- El Libro De Moisés
- Capítulo 1
- El Sagrado Nombre
- Jehováh
- Capítulo 2
- La Ciencia Y La Creación
- Capítulo 3
- El Origen Hebreo Del Sábado De Adoración
- Capítulo 4
- Capítulo 5
- Capítulo 6
- Capítulo 7
- El Día Del Señor O ¿Cuándo Descansará La Tierra?
- Capítulo 8
- El Libro De Abraham
- Capítulo 1
- Capítulo 2
- Capítulo 3
- Capítulo 4
- Capítulo 5
- El Simbolismo De La Gran Pirámide
—
EL LIBRO DE MOISÉS
VISIONES DE MOISÉS
Como fueron reveladas a José Smith el Profeta en Junio de 1830
—
CAPÍTULO 1
VISIONES DE MOISÉS
Como fueron reveladas a José Smith, el Profeta, en junio de 1830
El primer capítulo del Libro de Moisés, parte de la Traducción de la Biblia realizada por el profeta José Smith entre 1830 y 1831, constituye una revelación sagrada que reintroduce al lector al modelo profético de experiencias visionarias y transfiguraciones espirituales. Este capítulo no tiene paralelo directo en el texto del Génesis, y ofrece una poderosa apertura doctrinal que sitúa a Moisés como un profeta de visiones celestiales, enfrentamientos espirituales y conocimiento profundo del plan divino.
Durante una experiencia en la cima de una montaña alta, Moisés es llevado a la presencia de Dios, quien lo transfigura para que pueda soportar su gloria. Dios le declara que es su hijo, le revela la inmensidad de Su obra y Su gloria, y le muestra visiones de esta tierra y de muchos mundos creados por medio del Hijo Unigénito. Moisés aprende que el propósito eterno de Dios es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre, una declaración que resume el objetivo último de Su plan divino.
Además, el capítulo relata un episodio crucial en el que Moisés es tentado por Satanás, lo enfrenta y lo rechaza con poder espiritual. Esta confrontación subraya la importancia de conocer y discernir la verdadera gloria de Dios en contraste con las imitaciones del adversario. Posteriormente, Moisés recibe visiones más profundas sobre la creación de incontables mundos, el papel de Jesucristo como Creador, y el conocimiento eterno de Dios sobre todas Sus creaciones.
Este capítulo establece las bases para comprender la misión profética de Moisés desde una perspectiva eterna y cósmica, revelando verdades doctrinales que van más allá del simple relato histórico, y elevando al lector a considerar el plan de salvación en su dimensión más amplia.
VERSÍCULOS 1–2. Las palabras de Dios, las que habló a Moisés.
Aunque sólo podemos conjeturarlo, probablemente en los primeros años de la madurez de Moisés, éste fue arrebatado a un lugar recóndito de una montaña muy alta, donde prevalecían la quietud y la soledad. Fue llevado a este sitio sagrado por el poder y el Espíritu de Dios, quien consideró prudente que, por medio de Moisés, el género humano supiera de la creación de la Tierra y del Hombre.
Como hemos señalado, algunos consideran que dicha historia es un mito. También hemos indicado que este relato es la historia autorizada más antigua dada a la humanidad concerniente al origen del hombre y del universo, la Caída y la promesa de una Redención.
En la soledad de la cima de la montaña, Moisés vio a Dios cara a cara y habló con Él. A fin de que pudiera soportar el glorioso esplendor de la presencia de Dios, Moisés fue transfigurado. (Transfigurado significa cambiar la forma o apariencia de; exaltar, glorificar, iluminar; especialmente se refiere al cambio sobrenatural en la apariencia de Jesús cuando estuvo sobre el Monte — Mateo 17; Marcos 9). La gran y gloriosa revelación dice: “La gloria de Dios estuvo sobre él; por lo tanto, Moisés pudo soportar su presencia”.
VERSÍCULO 3. “Yo soy el Señor Dios Todopoderoso.”
Aquí el Señor explica a Moisés lo que significa su nombre: Infinito. El tiempo, medido como nosotros lo hacemos en años, es una medida desconocida en la vida eterna de Dios, porque Él le dijo a Moisés: “Yo soy sin principio de días ni fin de años”. Esto puede explicarse de este modo: los profetas de Dios son eternos. Él no hace nada que, en su naturaleza, sea temporal. Las obras de Dios son obras de verdad, y la verdad es sempiterna. La verdad siempre existió como tal; no tuvo principio ni tendrá fin. Existe por sí misma. Todas las obras de Dios y toda la verdad en Él están dedicadas a la salvación y exaltación de sus hijos, mundos sin fin. “¿Y no es esto infinito?”
Indudablemente, Moisés enseñó esta maravillosa verdad a los hijos de Israel, porque desde los comienzos de su historia ellos entendieron su alto significado. Nos lo recuerda el Salmo 111 de David: “Daré gracias al Señor con todo mi corazón, en la compañía y en la congregación de los rectos…”, etc.
VERSÍCULO 4. “He aquí, tú eres mi hijo.”
El Padre Todopoderoso impartió aquí el conocimiento de algo que Moisés jamás debió haber imaginado: la exaltada relación que existía entre ambos, la de Padre e hijo. El Padre, complacido con las obras que había realizado, y evidentemente satisfecho con los propósitos para los cuales las había establecido, mandó a Moisés que mirara: “y yo te mostraré las obras de mis manos”. Pero Dios agregó rápidamente: “No todas”, “Porque mis obras y mis palabras continuarán sin fin”, “Porque nunca cesarán”.
