Con Toda Diligencia de Mente
por Fred E. Woods
Fred E. Woods fue profesor de historia y doctrina de la Iglesia en
la Universidad Brigham Young cuando se escribió este texto.
Religious Educator Vol. 16 No. 2 · 2015
Mientras estaba encarcelado en la Cárcel de Liberty, el Profeta José Smith escribió, inspirado por una oleada de revelación:
“Las cosas de Dios son de profunda importancia, y solo el tiempo, la experiencia y los pensamientos cuidadosos, ponderados y solemnes pueden descubrirlas. ¡Tu mente, oh hombre! Si deseas guiar un alma a la salvación, debe elevarse tan alto como los cielos más elevados y escudriñar y contemplar el abismo más oscuro y la vasta extensión de la eternidad; debes comunicarte con Dios. ¡Cuánto más dignos y nobles son los pensamientos de Dios que las vanas imaginaciones del corazón humano!”
Guiarnos a nosotros mismos o a otros hacia Dios y comunicarnos verdaderamente con el Padre de nuestros espíritus (véase Hebreos 12:9) requiere servir y amar a Dios “con toda diligencia de mente” (Mosíah 7:33). En un mundo posmoderno, esta comprensión es fundamental para los discípulos devotos de Cristo, pues un nivel mucho más elevado de adoración íntima solo se alcanza mediante un esfuerzo mental intenso. Resulta significativo que la palabra hebrea para trabajo, avodah, sea la misma utilizada para servicio y adoración. ¿Es, entonces, la adoración realmente un trabajo? Sin duda, parece requerir un gran esfuerzo mental y concentración para desarrollar una fe inquebrantable. Como aprendieron aquellos que asistieron a la Escuela de los Profetas, “cuando un hombre obra por la fe, obra por esfuerzo mental”. Amar y servir a Dios con toda diligencia de mente implica, en primer lugar, desearlo y luego cultivar una investigación reflexiva y fiel, una devoción con propósito único y una seria reflexión. Sin embargo, cuando alcanzamos tal enfoque y unidad de mente, pocas recompensas son mayores, pues Dios nos abre las mismas puertas del cielo.
El Propósito de la Diligencia de Mente: Llegar a Conocer a Dios
El propósito más elevado de ser diligentes en nuestra mente es llegar a conocer a Dios, nuestro Padre Eterno. Conocer a Dios es el objetivo supremo de la devoción de todo discípulo, pues conocerlo verdaderamente es alcanzar nuestro potencial eterno. Cuando la Universidad de Harvard abrió sus puertas en 1636, su declaración de misión era: “Conocer a Dios y a Jesucristo, lo cual es la vida eterna”. Esta frase se basa en las Escrituras: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). Sin embargo, este don supremo—la vida eterna—no se obtiene con solo estudiar un día, una semana, un mes o incluso durante toda una vida mortal. El verbo griego para “conocer” (ginôskôsin) en este pasaje implica que uno debe “seguir conociendo” continuamente al Señor y cultivar una relación con la Deidad a lo largo de la vida.
La búsqueda de conocer al Padre y al Hijo debe ser un proceso continuo y constante de amar y servir a Dios con toda nuestra mente. Cuando un escriba preguntó a Jesús cuál era el mandamiento más importante, Él respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Marcos 12:28, 30; énfasis añadido).
Una de las razones por las cuales amar a Dios es el mayor de todos los mandamientos es que guía al discípulo consciente no solo a conocer a Dios, sino también a obedecerlo. El profesor John W. Welch ofreció la siguiente perspectiva sobre cómo amar a Dios con toda nuestra mente nos lleva a una obediencia consciente: “Cuando amas a Dios con toda tu mente, le prestas atención y prestas atención a todos Sus preceptos. Y al prestarle atención siempre, al obedecerle siempre, le recuerdas siempre”.
Y al recordarlo siempre, podemos llegar a conocerlo aún mejor. Por lo tanto, el compromiso absoluto con Dios es quizás uno de los primeros pasos en un ciclo ascendente de conocimiento, amor y obediencia a Dios, en el que progresar en un área eleva al discípulo a la siguiente.
