No temas

No temas

Por Lloyd D. Newell
La voz y escritor de Música y Palabras de Inspiración y profesor de Historia y Doctrina de la Iglesia en la Universidad Brigham Young. Dado el 9 de diciembre de 2014.

El mensaje del Señor para ustedes hoy es el mismo que Él envió a través de Sus ángeles hace tanto tiempo: “No temas”. Él puede decir eso porque sabe más que nosotros. Él ve lo que nosotros no podemos ver. Él sabe lo que viene y, en el plan eterno de las cosas, el futuro no es tan malo como podríamos pensar.

No temas por Lloyd D. Newell


Estoy agradecido de estar con ustedes en esta fría mañana de diciembre. Ruego que la calidez del Espíritu nos bendiga y que podamos ser edificados durante estos pocos momentos que estaremos juntos.

Hoy quiero hablarles de la mayor historia jamás contada y de uno de sus temas menos obvios, aunque profundamente importante. Probablemente podrían recitar gran parte de este relato de memoria. Ocupa poco más de una página en las Escrituras y comienza con la conocida obligación de pagar impuestos; continúa con un viaje que no era inusual para la época; la trama se complica cuando no se encuentra lugar “en los mesones” y culmina con el nacimiento del Hijo de Dios de María, una virgen “preciosa y escogida”.

Sabemos muy poco acerca de las personas que protagonizaron esta historia y sobre los detalles de los verdaderos acontecimientos. Sin embargo, no importa cuántas veces leamos el relato de la primera Navidad, siempre parece haber algo nuevo que aprender. Esto se debe a que, como han enseñado los profetas, “la palabra de Dios es viva”. Adquiere un significado nuevo y profundo siempre que estamos espiritualmente preparados para recibirlo.

Algo que me llama la atención del relato del nacimiento del Salvador es que, en cuatro ocasiones distintas, apareció un ángel con el mensaje: “No temas”.

Cuando el ángel Gabriel se apareció a Zacarías con la noticia de que su esposa daría a luz un hijo, el precursor del Mesías, le dijo: “No temas, porque tu oración ha sido oída”.
Más tarde, el mismo ángel visitó a la “hermosa y pura” María para decirle que sería la madre del Hijo de Dios, asegurándole con palabras similares: “María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios”.
Poco después, un ángel se apareció en sueños a José, el carpintero, y le dijo: “No temas recibir a María, tu desposada”.
Y luego, en esa noche santa, mientras toda la eternidad velaba en reverente silencio, el ángel se apareció a unos humildes pastores que cuidaban sus rebaños. Los pastores, que “tuvieron gran temor”, oyeron al ángel proclamar: “No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que serán para todo el pueblo”.

Mucho de lo que sucedió durante esos momentos cruciales en el relato de la Natividad dependió del valor de personas como Zacarías, María, José y los pastores. Dios tenía una tarea monumental para cada uno de ellos; sus vidas estaban a punto de cambiar para siempre. Imagínense si hubieran dejado que el miedo los venciera. ¿Qué habría pasado si hubieran retrocedido, dudado y no hecho lo que Dios necesitaba que hicieran?

Este aspecto menos obvio del relato de la primera Navidad me intriga porque yo, como ustedes, tengo miedos, y a veces necesito que me recuerden que no debo temer. No sé cuáles son sus miedos. Es posible que, al igual que Zacarías, que temía nunca tener hijos, ustedes tengan temores acerca de su familia. O tal vez su miedo no sea no tener hijos, sino tenerlos, y enfrentarse a criarlos en un mundo cada vez más hostil hacia las familias.

Al igual que María, puede que tengan una asignación o responsabilidad que parezca estar muy por encima de sus capacidades. Al igual que José, tal vez teman casarse o nunca casarse. Al igual que los pastores, es posible que experimenten “gran temor” cuando su vida pacífica y sencilla se vea interrumpida debido a que Dios tiene planes para ustedes más grandes de lo que podrían imaginar.

La vida presenta un sinfín de oportunidades para tener miedo. Tal vez tengamos miedo de lo que la gente piense de nosotros, temamos al fracaso o al rechazo, o tengamos miedo de los cambios que sabemos que debemos hacer en nuestra vida. Tal vez simplemente tengamos miedo de los exámenes finales de la próxima semana.

Podemos experimentar el fracaso o el rechazo y preguntarnos si tenemos lo que se necesita. Podemos tener temores financieros, educativos, profesionales o incluso miedos más triviales, como hablar en público, las serpientes o las arañas. Sí, vivimos en un mundo hermoso, ¡pero puede ser aterrador!

