La Integridad y la Honradez: Fundamentos de una Vida Recta

«La Integridad y la Honradez:
Fundamentos de una Vida Recta»

Presidente Spencer W. Kimball
Presidente del Consejo de los Doce Apóstoles
Conferencia General de área para México y Centroamérica 26 de agosto de 1972

Spencer W. Kimball


Integridad.

Mis queridos hermanos y hermanas yo les amo mucho a ustedes.

Me han deleitado tanto los dos maravillosos coros y el hermoso programa que presenciamos anoche. He estado aquí muchas veces y siempre me alegro cuando recibo una asignación para América Latina.

Hoy deseo tratar un tema importante que la mayoría del mundo parece haber olvidado, el tema de la honradez.

La integridad puede definirse como la cualidad de estar completo, intacto, entero e incorrupto; como pureza y entereza moral; como autenticidad incontaminada y profunda sinceridad. Es honradez y rectitud.

Honradez y rectitud.

Algunas personas conservan sus cuerpos, dentadura, pelo y ropa escrupulosamente limpios, pero permiten que su moralidad se degenere. El Salvador encontró a religiosos que nunca dejaban de lavarse las manos antes de comer, pero que se sentaban a la mesa hallándose por dentro “llenos de rapacidad y de maldad” (Lucas 11:39).

Prácticamente toda improbidad debe su existencia y crecimiento a esa deformación interior que llamamos “auto justificación”. Es la principal, la peor y la más insidiosa y perjudicial forma de defraudar, defraudarse uno mismo.

Tenemos al hombre que no bebe una taza de café, pero cada noche hurta carbón de los furgones del ferrocarril que se hallan a descubierto. Tenemos a la joven que al mismo tiempo que cumple con todos sus deberes en la Iglesia, le roba 500.00 dólares a su jefe. Tenemos al joven que bendecía la Santa Cena el domingo, pero el sábado en la noche se entregaba con su novia a caricias impúdicas. Hay muchos que piden prestado y nunca lo devuelven.

El apóstol Pablo dijo a los efesios: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12).

Seamos honrados.

Hay numerosas maneras de falsificar, engañar y defraudar. Hay quienes hurtan en las casas, bancos y comercios; empresarios que son falsos en sus cargos y empleados que aparentan estar ocupados, malversan dinero y pierden tiempo. Hay quienes hurtan carteras, quienes roban medidores de luz y otros que evaden los impuestos por medio de representaciones inexactas y falsamente presentan y anuncian los productos que ponen en venta.

Brigham Young comentó sobren este asunto cuando dijo: “Sed honrados. Ay de aquellos que profesan ser santos y no son honrados.

“Los corazones honrados producen actos honrados, los deseos santos producen obras exteriores correspondientes. Ejecutad vuestros contratos y cumplid sagradamente vuestra palabra.”

Algunos piden prestado más de lo que pueden pagar. Algunos prometen y hacen convenios solemnes y los menosprecian y pasan por alto. Hay quienes se llevan las toallas del hotel y los que callan cuando reciben cambio en exceso. Luego tenemos a los que descaradamente roban y hurtan.

  1. P. Senne ha dicho: “El dinero que se adquiere deshonrosamente jamás vale lo que cuesta, mientras que una buena conciencia jamás cuesta lo que vale.”

A manos de los rateros de tien­das desaparece mercancía cuyo valor es suficiente para construir bibliote­cas, escuelas e iglesias, y nos causa tristeza ver que personas supuesta­mente honorables a veces toman parte en estas raterías.

¿Por qué les salen canas a los gerentes?

Una encuesta reciente en los su­permercados indica que la ratería, el hurto por parte de los empleados y los cheques sin valor siguen siendo los tres problemas que más abruman a los gerentes. En cuanto a los rateros de tiendas, una encuesta muestra que el 99.7% de ellos fueron declarados culpables. Una de cada nueve tiendas fue saqueada durante el año y hubo asaltos a mano armada en uno de cada 38 comercios. En estos últimos, el promedio de pérdidas ascendió a cinco mil doscientos dólares.

Hay ocasiones en que la gente que uno supone ser “la mejor” se jacta de violaciones a las leyes de tránsito y de haber engañado a la policía. Con frecuencia la juventud hurta cosas tales como suéteres, cor­batas, joyas, bufandas y películas para cámaras.