Debemos estar atentos para evitar cualquier cosa que detenga nuestro progreso espiritual y mentalmente enfocado. Esto no solo implica actuar con determinación para hacer lo correcto, sino también rechazar con la misma firmeza aquello que es incorrecto. Debemos ser conscientes del Señor, prestando atención tanto a nuestro comportamiento externo como a nuestros pensamientos internos (Mosíah 4:30). Sobre este punto, el profesor emérito de la Universidad Brigham Young, Arnold Green, planteó la siguiente pregunta: “¿Cómo fortalecemos nuestro intelecto y nuestras facultades de discernimiento intelectual? Primero, tomando decisiones inteligentes para evitar ‘Sodomas mentales’, como la pornografía y los medios que solo producen contenido trivial que atrofia nuestra mente en lugar de estimularla”.
Diligencia de Mente en la Investigación Reflexiva y Fiel
Welch también abordó la importancia de una mente inquisitiva en el contexto de una devoción consciente a Dios: “Amamos a Dios con nuestra mente mediante el análisis hábil de los problemas; a menudo se dice que ‘Dios está en los detalles’. Pero no olvidemos también amarlo mediante una síntesis hábil, viendo las cosas como un gran todo… Amamos a Dios con nuestra mente al hacer preguntas buenas y justas. No hay nada de malo en preguntar”.
Los maestros sabios y los estudiantes persistentes suelen plantear preguntas reflexivas. De hecho, las grandes preguntas parecen ser un catalizador para un aprendizaje significativo. Por ejemplo, Isidore Rabi, ganador del Premio Nobel de Física, respondió de la siguiente manera cuando le preguntaron por qué había decidido convertirse en científico: “Mi madre me hizo científico sin siquiera saberlo. A todos los demás niños les preguntaban al volver de la escuela: ‘¿Qué aprendiste hoy?’. Pero mi madre solía decirme: ‘Izzy, ¿hiciste una buena pregunta hoy?’. Eso marcó la diferencia”.
Lejos de ser una amenaza para la fe, este modelo de investigación es intelectualmente estimulante y puede llevar a una profunda satisfacción espiritual. El expresidente de la Universidad Brigham Young, Cecil O. Samuelson, enseñó: “Algunos parecen creer que la fe y las preguntas son antitéticas. Nada podría estar más lejos de la verdad. La Restauración misma se desplegó mediante la combinación adecuada y necesaria de ambas. El Profeta José Smith tenía tanto fe como preguntas… El nuestro es un evangelio de preguntas, y nuestras vidas, en todas sus esferas, requieren una investigación reflexiva y apropiada si queremos progresar”. Además, al tratar el tema de la indagación, el Rabino Principal Lord Jonathan Sacks escribió: “¿Qué es el acto de hacer una pregunta sino una profunda expresión de fe?… Preguntar es creer que en algún lugar hay una respuesta… La inteligencia crítica es el don que Dios dio a la humanidad, una de las grandes maneras de servir a Dios”.
Hacer preguntas que inviten a la reflexión también requiere cierto grado de curiosidad, una pasión por indagar. Hablando sobre la importancia de la investigación y la curiosidad, el autor Santo de los Últimos Días John L. Sorensen ofrece esta crítica constructiva:
“Me sigue sorprendiendo cuán poco curiosas son muchas de nuestras personas [Santos de los Últimos Días], cómo quieren escuchar lo mismo una y otra vez… Estoy convencido de que aún nos falta mucho por recorrer para descubrir la caja de piedra del significado, donde las Escrituras permanecen inactivas para demasiados de nosotros. Lo primero que necesitamos es abrir nuestra curiosidad, estar dispuestos a aceptar que está bien ser curiosos, que está bien tratar de aprender algo nuevo. Si simplemente aceptamos el statu quo en nuestros estudios, nos encontramos reproduciendo la misma cinta una y otra vez en lugar de asirnos a las riquezas de la luz por nosotros mismos”.
