Ven, sígueme — Doctrina y Convenios 18

Ven, sígueme — Doctrina y Convenios 18
24 febrero – 2 marzo: “El valor de las almas es grande”


Doctrina y Convenios 18
Porque se da esta revelación.

La revelación registrada en Doctrina y Convenios 18 fue dada en junio de 1829, en un momento crucial para la Restauración del Evangelio. José Smith, Oliver Cowdery y David Whitmer habían estado trabajando en la traducción del Libro de Mormón, y se encontraban en una etapa en la que el Señor estaba preparando el establecimiento formal de Su Iglesia. En este contexto, el Señor dio esta revelación con el propósito de proporcionar instrucciones esenciales sobre el valor de las almas, la obra misional, la organización de la Iglesia y el llamamiento del Sacerdocio.

A continuación, se explican las principales razones por las que el Señor dio esta revelación:

1. Para Confirmar el Llamamiento de Oliver Cowdery y David Whitmer como Testigos del Evangelio
En los primeros versículos (D. y C. 18:1-5), el Señor habla directamente a Oliver Cowdery y David Whitmer, quienes estaban ayudando a José Smith en la traducción del Libro de Mormón. Se les dice que las palabras que han recibido son verdaderas y que su testimonio del Libro de Mormón será de gran importancia para la obra del Señor.

Esto es significativo porque más adelante, Oliver Cowdery, David Whitmer y Martin Harris fueron llamados como los tres testigos oficiales del Libro de Mormón. Este llamamiento forma parte del plan divino para que el mundo tenga evidencia adicional de la veracidad de la obra de José Smith.

2. Para Reafirmar el Gran Valor de las Almas
Uno de los temas centrales de esta revelación es el principio de que cada alma tiene un valor infinito para Dios (D. y C. 18:10). Esta enseñanza tiene implicaciones profundas:

  • Dios no mide a las personas por su posición, riqueza o talentos, sino por su valor eterno.
  • Jesús sufrió la Expiación por cada persona individualmente porque cada alma es preciosa.
  • Como discípulos de Cristo, debemos tratar a los demás con amor y respeto, recordando que cada persona es valiosa a la vista de Dios.

Esta enseñanza fue dada para motivar a Oliver Cowdery y David Whitmer (y, más tarde, a otros discípulos) a predicar el Evangelio con dedicación, sabiendo que cada alma rescatada del pecado trae gozo al Señor (D. y C. 18:13-16).

3. Para Dar Instrucciones sobre el Llamamiento de Apóstoles y la Organización de la Iglesia
En los versículos 26-47, el Señor da instrucciones específicas sobre la organización de Su Iglesia y sobre el llamamiento de apóstoles y otros líderes. Se dice que se llamarán doce apóstoles, quienes serán testigos especiales de Jesucristo y tendrán la responsabilidad de predicar el Evangelio al mundo.

El Señor establece los requisitos que deben cumplir los futuros apóstoles:

  • Deben venir a Cristo con humildad y arrepentimiento.
  • Deben ser llamados por el Señor y ordenados por aquellos que tengan autoridad.
  • Su misión principal será predicar el arrepentimiento y la venida del Reino de Dios.

Este aspecto de la revelación fue fundamental porque, en menos de un año, la Iglesia de Jesucristo sería oficialmente organizada (6 de abril de 1830), y se necesitaría un liderazgo fuerte para dirigirla.

4. Para Dar Instrucciones sobre la Predicación del Arrepentimiento
El Señor enfatiza repetidamente en esta revelación la importancia de la predicación del arrepentimiento (D. y C. 18:9, 14-16, 41).

  • Dios manda a todos los hombres que se arrepientan porque el arrepentimiento es esencial para recibir la salvación.
  • La misión de los discípulos es ayudar a las personas a reconocer su valor ante Dios y su necesidad de regresar a Él.
  • Se promete gran gozo en el cielo cuando una sola alma se arrepiente (D. y C. 18:13).

Esta enseñanza fue especialmente relevante porque en 1829 no había una Iglesia organizada y la mayoría de las personas no tenían un conocimiento correcto del arrepentimiento según la plenitud del Evangelio. La Restauración traería mayor claridad sobre este principio.

5. Para Prometer la Expiación de Cristo como el Centro del Evangelio
Uno de los versículos más poderosos de esta sección es Doctrina y Convenios 18:11, donde el Señor declara:
“Porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne; por tanto, padeció el dolor de todos los hombres, para que todos los hombres se arrepintieran y vinieran a él.”

Aquí, el Señor deja en claro que la razón de su sufrimiento y muerte fue permitir que todos los hijos de Dios tuvieran la oportunidad de arrepentirse y regresar a su presencia. Esta enseñanza refuerza el llamado a la obra misional y al discipulado, ya que la Expiación no será eficaz en la vida de las personas a menos que se les enseñe sobre ella y elijan aceptarla.

¿Por qué mandó a José Smith y a Oliver Cowdery que establecieran la Iglesia de Jesucristo en nuestros días? (Véanse los versículos 1–5).

Razón por la que el Señor mandó a José Smith y a Oliver Cowdery a establecer la Iglesia de Jesucristo en nuestros días

La respuesta se encuentra en los primeros cinco versículos de Doctrina y Convenios 18, donde el Señor da instrucciones a José Smith y Oliver Cowdery en junio de 1829, antes de la organización formal de la Iglesia. En estos versículos, el Señor explica el propósito divino detrás de la Restauración y el establecimiento de Su Iglesia.

1. Porque las palabras que recibieron vinieron de Dios (versículos 1-2)
El Señor le dice a Oliver Cowdery: “He aquí, he manifestado a ti, por mi Espíritu, que las palabras que has escrito son verdaderas; por tanto, tienes que confiar en las cosas que están escritas.”

