“La Redención de la Humanidad y el Triunfo de la Justicia Divina”
Reflexiones sobre la Santa Cena, la Expiación y la Segunda Venida de Jesús
por el Élder John Taylor, el 22 de febrero de 1863 Volumen 10, Discurso 27, Páginas 113-120
“Toda rodilla se doblará ante Él y toda lengua confesará que Él es el Cristo, para la gloria de Dios el Padre.”
“Y tomó pan, y dio gracias, y lo partió, y les dio, diciendo: Este es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. Asimismo, también la copa después de la cena, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.” No hay nada particularmente peculiar en esta ordenanza, aunque es una institución algo singular cuando reflexionamos sobre ella. Esta ceremonia ha sido practicada a lo largo de generaciones y aún se sigue observando. Jesús también dijo: “Haced esto hasta que yo venga nuevamente.” A pesar de la gran apostasía ocurrida desde los días de Cristo y sus Apóstoles, esta ordenanza ha sido generalmente adoptada por las iglesias cristianas, aunque puedan errar en muchos otros principios de fe y doctrina. Esta ordenanza ha sido restaurada para nosotros y es parte del nuevo convenio que Dios ha hecho con su pueblo en los últimos días. Fue practicada entre los antiguos Santos que habitaban este continente mucho antes de que fuera descubierto por Colón, así como en el continente asiático entre los Santos que vivían allí. Cuando participamos de esta ordenanza, lo hacemos bajo el mismo principio con el que se observaba en la antigüedad, tanto entre los Santos de Dios en Asia como entre los Santos en América. Me llamó la atención el himno que se cantó: “Contemplad al Salvador de la humanidad.” Mi mente se dirigió a reflexionar sobre el tiempo en que Él estuvo en la tierra, así como sobre el período anterior a su venida, la forma en que vino a este mundo y los propósitos de su Padre Celestial al enviarlo. También pensé en los designios de Dios relacionados con el mundo y, en particular, con sus Santos. Al encontrarnos en esta escena de acción, es natural que deseemos indagar sobre nuestra posición aquí, nuestra relación con Dios y su plan de salvación, así como sobre aquellos que han participado y trabajado dentro de ese plan. Según podemos comprender tanto de las revelaciones antiguas como de las nuevas, parece evidente que Dios ha tenido un propósito definido con respecto al mundo en el que vivimos, a sus habitantes pasados, presentes y futuros, y también a los cielos; con relación tanto a los espíritus que aún no han nacido como a los que ya han vivido. Su propósito abarca a aquellos que han muerto sin recibir el Evangelio, así como a quienes han tenido el privilegio de aceptarlo. Todo ello se encamina a cumplir los designios que Dios contempló antes de la creación del mundo. Nosotros, como parte de la familia humana, estamos involucrados en estos acontecimientos y debemos esforzarnos por comprender nuestra posición en relación con ellos y con Dios. Al mismo tiempo, es fundamental que comprendamos, al menos en cierta medida, nuestra relación con los demás. Debemos conocer qué camino seguir para obtener la aprobación de nuestro Padre Celestial, cumplir de la mejor manera posible nuestro propósito en la tierra y contribuir, con todo nuestro esfuerzo, a la realización de los propósitos que Dios estableció desde antes de la fundación del mundo. La venida del Salvador al mundo, su sufrimiento, su muerte, su resurrección y su ascensión a su posición glorificada ante el Padre Celestial tienen una profunda relación con nuestros intereses y felicidad. Por esta razón, participamos semanalmente de este memorial continuo. La Santa Cena es el cumplimiento de la última petición de Jesucristo a sus discípulos: “Porque todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga.” La fe en esta ordenanza implica necesariamente que tenemos fe en Jesucristo, en que Él es el Unigénito del Padre y en que vino de los cielos a la tierra para cumplir un propósito específico diseñado por Dios: asegurar la salvación y exaltación de la familia humana. Todo esto influye de manera significativa en nuestro bienestar y felicidad, tanto en esta vida como en la venidera. La muerte de Jesucristo no habría ocurrido si no hubiese sido necesaria. El hecho de que esta ceremonia haya sido instituida para mantener presente este acontecimiento en