Conferencia General de Abril 1960
Beban profundamente de la Fuente Divina

por el Elder Marion G. Romney
Del Consejo de los Doce Apóstoles
Mis queridos hermanos y hermanas, testifico de la verdad de todo lo que el hermano Lee acaba de decir. Mientras hablaba, recordé que mi abuelo, Miles Romney, escuchó a los primeros misioneros, Heber C. Kimball, Orson Hyde y Willard Richards, predicar en las calles de Preston, Inglaterra, en 1837. Los escuchó en Market Square, los siguió hasta el Cockpit, donde realizaban muchas de sus predicaciones en esos primeros días. Se unió a la Iglesia a principios de 1838, emigró a Nauvoo en 1842 y ahora tiene alrededor de 2500 descendientes en la Iglesia.
Me siento tentado, de algún modo, a comentar sobre mis labores misionales recientes, pero me abstendré de hacerlo por temor a omitir algo. En los últimos veintiséis meses, he visitado quince misiones, catorce de ellas fuera de los Estados Unidos y once de habla extranjera, lo cual agradezco profundamente al presidente McKay. En la conferencia de octubre pasado estuve en Viena. La semana pasada estuve en Sídney, Australia. Testifico que el espíritu se mueve en cada una de las quince misiones que visité.
Algo que puedo decir sobre todas ellas es que en cada una escuché fervientes testimonios sobre el gran poder del Libro de Mormón para acercar almas a Cristo. En mi opinión, el Libro de Mormón es la herramienta misional más efectiva que tenemos.
Les invito a orar conmigo para recibir una rica efusión del Espíritu Santo, pues me gustaría inspirarles a resolver leer el Libro de Mormón. Al hablar, pensaré particularmente en este maravilloso grupo de jóvenes que están cantando para nosotros y en todos los de su generación.
Hay muchas razones para leer el Libro de Mormón. Para empezar, el Señor nos ha puesto bajo la obligación de hacerlo. Él dijo que envió a Moroni a revelarlo (D. y C. 27:5) y que, por su misericordia, dio al profeta José el “poder de lo alto… para traducirlo” (ver D. y C. 1:29; 20:8). Contiene “la verdad y la palabra de Dios” y “la plenitud del evangelio de Jesucristo, tanto para los gentiles como para los judíos” (D. y C. 19:26; 20:9).
Nefi nos dice que sus contenidos “irán de generación en generación mientras la tierra permanezca… y las naciones que los posean serán juzgadas por ellos de acuerdo con las palabras que están escritas” (2 Nefi 25:22).
Para mí, no hay razón más poderosa para leer el Libro de Mormón que esta declaración del Señor: seremos juzgados según lo que está escrito en él.
Moroni dice que el propósito del libro es que conozcamos los “decretos de Dios” establecidos en él y, obedeciéndolos, escapemos de las calamidades que siguen a la desobediencia (Éter 2:11).
A los primeros santos, el Señor habló de manera contundente sobre recordar el Libro de Mormón. Les dijo: “Vuestras mentes en tiempos pasados se han oscurecido debido a la incredulidad y porque habéis tratado a la ligera las cosas que habéis recibido; lo cual, vanidad e incredulidad, ha traído a toda la iglesia bajo condenación. Y esta condenación descansa sobre los hijos de Sion, aún sobre todos. Y permanecerán bajo esta condenación hasta que se arrepientan y recuerden el nuevo convenio, aun el Libro de Mormón y los mandamientos anteriores que les he dado” (D. y C. 84:54-57).
Antes de esto, ya les había dicho que “el Libro de Mormón y las santas escrituras son dados de mí para vuestra instrucción” (D. y C. 33:16). En otra ocasión, dijo: “…los élderes, sacerdotes y maestros de esta iglesia enseñarán los principios de mi evangelio, los cuales están en la Biblia y el Libro de Mormón” (D. y C. 42:12).
Es evidente que, a menos que leamos, estudiemos y aprendamos los principios que están en el Libro de Mormón, nosotros, los élderes, sacerdotes y maestros de “esta iglesia”, no podremos cumplir con esta instrucción de enseñarlos.
