Espiritualmente Plenos con Él

“Espiritualmente Plenos con Él”
Por la Presidenta General Camille N. Johnson
Conferencia General Abril 2025

Resumen: Camille N. Johnson reflexiona sobre el concepto de la sanación espiritual en contraste con la curación física y emocional. Comienza con el relato de los diez leprosos que fueron sanados por Jesucristo, destacando que, mientras que nueve de ellos solo recibieron sanación física, uno volvió para agradecer y, como resultado, fue sanado tanto física como espiritualmente. La presidenta Johnson pregunta si es posible ser espiritualmente sano mientras se espera la sanación física y emocional, respondiendo que sí, a través de la fe en Jesucristo y la conversión a Él.

La sanación espiritual, explica, es un proceso continuo en el que debemos ejercer nuestra fe, arrepentirnos, seguir a Jesucristo y permitir que Su luz entre en nuestras vidas. La virtud y la caridad son claves para acercarnos a Él y fortalecer nuestra confianza en Su amor. Cita el ejemplo de Enos, quien, por su fe en Cristo, recibió la salvación y la sanación espiritual. También se refiere a la parábola de las diez vírgenes, destacando que la virtud y la conversión a Jesucristo son esenciales para mantener nuestra lámpara llena y estar preparados para Su Segunda Venida.

La presidenta Johnson enfatiza que la sanación espiritual no significa necesariamente una restauración física en esta vida, pero sí nos permite encontrar paz y gozo mientras esperamos la curación completa en la resurrección. A través de la fe y la conversión, podemos ser espiritualmente sanos, como lo demuestra el apóstol Pablo, quien, a pesar de su aflicción, encontró fuerza y gozo en Cristo. La presidenta también destaca el testimonio de María Magdalena, quien fue testigo de la resurrección de Jesucristo, y concluye testificando que todos seremos sanados en Él, tanto espiritualmente como físicamente, en Su tiempo.

Este discurso nos invita a reflexionar sobre la importancia de la sanación espiritual en nuestra vida diaria. Aunque enfrentemos pruebas físicas y emocionales, podemos experimentar una sanación profunda a través de la fe en Jesucristo y la conversión a Él. Este proceso nos permite vivir con esperanza, gozo y confianza, sabiendo que la curación total llegará en la resurrección. Al vivir con caridad y virtud, como nos enseña la presidenta Johnson, podemos mantener nuestra luz encendida, preparados para el regreso de nuestro Salvador. El amor y la sanación que Él ofrece son perfectos y accesibles para todos, y podemos encontrar paz y consuelo en Su presencia mientras esperamos el cumplimiento final de todas las promesas.

Palabras claves: Sanación, Conversión, Esperanza, Jesucristo, Resurrección, Caridad


“Espiritualmente Plenos con Él”

Por la Presidenta General Camille N. Johnson
Presidenta General de la Sociedad de Socorro

La plenitud no significa necesariamente una restauración física y emocional en esta vida. La plenitud nace de la fe en Jesucristo y de la conversión a Él.


Diez leprosos clamaron al Salvador: “Ten misericordia de nosotros.” Y Jesucristo la tuvo; les dijo que se mostraran al sacerdote, y mientras iban, fueron limpiados de la enfermedad. Uno de ellos, cuando vio que había sido sanado, ofreció alabanzas a Dios, regresó al Salvador, se postró a sus pies y expresó gratitud. El Salvador le dijo al que estaba agradecido: “Tu fe te ha sanado.”

Jesucristo había curado a diez leprosos, pero uno, al regresar al Salvador, recibió algo más: fue sanado. Nueve leprosos fueron curados físicamente; uno fue sanado física y espiritualmente.

Al meditar en este relato, me he preguntado si lo opuesto es cierto. Si el ser curado y ser sanado no es lo mismo, ¿puede uno ser espiritualmente sano pero, sin embargo, no ser curado física y emocionalmente? El Maestro sanador curará todas nuestras aflicciones físicas y emocionales en su tiempo, pero, a la espera de esa curación, ¿puede uno ser espiritualmente sano?

