Ven, sígueme – Doctrina y Convenios 37–40

Ven, sígueme
Doctrina y Convenios 37–40
21 – 27 abril: “Si no sois uno, no sois míos”


Contexto Histórico

En los primeros años de la restauración del evangelio, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se encontraba en un período de rápida expansión, pero también de grandes pruebas. Joseph Smith, el profeta de la restauración, recibió revelaciones que guiaron a los miembros de la Iglesia en diversas direcciones para cumplir con la voluntad de Dios.

En Doctrina y Convenios 37, una revelación dada el 2 de febrero de 1831, el Señor instruyó a los santos a reunirse en un solo lugar, específicamente en Ohio, para prepararles para el cumplimiento de la obra de restauración. Esta revelación llegó poco después de que Joseph y sus seguidores se trasladaran a Kirtland, Ohio, y después de que el Señor les hubiera mostrado que su obra debía comenzar a expandirse fuera de Nueva York. Los santos en Nueva York recibieron el mandato de “salir” hacia el Oeste, a Ohio, un lugar que ya estaba siendo preparado por la mano de Dios. La revelación mostró la importancia de la unidad y de estar juntos como una comunidad de creyentes para poder avanzar en la obra del Señor.

El capítulo 38, revelado el 3 de febrero de 1831, es una instrucción más extensa que el Señor dio a la Iglesia. En este capítulo, el Señor destacó la importancia de la unidad y el amor entre los miembros de la Iglesia. Dios también instruyó a los santos a estar preparados para el trabajo que les esperaba. Había una gran misión por delante, y la Iglesia se expandiría. La revelación también les preparaba para los desafíos que encontrarían, especialmente en la persecución que los miembros sufrirían en las siguientes décadas. El Señor reafirmó Su llamado a José Smith como profeta y líder de la Iglesia y les indicó que en un futuro todos los miembros de la Iglesia deberían estar dispuestos a apoyar la obra de restauración, aun cuando las circunstancias fueran difíciles.

Doctrina y Convenios 39 fue dada también en febrero de 1831, un día después de la revelación de capítulo 38. En este caso, el Señor se dirigió específicamente a James Covill, un hombre que había sido instruido por los misioneros y que, en un principio, aceptó el evangelio. Covill se mostró dispuesto a unirse a la Iglesia, pero debido a la persecución y las dificultades, dudaba. El Señor le instó a seguir adelante con la fe, a abandonar las preocupaciones de su vida anterior y dedicarse completamente a la obra del Señor. Esta revelación subraya cómo el Señor ofrece oportunidades de redención y ministerio a cada individuo, pero también requiere decisiones valientes y fieles en medio de las dificultades.

Finalmente, Doctrina y Convenios 40 fue revelada a Joseph Smith el 4 de febrero de 1831. Aquí, el Señor abordó la situación de Covill y mostró cómo su falta de fe y su negativa a seguir la revelación resultaron en su pérdida de las bendiciones que se le habían prometido. El capítulo muestra la importancia de obedecer la palabra del Señor y cómo la indiferencia o la desobediencia pueden cerrar las puertas de la oportunidad. Esta revelación le sirvió a la Iglesia como un recordatorio de que la fe y la obediencia a las revelaciones son esenciales para avanzar en el cumplimiento de la obra divina.

Estos capítulos son fundamentales para entender cómo la restauración de la Iglesia avanzó hacia nuevas fases de crecimiento y desafío. La revelación dada a los primeros santos en Ohio marcó el comienzo de una serie de eventos que prepararon el terreno para los siguientes pasos en la restauración del evangelio. La invitación a reunirse en Ohio, la exhortación a la unidad y el trabajo arduo, y el testimonio de cómo la fe y la obediencia son esenciales para cada miembro son lecciones que resuenan incluso hoy. Estos pasajes también reflejan la naturaleza de las pruebas que los primeros santos enfrentarían y cómo la revelación continuaría guiando a la Iglesia en su misión global.

La Iglesia como una causa más grande: En los primeros días de la restauración, la Iglesia no era solo un lugar de culto, sino un movimiento lleno de propósito, misión y esperanza. Se trataba de ser parte de una causa más grande que trasciende la vida cotidiana. La idea de ser parte del “reino de Dios” y de “establecer Sion” le dio a los santos una razón para sacrificar mucho. Esto nos enseña que ser parte de la Iglesia implica algo más que asistir a los servicios los domingos. Es ser parte activa de la obra del Señor, que tiene implicaciones eternas y requiere compromiso personal.

El sacrificio y la obediencia: Los primeros santos debieron hacer sacrificios significativos al obedecer el mandato de congregarse en Ohio, dejando atrás casas cómodas y viajando a un lugar desconocido. Esto subraya cómo el camino del discipulado puede ser desafiante, pero está lleno de promesas de bendiciones. A menudo, los sacrificios de obedecer los mandatos del Señor no son fáciles ni convenientes, pero nos enseñan que, al seguir la voluntad de Dios, obtenemos algo mucho más grande que cualquier comodidad temporal.

Fe en las promesas del Señor: Aunque los primeros santos solo podían vislumbrar lo que el Señor tenía reservado para ellos, su fe les permitió seguir adelante. En nuestro tiempo, tenemos una ventaja en la retrospectiva: podemos ver cómo el Señor cumplió sus promesas. Esto nos invita a tener fe en las promesas de Dios, incluso cuando no podemos ver claramente el futuro. Las bendiciones del Señor siempre son mayores de lo que podemos imaginar.

La causa de “establecer Sion” sigue vigente hoy: Hoy en día, la invitación de establecer Sion sigue siendo la misma, aunque ya no sea necesario congregarse en Ohio. El llamado a “abandonar los afanes del mundo” (Doctrina y Convenios 40:2) nos recuerda que el discipulado requiere prioridad en la vida. En un mundo lleno de distracciones y preocupaciones, la invitación es a centrarnos en la causa del Señor y en las bendiciones que Él nos ofrece al seguir Su camino.

Bendiciones y sacrificios: La promesa de una “bendición mayor que cualquiera que hayas conocido” (Doctrina y Convenios 39:10) resalta la naturaleza de las bendiciones de Dios: son invaluables y superan nuestras expectativas. Sin embargo, estas bendiciones no siempre vienen sin esfuerzo ni sacrificio. Aprendemos que el sacrificio y la obediencia nos abren el camino a bendiciones divinas que no siempre podemos prever en el momento, pero que siempre son más grandes de lo que podríamos haber imaginado.