Sin embargo, hay otra razón para leerlo: al hacerlo, llenaremos y refrescaremos nuestras mentes con un flujo constante de esa “agua” que Jesús dijo que estaría en nosotros “una fuente de agua que brota para vida eterna” (Juan 4:14). Necesitamos una provisión continua de esta agua para resistir el mal y retener las bendiciones de haber nacido de nuevo, como nos aconsejó el presidente McKay.
La gran lucha en el mundo hoy, como siempre, es por las almas de los hombres. Cada alma está involucrada personalmente en esta lucha, y la batalla se libra con lo que hay en su mente. En última instancia, el campo de batalla es, para cada individuo, dentro de sí mismo. Inequívocamente, gravitamos hacia los temas de nuestros pensamientos. Hace siglos, el sabio resumió esta gran verdad: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Proverbios 23:7).
Si queremos escapar de los deseos de la carne y construir para nosotros y nuestros hijos caracteres grandes y nobles, debemos mantener en nuestras mentes y en las de ellos principios verdaderos y rectos en los cuales puedan meditar.
No debemos permitir que nuestras mentes se llenen de los intereses, cosas y prácticas del mundo que nos rodea. Hacerlo equivale a adoptarlos y seguirlos, ya que la experiencia humana respalda la conclusión de quien dijo:
“El vicio es un monstruo de rostro espantoso,
que solo al verlo debería ser odiado;
mas cuando lo vemos con demasiada frecuencia,
nos familiarizamos con su rostro,
primero lo soportamos, luego lo compadecemos y finalmente lo abrazamos.”
(Pope, Ensayo sobre el Hombre, epístola II, línea 217).
Si queremos evitar adoptar los males del mundo, debemos seguir un curso que alimente nuestras mentes diariamente y las dirija de nuevo hacia las cosas del espíritu. No conozco mejor manera de hacerlo que leyendo el Libro de Mormón.
En todas las dispensaciones, el Señor ha aconsejado a su pueblo mantener en sus mentes y pensamientos las verdades que Él les ha revelado. A los primeros santos de esta dispensación, Él dijo: “…que las solemnidades de la eternidad reposen sobre vuestras mentes” (D. y C. 43:34). Este consejo seguía a su declaración a los élderes: “…No sois enviados para ser enseñados, sino para enseñar a los hijos de los hombres las cosas que he puesto en vuestras manos por el poder de mi Espíritu; Y debéis ser enseñados de lo alto” (D. y C. 43:15-16).
Instruyendo a la antigua Israel a no seguir “los dioses de los pueblos que [estaban] alrededor de vosotros” (Deut. 6:14), dijo:
“Oye, Israel…
Y estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón:
Y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, andando por el camino, al acostarte y cuando te levantes.
Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos.
Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas” (Deut. 6:4, 6-9).
“Escudriñad las Escrituras” (Juan 5:39), dijo Jesús a sus críticos, quienes, saturados de las cosas de este mundo, lo rechazaron. En las Escrituras, ellos podrían, si quisieran, aprender la verdad acerca de Él y las cosas de la vida eterna que Él les enseñó.
El salmista describe así las recompensas de conocer y meditar en la palabra de Dios:
“¡Cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación.
Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos…
Tengo más entendimiento que todos mis maestros, porque tus testimonios son mi meditación.
Entiendo más que los ancianos, porque guardo tus preceptos.
De todo mal camino contuve mis pies, para guardar tu palabra.
No me aparté de tus juicios, porque tú me enseñaste.
¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca.
De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira.
Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino” (Salmos 119:97-105).
Estoy convencido, hermanos y hermanas, de que es irracional esperar escapar de los deseos del mundo (2 Pedro 1:4) sin sustituirlos por las cosas del espíritu como temas de nuestros pensamientos. Y sé que las cosas del espíritu se enseñan con gran poder en el Libro de Mormón.
Creo con todo mi corazón, por ejemplo, que si nuestros jóvenes salieran de nuestros hogares con un conocimiento profundo de la vida de Nefi, imbuidos con el espíritu de su valentía y amor por la verdad, elegirían lo correcto cuando enfrenten decisiones.