Parece haber sido cosa común en años pasados pasar de contrabando artículos comprados en otros países. Hemos oído a muchas personas jac­tarse de haber cruzado fronteras in­ternacionales con compras que no declararon, cosas pequeñas que ocul­taron, artículos que pidieron a sus amigos que pasaran a escondidas de las autoridades fronterizas. ¿Se com­para el dinero ahorrado con el daño causado al carácter?

Lucro.

Consulté el diccionario para ver el significado de “lucrar”, y encontré que tiene una connotación no muy buena. Encontré que “torpes ganan­cias” tienen un significado peor toda­vía; y que “codiciar torpes ganan­cias” es, desde luego, lo peor de todo.

Ahora bien, no todo el dinero es lucro; no todo el dinero es torpe ganancia. Hay dinero honradamente ganado con que se compran alimen­tos, ropa y abrigo, y con el que se hacen contribuciones. Dinero hon­rado es el que se recibe por un día de trabajo honrado. Es pago ra­zonable por el fiel servicio. Es una utilidad justa lograda por la venta de artículos, mercancías o servicios.

Torpes ganancias.

Torpe ganancia es lo que se ob­tiene del hurto. Es lo que se adquiere por medio del pecado y la venta de licor, drogas u otras cosas repro­chables. Es lo que se obtiene del co­hecho o la explotación. Yo creo que el dinero que no se gana o el que se recibe por callarse la boca es torpe ganancia. El dinero que pasa de una mano a otra es un soborno y el que se adquiere por medio de engaños, car­gos excesivos, opresión del pobre, es ganancia torpe. Los hombres que aceptan compensación, cuotas, o sa­larios, a cambio de los cuales no dan el correspondiente tiempo o servicio, reciben dinero que no es honrado.

El profeta Samuel fue honrado, aun cuando sus hijos eran malos; “Aquí estoy—dijo—atestiguad si he tomado el buey de alguno, si he to­mado el asno de alguno, si he calum­niado a alguien, si he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos con él… Entonces dijeron: Nunca nos has ca­lumniado ni agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre” (I Samuel 12:1-4).

El profeta Malaquías junta en uno a los hechiceros, a los adúlteros, a los que juran en falso y a los que defraudan en su salario al jornalero. (Malaquías 3:5.)

Había uno de mis conocidos lla­mado Bill, que escribía artículos por los cuales cobraba. Era empleado de las oficinas de la Iglesia. Gran parte de su tiempo iba y se escondía en el cuarto del conserje para escribir y leer. Cuando le interrogué al respecto se encogió de hombros y dijo: “Todos hacen lo mismo.”

A nuestro alrededor vemos a muchos que parecen ambicionar ri­quezas excesivas. Nuevamente cito las palabras del apóstol Pablo: “Por­que nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque raíz de todos los males es el amor al dinero” (I Timoteo 6:7,8,10).

Cuando ya somos ricos, ¿para qué queremos más tierras laborables, otra manada de ovejas, otro hato de ganado, otra hacienda? ¿Cuál es el objeto de otro hotel, restaurante, tien­da o taller? ¿Hace falta otra fábrica, otra oficina, otro servicio, otro negocio?

Observancia del día de reposo.

Recientemente en una estaca entrevisté a otro hombre que siempre cerraba su expendio de gasolina los domingos. Le pregunté: “¿Y la com­petencia? ¿Puede usted sobrevivir?” Contestó que su competidor se había llevado una parte de su negocio, pero que el Señor lo había bendecido y le estaba yendo bien.

En mis viajes encuentro a per­sonas fieles que pasan por alto las utilidades que podrían lograr el día del Señor y en comerciar con cosas prohibidas. He encontrado ganaderos que no reúnen su ganado en domin­go; puestos de fruta a lo largo del camino que ordinariamente están abiertos día y noche durante la tem­porada de fruta, pero que permane­cen cerrados el domingo; farmacias y otros comercios que parecen seguir bien, restaurantes y comedores ce­rrados el día del Señor, y derivan una satisfacción genuina de cumplir con la ley. Y cada vez que veo a buenas personas pasar por alto esta clase de ganancias, me regocijo y siento den­tro de mi corazón el deseo de bende­cirlos por su fe y constancia.

