Arrepentimiento

Conferencia General, Octubre de 1969

Arrepentimiento

Alvin R. Dyer

por el Presidente Alvin R. Dyer
Consejero en la Primera Presidencia


Mis queridos hermanos, hermanas y amigos, tanto los que están presentes como aquellos que nos acompañan a través de la televisión y la radio, hoy llamo su atención a la guía divina que se dio a José Smith, el profeta de los últimos días. Esta guía aborda los males que afectan a las personas del mundo. Se están proponiendo planes y programas aquí y allá como medios para corregir las peligrosas tendencias de comportamiento que están generando cambios en nuestra forma de vida y amenazando nuestros valores morales y espirituales.

Con frecuencia se escuchan preguntas como: «¿Dónde terminará todo esto?» o «¿Por qué no se está haciendo algo para detener estas tendencias peligrosas?»

La panacea para las tendencias peligrosas

La solución a todo esto, según declaró el Profeta José Smith, debe ir directamente al corazón del individuo; el control masivo, en última instancia, no puede tener éxito sin el control individual.

A José Smith se le dieron mandamientos por revelación que, si se obedecen, pueden desviar y frustrar estas peligrosas tendencias de comportamiento en las personas hoy mismo. El primero de estos mandamientos al que me refiero se relaciona con el principio de la virtud. Estas son las palabras del Señor:

«Dejad que la virtud engalane incesantemente vuestros pensamientos; entonces vuestra confianza se fortalecerá en la presencia de Dios, y la doctrina del sacerdocio destilará sobre vuestra alma como el rocío desde los cielos.

«El Espíritu Santo será vuestro compañero constante y vuestro cetro de rectitud y verdad; y vuestro dominio, sin medios compulsivos, fluirá hacia vosotros por siempre jamás» (D. y C. 121:45-46).

Piensen en los efectos que tendría una mente virtuosa en la propagación de la inmoralidad, con todos sus aspectos carnales.

Se hace referencia a otro mal perjudicial: la indulgencia dañina, sobre la cual el Señor nos ha advertido con este mandamiento: «Las bebidas fuertes y el tabaco no son para el cuerpo» (véase D. y C. 89:7-8).

Nadie hoy en día necesita estar mal informado sobre los efectos devastadores y mortales que el uso del tabaco, el alcohol y otras drogas tienen sobre el cuerpo humano, así como los efectos indirectos en el carácter espiritual y moral del individuo, que a menudo son más perjudiciales incluso que los efectos físicos.

Además, el Señor ha hablado de la necesidad de entender los principios de libertad y albedrío en las relaciones humanas, porque dijo:

«Cuando intentamos ejercer control o dominio o compulsión sobre las almas de los hijos de los hombres, en cualquier grado de injusticia, he aquí, los cielos se retiran; el Espíritu del Señor se aflige, y cuando se retira, amén al sacerdocio o a la autoridad de ese hombre» (D. y C. 121:37).

Y amén a la influencia del Espíritu Santo, que nos guía hacia la verdad. Cuando intentamos ejercer cualquier tipo de control o presión sobre las personas para obligarlas, perdemos la oportunidad de desarrollar una comunicación correcta y relaciones justas con los demás.

Arrepentimiento

Junto a estas oportunas advertencias divinas dadas a la humanidad a través del Profeta José Smith, está el principio del arrepentimiento, al cual dedicaré el resto de mis comentarios.

La importancia de este principio divino se observa fácilmente en el énfasis que el Señor le ha dado en todos sus tratos con el hombre. Fue establecido desde el principio y ha continuado a lo largo de los siglos, ya sea para iluminar y elevar al individuo mediante la obediencia, o para provocar una condición de decadencia y desmoralización a través de la desobediencia.

Adán y Eva, separados de la presencia de Dios, recibieron instrucciones sobre la necesidad del arrepentimiento como un medio para recuperar su lugar en la presencia de Dios y continuar en el camino de la luz y la inteligencia hasta alcanzar la perfección final. Adán, buscando sinceramente conocer la voluntad de Dios, preguntó al Señor: «¿Por qué deben los hombres arrepentirse y ser bautizados en agua?» (Moisés 6:53).