Esta búsqueda sincera de conocimiento no debe limitarse únicamente al ámbito religioso, ya que, como enfatizó Brigham Young, el evangelio abarca todas las disciplinas y todas las verdades. El Profeta José Smith mismo poseía una aguda curiosidad y un insaciable apetito por el aprendizaje secular. Mientras estudiaba idiomas en la Escuela de los Profetas, su maestro comentó que “José era el becerro que mamaba de tres vacas. Adquiría conocimiento muy rápidamente”. Este entusiasmo por el aprendizaje demuestra la dedicación intelectual y fiel de José en su búsqueda de la verdad.
Devoción de Propósito Único y Reflexión Seria
Sin embargo, el entorno del siglo XIX en el que vivió José Smith es completamente diferente de la rápida era digital en la que vivimos hoy, un vasto océano de información que nos envuelve. Cuando se usa adecuadamente, esta tecnología puede acelerar la obra del Señor; pero, por otro lado, este torrente de datos puede sumergirnos en distracciones insondables. El élder Scott D. Whiting advirtió: “Estar constantemente ‘conectado’ puede ahogar los susurros apacibles y las sutiles impresiones del Espíritu Santo, rompiendo nuestra conexión personal con Dios y haciendo difícil, si no imposible, recibir revelación personal”. Randall L. Ridd explicó: “Hay innumerables formas en que la tecnología puede distraerte de lo más importante… Tu cerebro no puede concentrarse en dos cosas a la vez. Multitarea significa cambiar rápidamente el enfoque de una cosa a otra. Un antiguo proverbio dice: ‘Si persigues dos conejos, no atraparás ninguno’”. En cuanto a nuestras elecciones conscientes, Hugh Nibley observó: “El pecado es desperdicio. Es hacer una cosa cuando deberías estar haciendo otras mejores para las cuales tienes la capacidad”.
La intensa concentración mental que José Smith demostró antes de su Primera Visión es un modelo ideal para navegar los fuertes vientos de información que amenazan con abrumarnos en la actualidad. Su historia canonizada revela que su “mente fue llevada a una seria reflexión y gran inquietud” (José Smith—Historia 1:8). Se preguntaba: “¿Quién de todos estos partidos [iglesias] está en lo cierto?” (José Smith—Historia 1:10). En su relato, usa términos activos como “trabajando” y “leyendo” mientras “reflexionaba” sobre la profunda invitación de la Epístola de Santiago: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios” (Santiago 1:5; citado en José Smith—Historia 1:11–12). A una edad temprana, José descubrió la clave para abrir las puertas del cielo cuando, con determinación, decidió “pedir a Dios” (José Smith—Historia 1:13).
La experiencia de José, descrita en su historia inspirada (José Smith—Historia 1:11–19), ofrece una visión clara de cómo se recibe la revelación: dedicando diligentemente nuestra mente, con tiempo y total atención, a las cosas de “profunda importancia”. Aunque el relato de José explica que fue profundamente impactado mientras meditaba en Santiago 1:5, quizás también fue influenciado por lo que aparece tres versículos más adelante:
“El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1:8). Para recibir revelación, debemos dedicar toda nuestra mente a la búsqueda de la verdad. El proceso de José—hacer preguntas, leer, meditar y orar con devoción de propósito único—proporciona una fórmula para preparar la mente para la revelación, una fórmula igualmente aplicable tanto a los profetas como a los miembros comunes de la Iglesia de Cristo. José enseñó: “Dios no ha revelado nada a José que no haga saber también a los Doce, e incluso el más humilde de los Santos puede conocer todas las cosas tan rápido como sea capaz de soportarlas”.
Este camino hacia la revelación a menudo comienza con un estudio cuidadoso y palabra por palabra de las Escrituras. Por ejemplo, en un análisis del término mente (incluyendo sus variaciones como mentes y mentalidad), la palabra aparece un total de 239 veces en las Escrituras estándar: 46 veces en el Antiguo Testamento, 76 en el Nuevo Testamento, 61 en el Libro de Mormón, 43 en Doctrina y Convenios y 13 en la Perla de Gran Precio. Pasajes selectos de profetas y apóstoles, tanto en las Escrituras antiguas como en las modernas, ofrecen valiosas enseñanzas sobre este importante tema.