Esto confirma que la obra que estaban realizando (la traducción del Libro de Mormón) era inspirada por Dios y no una invención humana. Como resultado, la Iglesia debía ser restaurada sobre la base de estas escrituras sagradas, ya que contenían la plenitud del Evangelio.

2. Porque el Libro de Mormón testifica de Cristo y guía la obra (versículo 3)
El Señor continúa diciendo: “Y si sabes que son verdaderas, he aquí, te doy el mandamiento de confiar en las cosas que están escritas.”

Esto es crucial porque establece que la Iglesia debía construirse sobre el fundamento de la verdad revelada en el Libro de Mormón.

  • El Libro de Mormón testifica de Jesucristo, Su expiación y Su Iglesia.
  • Es un testigo adicional de la Biblia y un registro del convenio de Dios con las Américas.
  • Serviría como la base doctrinal de la Iglesia Restaurada.

En otras palabras, Dios mandó a José y Oliver a establecer la Iglesia porque tenían las Escrituras verdaderas y el conocimiento del Evangelio puro.

3. Porque Dios quería restaurar el Evangelio verdadero en la tierra (versículo 4)
El Señor declara: “Si anuncias estas cosas, gozarás de la salvación, y serás instrumento en llevar la salvación a muchas almas.”

Este versículo resalta que el propósito de la Iglesia es llevar salvación a las almas.

  • La Iglesia de Jesucristo no es solo una institución, sino el medio por el cual las personas pueden recibir la salvación.
  • La autoridad del sacerdocio y las ordenanzas sagradas debían ser restauradas para que las personas pudieran hacer convenios con Dios y recibir las bendiciones de la Expiación de Cristo.
  • José Smith y Oliver Cowdery fueron escogidos como instrumentos para hacer esto posible.

Dios les mandó establecer la Iglesia porque era el medio divinamente ordenado para guiar a las personas a la salvación.

4. Porque el Evangelio debía predicarse a todas las naciones (versículo 5)
Finalmente, el Señor dice: “Si te alegras en lo que he preparado para ti, te regocijarás con la verdad y serás coronado con gloria.”

Este versículo muestra que la Restauración no era solo un evento para un grupo específico de personas, sino que debía ser llevada al mundo entero.

  • El gozo del Evangelio es para todos.
  • La Iglesia debía ser establecida para compartir la verdad con todas las naciones.
  • Los que aceptaran esta verdad recibirían bendiciones eternas.

Este es un principio clave en la Restauración:
Dios estableció Su Iglesia para reunir a Sus hijos y prepararlos para la vida eterna.


¿Qué “has deseado saber” del Señor? (Versículo 1).


Oliver Cowdery se encontraba en una posición única dentro de la Restauración. Como escriba en la traducción del Libro de Mormón y testigo de eventos trascendentales, su corazón ardía con preguntas y un anhelo sincero de conocer más acerca de la voluntad del Señor. No era un simple espectador; era un hombre que buscaba con fervor la verdad.

Entonces, el Señor le habló. No como un extraño distante ni como una voz impersonal, sino con un reconocimiento íntimo: “has deseado saber de mí.” Estas palabras, sencillas pero profundas, revelan un principio eterno: Dios responde a quienes le buscan con verdadero deseo.

No es casualidad que esta revelación comenzara de esta manera. A lo largo de la historia, el Padre Celestial ha enseñado que el conocimiento espiritual no se concede de manera automática ni arbitraria. Debe ser buscado con fe. Desde Nefi, quien anhelaba ver la visión de su padre, hasta el joven José Smith, quien acudió con humildad a la arboleda sagrada, el Señor siempre ha respondido a aquellos que realmente desean saber.

Oliver, con su corazón abierto, se encontraba en ese mismo sendero. Quería comprender más, quería recibir instrucción, y sobre todo, quería saber de Dios. Y esa es la clave: no basta con la simple curiosidad intelectual, sino con un deseo genuino de acercarse al Señor y actuar conforme a Su palabra.

Las palabras dirigidas a Oliver nos recuerdan que Dios está dispuesto a enseñarnos, pero solo si nos acercamos a Él con verdadera intención. No se trata solo de pedir; se trata de desear con todo el corazón. Si buscamos respuestas con humildad, si realmente queremos entender Su voluntad, Él nos hablará—ya sea en un susurro del Espíritu, en las Escrituras o a través de una impresión sutil que ilumina nuestro entendimiento.

Así como Oliver recibió su respuesta, cada uno de nosotros puede recibir la suya. La pregunta es: ¿realmente deseamos saber de Dios? Si la respuesta es sí, entonces el camino ya está trazado. Solo necesitamos buscarlo con fe, y al igual que Oliver, escucharemos Su voz.


¿Qué significa para ti “confiar en las cosas que están escritas”? (Versículo 3).


Oliver Cowdery había sido testigo de la traducción del Libro de Mormón. Había visto el proceso, había sentido el poder de las palabras que fluían a través del profeta José Smith y había registrado con su propia mano aquellas verdades sagradas. Sin embargo, como todo discípulo en formación, aún tenía preguntas, dudas y el deseo de recibir una confirmación más profunda. Fue entonces cuando el Señor le habló con claridad:

“Te mando que confíes en las cosas que están escritas.”

No fue una simple sugerencia ni un consejo casual; fue un mandato. El Señor no le pidió que confiara en su propia lógica o en las interpretaciones del mundo, sino en lo que ya había sido revelado. Era un recordatorio de que las Escrituras son una fuente de verdad segura, inmutable y digna de confianza.

Oliver no estaba solo en esta experiencia. A lo largo de la historia, muchos han buscado confirmación de lo que ya estaba escrito. Nefi, al escuchar las palabras de su padre Lehi, deseó ver por sí mismo la visión y fue bendecido con un testimonio poderoso. Alma el Joven, después de su conversión, testificó con firmeza que las Escrituras conducen a Dios. Incluso los discípulos del Salvador en el camino a Emaús no comprendieron la magnitud de los acontecimientos hasta que Jesús les explicó “lo que estaba escrito” acerca de Él.