Hubo una mujer en el este de los Estados Unidos que desfalcó dos mi­llones de dólares de los fondos de la Asociación de Construcción y Présta­mos. Debido que, al estilo de Robin Hood, ella había ayudado a los po­bres, pagando el alquiler atrasado de algunos y prestando ayuda de emer­gencia con el dinero que había roba­do, la comunidad no permitió que fuera sentenciada y encarcelada.

Muchos defraudan a una cor­poración, al estado, aun a la Iglesia, pero no le robarían ni un décimo al vecino.

Hablamos de convenios violados, o de robar a Dios en los diezmos y ofrendas, de transgredir los convenios contraídos al bautizarnos y los de la Santa Cena; de hombres y mujeres que quebrantan sus votos conyugales.

Luego tenemos a John Ruskin que nos aconseja a evitar la decepción por la palabra o por el silencio: “. . . la esencia de la mentira se halla en la decepción, no en las palabras: puede mentirse por medio del silen­cio, por equivocación, por el acento de una sílaba, por la mirada del ojo… ”

Finalmente, de acuerdo con este pensamiento profundo y penetrante de Tennyson: “La mentira que es una verdad a medias, siempre será la peor de las mentiras.”

Confiabilidad.

Pero no todas las personas des­ilusionan o son ímprobas. Entre las historias de integridad, supimos re­cientemente de un hombre en Los Angeles, Douglas William Johnson, que devolvió 240.000 dólares que perdió en una de las calles de la ciu­dad un auto blindado que transpor­taba el dinero. Pero lo lamentable es que el voluble público lo condenó, lo tildó de bobo, lo llamó por teléfono, lo abrumó y le amargó la vida no sólo a él sino también a sus hijos en la escuela.

Tenemos también al miembro de la Iglesia en la ciudad de Nueva York, cuya integridad es de lo más alto. Quisiera referir lo acontecido. En un tren de Nueva York a Balti­more nos sentamos en el comedor con un hombre de negocios y empe­zamos a conversar.

— ¿Ha estado usted en Salt Lake City? ¿Ha tenido la oportunidad de escuchar el Coro del Tabernáculo?— le preguntamos.

A estas preguntas siguieron, na­turalmente, las que llamamos de oro.

— ¿Qué es lo que usted sabe acerca de la Iglesia y su doctrina, prácticas y miembros?

—Es poco lo que sé acerca de la Iglesia—contestó—pero conozco a uno de sus miembros.

El hombre de referencia estaba desarrollando nuevos fraccionamien­tos en la ciudad de Nueva York.

—Trabaja para mí un contratista —continuó diciendo. —Es una persona tan honrada y tan llena de integridad, que nunca le pido una cotización. Es el alma misma del honor. Si los mormones son como este hombre, qui­siera saber más acerca de una Iglesia que produce hombres tan honorables.

Le regalamos algunos folletos y le enviamos a los misioneros en Nueva York para que lo visitaran.

Honor hasta la muerte.

En mis numerosos viajes en­cuentro el honor y la integridad en gloria resplandeciente.

El profeta Alma dijo al pueblo: El hombre íntegro no «puede andar por senderos tortuosos ni se desvía de lo que ha dicho; ni hay en él som­bra de apartarse de la derecha a la izquierda, o de lo que es justo a lo injusto” (Alma 7:19-20).

El joven profeta José Smith dijo: “Sed virtuosos y puros; sed hombres de integridad y virtud; guardad los mandamientos de Dios.” (Rich, Scrapbook of Mormon Literature, p. 16 verso 2.)

Moisés.

Moisés no se dio cuenta de que la grabadora celestial estaba fun­cionando cuando dijo a los continua­mente rebeldes hijos de Israel que clamaban por las ollas de carne de Egipto (Éxodo 16:3): “¡Oíd ahora rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” (Números 20: 10). Por esto fue reprendido: “Por cuanto no creísteis en mí, para santi­ficarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:12).

Moisés era un hombre de mucha integridad, pero había sido presun­tuoso “y tomado la honra para sí”.

Caín.