La Instrucción de Pablo sobre Servir a Dios con Toda Nuestra Mente
Las epístolas paulinas ofrecen valiosa instrucción sobre cómo conocer la mente del Señor y servirle con toda nuestra capacidad mental. En una ocasión, Pablo preguntó: “¿Quién entendió la mente del Señor?” (Romanos 11:34). Luego, proporciona una respuesta parcial: “Las cosas de Dios nadie las conoce, sino el Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:11).
Pablo explicó que la obediencia es un requisito para recibir la instrucción divina, lo que implica una completa sumisión mental: “Llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5). Tal cumplimiento estricto agudiza nuestra visión espiritual y nos permite ver con mayor claridad el camino necesario para nuestra progresión eterna. En contraste, Pablo reveló que los judíos se volvieron espiritualmente ciegos al buscar más allá de la redención que Cristo ofrecía (2 Corintios 3:14; véase también Jacob 4:14).
Respecto a la corrupción de la mente, Pablo escribió en su epístola a los Romanos sobre aquellos “que no aprobaron tener en cuenta a Dios, [por lo que] Dios los entregó a una mente reprobada” (Romanos 1:28). También advirtió: “Porque la mente carnal es muerte, pero la mente espiritual es vida y paz” (Romanos 8:6). Más adelante, ofreció la esperanza de una transformación: “Renovaos en vuestro entendimiento” (Romanos 12:2). Pablo describió a ciertos hombres con “mente corrupta y privados de la verdad” (1 Timoteo 6:5).
En otra carta, Pablo extendió una invitación a arrepentirse del estancamiento mental. A los santos de Éfeso les exhortó: “Renovaos en el espíritu de vuestra mente” (Efesios 4:23). A los santos de Corinto los animó a tener una “mente dispuesta” (2 Corintios 8:12) y una “mente pronta” (2 Corintios 8:19).
Para proteger a los santos de Tesalónica del engaño, Pablo les advirtió: “No os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar” (2 Tesalonicenses 2:2) y animó a los santos a mirar a Cristo “para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Hebreos 12:3). Porque “Dios no nos ha dado espíritu de temor, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
En cuanto a la vanidad (centrarnos solo en nosotros mismos) y la humildad (pensar en los demás), Pablo aconsejó a los antiguos santos de Colosas: “Vestíos de… humildad de mente” (Colosenses 3:12), y señaló que algunos habían sido “en otro tiempo extraños y enemigos en… su mente a causa de las malas obras” (Colosenses 1:21). Al visitar Éfeso, Pablo esperaba que aquellos reunidos no “anden como los otros gentiles, en la vanidad de su mente” (Efesios 4:17), sino que fueran “renovados en el espíritu de su mente” (Efesios 4:23). Además, extendió a los santos de Filipos la invitación a “haya en vosotros este sentir [de considerar a los demás por encima de uno mismo], que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5).
Pablo también abordó la necesidad de la unidad: “Sed de un mismo sentir” (2 Corintios 13:11). En nuestra dispensación, se nos ha dicho que si no somos uno, no somos de Cristo (D. y C. 38:27). El pueblo de Enoc fue un pueblo de Sión “porque eran de un solo corazón y una sola mente” (Moisés 7:18). Esta unidad de mente y corazón implica ser uno con el Padre y el Hijo y estar llenos de gratitud por la diversidad de dones que cada uno posee, por nuestro Padre Celestial y por su Hijo Jesucristo, “el Rey de Sión” (Moisés 7:53). Cornelius Plantinga explicó: “La vida de la mente no tiene nada que ver con labrarnos un nicho o hacernos un nombre… Es un acto en el que nos alejamos de nuestro nervioso egoísmo y nos unimos en un proyecto del reino mucho más grande que cualquiera de nosotros, mucho más grandioso que todos nosotros juntos”. El plan de salvación a menudo se centra en trabajar juntos en equipo, ya sea como familias, como colegas o como conciudadanos de la Iglesia de Cristo.