¿Qué podría significar ser espiritualmente sano? Somos sanos en Jesucristo cuando ejercemos el albedrío para seguirlo con fe, sometemos nuestro corazón a Él para que pueda cambiarlo, guardamos sus mandamientos y entramos en una relación por convenio con Él, perseverando con mansedumbre y aprendiendo de los desafíos de este estado terrenal, hasta que regresemos a su presencia y seamos sanados en todo sentido.

Puedo ser espiritualmente sana mientras espero otro tipo de sanación, si soy incondicional en mi relación con Él. La fe en Jesucristo genera esperanza; hay esperanza al esforzarme por ser espiritualmente sana, una sanación que nace de la fe en Jesucristo. Dicha fe aumenta mi esperanza de ser sanada, y esa esperanza refuerza mi fe en Él. Es un ciclo poderoso.

El Señor le dijo a Enos que su fe lo había salvado. Enos recibió la salvación cuando meditó en las palabras de su padre, el profeta Jacob, comenzó a comprender la oportunidad de la vida eterna y clamó a Dios en ferviente oración. En ese estado de deseo y humildad, la voz del Señor vino a él anunciando que sus pecados le eran perdonados. Enos preguntó al Señor: “¿Cómo se lleva esto a efecto?” Y el Señor respondió: “Por tu fe en Cristo, tu fe te ha salvado.”

Por medio de nuestra fe en Cristo, podemos procurar ser sanados espiritualmente mientras esperamos la sanación física y emocional en virtud de su Expiación. Y cuando nos arrepentimos sinceramente, Él nos sana del pecado, tal como hizo con Enos. Su Expiación infinita también alcanza nuestros dolores y pesares, pero es posible que Él no nos sane de enfermedades y dolencias tales como dolor crónico, trastornos autoinmunes como esclerosis múltiple, cáncer, ansiedad, depresión y otras similares. Ese tipo de curación llegará en el tiempo del Señor, y, mientras tanto, podemos elegir ser sanados espiritualmente al ejercer fe en Él.

Ser sano conlleva estar completo o pleno, al igual que las cinco vírgenes prudentes, que tenían sus lámparas llenas de aceite cuando llegó el novio. Podemos ser sanos en Jesucristo cuando llenamos las lámparas con el aceite fortalecedor de la conversión a Él. Así, estamos preparados para la simbólica cena de bodas, su segunda venida.

En la parábola, las diez vírgenes estaban en el lugar correcto, esperando al novio, y cada una tenía una lámpara. Pero, cuando Él llegó a la inesperada medianoche, las cinco insensatas no tenían suficiente aceite para sus lámparas. No se las describió como inicuas, sino más bien como insensatas. Las insensatas no se prepararon debidamente para mantener sus lámparas encendidas con el aceite de la conversión. Y así, en respuesta a su petición de ser admitidas en la cena de bodas, el novio respondió: “No me conocéis”, dando a entender que las cinco prudentes sí lo conocían, eran sanas en Él. Sus lámparas estaban llenas del aceite de la conversión, lo que permitió que las prudentes entraran al banquete de bodas a la diestra del novio.

Como lo expresó el Salvador, “Sed fieles, orando siempre, llevando arregladas y encendidas vuestras lámparas, y una provisión de aceite, a fin de que estéis listos a la venida del esposo.”

Hace poco se colocó una escultura que representa a las cinco vírgenes prudentes en la manzana del templo, justo afuera del edificio de la Sociedad de Socorro y a la sombra del templo de Salt Lake. Es un lugar apropiado para la aplicación de la parábola, porque cuando hacemos y guardamos convenios, en particular aquellos que están disponibles en la casa del Señor, llenamos nuestras lámparas con el aceite de la conversión. Aunque las mujeres que representan las cinco prudentes no están compartiendo el aceite de su conversión, comparten su luz mientras sostienen en alto sus lámparas, que, llenas de aceite, arden intensamente. Es significativo que se las represente apoyándose la una a la otra, hombro con hombro, un brazo alrededor del otro, haciendo contacto visual e invitando a otros a venir a la luz.