De los primeros santos, podemos aprender que ser parte de la Iglesia de Jesucristo no es solo una cuestión de asistir a los servicios, sino de involucrarse en una causa eterna y significativa. Requiere sacrificio, obediencia y, sobre todo, fe en las promesas del Señor. Si bien el contexto ha cambiado, el llamado sigue siendo el mismo: buscar y establecer Sion en nuestras vidas, y confiar en que las bendiciones que el Señor tiene para nosotros son mayores de lo que podemos imaginar.


Doctrina y Convenios 37–38
Dios nos congrega para bendecirnos.

De estas secciones, nos invita a reflexionar sobre el sacrificio que hicieron los primeros santos para obedecer el mandato de congregarse en Ohio, y nos invita a considerar cómo ese principio de congregarnos para recibir bendiciones sigue siendo relevante hoy en día. Los miembros de la Iglesia en Fayette, Nueva York, tuvieron que hacer sacrificios significativos al mudarse a Ohio en un invierno difícil de 1831. Este mandato del Señor, aunque demandante, se basaba en la promesa de bendiciones divinas. En este contexto, el llamado a congregarnos, tanto en tiempos antiguos como en la actualidad, tiene un propósito de bendición, de edificación y de unidad en Cristo.

En Doctrina y Convenios 37:3-4, el Señor da un mandato importante a los santos de la época, invitándolos a congregarse en Ohio:
“3 Y en cuanto a vosotros, si habéis hecho las cosas que os he mandado, lo que habéis recibido será un testimonio contra vosotros en el juicio.
4 Y ahora os mando que salgas al país de Ohio, y que allí os reunáis con los demás, y que seáis uno.”

Estos versículos hacen referencia a un sacrificio físico, ya que los santos tuvieron que dejar sus hogares y propiedades para trasladarse a un lugar nuevo, en este caso, Ohio, para reunirse y formar una comunidad más unida que pudiese avanzar en la obra del Señor.

Al leer estos versículos, puedo pensar en los sacrificios que el Señor me ha pedido a lo largo de mi vida. Si bien no tengo que hacer un sacrificio tan grande como mudarme a Ohio como los primeros santos, hay momentos en los que el Señor me invita a dejar de lado comodidades, actitudes o incluso planes personales para seguir Su voluntad. Algunos ejemplos de los sacrificios que puede pedirme el Señor incluyen:

Sacrificio de tiempo: El Señor me ha pedido que dedique tiempo a la oración, al estudio de las escrituras, al servicio a los demás, y a mis responsabilidades en la Iglesia. Esto puede significar dejar de lado tiempo para mis propios intereses o preocupaciones personales.

Sacrificio de comodidad: A veces, el Señor me llama a hacer cosas que me sacan de mi zona de confort, ya sea hablar con alguien sobre el evangelio, visitar a alguien que necesita ayuda, o hacer algo que requiera esfuerzo y dedicación.

Sacrificio de actitudes o pensamientos: A veces, el sacrificio puede ser interior. El Señor me ha pedido que deje de lado actitudes de resentimiento, egoísmo o falta de perdón, y en su lugar, que cultive amor, paciencia y humildad.

Sacrificio de seguridad: En ocasiones, puedo sentir que el Señor me pide que confíe más en Él y que tome decisiones que no parecen las más seguras o fáciles, pero que requieren fe para seguir Su camino.

Al pensar en los sacrificios que el Señor me pide, puedo recordar que siempre hay un propósito detrás de ellos. Los primeros santos hicieron sacrificios físicos al mudarse a Ohio, y esos sacrificios fueron parte de la obra del Señor para establecer Su reino en la tierra. Del mismo modo, los sacrificios que el Señor me pide hoy me ayudarán a acercarme más a Él, a aprender a confiar en Sus promesas, y a ser una mejor parte de Su obra en la tierra.

Los sacrificios no siempre son fáciles, pero al obedecer el mandato del Señor, podemos recibir grandes bendiciones, tal como lo hicieron los primeros santos al obedecer el mandato de congregarse en Ohio. Al reflexionar sobre los sacrificios que me pide el Señor, puedo ver que Su propósito es mi crecimiento espiritual y preparación para recibir las bendiciones que Él tiene preparadas para mí.

¿Qué aprendes en los versículos 11–33 de Doctrina y Convenios 38 sobre las bendiciones de congregarnos como seguidores de Jesucristo?

En estos versículos, el Señor enseña a los santos sobre las bendiciones que provienen de congregarse y ser parte de Su obra. Algunas de las bendiciones que encontramos en estos versículos son:

Unidad y fortaleza: Congregarnos en un lugar de fe permite que los santos se fortalezcan mutuamente, estén unidos en propósito y crezcan juntos en la fe. En Doctrina y Convenios 38:27, el Señor dice: “Que estéis unidos en un solo corazón y en una sola mente, sin tener en vosotros diferencias.”

Protección divina: Al seguir el mandato del Señor, los santos son protegidos y guiados por Él. El Señor promete bendiciones para los que se congregan en Su nombre y se mantienen fieles (Doctrina y Convenios 38:8-9).

Una mejor preparación para la segunda venida: El acto de congregarse y unirse como seguidores de Jesucristo es parte del proceso de preparación para la venida del Salvador. Al estar juntos, fortalecemos nuestra fe y nos preparamos para las bendiciones del reino celestial (Doctrina y Convenios 38:15-16).

Recompensas espirituales y materiales: El Señor promete dar a los fieles “una gran recompensa” (Doctrina y Convenios 38:16). Esto puede incluir tanto bendiciones espirituales como materiales, ya que Dios bendice a Su pueblo en todas las áreas de la vida cuando siguen Su voluntad.

Este pasaje refleja una enseñanza fundamental de la doctrina restaurada: el Señor siempre llama a Su pueblo a congregarse y unirse en lugares específicos para la edificación de Su iglesia, con el propósito de fortalecer a los individuos y a la comunidad en la fe. El sacrificio que hicieron los primeros santos al mudarse a Ohio es un ejemplo de obediencia y confianza en las promesas divinas. Aunque el sacrificio fue grande, las bendiciones que el Señor les prometió y que ellos recibieron fueron mucho mayores. En nuestra vida hoy, aunque la situación ha cambiado, los principios fundamentales siguen siendo los mismos. La congregación de los santos es un medio para fortalecer nuestra fe, unidad y preparación espiritual para la venida de Cristo.