A través de su selección e interpretación inspirada de los registros sagrados, el profeta Mormón también enfatiza la importancia de servir a Dios con nuestra mente. Mormón rescató esta pregunta inspiradora de los escritos del rey Benjamín: “¿Cómo conoce un hombre al maestro a quien no ha servido, y que le es extraño y está lejos de los pensamientos e intenciones de su corazón?” (Mosíah 5:13). Asimismo, registró las palabras de Limhi, quien enseñó a su pueblo: “Si os volvéis al Señor con íntegro propósito de corazón, y ponéis vuestra confianza en él, y le servís con toda diligencia de mente, . . . él os librará” (Mosíah 7:33). Además, después de que Coriantón cometiera una grave transgresión sexual, Alma intentó restaurar a su hijo exhortándolo a “volverse al Señor con toda su mente” (Alma 39:13).
El Libro de Mormón a menudo ilustra cambios tanto en la mente como en el corazón. Al escribir sobre la misión de Alma para recuperar a los zoramitas apóstatas, Mormón observó que: “La predicación de la palabra tenía una gran tendencia a inducir a los del pueblo a hacer lo que era justo; sí, había tenido más poderoso efecto en la mente de la gente que la espada, o cualquier otra cosa… por tanto, Alma pensó que era conveniente probar la virtud de la palabra de Dios” (Alma 31:5).
Mormón estaba familiarizado con estas experiencias y se describió a sí mismo como “de mente algo sobria” y, a la temprana edad de quince años, “fue visitado por el Señor y probó y conoció la bondad de Jesús” (Mormón 1:15). En una epístola dirigida a su propio hijo, Moroni, Mormón explicó que los ángeles se manifiestan “a los de fe fuerte y mente firme en toda forma de santidad” (Moroni 7:30; véase también Jacob 3:1).
En otra carta apasionada a su hijo, Mormón suplicó a Moroni que “fuese fiel en Cristo” y expresó su deseo de que “la esperanza de [la] gloria [de Cristo] y de la vida eterna repose en [su] mente para siempre” (Moroni 9:25). Con las enseñanzas de su padre grabadas en su mente y corazón, Moroni concluyó sus escritos con una invitación poderosa y persuasiva: “Venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y negad toda impiedad, y amad a Dios con toda vuestra… mente… para que por su gracia seáis perfectos en Cristo” (Moroni 10:32; énfasis añadido).
Enseñanzas de las Escrituras Modernas, Profetas y Apóstoles
El tema de dedicar plenamente nuestra mente a Dios se reitera en las Escrituras modernas y en las enseñanzas de los profetas y apóstoles de los últimos días.
La renovación semanal de los convenios sacramentales nos recuerda nuestro esfuerzo consciente por “recordarle siempre [a Cristo]”, una frase mencionada tanto al participar del pan como del agua (D. y C. 20:77, 79). El élder Russell M. Nelson explicó: “La palabra sacramento proviene de dos raíces latinas: sacr, que significa ‘sagrado’, y ment, que significa ‘mente’. Implica pensamientos sagrados en la mente. Aún más impactante es la palabra latina sacrament, que literalmente significa ‘juramento u obligación solemne’. Participar de la Santa Cena podría considerarse, por lo tanto, como una renovación mediante juramento del convenio previamente hecho en las aguas del bautismo. Es un momento mental sagrado”. El propio Salvador declaró: “Mirad hacia mí en todo pensamiento” (D. y C. 6:36).
La palabra siempre nos invita a mantener al Señor en lo más alto de nuestros pensamientos constantemente, lo que implica cultivar pensamientos puros y santos en todo momento. La promesa condicional es que si “dejamos que la virtud engalane incesantemente nuestros pensamientos, entonces nuestra confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre nuestra alma como el rocío del cielo” (D. y C. 121:45).