El Señor sabía que Oliver había visto y escuchado lo suficiente. Ahora, su desafío era confiar. Confiar en que las Escrituras contenían la verdad. Confiar en que Dios no había hablado en vano. Confiar en que, aunque su mente aún buscara más evidencia, su corazón ya había recibido la confirmación del Espíritu.

Este mandato no era solo para Oliver; es para cada uno de nosotros. ¿Cuántas veces anhelamos señales, respuestas o nuevas revelaciones cuando la palabra ya está ante nosotros? Dios nos invita a sumergirnos en las Escrituras con fe, a confiar en lo que Él ya ha dicho y a permitir que Su voz escrita transforme nuestra vida.

El desafío sigue siendo el mismo: ¿confiamos en las cosas que están escritas? Si lo hacemos, encontraremos dirección, seguridad y una confirmación más profunda de que el Señor siempre habla a Sus hijos, y que Su palabra es una ancla firme en un mundo inestable.


¿Cómo construyes tu vida sobre “el fundamento del evangelio del Salvador y Su roca”? (Versículo 5).


Oliver Cowdery había sido testigo de algo extraordinario: la restauración del evangelio en su plenitud. Había escrito las palabras del Libro de Mormón bajo la dirección de José Smith, había sentido el poder de la revelación y sabía que Dios estaba obrando entre los hombres. Sin embargo, aún necesitaba comprender la magnitud de lo que se le estaba confiando. Fue entonces cuando el Señor le reveló un principio fundamental:

“Sobre el fundamento del evangelio [del Salvador] y [Su] roca.”

No era una metáfora cualquiera; era una afirmación de que la obra en la que estaba participando tenía raíces firmes e inamovibles. El evangelio de Jesucristo no era un mensaje pasajero ni una enseñanza humana sujeta a cambios. Era algo eterno, sólido, construido sobre la roca del Redentor mismo.

Desde tiempos antiguos, las Escrituras han utilizado la imagen de la roca para representar la seguridad y la firmeza que provienen de Cristo. Cuando Jesús enseñó sobre la casa edificada sobre la roca en Mateo 7:24–27, dejó claro que aquellos que edifican su vida sobre Sus enseñanzas no serán conmovidos por las tormentas del mundo. De manera similar, Nefi declaró:

“He aquí, mi alma se deleita en las cosas del Señor; y mi corazón medita continuamente en las cosas que he visto y oído. He aquí, por tanto, que edificaré mi fundamento sobre esta roca” (2 Nefi 4:16, 35).

El Señor le estaba diciendo a Oliver que este evangelio restaurado no era una creación humana ni una idea nueva. Era la misma verdad que había sido predicada desde Adán, la misma doctrina que Jesús enseñó en la tierra y que los profetas habían declarado desde el principio. Era el evangelio de la roca inmutable: Cristo.

Para Oliver, esta enseñanza tenía un propósito claro: debía edificar su fe y su testimonio sobre esta base firme. No importaban las dificultades que vinieran, los desafíos que enfrentara o las dudas que pudiera tener en el futuro. Mientras se aferrara a Cristo y Su evangelio, estaría seguro.

Y lo mismo se aplica a nosotros hoy. En un mundo donde las ideologías cambian y las opiniones varían, solo hay un fundamento seguro: el evangelio del Salvador y Su roca. Si construimos nuestra fe sobre Él, si edificamos nuestra vida sobre Sus enseñanzas, entonces nada podrá derribarnos.

El Señor le habló a Oliver, pero también nos habla a nosotros: “No pongas tu confianza en lo incierto. Aférrate a la roca. Edifica sobre Cristo. Su evangelio es tu fundamento inamovible.”


¿Por qué “manda a todos los hombres en todas partes que se arrepientan” y envía apóstoles a predicar el arrepentimiento? (Versículo 9).


La Razón por la que Dios “manda a todos los hombres en todas partes que se arrepientan” y envía apóstoles a predicar el arrepentimiento el Señor declara: “Y ahora te hablo a ti, Oliver Cowdery, y también a David Whitmer, por lo que mi iglesia será edificada, y a ellos les llamo amigos, porque son mis amigos, y os mando que os arrepintáis y llaméis a los demás al arrepentimiento.”

Este versículo contiene dos instrucciones clave:

  1. Dios manda a todos los hombres en todas partes que se arrepientan.
  2. Envía apóstoles y discípulos a predicar el arrepentimiento.

Veamos las razones por las cuales Dios da este mandamiento.

1. Porque el arrepentimiento es esencial para la salvación
El arrepentimiento es el primer paso para regresar a Dios. Sin arrepentimiento, una persona no puede recibir las bendiciones de la Expiación de Jesucristo ni progresar espiritualmente.

  • El pecado separa al hombre de Dios.
  • El arrepentimiento permite que esa separación se elimine.
  • Jesucristo sufrió por nuestros pecados para que podamos arrepentirnos y ser perdonados.

En otras palabras, Dios no manda a arrepentirse porque quiera castigar, sino porque quiere salvar. El arrepentimiento es un acto de amor que permite a las personas cambiar, mejorar y acercarse a Dios.

2. Porque cada alma tiene un gran valor para Dios
En Doctrina y Convenios 18:10, el Señor enseña: “Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios.”

Dios no desea que nadie se pierda. Cada persona es preciosa para Él, y por eso manda el llamado al arrepentimiento a todos. No importa qué tan lejos se haya alejado alguien de Dios, siempre hay esperanza mediante el arrepentimiento.

  • Lucas 15:7 – “Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento.”
  • Parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32) – Muestra el amor del Padre Celestial al recibir con gozo a quienes regresan a Él mediante el arrepentimiento.

