José, Martin y las lecciones
que aprendemos de las páginas perdidas
por el élder Claudio D. Zivic
Setenta Autoridad General emérito
Seguir los principios que enseñaron el Salvador y los profetas contribuye mucho a nuestro progreso en esta vida.
En el verano de 1828, el profeta José Smith estaba trabajando diligentemente en la traducción del Libro de Mormón. Un día, su escribiente, Martin Harris, le pidió permiso a José para llevarse las primeras 116 páginas manuscritas a su casa en Palmyra, Nueva York, para que su familia pudiera verlas. José no estaba seguro y preguntó al Señor lo que debía hacer. El Señor le dijo que no permitiera que Martin se llevara las páginas. Martin le rogó a José que preguntara de nuevo. José lo hizo, pero la respuesta fue la misma. Martin le suplicó a José que preguntara al Señor una vez más. Esta vez, el Señor les permitió hacer lo que quisieran.
José dijo a Martin que podía llevarse las páginas si hacía el convenio más solemne de mostrarlas solo a su esposa y a ciertos miembros de la familia. Martin lo prometió y se llevó las páginas a casa, pero rompió su promesa y las mostró a otras personas. Más tarde, cuando Martin fue a buscar las páginas, no pudo encontrarlas. Estaban perdidas.
El Señor reprendió severamente a José por no haber escuchado cuando le dijo que no permitiera que Martin se llevara el manuscrito (véase Doctrina y Convenios 3:5–8). Durante un tiempo, el Señor le quitó a José las planchas y la capacidad de traducir, pero le aseguró que podía ser perdonado (véase Doctrina y Convenios 3:9–10). José se arrepintió y, con el tiempo, las planchas le fueron devueltas. José siguió adelante con renovada determinación.
Las obras de Dios no se pueden frustrar
Después de esa dramática prueba de fuego, el profeta José Smith recibió una revelación en la que el Salvador enseñó principios invaluables que pueden ayudarnos a medida que progresamos a lo largo de nuestra vida.
“Las obras, los designios y los propósitos de Dios no se pueden frustrar ni tampoco pueden reducirse a la nada”, dijo el Señor.
“Porque Dios no anda por vías torcidas, ni se vuelve a la derecha ni a la izquierda, ni se aparta de lo que ha dicho; por tanto, sus sendas son rectas y su vía es un giro eterno.
“Recuerda, recuerda que no es la obra de Dios la que se frustra, sino la de los hombres” (Doctrina y Convenios 3:1–3).
Podemos sentir frustración si esperamos que la obra de Dios dependa solo de nosotros. El Señor explicó: “Aun cuando un hombre reciba muchas revelaciones, y tenga poder para hacer muchas obras poderosas, y sin embargo se jacta de su propia fuerza, […] tendrá que caer” (Doctrina y Convenios 3:4).
Desde la época de Adán y Eva, ha habido quienes han procurado frustrar la obra de Dios. Lo mismo continúa sucediendo hoy en día, pero los esfuerzos por detener la obra de Dios nunca tendrán éxito. Este principio nos enseña que no debemos sentirnos frustrados aun cuando afrontemos dificultades.
“Los esfuerzos por detener la obra de Dios nunca tendrán éxito.”
El hecho de que esta sea la obra de Dios no garantiza que estaremos libres de problemas. El apóstol Pablo nos recuerda que podemos estar “atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; abatidos, pero no destruidos” (2 Corintios 4:8–9).
Cuando nos encontramos ante problemas, el Señor nos aconseja: “Ora siempre para que salgas triunfante; sí, para que venzas a Satanás y te libres de las manos de los siervos de Satanás que apoyan su obra” (Doctrina y Convenios 10:5).
No temamos al hombre más que a Dios
El Señor también dijo al profeta José Smith: “No debiste haber temido al hombre más que a Dios”, porque “los hombres desdeñan los consejos de Dios y desprecian sus palabras” (Doctrina y Convenios 3:7).
Debemos ser valientes en el testimonio de Jesucristo y no temer dar a conocer nuestras creencias. Conforme lo hagamos con certeza, firmeza, y fortaleza y guía del Señor, podemos hacer mucho bien e incluso a veces ganarnos el respeto de los demás. No debemos temer al hombre más que a Dios.
Arrepentirnos
El Señor enseñó a José: “Recuerda que Dios es misericordioso; arrepiéntete, pues, de lo que has hecho contrario al mandamiento que te di, y todavía eres escogido, y eres llamado de nuevo a la obra” (Doctrina y Convenios 3:10).
El arrepentimiento constante nos hace merecedores de permanecer dignos. Cuando nos arrepentimos, acudimos a nuestro Padre Celestial con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, pedimos perdón por nuestros pecados y nos esforzamos al máximo por no cometerlos de nuevo. Por medio del profeta José Smith, el Señor reveló: “Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten” (Doctrina y Convenios 19:16).
Mientras servía como presidente de misión, presidí el consejo de membresía de un hermano que resultó en que se le retirara la condición de miembro de la Iglesia. Ese hombre se arrepintió de sus pecados y después de un año se le autorizó a ser bautizado de nuevo.
Después del bautismo, recibí un correo electrónico suyo que decía: “Estimado presidente, ayer se efectuó la ordenanza del bautismo y puedo asegurarle que me siento como nuevo. Se realizó un milagro en mi interior. El sacrificio del Señor Jesucristo obró en mí. Hoy me siento libre de la opresión del pecado. Sé que no lo habría logrado solo. Mis líderes y mi esposa me ayudaron a mantener la vista fija en la meta. Cristo es mi Salvador. El milagro del perdón existe”.
Podemos arrepentirnos, como ese hermano y como el profeta José Smith, y el Señor puede perdonarnos y llamarnos a servir de nuevo en Su obra.
Confiar en el Señor
Debemos confiar en el Señor si realmente deseamos progresar en esta vida. El Señor explicó a José que Martin Harris cayó porque “ha despreciado los consejos de Dios y quebrantado las más santas promesas hechas ante Dios, y ha confiado en su propio juicio y se ha jactado de su propia sabiduría” (Doctrina y Convenios 3:13). Ruego que el Señor nos bendiga para que no cometamos los mismos errores.
Al seguir las enseñanzas del Señor, no confiamos en nuestro propio juicio ni nos jactamos de nuestra propia sabiduría, sino que aceptamos Su inspiración y guía. Nos esforzamos por guardar los convenios hechos ante Dios y por llegar a ser discípulos de Jesucristo. Podemos perfeccionar nuestro discipulado al incorporar las virtudes de la sumisión, la mansedumbre, la humildad, la paciencia y el amor (véanse Mosíah 3:19; Doctrina y Convenios 4:5–6).
No nos jactemos de nuestra propia sabiduría. Si lo hacemos, podríamos pagar un alto precio y perder muchas oportunidades de progresar. En Proverbios, leemos: “Hay camino que al hombre le parece recto, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12). Debemos confiar en el Señor, cuyos pensamientos y caminos son más altos que los nuestros:
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová.
“Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8–9).
Si nos arrepentimos y confiamos humildemente en el Señor, Él nos bendecirá para que podamos progresar y llegar a ser los hombres y las mujeres que Él espera de nosotros.

