la mente de su pueblo demuestra su importancia, pues abarca propósitos inexplorados y designios misteriosos de Dios. Aunque algunos de estos han sido explicados en parte, no se comprenden en su totalidad. No entendemos completamente por qué era necesario que Jesucristo dejara los cielos, la morada y presencia de su Padre, y viniera a la tierra para ofrecerse a sí mismo en sacrificio. Según dice la Escritura, vino a “quitar el pecado por el sacrificio de sí mismo.” ¿Por qué debía ser así? ¿Por qué era necesario que su sangre fuera derramada? Es un misterio aparente. Se nos dice que “sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados,” pero ¿por qué? ¿Por qué existe tal ley? Nos queda como cuestión de fe el hecho de que era necesario que Él viniera y, al ser necesario, no rehusó la tarea, sino que vino para quitar el pecado mediante el ofrecimiento de sí mismo. Jesucristo es mencionado en las Escrituras como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” ¿Qué pecado del mundo quitó? Se nos dice que es el pecado cometido por Adán. No sabemos mucho acerca de Adán ni de lo que hizo exactamente, pero sabemos que este sacrificio tuvo lugar y que estamos en la posición en la que nos encontramos ahora. Creemos, por los testimonios que hemos recibido en relación con este sacrificio, que fue la voluntad de Dios que Él se ofreciera a sí mismo y que vino a la tierra con ese propósito. Él fue “el Primogénito del Padre, lleno de gracia y de verdad,” y permitió que su cuerpo fuera quebrantado y su sangre derramada, haciendo “no su propia voluntad, sino la voluntad de aquel que le envió”; no para cumplir su propio propósito, sino el propósito de su Padre. Por ello, se nos ha mandado observar esta ordenanza hasta que Él vuelva nuevamente. También hay algo que debemos considerar en el futuro: el Hijo de Dios volverá a desempeñar un papel fundamental en el gran drama del mundo. Ya estuvo aquí una vez y, “en su humillación le fue negado su juicio.” Sus antiguos discípulos, ya fuera en este continente o en el continente asiático, esperaban con anhelo el momento en que Jesús regresaría. Por esta razón, las Escrituras hacen referencia constante a su Segunda Venida, afirmando que, para aquellos que lo esperan, “aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación.” Asimismo, Isaías, al hablar de Él, dice: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el Señor cargó en Él el pecado de todos nosotros. Angustiado Él y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca. Por cárcel y juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la transgresión de mi pueblo fue herido.” El mismo profeta habló nuevamente de Él como Aquel que vendría con poder, gloria y dominio, y cuya ira e indignación se encenderían contra las naciones de la tierra: “¿Quién es este que viene de Edom, con vestidos rojos de Bosra? Este, que es glorioso en su vestidura, que marcha en la grandeza de su poder. Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar. ¿Por qué es rojo tu vestido, y tus ropas como del que ha pisado en el lagar? He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo; los pisé con mi ira y los hollé con mi furor, y su sangre salpicó mis vestiduras, y manché todo mi ropaje. Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mis redimidos ha llegado.” Jesús cumplió con la obra para la cual fue enviado y, sintiéndose satisfecho, cuando estaba a punto de dejar la tierra dijo que había terminado la obra que su Padre le había dado para realizar. Sin embargo, hay otra obra, otro acontecimiento que debe suceder en los últimos días. En esa ocasión, Él no será llevado como cordero al matadero ni será como una oveja delante de sus trasquiladores; ya no actuará en un estado de humillación y sumisión, sino que saldrá como un guerrero, pisoteará a los pueblos en su ira y los hollará con su furor. Su vestidura estará manchada de sangre, y el día de la venganza estará en su corazón; gobernará a las naciones con vara de hierro y las despedazará como a un vaso de alfarero. Debe haber una razón por la cual se le permitió sufrir y soportar tanto, por qué fue necesario que entregara su vida como sacrificio por los pecados del mundo. Asimismo, debe haber una razón por la cual vendrá en juicio para ejecutar venganza, indignación e ira sobre los impíos. Estas razones nos