Conferencia General Octubre 1965
Haciendo Segura Nuestra Vocación y Elección

por el Élder Marion G. Romney
Del Consejo de los Doce Apóstoles
Hermanos y hermanas: Hoy me presento ante ustedes con profunda humildad. Las palabras que pienso decir tendrán poco significado a menos que sean impresas en nuestras almas por el poder del Espíritu Santo. Sinceramente los invito a unirse conmigo en oración para que sean así impresas.
Para Alcanzar la Vida Eterna
El tema que tengo en mente para discutir es “Hacer Segura la Vocación y Elección”. Para hacer esto, uno debe recibir un testimonio divino de que heredará la vida eterna. El objetivo supremo de los hombres que entienden a Dios, su relación con Él y sus propósitos, es alcanzar la vida eterna. Esto es como debe ser, pues la vida eterna “. . . es el mayor de todos los dones de Dios” (DyC 14:7). Llevar a los hombres a la vida eterna es la “obra y gloria” de Dios. Con este fin, Él concibe, crea, dirige y utiliza todas sus creaciones (Moisés 1:38-39).
La vida eterna es la calidad de vida que disfruta Dios mismo. El plan del evangelio, creado por el Padre y puesto en marcha por la expiación de Jesucristo, pone la vida eterna al alcance de cada hombre. El Señor dio esta seguridad cuando dijo: “. . . si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin, tendrás la vida eterna” (DyC 14:7).
La plenitud de la vida eterna no es alcanzable en la mortalidad, pero la paz que la presagia y que llega como resultado de hacer segura la vocación y elección de uno es alcanzable en esta vida. El Señor ha prometido que “. . . el que hace obras de justicia recibirá su recompensa, paz en este mundo y vida eterna en el mundo venidero” (DyC 59:23).
Creo que la paz a la que se refiere aquí está implícita en la declaración del Profeta: “Voy como un cordero al matadero, pero estoy tan calmado como una mañana de verano. Tengo una conciencia limpia ante Dios y ante todos los hombres” (DyC 135:4, DHC, 6:555).
También pienso que está implícita en esta declaración del difunto Apóstol Alonzo A. Hinckley, que escribió en una carta a la Primera Presidencia después de que su médico le informara que su enfermedad sería fatal: “Les aseguro que no estoy profundamente perturbado por los resultados finales. Estoy reconciliado y extiendo mis manos para recibir lo que mi Padre tiene para mí, sea vida o muerte. . . En cuanto al futuro, no tengo dudas. Es atractivo y glorioso, y percibo con bastante claridad lo que significa ser salvo por la sangre redentora de Jesucristo y ser exaltado por su poder y estar con Él para siempre” (The Deseret News Church Section, 27 de marzo de 1949, p. 24).
Haced Segura Vuestra Vocación y Elección
Ahora llego directamente a mi tema:
Tomo mi texto de Segunda de Pedro, y, como él, dirijo mis palabras “. . . a los que han obtenido una fe igualmente preciosa” (2 Pedro 1:1).
Pedro, habiendo recordado a los Santos los fundamentos del evangelio, les exhortó a “. . . procurar hacer firme vuestra vocación y elección; porque si hacéis estas cosas, nunca caeréis” (2 Pedro 1:10).
Al hacer segura su vocación y elección, los Santos ganarían entrada “. . . al reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Pedro dio un poderoso testimonio de este hecho. Recordó su experiencia en el Monte de la Transfiguración con Jacobo y Juan, donde, dice, escucharon la voz de “. . . Dios el Padre . . .” declarar de Jesús: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Luego, para instruir que tal experiencia por sí sola no hace segura la vocación y elección de uno, añadió: “Tenemos también la palabra profética más segura” (2 Pedro 1:11,17,19).