Dado que el valor de las almas es infinito, Dios nos llama al arrepentimiento para que no nos perdamos y podamos regresar a Su presencia.

3. Porque el arrepentimiento es una preparación para la Segunda Venida
Otro motivo por el que Dios manda a todos a arrepentirse es porque está preparando el mundo para la Segunda Venida de Jesucristo.

  • La apostasía había cubierto la tierra con tinieblas espirituales.
  • La Restauración del Evangelio trae luz y verdad nuevamente.
  • El arrepentimiento es el medio para que las personas se preparen y reciban las bendiciones del Reino de Dios.

Si las personas no se arrepienten y no aceptan el Evangelio restaurado, no estarán preparadas para cuando el Señor regrese.

4. Porque Dios ha llamado apóstoles y discípulos para llevar este mensaje al mundo
La segunda parte del versículo dice que Dios envía apóstoles para predicar el arrepentimiento.

  • Un apóstol es un testigo especial de Jesucristo.
  • Su misión principal es predicar el Evangelio y llamar a las personas a arrepentirse.
  • Cristo envió apóstoles en la antigüedad para predicar el arrepentimiento (Mateo 28:19-20).
  • En esta dispensación, el Señor llamó nuevamente apóstoles para llevar el mismo mensaje.

La labor misional de la Iglesia de Jesucristo se basa en este principio: invitar a las personas a arrepentirse y volver a Dios.

  • En el Libro de Mormón, Nefi enseña en 2 Nefi 31:20 que el arrepentimiento es parte del “camino estrecho y angosto” que lleva a la vida eterna.
  • Los primeros misioneros de la Iglesia en los tiempos de José Smith predicaron con poder sobre el arrepentimiento, ayudando a muchas personas a aceptar el Evangelio.

El llamado al arrepentimiento es un acto de amor, no de condenación. Dios envía apóstoles y discípulos porque quiere que todos tengan la oportunidad de regresar a Él.


¿Y por qué Jesucristo sufrió “la muerte en la carne” y “el dolor de todos los hombres”? (Versículo 11).


La Razón por la que Jesucristo sufrió “la muerte en la carne” y “el dolor de todos los hombres”

En Doctrina y Convenios 18:11, el Señor declara: “Porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne; por tanto, padeció el dolor de todos los hombres, para que todos los hombres se arrepintieran y vinieran a él.”

Este versículo nos enseña que la razón fundamental del sufrimiento de Jesucristo fue permitir que todas las personas tuvieran la oportunidad de arrepentirse y regresar a Dios. A continuación, analizamos en detalle las razones por las que Cristo sufrió la muerte y el dolor de todos los hombres.

1. Porque la Expiación era necesaria para la salvación de la humanidad
Desde la caída de Adán y Eva, la humanidad quedó sujeta a dos problemas principales:

  1. La muerte física (la separación del cuerpo y el espíritu).
  2. La muerte espiritual (la separación de Dios debido al pecado).

Sin la Expiación de Jesucristo, estos dos problemas serían irremediables. Pero Cristo, como nuestro Redentor, padeció la muerte en la carne y el dolor de todos los hombres para vencer estos dos tipos de muerte.

Por medio de Su resurrección, venció la muerte física y garantizó la resurrección para toda la humanidad.

Por medio de Su sacrificio expiatorio, venció la muerte espiritual y nos dio la oportunidad de arrepentirnos y ser perdonados.

En otras palabras, Cristo sufrió para que nosotros pudiéramos ser redimidos y tener la posibilidad de regresar a la presencia de Dios.

2. Porque Cristo tomó sobre sí los pecados y dolores de todos los hombres
El versículo dice que Cristo “padeció el dolor de todos los hombres”. Esto se refiere a Su sufrimiento en Getsemaní y Su muerte en la cruz.

En Getsemaní, Cristo sufrió no solo por los pecados del mundo, sino también por todos los dolores, enfermedades, tristezas y aflicciones de la humanidad.

Isaías 53:4-5: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores… el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.”

Alma 7:11-13: “Él tomará sobre sí los dolores y enfermedades de su pueblo… para que sus entrañas sean llenas de misericordia.”

En la cruz, Cristo completó Su sacrificio ofreciendo Su vida para cumplir con la voluntad del Padre.

Esta verdad es fundamental para nuestra fe porque significa que Cristo entiende y siente todo lo que pasamos. No importa el sufrimiento, el pecado o el dolor que tengamos, Él ya lo experimentó y puede socorrernos.

3. Porque el arrepentimiento sería imposible sin Su sacrificio
El versículo dice que Cristo sufrió “para que todos los hombres se arrepintieran y vinieran a Él.”

Esto significa que sin Su expiación, el arrepentimiento no tendría poder ni significado.

  • Sin Su sacrificio, el pecado nos condenaría sin posibilidad de redención.
  • Sin Su expiación, no habría misericordia, solo justicia.
  • Pero porque Él sufrió en nuestro lugar, podemos arrepentirnos, recibir el perdón y ser limpiados de nuestros pecados.

Cristo sufrió y murió para darnos la oportunidad de cambiar y ser salvos.

4. Porque Dios ama a todas las almas y quiere que vuelvan a Él
El contexto de Doctrina y Convenios 18 enfatiza que el valor de las almas es grande (versículo 10).

  • Si cada alma es preciosa para Dios, Él haría todo lo posible para salvarnos.
  • Su amor es tan grande que envió a Su Hijo Unigénito para sufrir y morir por nosotros.

Juan 3:16 lo expresa de manera perfecta:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”

Cristo sufrió porque el amor de Dios por Sus hijos es infinito.

5. Porque Cristo se regocija cuando las almas se salvan
En Doctrina y Convenios 18:13, el Señor dice:
“Grande es su gozo por el alma que se arrepiente.”