Sin duda, somos la luz del mundo. El Salvador dijo: “Os doy a vosotros ser la luz de este pueblo; una ciudad que se asienta sobre una colina no se puede ocultar. Encienden una vela y la ponen debajo de un almud, no, sino en un candelero, y da luz a todos los que están en la casa. Por lo tanto, así alumbre vuestra luz delante de este pueblo, de modo que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”

Se nos manda compartir su luz, así que mantengan su lámpara llena del aceite de la conversión a Cristo y prepárense para mantenerla arreglada y ardiendo con fuerza. Luego, hagan que esa luz brille; al compartir nuestra luz, llevamos el alivio de Jesucristo a los demás. Nuestra conversión a Él se profundiza y podemos ser sanados espiritualmente, aún mientras esperamos a ser curados. Al dejar que nuestra luz brille, podemos sentir gozo, aún mientras esperamos.

Hay un ejemplo de las Escrituras que refuerza el principio de ser sanados espiritualmente al convertirnos a Jesucristo y obtener fortaleza de Él, aún mientras esperamos a ser curados. El apóstol Pablo tenía un tipo de aflicción, lo que él describió como un aguijón en mi carne, y tres veces le había pedido al Señor que se lo quitara. El Señor le dijo a Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” A lo que Pablo declaró: “Por tanto, de buena gana me gloriaré en mis debilidades para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por causa de Cristo, me gozo en las debilidades, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.”

El ejemplo de Pablo sugiere que, incluso en nuestra debilidad, nuestra fortaleza en Cristo puede perfeccionarse, es decir, ser completa y plena. Quienes luchan con pruebas terrenales y acuden a Dios con fe, como Pablo, pueden recibir las bendiciones de conocer a Dios. Pablo no fue sanado de su aflicción, pero era espiritualmente sano en Jesucristo; aún en su adversidad, brillaba la luz de su conversión a Jesucristo y la fortaleza que provenía de Él. Y Pablo sentía gozo. En su epístola a los filipenses exclamó: “Regocijaos en el Señor siempre; otra vez os digo, ¡regocijaos!”

Hermanas y hermanos, la respuesta es sí, sí podemos ser espiritualmente sanos, aún mientras esperamos la sanación física y emocional.

La sanación espiritual no significa necesariamente una restauración física y emocional en esta vida. Esta nace de la fe en Cristo, de la conversión a Él y de dejar que la luz de esa conversión brille. Muchos son los llamados, pero pocos deciden ser los escogidos. Todos seremos sanados física y emocionalmente en la resurrección, pero ¿decidirán ahora ser sanos en Él?

Declaro con gozo que estoy convertida a Cristo. Me esfuerzo por ser sana en Él. Estoy segura de que todas las cosas serán restauradas y que la sanación llegará en su tiempo, porque Él vive.

María Magdalena era una mujer con la que Jesucristo estuvo y que Jesucristo curó. Era una mujer sana en Él. Como su discípula, siguió al Salvador por toda Galilea y lo ministró. Estuvo presente al pie de la cruz como testigo de su muerte, fue a su tumba para terminar los preparativos del entierro y descubrió que la cubierta de piedra había sido quitada y que el cuerpo del Señor no estaba. María estaba llorando en el sepulcro cuando le preguntaron: “¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas?” María clamó: “Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.”

Y Jesús la llamó tiernamente por su nombre: “María”. Y ella lo reconoció y respondió con reverencia: “Raboni, maestro.”

Al profetizar sobre el Salvador, Isaías dijo: “Destruirá la muerte para siempre, y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros.” Su resurrección permitió que se enjugaran las lágrimas de María, y seguramente Él enjugará también las de ustedes.

María fue la primera testigo del Salvador resucitado y la primera en testificar a los demás de lo que había visto. Humildemente agrego mi testimonio al de María: Él ha resucitado. Jesucristo vive.

Al final, todos seremos sanados física y emocionalmente en Él, y mientras esperamos esa sanación, la fe en el Maestro Sanador nos sanará espiritualmente.

En el nombre de Jesucristo, amén.

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