Espero que ninguno de ustedes haya venido esta mañana para ser edificado e inspirado, solo para que yo les haya recordado sus miedos. Pero no vine aquí para asustarlos, y ustedes no vinieron aquí para recordar sus temores. Todos anhelamos más paz y fortaleza de Dios en medio del estrés y las dificultades de la vida.

El mensaje del Señor para ustedes hoy es el mismo que Él envió a través de Sus ángeles hace tanto tiempo: “No temas”. Él puede decir eso porque sabe más que nosotros. Ve lo que no podemos ver. Él sabe lo que viene y, en el plan eterno de las cosas, el futuro no es tan malo como podríamos pensar. Él sabe que podemos manejarlo con Su ayuda, porque sabe cómo fortalecernos y socorrernos.

Sobre todo, nos dice que no temamos porque sabe que el miedo nos paraliza. Nos impide conocer y hacer Su voluntad; aceptar Sus bendiciones, Su amor y Su luz; y cumplir Sus propósitos.

El presidente Howard W. Hunter dijo:
“El miedo […] es un arma principal del arsenal que Satanás utiliza para hacer infeliz a la humanidad. Aquel que teme, pierde fortaleza para el combate de la vida en la lucha contra el mal. Por lo tanto, el poder del maligno siempre procura generar temor en el corazón humano […]. Un pueblo tímido y temeroso no puede desempeñar su labor correctamente y no puede efectuar la obra de Dios de ningún modo. Los Santos de los Últimos Días tienen una misión divinamente asignada que cumplir, la cual simplemente no debe disiparse por el temor y la ansiedad”.

Satanás quiere que cedamos al temor. Dios desea que nos aferremos a la esperanza.

Uno de mis pasajes favoritos de las Escrituras se encuentra en 2 Timoteo 1:7: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. Utilizando esas palabras como marco, exploremos juntos cómo el poder, el amor y el dominio propio sirven como antídotos contra el temor.

Primero: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía; sino de poder”.
Este “espíritu de poder” no es el tipo de poder del mundo. El Señor y Su pueblo del convenio no funcionan ni trabajan como lo hace el mundo. El mundo nos dice que el poder proviene de la riqueza o la popularidad y que la vida es una competencia en la que superamos a los demás al adquirir más, o al usar palabras o armas de destrucción.

La manera del Señor es más profunda, más elevada y más santa. Su poder está gobernado “por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero; por bondad y por conocimiento puro”. Mientras que el poder del mundo depende de demostraciones espectaculares, el poder del Señor destila sobre nosotros “como rocío del cielo”: de manera milagrosa, pero silenciosa y humilde. Mientras que el poder del mundo es para unos pocos privilegiados, el poder del Señor está al alcance de todos.

Se manifiesta en las ordenanzas del sacerdocio. Accedemos a él al hacer y guardar convenios sagrados. Lo nutrimos mediante la oración sincera, el ayuno y el deleitarnos “en las palabras de Cristo”.

Tal vez conozcan a alguien que posea este tipo de poder y, por lo tanto, parezca no tener miedo. Probablemente se trate de alguien que no sería considerado poderoso según las normas del mundo, pero cuyo poder espiritual es innegable.

Mi padre, quien murió en un accidente hace casi treinta años, era uno de esos hombres. Todavía hoy me encuentro con personas que dicen: “Era el hombre más amable que he conocido”. Trabajaba en una fábrica de acero, que no era la ocupación más glamurosa ni prestigiosa, y, aunque me avergüenza admitirlo, cuando yo era joven deseaba que él fuera más inteligente, más genial o más rico. Afortunadamente, he crecido desde entonces, y hoy no hay nadie a quien admire más.

Dudo que alguno de ustedes haya pasado un día en una fábrica de acero, pero permítanme decirles que no es el ambiente más tranquilo ni el más limpio. El poder, en ese contexto, generalmente se afirma a través de la brusquedad y el lenguaje grosero. Sin embargo, en sus más de tres décadas allí, a mi padre nunca se le escuchó decir malas palabras ni usar un lenguaje poco amable. Ni siquiera levantó la voz.

Después de su muerte, sus compañeros de trabajo nos dijeron que siempre podían contar con que él sería amable y positivo, independientemente de las circunstancias. Encontramos en su lonchera varios folletos de la Iglesia que estudiaba fielmente durante sus descansos y que a menudo compartía con sus compañeros de trabajo, muchos de los cuales se convirtieron en miembros activos de la Iglesia gracias a su bondad y a su ejemplo.