VERSÍCULO 5. “Ningún hombre puede ver toda mi gloria.”
Un hombre, en su estado mortal, no puede ver todas las grandiosas obras de Dios sin, al mismo tiempo, contemplar toda Su gloria. Esto no puede hacerse, pues hay muchas cosas que Dios ha decretado para los exaltados, y alguien que esté en la carne, en su estado mortal, no puede ni aun vislumbrarlas, y mucho menos verlas, pues verlas es también participar de ellas.
VERSÍCULO 6. “Tengo una obra para ti, Moisés, mi hijo.”
El Señor Dios no hace nada que no sea para un propósito sabio. Él no hace promesas vanas ni realiza cosas sin sentido o inútiles. Así que, cuando Dios le dijo a Moisés: “Yo tengo una obra para ti”, vemos en ello el comienzo de una producción grande y maravillosa, efectuada para la gloria y honra de Dios.
El gran y eterno Padre, Rey de todos nosotros, saludó a Moisés como a un hijo —o, si se prefiere, como a un príncipe en la casa real—: “Tú eres a la semejanza de mi Unigénito”. Solamente uno es Unigénito, de quien soy el Padre en la carne. “Él es lleno de gracia y de verdad.”
Lleno de gracia significa que el Unigénito está imbuido con un amor tal hacia los hijos de Dios, que lo impulsó a hacer por nosotros lo que nosotros no podríamos haber hecho. Él ofreció su vida terrenal para que nosotros pudiéramos vivir eternamente. Al hacer tal cosa, Él, el Salvador, nos redimió de la Caída de Adán. Por su gracia somos salvos. Nosotros, por nosotros mismos, no hubiéramos podido lograrlo.
“Apártate de mí, no hay Dios.”
Podemos comprender más plenamente el propósito de Dios al hacer este importante pronunciamiento a Moisés cuando entendemos las siguientes condiciones: debemos recordar que fue necesario grabar en la mente de Moisés el preponderante significado de adorar al verdadero y viviente Dios. Hay solo un Dios, y ningún otro.
Moisés había sido criado en la corte de gobernantes egipcios. Estuvo rodeado del esplendor de la realeza. A pesar del alto llamamiento que recibiría en el futuro, Moisés participó de las creencias y prácticas de los egipcios. Esto fue especialmente cierto en el caso de los israelitas, quienes vivieron esclavizados en ese país durante 400 años.
Durante esos años de esclavitud, los hijos de Israel adoptaron muchos de los hábitos y costumbres de sus amos. Esto influyó en su forma de pensar. La gran cantidad de deidades que se adoraban en esa tierra hizo que en los descendientes de Jacob gradualmente se debilitara el recuerdo del Dios de sus padres.
Los egipcios eran extremadamente idólatras. Se decía de ellos en aquel tiempo que, en Egipto, era más fácil encontrar un dios que un hombre.
Los hijos de Israel habían olvidado al Dios de sus padres. Al igual que sus opresores, trabajaban en el día que el Señor había apartado como día de descanso y consagrado a Su adoración. Eran tan inclinados a jurar como los egipcios, y se hicieron para sí dioses de piedra y de metales preciosos, ante los cuales se inclinaban y adoraban.
Tan pronto como le fue revelada esta gran verdad, Moisés la enseñó a los hijos de Israel, de la cual el Señor dijo: “Este es el primero y grande mandamiento.” Moisés les dijo: “Deuteronomio 6:4–7”.
Aquí, Dios mismo declaró su omnipresencia y su omnipotencia: “Yo conozco todas las cosas.” Él no olvida nada (salvo las transgresiones del pecador arrepentido). — (Jeremías 31:4).
El presente está delante de Él; Él conoce el futuro, y el pasado testifica de Su gloria. Aquel que creó el ojo, ve todo; Aquel que formó el oído, oye todo; Aquel que enseña conocimiento al hombre, lo sabe todo. (Salmo 94:9–10).
VERSÍCULO 7. “Moisés, mi hijo; tú estás en el mundo, y ahora te lo mostraré.”
A diferencia del Señor, cuyas creaciones son muchas, Moisés era de la tierra, terrenal. El gran globo sobre el cual vivía era una réplica de muchos otros mundos que también fueron obra de Dios. Sin embargo, esos mundos permanecían invisibles y silenciosos para los mortales, aunque para Moisés testificaron de la gloria y magnificencia del Ser Supremo. Sólo por decreto de Dios podían llegar a ser conocidos.
Dios decretó entonces que le fuera dada a Moisés la historia de la creación: “Yo te lo diré”, decretó Dios con autoridad.
VERSÍCULO 8. “Y vino a suceder que Moisés miró, y vio el mundo sobre el cual fue creado.”
Moisés miró con sus ojos iluminados por la gloria de Dios, y sus oídos abiertos por la majestad de sus palabras, y vio “el mundo y sus confines, y los habitantes de la tierra, aun desde el principio; vio a todos, desde Adán y Eva hasta el último”.
La voz de Dios —no una voz semejante al trueno sobre las lejanas montañas, sino un suave susurro— le explicó la historia del mundo, que, como un panorama, se desarrollaba frente a él.
Esto sorprendió mucho a Moisés. Estaba maravillado ante las escenas que desfilaban ante sus ojos, pues jamás había imaginado que Dios fuera el Hacedor y Creador de todo.
VERSÍCULO 9. “Y la presencia de Dios se apartó de Moisés.”