Al estudiar estos pasajes, aprendemos que la congregación en la iglesia de Jesucristo tiene un propósito divino y una gran bendición. Al igual que los santos antiguos, que hicieron sacrificios para reunirse en Ohio, también nosotros somos llamados a hacer sacrificios para reunirnos en la casa del Señor y fortalecer nuestra fe. Las bendiciones que recibimos al congregarnos son profundas, no solo espirituales, sino también materiales, ya que el Señor promete cuidar y bendecir a Su pueblo fiel. Por lo tanto, debemos reflexionar sobre cómo congregarnos no solo fortalece nuestra fe, sino que nos prepara para las bendiciones futuras que el Señor tiene reservadas para nosotros, particularmente en relación con la segunda venida de Cristo.

En resumen, este pasaje nos enseña sobre la importancia de la unidad en Cristo y cómo, a través de la obediencia al mandato de congregarnos, recibimos protección, fortaleza y bendiciones tanto temporales como espirituales. Al seguir el consejo del Salvador, podemos estar mejor preparados para los desafíos de la vida y para la venida de nuestro Salvador.


Doctrina y Convenios 38:22
“Escuchad mi voz y seguidme”.

El versículo Doctrina y Convenios 38:22 dice:
“Escuchad mi voz y seguidme”.
Este es un llamado directo del Señor a Sus seguidores, en el cual Él les invita a oír Su voz y seguir Su ejemplo. Este mandato tiene un gran significado, ya que refleja un principio fundamental del evangelio: la obediencia a la voluntad de Dios. Jesús no solo es nuestro Salvador y Redentor, sino también nuestro líder, guía y legislador. La clave de este versículo es el acto de “seguirle”, lo que implica una acción consciente y constante de alinearse con Su voluntad.

¿De qué manera puedes hacer que Jesucristo sea tu “legislador”?

Hacer que Jesucristo sea nuestro “legislador” significa reconocer Su autoridad divina y hacer de Sus enseñanzas, mandamientos y ejemplos la base para nuestra vida. En lugar de seguir las leyes o normas del mundo, que a menudo pueden ser influenciadas por la naturaleza caída, decidimos someternos a las leyes de Cristo, que nos guían a la santidad y a la vida eterna. Algunas maneras en que podemos hacer esto incluyen:

Seguir Sus mandamientos: Vivir conforme a los mandamientos que Él nos ha dado, como el amor a Dios y al prójimo, el arrepentimiento, el perdón y la humildad (Juan 14:15).

Obedecer Sus enseñanzas: Tomar Sus palabras como principio rector de nuestras decisiones diarias. Como Él dijo en Mateo 7:24–27, quien escucha y pone en práctica Sus palabras es como el sabio que edifica sobre la roca.

Imitar Su ejemplo: Ser como Él en nuestra vida diaria, mostrando compasión, servicio y amor incondicional a los demás.

Aceptar Su expiación: Reconocer que Jesús es nuestro Legislador porque Él es quien, con Su sacrificio, nos ha dado la posibilidad de arrepentirnos y cambiar. Su expiación no solo nos salva, sino que también nos guía al camino de la paz y la libertad espiritual.

¿En qué forma el seguir Sus leyes te hace parte de “un pueblo libre”?

Seguir las leyes de Jesucristo, de hecho, nos lleva a ser libres de las ataduras del pecado, la culpa y la muerte. Aunque el mundo puede percibir la obediencia a las leyes de Dios como una restricción, el Señor enseña que en la verdadera libertad se encuentra la obediencia a Su palabra. Cuando seguimos las enseñanzas de Cristo, somos libres de las cadenas del pecado, lo que nos permite tener paz y gozo, independientemente de las circunstancias externas.

Además, ser parte de “un pueblo libre” implica ser parte de una comunidad unida bajo los principios del evangelio, donde la verdad y la justicia gobiernan, y donde cada individuo tiene la oportunidad de crecer espiritualmente. El seguimiento de Jesucristo nos libera de la confusión y la oscuridad espiritual, y nos da el poder para vivir en armonía con Dios y entre nosotros.

2 Nefi 2:26-27:
“Y los hombres son libres para escoger la libertad y la vida eterna mediante el poder de Cristo; y son libres para escoger la cautividad y la muerte, según lo que elija cada hombre…”
Este pasaje refuerza la idea de que el verdadero camino hacia la libertad está en seguir a Cristo. Él nos da la libertad de escoger entre la vida y la muerte, y esa libertad se manifiesta cuando elegimos vivir según Sus leyes.

El llamamiento de Jesucristo en Doctrina y Convenios 38:22 es una invitación clara y directa a escuchar Su voz y seguirle. Al hacer de Él nuestro Legislador, reconocemos Su autoridad divina y seguimos Sus enseñanzas como el fundamento de nuestra vida. Este acto de obediencia, lejos de ser una carga, nos brinda libertad, ya que nos libera del pecado, la confusión y la muerte espiritual. Al seguir las leyes de Cristo, nos unimos como un pueblo libre en el sentido más profundo, un pueblo guiado por la luz y la verdad de nuestro Salvador.

La verdadera libertad no se encuentra en la ausencia de reglas, sino en vivir de acuerdo con los principios divinos que Jesús nos enseñó. Al seguir Sus leyes, somos liberados de las ataduras del pecado y encontramos paz y propósito. Al hacer de Jesucristo nuestro Legislador, no solo experimentamos libertad personal, sino que también nos convertimos en parte de un pueblo unido por el amor de Dios y la justicia divina.


Doctrina y Convenios 38:30
Si estoy preparado, no debo temer.

Este versículo ofrece una promesa poderosa del Señor: si estamos debidamente preparados, podemos enfrentar cualquier desafío sin temor. La preparación no solo se refiere a estar listos en el sentido práctico o material, sino también en un sentido espiritual y emocional. Este principio de preparación es clave en la doctrina del evangelio, ya que nos invita a estar listos para las pruebas y dificultades que surgen en la vida, confiando en que la fe y la obediencia nos brindarán la fortaleza necesaria para enfrentarlas.

El contexto histórico de este versículo revela que el Señor estaba preparando a los santos para tiempos difíciles. A lo largo de Doctrina y Convenios 38, el Señor les habla sobre la necesidad de unidad, de seguir Su palabra y de prepararse para los desafíos que enfrentarían. En este contexto, la preparación no solo se trata de anticipar dificultades, sino de estar espiritualmente listos para hacer frente a las pruebas con fe y valentía.

¿Cuándo has experimentado el principio que el Señor reveló en Doctrina y Convenios 38:30: “Si estáis preparados, no temeréis”?

Personalmente, he experimentado este principio en varias ocasiones, cuando he estado enfrentando decisiones importantes o desafíos en mi vida. Recuerdo un momento específico cuando me encontré en una situación difícil y, aunque había incertidumbre, me di cuenta de que la preparación espiritual que había tenido a lo largo del tiempo —como la oración constante, el estudio de las escrituras, y el seguir los principios del evangelio— me dio la paz y la seguridad necesarias para no temer. Aunque la situación era desafiante, mi preparación espiritual me ayudó a confiar en que el Señor me guiaría y me daría la fuerza para superar cualquier dificultad.