Ese es un poder audaz. Es el tipo de poder que reciben aquellos que confían en Dios y tienen fe en Jesucristo: la fe para hacer las cosas a Su manera, aunque difiera de la manera del mundo. Esa fe no es solo pensamientos positivos o motivación superficial. Como enseñó el profeta José, la fe es poder.

La fe nos inspira y nos faculta para hacer cosas extraordinarias y valientes que no podríamos hacer de otra manera. En verdad, este tipo de fe nos da el poder y la confianza que “se fortalecerá en la presencia de Dios” y de todas las personas.

Si tienen miedo porque sienten que no tienen poder, les invito a acudir al Señor. Recurran al poder de los convenios que han hecho y están guardando. Confíen en el poder de Dios, porque es mayor que cualquier otro poder sobre la tierra. Las palabras de Dios al antiguo Israel son también Sus palabras para ustedes: “Porque yo, Jehová, soy tu Dios, quien te sostiene de la mano derecha y te dice: No temas, yo te ayudaré”.

El amor es la siguiente virtud de Pablo que desecha todo temor. Como enseñaron tanto Pablo como Mormón: “El amor perfecto desecha todo temor”.

Cualquiera que haya servido en una misión sabe de lo que hablo. Una misión de tiempo completo, si lo piensan, sería una experiencia aterradora si no fuera por el amor: el amor por Dios y por Sus hijos.

Sin embargo, decenas de miles de hombres y mujeres jóvenes, incluso muchos de ustedes, sirven cada año porque Dios les concede el don del amor de Cristo.

Todos conocemos a jóvenes misioneros que ni siquiera sabían deletrear “Guatemala”, y mucho menos encontrarla en un mapa, cuando recibieron su llamamiento misional. Pero cuando regresaron, tenían la bandera guatemalteca colgada en la pared de su habitación y recuerdos de los queridos guatemaltecos en el corazón.

Algunos misioneros reciben este don de amor aun antes de partir; otros no lo encuentran hasta bien avanzado su servicio. Pero cada misionero, en un momento u otro, debe aprender a amar a las personas, o su misión será miserable.

Esa fue la lección más importante que aprendí como misionero en Argentina hace muchos años. Durante la misión, hice lo mejor que pude y fuimos bendecidos con éxito, pero mi primer año fue diferente al segundo. El primer año, mis motivaciones no fueron completamente puras. Quería liderar la misión en bautismos, ocupar puestos de liderazgo e impresionar a los demás. Afortunadamente, se me asignó un compañero más consagrado que me mostró cómo amar y disfrutar más a las personas, cómo servirles con el corazón y el alma, y cómo olvidarme de mí mismo para trabajar con amor. Mi enfoque y mis motivaciones cambiaron, realmente obtuve un corazón nuevo y regresé a casa siendo una persona diferente de la que se había ido.

Tal vez el ejemplo más asombroso del poder del amor para vencer el temor provenga de los hijos de Mosíah y su extraordinaria misión entre los Lamanitas. No creo que comprendamos plenamente lo valientes que fueron. Los Lamanitas no solo eran apáticos hacia el Evangelio, sino que eran abiertamente hostiles. Eran enemigos declarados que mataban a los nefitas de forma rutinaria solo por ser nefitas. ¡No eran exactamente contactos de oro! Entonces, ¿qué motivó a los hijos de Mosíah?

“Pues estaban deseosos de que la salvación fuese declarada a toda criatura, porque no podían soportar que alma humana alguna pereciera; sí, aun el solo pensamiento de que alma alguna tuviera que padecer un tormento sin fin los hacía estremecer y temblar”.

Su intenso amor era tan poderoso que simplemente tenían que compartir el Evangelio con todos. No podían soportar no hacerlo. Cuando amamos con esa clase de fuerza y sinceridad, vencemos el temor.

Por supuesto, el amor no solo vence al temor en la obra misional, sino también en todos los aspectos de la vida. Cuando los jóvenes Gordon B. Hinckley y Marjorie Pay se comprometieron para casarse, Gordon comenzó a preocuparse por las realidades económicas del matrimonio durante la depresión de los años treinta. Llamó a su prometida y le dijo que necesitaban hablar. Acordaron reunirse para almorzar.

“Creo que deberías saber”, le dijo, “que solo tengo 150 dólares a mi nombre”. Agregó que solo ganaba 185 dólares al mes.