Finalizó la visión de Moisés, y ya no lo rodeó la gloria de Dios. Moisés fue dejado solo. La fuerza del Señor ya no sostenía su cuerpo mortal, y cayó a tierra.
VERSÍCULO 10. “Y por el espacio de muchas horas” Moisés no pudo recobrar su fuerza natural.
Durante muchas horas, Moisés, exhausto a causa de la visitación celestial, permaneció tendido en tierra, sin fuerzas. Sin embargo, mientras yacía allí, sin saber qué hacer, pasmado por lo que le había sido mostrado —e imaginamos que sin poder captar plenamente la magnitud de su visión—, solemnemente concluyó: “El hombre no es nada”, algo que Moisés, acostumbrado a una vida refinada, “nunca había imaginado”.
Nuestros pensamientos acerca de la grandeza del poder de Dios se expresan en las palabras de David (Salmo 8).
VERSÍCULO 11. “Pero ahora mis ojos han visto a Dios, pero no mis ojos naturales, sino mis ojos espirituales.”
La gloria de Dios, la majestad de su presencia, el Espíritu de Santidad estuvieron sobre Moisés, y al ser transfigurado ante Él, Moisés vio “cara de Dios”.
Algunos podrán ponerlo en tela de juicio —los sofistas y los incrédulos que son sabios en su propia opinión—, pero ese joven pastor que en un tiempo había estado cuidando las majadas de su suegro Jetro, vio a Dios cara a cara con sus ojos eternos y conversó con Él.
El glorioso esplendor de la presencia de Dios, al que ya nos hemos referido, hizo que, mientras yacía en el suelo, Moisés analizara la magnificencia de su visión. Y refiriéndose a ello, en voz alta manifestó que, de no haber sido “transfigurado delante de Él”, “me hubiera desvanecido y muerto en su presencia”.
Demasiado a menudo confiamos en nuestras propias fuerzas, e imaginamos que somos los amos de todo lo que nos rodea. Raras veces nos damos cuenta de que nuestra labor se desarrolla en la esfera donde Dios nos ha colocado; y en el momento en que salimos de dicha esfera y entramos en aquella donde sólo Dios manda —solos y sin la presencia de Dios—, descubrimos que no somos nada. Nuestra mayor fortaleza se convierte en debilidad, y toda nuestra sabiduría, en necedad. Pero, en la debilidad de Moisés, Dios evidenció Su fuerza (1 Corintios 12:7). La fuerza de Dios se manifestó también en la flaqueza de Pablo. Así podemos comprender la debilidad de Moisés y la fuerza de Dios.
VERSÍCULO 12. Satanás vino a tentarle.
Mientras Moisés aún yacía en el suelo, debilitado por la severa experiencia que acababa de pasar, Satanás vino a tentarlo. Le mandó a Moisés: “Moisés, hijo del hombre, adórame.”
No vendría mal, en este punto, una palabra que precise el carácter de Satanás. Desde el principio, Lucifer —quien más adelante fue conocido como Satanás— fue un hijo desobediente. Al ir madurando en las cosas espirituales, con creciente rebeldía se deleitó en la falsedad. En Doctrina y Convenios se le llama “el que fue mentiroso desde el principio” (D. y C. 93:25). En el libro de Éter 8:25 se dice de él que es el “padre de todas las mentiras”; y el mismo apelativo se le da en la Perla de Gran Precio (Moisés 4:4), lo cual significa que él fue el primero en actuar y hablar mentirosamente. Por lo tanto, todas las mentiras se han hecho y se hacen por su poder.
Lucifer procuró congregar a su alrededor a quienes, como él, se complacían en ignorar y desatender el consejo de un Padre bueno, sabio y lleno de amor. Asimismo, Lucifer fue impetuoso: buscó imponer sus ideas sobre aquellos que sostenían una opinión distinta y que tenían conciencia de su exaltada posición como hijos de Dios.
También hubo otros, quienes con gran consideración y satisfacción obedecieron y honraron los deseos y la voluntad de su Real Padre. Lucifer no hizo tal cosa. Fue orgulloso, soberbio y rebelde: orgulloso, porque él, como “hijo de la mañana”, ocupaba una alta posición en el concilio celestial; soberbio, porque alimentó la ambición de imponer sus propios designios sobre sus muchos hermanos y hermanas que moraban en la casa de su Padre; y rebelde, porque, cuando fracasó en su intento de seducirlos, su desilusión se convirtió en ira.
Y de todas las pasiones que alberga el corazón —tanto de ángeles como de hombres— el orgullo herido es una de las más amargas y malignas. Lucifer condujo a una tercera parte de las huestes celestiales en rebelión contra la autoridad de su Padre, el Dios y Padre de todos.
VERSÍCULO 13. “Moisés miró a Satanás y dijo: ¿Quién eres tú?”
Moisés, algo desconcertado pero aún conservando la fortaleza recibida del Señor, miró a Satanás, quien procuró engañarlo llamándolo “hijo del hombre”. El tentador preguntó: “¿Quién eres tú?” Evidentemente, Satanás deseaba que Moisés se sintiera inferior, ya que Moisés sabía que uno digno de ser adorado ha de ser mayor que el adorador.
“He aquí, yo soy un hijo de Dios.” Moisés, dudando de la identidad de Satanás, preguntó: “¿Dónde está tu gloria para que te adore?”
VERSÍCULO 14. “Porque no puede ver a Dios a menos que su gloria me cubriese.”