Este es un punto clave:

  • Cristo sufrió no solo por deber, sino por amor.
  • Él se regocija cuando una persona se arrepiente y regresa a Dios.
  • Su mayor felicidad proviene de ver que Su sacrificio no fue en vano y que Sus hijos aceptan Su expiación.

Esto refuerza la idea de que Su muerte y sufrimiento tenían un propósito mayor: traer almas de vuelta a Dios.


Doctrina y Convenios 18:10–13 “El valor de las almas es grande a la vista de Dios”.


Oliver Cowdery y sus compañeros estaban en los inicios de una gran obra. Habían sido testigos de la restauración del evangelio, habían sentido la confirmación del Espíritu y sabían que el Señor los estaba guiando. Pero aún había mucho por hacer. La obra misional apenas comenzaba, y el Señor quería que entendieran una verdad fundamental:

“El valor de las almas es grande a la vista de Dios.”

Con estas palabras, el Señor reveló un principio eterno: cada persona es infinitamente valiosa para Él. No importa cuán perdida pueda parecer un alma, cuán lejos haya caído o cuán indigno pueda sentirse alguien. A los ojos de Dios, no hay ser humano sin importancia, no hay hijo o hija que no merezca Su amor y redención.

Para comprender mejor esta verdad, basta mirar al Salvador. Jesucristo, el Hijo de Dios, no vino a la tierra por multitudes anónimas. No sufrió en Getsemaní y en la cruz por un grupo indistinto de personas. Él sufrió por cada uno de nosotros de manera individual. En Doctrina y Convenios 18:11, el Señor lo explica con claridad:

“Porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne; por tanto, sufrió el dolor de todos los hombres, para que todos los hombres se arrepintieran y vinieran a él.”

Cada gota de Su sufrimiento, cada herida en Su cuerpo, cada momento de dolor fue una expresión de cuánto nos valora. Él nos conoce por nombre, nos comprende en nuestras angustias y nos busca con amor inagotable.

La parábola de la oveja perdida (Lucas 15:4–7) ilustra este mismo principio. Un pastor que tiene cien ovejas y pierde una no se conforma con las que le quedan. En su corazón, esa única oveja es tan valiosa que deja todo para buscarla. Y cuando la encuentra, no la reprende ni la abandona, sino que la carga sobre sus hombros y regresa con gozo.

Este es el mensaje que el Señor quería que Oliver entendiera. La obra misional no es solo predicar doctrinas o bautizar personas; es rescatar almas individuales que Dios ama profundamente. No importa si solo se salva una persona; el gozo en el cielo es inmenso.

Y este mensaje no era solo para Oliver y los primeros líderes de la Iglesia. Es para cada uno de nosotros. Cada alma que ayudemos a acercarse a Cristo tiene un valor incalculable. Cada persona que alentemos, cada testimonio que compartamos, cada acto de servicio puede ser el medio por el cual alguien redescubra su identidad divina.

El Señor concluye esta enseñanza con una invitación clara (D. y C. 18:13):

“¡Cuán grande será su gozo si volvéis a traer a mí aún una sola alma!”

Esta es la gran obra del evangelio: traer almas a Cristo, recordándoles cuánto las ama el Padre Celestial y cuán grande es su valor. Porque, al final, no hay nada más precioso para Dios que Sus hijos.


Doctrina y Convenios 18:11–16 El Señor se regocija cuando me arrepiento.


El arrepentimiento es uno de los principios más centrales del evangelio de Jesucristo. En Doctrina y Convenios 18:11–16, el Señor enseña tanto la importancia de este principio como Su amor por cada alma que se vuelve a Él. En estos versículos, el arrepentimiento se presenta no como un castigo ni un proceso doloroso, sino como un camino de gozo y redención.

1. El arrepentimiento es posible porque Cristo sufrió por nosotros
El versículo 11 dice: “Porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne; por tanto, sufrió el dolor de todos los hombres, para que todos los hombres se arrepintieran y vinieran a él.”

Esta declaración resalta que el arrepentimiento no es simplemente un cambio de conducta, sino un don divino que es posible gracias al sacrificio de Jesucristo. Él sufrió “el dolor de todos los hombres”, lo que significa que comprende cada lucha, cada culpa y cada carga que llevamos. Su expiación es lo que hace que el arrepentimiento sea una oportunidad para todos, sin excepción.

El arrepentimiento es un acto de amor y fe. No debemos verlo como un castigo, sino como un regalo misericordioso que nos permite cambiar, mejorar y sanar.

2. El gozo del arrepentimiento y la misericordia de Dios
El Señor declara en el versículo 13: “Grande es su gozo por el alma que se arrepiente.”

Este es un principio profundo: Dios no solo nos perdona cuando nos arrepentimos, sino que se regocija en ello. Muchas veces, el mundo nos enseña que el arrepentimiento es un proceso vergonzoso o humillante, pero Dios lo ve de una manera completamente diferente. Para Él, cada persona que se vuelve a Cristo es motivo de gozo y celebración.

Este mismo mensaje se encuentra en la parábola de la oveja perdida (Lucas 15:4–7). Cuando el pastor encuentra a la oveja extraviada, no la reprende ni la desprecia, sino que la carga sobre sus hombros con alegría y llama a otros a regocijarse.

Cuando nos arrepentimos, podemos sentirnos en paz sabiendo que Dios no se centra en nuestros errores pasados, sino en nuestro deseo de mejorar.

3. La invitación a traer almas a Cristo
El Señor no solo nos llama a arrepentirnos, sino también a ayudar a otros a hacerlo. En los versículos 14–16, declara: “Por tanto, vosotros sois llamados a clamar al pueblo con el evangelio eterno.
Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo, y me traéis aunque solo sea un alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!
Y ahora, si vuestro gozo es grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!”