La Palabra Profética Más Segura
El domingo 14 de mayo de 1843, el Profeta José Smith tomó esta declaración de Pedro como su texto. Cito del sermón del Profeta:
“No obstante que el apóstol los exhorta a añadir a su fe, virtud, conocimiento, templanza, etc., aun así los exhorta a hacer segura su vocación y elección. Y aunque habían oído una voz audible del cielo testificando que Jesús era el Hijo de Dios, aun así dice que tenemos una palabra profética más segura. . . ¿En qué podrían tener una palabra profética más segura que escuchar la voz de Dios diciendo: Este es mi Hijo amado, etc.?” Respondiendo su propia pregunta, el Profeta continuó: “Aunque pudieran escuchar la voz de Dios y saber que Jesús era el Hijo de Dios, esto no sería evidencia de que su elección y vocación estaban aseguradas, de que tenían parte con Cristo y eran coherederos con Él. Entonces querrían esa palabra profética más segura, de que estaban sellados en los cielos y tenían la promesa de la vida eterna en el reino de Dios. Entonces, teniendo esta promesa sellada para ellos, era un ancla para el alma, segura y firme. Aunque los truenos rugieran y los relámpagos destellaran, y los terremotos retumbaran, y la guerra se acumulase en derredor, esa esperanza y conocimiento sostendrían el alma en toda hora de prueba, problemas y tribulación”.
Luego, hablando directamente a sus oyentes, el Profeta continuó: “. . . les exhortaría a continuar llamando a Dios hasta que hagan segura su vocación y elección para ustedes mismos, obteniendo esta palabra profética más segura” (DHC, 5:388-389).
Una semana después, el 21 de mayo de 1843, el Profeta dio otro sermón sobre el mismo tema, del cual cito:
“No tenemos derecho en nuestro pacto eterno, en relación con las cosas eternas, a menos que nuestras acciones y contratos y todas las cosas tiendan a este fin. Pero después de todo esto, deben hacer segura su vocación y elección. Si esta exhortación se aplicaba en gran medida a aquellos a quienes se les habló”, dijo él, “¡cuánto más a los de la generación presente!” Y luego en conclusión: “Es una cosa estar en el monte y escuchar la excelente voz (2 Pedro 1:17, etc., etc.) y otra escuchar la voz que declara: Tienes parte y suerte en ese reino” (DHC, 5:403).
Estos dos sermones fueron dados por el Profeta solo trece meses antes de su martirio. Sin embargo, cuatro años antes, así instruyó a los Doce: “Después de que una persona tiene fe en Cristo, se arrepiente de sus pecados, y es bautizada para la remisión de sus pecados y recibe el Espíritu Santo (por la imposición de manos), que es el primer Consolador, entonces debe continuar humillándose ante Dios, hambriento y sediento de justicia, y viviendo por cada palabra de Dios, y el Señor pronto le dirá: Hijo, serás exaltado. Cuando el Señor lo haya probado a fondo y encuentre que el hombre está decidido a servirle a toda costa, entonces el hombre hallará su vocación y elección aseguradas, entonces será su privilegio recibir el otro Consolador, el cual el Señor ha prometido a los Santos, como está registrado en el testimonio de San Juan, en el capítulo 14” (Juan 14:16-23) (DHC, 3:380).
En la sección 88 de Doctrina y Convenios se registra una revelación en la que el Señor, dirigiéndose a algunos de los primeros Santos en Ohio, dijo: “. . . ahora envío sobre vosotros otro Consolador, incluso sobre vosotros mis amigos, para que more en vuestros corazones, el Espíritu Santo de promesa; este otro Consolador es el mismo que prometí a mis discípulos, como está registrado en el testimonio de Juan”.
“Este Consolador es la promesa que os doy de vida eterna, la gloria del reino celestial” (DyC 88:3-4).
Pienso que todo Santo de los Últimos Días fiel “. . . querría esa palabra profética más segura, de que están sellados en los cielos y tienen la promesa de vida eterna en el reino de Dios” (DHC, 5:388).
Al leer los registros sagrados, encuentro experiencias registradas de hombres en todas las dispensaciones que han tenido este ancla segura para sus almas, esta paz en sus corazones.
El nieto de Lehi, Enós, tenía tal hambre de justicia que clamó al Señor hasta que “. . . vino una voz a [él desde el cielo] diciendo: Enós, tus pecados te son perdonados, y serás bendecido”. Años después, reveló la naturaleza de esta bendición prometida al escribir: “. . . pronto iré al lugar de mi descanso, que es con mi Redentor; pues sé que en él descansaré. Y me regocijo en el día en que mi ser mortal se vista de inmortalidad y esté ante él; entonces veré su rostro con placer, y él me dirá: Ven a mí, bendito, hay un lugar preparado para ti en las mansiones de mi Padre” (Enós 1:5,27).