conciernen profundamente, tanto a nosotros como a todo el mundo; hay algo de gran trascendencia en todo esto para nuestra vida y destino eterno. Los propósitos de estos grandes acontecimientos son de suma importancia para todos nosotros. Cuando Él venga nuevamente, será para tomar venganza sobre los impíos y traer liberación a sus Santos: “Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mis redimidos ha llegado.” Nos corresponde estar plenamente conscientes de a qué grupo pertenecemos, para que, si aún no estamos entre los redimidos, podamos unirnos de inmediato a ellos. Así, cuando el Hijo de Dios venga por segunda vez con todos los santos ángeles con Él, revestido de poder y gran gloria para tomar venganza sobre aquellos que no conocen a Dios ni obedecen el Evangelio, o cuando venga en fuego ardiente, podamos estar entre aquellos que lo recibirán con gozo en sus corazones y lo saludarán como su gran libertador y amigo. En relación con todos los acontecimientos que han ocurrido y con los designios de Dios vinculados a la tierra y a todas las clases de hombres sobre ella, así como con los eventos que ocurrieron antes de que viniéramos a esta existencia, si hay algo que aún no podemos comprender claramente, podemos dejarlo para que el futuro lo revele. Es cierto que hay una clase de personas que tienen el privilegio de recibir el Espíritu Santo, el cual, según dijo Jesús, les recordará las cosas pasadas, presentes y futuras, y los guiará a toda verdad. Podemos recibir una porción de ese Espíritu, mediante el cual podemos apartar el velo de la eternidad y comprender los designios de Dios, los cuales han estado ocultos por generaciones. Podemos remontarnos a nuestra existencia previa y contemplar los propósitos divinos en la formación de esta tierra y de todas las cosas que le pertenecen, desentrañar su destino y entender los designios de Dios en relación con nuestra existencia pasada, presente y futura. Si podemos comprender todas estas cosas, tanto mejor. Pero si no logramos entender cada acontecimiento del pasado y del futuro, al menos es esencial que sepamos algo sobre las cosas que existen ahora: sobre la condición del mundo en el que vivimos, sobre nuestra relación con el Dios que es eterno y sobre nuestra participación en la redención lograda para nosotros mediante el sacrificio de Jesucristo, cuya muerte y sufrimientos estamos conmemorando en este momento. Deberíamos saber lo suficiente sobre estas cosas para salvarnos a nosotros mismos y también para guiar a la generación con la que estamos asociados. Debemos conocer lo necesario para salvar a nuestras familias, enseñarles las leyes de la vida y mostrarles el camino que conduce a Dios y a la exaltación. Asimismo, debemos comprender cómo vivir y disfrutar la vida, cómo evitar las calamidades que vendrán sobre la tierra y cómo prepararnos para la gloria celestial en los mundos eternos. Pero, ¿cómo conoceremos las leyes de la vida? ¿Cómo aprenderemos algo acerca de Dios? ¿Cómo llegaremos a saber sobre el futuro? No conozco otro medio que aquel que ha sido comunicado anteriormente a los hombres. No hay otro camino que el que siguieron Abraham, Isaac y Jacob, Enoc, Moisés y los profetas, así como Jesucristo y sus Apóstoles, para obtener su conocimiento: y ese fue por revelación. Jesús dijo: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.” No importa qué habilidades o talentos posea un hombre, todos deben someterse a esta regla si desean conocer al Padre y al Hijo. Si el conocimiento de ellos no se obtiene por revelación, no puede obtenerse de ninguna otra manera. Por esta razón se nos dice: “Esta es la piedra que fue desechada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” Ante Él toda rodilla se doblará y toda lengua confesará, pues Él es el Mediador del Nuevo Pacto. También se nos enseña que debemos pedir bendiciones en el nombre de Jesucristo y acercarnos al Padre a través de Él. Se nos dice, además, que conocer a Dios y a Jesucristo, a quien Él ha enviado, es la vida eterna. Y este conocimiento no puede obtenerse sin revelación. No podemos llegar a Dios sino a través de Jesucristo, pues Él es el único medio por el cual podemos acercarnos al Padre. “Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces Jesús le respondió: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.” ¿Qué