La respuesta del Señor fue clara y precisa, pues a Adán y Eva, quienes habían caído en la oscuridad al ser separados de la presencia de Dios, les llegó esta vital instrucción sobre la necesidad del arrepentimiento: «Por tanto, enséñalo a tus hijos, que todos los hombres, en todas partes, deben arrepentirse, o de ningún modo podrán heredar el reino de Dios» (Moisés 6:57).

Los profetas predicaron el arrepentimiento

Siglos más tarde, cuando todos los seres vivientes en la tierra fueron amenazados con la destrucción debido a la falta de arrepentimiento, el profeta Noé predicó valientemente el arrepentimiento al pueblo, pero sin éxito. Todos los seres vivos en la tierra, excepto Noé y su familia, fueron destruidos por un diluvio. El relato del Antiguo Testamento sobre el gran diluvio, aunque escrito por historiadores hebreos o semíticos, está corroborado por los registros históricos de muchas otras naciones y pueblos (véase Gaued, Leyendas de Patriarcas y Profetas, págs. 118-135).

En la dispensación meridiana, Juan el Bautista, el precursor y heraldo de Cristo, predicaba en los alrededores de la provincia de Judea, diciendo: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Producid, pues, frutos dignos de arrepentimiento» (Mateo 3:2,8).

Jesús enseñó el arrepentimiento

El mismo Señor se refirió al principio del arrepentimiento en muchas ocasiones, con declaraciones como esta, cuando Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios:

«El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio» (Marcos 1:14-15).

Jesús, al enviar a sus apóstoles, les dijo que enseñaran a los hombres en todas partes a arrepentirse:

«Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese y resucitase de los muertos al tercer día;
y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén» (Lucas 24:46-47).

La necesidad de adherirse al principio del arrepentimiento ha sido reiterada muchas veces a lo largo de la historia de la humanidad, y cuando el hombre ha buscado sinceramente la voluntad de Dios, ha respondido a este principio de salvación personal.

Revelado en tiempos modernos

En nuestra época moderna, el principio del arrepentimiento ha sido revelado con un significado aún más amplio a través de los profetas de Dios. Es una ley cuyo conocimiento y aplicación constituyen quizás el principio más importante de la redención. El arrepentimiento, tal como lo proclamó el Señor, es «de grandísimo valor para el individuo» (D. y C. 15:6).

Tan temprano como en 1829, en esta dispensación del evangelio de Jesucristo, cuando la maravillosa obra de restauración comenzaba a desarrollarse, se enfatizó repetidamente el principio del arrepentimiento. Este llegó a ser lo más importante entre el pueblo, no solo para protegerlos individualmente de los males y engaños de nuestra época, sino también para prepararlos para el papel que desempeñarían en los acontecimientos relacionados con la obra de Dios durante la vida mortal.

«No digas nada más que arrepentimiento»

Aquí hay un extracto de una revelación dada al Profeta José Smith para su hermano Hyrum, quien buscaba sinceramente conocer la voluntad de Dios sobre cómo podía contribuir a la gran obra de los últimos días. Este extracto muestra cuán profundamente está arraigado el principio del arrepentimiento en la mente del Señor, pues Él dijo:

«No digas nada más que arrepentimiento a esta generación. Guarda mis mandamientos y ayuda a llevar a cabo mi obra de acuerdo con mis mandamientos, y serás bendecido» (D. y C. 11:9).