Cuando Caín concibió su gran pecado en el corazón y llegó el mo­mento propicio para consumar el vil hecho, indudablemente miró a la de­recha y a la izquierda y detrás de él para asegurarse de que no había más ojos ni oídos; cometió su horrendo crimen y dejó a su justo hermano ti­rado en su misma sangre. El Señor lo observó todo: la vista, el sonido, los pensamientos, la malicia, las in­tenciones y deseos e impulsos.

No tardó Caín en ser recordado, porque llegó la voz de la Majestad en las alturas y preguntó: “¿Dónde está Abel tu hermano?”

Como si pudiera esconder cosa alguna a la Omnisciencia y Omnipresencia, intentó encubrirlo di­ciendo: “No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”

Y la voz de Omnipotencia de­claró en son estentóreo: “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu her­mano clama a mí desde la tierra…; la tierra…abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu her­mano” (Génesis 4:9, 10-12).

Naamán.

Recordaréis la historia de Naamán, el caudillo militar de los sirios que sanó de la lepra al obede­cer el sacerdocio por conducto del profeta Eliseo.

El profeta rechazó los ricos dones que le ofreció Naamán, pero a espal­das de él, su siervo Giezi corrió tras el rey y le dijo que Eliseo lo había enviado para recibir los dones. Naa­mán le dio el doble de lo que le ha­bía ofrecido y entregó a Giezi mucho dinero y ropa.

El profeta interrogó al ladrón Giezi, el cual también le mintió y la lepra vino sobre Giezi. (II Reyes 5:20-27.)

La integridad de Pedro.

¡Cómo crece la admiración de uno por Pedro, el varón número uno en todo el mundo, al verlo erguido, lleno de valor y fuerza, frente a los magistrados y gobernantes que po­dían encarcelarlo, azotarlo y tal vez quitarle la vida! Parece que escucha­mos sus osadas palabras frente a sus enemigos, cuando dijo: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hom­bres” (Hechos 5:29).

Con valor increíble, Pedro miró a sus acusadores y perseguidores a los ojos y les dio su testimonio del Dios que habían crucificado: “…a quien vosotros entregasteis y negas­teis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros so­mos testigos” (Hechos 3:13-15.)

Unos cinco mil hombres escu­charon este testimonio y acusación; cinco mil hombres presenciaron este valor superior e integridad suprema. ¡Y cinco mil hombres creyeron!

Daniel.

¿Podemos retroceder breve­mente en nuestro pensamiento hasta Babilonia y Daniel, un cautivo, es­clavo, pero profeta de Dios? ¿Hemos visto a la integridad ocupar un trono más sublime?

Se atribuye a William Shakes­peare esta afirmación: “Mi honor es mi vida, ambos crecen como uno; me priváis de mi honor y mi vida ha ter­minado.” Para Daniel, el evangelio era su vida. La Palabra de Sabiduría era esencial para él. En el palacio del rey, era poco por lo que se le podía criticar, pero aun en esa posición no quiso tomar del vino del rey ni har­tarse de carne y ricos alimentos. Su moderación y su pureza de fe le tra­jeron salud, sabiduría y conocimien­to, pericia y entendimiento, y su fe lo acercó a su Padre Celestial, y recibió revelaciones con la frecuencia ne­cesaria. Su revelación de los sueños del Rey y la interpretación de ellos le ganaron honores, aplausos y dones y alta posición, por los cuales muchos hombres venderían sus almas. Pero Daniel “estaba en la corte del rey” (Daniel 2:49), y le recordaba sus transgresiones.

Y luego tenemos a los tres he­breos que adoraron al Dios viviente a pesar de las leyes que lo prohibían. Su respuesta no dependía de que el Señor efectuara un milagro. Estaban satisfechos con hacer lo justo y sufrir las consecuencias, ya fuera su rescate o la muerte. Salieron a salvo del horno que había sido calentado siete veces más de lo que solía hacerse.

«He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el as­pecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses” (Daniel 3:25).

¡Integridad! Las promesas de vida eterna de Dios sobrepujan a todas las promesas de los hombres en grandeza, comodidades y protección.

Al ser amenazados estos va­lientes hombres, no sabían que Shakespeare, muchos siglos después, diría: “Ningún terror hay en vuestras amenazas; porque mi armadura de la honradez es tan fuerte, que pasan de mí como un fútil viento al que no respeto.”