Aquí el Señor nos enseña que no hay obra más importante que invitar a otros a arrepentirse y venir a Cristo. El gozo que se siente al ayudar a una persona a cambiar su vida es inigualable.

Este principio se ve reflejado en Alma 36:18–21, cuando Alma el Joven describe su propio proceso de arrepentimiento. En un momento de desesperación, clamó al Señor, y al recibir el perdón, sintió una paz y felicidad indescriptibles. De ahí en adelante, su misión fue llevar ese mismo mensaje a otros.

No debemos temer compartir el evangelio con los demás. No es nuestra responsabilidad obligar a nadie a cambiar, pero sí podemos testificar del gozo del arrepentimiento y animar a otros a acercarse a Cristo.

En resumen:

Oliver Cowdery y sus compañeros habían sido llamados a una gran obra. El evangelio estaba siendo restaurado, la Iglesia estaba en sus cimientos y el Señor les había encomendado proclamar Su mensaje al mundo. Pero antes de enviarles a esa misión, el Salvador quiso que comprendieran una verdad fundamental: el arrepentimiento no es solo un mandamiento, sino una fuente de gozo divino.

El Señor comenzó con una poderosa declaración: “Porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne; por tanto, sufrió el dolor de todos los hombres, para que todos los hombres se arrepintieran y vinieran a él.” (D. y C. 18:11)

Con estas palabras, recordó que Su sacrificio expiatorio no fue en vano ni solo un acto simbólico. Cada gota de Su sufrimiento fue para darnos la oportunidad de arrepentirnos. Él experimentó nuestro dolor para que no tuviéramos que cargar con él solos.

El arrepentimiento, entonces, no es una carga ni una condena, sino un regalo. Es la invitación misericordiosa de Cristo para dejar atrás el peso del pecado y caminar en una senda de esperanza.

Pero la enseñanza del Señor no terminó ahí. Luego, reveló algo aún más profundo: Él no solo nos permite arrepentirnos, sino que se regocija cuando lo hacemos.

“Grande es su gozo por el alma que se arrepiente.” (D. y C. 18:13)

Esta verdad cambia por completo la manera en que debemos ver el arrepentimiento. A veces, podemos sentirnos indignos o pensar que Dios nos ve con decepción por nuestros errores. Pero el Señor mismo nos dice lo contrario: cuando nos volvemos a Él, Su gozo es inmenso.

Es el mismo principio que enseñó en la parábola de la oveja perdida (Lucas 15:4–7). Cuando un pastor pierde una sola oveja, deja las otras noventa y nueve para buscarla. Y cuando la encuentra, no la regaña ni la rechaza, sino que la carga con gozo sobre sus hombros y celebra su regreso.

Esta enseñanza no solo debía cambiar la forma en que Oliver y sus compañeros veían su propio arrepentimiento, sino que también les daba una misión.

El Señor les dijo: “Si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo, y me traéis aunque solo sea un alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!” (D. y C. 18:15)

Este llamado es claro: así como el Señor se regocija cuando alguien se arrepiente, nosotros también podemos experimentar ese gozo si ayudamos a otros a encontrar el camino de regreso a Dios. No hay alegría más grande que ver a alguien descubrir la paz del perdón y el amor de Cristo.

Y si traer a una sola alma es motivo de gran gozo, cuánto más si ayudamos a muchas.

El mensaje de Doctrina y Convenios 18:11–16 sigue siendo el mismo hoy. El arrepentimiento no es una carga, sino un camino de liberación. Dios no se enfoca en nuestros errores, sino en nuestro regreso. Y así como Él se regocija por cada persona que se arrepiente, también nos invita a experimentar ese gozo al invitar a otros a acercarse a Él.

Oliver y sus compañeros recibieron este mensaje en un tiempo de restauración. Pero cada discípulo de Cristo, en cualquier época, está llamado a recordar lo mismo: el arrepentimiento es un don, y traer almas a Cristo es una fuente de gozo eterno.


El pasaje de Doctrina y Convenios 18:14–16 contiene principios fundamentales relacionados con la obra misional y el valor de las almas ante Dios.


1. Llamado a la predicación del evangelio (v. 14)
El Señor declara que aquellos que reciben Su palabra tienen el deber de compartirla con los demás. Esta declaración sigue el patrón divino de llamar a los discípulos a proclamar el evangelio (Mateo 28:19–20). En este contexto, la revelación fue dada a Oliver Cowdery y David Whitmer, pero se extiende a todos los discípulos de Cristo.

El evangelio es eterno: No es una enseñanza pasajera ni limitada a una dispensación. Su vigencia es inmutable.

Responsabilidad de los discípulos: El llamado a predicar no es exclusivo de los líderes de la Iglesia, sino que se extiende a todos los que han recibido el evangelio.

Cada miembro de la Iglesia tiene la responsabilidad de compartir el evangelio, ya sea mediante la obra misional formal o a través del ejemplo y testimonio personal.

2. El valor de un alma y la obra misional (v. 15–16)
Estos versículos enfatizan el inmenso gozo que resulta de llevar almas a Cristo. La repetición en el versículo 16 amplifica la idea de que el esfuerzo misional es una de las obras más gratificantes.

El arrepentimiento es central: La proclamación del evangelio no es solo compartir conocimiento, sino invitar al cambio de vida y la reconciliación con Dios.

El gozo del servicio misional: Llevar incluso a una sola persona a Cristo es motivo de gran regocijo, tanto en la tierra como en el reino de Dios.

La multiplicación del gozo: Si salvar un alma trae gran felicidad, salvar muchas aumenta aún más el gozo eterno.

Estos versículos motivan a los miembros a participar en la obra misional, ya sea como misioneros de tiempo completo o ayudando a amigos y familiares a acercarse al evangelio.