roca? La clase de evidencia que Pedro tenía de que Jesús era el Cristo: el principio de la revelación. No fue carne ni sangre quienes se lo revelaron, sino su Padre en los cielos. Sobre esta roca —el principio de la revelación— Jesús edificó su Iglesia. Bajo este mismo principio sabemos que Jesús es el Cristo y que Dios es su Padre. Y sobre este fundamento ha sido edificada la Iglesia de Cristo en todas las épocas. Solo este principio puede proporcionar el conocimiento de Dios, que es vida eterna, y es el único poder mediante el cual un hombre puede mantenerse firme e ileso en la hora de la prueba. Aquellos que poseen este principio son uno con Jesucristo y uno con el Padre, como dijo Jesús: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, así como nosotros somos uno, para que sean uno en nosotros.” Son bautizados con el mismo bautismo, son bautizados con el mismo Espíritu, poseen el mismo conocimiento y conocen a Dios, porque conocerlo es la vida eterna. Cuando están edificados sobre esta roca, los vientos pueden soplar, las lluvias pueden descender y golpear la casa, pero esta no caerá, porque está fundada sobre una roca. Estas son algunas de mis reflexiones en relación con la ordenanza de la Santa Cena del Señor. En cuanto a sus razones y propósitos, son muchas; el mundo está lleno de ellas, y la eternidad también. Todas son comprensibles, justas, verdaderas y razonables, completamente científicas y conformes a los principios más estrictos de la filosofía, si tan solo pudiéramos comprender dicha filosofía. Los filósofos del mundo entienden algo sobre las reglas de la filosofía natural, pero esas reglas nunca llevarán a un hombre al conocimiento de Dios. Si alguna vez obtiene ese conocimiento, debe ser mediante el principio de la revelación. Todas las obras de Dios, ya sean en la tierra o en los cielos, están construidas sobre principios estrictamente filosóficos. Entendemos en parte las cosas de la tierra; pero cuando veamos las cosas como Dios las ve, comprenderemos la filosofía de los cielos. Entonces, los misterios de la eternidad se revelarán, y las operaciones de la mente, la materia, el espíritu, los propósitos y designios, las causas y efectos, y todas las asombrosas obras de Dios se manifestarán. Descubriremos que todas ellas están en perfecta armonía con los principios más estrictos de la filosofía, incluso con la filosofía de los cielos. En cuanto a los acontecimientos que ocurrirán en la tierra, hemos tenido innumerables ideas, muchas de las cuales probablemente sean correctas. Creemos que Dios tiene un propósito que cumplir en relación con este mundo; que vinimos aquí con ese propósito y que las innumerables multitudes de seres humanos que han habitado la tierra desde su creación han venido y se han ido conforme a un propósito divinamente determinado. Creemos que ha habido elementos, espíritus y poderes en conflicto, y también que Dios ha determinado, en última instancia, erradicar y eliminar de la tierra todo lo que sea contrario a su voluntad, sus designios y sus propósitos en relación con este mundo. Como pueblo, creemos que Dios ha comenzado en estos últimos días a edificar su reino, a erradicar a los impíos de la tierra y a establecer principios de verdad y rectitud. Sabemos que hay una oposición en el mundo contra Dios, contra sus leyes y contra los principios de la verdad, no solo en los corazones de los hombres, sino también entre los espíritus de aquellos que han dejado la tierra y en los espíritus que se oponen a Dios. Diversas influencias están en acción para resistirlo, junto con sus leyes y el establecimiento de su reino en la tierra. Sin embargo, creemos que, finalmente, Dios cumplirá sus propósitos, establecerá su propio gobierno, erradicará a los malvados, tomará las riendas del gobierno en sus propias manos y poseerá el reino por sí mismo. No somos los únicos que creemos en esto. Estas mismas creencias han sido compartidas por todos los hombres que han conocido a Dios en todas las épocas del mundo. Todos los que han sido inspirados por Él han tenido las mismas visiones sobre estos asuntos que nosotros. Por ello, Pablo declaró: “Los tiempos de la restauración han sido anunciados por todos los santos profetas desde el principio del mundo.” Así, todos los hombres que son inspirados por Dios lo conocen y pueden