Marjorie disipó sus temores con una respuesta inesperada y optimista: “Oh, eso servirá estupendamente; si tienes 150 dólares, ¡estaremos genial!”.

Reflexionando sobre lo que pensó aquel día, Marjorie dijo: “¡Yo solo esperaba tener un marido y ahora también recibiría 150 dólares!”. El amor y la fe de la hermana Hinckley la facultaron para “no temer” al comenzar su vida juntos, un matrimonio que llegaría a convertirse en casi siete décadas de amor, fe y servicio.

El amor le da sentido a la vida, incluso en medio de las incertidumbres. Es lo que nos hace seguir adelante cuando tenemos ganas de rendirnos; lo que nos levanta por la mañana y nos permite tener dulces sueños por la noche. El amor es la esencia del Evangelio de Jesucristo. No tiene fin ni límites y permanece cuando todo lo demás falla. El amor nunca se da por vencido y nunca se acaba; simplemente persevera y vence. Ciertamente, “nunca deja de ser”.

No podemos acudir al mundo en busca de esa clase de amor. Basta con examinar cómo la cultura popular utiliza el término “amor” para darnos cuenta de que Satanás no lo entiende. En muchos casos, el amor falso pronto se transforma en egoísmo, lujuria, orgullo e incluso odio.

Dios, en cambio, no solo entiende el amor, sino que es amor. De hecho, nuestras expresiones de amor no son más que ecos y aproximaciones del amor continuo e ilimitado de Dios. Nuestros esfuerzos por alimentar el amor fracasarían si no fuera por las infusiones de amor divino a lo largo del camino. En última instancia, todo amor proviene de Dios. Cuanto más lo busquemos a Él, más sentiremos Su amor obrando un potente cambio en nuestro corazón y en el corazón de aquellos a quienes amamos. ¿Qué podríamos temer cuando estamos llenos de tal amor?

Hace varios años, en una fría noche de invierno, algunos miembros de nuestra familia se ofrecieron como voluntarios para servir la cena en un albergue para personas sin hogar durante la época navideña. Al principio, algunos de los niños más pequeños estaban un poco asustados por lo que veían, olían y oían en el albergue. Nunca habían estado tan cerca de tal angustia, pero con el tiempo ocurrió un pequeño milagro navideño.

Mientras servíamos la comida caliente, todos comenzamos a interactuar con los residentes sin hogar. Intercambiamos sonrisas, risas y conversaciones triviales. Entonces comenzó el canto. Nadie recuerda realmente quién comenzó a cantar primero; tal vez uno de los residentes o uno de los niños, pero al poco tiempo todos estábamos cantando villancicos. La sala se llenó del dulce espíritu de la Navidad. Llegó a ser como una gran fiesta, casi una reunión familiar. Ya no eran extraños, sino hermanos y hermanas, hijos del mismo Dios. Fue una experiencia poderosa, personal y conmovedora: una noche inolvidable.

Eso me recordó un pasaje de Un cuento de Navidad, de Charles Dickens, cuando el sobrino de Scrooge, Fred, defiende con bastante audacia la Navidad mientras su tío refunfuña sobre ella. Así es como él describió la Navidad:

“Un buen momento; un tiempo amable, indulgente, caritativo, agradable; el único momento que conozco, en el largo calendario del año, en que los hombres y las mujeres parecen de común acuerdo abrir libremente sus corazones cerrados y pensar en las personas que los rodean como si realmente fueran compañeros de viaje […] y no otra raza de criaturas destinadas a otros viajes”.

Ningún ángel celestial cantó esa noche en el refugio, al menos no en el sentido literal, pero el cielo parecía estar cerca. Sentimos amor: amor por Dios, los unos por los otros y por toda la humanidad.

Cuando terminó la velada y volvimos a adentrarnos en la fría noche, cada uno de nosotros sintió más profundamente la alegría y el significado de la Navidad. Las estrellas brillaban un poco más y todos nos sentimos un poco más cerca de algunos de nuestros compañeros de viaje en la vida.

Si tienen miedo, sean cuales sean sus temores, los invito a acudir al Señor y confiar en Su amor, Su bondad y Su gracia. Son más poderosos que cualquier fuerza sobre la tierra. Sus amorosas palabras a los primeros santos también son Sus palabras para ustedes: “No temáis, pequeñitos, porque sois míos, y yo he vencido al mundo”.