En momentos de incertidumbre, como una enfermedad en la familia o un cambio importante en la vida, he notado que estar preparado espiritualmente —con una relación sólida con Dios, un corazón dispuesto a seguir Su voluntad, y la fe de que Él me guiará— elimina el temor y me permite enfrentar las circunstancias con mayor calma y confianza.

¿Cómo quiere Él que te prepares para los desafíos, de modo que no temas?

A lo largo de Doctrina y Convenios 38, el Señor explica que la preparación espiritual es clave para enfrentar los desafíos de la vida sin temor. Algunas maneras en que Él quiere que me prepare incluyen:

Fortalecer mi fe en Cristo: La fe es la base para enfrentar cualquier dificultad. Al seguir el ejemplo de Jesucristo, puedo desarrollar confianza en Él, sabiendo que Él tiene el control de todas las cosas y que no estoy solo.

Obedecer los mandamientos: La obediencia a las leyes y mandamientos de Dios me prepara para recibir las bendiciones que Él tiene reservadas para mí. La obediencia me da la seguridad de que estoy alineado con la voluntad de Dios, lo que fortalece mi capacidad para enfrentar las pruebas sin temor.

Estudio constante de las escrituras: El estudio de las escrituras, especialmente de las promesas que el Señor hace a Su pueblo, me da la paz y el entendimiento necesarios para enfrentar las dificultades con esperanza.

Oración y comunión con Dios: La oración es una herramienta fundamental para mantenerme preparado. A través de la oración, puedo buscar guía, consuelo y fortaleza, lo cual me ayuda a mantener la calma y la confianza cuando los desafíos se presentan.

Desarrollar un corazón lleno de gratitud: La gratitud me ayuda a ver las bendiciones de Dios en medio de las dificultades, lo que me permite confiar más plenamente en Él y enfrentar los desafíos con una perspectiva positiva.

En su artículo “Con esto los probaremos”, el élder David A. Bednar enfatiza la importancia de la preparación espiritual frente a las pruebas que todos enfrentamos. Él explica que las dificultades no son solo obstáculos, sino oportunidades para fortalecer nuestra fe y confianza en Dios. El élder Bednar señala que la preparación espiritual es clave para afrontar las dificultades con fortaleza y sin miedo, ya que las pruebas son una parte natural de la vida y el Señor está con nosotros para ayudarnos a superarlas.

“La fe no elimina las pruebas, pero nos da la fuerza para afrontarlas. […] Si estamos bien preparados, podemos enfrentar cualquier desafío con confianza y sin temor, sabiendo que el Señor está con nosotros.”

El principio de que “si estáis preparados, no temeréis” es un recordatorio de que nuestra preparación espiritual es fundamental para afrontar cualquier desafío con valentía. No se trata solo de estar listos para lo inesperado, sino de construir una base sólida de fe, obediencia y confianza en el Señor. Cuando seguimos el consejo de prepararnos espiritualmente, como el estudio de las escrituras, la oración constante y la obediencia, el miedo se disipa, porque confiamos en que Dios tiene el control. La preparación nos permite ver las pruebas no como obstáculos insuperables, sino como oportunidades para crecer en fe y fuerza. En última instancia, este principio nos enseña que no necesitamos temer al futuro si estamos preparados para enfrentarlo con el poder y la paz que vienen de Dios.


Doctrina y Convenios 38:24–27
Dios desea que “se[amos] uno”.

Estos versículos nos muestran una instrucción clara de parte del Señor: la unidad es esencial para el pueblo de Dios. Los santos en Ohio, aunque provenientes de diferentes contextos y experiencias, tenían la responsabilidad de unirse en un solo corazón y mente. Esta es una invitación para eliminar las diferencias y trabajar juntos con un propósito común: seguir a Cristo y edificar Su reino. El Señor nos recuerda que, si no somos uno, seremos destruidos. La unidad no es solo una recomendación, sino una condición para el bienestar y el progreso del pueblo de Dios.

Te dejo un análisis por versículos
“24 Y que estéis unidos en un solo corazón y en una sola mente, sin tener en vosotros diferencias.
El Señor nos manda estar unidos en un solo corazón y en una sola mente, lo cual es una invitación a la unidad perfecta, en la cual todos los miembros de la Iglesia deben estar alineados no solo en sus acciones, sino también en sus pensamientos, deseos y sentimientos. La unidad en el corazón y la mente implica estar de acuerdo no solo en las prácticas externas, sino también en los principios fundamentales del evangelio. Esta unidad espiritual y emocional fortalece a la comunidad y crea un ambiente en el que el Espíritu Santo puede obrar con poder.

“La unidad no solo es importante; es esencial para la obra del Señor. Cuando el pueblo de Dios está unido, Su obra progresa de manera impresionante” — Élder Dieter F. Uchtdorf.

En nuestras relaciones familiares, en la Iglesia y en la sociedad, podemos practicar la unidad al comunicar nuestros pensamientos y deseos de manera abierta y honesta, buscando comprender los puntos de vista de los demás y alineándonos en los principios de amor, fe y obediencia a las enseñanzas de Cristo.

La unidad en la mente y el corazón comienza con un cambio personal: debemos trabajar en nuestra propia disposición de escuchar, comprender y practicar la voluntad de Dios.

25 Y ahora, no seréis tolerantes en cuanto a la conveniencia de estar divididos; ni seréis unos con los otros en cuanto a las disputas.
El Señor advierte que no debemos ser tolerantes a las divisiones ni a las disputas. Las disputas y las divisiones dentro de la Iglesia, ya sea por diferencias doctrinales, personales o culturales, son obstáculos para el progreso del reino de Dios. El Señor está señalando que, si bien las diferencias de opinión son naturales, la unidad en Cristo debe prevalecer sobre todo. Las divisiones debilitan la comunidad y desvían la atención de la misión de la Iglesia.

“La unidad es la clave para vencer las divisiones. La paz y la armonía prevalecen cuando trabajamos juntos por un propósito común” — Élder Russell M. Nelson.

Debemos evitar alimentar disputas o divisiones en nuestras interacciones, ya sea en la familia, el barrio o el cuórum. En lugar de enfocarnos en nuestras diferencias, debemos buscar acuerdos y soluciones basadas en principios cristianos.

Practicar la paciencia, la tolerancia y la disposición para perdonar es vital para eliminar las divisiones, lo que a su vez fortalece la unidad.