La integridad en el hombre debe traer la paz interior, seguridad de propósito y certeza en sus hechos. La falta de integridad ocasiona la dis­cordia, el temor, el pesar, la descon­fianza.

La integridad de un obispo.

En mis numerosos viajes he pasado por muchas experiencias agradables. En uno de mis viajes a la ciudad de México, uno de los presi­dentes de estaca me pidió que or­denara a un obispo que había sido llamado. Con gusto lo hice. El presi­dente y el obispo recién llamado vi­nieron a nuestro cuarto y conversa­mos y llegamos a conocemos. Si bien recuerdo, este hombre de corta esta­tura, pero de porte impresionante, era, según me dijeron al presentár­melo, indio azteca de sangre pura. Quedé complacido en extremo, dado que siempre he tenido un interés especial en los indios.

Me hablaron acerca de él, de su familia y su ocupación. Parece que era empleado de un hombre que tenía un negocio importante y nuestro nuevo obispo tenía el cargo de llevar la contabilidad. El funcionario había resuelto llevar a su esposa a Europa para pasar unas vacaciones algo lar­gas, así que llamó a este querido hermano y puso en sus manos la res­ponsabilidad total, y admitió que era el único de sus empleados en quien tenía la confianza suficiente para de­jarlo encargado de sus cuentas en el banco.

Al poner nuestras manos sobre la cabeza de este joven hermano, mi corazón se hinchió de orgullo y di gracias al Señor por hombres en quienes se podía confiar; por hom­bres que podían inspirar confianza y afecto.

Esto trae a nuestra mente el pa­saje en Tito 1:7: “Porque es nece­sario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios… no codicioso de ganancias deshonestas.”

Inventario personal.

Mis amigos, en vista de que el Señor dijo: “Sed, pues, vosotros per­fectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48), convendría que todos nosotros hiciéramos inventario frecuentemen­te para ver si se encuentra oculto, bajo la alfombra y en los rincones de nuestra vida, algún vestigio de hipo­cresía, indignidad o error. ¿Podrían yacer ocultas bajo la cobija de las ex­cusas y la auto justificación algunas pequeñas excentricidades y faltas de honradez? ¿Existen telarañas en el cielo y en los rincones del cuarto que creemos que nadie notará? ¿Estamos tratando de encubrir las pequeñeces y frívolas satisfacciones que secre­tamente nos permitimos, justificán­donos al cometerlas de que son in­significantes y sin importancia? ¿Hay aspectos de nuestros pensamientos, hechos y actitud que quisiéramos ocultar de aquellos a quienes más res­petamos? ¿Estamos seguros de que todos nuestros secretos más íntimos se conservan inviolados? El Señor re­veló en 1831: “Los rebeldes serán afli­gidos con mucho pesar; porque se pregonarán sus iniquidades desde los techos de las casas y serán revelados sus hechos secretos” (D. y C. 1:3).

“En cierta ocasión Dios hizo una computadora que construyó con in­finito cuidado y precisión, superior a las de todos los científicos de las universidades más famosas del mun­do. Utilizando barro para toda su es­tructura principal, instaló dentro de ella un sistema para la recepción continua de información de todas las clases y descripciones, por medio de la vista, el oído y el tacto, un sistema circulatorio para conservar todas las vías constantemente limpias y listas para funcionar, un sistema digestivo para conservar todas las partes en comunicación y coordinación cons­tantes. Recostada sobre la tierra del Jardín de Edén, sobrepujaba por mucho a la computadora moderna más perfecta, pero estaba igualmente muerta. Estaba capacitada para grabar en la memoria y calcular y resolver las ecuaciones más comple­jas, pero algo le faltaba.

“Entonces se acercó Dios ‘y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente’ (Génesis 2:7).

“Por esto es que el hombre tiene facultades que ninguna computadora moderna posee o jamás poseerá. Dios dio vida al hombre, y con ella el po­der para pensar y razonar y decidir y amar. Esos poderes divinos consti­tuyen la evidencia más fuerte de que vino de Dios y pertenece a Dios.

“Toda computadora que el hom­bre hace o maneja debe recordarle la deuda y el deber que tiene pen­dientes con su Creador.”

El Señor nos bendiga a todos, hermanos y hermanas, que podamos ser completamente honrados en toda nuestra obra en la Iglesia y todas nuestras actividades, y esto lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario