados y asustados, pero llenos de fe”, recordó Wendy.
Rápidamente aprenderían que solo porque el Señor había orquestado su cortejo y sellamiento, no significaba que el matrimonio sería fácil para ellos al principio, o tal vez precisamente por eso. Wendy sabía, tanto por sus propias experiencias de vida como por su participación profesional con muchas parejas, que cuando el Señor deja en claro que cierto curso de acción es dirigido o incluso ordenado por Él, eso probablemente significa que llegará un momento en que uno necesita saber con absoluta certeza que la decisión o dirección que ha tomado realmente fue inspirada por Él.
Baste decir que su matrimonio no fue una transición fácil para ninguno de los dos. Como una mujer de cincuenta y cinco años que nunca se había casado, Wendy descubrió que el matrimonio con un apóstol de ochenta y un años cambió su vida en un santiamén. A menudo ella bromeaba diciendo que él le había dado una vuelta a su vida, a lo que a él le encantaba replicar: “No, en realidad, yo le di la vuelta del lado correcto”. No obstante, casi todas las circunstancias de su vida cambiaron instantánea y dramáticamente. Su carrera de veinticinco años como profesora de terapia matrimonial y familiar había terminado, su práctica clínica de treinta años había terminado.
Ella se convirtió en parte de una familia enorme con muchas tradiciones y prácticas bien establecidas. Wendy se convirtió en la persona número 113 en ingresar a la familia Nelson, de constante crecimiento y en expansión, comenzando con Russell y Dantzel, luego sus hijos, los cónyuges de sus hijos, sus nietos y sus bisnietos.
Además, su tiempo ahora estaba controlado casi por completo por el de su esposo. Si él necesitaba que ella lo acompañara en un avión que viajara a alguna parte del mundo, ella estaría allí. Como un ejemplo entre muchos, en mayo de 2008 Wendy iba a hablar en una conferencia multiestacas de mujeres, en el este de Canadá, pero a última hora el presidente Monson invitó al élder Nelson a acompañarlo a la dedicación del Templo de Curitiba, Brasil, en ese mismo fin de semana. Los planes de Wendy cambiaron instantáneamente.
Sin embargo, desde el principio, el Élder Nelson le dijo a Wendy lo que a menudo le había dicho a Dantzel: “Mamá lo sabe mejor”. Por ejemplo, cuando los dos debían revisar un itinerario próximo para un viaje internacional, si Wendy dudaba en acompañarlo en el viaje, él siempre respetaba eso, lo cual sucedía en muy raras ocasiones, pero siempre resultaba crucial por razones desconocidas en ese momento.
Para el Élder Nelson, los cambios en su segundo matrimonio también fueron importantes. Había amado a Dantzel y estuvo casado con ella por más tiempo del que Wendy había vivido. Todo arquetipo que hubiera desarrollado durante sesenta años con ella, la forma en que se comunicaban, su división de responsabilidades, la frecuencia y la forma en que interactuaban con su floreciente familia y mucho más, de repente estaba sujeto a cambios.
Tanto él como Wendy tenían sus propias expectativas del matrimonio, y esas expectativas no necesariamente coincidían. Además, simplemente había muchas preguntas que responder. ¿Debería Wendy asistir a todos los bautismos, ordenaciones, investiduras y fiestas familiares de la numerosa familia Nelson? ¿O habría momentos en los que era más considerado darle a los hijos del élder Nelson un tiempo a solas con él? ¿Qué esperaba él de ella cuando viajaran por asignaciones de la Iglesia? ¿Había leyes no escritas sobre cómo debe vestirse, actuar y hablar la esposa de una Autoridad General? ¿Y de quién las aprendió? ¿Cómo construyes una nueva relación, un nuevo matrimonio, en un escenario donde toda la Iglesia está mirando?
“Hasta ese punto de mi vida, lo más difícil que había enfrentado fue la muerte de mi madre”, explicó Wendy. “Ella y yo éramos muy cercanas. Como quiera que sea, el comienzo de nuestro matrimonio fue muy difícil, y requirió mucho de mí y volverme más al Señor que cualquier otra cosa en mi vida. Casi desde el principio, todo lo que anticipé que sería difícil para mí y para mi esposo resultó ser fácil, pero cosas que nunca anticipé o que pensé que serían fáciles resultaron ser los desafíos más difíciles de mi vida. Esas luchas me acercaron más al Señor, lo que a su vez fortaleció nuestro matrimonio.
Mientras entrelazábamos nuestras vidas para ser uno, crear el tipo de matrimonio que queríamos requirió al principio mucho trabajo, sacrificio, perdón y oración de parte de los dos. ¡Pero valió la pena!”.
En general, los primeros años fueron una nueva aventura y, a menudo, un nuevo desafío, casi todos los días. Fue como una curva elevada de aprendizaje para los dos. La exterapeuta matrimonial y familiar se encontró practicando lo que había aprendido de su trabajo con miles de otras parejas. Lo que es más importante, recurrieron al Señor en busca de Su ayuda. Como diría Wendy: “Dado que el Señor era nuestro casamentero, sabía que Él también sería nuestro terapeuta matrimonial y familiar”.
El élder Nelson y su esposa también tenían ventajas importantes sobre las que podían construir su relación. Sabían que el Señor los había unido y, poco a poco, su fe mutua y en el Señor los ayudó a construir una relación llena de amor, de comunicación maravillosa y de un compañerismo lleno de alegría. Y con el tiempo fueron bastante abiertos con el hecho de que estaban locos el uno por el otro.