Aquellos que asistieron a la Escuela de los Profetas aprendieron a “procurar aprender, sí, por el estudio y también por la fe” (D. y C. 88:118). Una razón para este estudio diligente y fiel es que el hombre iluminado tendrá ventaja en la próxima vida: “Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida, se levantará con nosotros en la resurrección. Y si una persona obtiene más conocimiento e inteligencia en esta vida por su diligencia y obediencia que otra, tendrá tanta ventaja en el mundo venidero” (D. y C. 130:18–19). Este pasaje sugiere que, mientras el conocimiento se adquiere mediante la diligencia, la inteligencia se obtiene mediante la obediencia.
Después de obtener conocimiento mediante el estudio y la fe (D. y C. 88:118), recae sobre cada persona la responsabilidad de bendecir y servir a los demás (D. y C. 88:79-80). La Universidad Brigham Young adoptó este principio como su lema no oficial: “Entrar para aprender, salir para servir”. Aquellos que sirven diligentemente con toda su mente reciben bendiciones adicionales. Por ejemplo, una revelación moderna promete: “Y todo hombre que salga a predicar este evangelio del reino y no deje de perseverar fielmente en todas las cosas, no se cansará en su mente” (D. y C. 84:80). La mente de un discípulo fiel es vigorosa e iluminada con la inspiración específica necesaria para aquellos a quienes sirve.
Sin embargo, el élder Neal A. Maxwell advierte que algunos “encuentran más fácil doblar las rodillas que su mente”. Cuando elegimos ser menos fieles o ser orgullosos, renunciamos a las bendiciones de una mente humilde y receptiva. Los primeros miembros de la Iglesia fueron reprendidos por no utilizar el Libro de Mormón ni vivir conforme a sus preceptos. Se les dijo que sus mentes habían “sido oscurecidas a causa de la incredulidad y porque [tomaron] a la ligera las cosas que recibieron” (véase D. y C. 84:54, 57).
Otros, como David Whitmer, lucharon por enfocar su mente en las cosas de Dios. En una revelación, fue reprendido con estas palabras: “Tu mente ha estado más en las cosas de la tierra que en las cosas de mí, tu Hacedor, y del ministerio al cual has sido llamado” (D. y C. 30:2).
Para evitar la oscuridad mental, debemos centrarnos en la fuente de toda luz: Dios. Debemos “servirle con todo [nuestro] corazón, alma, mente y fuerza” (D. y C. 4:2). Para servir a Dios, debemos “guardar los mandamientos, sí, con toda [nuestra] alma, mente y fuerza” (D. y C. 11:20; énfasis añadido).
Los miembros de la Iglesia que se esforzaron por servir a Dios con toda su mente recibieron una invitación sagrada del Señor para habitar en Su presencia: “Santificaos para que vuestra mente se centre en Dios, y llegará el día en que le veréis; porque él os desvelará su rostro” (D. y C. 88:68). Sin embargo, a algunos de los primeros santos se les dijo que en ese momento no eran “capaces de soportar la presencia de Dios”, y se les animó a no dejar que sus “mentes volvieran atrás” (D. y C. 67:14), sino más bien a “permanecer firmes en [su] mente, en solemnidad y en el espíritu de oración” (D. y C. 84:61). Aquellos que lo hicieron tuvieron “sus mentes señaladas por los ángeles” (D. y C. 121:27), se les “quitó el velo” de su mente (D. y C. 110:1) y vieron al Señor Jesucristo en Su gloria (D. y C. 110:2-3).