ver hacia el futuro. Todos los que alguna vez han vivido y han sido guiados por su Espíritu han mirado a través del horizonte de las edades futuras hacia el tiempo del que hablamos y que conmemoramos al participar de los emblemas del cuerpo quebrantado y la sangre derramada de Jesucristo. Ellos miraban hacia el tiempo en que Él vendría nuevamente y establecería un reinado de justicia en la tierra. La próxima vez que venga, asegurará que la justicia prevalezca, los mansos aumentarán su gozo en el Señor y los pobres entre los hombres se regocijarán en el Santo de Israel. Entonces, el dolor y la aflicción llegarán a su fin, el escarnecedor será consumido y aquellos que buscan la iniquidad serán cortados. La justicia reemplazará al error, el mal cederá su lugar al bien, la falsedad y el engaño darán paso a la verdad y la sinceridad. Todo principio que ha degradado, corrompido y esclavizado a los habitantes de la tierra será destruido. No solo un pueblo, un individuo o unos pocos aislados participarán de este estado bendito, sino que toda rodilla se doblará ante Él y toda lengua confesará que Él es el Cristo, para la gloria de Dios el Padre, cuya autoridad será reconocida en todo el mundo. La tierra ya no gemirá bajo la corrupción y el pecado, y sus habitantes ya no sufrirán bajo los poderes de las tinieblas, sino que serán completamente redimidos de su esclavitud. La verdad, la justicia, el juicio y la equidad reinarán con dominio universal. Creemos que el inicio de estos grandes cambios ha llegado en nuestros días. Creemos que Dios ha revelado a la familia humana, a través de José Smith, los grandes principios sobre los cuales se funda el reino de los últimos días. Creemos que Dios ha comenzado a reunir a sus escogidos, tal como las Escrituras habían predicho. Creemos que el Señor está comenzando a dar a conocer su ley tan rápido como las personas estén dispuestas a escucharla y a obedecer sus preceptos. Juan el Revelador dijo: “Y vi volar en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los que moran en la tierra, y a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.” Parece que este Evangelio debía ser proclamado nuevamente a los oídos de todas las personas, y que todo el mundo debía ser informado de las revelaciones que Dios había comunicado, para que temieran a Dios y le dieran gloria, porque la hora de su juicio había llegado. Creemos que Dios ha comenzado esta obra y que hemos sido reunidos con este propósito: para aprender el camino de la vida, ser instruidos en las cosas de Dios y estar preparados para todo lo que está por acontecer. En el Viejo y en el Nuevo Mundo he interactuado con filósofos, teólogos y políticos, así como con hombres de diversas clases, pero nunca encontré a nadie que supiera algo sobre estos asuntos trascendentales. Hace años conocí a un hombre llamado Miller, quien tomó ciertos números de las Escrituras y comenzó a calcular la fecha en que Jesús vendría. Sin embargo, cometió un grave error, pues Jesús no vino en la fecha que él había fijado. Debería haber sabido que “nadie puede conocer las cosas de Dios sino por el Espíritu de Dios.” Este pueblo ha obedecido el Evangelio y ha sentido sus efectos, a pesar de todas nuestras debilidades e imperfecciones. Este pueblo conoce algo de Dios y, si no lo conoce, entonces no hay nadie bajo los cielos que lo haga. Pero, ¿sabemos cómo regular, administrar, controlar y dirigir los asuntos de la Iglesia y del reino de Dios? No, si carecemos del principio de revelación. Y si lo poseemos, solo podemos hacerlo de acuerdo con nuestro sacerdocio y llamamiento. Dios ha organizado su reino y ha establecido su sacerdocio, colocando a cada quórum en su lugar y posición. Es responsabilidad de todos los Santos inclinarse en humildad, someterse en obediencia y ser gobernados por dicho orden. Si no lo hacen, ¿en qué seríamos mejores que el mundo? Nos ocurriría lo mismo que a algunos de los antiguos Santos, a quienes se les dijo que habían comenzado en el espíritu, pero luego buscaron ser perfeccionados en la carne. Comenzaron con la sabiduría de Dios, pero trataron de perfeccionarse mediante la sabiduría mundana y el juicio humano. Conocer a Dios y sus caminos de vida es infinitamente más importante que cualquier consideración mundana. “¿Qué dará el hombre a cambio de su alma?” Jesús