Por último, además del poder y el amor, Dios nos ha dado el espíritu de dominio propio y sano juicio para disipar el temor. ¿Qué significa tener un sano juicio? La palabra sano en inglés implica algo seguro, saludable, entero. ¿Cómo logramos tener un sano juicio a través del dominio propio? Al anclarnos a la roca más segura y confiable del océano: el Señor Jesucristo y Su Evangelio restaurado.

Ustedes, yo y el resto del mundo estamos en medio de una tormenta intelectual, un huracán de filosofías e ideologías, con vientos de doctrina que a muchos llevan “por doquiera”. Grupos e individuos antagónicos a la religión en general, al cristianismo en particular, y a los Santos de los Últimos Días en específico, están ganando influencia y difundiendo mensajes engañosos. Su objetivo es simple: destruir la fe. Lamentablemente, todos tenemos amigos o seres queridos que se han convertido en sus víctimas. En tales circunstancias, no es fácil tener un sano juicio o evitar el miedo. Solo sobrevivirán aquellos que hayan anclado su vida firmemente al Salvador.

Para utilizar una metáfora más familiar que los huracanes y las anclas, pensemos en las hermosas montañas que rodean este lugar. Me viene a la mente la frase “las sombras de los collados eternos”. Parecen bastante estables y permanentes, ¿verdad? No parece que vayan a desaparecer pronto. Sin embargo, por muy fiables que parezcan esas montañas, nunca apostaría mi seguridad espiritual en ellas. Creo que eso, en parte, es lo que Isaías estaba tratando de transmitir cuando profetizó: “Todo valle será alzado, y todo monte y collado serán bajados”. Isaías continuó: “Se seca la hierba, se marchita la flor, mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”.

¿Recuerdan lo verde que solía ser el césped en el campus hace solo unos meses? ¿Recuerdan las coloridas flores que alguna vez adornaron los jardines? Parece un recuerdo lejano en un día como hoy, ¿verdad? Bueno, comparados con la palabra de Dios, todos los dogmas, reinos e instituciones del hombre son tan permanentes como la hierba que se seca y la flor que se marchita. Si pongo mi confianza en algo tan fugaz, definitivamente tendría miedo. Ciertamente, eso no es producto de tener un sano juicio. En esta tormenta, prefiero refugiarme en la palabra de Dios.

Esto es lo que hizo Jacob, el hermano de Nefi. Se deleitaba en las Escrituras y las atesoraba, de modo que, cuando llegó el carismático y persuasivo Sherem, que pretendía “derribar la doctrina de Cristo”, desviaba “muchos corazones” y, eventualmente, atacó específicamente a Jacob, este “no podía ser descarriado”. Había tenido demasiadas experiencias espirituales con la verdad eterna como para dejarse engañar por falsedades.

Si seguimos el ejemplo de Jacob y edificamos nuestra vida sobre el firme fundamento de la palabra de Cristo, recibiremos una bendición adicional que va más allá de la inmunidad al engaño. En los momentos en que necesitemos corrección, cuando surjan preguntas y dudas serias, o cuando se requiera una mayor revelación para impulsarnos a la acción, no nos ofenderemos, no nos molestaremos, no nos impacientaremos ni seremos engañados. De hecho, nos regocijaremos al recibir con mansedumbre más de la palabra divina que tanto amamos.

Cuando Jacob tuvo que hablar palabras de reprobación a su pueblo, señaló que “las palabras de verdad son duras contra toda impureza; más los justos no las temen, porque aman la verdad y no son perturbados”. Observó que, para aquellos de “corazón puro”, la palabra de Dios es “placentera” y se “deleitan en su amor” porque sus “mentes son firmes” siempre.

¿Pueden ver cómo los hombres y las mujeres con sano juicio, anclados firmemente al Evangelio de Jesucristo, no tienen por qué temer? Cuando el testimonio y la verdadera conversión arden en sus corazones y mentes, no se inmutan ante las últimas modas y filosofías de los hombres, porque las reconocen por lo que son. Y no tienen miedo de recibir la verdad, incluso si eso requiere que cambien.

Nefi dijo de esas almas humildes pero sólidas como una roca: “Aquel que está edificado sobre la roca, la recibe con gozo; y el que está fundado sobre un cimiento arenoso, tiembla por miedo de caer”.

Cobremos valor con estas vigorosas palabras de uno de nuestros himnos favoritos. Están escritas como si vinieran de la propia boca del Señor:

“Pues ya no temáis, y escudo seré,
que soy vuestro Dios y socorro tendréis;
y fuerza y vida y paz os daré
y salvos de males . . . vosotros seréis”.