El buen humor también ayudó con eso. Como un ejemplo, el élder Nelson pronto aprendió que el enfoque culinario de su nueva esposa era muy creativo. “Para Wendy una receta es solo una sugerencia”, explicó él. Dada a experimentar con todo tipo de cocimientos, con frecuencia colocaba guisados frente a él que no eran muy fáciles de identificar. Una noche, en la cena, él demostró su humor seco y claro: Mirando el plato de comida frente a él, dijo: “Cariño, si estuviéramos en un restaurante y quisiéramos pedir esto, ¿cómo lo llamaríamos?”.
Wendy aprendió rápidamente que su esposo era un hombre de acción. “Debo tener cuidado al pedirle que haga algo”, dijo ella, “porque él querrá hacerlo en ese instante, incluso si es en medio de la noche. Si le digo: ‘Cariño, ¿podrías poner un gancho en la parte de atrás de la puerta del baño? Él dirá: ‘Bueno, déjame hacerlo ahora mismo’. Es un hombre de hacer todo y hacerlo ahora. No puede dormir a menos que se hagan las cosas pendientes del día”. También él demostró ser hábil con la aspiradora; y los sábados, cuando se daba el lujo de estar en casa, o los lunes, el “día libre” de las Autoridades Generales, se ponía guantes de plástico y, para alegría y asombro de Wendy, le decía lo siguiente: la “señora de la limpieza” ha llegado.
Otro de los rasgos de su nuevo esposo que Wendy encontró notable, fue la forma en que él respondía a sus solicitudes: “Rápidamente aprendí que si yo comenzaba una frase con algo como ‘¿Sería posible […]?’ Russell me interrumpía y decía: ‘Sí’. Luego, después de una pausa, preguntaba: ‘¿Qué es lo que acabo de aceptar?’ Su rápido ‘sí’ mostraba una gran confianza en mí desde el principio, lo que creo que no solo es por respeto a su esposa, sino una indicación de cómo se siente acerca del buen juicio y el instinto de las mujeres. Sé que él sentía lo mismo por Dantzel. Después de que uno de sus hijos casi fuera atropellado por un automóvil en la calle frente a su casa, Dantzel fue a buscar otra casa ese mismo día, y llamó a Russell para decirle que se mudarían. Él la apoyaba en todo. Cuando estábamos saliendo en citas, lo llamé una mañana mientras esquiaba y le dije que creía haber encontrado una casa apropiada para nosotros. (Anteriormente me había pedido ir a buscar un hogar para nosotros) Él se sentó en la nieve y me pidió que le contara sobre eso. Después de que lo hice, solo dijo: ‘Suenas muy emocionada por esa casa. Creo que deberíamos comprarla’. Y así lo hicimos, sin que él la hubiera visto. Decir que mi esposo es inusual al ser de esa manera, sería quedarse corto”.
Un aspecto de la nueva vida de Wendy que podría haber sido difícil, pero no lo fue, fue interactuar con la familia Nelson. Si tenían dudas sobre ella, no las mostraban. “No viví ninguna de las resistencias que encuentran muchas segundas esposas”, dijo Wendy. “Cada miembro de la familia me hizo sentir bienvenida desde el primer día. No podrían haber sido más maravillosos conmigo”.
Además, ni el élder Nelson ni Wendy misma intentaron que ella fuera como Dantzel. En una de sus primeras citas, el élder Nelson le dijo que ya había tenido a la Dantzel original y que ahora necesitaba a la Wendy original. A su vez, Wendy sintió un gran deseo de honrar a Dantzel. En una de las primeras ocasiones en que ella celebró el Día de la Madre como esposa del élder Nelson, sugirió que todos se reunieran en la tumba de Dantzel en el cementerio de Salt Lake City, e invitó a toda la parentela de ella a compartir recuerdos de su madre y abuela.
“Wendy realmente ha dado un paso al frente”, dijo Sylvia. “Estoy segura de que es difícil entrar en una familia de más de doscientas personas. Pero ella ha hecho un esfuerzo increíble. Nuestros hijos la aman y la respetan. Y ella apoya mucho a papá, y es lo que él necesita en el presente. Es muy dulce verla simplemente amarlo y alentarlo”. (Church News/KSL, entrevista del 10 de enero de 2018)
“Wendy trajo un elemento diferente de alegría a la vida del abuelo”, dijo Katie Irion Owens. “Y ha sido muy buena ayudando a nuestra familia a mantenerse conectada. Ella se acerca a cada uno de nosotros individualmente. Ella hace un gran trabajo con las relaciones, simplemente acercándose a alguien en particular. La amamos”. (Church News/KSL, entrevista del 10 de enero de 2018)
“Uno de los rasgos únicos que Wendy aporta a nuestra familia es su capacidad para aconsejar y para ver directamente el centro del problema y abordarlo de frente”, agregó Russ Jr. (Church News/KSL, entrevista de enero de 2018)
Tener una nueva esposa no cambió las interacciones del élder Nelson con su numerosa familia. Pues continuaron las fiestas mensuales familiares de cumpleaños. Continuaron como antes las tradiciones en torno a la Navidad y el 4 de julio, las bodas y las ordenaciones de los nietos, las bendiciones y los bautismos de los bisnietos.