Con las escenas de su visión aún vívidas en su mente, y resonando en sus oídos las palabras de Dios, Moisés resistió la orden de Satanás de que lo adorara. “Porque, he aquí, no puedo ver a Dios a menos que su gloria me cubra. Pero yo puedo verte según el hombre natural”, fue la rápida respuesta de Moisés, y aún más rápida fue su determinación de adorar únicamente a Aquel cuya gloria había brillado con esplendor sobre él.
Por cuanto a quien le exigía adoración no lo rodeaba ninguna luz, todo era tinieblas; su presencia estaba envuelta en oscuridad.
VERSÍCULO 15. “Bendito el nombre de mi Dios.”
Vivificado por el Espíritu de Dios que aún permanecía en él, Moisés estuvo en condiciones de distinguir entre Dios y el maligno visitante, porque Dios es luz, mientras que el malvado es tinieblas.
Aquel cuya luz brilló esplendorosa, irradiando verdad y rayos de glorioso esplendor, le había dicho a Moisés: “Adora a Dios, porque a Él solo servirás.”
VERSÍCULO 16. “¡Vete, Satanás!”
Con presteza, Moisés captó el significado de las palabras de Dios: “Tú eres a la semejanza de mi Unigénito.”
Esto colocó a Moisés en una posición de autoridad espiritual respecto a Satanás, y la tentativa de este por someterlo y seducirlo fue resistida de forma resuelta, quizás como él jamás lo había experimentado:
“Apártate, Satanás. ¡Vete de aquí! No me engañes. Porque sólo a Dios adorarás, y a Él solo serviré.”
VERSÍCULO 17. La zarza ardiente.
Casi sobrecogido, Moisés, sin embargo, recordó otra visión en la cual el Señor lo había llamado desde la zarza ardiente. Con esa, eran ya dos las veces en que Dios le había hablado, en dos maravillosas manifestaciones de Su divina voluntad. “Llama a Dios en el nombre de mi Unigénito, y adórame” fue el mensaje principal que la voz de Dios declaró a Moisés en ambas ocasiones.
Muchos de los mandamientos revelados por Dios mientras Moisés estuvo sobre el monte confirmaron los mandamientos que él ya conocía cuando Dios los proclamó desde la zarza ardiente.
Nuevamente fue repetido el mensaje de ambas manifestaciones: “Llama a Dios en el nombre de mi Unigénito, y adórame” (Éxodo 3:1–10).
VERSÍCULO 18. “¡No cesaré de clamar a Dios!”
De esta forma fue puesta a prueba la integridad de Moisés y su capacidad para distinguir entre el bien y el mal; y en conocimiento, su comprensión fue vivificada, y sus ojos bendecidos penetraron las tinieblas con que su maligno visitante lo había rodeado.
Habiendo recibido abundante conocimiento gracias a las escenas que le habían sido mostradas, él, ansioso por saber más, percibió la existencia de aún mayores verdades. Por eso le pidió a Dios que le revelara esas otras cosas, pues Su gloria ya había iluminado la mente de Moisés.
De nuevo, Moisés, con creciente firmeza, ordenó a Satanás que se apartara de él.
VERSÍCULO 19. “Satanás gritó en alta voz.”
De acuerdo con los atributos que lo caracterizan, Satanás, al escuchar la inflexible determinación de Moisés de adorar sólo a Dios y servirle, gritó en alta voz —un eco que hizo temblar la tierra—: “¡Yo soy el Unigénito, adórame!”
VERSÍCULO 20. “Moisés comenzó a temer en gran manera.”
La conmoción causada por la violenta desilusión de Satanás, al ser rechazado por Moisés —una demostración de ira tan furiosa que casi pareció partir la tierra—, llenó de temor a Moisés. Al experimentar ese temor, pudo vislumbrar la amargura del infierno y los extremos a los que puede llegar el poder maligno para mostrar su odio al bien.
“Clamando a Dios por fortaleza” para sobreponerse al desmayo, Moisés fue fortalecido por el poder divino y nuevamente mandó a Satanás que se apartara de su presencia. Aún con mayor énfasis, repitió su definida determinación: “Porque sólo a Dios adoraré, el cual es el Dios de gloria.”
VERSÍCULO 21. “Satanás comenzó a temblar.”
El aterrador espectáculo que ofreció Satanás al intentar inducir a Moisés a obedecerlo sólo logró que Moisés se desvinculara por completo de sus designios. Entonces, clamando a Dios, Moisés exclamó: “En el nombre del Unigénito, ¡apártate, Satanás!”
VERSÍCULO 22. “Satanás se apartó de él.”
Ante el mandato autorizado de Moisés —ordenándole, en el nombre del Unigénito, que se alejara—, Satanás gritó nuevamente en alta voz, y otra vez la tierra se sacudió “con lloro, llanto y crujir de dientes”. Satanás se retiró de allí, aún de la presencia de Moisés, de modo que no lo vio más.
VERSÍCULO 23. “Moisés dio testimonio de esto.”
Moisés registró todas estas cosas que le sucedieron. Pero, a causa de la falta de fe en las palabras y en las obras de Dios, la maldad provocó que el relato de estos hechos permaneciera oculto al conocimiento de la humanidad.
Por más de tres mil quinientos años —es decir, hasta estos tiempos— fue velado, hasta que nuevamente fue revelado de acuerdo con la promesa de Dios, por medio de aquel a quien Él le concedió sabiduría para ese propósito.
Esa persona fue José Smith.