Este mismo consejo fue dado a David Whitmer y Oliver Cowdery, tal como se dio al apóstol Pablo en la antigüedad. Es una instrucción divina para todos aquellos que buscan avanzar en la obra de Dios al salvar a Su pueblo, resumido en la siguiente declaración:

«Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios;
porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne, por lo tanto, sufrió los dolores de todos los hombres, para que todos los hombres se arrepientan y vengan a él.
Y ha resucitado de entre los muertos para llevar a todos los hombres a él bajo condiciones de arrepentimiento.
¡Y cuán grande es su gozo por el alma que se arrepiente!
Por tanto, sois llamados a clamar arrepentimiento a este pueblo.
Y si trabajáis todos vuestros días clamando arrepentimiento a este pueblo, y traéis aunque solo sea un alma a mí, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!
Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que hayáis traído a mí en el reino de mi Padre, ¡cuán grande será vuestro gozo si traéis muchas almas a mí!» (D. y C. 18:10-16, cursiva agregada).

Principio de crecimiento eterno

El arrepentimiento es un principio de crecimiento eterno para el individuo, y por lo tanto, es un principio básico de nuestra fe cristiana, tal como se establece en el Cuarto Artículo de Fe (A de F 1:4).

Cuando una persona tiene en su corazón el deseo de conocer la verdad, la reacción natural y positiva, a medida que su fe se expande, es reconocer que ha participado en actos voluntarios que son incorrectos, y por lo tanto, pecaminosos. En este sentido, todos necesitamos arrepentirnos, lo que nos lleva al convenio del bautismo. Solo Jesús de Nazaret, el Unigénito Hijo de Dios, entre todos los hombres sobre la tierra, fue sin pecado. Él guardó cada ley, se sometió personalmente a cada principio de rectitud y, por lo tanto, fue impecable en su experiencia mortal.

Es una grave desgracia para cualquier persona no reconocer la diferencia entre el bien y el mal. Pero cuando reconoce esta diferencia y ajusta su vida a ese conocimiento mediante el arrepentimiento, adquiere convicción y poder en muchos aspectos. Por ejemplo, el arrepentimiento está inseparablemente vinculado con el perdón. Cuando el perdón, como una posesión personal que actúa en ambas direcciones, fluye a través del pensamiento y la acción de la persona, esta experimenta gran gozo y una liberación de la tensión y la frustración causadas por el pecado. Esto genera seguridad personal y confianza. Aquí reside un poder que prepara al individuo para realizar nuevas correcciones en su vida.

El arrepentimiento, como ley eterna, no se limita únicamente a la conversión. Su uso y aplicación son mucho más amplios que eso. Es un principio de progreso eterno. Después de la fe, el arrepentimiento y el bautismo, que son los primeros principios, el arrepentimiento abre el camino a muchas regeneraciones, sin las cuales el alma nunca alcanzará la perfección.

La necesidad del arrepentimiento

Aquellos que tratan con las almas de los hombres reconocen repetidamente la sabiduría del consejo divino que se ha dado en cuanto al arrepentimiento. Los consejeros matrimoniales, jueces y psicólogos están enfatizando cada vez más la necesidad del arrepentimiento para corregir todo mal en la vida, ya sea grande o pequeño. Este proceso se basa en el reconocimiento y la confesión del error, reforzado por un abandono deliberado y firme de dicho error para reformar el carácter, y al hacerlo, obtener la libertad del estrés emocional que siempre está asociado con el pecado y las malas acciones.

El principal elemento del abandono se manifiesta en el deseo humano de hacer restitución por los errores cometidos y de cambiar la vida hacia un mejor camino.

Es probable que el pecado nunca se olvide completamente una vez cometido. Sin embargo, las leyes que rigen el arrepentimiento proveen una liberación del estrés emocional causado por el pecado cuando este se reconoce y se abandona. A través del arrepentimiento y el abandono, vendrá la paz mental, una forma de regeneración que permite a una persona seguir adelante en la vida en busca de la verdadera felicidad. Esto encaja, según me parece, con el ennoblecedor desafío de Cristo de llegar a ser como Él.

Genuino pesar por el pecado

Recuerdo el comentario de Stephen L. Richards desde este púlpito, cuando dijo, en esencia: «Los hombres pueden preguntarse por qué están retrasados en la Iglesia y en la vida. Tales personas deberían ser invitadas a mirar dentro de sus vidas, y si son francos y honestos consigo mismos, encontrarán la respuesta».