José Smith y Sidney Rigdon recibieron esta gloriosa bendición mientras estaban activamente comprometidos en la traducción y restauración de la Biblia. Mientras se preparaban para recibir instrucción mediante la reflexión cuidadosa y la indagación diligente, experimentaron una serie de visiones gloriosas, una parte de las cuales ahora conocemos como la sección 76 de Doctrina y Convenios. En el resumen de esta sección para los versículos 114-119 aparece una bendición maravillosa y una invitación implícita: “Todos los fieles pueden ver la visión de los grados de gloria”. El élder Bruce R. McConkie amplió esta invitación:
“Dios no hace acepción de personas. Él dará revelación a mí y a ti en los mismos términos y condiciones. Yo puedo ver lo que José Smith y Sidney Rigdon vieron en la visión de los grados de gloria, y tú también puedes. Yo puedo recibir la visita de ángeles y ver a Dios; puedo recibir una efusión de los dones del Espíritu, y tú también. Hay metas por alcanzar, cumbres por escalar, revelaciones por recibir. En la perspectiva eterna, apenas hemos comenzado el camino hacia la gloria y la exaltación. El Señor quiere que Sus santos reciban línea sobre línea, precepto sobre precepto, verdad sobre verdad, revelación tras revelación, hasta que sepamos todas las cosas y lleguemos a ser como Él”.
Este proceso gradual de recibir revelación a menudo requiere un reconocimiento atento y consciente. A Oliver Cowdery se le dijo que recibiría instrucción divina tanto en su mente como en su corazón (véase D. y C. 8:2) y se le aconsejó que estudiara las cosas en su propia mente y luego pidiera confirmación al Señor (véase D. y C. 9:8). Aprendió que la revelación fluía cuando su mente estaba iluminada (véase D. y C. 6:15; 11:13) y en paz (véase D. y C. 6:23). José Smith enseñó: “Una persona puede beneficiarse al notar la primera insinuación del espíritu de revelación; por ejemplo, cuando sientes que fluye dentro de ti una inteligencia pura, puede darte golpes repentinos de ideas, de modo que, al notarlo, puedas… crecer en el principio de la revelación”.
José y Oliver experimentaron este flujo de inteligencia pura en sus mentes poco después de sus bautismos. En la historia de José Smith se observa que ellos: “Fueron llenos del Espíritu Santo y se regocijaron en el Dios de nuestra salvación. Ahora que nuestras mentes estaban iluminadas, comenzamos a tener las Escrituras abiertas a nuestro entendimiento, y el verdadero significado e intención de sus pasajes más misteriosos nos fueron revelados de una manera que nunca antes habíamos alcanzado, ni siquiera imaginado” (José Smith—Historia 73-74). Este tipo de revelación espiritual se otorga a los discípulos fieles que “atesoran en su mente continuamente las palabras de vida”, con la promesa de que “en la misma hora os será dado aquello que habréis de repartir a cada persona” (D. y C. 84:85). Además, el Señor prometió que “el que atesora mi palabra, no será engañado” (José Smith—Mateo 1:37).
Si somos fieles y conscientes, el Espíritu Santo no solo puede iluminar nuestra mente, sino también transformarla. El élder Parley P. Pratt enumeró los efectos transformadores del Espíritu Santo, el cual:”Vivifica todas las facultades intelectuales, incrementa, ensancha, expande y purifica todas las pasiones y afectos naturales; y los adapta, mediante el don de la sabiduría, a su uso legítimo… Revigoriza todas las facultades del hombre físico e intelectual”.
Conclusión
Amar y servir a Dios con toda diligencia de mente abre los cielos y transforma al ser humano. Es un proceso que implica obediencia reflexiva, una búsqueda fiel de conocimiento, devoción inquebrantable y una profunda reflexión. Servir a Dios con una mente consciente es nuestra labor y es esencial para nuestro progreso eterno. La devoción sincera y enfocada debe estar en el centro de nuestro ser, pues como declaran los Proverbios: “Porque cual es su pensamiento en su corazón [mente], tal es él” (Proverbios 23:7). La promesa divina nos invita: “Santificaos para que vuestra mente se centre en Dios, y llegará el día en que le veréis; porque él os desvelará su rostro” (D. y C. 88:68). Si amamos y servimos plenamente a Dios con toda nuestra mente, llegaremos a ser como Él y, finalmente, lo conoceremos así como Él nos conoce a nosotros (véase 1 Corintios 13:12).

