VERSÍCULO 24. “Moisés alzó los ojos al cielo, estando lleno del Espíritu Santo.”
Satanás no volvió a perturbar ni a molestar a Moisés. El tumulto y la agitación producidos por el Diablo fueron reemplazados por la quietud. Nuevamente reinaba la paz.
Moisés, lleno del Espíritu Santo —quien da testimonio del Padre y del Hijo— alzó los ojos al cielo.
VERSÍCULO 25. “Bendito eres tú, Moisés.”
Ya solo, Moisés, meditando en calma pero con los ojos fijos en el cielo como en oración, invocó el santo nombre de Dios, e inmediatamente vio de nuevo Su gloria, circundado de una luz que —imaginamos— debe haber sido más brillante que cualquier otra que Moisés hubiese visto.
Lleno de esa paz que es una de las preciosas dádivas de Dios, escuchó una voz que decía:
“Bendito eres tú, Moisés, porque yo, el Omnipotente, te he escogido; y serás más fuerte que muchas aguas, porque obedecerán tu mandato cual si fueses Dios.”
VERSÍCULO 26. “Yo libertaré a mi pueblo de la servidumbre, aun Israel, mi escogido.”
Sin duda, Moisés debió mirar a su alrededor, intrigado: “¿Estoy solo?”, habrá pensado. “¿Dónde está Satanás?”
Fue entonces que la voz celestial le aseguró: “Yo estoy contigo hasta el fin de tus días.”
El gran propósito encomendado a Moisés —“Tú libertarás a mi pueblo de la servidumbre, aun Israel, mi escogido”— está más plenamente detallado en Éxodo 3:7–12.
VERSÍCULO 27. “Moisés miró, y vio la tierra.”
La voz celestial continuó instruyendo a Moisés, y mientras escuchaba, él —meditando en lo que oía— vio y discernió en su mente, mediante el Espíritu de Dios, los tiempos y las épocas de toda la tierra.
Vio su creación y su preparación, con el fin de que cumpliera los grandes propósitos del Creador.
VERSÍCULO 28. “Y vio sus habitantes.”
No sólo observó la tierra y su creación, sino también a sus numerosos habitantes. Por el Espíritu de Dios, vio las incontables naciones de hombres que habitarían la maravillosa creación del Señor.
Su número era tan vasto que eran “como las arenas de la playa del mar”. No obstante, por grande que fuera su cantidad, no hubo uno solo que Moisés no viera.
VERSÍCULO 29. “Él vio muchas regiones.”
Moisés contempló las almas que ocuparían las muchas regiones de la tierra, las cuales, como en un panorama, pasaban frente a sus ojos.
Esas regiones fueron llamadas tierra por la voz que oía, refiriéndose al terreno seco que emergía de las aguas, en la tierra creada por Dios.
Los ojos de Moisés vieron hasta la última generación de los hombres que vivirían sobre la tierra. Todo esto lo vio por inspiración, por el poder de Dios.
VERSÍCULO 30. “Te ruego que me digas por qué son estas cosas así.”
Asombrado y maravillado, Moisés contemplaba la escena que con tanta claridad se desplegaba ante su visión.
No estaba confundido ni simplemente curioso, pero siendo mortal, no captaba con facilidad el propósito celestial. Por eso le preguntó al Señor:
“Dime, te ruego, por qué son estas cosas así, y por qué medio las has hecho.”
VERSÍCULO 31. “Para mi propio objeto las he hecho.”
Y de nuevo, la gloria de Dios brilló sobre Moisés, y nuevamente él estuvo en la presencia de Dios. En la conversación que siguió entre ellos —es decir, entre Dios y Moisés— este último recibió una respuesta a su pregunta que, aunque no fue directa, estuvo llena de significado: “Para mi propio objeto he hecho yo estas cosas.”
“Su sabiduría en mí permanece”, dijo el Señor.
Podemos juzgar que los eternos propósitos de Dios están siempre presentes en lo que Él hace. Todas las cosas de Dios, y todas sus obras, están consagradas por completo al bien de sus hijos y al engrandecimiento de Su propia gloria.
Permitamos que una observación de Juan el Revelador y algunas palabras del rey David sirvan como comentario completo a esta importante respuesta a la trascendental pregunta de Moisés: (Apocalipsis 4:11; Salmo 104).
Y ahora, unas palabras de Salomón, el sabio rey hebreo, en las que había verdadera sabiduría: (Proverbios 8).
VERSÍCULO 32. “Y las he creado por la palabra de mi poder.”
Dios continuó conversando con Moisés, explicándole que todas las cosas Él, Dios, las ha creado mediante Su Hijo Unigénito, Jesucristo —quien es el Unigénito del Padre— el gran Jehová, que significa Creador.
(Ver al final del capítulo: “El nombre sagrado”).
Jesucristo, obedeciendo las órdenes del Padre, creó todas las cosas bajo Su supervisión. Él fue la Palabra del Poder de Dios (Juan 1:1).
VERSÍCULO 33. “Y muchos sin número he creado.”
Las obras de Dios no se pueden contar. Las estrellas del cielo que vemos en la noche, las flores del campo, las montañas, los lagos y los valles testifican de Su gloria, y todos juntos magnifican y exaltan Su santo nombre.
El propósito de Dios al crear la tierra y sus bellezas fue el bienestar del hombre y su purificación; bendecir en lugar de maldecir a la humanidad.