26 Y si sois sabios, veréis que hay una voluntad mucho más grande que la vuestra para que seáis uno, y que no seáis divididos;
El Señor nos recuerda que Su voluntad es mucho más grande que la nuestra y que, en Su sabiduría divina, nos ha llamado a ser uno. La unidad no es solo un ideal moral, sino una voluntad divina que nos lleva a buscar lo que es mejor para la comunidad, no para nuestro propio beneficio personal. Esto implica un abandono del egoísmo y la disposición para sacrificar nuestros propios deseos para lograr la unidad.

“La voluntad de Dios es que seamos uno. Si los discípulos de Cristo se mantienen unidos, los corazones de muchos serán tocados por la luz del evangelio” — Élder Jeffrey R. Holland.

La unidad no debe basarse en el acuerdo total sobre cada tema; más bien, debe ser una decisión consciente de alinearnos con la voluntad de Dios y de seguir el ejemplo de Jesucristo, quien siempre buscó la unidad y la reconciliación.

Al enfrentar desacuerdos, debemos preguntarnos: “¿Qué haría Cristo?” y buscar soluciones que fomenten la paz y la unidad, incluso cuando no estemos de acuerdo en todo.

27 Porque si no os hacéis uno, seréis destruidos.”
Este versículo es una advertencia seria sobre las consecuencias de la falta de unidad. La destrucción aquí no se refiere solo a la pérdida física, sino a la desintegración espiritual y social que ocurre cuando las personas no se unifican bajo los principios de Cristo. La unidad es necesaria no solo para el bienestar de la Iglesia en la tierra, sino también para nuestra preparación para vivir con Dios en el reino celestial.

“La desunión dentro del pueblo de Dios es una de las tácticas más efectivas del adversario. Nos destruye espiritualmente y debilita nuestra capacidad de cumplir con la misión divina que el Señor nos ha dado” — Élder M. Russell Ballard.

La unidad es esencial para nuestra salvación y el avance del reino de Dios. Si nos enfocamos en ser uno en Cristo, podremos superar la adversidad y crecer espiritualmente.

El trabajo en equipo y la cooperación son esenciales en todas las áreas de la vida cristiana. Al trabajar juntos, no solo fortalecemos la Iglesia, sino que también nos preparamos para la venida de Cristo, cuando estaremos unidos en Su presencia.

Doctrina y Convenios 38:24–27 nos proporciona enseñanzas profundas sobre la importancia de la unidad. El Señor no solo nos manda a estar unidos, sino que nos explica las consecuencias espirituales y temporales de la división. La unidad debe ser el objetivo de todos los miembros de la Iglesia, no solo en su relación con los demás, sino también en su disposición a seguir la voluntad de Dios sobre sus propios intereses personales. Cuando trabajamos para ser uno, como el Padre y el Hijo son uno, nos acercamos más a la perfección del amor y la paz que Cristo desea para nosotros.

La unidad en Cristo no es solo un principio que debemos seguir, sino una necesidad vital para nuestra salvación y para el avance de la obra de Dios. Al practicar el amor, el perdón y la disposición a sacrificarnos por el bien común, podemos ser un pueblo unido que testifica al mundo del poder transformador del evangelio. La unidad es un testimonio de nuestra fe y un paso esencial para ser el pueblo de Dios que Él desea que

¿Cómo podemos lograr este tipo de unidad?

La unidad en Cristo no ocurre de manera automática, pero se puede lograr cuando seguimos principios fundamentales del evangelio. Algunas maneras en las que podemos lograr la unidad incluyen:

Practicar el amor y el perdón: El amor es la base para la unidad. Si amamos a nuestros hermanos y hermanas como Cristo nos amó (Juan 13:34), seremos capaces de superar cualquier división. El perdón es crucial, ya que permite sanar las heridas de las diferencias pasadas y trabajar juntos en armonía.

Abandonar el egoísmo: Para ser uno, debemos dejar de lado nuestras ambiciones personales y centrarnos en el bien común, el de la familia, el barrio o la Iglesia. Esto significa poner las necesidades de los demás por encima de nuestras propias preferencias.

Establecer objetivos comunes: En la vida cristiana, nuestro objetivo común es seguir a Jesucristo y construir el Reino de Dios. Al centrarnos en este objetivo común, nuestras diferencias se vuelven menos significativas, y la unidad se convierte en algo natural.

Comunicación y comprensión: Escuchar a los demás, buscar comprensión y tener una disposición para aprender de las experiencias de los demás también fomenta la unidad. La unidad no significa que todos tengamos la misma perspectiva, sino que podamos trabajar juntos a pesar de nuestras diferencias.

¿Qué ideas te vienen a la mente conforme lees Doctrina y Convenios 38:24–27?

Al leer estos versículos, surgen varias ideas clave:
Unidad en la diversidad: Aunque los santos en Ohio provenían de diferentes contextos, el Señor los mandó a ser uno. Esto me recuerda que, en la Iglesia hoy, también somos personas con diferentes antecedentes, experiencias y perspectivas, pero debemos estar unidos por Cristo.

La importancia de la humildad: Para lograr la unidad, es necesario humillarse y dejar de lado el orgullo. Esto puede incluir ceder ante los demás, escuchar más y hablar menos, y reconocer que no siempre tenemos la razón.

El propósito divino de la unidad: El Señor nos llama a la unidad no solo para que estemos en paz entre nosotros, sino para que podamos trabajar juntos en la obra de Dios y edificar Su reino. La unidad es clave para cumplir con Su voluntad.
¿Por qué debemos estar unidos para ser el pueblo de Dios?

La unidad es fundamental para ser el pueblo de Dios por varias razones:

Cumplir el mandato de Cristo: Jesús oró por la unidad de Sus seguidores (Juan 17:21). Si deseamos seguir a Cristo, debemos esforzarnos por estar unidos. La unidad refleja el carácter de Cristo y es un testimonio del poder transformador del evangelio.

Fortaleza y protección: Cuando estamos unidos, somos más fuertes. Las divisiones nos debilitan, mientras que la unidad nos permite enfrentar juntos las dificultades y las adversidades. El pueblo de Dios puede lograr más cuando está unido en propósito y acción.

Testimonio para el mundo: El mundo está lleno de división, y cuando los miembros de la Iglesia se unen en amor y servicio, damos un poderoso testimonio de la verdad del evangelio. La unidad es una luz para los demás, y a través de ella podemos atraer a otros a Cristo.