Al considerar el pecado, llegamos a la conclusión de que no será hasta que el hombre se humille, hasta que su corazón lata con genuino pesar por las repetidas violaciones de las leyes sagradas de Dios, hasta que rinda la fortaleza del pecado, que podrá esperar el perdón o aspirar a la exaltación.

El arrepentimiento es un asunto entre cada uno de nosotros y nuestro Dios. Es algo que produce el poder, a través de los procesos de cambio, que permite que la verdad y la rectitud surjan desde nuestro interior como una fuerza para el bien.

Declarar el arrepentimiento

De este modo, el ejercicio del arrepentimiento es un factor crucial frente a los desafíos que enfrentamos hoy. La obediencia a este principio divino, junto con la obediencia a otros mandamientos de Dios —como aquellos que se refieren a las indulgencias dañinas, el corazón y la mente virtuosos, y la práctica de ejercer un dominio justo en todas las circunstancias— puede proporcionar una solución para nuestro actual dilema de frustración y desorientación, tanto a nivel individual como colectivo. Tal como el Señor ha declarado, nuestra obediencia a estos mandamientos nos permitirá evitar las calamidades que están sobre nosotros (D. y C. 1:17, D. y C. 136:35).

En términos generales, no hay nada malo en un individuo que la fe y el arrepentimiento no puedan curar. De hecho, no hay nada malo en América o en el mundo que la fe y el arrepentimiento no puedan corregir, porque, como el Señor ha dicho: «Lo que os será de mayor valor será declarar el arrepentimiento a este pueblo» (D. y C. 15:6).

Ruego que el Señor nos ayude a comprender que lo que será de mayor valor para nosotros es el arrepentimiento.

Testifico de esto en el nombre de Jesucristo. Amén.


Resumen:

El presidente Alvin R. Dyer, en su discurso titulado «Arrepentimiento», ofrece una visión profunda sobre la importancia del arrepentimiento como un principio fundamental de la salvación personal. Él cita enseñanzas del profeta José Smith y del propio Jesucristo para subrayar la necesidad de arrepentirse de los pecados y cambiar de corazón, afirmando que el control masivo de la sociedad no puede ser efectivo sin el control individual. Dyer recuerda mandamientos como el de mantener la virtud y abstenerse de las indulgencias dañinas (alcohol, tabaco) para corregir las tendencias peligrosas de la humanidad. El arrepentimiento, enseña, es una clave para el crecimiento eterno y debe ser predicado en todas partes. Se destaca que el arrepentimiento no solo es necesario para la conversión inicial, sino que es un principio continuo que nos lleva a una regeneración personal.

El discurso también resalta que el arrepentimiento genuino implica un profundo pesar por el pecado, un deseo sincero de hacer restitución y un compromiso firme de abandonarlo. Al hacerlo, uno obtiene paz mental, liberación del estrés emocional y una mayor capacidad para progresar espiritualmente. Dyer concluye que la fe y el arrepentimiento son las claves para corregir tanto los problemas individuales como los colectivos, y cita la enseñanza del Señor que nos recuerda que la mayor obra que podemos realizar es declarar el arrepentimiento a los demás.

El presidente Dyer nos invita a reflexionar sobre el poder transformador del arrepentimiento, que no solo libera del peso emocional del pecado, sino que nos permite avanzar hacia una vida más justa y feliz. Su mensaje enfatiza que el arrepentimiento no es un acto único, sino un proceso continuo que nos acerca a Dios y nos fortalece en nuestra búsqueda de la perfección. En un mundo lleno de desafíos morales y espirituales, este discurso nos recuerda que la verdadera solución a nuestras dificultades personales y colectivas radica en volvernos a Dios, reconocer nuestras faltas y emprender el camino de la rectitud con firmeza. El arrepentimiento es el medio por el cual alcanzamos no solo la paz interior, sino también la redención eterna.

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