La belleza de la tierra y sus riquezas —los metales preciosos y los minerales útiles que abundan en sus colinas; las fuentes de agua que sacian la sed de la tierra reseca; las colinas y llanuras cubiertas de hierba donde pastan innumerables rebaños; los campos cargados de granos maduros; los montes verdes, los cielos azules, los riachuelos— todos juntos hacen de la tierra un lugar feliz y santo, donde los hijos de Dios puedan habitar.
Cita: Salmo 19:1.
Cuando los magos de la corte de Faraón no pudieron hacer lo que habían visto hacer a Moisés y Aarón, dijeron: “Este es el dedo de Dios” (Éxodo 8:19).
Esa expresión se usa a lo largo de las Escrituras, y significa el poder, la presencia o el propósito de Dios. La creación de la tierra, su preparación como morada para los hijos de Dios —para que ellos pudieran ser santos y puros ante Él— es, verdaderamente, el dedo de Dios. En ello se manifiestan Su poder, Su presencia y Su propósito como Gran Creador.
Mundos creados.
Reiteramos lo que uno de los autores de este libro escribió en los Comentarios de Doctrina y Convenios, pág. 449:
“…ha sido usual referirse al Padre como el Creador, y esto es verdad en el sentido de que Él es el organizador del plan. Pero los mundos fueron creados por Él mediante Su Hijo.”
El Hijo de Dios, el gran Jehová, fue el arquitecto y constructor, el ejecutor del gran concilio celestial, mediante quien se hizo realidad el Plan de Salvación, así como el Plan de Redención (véase Hebreos 1:2).
Nótese la palabra “creados”, que significa formados, organizados.
No fueron hechos de la nada —ex nihilo, como algunos teólogos expresan esa imposible proposición.
Los elementos no tienen principio en cuanto a su forma esencial. El mundo, tal como lo conocemos, teniendo un principio, tendrá también un fin.
La materia en sí es lo que no tiene principio ni fin, hasta donde los mortales podemos entender. (Doctrina y Convenios 93:33)
Cristo, el Unigénito, fue el verdadero constructor y hacedor de los mundos, tal como un arquitecto es el verdadero realizador de aquello que edifica.
Los mundos fueron hechos por Él, porque Él es la fuente misma de la luz y la vida que impregnan la creación.
VERSÍCULO 34. “El primer hombre de todos los hombres, y lo he llamado Adán.”
El conocimiento principal aquí impartido es que Adán —de quien el Señor, más adelante, dice que su nombre significa “muchos”— fue el primer hombre. Este hecho es fundamental, ya que con Adán comenzó la obra de la redención.
En estos tiempos, de acuerdo con el pensamiento mundano y carente de inspiración —cuando Dios ha permitido que muchos hombres doctos sean arrastrados por un “poder engañoso” para que crean la mentira (2 Tesalonicenses 2:11)— se considera, erróneamente, como señal de gran sabiduría afirmar que es falso que Adán fuera el primer hombre y el padre de la raza humana.
En este versículo, el Señor declara enfáticamente que Adán “lo fue”. (Moisés 3:7).
En el Improvement Era, vol. 13, págs. 775–781, se dice lo siguiente:
“Adán, nuestro gran progenitor, el primer hombre, fue, lo mismo que Cristo, un espíritu preexistente. Así como Cristo tomó sobre sí un cuerpo apropiado —el cuerpo de un hombre, un ‘alma viviente’— también Adán lo hizo.
La doctrina de la preexistencia, tan claramente revelada, particularmente en estos últimos días, resuelve el misterio del origen del hombre. Esta doctrina enseña que el hombre, como entidad espiritual, fue engendrado por Padres Celestiales, nació de ellos y se desarrolló hasta alcanzar la madurez en las eternas mansiones del Padre, antes de venir a la tierra dentro de un cuerpo temporal, a fin de pasar la experiencia de la mortalidad.
Nos enseña que todos los hombres existieron como entes espirituales antes de que existiese un hombre carnal, y que todos los que han habitado la tierra desde Adán han tomado cuerpos y se han convertido en almas vivientes, igual que Adán.”
Algunos sostienen que Adán no fue el primer hombre sobre la tierra, y que el ser humano se desarrolló progresivamente desde órdenes inferiores de la creación animal. Pero estas son teorías de hombres.
La palabra del Señor declara que Adán fue “el primero de todos los hombres” (Moisés 1:34), y por lo tanto, no abrigamos ninguna duda de que fue el primer padre de nuestra raza.
José F. Smith
John R. Winder
Anthon H. Lund
Primera Presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
VERSÍCULO 35. “Pero sólo te doy un relato de esta tierra.”
La obra que le fue asignada a Moisés, bajo la dirección de Dios, se refería únicamente al mundo en el que él habitaba.
Sin embargo, las obras de Dios abarcan muchos otros mundos, y en cuanto a ellos, Moisés no recibió información.
Quizá no podamos concebir la inmensidad de la obra de Dios; verdaderamente, Sus “obras y palabras” no tienen fin. Los mundos que Él ha creado por medio de Su Hijo no pueden ser contados por el hombre. Son mundos que perduran para siempre y que cumplen los propósitos del Señor.
Hay otros que no cumplieron la medida de su creación y, por la palabra del Señor, cesaron de existir.
No obstante, en los cielos que nos cubren, en las estrellas, Dios ha levantado un memorial a Su grandeza para todas las generaciones.
La obra que se le encomendó a Moisés concernía únicamente a las cosas de esta tierra y sus habitantes.
Pero se nos dice que, aunque los otros mundos no pueden ser numerados por el hombre, para Dios sí están numerados, y esos mundos y sus reinos le pertenecen.