“Todos en la familia reciben una tarjeta personal de papá para su cumpleaños y aniversario de bodas”, explicó Russ Jr. “Con diez hijos y sus respectivos cónyuges, cincuenta y siete nietos y más de cien bisnietos, es casi un trabajo de tiempo completo mantenerse al día con todo ese calendario, pero él lo hace. Y no es una carta de formato. Todos recibimos una tarjeta con un mensaje personal escrito con su hermosa caligrafía. Nunca se olvida de ninguno de nosotros, sin importar cuán ocupado esté él”. (Church News/KSL, entrevista de enero de 2018)
Sin embargo, la persona de la que el élder Nelson ahora estaba más consciente era de su esposa Wendy, quien a menudo estaba escribiendo sus poemas e incluso, en ocasiones, poniendo música a esos poemas. Él aprendió a tocar una pieza musical muy difícil, en seis bemoles, que a ambos les encantaba —era “su canción”— y entonces, mientras volaba a casa después de una asignación de fin de semana para la Iglesia, él escribió la letra de esa música para ella. La Autoridad General que lo acompañaba se sorprendió al mirar de reojo y ver lágrimas corriendo por el rostro del élder Nelson mientras trabajaba intensamente en algo. Cuando le preguntó si estaba bien, el élder Nelson respondió con sencillez: “Estoy escribiendo un poema de amor para mi amada”.
Con cada año que pasaba, a medida que servían juntos y se acercaban más el uno al otro, el amor de los Nelson se hizo más fuerte y más dulce. Y en el espíritu de practicar lo que uno predica, algo que ambos habían predicado a lo largo de los años resultó ser cierto en su caso: Cuando amas al Señor más de lo que amas a tu cónyuge, tu capacidad de amar aumentará y amarás cada vez más a tu cónyuge”.
“Porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”. —Doctrina y Convenios 84:88
El 29 de mayo de 2009 comenzó para los Nelson estando en Sudáfrica. Debido a inusuales circunstancias creadas por las irregularidades de los viajes internacionales, el Élder y la hermana Nelson tuvieron la oportunidad de pasar la noche en la reserva de caza del Parque Kruger. A la mañana siguiente su horario les dio tiempo para disfrutar allí de los animales exóticos durante unas horas, antes de cruzar una frontera internacional y continuar por la tarde con sus siguientes compromisos.
El día comenzó con noticias desalentadoras: su querido amigo Truman G. Madsen acababa de fallecer. La amistad del Élder Nelson con Truman y su esposa, Ann, se remontaba a sus días juntos en Boston, décadas antes; Wendy había prestado servicio como presidenta de la Sociedad de Socorro de estaca bajo la dirección de Truman como presidente de estaca. Ambos lo querían mucho, e inmediatamente sintieron el impacto de su pérdida.
No obstante, cruzaron la frontera en auto hasta Maputo, la capital de Mozambique, y después de una tarde húmeda visitando a los miembros de la Iglesia que vivían en la ciudad, se detuvieron en el acogedor oasis de la casa de la misión para cenar. Había seis personas cenando juntas esa noche: el Élder William W. Parmley, presidente del Área África Sudeste, y su esposa, Shanna; el presidente de la Misión Mozambique Maputo, Blair J. Packard, y su esposa, Cindy; y los Nelson.
Las tres parejas estaban disfrutando de la cena cuando, sin previo aviso, tres hombres africanos, de gran estatura, entraron en la habitación. El presidente Packard se levantó de un salto para confrontar a los hombres y agarró el impermeable del cabecilla, que reveló un rifle de asalto AK-47 modelo M que el hombre luego apuntó al rostro del presidente Packard. Aproximadamente al mismo tiempo, la hermana Packard, que estaba de pie porque había comenzado a limpiar la mesa, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y dijo con calma: “¡Estamos siendo asaltados!”. Más tarde ella recordaría: “Me tomó un minuto descubrir quiénes eran, pero la maldad que trajeron se sintió casi al instante”, (entrevista con la autora, 18 de octubre de 2018)
Mientras el presidente Packard continuaba enfrentándose a los hombres, Cindy tuvo la clara impresión de “buscar ayuda”, y trató de escabullirse silenciosamente a la cocina y salir por la puerta trasera. El cabecilla vio su intento de escapar, la atrapó y la agarró por detrás de su cabeza, la arrastró afuera, la golpeó en un lado de la cabeza con el puño y la arrojó con fuerza. La caída le rompió el brazo, pero el hombre comenzó a patearla y luego la levantó de un tirón y la arrastró hasta un rincón oscuro del patio, donde ella gritó pidiendo ayuda, esperando que los vecinos de atrás escucharan el escándalo. En un momento logró soltarse, pero el hombre la atrapó, la tiró de nuevo, la puso de rodillas y luego le apuntó por la espalda con la pistola en la nuca y le dijo: “Te vas a morir”. En ese momento, ella claramente le recordó al cabecilla que no había venido a matarla, sino a robar en su casa. Y rápidamente ella le dijo: “Ve y llévatelo todo”. Eso pareció hacer reaccionar el intruso, y así, la levantó de un tirón, la tomó por atrás de la cabeza y la llevó adentro, donde él y sus compañeros comenzaron a tomar teléfonos, dinero, tarjetas de crédito, billeteras y una computadora que estaba en el segundo piso de la casa de la misión, y cualquier cosa de valor.
En medio de todo ese caos, un ladrón fue directamente al élder Nelson, le puso una pistola en la cabeza, dijo que estaban allí para matarlo y secuestrar a su esposa, y luego apretó el gatillo. El arma hizo un chasquido, pero no disparó. Eso enfureció al ladrón, quien luego retrocedió un par de pasos, corrió hacia el élder Nelson para usar toda su fuerza y lo pateó en la cara con su pesada bota. El ataque directo tiró al élder Nelson al suelo, donde se quedó casi sin vida, aunque su mente daba vueltas. Estaba seguro de que estaba a punto de morir. “Pensé para mis adentros: ‘Voy a pasar de esta vida a la otra, y esa será una experiencia muy interesante’“ recordó el élder Nelson. “Lo más interesante de todo es que yo estaba tranquilo”.
Mientras tanto, el tercer bandido caminó alrededor de la mesa hacia donde estaba sentada la hermana Nelson y, poniéndole una pistola en la espalda, comenzó a mecer su silla en un intento de sacarla de ella, diciendo: “Tú vienes con nosotros, vas a venir con nosotros”. Aun con su esposo de ochenta y cuatro años tirado en el piso y un ladrón agarrándola por la espalda, la hermana Nelson también sintió una paz que la sorprendió. “Supe en ese momento exactamente lo que el Señor quiere decir cuando habla de la paz que sobrepasa todo entendimiento”, dijo Wendy. “No estaba en pánico y me sentía completamente en paz”.
En medio de toda esa conmoción, la niñera de los Packard, Henriqueta, quien también estaba en la casa, logró abrir la puerta del garaje. Cuando Cindy Packard, con el brazo roto y todo, se dio cuenta de que Henriqueta le había proporcionado una ruta de escape, salió disparada por la puerta del garaje que conducía a la carretera, frente a la casa de la misión, donde siguió corriendo y gritando: “Laclrao, Ladrao!” (en portugués: ladrón).
No está claro qué pensaban los ladrones en ese momento, pero con una de sus presas pidiendo ayuda a los vecinos, parecieron cambiar de planes. Uno de ellos vio las llaves de la camioneta que el presidente de misión había alquilado para ese día y las agarró. Hizo un gesto a sus cómplices y se fueron tan repentinamente como habían entrado. Milagrosamente, el brazo roto de Cindy y la nariz ensangrentada del élder Nelson fueron todas las lesiones que sufrieron ese día. Y lo único que se llevaron los ladrones fueron artículos que podían ser reemplazados.
Aunque la calma había prevalecido durante el ataque, después de eso todo el mundo se dio cuenta de lo diferente que podrían haber resultado las cosas. Posteriormente, los Packard se enteraron de que el vecindario había sufrido otros robos en esa época, y que algunas personas habían muerto.
“Un hombre de mi edad podría haberse roto algo durante ese tipo de ataque”, admitió el élder Nelson. “El tipo que se me vino encima con su bota, y me pateó con toda la fuerza de su pierna, podría haberme roto el cuello. Sin embargo, todo lo que me pasó fue mi nariz sangrando. Nos sentimos protegidos en ese momento. Sinceramente, ni siquiera recuerdo haber sentido cuando me tiraron al suelo. Y el fallo del arma al no haberse disparado, bueno, eso tuvo que ser por los ángeles cuidándonos en ese momento, porque tanto Wendy como yo sabemos que había ángeles allí para ayudarnos”.
La hermana Nelson vio la huella de la bota en el rostro de su esposo e inmediatamente comenzó a atenderlo. Pero a la mañana siguiente, él no se veía tan mal por eso. Mientras ella reflexionaba sobre cómo había sobrevivido a ese asalto, se maravilló tanto del valor de Cindy Packard como de la innegable presencia del Espíritu y de los ángeles. “Nos miramos el uno al otro y casi citamos juntos la Escritura que habla de que el Señor iría delante de nuestra faz y enviaría ángeles para sostenernos. Sabemos que eso es lo que nos pasó ese día en Mozambique”.
A la mañana siguiente, Wendy se despertó con la idea de leer Doctrina y Convenios sección 122. Cuando saltó a la vista una frase del versículo 5: “si estás en peligro entre ladrones”, se dio cuenta de que había experimentado solo una de las angustiosas experiencias que había soportado el profeta José Smith. Las palabras al final del versículo 7 la hicieron sentir entereza: “entiende, [hija mía], que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien”. Y los versículos 8 y 9 le hablaron y calmaron a su corazón: “El Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él? Por tanto, persevera en tu camino […] Tus días son conocidos y tus años no serán acortados; no temas, pues, lo que pueda hacer el hombre, porque Dios estará contigo para siempre jamás”. Con esas palabras, supo lo que tenía que hacer en el futuro.
A pesar del horror de ese momento, Cindy Packard admitió que nunca había tenido una experiencia espiritual como esa: “Me sentí conducida de una manera muy específica, diciéndome qué hacer casi momento a momento. Cuando recuerdo eso, la considero una de las experiencias más espirituales de mi vida”. (Correo electrónico de Cindy Packard a Wendy Nelson del 16 de mayo de 2018; véase también correo electrónico de Cindy Packard a la autora del 19 de octubre de 2018)
Desde la perspectiva de Wendy Nelson, Cindy Packard era nada menos que una heroína. “A la mañana siguiente, Cindy me dijo que se despertó apenada al pensar que nos había puesto en riesgo al dejar las llaves de la camioneta a la vista, pues eso permitió que los ladrones escaparan. Pero al instante, el Espíritu la calmó y corrigió, haciéndole saber que si no hubiera puesto las llaves donde las dejó, me habrían secuestrado y matado a mi esposo. Es una mujer que fue dirigida por el Espíritu y, como resultado, nos salvó la vida”.
Los Santos de los Últimos Días de Mozambique estaban horrorizados por el ataque. “El élder Nelson fue muy considerado con los sentimientos de todos ellos”, recordó el presidente Packard. “Él dijo: ‘Saben, estas cosas han sucedido en otros lugares del mundo, y eso no fue su culpa. Luego invitó a todos, incluido el personal de la embajada y otras personas que se habían reunido en la casa de la misión después del ataque, a arrodillarse mientras él ofrecía una oración invitando al Espíritu a regresar a esa casa. (Entrevista con la autora el 18 de octubre de 2018)
Sin embargo, hay quienes recuerdan ese evento y la conferencia de distrito con los miembros, que se llevó a cabo al día siguiente, como un momento decisivo, un punto de definición para la Iglesia en Mozambique. Muchos miembros de la Iglesia se comprometieron aún más con su fe y con sus convenios. “Algo cambió”, dijo Blair Packard. “Es como si los miembros vieran lo que podía pasar si no se levantaban y eran una luz para los demás, y comenzaron a levantarse más visiblemente por lo que creían”. (Entrevista con la autora del 18 de octubre de 2018)
Solo había distritos en Mozambique en el momento de esa visita de los Nelson. Nueve años después, había tres estacas completas y la Iglesia se fortalecía. En lo que respecta a los Nelson, desde entonces solo pensaron o hablaron de Mozambique como un lugar donde habían experimentado un milagro.
La experiencia de Mozambique no fue la primera con riesgo de muerte, ni para la hermana Nelson ni para su esposo. Wendy pudo haber muerto en una intersección en el sur de Alberta, cuando un automóvil no se detuvo ante una señal de alto y chocó con su automóvil. Milagrosamente, aunque su automóvil quedó destrozado, sobrevivió al accidente sin lesiones.
Una experiencia de su esposo fue aún más dramática. El 12 de noviembre de 1976, Russell Nelson abordó un avión regional en Salt Lake City para volar en la ruta rápida a St. George, Utah, donde iba a ofrecer la oración inicial en la toma de posesión de W. Rolfe Kerr como presidente de Dixie College.
Era un viaje corto de menos de una hora en un pequeño avión de hélice de dos motores; solo cuatro pasajeros iban a bordo. El piloto acababa de anunciar que estaban a medio camino de St. George cuando explotó el motor del ala derecha, arrojando aceite por todo el lado derecho de la aeronave estallando luego en llamas. En un intento por apagar las llamas, el piloto cortó el combustible, lo que provocó que el pequeño avión entrara repentinamente en una espiral mortal de caída libre.
Una mujer que iba sentada al otro lado del pasillo donde estaba Russell comenzó a gritar histéricamente. Pero Russell estaba tranquilo. “Fue de lo más increíble”, dijo él. “Pensé: ‘Mi esposa y yo estamos sellados, nuestros hijos están sellados a nosotros, he honrado mis convenios, conoceré a mis antepasados y pasaré a una resurrección gloriosa’“.
Sin embargo, quedó impresionado con la rapidez y la amplitud con que puede funcionar la mente. “Eso es cierto si tu vida parpadea ante ti. Tuve un recuerdo luminoso y perfecto de toda mi vida. Un pensamiento importante fue que todos los premios y honores enmarcados en mi pared, las diversas prendas que había usado (esmoqúines, uniformes y túnicas de doctorado) no significaban nada en ese momento. Lo que importaba era que tenía puestos mis gárments del templo y que había sido fiel a los convenios que había hecho en el templo. Sabía que iba a morir, pero sabía que yo estaría bien”.
Milagrosamente, esa caída libre extinguió el fuego y, justo a tiempo, el piloto pudo encender el motor izquierdo, recuperar el control del avión y deslizarlo hacia un aterrizaje de emergencia en el campo de un granjero no lejos de Delta, Utah. Todos se alejaron ilesos del avión al aterrizar. Se envió otro avión y Russell llegó a St. George a tiempo para cumplir su asignación de ofrecer una oración inicial. En dos ocasiones la vida del élder Nelson había estado en serio peligro. En ambas ocasiones experimentó la calma, la paz que sobrepasa todo entendimiento.
Más aún, experimentó de primera mano lo que el presidente Joseph Fielding Smith declaró en el funeral del élder Richard L. Evans: “Ningún hombre justo es llevado antes de tiempo”. (“Servicios funerarios para el élder Richard L. Evans”) Ni ninguna mujer justa.
“Afectuosamente llamamos a ese viaje ‘Ora, come, vuela.’“ —Wendy L. Watson
Los miembros del Cuórum de los Doce no determinan sus propios horarios, ni se asignan a sí mismos para visitar países, sentarse en comités o crear estacas. Ellos aceptan asignaciones del presidente de su Cuórum y, poco a poco, durante un período de muchos años, van teniendo una amplia gama de experiencias como: visitar y ministrar a miembros de la Iglesia de todo el mundo, reunirse con dignatarios en nombre de la Iglesia, reorganizar y crear estacas y dedicar países a la obra.
Durante sus años como miembro de los Doce Apóstoles, el élder Nelson visitó 134 países; 31 de los cuales dedicó o participó en su dedicación a la obra. Un punto destacado en ese sentido fue un viaje relámpago de cuatro días, en septiembre de 2010, cuando él dedicó seis países. Él y Wendy viajaron primero a Zagreb, donde dedicó Croacia, luego volaron a Ljubljana, Eslovenia, donde dedicó ese país a la obra también; acompañados por el élder Erich Kopischke y su esposa, Christiane, y del élder Johann Wondra. Al día siguiente volaron a Podgorica, donde, en medio de las ruinas de Duklja, dedicó Montenegro, y luego siguieron hasta Sarajevo para dedicar Bosnia y Herzegovina. Al otro día fueron a Prístina, donde, en un entorno parecido a la Arboleda Sagrada, dedicó Kosovo. Y finalmente, al amanecer del cuarto día, que también era su ochenta y seis cumpleaños, dedicó Macedonia en el Monte Vodno. Fueron cuatro notables días en la Península Balcánica. “Afectuosamente llamamos a ese viaje “Ora, come, vuela”’, dijo Wendy Nelson, “porque eso es todo lo que hicimos durante cuatro días: orar, comer cuando pudimos y subirnos al siguiente avión para ir a otro país”.
La hermana Nelson agregó: “La mano del Señor se mostró incluso en la selección de los lugares de dedicación de esos países. Hubo uno que tenía el ambiente de la Arboleda Sagrada, otro estaba en lo alto de la cima de una montaña y uno más estaba en medio de las ruinas romanas que evocaban un sentimiento sagrado. En todos esos lugares se sentía que el Señor aceptaba nuestro esfuerzo y que la obra avanzaba. Fue hermoso presenciar todo eso”.
El esfuerzo valió la pena para abarcar tanto territorio en tan poco tiempo, y abrir las bendiciones del Señor a la gente de seis naciones diferentes. “Cuando dedicas un país a la obra, es como abrir una puerta”, explicó el Élder Nelson. “En ese momento el Señor puede obrar y hacer Sus milagros en esa tierra. Eso abre la puerta a la Obra del Señor, y lo hace a veces a través de misioneros, a veces a través de esfuerzos humanitarios y a veces a través de otros medios; pero Él mismo hace Su obra, pues empezamos a ser conocidos y la gente se une a la Iglesia”.
Fue un privilegio recibir la asignación de dedicar una nación o crear una estaca, ya que ambas son evidencia continua del recogimiento de Israel.
“Me complace anunciar que, entrando en vigor de inmediato, todos los jóvenes dignos y capaces […] tendrán la opción de ser recomendados para la obra misional a los 18 años”. —Presidente Thomas S. Monson
En la sesión de apertura de la Conferencia General de octubre de 2012, el presidente Thomas S. Monson dio la bienvenida a los Santos de los Últimos Días con su característico estilo optimista y alegre. Felicitó al Coro del Tabernáculo Mormón, mencionó las recientes dedicaciones de los templos en Kansas City, Brigham City y Manaus, Brasil, en el corazón del Amazonas, así como la rededicación del Templo remodelado de Buenos Aires, Argentina. Y luego anunció que se construirían dos templos más: uno en Tucson, Arizona, y el otro en Arequipa, Perú. Como suelen ser los mensajes de bienvenida del Presidente de la Iglesia, ese fue uno normal.
Y entonces el presidente Monson “lanzó una bomba” cuyo impacto resonó en toda la Iglesia. “Me complace anunciar que”, dijo él, “entrando en vigor de inmediato, todos los jóvenes dignos y capaces que se hayan graduado de la escuela preparatoria o su equivalente, […] tendrán la opción de ser recomendados para la obra misional a los 18 años”. Y si ese notable anuncio no fue lo suficientemente interesante, añadió que “las jóvenes dignas y capaces que tengan el deseo de servir, pueden ser recomendadas para el servicio misional a partir de los 19 años”. (Monson, “Bienvenidos a la conferencia”)
La reacción fue inmediata. Las redes sociales se encendieron con esas noticias y con las reacciones sobre el cambio de edad; y el tema fue tendencia en Twitter. Antes de que concluyera la primera sesión de la conferencia, los obispos y presidentes de estaca de todo el mundo estaban ya recibiendo mensajes de texto y correos electrónicos de hombres y mujeres jóvenes de sus barrios y estacas solicitando entrevistas con ellos. Y aun la congregación del Centro de Conferencias, típicamente silenciosa, se llenaba de murmullos de asombro, con los miembros de las familias y los amigos adolescentes, sentados uno al lado del otro, abrazándose y dándose palmadas en la espalda.
Inmediatamente después de la sesión, el élder Nelson, en ese entonces Presidente del Consejo Ejecutivo Misional (MEC por sus siglas en inglés), junto con el élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, y el élder David F. Evans, de los Setenta, ambos miembros de ese consejo, realizaron una conferencia de prensa para brindar detalles adicionales y responder preguntas de los miembros de los medios de comunicación. Explicaron que las Autoridades Generales habían estudiado durante algún tiempo la posibilidad de reducir el requisito de la edad. Ya se les había permitido a los jóvenes de dieciocho años de varios países ingresar al campo misional a una edad más temprana, caso por caso; y en donde los requisitos militares y educativos lo exigían.
Durante la conferencia de prensa, el élder Nelson explicó que “los hombres y las mujeres jóvenes no deben comenzar su servicio antes de estar listos”, pero que “la respuesta de los presidentes de misión [con los misioneros más jóvenes] había sido universal: Denme más chicos de dieciocho años, ellos lo hacen bien, son más dulces, son más limpios moralmente y son más inteligentes”.
El élder Holland agregó que el Señor claramente estaba acelerando Su obra. “La bondad de sus vidas”, dijo, refiriéndose a la juventud de la Iglesia, “me inspira enormemente. Es obvio que el Señor también los ama tanto que les confía Su precioso Evangelio a edades tan tiernas”, (ver “La Iglesia SUD anuncia cambios históricos”)
Afuera del Centro de Conferencias los periodistas captaron el estupor, el asombro y la emoción de los miembros de la Iglesia. Los jóvenes estaban emocionados; las jovencitas adolescentes vieron una nueva puerta de oportunidad. El entorno de los padres, de los líderes y de los jóvenes por igual acababa de ser sacudido de la manera más positiva. El domingo por la noche, la familia Nelson tuvo su tradicional reunión familiar posterior a la conferencia general, y el élder Nelson y su esposa fueron recibidos con entusiasmo por una nieta adolescente que ya había calculado cuántos días faltaban para que comenzara su misión.
El Comité Ejecutivo Misional (CEM) había comenzado a explorar la posibilidad de un cambio de edad por varias razones: a muchas universidades no les gustaba que los estudiantes interrumpieran sus estudios por una misión y presionaban a los estudiantes para que no abandonaran el campus una vez que ingresaban como estudiantes de primer año; los requisitos militares en ciertos países se estaban endureciendo e impedían que algunos jóvenes sirvieran; y algunos jóvenes no cumplían con los requisitos de dignidad a los diecinueve años como lo había sido un año antes y posteriormente se descalificaban así mismos para servir.
En una reunión, donde se exploraron profundamente los pros y los contras de reducir el requisito de la edad, el élder Nelson citó las diversas razones por las que los jóvenes, en particular los hombres jóvenes, elegían no servir y luego recurrió a su propia experiencia al estudiar medicina para caracterizar la situación: “Estamos perdiendo la savia de esta Iglesia” dijo él, “y en mi mundo llamaríamos a eso una hemorragia”.
Después de un prolongado análisis, de estudio, de evaluación y de oración por parte del CEM y del Cuórum de los Doce, la responsabilidad del Élder Nelson como director del CEM fue presentar el cambio ante la Primera Presidencia. Siguió una larga deliberación, pero finalmente el presidente Monson tomó la decisión de que el requisito de la edad de los misioneros debía cambiar. Apenas unas horas después de hacer el histórico anuncio, dijo durante la sesión del sacerdocio esa noche: “Dentro de dos cortos años, todos los misioneros de tiempo completo que actualmente sirven en este ejército real de Dios habrán terminado su labor de tiempo completo y habrán regresado a sus hogares y seres queridos. Su remplazo se encuentra aquí esta noche […] ¿Están preparados para servir?”. (Monson, “Ver a los demás como lo que pueden llegar a ser”)
Dos años antes, el presidente Monson había pedido más misioneros y la cantidad había aumentado algo: los élderes en servicio habían aumentado un 6 %, las hermanas un 12 % y los matrimonios mayores un 18 %. El anuncio del cambio de edad, sin embargo, cumplió con las expectativas del profeta en ese sentido, y aún un poco más.
Un año después del cambio de edad, las filas de misioneros aumentaron de 58.000 a más de 80.000. Para el siguiente mes de julio la Iglesia abrió cincuenta y ocho nuevas misiones para acomodar la afluencia de los misioneros más jóvenes. El Centro de Capacitación Misional de Provo se ocupó por completo y comenzó la construcción de una gran ampliación de sus instalaciones. Mientras tanto, el departamento misional convirtió un complejo de apartamentos en Provo, Utah, en un CCM adjunto. También comenzó la construcción de un CCM en Accra, Ghana. En junio de 2013, una escuela preparatoria propiedad de la Iglesia en la Ciudad de México, el “Centro Escolar Benemérito de las Américas”, se convirtió en el segundo Centro de Capacitación Misional más grande de la Iglesia, y un gran número de norteamericanos que había sido asignados a misiones de habla hispana en el hemisferio occidental comenzaron su capacitación allí.
La transición de esa escuela a un CCM requirió mucha fe de parte de los Santos de los Últimos Días de la Ciudad de México; se envió al élder Nelson y al élder Jeffrey R. Holland para hacer el anuncio. “En lugar de que unos pocos cientos reciban educación aquí en el Benemérito, muchos miles recibirán capacitación”, explicó el élder Nelson a los reunidos ahí. “Muchos de ellos vendrán de otros países […] Este terreno sagrado donde estamos sentados esta noche se volverá más sagrado con cada año que pase. En el futuro servirá para mejores propósitos, más elevados y más santos, como nunca antes”. (Nelson, discurso en el Benemérito de las Américas)
Posteriormente el élder Nelson le dijo a un entrevistador que “al mirar a los ojos de los profesores, vimos un sentimiento de gran fe, de gran apoyo. Esos queridos líderes estaban cien por ciento apoyando esto […] Para los estudiantes fue un día de los kleenex porque as lágrimas fluyeron; y los abrazos, el llanto y las emociones de los estudiantes fueron muy tiernos […] Los estudiantes podían ver que ellos salían de la escuela ese día, pero que regresarían como misioneros […] Observar esa transición del interés propio […] [a] una mayor apreciación por ese lugar, fue algo muy emotivo de ver”. (Barbara Morgan Gardner, entrevista de)
La transición de la Escuela del Benemérito fue indicativa de un cambio generalizado en muchas cosas relacionadas con la obra misional durante el tiempo en que el élder Nelson presidió el CEM. Las iniciativas de temporada en Semana Santa y en Navidad, patrocinadas por el CEM, como “Gracias A Él” e “Ilumina el mundo”, alentaron a los miembros de la Iglesia a difundir el Evangelio; y también los ayudaron a hacerlo al proporcionarles videos y otros contenidos fáciles de compartir en línea. Algunos de los videos tuvieron muchos millones de visitas en muchos idiomas. Para las hermanas misioneras surgieron nuevas oportunidades de liderazgo a medida que se capacitaba a todas las hermanas como líderes. Ciertas misiones comenzaron a probar la tecnología como una forma de estimular la obra misional y les dieron a los misioneros iPhones y iPads, incluido el acceso a Internet, con todos los desafíos que ello implicaba.
El cambio a menudo crea “quejas de progreso” y esos avances en la obra misional no fueron diferentes. Algunos jóvenes fueron a la misión antes de estar listos llevados por el movimiento del cambio a dieciocho años. Algunas hermanas, atrapadas en una ola de “¿Por qué no servir si podemos salir mucho antes?” no estaban adecuadamente preparadas. Aumentó el número de misioneros que no completaban sus misiones; el acceso a la tecnología y a la web era demasiado tentador para algunos misioneros. Y hubo detractores que señalaron que, aunque el número de misioneros había aumentado bastante, con el número de bautismos no había sido igual.
Pero cuando todo estuvo dicho y hecho, el élder Nelson explicó: “no hicimos ese cambio solo porque esperábamos más conversos”. “Lo hicimos para detener la pérdida y salvar la savia de la Iglesia”.
Fue bajo el liderazgo del Élder Nelson que los dispositivos electrónicos llegaron por primera vez a los jóvenes misioneros, dijo el Élder W. Craig Zwick, de los Setenta, que entonces servía en el CEM. “Él es un maestro consumado porque puede identificarse con cualquier material nuevo. Él sintió que podíamos edificar a los jóvenes, enseñarles lo importante que era mantener sus corazones y pensamientos limpios; y hacer que se volvieran más fuertes”. (Church News/KSL, entrevista del 5 de enero de 2018)
El Élder Gregory A. Schwitzer, de los Setenta, también miembro del CEM en el momento de ese anuncio histórico, observó el estilo de liderazgo del élder Nelson en diversas situaciones y entornos. Un día hubo una conversación abierta en el CEM sobre el impacto de esos cambios recientes, tanto positivos como negativos. Algunas Autoridades Generales se preguntaron en voz alta si estaban enviando misioneros demasiado jóvenes; otros cuestionaron el darles dispositivos electrónicos. Los asistentes se mostraron respetuosos mientras se hacían preguntas difíciles que necesitaban ser analizadas. “El élder Nelson escuchó en silencio y luego dijo: ‘Hermanos míos, recuerden por qué tomamos esas decisiones. Lo hicimos para salvar a las siguientes generaciones’. Esa declaración sigue resonando en mi mente”, dijo el élder Schwitzer. “El élder Nelson siempre se centró en el misionero, el que está tocando puertas, caminando por calles ásperas y viviendo en circunstancias que no son las ideales. Ahí es donde está su preocupación, ahí es donde está su corazón. Eso es lo que yo llamo un pastor de pastores”. (Church News/KSL, entrevista del 8 de enero de 2018)

























Gracias por compartir me hice miembro de la iglesia en 1979 y tuve la bendición de ver al Profeta Spenser WKimbal y desde ese momento El Espíritu me testifica que Era enviado del Señor y siempre e admirado a mis profetar y tengo muchas vivencias de CD uno de ellos mi testimonio a crecido mucho ales e amado a todos después sel profeta Kimbal CD uno me a dejado recuerdos pero mi profeta actual me a marcado muchas vivencias muy espirituales CD cambio como ven sígueme y todo lo que El hace me a hecho más obediente al evangelio y al escuchar su historia no tengo ninguna duda que nuestro Padre Celestial lo preparo para esta dispensación gracias mi corazón esta agradecido por el profeta Jose Smith gracias bendiciones oro por la vida de nuestro profeta Rosel M Nelson gracias bendiciones saludos digo esto en el nombre de mi Salvador Jesucristo Amen
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Estamos en la verdad…este es el evangelio restaurado…el ESPÍRITU SANTO me lo testifica..creo en nuestro PADRE CELESTIAL y en SU hijo JESUCRISTO….la iglesia está organizada como la iglesia que dirigió JC….me encanta saber que pertenezco a ella soy feliz gracias a unas valientes misioneras que me enseñaron hace 40 el años ..los misioneros son extremadamente importantes demosle la mano siempre …en el nombre de JESUCRISTO amén
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Me hice miembro de la iglesia ase 8 años en el transcurso de este tiempo tengo un testimonio del evangelio que es verdadero …Las enseñanzas del señor su doctrina…y de sus líderes son para mi la guía el camino hacia la ✨️
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