Alma escuchó estas palabras del Señor: “Tú eres mi siervo; y yo hago convenio contigo de que tendrás la vida eterna” (Mosíah 26:20).
A sus doce discípulos nefitas, el Maestro les preguntó: “¿Qué deseáis de mí, después de que haya ido al Padre?
“Y todos ellos hablaron, excepto tres, diciendo: Deseamos que, después de haber vivido hasta la edad de los hombres, nuestro ministerio, en el cual nos has llamado, tenga un fin, para que pronto podamos ir a tu reino.
“Y él les dijo: Bienaventurados sois porque deseasteis esto de mí; por lo tanto, después de que tengáis setenta y dos años, vendréis a mí en mi reino; y conmigo hallaréis descanso” (3 Nefi 28:1-3).
Mientras Moroni trabajaba en soledad, abrevando el registro jaredita, recibió del Señor esta reconfortante promesa: “. . . has sido fiel, por lo tanto, tus vestidos serán emblanquecidos. Y porque has visto tu debilidad, serás fortalecido, hasta sentarte en el lugar que he preparado en las mansiones de mi Padre” (Éter 12:37).
Pablo, en su segunda epístola a Timoteo, escribió: “. . . yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano.
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.
“Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día” (2 Timoteo 4:6-8).
En esta dispensación, muchos han recibido seguridades similares. En la primavera de 1839, mientras el Profeta José y sus compañeros languidecían en la cárcel de Liberty, Heber C. Kimball trabajaba arduamente, cuidando a los Santos y esforzándose por liberar a los hermanos. El 6 de abril, escribió: “Mi familia ha estado ausente aproximadamente dos meses, durante los cuales no supe nada de ellos; nuestros hermanos están en prisión; la muerte y la destrucción nos siguen por dondequiera que vamos; me sentí muy triste y solo. Las siguientes palabras vinieron a mi mente, y el Espíritu me dijo: ‘escribe,’ lo cual hice tomando un pedazo de papel y escribiendo sobre mi rodilla lo siguiente…”
Esto es lo que escribió, como fue dictado por el Señor: “En verdad te digo, mi siervo Heber, tú eres mi hijo, en quien me complazco; porque has procurado escuchar mis palabras y no has transgredido mi ley, ni te has rebelado contra mi siervo José Smith, porque has tenido respeto a las palabras de mi ungido, desde el menor hasta el mayor de ellos; por lo tanto, tu nombre está escrito en el cielo, para no ser borrado jamás” (Orson F. Whitney, Life of Heber C. Kimball, 1888 ed., p. 253, cursivas añadidas).
Al Profeta José Smith, el Señor le dijo: “. . . Yo soy el Señor tu Dios y estaré contigo hasta el fin del mundo, y por toda la eternidad; porque en verdad sello sobre ti tu exaltación y preparo un trono para ti en el reino de mi Padre, con Abraham tu padre” (DyC 132:49, cursivas añadidas).
Ahora, en conclusión, les doy mi propio testimonio. Sé que Dios, nuestro Padre, vive, que, como dijo Pablo, somos su linaje (Hechos 17:28). Sé que habitamos en su presencia en la vida premortal y que continuaremos viviendo más allá de la tumba. Sé que podemos regresar a su presencia si cumplimos con sus requisitos. Sé que mientras estamos aquí en la mortalidad hay un medio de comunicación entre Él y nosotros. Sé que es posible para los hombres vivir de tal manera que puedan escuchar su voz y conocer sus palabras y que recibir “el Espíritu Santo de promesa” (DyC 132:7) mientras estamos aquí en la mortalidad es posible. Y así, en las palabras del Profeta José, “. . . les exhorto a que continúen clamando a Dios hasta que [mediante la palabra profética más segura] hagan segura su vocación y elección para ustedes mismos” (DHC 5:389).
En el nombre de Jesucristo. Amén.
