VERSÍCULO 36. “Moisés habló al Señor.”
Moisés no murmuró por el hecho de que su visión sobre las cosas pasadas y futuras estuviese restringida al mundo en el cual habitaba.
Con humildad y reverencia, hambriento de conocimiento, buscó saber acerca de esta tierra y de sus habitantes, y también sobre los cielos.
Suplicando piadosamente, Moisés —recordando las cosas que había visto y las palabras que la voz de Dios le había declarado— rogó al Gran Creador que le mostrara más cosas relacionadas con la misión que se le había encomendado.
Entonces Moisés dijo: “Tu siervo estará contento.”
VERSÍCULO 37. “El Señor habló a Moisés.”
(Véase el comentario sobre el versículo 5).
VERSÍCULO 38. “Y así como dejaré de existir una tierra con sus cielos, así aparecerá otra.”
No hay fin para las obras ni para las palabras de Dios. Así como una de Sus grandes creaciones deja de existir, otra comienza.
Es nuestra opinión que los materiales que componen un mundo que no ha cumplido los propósitos de su creación son reutilizados para la formación o creación de otra tierra.
No creemos que ninguna parte de esa materia quede en desuso o se convierta en desperdicio, sino que el Arquitecto y Constructor del mundo la emplea nuevamente —tal como un pastelero reutiliza los ingredientes para hacer otra torta—.
La materia no puede ser destruida ni creada de la nada.
VERSÍCULO 39. Como hemos repetido a lo largo de este capítulo, todos los propósitos de Dios, todas Sus obras y palabras están consagrados a llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.
Él se deleita en bendecir a Sus hijos: esa es Su gloria. Este es el principio sempiterna sobre el cual todas las cosas han sido y son creadas.
VERSÍCULO 40. “Moisés, hijo mío, te hablaré acerca de esta tierra.”
Dios le mandó a Moisés que escribiera ahora: “las cosas que yo te hablaré, acerca de la tierra sobre la cual te hallas”.
Y Moisés así lo hizo.
Ya sea escribiendo él mismo o mediante un secretario bajo su dirección, los escritos se atribuyen a Moisés.
Será nuestro deber señalar que la profecía expresada por el Creador —registrada en el versículo 41— fue cumplida plena y completamente mediante la diligente obra de los copistas y editores por cuyas manos pasaron estos escritos.
VERSÍCULO 41. “Cuando los hijos de los hombres menosprecien mis palabras…”
En los días de incredulidad, cuando las palabras de Dios sean desestimadas entre los hijos de los hombres; cuando las declaraciones divinas sean calificadas como necedades; cuando se diga que las obras ejecutadas por las manos de Dios no son sino fruto del azar, que existen por casualidad;
cuando los sabios en su propia opinión mutilen las Santas Escrituras porque sus ojos no ven y sus oídos no oyen las maravillosas verdades que Dios ha confiado al hombre,
entonces el Señor dice: “Levantaré a otro semejante a ti”,
y nuevamente existirá entre los hijos de los hombres —entre cuantos creyeran—
VERSÍCULO 42. “Estas palabras fueron habladas a Moisés sobre el monte”. La palabras habladas por “los a Moisés (Verso 1) y son repetidas aquí por la misma fuente, el Dt todopoderoso, al profeta José Smith en el mes de Junio de 1830.
Al profeta José Smith le fueron dadas instrucciones muy definidas tocante a estas palabras. Deberían ser dadas a conocer únicamente a “aquellos que creyeron”. (Cap 4:3)
—
EL SAGRADO NOMBRE
“Jehová” o “Yahveh”, como la mayoría de los eruditos creen ahora que debe decirse.
Con respecto al significado de ese sagrado nombre, las opiniones están divididas. Algunos lo derivan de alguna forma del verbo hebreo “hajah” que significaría “llegar a hacer existir las cosas”, es decir, El Creador. La principal objeción a esta interpretación es que la forma usada no aparece en ninguna parte, y que no es más que una inferencia. Otros señalan que el verbo “hajah” que generalmente se lo traduce como “existir”, significa realmente “llegar a ser” o “aparecer”, y que el nombre significaría “uno por medio de quien Dios aparece”, es decir, “se revela”. (Ver Gesenius, Hebr. y Arameo Handworterbuch). Esto concuerda con Éxodo 3:19-20; Mateo 11:27; Juan 1:18; Hebreos 11:3; 1 Timoteo 6:16).
Algunos entienden que Éxodo 6:2-3, significa que el Sagrado Nombre Jehová, fue ya conocido antes de que le fuese revelado a Moisés, pero es probable que no significase tal cosa. De acuerdo con Éxodo 3:13,16, Moisés dijo: “……”
El Señor respondió así a esta pregunta de Moisés:
“Yo soy el que soy”, y él dijo, tú dirás a los hijos de Israel, yo soy me ha enviado”.
Además:
“El Señor Dios (Jehová Elohim) de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, me apareció”, etc.
Esto muestra claramente que los Israelitas en Egipto sabían que Jehová fue el Dios de padres. De otro modo la mención de su nombre no hubiese tenido efecto.
En el libro de Abraham, en la Perla de Gran Precio, la pregunta queda definitivamente aclarada (Abraham 1:16–19).