¡Qué maravilloso sería si, al tener que tomar una decisión, les vinieran a la mente las palabras de Nefi: “Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que el Señor no da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles una manera para que puedan cumplir con lo que les manda” (1 Nefi 3:7)!
Y cuando las cosas se pongan difíciles y la tentación de abandonar la rectitud les presione (1 Nefi 3:15), recordarían su ruego a sus hermanos descarriados: “…seamos fieles en guardar los mandamientos del Señor; porque he aquí, él es más poderoso que toda la tierra, ¿por qué, pues, no lo será más que Labán y sus cincuenta, sí, o aun que sus decenas de millares?” (1 Nefi 4:1).
Conclusión en la siguiente parte…
Si nuestros jóvenes están profundamente familiarizados con las enseñanzas del Libro de Mormón, no solo se sentirán inspirados con el valor recto para elegir lo correcto al seguir el ejemplo de Nefi, los “dos mil hijos de Helamán” (Alma 56:9-10) y otros grandes personajes del libro, sino que también estarán instruidos en los principios del evangelio de Jesucristo y sabrán qué es lo correcto.
De casi cada página del libro recibirán un poderoso testimonio de que Jesús es realmente el Cristo, el Hijo del Dios viviente, nuestro Redentor y Salvador. Este testimonio, por sí solo, será un ancla de fortaleza en cada tormenta. En el Libro de Mormón encontrarán la explicación más clara de la misión divina de Cristo y su expiación que existe en cualquier escritura sagrada.
Estarán familiarizados con las virtudes fundamentales y esenciales, pues el Libro de Mormón está lleno de instrucciones al respecto. Aprenderán que “el ocuparse carnalmente es muerte, y el ocuparse espiritualmente es vida eterna” (2 Nefi 9:39); que el Señor se deleita en la castidad (Jacob 2:28) y la virtud, las cuales son “más estimadas y preciosas que todas las cosas” (Moroni 9:9); y que la violación de este principio sagrado es, ante el Señor, una “abominación… por encima de todos los pecados, salvo el derramamiento de sangre inocente o negar al Espíritu Santo” (Alma 39:5).
Habrán aprendido la necedad de confiar en la sabiduría de los hombres o en las riquezas de este mundo (2 Nefi 9:28-30). De hecho, no hay virtud fundamental sobre la cual no sean instruidos, porque en el Libro de Mormón, como ya se ha dicho, se encuentra “la plenitud del evangelio de Jesucristo” (D. y C. 19:26; 20:9).
Por eso, les aconsejo, mis amados hermanos y hermanas y amigos de todas partes, que hagan de la lectura diaria del Libro de Mormón una práctica de por vida, aunque solo sean unos minutos al día. Todos necesitamos mantener un contacto cercano y continuo con el Espíritu del Señor. Necesitamos tomar al Espíritu Santo como guía para no ser engañados (D. y C. 45:57). Estoy convencido, por mi propia experiencia y la de mis seres queridos, así como por la declaración del profeta José Smith, de que uno puede acercarse más al Señor y permanecer cerca de Él leyendo el Libro de Mormón que cualquier otro libro. No se conformen con lo que otros dicen acerca de lo que contiene. Beban profundamente de la fuente divina misma.
Estoy seguro de que si, en nuestros hogares, los padres leen el Libro de Mormón con oración y regularidad, tanto por sí mismos como con sus hijos, el espíritu de ese gran libro llegará a permear nuestros hogares y a todos los que habiten en ellos. El espíritu de reverencia aumentará; crecerá el respeto y la consideración mutuos. El espíritu de contención se apartará. Los padres aconsejarán a sus hijos con mayor amor y sabiduría. Los hijos serán más receptivos y sumisos a ese consejo. La rectitud aumentará. La fe, la esperanza y la caridad—el puro amor de Cristo—abundarán en nuestros hogares y en nuestras vidas, trayendo consigo paz, gozo y felicidad.
Que busquemos estas bendiciones a través de la lectura del Libro de Mormón, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo, nuestro Redentor. Amén.