dijo: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.” Debemos conocer algo acerca de Dios, de las leyes de la vida y de las leyes de su reino, y procurar familiarizarnos con los eventos que ocurrirán en los últimos días, pues estamos íntimamente relacionados con ellos en este tiempo. Hay acontecimientos que suceden y que no siempre podemos conciliar con nuestro propio juicio. No sé por qué Jesús tuvo que dejar el trono de su Padre y ofrecerse como sacrificio por los pecados del mundo, ni por qué la humanidad debe atravesar la prueba que enfrenta en esta tierra. Reflexionamos sobre ello, y las Escrituras enseñan que el hombre solo puede ser perfeccionado mediante el sufrimiento. Podríamos preguntarnos: ¿Por qué no podía salvarse la humanidad de otra manera? ¿Por qué no podía lograrse la salvación sin sufrimiento? Acepto por fe que este es el único camino, y me regocijo de que tengamos un Salvador que tuvo la bondad de venir y redimirnos. Me regocijo de que Él aún mira hacia la redención del mundo. Me regocijo de que seamos vigilados para bien por las agencias invisibles de Dios, que están decididas, en última instancia, a poner fin al pecado, la oscuridad, la confusión y la miseria que han envuelto al mundo, y a liberarnos, no solo a nosotros, sino también a los espíritus de los muertos. ¡Oh, qué principio tan glorioso es este cuando reflexionamos sobre él! Nuestros antepasados no se perderán. Cuando leí por primera vez la revelación que Dios dio a José Smith sobre este tema, pensé que era una de las revelaciones más sublimes que jamás había leído. Dios traerá orden a la confusión que ha existido, dispensará misericordia a toda la posteridad de Adán y dará a todos una oportunidad justa de ser salvos. ¡Qué pensamiento tan glorioso! Si esto fuera una ilusión, sería una ilusión placentera. He meditado sobre estas cosas y me he regocijado en ellas, como lo hago en este día. Si no puedo comprender todos los motivos y propósitos de Dios, pero Él cumple todo lo que se menciona en la revelación a la que he hecho referencia, con las muchas glorias descritas, y descubrimos que Dios ha extendido su misericordia hasta donde ha sido posible, incluso al ser más vil que haya existido sobre la tierra, y ha redimido a toda la familia humana en la mayor medida posible, exaltándolos hasta donde sean capaces de recibir exaltación, entonces podremos aceptar muchas cosas que ahora no podemos comprender en relación con Dios, sus leyes y su trato con la humanidad. Para algunos podría parecer extraño que Dios hable de pisotear a los pueblos en su ira. Sin embargo, al considerar tanto la eternidad como el tiempo, y al reconocer la necesidad de que la tierra sea purificada y que la justicia reemplace a la corrupción —lo cual algún día tendrá su cumplimiento—, podemos confiar en que el Juez de toda la tierra hará lo correcto. Debemos procurar magnificar nuestro llamamiento y honrar a nuestro Dios, siendo colaboradores con Él en la obra que ha emprendido. El Señor ha comenzado a afligir a las naciones, comenzando con nuestra propia nación; las está afligiendo y afligirá a otras naciones, y sus juicios avanzarán hasta que todas las naciones impías del mundo sientan la mano vengadora de Dios. Él continuará derrocando nación tras nación hasta que Aquel a quien le pertenece el derecho tome el gobierno en sus propias manos. Y su reino seguirá creciendo y avanzando hasta que toda criatura que está en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar, y todo lo que en ellos hay, se oiga decir: “Bendición, honor, gloria, poder, fuerza, majestad y dominio sean dados a aquel que está sentado en el trono, y al Cordero, por los siglos de los siglos.” ¿Seremos hallados entre aquellos que magnifican el nombre de Dios y claman: “¡Aleluya! Porque el Señor Dios Todopoderoso reina”? Oro a Dios para que así sea, para que no nos veamos obligados a clamar a las rocas que caigan sobre nosotros ni a las montañas que nos oculten del rostro de Aquel que está sentado en el trono y de la ira del Cordero. Que Dios nos bendiga y nos guíe por el camino de la paz, en el nombre de Jesucristo. Amén.



























¡Yo también me regocijo en mi humanidad! 👼🏻🧞♂️🧞♀️👽❤️🩹 ! Kary Lynne ¡Corto! karytudytuddballshort@gmail.com! 2/15/2025! 10:33am!
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