En verdad, un cimiento firme puede sostenernos al enfrentar todo tipo de dificultades en la vida: enfermedad, salud, pobreza, riquezas, aguas profundas, dardos de fuego y pruebas de fuego, porque:

“Al alma que anhele la paz que hay en mí,
no quiero, no puedo dejar en error;
yo lo sacaré de tinieblas a luz, . . .
y siempre guardarlo . . . con grande amor”.

El Señor está listo para ayudar. Los invito a volverse al Señor y a edificar sobre Su firme cimiento. Es más fuerte y más permanente que cualquier cimiento sobre la tierra. El mundo necesita su fortaleza y poder espiritual, su amor y su luz, y su juicio y corazón sanos.

Las palabras del Señor a José Smith y Oliver Cowdery también son Sus palabras para ustedes:

“No temáis, rebañito; haced lo bueno; aunque se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno, pues si estáis edificados sobre mi roca, no pueden prevalecer. . .
Mirad hacia mí en todo pensamiento; no dudéis; no temáis”.

No sé si formé parte del coro celestial que cantó “Gloria a Dios” la noche de esa primera Navidad, pero ciertamente puedo agregar mi humilde testimonio al de los ángeles: Testifico que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y porque “[nos] ha nacido [aquel día], en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”, no tenemos por qué temer, pues Él ciertamente ha traído consigo paz en la tierra y buena voluntad para con los hombres.

Testifico que estas buenas nuevas son para todas las personas, incluyéndome a mí y también a ustedes. En el nombre de Jesucristo. Amén.


Resumen

El discurso «No temas» de Lloyd D. Newell destaca un mensaje fundamental que resuena a través de las Escrituras y la experiencia humana: no debemos ceder al temor, sino confiar en el poder, el amor y el dominio propio que Dios nos otorga. Newell reflexiona sobre el relato de la Natividad, en el que los ángeles proclamaron “No temas” a Zacarías, María, José y los pastores. Este llamado al valor se convierte en un recordatorio para enfrentar los desafíos personales con fe y confianza en el plan divino.

El discurso aborda tres virtudes como antídotos contra el miedo:

  1. Poder: No se trata del poder mundano, sino del espiritual, adquirido al hacer y guardar convenios con Dios, y fortalecido por la fe en Cristo.
  2. Amor: El amor perfecto, como el de Cristo, desecha el temor y nos permite actuar con compasión y valentía.
  3. Dominio propio: Tener un juicio sano y firme anclado en el Evangelio nos protege del temor y las ideologías engañosas del mundo.

Newell ilustra estos principios con experiencias personales y ejemplos históricos, subrayando que el amor, el compromiso con el Señor y la fe en Su poder pueden transformar vidas y superar cualquier desafío.

Este discurso ofrece una reflexión oportuna sobre cómo la fe y el amor pueden disipar el miedo en un mundo lleno de incertidumbre. Al conectar el mensaje de los ángeles en la primera Navidad con nuestras experiencias actuales, Newell nos invita a adoptar una perspectiva eterna que nos fortalece frente a las pruebas diarias. Su enfoque práctico, utilizando ejemplos personales y pasajes de las Escrituras, hace que el mensaje sea relevante y aplicable.

Un punto notable es la inclusión de historias personales, como la del padre de Newell, que encarnan el poder espiritual y el amor en situaciones cotidianas. Estas ilustraciones refuerzan la idea de que la verdadera fuerza proviene de seguir el ejemplo de Cristo, incluso en circunstancias aparentemente insignificantes.

Además, Newell aborda con empatía los temores comunes que enfrentan las personas, desde las preocupaciones familiares hasta los desafíos profesionales y espirituales. Esto hace que el mensaje sea accesible y motivador, especialmente al recordar que Dios siempre está dispuesto a ayudar y fortalecer a quienes confían en Él.

El discurso «No temas» nos recuerda que el temor, aunque natural, no debe gobernar nuestra vida. La fe en Dios y en Su plan eterno nos capacita para enfrentar las incertidumbres con valentía y propósito. El mensaje de los ángeles en la primera Navidad sigue siendo relevante hoy: confiar en el Señor nos permite superar nuestras debilidades y descubrir fuerzas que quizá desconocíamos.

Este llamado al valor es especialmente significativo en una época en la que el miedo y la ansiedad parecen omnipresentes. Al seguir el ejemplo de Cristo y anclarnos en Su palabra, podemos vivir con confianza, amor y propósito. Como Newell concluye, el nacimiento del Salvador trae paz y buena voluntad a todos, y con esa certeza, no tenemos por qué temer.

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