El pasaje de Doctrina y Convenios 18:14–16 resalta la importancia de compartir el evangelio y el gozo eterno que proviene de ayudar a otros a arrepentirse y venir a Cristo. Este mensaje refuerza el principio de que cada alma es preciosa ante Dios y que el trabajo en la obra misional tiene consecuencias eternas tanto para los conversos como para quienes participan en la labor de llevarlos a Cristo.

En términos prácticos, este pasaje es una invitación personal a involucrarse en la obra del Señor, recordando que incluso los pequeños esfuerzos en compartir el evangelio pueden tener un impacto eterno.

El Gozo de Traer un Alma a Cristo

Era una tarde tranquila cuando Daniel se detuvo en la capilla después del trabajo. Había estado reflexionando sobre su servicio en la Iglesia y se preguntaba si realmente estaba marcando una diferencia. Había pasado años ministrando, enseñando en la Escuela Dominical y compartiendo su testimonio con amigos y familiares. Sin embargo, en su interior, se preguntaba si su esfuerzo tenía algún impacto.

Mientras se sentaba en uno de los bancos, abrió su Libro de Mormón y, casi sin darse cuenta, comenzó a hojear sus páginas. Fue entonces cuando recordó una escritura que le había marcado profundamente en el pasado:

“Si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo, y me traéis aunque solo sea un alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!” (Doctrina y Convenios 18:15).

Las palabras resonaron en su mente. “Una sola alma…”, pensó.

Fue entonces cuando recordó a Alejandro. Alejandro había sido su compañero de trabajo durante años. Era un hombre amable pero escéptico sobre la religión. Durante mucho tiempo, Daniel había intentado compartir el Evangelio con él, pero nunca pareció interesarle demasiado. Sin embargo, hace unos meses, Alejandro había pasado por un momento difícil: la enfermedad de su madre y la presión del trabajo lo habían dejado abrumado.

En ese momento, Daniel no le predicó. En lugar de eso, lo escuchó. Lo invitó a cenar con su familia. Oró por él. Y cuando sintió que el momento era adecuado, le compartió su testimonio sobre el poder de Cristo para sanar corazones.

Para su sorpresa, Alejandro aceptó la invitación de asistir a la Iglesia. No fue inmediato, pero poco a poco, algo en su corazón cambió. Comenzó a leer el Libro de Mormón, a hacer preguntas y a sentir el Espíritu. Y ahora, después de meses de preparación, estaba a punto de bautizarse.

Daniel cerró su libro y sonrió. Había pasado tanto tiempo preguntándose si su esfuerzo valía la pena, cuando la respuesta estaba justo frente a él. A los ojos del Señor, incluso una sola alma es de un valor infinito.

Si su gozo era grande por haber ayudado a Alejandro, ¡cuán grande sería su gozo si pudiera ayudar a muchos más!

Se puso de pie, sintió una paz profunda en su corazón y supo que seguiría adelante, porque traer almas a Cristo no solo bendecía a otros… también lo llenaba a él de un gozo incomparable.


Doctrina y Convenios 18:34–36 Puedo escuchar la voz del Señor en las Escrituras.


Oliver Cowdery había sido testigo de la restauración del evangelio. Había escrito las palabras del Libro de Mormón, había sentido el poder del Espíritu y había recibido mandamientos directamente del Señor. Sin embargo, como todo discípulo, aún tenía más que aprender. Fue entonces cuando el Señor le dio una enseñanza profunda sobre la revelación y Su palabra:

“Estas palabras no son de hombres ni de hombre, sino mías; por tanto, testificaréis que las habéis oído de mí.” (Doctrina y Convenios 18:34)

El Señor quería que Oliver y todos los que recibieran Sus palabras comprendieran un principio fundamental: cuando leemos las Escrituras, estamos escuchando Su voz.

No eran simplemente palabras antiguas registradas en un pergamino o un papel. No eran ideas de hombres sabios o doctrinas inventadas. Eran la voz misma de Dios hablándonos.

Desde el principio, el Señor ha hablado a Sus profetas para que Su voz pueda ser escuchada por todos Sus hijos. Moisés en el monte Sinaí, Isaías en sus visiones, Nefi en su testimonio y José Smith en la restauración; todos fueron instrumentos para registrar lo que Dios quería que supiéramos.

Pero el mensaje que el Señor dio en Doctrina y Convenios 18:34–36 es aún más profundo. No solo dice que Sus palabras están escritas, sino que al leerlas con fe, estamos realmente oyendo Su voz.

“Porque os hablo como si estuvierais presentes, y sin embargo no lo estáis.” (D. y C. 18:35)

Qué enseñanza tan poderosa. Aunque no vimos a Cristo en Su ministerio terrenal, aunque no estuvimos en la Primera Visión junto a José Smith, aunque no escuchamos Su voz cuando el Padre dijo: “Este es mi Hijo Amado,” podemos escucharlo hoy. Cada vez que abrimos las Escrituras con humildad, cada vez que buscamos Su palabra con un corazón dispuesto, Él nos habla como si estuviéramos allí con Él.

El versículo 36 refuerza aún más este principio: “Y testificaréis que las habéis oído de mí; porque os es dado el poder de oírlas de mí mismo.”

El Señor nos está diciendo que cuando estudiamos Sus palabras con fe, no solo estamos leyendo historias antiguas o principios abstractos. Estamos recibiendo revelación personal. Estamos escuchando Su voz hablándonos directamente.

¿Cómo podemos aplicar esto en nuestra vida?

  1. Leer las Escrituras con la certeza de que Dios nos está hablando. No es solo estudio; es comunicación con el Padre y el Hijo.
  2. Prestar atención a las impresiones del Espíritu. Muchas veces, la voz del Señor no se escucha con los oídos, sino con el corazón.
  3. Testificar de lo que hemos aprendido. Así como Oliver debía testificar de las palabras del Señor, nosotros también debemos compartir Su mensaje con otros.