En su mensaje “La paz de Cristo pone fin a las enemistades”, el élder Dale G. Renlund habla sobre cómo la paz de Cristo puede sanar las divisiones entre las personas. Él señala que las enemistades y las divisiones no solo ocurren entre naciones, sino también dentro de la Iglesia y en nuestras relaciones personales. La paz que Cristo ofrece puede ayudarnos a superar las diferencias y a vivir en unidad. El élder Renlund enseña que la paz de Cristo “no solo pone fin a la enemistad, sino que crea unidad entre las personas que antes no podían llevarse bien”.

“La unidad no es una opción, sino un mandato. Dios desea que seamos uno, como Él y Su Hijo son uno”

La unidad es una característica esencial del pueblo de Dios. Jesús oró por la unidad de Sus discípulos, y es nuestro deber esforzarnos por ser uno, tanto dentro de la familia, el barrio y la Iglesia. La unidad no significa que no tengamos diferencias, sino que estas diferencias no deben separarnos ni dividirnos. Al seguir el ejemplo de Cristo, al practicar el amor y el perdón, y al centrarnos en nuestros objetivos comunes, podemos ser un pueblo unido. En tiempos de división y conflicto, la paz de Cristo es la clave para restaurar la unidad y construir un reino de amor y hermandad. Al lograr esta unidad, podremos ser verdaderamente el pueblo de Dios, y al mundo se le mostrará la luz del evangelio a través de nuestra unidad.

Efesios 2:14, 18–22
En estos versículos, el apóstol Pablo habla sobre cómo Jesucristo rompió la barrera de separación que existía entre judíos y gentiles, creando paz y reconciliación a través de Su sacrificio. Él, como “la paz”, derribó las murallas de enemistad y construyó una nueva unidad basada en la fe en Él. El Salvador, mediante Su sacrificio en la cruz, reconciliaba a los hombres con Dios y entre sí, unificando a toda la humanidad en Su sacrificio redentor.

Versículo 14: “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno…”
Jesús no solo trae paz entre los individuos, sino también entre naciones, pueblos y culturas, unificando a todos bajo el principio del amor y la redención. Esta enseñanza nos invita a superar las divisiones que existen en el mundo y a buscar la paz en Cristo, quien es el único que puede unirnos realmente.

Versículos 18–22: Estos versículos subrayan la idea de que todos tenemos acceso al Padre a través de Jesucristo. Él es la piedra angular que une a todos los miembros de la familia humana, y en Él, la Iglesia se edifica como un “templo santo”. Esto refuerza la idea de que, al seguir a Cristo, podemos ser uno en Él, superando las diferencias que nos separan y viviendo en unidad.

2 Nefi 26:24–28
El profeta Nefi también testifica sobre la invención de la paz a través de Jesucristo, quien vino para llamar a los pecadores al arrepentimiento y para ofrecer salvación y unidad. Nefi habla sobre cómo los que son del Señor se unirán en paz y no se separarán, y también hace un llamado a la justicia para evitar la opresión y el sufrimiento.

Versículo 24: “Él invita a todos a venir a él…”
El Salvador extiende Su invitación a todos sin importar su trasfondo o cultura. Él no hace distinción y desea que todos puedan llegar a ser parte de Su pueblo. Esta invitación abierta nos enseña que no importa nuestra historia o situación actual, podemos ser unificados en Cristo si aceptamos Su invitación.

Versículo 28: “Pero he aquí, los que son de Cristo son un pueblo escogido…”
Aquellos que siguen a Cristo forman un pueblo elegido, lo cual implica que la unidad en Cristo no solo es algo espiritual, sino también un principio que nos define como comunidad. Vivir en unidad en Cristo es una señal de que hemos sido elegidos para Su propósito divino y somos parte de algo más grande que nosotros mismos.

Estos versículos me inspiran profundamente porque me recuerdan que Cristo es el puente que nos une. En un mundo tan dividido por conflictos, diferencias culturales y raciales, el ejemplo del Salvador es un llamado urgente a buscar la unidad y la paz a través de Él. Él rompe las barreras, ya sean espirituales, emocionales o físicas, y nos invita a todos a ser parte de un cuerpo unido en Él.

El ejemplo de Cristo, al traer paz entre los pueblos y reconciliar a los pecadores con el Padre, me inspira a buscar la unidad en mis relaciones personales, especialmente con aquellos con quienes tengo desacuerdos. Al seguir Su ejemplo, podemos ser más tolerantes, comprensivos y amorosos, y reconocer que cada persona, independientemente de su historia o trasfondo, tiene un valor eterno en los ojos de Dios.

El discurso “Corazones entrelazados con rectitud y unidad”, el élder Quentin L. Cook nos invita a trabajar para que nuestros corazones estén entrelazados con rectitud y unidad. El élder Cook habla sobre cómo la unidad no solo es un acto de estar juntos físicamente, sino de tener una unidad espiritual y moral basada en la rectitud. Esta unidad es el reflejo del amor de Cristo, quien nos unió a todos en Su sacrificio y nos mostró cómo debemos vivir en armonía con los demás.

“Cuando nuestra unidad se basa en principios divinos y en el amor de Cristo, somos capaces de superar cualquier barrera que nos separe” — Élder Quentin L. Cook.

El ejemplo del Salvador en Efesios 2:14, 18–22 y 2 Nefi 26:24–28 nos enseña que, a través de Cristo, todas las barreras de separación y enemistad pueden ser derribadas. Él vino a esta tierra para llamar a todos a unirse a Él y formar un pueblo unido en la justicia, el amor y la paz. Al seguir Su ejemplo, podemos superar cualquier división que haya en nuestra vida, sea entre países, culturas, familias o individuos, y experimentar la unidad que Cristo ofrece. Esta unidad no es solo física, sino espiritual y emocional, basada en el amor y el sacrificio de Cristo.

En nuestra vida diaria, podemos practicar esta unidad al buscar la paz y el entendimiento en nuestras relaciones, perdonar a los demás como Cristo nos perdona y trabajar juntos en un propósito común: seguir a Jesucristo y construir Su reino. Al hacerlo, nos convertimos en un reflejo del cuerpo de Cristo, donde cada miembro tiene su lugar y propósito, y todos estamos unidos en Él.


Doctrina y Convenios 38:39; 39–40
El Padre desea darme las riquezas de la eternidad.

En Doctrina y Convenios 38:39, el Señor dice:
“Y no buscáis las riquezas de la tierra, sino las riquezas de la eternidad.”
Este versículo refleja una enseñanza clara sobre dónde debemos centrar nuestros esfuerzos y prioridades. En este contexto, el Señor está invitando a Sus discípulos a reflexionar sobre el propósito verdadero de sus vidas y las riquezas que realmente importan. A continuación, haré un análisis de lo que representan las “riquezas de la tierra” y las “riquezas de la eternidad”, y cómo este principio se aplica en la vida cotidiana.

“Las riquezas de la tierra”:
Las “riquezas de la tierra” son aquellas cosas materiales, temporales y temporales que muchas veces buscamos y valoramos en el mundo. Estas incluyen dinero, propiedades, estatus social, comodidades materiales y éxito mundano. Si bien estas cosas no son inherentemente malas, el peligro surge cuando nos enfocamos en ellas en exceso, dejando de lado lo que realmente importa en la vida eterna. La cultura moderna, en particular, nos enseña que el éxito y la felicidad se miden por lo que poseemos y por lo que logramos, pero el Señor nos advierte que estas riquezas son efímeras y no duraderas. Al final, las riquezas de la tierra no tienen valor eterno.

“Las riquezas de la eternidad”:
Por otro lado, las “riquezas de la eternidad” representan los tesoros espirituales, aquellos que no se pueden obtener con dinero ni logros mundanos, pero que tienen un valor infinito e inmortal. Estas riquezas incluyen la fe en Cristo, el arrepentimiento, la obediencia a los mandamientos de Dios, las bendiciones de la Expiación, la salvación, la paz interior, el amor genuino hacia los demás, y el servicio desinteresado. Son aquellas cosas que enriquecen nuestro espíritu y que nos preparan para la vida eterna con nuestro Padre Celestial. Son riquezas que no se desvanecen ni se destruyen, sino que se multiplican con el tiempo y nos acompañan más allá de la muerte.

En mi opinión, la principal diferencia entre las “riquezas de la tierra” y las “riquezas de la eternidad” radica en el propósito y la permanencia. Las riquezas materiales pueden ofrecer comodidad y seguridad en esta vida, pero no garantizan paz verdadera, propósito espiritual o gozo eterno. En cambio, las riquezas de la eternidad son las que nos llenan de propósito, nos conectan con Dios y con los demás de una manera significativa y profunda, y tienen un impacto positivo y duradero en nuestra vida y en la vida de aquellos que nos rodean.

Experiencias que me han enseñado a valorar las riquezas de la eternidad:
He aprendido a lo largo de los años que las experiencias más valiosas de la vida no se compran ni se logran con éxito material, sino con tiempo invertido en relaciones significativas, en aprender del evangelio, y en servir a los demás. Por ejemplo, cuando he tenido momentos de dificultad, ya sea por desafíos personales o familiares, he aprendido que la fe en Dios y el apoyo de seres queridos son mucho más importantes que cualquier logro material. Estos momentos me han enseñado que, aunque las preocupaciones mundanas a veces son inevitables, lo que realmente da paz y consuelo es la relación con Dios, el perdón, y el amor incondicional que experimentamos cuando buscamos hacer Su voluntad.

He experimentado que servir a los demás y enfocarme en su bienestar me ha dado una satisfacción mucho más profunda que cualquier premio o reconocimiento externo. Esto se aplica especialmente en el servicio dentro de la Iglesia, donde he visto la transformación espiritual que ocurre cuando ponemos las necesidades de otros antes que las nuestras. Estas experiencias me han enseñado que las riquezas de la eternidad no solo son los logros espirituales propios, sino también el impacto positivo que podemos tener en la vida de los demás.

La enseñanza de Doctrina y Convenios 38:39 me invita a reflexionar sobre lo que realmente valoro y persigo en la vida. Si bien las riquezas materiales pueden proporcionar confort temporal, lo que realmente tiene valor eterno es lo que hacemos por nuestra salvación personal y por la salvación de los demás. En un mundo que frecuentemente valora el éxito material, esta enseñanza es un recordatorio crucial de que las riquezas espirituales —como la fe, la esperanza, el amor y el servicio— son las que nos preparan para una vida eterna en la presencia de Dios. En mi vida, he encontrado que al enfocarme en estas riquezas eternas, mi felicidad y paz son más duraderas y profundas que cualquier logro mundano.

Doctrina y Convenios 40:1:
“Y he aquí, yo te digo que tú has sido apartado para predicar la palabra de Dios con valentía y no temer.”

Este versículo subraya la importancia de la fidelidad en cumplir con los mandatos de Dios. La fidelidad al seguir los mandamientos y servir a los demás en el nombre de Cristo trae bendiciones espirituales y nos prepara para cumplir el propósito divino que Dios tiene para nosotros. También nos invita a predicar la palabra con valentía, sin temor, lo que se conecta con la idea de que la fidelidad nos da la confianza para hacer frente a los desafíos y ser instrumentos en las manos de Dios.

Doctrina y Convenios 40:2:
“Pero he aquí, que si no te levantas para salir de entre ellos, sufrirás la condenación.”

Este versículo destaca cómo los afanes del mundo (enfoque en preocupaciones temporales, placeres mundanos, o deseos egoístas) pueden obstaculizar la obediencia a la voluntad de Dios. Si estamos tan absorbidos por los afanes de la vida diaria, podemos perder de vista lo que es verdaderamente importante y, como resultado, no escuchar la palabra de Dios con alegría.

¿De qué maneras fuiste bendecido por tu fidelidad?
Al reflexionar sobre cómo he sido bendecido por mi fidelidad, puedo pensar en varios momentos de mi vida donde la obediencia y la constancia en seguir los mandamientos me han permitido experimentar paz y guía divina en tiempos de incertidumbre. Por ejemplo, cuando he decidido seguir principios del evangelio, como el perdón o la honestidad, aunque no era lo más fácil o conveniente, he visto cómo esas decisiones me han fortalecido espiritualmente y me han acercado más a Dios. También he experimentado bendiciones temporales como una mejor salud mental y emocional, relaciones más fuertes y un sentido de propósito más claro.

¿Cómo podrían los “afanes del mundo” evitar que recibas la palabra de Dios “con alegría”?
Los afanes del mundo, como las preocupaciones por el dinero, la carrera, las expectativas sociales y otras presiones externas, pueden desviarnos de lo que realmente importa. Cuando nos concentramos excesivamente en las preocupaciones temporales o buscamos la gratificación inmediata, podemos perder el enfoque en los principios del evangelio y no estar tan dispuestos a recibir la palabra de Dios con alegría. Estas distracciones pueden hacer que no sintamos la paz y la alegría que provienen de la obediencia y de vivir el evangelio.

Un ejemplo claro es cómo la falta de tiempo o el estrés generado por las demandas laborales o familiares pueden hacer que ignoremos las invitaciones de oración, estudio de las escrituras o servicio a los demás. Esto puede alejarnos de recibir la palabra de Dios con el corazón abierto, ya que la preocupación por los afanes mundanos puede ahogar la palabra.

¿Qué encuentras en esas secciones que te inspire a obedecer a Dios con mayor constancia?
Hay varias enseñanzas inspiradoras en estos versículos:

La fidelidad trae bendiciones: El versículo en Doctrina y Convenios 40:1 me recuerda que la fidelidad no solo es un mandato, sino también una fuente de fortaleza espiritual. Si soy constante en mi obediencia, puedo tener confianza en la dirección que Dios me da, y ser un instrumento para Su obra.

La unidad y la obediencia son esenciales: El versículo 39:9 subraya la importancia de la unidad y obediencia para evitar consecuencias negativas. Este recordatorio me inspira a buscar siempre la unidad en mi vida, ya sea con Dios, con mi familia, en la Iglesia o con mis hermanos en la fe.

Escuchar con alegría: Doctrina y Convenios 40:2 me enseña cómo los afanes del mundo pueden entorpecer mi capacidad de recibir la palabra de Dios “con alegría”. Esta idea me inspira a priorizar lo espiritual en mi vida, para poder escuchar la voz de Dios con un corazón dispuesto, libre de distracciones que alejen mi paz.

Estas enseñanzas me motivan a reflexionar sobre mis prioridades. Muchas veces, los afanes del mundo pueden parecer apremiantes o urgentes, pero cuando los comparamos con la paz y la alegría que provienen de la obediencia a Dios, vemos que los beneficios espirituales son mucho más valiosos y duraderos. La fidelidad no solo implica cumplir con los mandamientos, sino también buscar y abrazar la voluntad de Dios en cada aspecto de nuestra vida. He experimentado que, cuando hago el esfuerzo por poner a Dios en primer lugar, las bendiciones espirituales y temporales siguen, y el estrés y la ansiedad disminuyen.

Este pasaje me anima a enfocar mis esfuerzos en lo que es eterno y a no dejar que las distracciones temporales impidan mi crecimiento espiritual. Al seguir a Dios con constancia, podemos experimentar una unidad más profunda con Él y con aquellos a nuestro alrededor, encontrando una alegría más profunda en Su palabra y en Su voluntad.


Comentario final:

Este texto de Doctrina y Convenios 37-40 nos ofrece profundas lecciones sobre la unidad, el sacrificio, la obediencia y la preparación espiritual, principios que fueron cruciales para los primeros santos y que siguen siendo fundamentales para nosotros hoy en día. En estos capítulos, el Señor instruye a los santos sobre la necesidad de congregarse, tanto físicamente como espiritualmente, para avanzar en la obra de la restauración. La unidad es destacada como un requisito esencial para ser parte del pueblo de Dios, ya que solo a través de ella podemos avanzar en la misión divina.

La obediencia al llamado de reunirse en Ohio no solo era un acto de sacrificio, sino una muestra de confianza en las promesas de Dios, las cuales se cumplen de maneras mucho más grandes de lo que podemos imaginar. Este llamado a la unidad también se extiende a nuestra vida actual, invitándonos a dejar de lado las divisiones y trabajar juntos con un propósito común: edificar el reino de Dios en la tierra.

El texto también subraya la importancia de estar espiritualmente preparados para los desafíos de la vida. La preparación no solo es una cuestión de estar listos para las dificultades materiales, sino sobre todo una preparación espiritual que nos permita enfrentar cualquier adversidad con fe y sin temor. En este contexto, la invitación a seguir la voz del Señor, como en Doctrina y Convenios 38:22, nos llama a hacer de Jesucristo nuestro Legislador, guiándonos con Su autoridad para ser un pueblo libre, libre del pecado y del temor.

Finalmente, el llamado a buscar las «riquezas de la eternidad» (Doctrina y Convenios 38:39) nos recuerda que el verdadero propósito de nuestra vida es seguir a Cristo y acumular tesoros espirituales que trascienden lo temporal. La obediencia y los sacrificios que hacemos en nuestra vida diaria, aunque desafiantes, nos preparan para recibir bendiciones más allá de lo que podemos imaginar.

En resumen, este pasaje nos enseña que la unidad, el sacrificio y la obediencia son principios vitales para nuestro progreso espiritual y para la edificación de Sion en nuestros corazones y comunidades. Al seguir estos principios, nos acercamos más a Cristo y nos preparamos para las bendiciones eternas que Él tiene reservadas para nosotros.


Testifico que las enseñanzas de unidad, sacrificio y obediencia que encontramos en Doctrina y Convenios 37-40 son principios eternos que aún hoy en día tienen un profundo impacto en nuestras vidas. A lo largo de mi vida, he experimentado la importancia de estar unidos en un solo propósito y de sacrificarnos por el bien de la obra del Señor. Los primeros santos fueron un ejemplo poderoso de lo que significa seguir la voluntad de Dios, a pesar de los sacrificios que requería.

El Señor nos invita a ser uno, y he visto cómo, cuando nos unimos con un propósito común y nos alejamos de las divisiones, el Espíritu del Señor se hace presente de maneras poderosas en nuestras vidas. La unidad nos fortalece, no solo como individuos, sino como una comunidad en Cristo. También testifico que cuando seguimos los mandamientos y nos preparamos espiritualmente, el temor se disipa, porque sabemos que el Señor está con nosotros en cada paso. Él cumple sus promesas, y nuestras bendiciones son más grandes de lo que podemos imaginar.

A lo largo de mi vida, he aprendido que las riquezas del mundo, aunque tentadoras, no nos brindan la paz ni la satisfacción duradera que las riquezas de la eternidad nos ofrecen. Las bendiciones que recibimos al vivir conforme a los principios del evangelio son invaluables, y aunque puedan requerir sacrificio, siempre están acompañadas de una paz que solo el Señor puede dar.

Sé que el Señor nos llama a seguirle, a congregarnos y a ser parte activa de Su obra. Al hacerlo, nos preparamos para un futuro eterno, un futuro lleno de bendiciones que trascienden lo que esta vida terrenal puede ofrecer. Mi testimonio es que, al vivir según estos principios, podemos experimentar una transformación en nuestra vida que nos acerca más a nuestro Salvador y nos prepara para su venida.

Testifico de la verdad de estas enseñanzas en el nombre de Jesucristo, amén.


Un Análisis
Doctrina y Convenios Sección 37
Doctrina y Convenios Sección 38
Doctrina y Convenios Sección 39
Doctrina y Convenios Sección 40

Discusiones sobre Doctrina y Convenios
Atendiendo el Llamado del Señor: D. y C. 35-40

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