En un mundo donde tantas voces compiten por nuestra atención, hay una que nunca cambia, nunca engaña y siempre edifica: la voz del Salvador en las Escrituras. Y si afinamos nuestros oídos espirituales, la escucharemos con claridad, con poder y con amor.


En conclusión Doctrina y Convenios 18


Oliver Cowdery y sus compañeros se encontraban en los albores de una gran obra. Habían recibido la confirmación de que el evangelio estaba siendo restaurado en su plenitud, pero aún había mucho que aprender. El Señor, con Su infinita sabiduría y amor, les reveló principios fundamentales que no solo les servirían en su tiempo, sino que quedarían escritos para guiar a todos los discípulos de Cristo en las generaciones venideras.

Construir sobre la roca del evangelio

El Señor comenzó Su instrucción asegurándole a Oliver que la obra en la que participaba no era de origen humano, sino divino. “Te mando que confíes en las cosas que están escritas” (D. y C. 18:3), le dijo, subrayando que el evangelio está construido sobre un fundamento inamovible.

Esto no era un simple consejo; era un recordatorio de que la verdad revelada es la única base segura sobre la que se debe edificar la fe. Así como un edificio no puede sostenerse sobre arena, la fe no puede sostenerse en dudas o en enseñanzas cambiantes del mundo. Cristo es la roca.

Oliver debía confiar en las Escrituras, en lo que ya había sido revelado, y con esa confianza, ayudar a establecer la Iglesia. En nuestros días, el desafío es el mismo: ¿construimos nuestra vida sobre doctrinas pasajeras o sobre la firmeza del evangelio de Jesucristo?

El infinito valor de las almas

Mientras el Señor continuaba Su enseñanza, expresó una verdad profunda y sencilla:

“El valor de las almas es grande a la vista de Dios.”

Estas palabras lo explicaban todo. Eran la razón por la que se restauraba la Iglesia. Eran la razón por la que se enviaban apóstoles a predicar el arrepentimiento. Eran la razón por la que Jesucristo había descendido a la tierra y había sufrido “el dolor de todos los hombres” (D. y C. 18:11).

Dios no mide el valor de una persona por su riqueza, su educación o su posición social. A Sus ojos, cada alma es inestimable. La historia del evangelio está llena de ejemplos de Su amor por el individuo: la oveja perdida, la moneda extraviada, el hijo pródigo. Cada relato nos recuerda que para Dios, nadie es insignificante.

¿Cómo cambiaría nuestra vida si viéramos a los demás como los ve Él? ¿Cómo cambiaría la manera en que nos vemos a nosotros mismos si realmente creyéramos que somos de gran valor para nuestro Padre Celestial?

El gozo de traer almas a Cristo

Luego, el Señor hizo una promesa maravillosa: “Si me trajereis muchas almas, ¡cuán grande será vuestro gozo!” (D. y C. 18:16).

El Salvador quería que Oliver entendiera que la felicidad verdadera no se encuentra en la fama ni en la acumulación de riquezas, sino en ayudar a otros a venir a Cristo.

Cada alma que acepta el evangelio, cada persona que encuentra la luz del arrepentimiento, trae gozo no solo al cielo, sino también a quienes le ayudaron en el camino. No es casualidad que los misioneros regresen de sus asignaciones diciendo que fue la experiencia más feliz de sus vidas. No es coincidencia que los padres sientan un gozo inmenso al ver a sus hijos caminar en el sendero del Señor.

Este principio sigue siendo cierto hoy. Si queremos sentir una felicidad más profunda y significativa, debemos buscar maneras de ayudar a los demás a acercarse a Cristo. No siempre significa ser un misionero de tiempo completo. A veces, es simplemente compartir nuestro testimonio, invitar a alguien a la Iglesia, o ser un ejemplo vivo del amor de Cristo.

Escuchar la voz del Señor en las Escrituras

Finalmente, el Señor reveló un principio poderoso sobre Su palabra: “Estas palabras no son de hombres ni de hombre, sino mías.”

A veces, al leer las Escrituras, podemos preguntarnos: ¿Realmente es la voz del Señor la que estoy escuchando? La respuesta de Doctrina y Convenios 18 es clara: sí, lo es.

El Señor nos habla a través de Su palabra. Cuando leemos con fe, cuando meditamos en Sus enseñanzas, cuando buscamos respuestas en las Escrituras, estamos escuchando Su voz.

Él mismo dijo: “Os hablo como si estuvierais presentes, y sin embargo no lo estáis.” (D. y C. 18:35).

Esto significa que, aunque no hayamos caminado con Él en Galilea, aunque no hayamos estado en el Monte Sinaí ni en la arboleda sagrada, podemos escuchar Su voz hoy, aquí y ahora.

Si afinamos nuestros oídos espirituales y abrimos nuestro corazón, Él nos hablará. Pero la clave es buscarlo en las Escrituras con humildad y fe.

Un llamado personal

Las palabras del Señor a Oliver Cowdery en Doctrina y Convenios 18 no fueron solo para él. Son para cada persona que desee ser discípulo de Cristo.

Él nos llama a edificar nuestra fe sobre Su evangelio, a ver nuestro verdadero valor y el de los demás, a sentir el gozo de ayudar a otros a arrepentirse, y a reconocer Su voz en las Escrituras.

Si vivimos estos principios, nuestra vida será más firme, más llena de amor, y con un propósito eterno. El Señor nos invita a confiar en Él, a valorar a Sus hijos y a escuchar Su voz. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a hacerlo?


    1. José Smith y el Arrepentimiento Sincero
    2. El “cómo” estudiar las escrituras
    3. Tendrás Mi Palabra: El Ministerio Personal de Jesucristo en la Restauración
    4. Discusiones sobre Doctrina y Convenios El valor de las almas D. y C. 18 y 19
    5. ¡El Valor de las Almas es Grande! Conferencia General Abril 1973

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