Notese (1) que el Sagrado Nombre le fue revelado a Abraham mientras vivía en Ur de los Caldeos; (2) que cuando el Señor pone su nombre sobre un siervo escogido, confiere sobre él el Sacerdocio; (3) que el padre de Abraham tuvo el Sacerdocio y por lo tanto debe haber conocido el nombre del Divino Ser; y (4) que como el conocimiento del nombre había sido transmitido por medio de Noé, del mismo modo, y por medio de Abraham fue dado a conocer a todo el mundo.
Hoy todas las razones para creer que el Sagrado Nombre fue conocido por nuestros primeros antecesores, Adán y Eva, desde los primeros días de su existencia en la tierra primero en el Jardín de Edén y entonces luego del Éxodo del Paraíso. Esta creencia es fortalecida cuando leemos el segundo y tercer capítulos de Génesis, y se transforma en certeza cuando en el cuarto capítulo (versículo 1) oímos la gozosa exclamación de Eva con motivo del nacimiento de Caín: “Adquirido he varón por Jehová”.
Y nuevamente, en Génesis 5:29, nos enteramos que Lamec, el padre de Noé, conocía el Sagrado Nombre. Porque al poner nombre a su ilustre hijo, dice Génesis 5:29:
El nombre fue conocido en todas las épocas antes del diluvio, y entonces por los patriarcas después del diluvio, pero indudablemente debió haberse debilitado en recuerdo en la mente de los israelitas a causa de su lamentable condición en que se hallaban en Egipto, y por lo tanto le fue revelado de nuevo a Moisés.
“El nombre (Jehová) no es ciertamente la introducción de un nombre nuevo; por el contrario el “Yo soy el que soy” habría resultado ambiguo en el sentido de que se entendiera el nombre no se presupusiese ya conocido. El antiguo nombre, cuyo precioso significado ya había sido olvidado y menospreciado por los hijos de Israel, surge aquí de nuevo en la vida, por decirlo así, y de nuevo cobra vigencia en la mente del pueblo”. (Smith, “Diccionario de la Biblia”).
Al leer las escrituras referentes a las varias manifestaciones de Jehová, es importante recordar que un mensajero autorizado para representar a Jehová, siempre habla y actúa como si él fuese la divina persona a quien representa. El, literalmente actúa en su lugar. Por ejemplo:
Recordemos lo de relatado en Éxodo en cuanto a la rebelión de Israel, a consecuencia de lo cual el Señor decretó el envío de un ángel para representarle ante el pueblo. En breve el relato es el siguiente: El Señor instruyó a Moisés para que levantara campamento e hiciera continuar al pueblo la marcha hacia Canaán. Pero Él dijo: (Éxodo 33:2–3) Sin embargo, el Señor nuevamente estará con el pueblo cuando tomara posesión de la tierra, porque Él dijo, “yo expulsaré al Cananeo, el Amorreo, etc.” Mostrando su autoridad de obrar mas en cuanto al ángel que los guiaría. De modo que le dijo el Señor (Éxodo 33:14) Entonces el Señor le dijo (versículo 14). De Isaías 63:9 aprendemos que la “presencia” se refirió al “el ángel de su presencia”. Isaías dice (63:9). Era fin entonces el nombre del mensajero que representará a Jehová. Sobre este mensajero leemos en Éxodo 23:20–23 (“…”). De ese modo el ángel de la presencia del Señor ocupa completamente la posición del Señor durante toda la jornada a través del desierto.
Es posible que Moisés haya conocido quién fue el ángel de la presencia. Puede ser que Isaías lo haya sabido. Pero nosotros sabemos, de acuerdo a las escrituras que Miguel es “uno de los principales príncipes” (Daniel 10:13) y que él fue especialmente el príncipe del pueblo de Daniel, o sea, de los hebreos. Y además sabemos, que es Miguel quien durante los últimos días de penalidades sin precedentes, cuando los hijos de Israel se también por ser liberados por segunda vez, será Miguel quién se levantará a favor de ellos (Daniel 12:1) ¿Es posible que haya sido Miguel el ángel de la presencia quien estuvo presente durante la jornada por el desierto? Sabemos también que Adán es Miguel, el Príncipe, el Arcángel. (Doct. y Conv. 107:54).
En las Doctrinas y Convenios se revela la importante verdad de que Jesucristo, nuestro Redentor, es Jehová. Leámos (DyC 29:1). Como hemos visto “Yo soy” es el mismo “Jehová”.
Y de nuevo (DyC 38:1–3); compárese (DyC. 109: 34,68; 110:4).
Esta verdad es definitivamente expresada en “Una exposición doctrinal”, firmada por la primera presidencia, los doce apóstoles de la Iglesia, el 30 de Junio de 1916. Leemos allí:
“Una cuarta razón para aplicar a Jesucristo el título de Padre se encuentra en el hecho de que en todos los tratos con la familia humana, Jesús el Hijo, ha representado y representa a Elohim, su Padre, en poder y autoridad. Esto es cierto en el caso de Cristo durante su estado preexistente, premortal e incorporado, en el cual fue conocido como Jehová; igualmente durante su estado carnal y durante sus labores como un Espíritu desincorporado en el mundo de los muertos; y desde ese tiempo en adelante en su estado resucitado. (Artículos de Fe, p.471)
—
JEHOVÁH
En el así llamado credo de Atanasio aparece una descripción de la deidad. En ella leemos:
“El Padre es Dios, el Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios. Sin embargo no hay tres Dioses sino un solo Dios. Igualmente, el Padre es el Señor, el Hijo es el Señor y el Espíritu Santo es el Señor. Sin embargo, no hay tres Señores sino un Señor…”. Y en esta Trinidad ninguno es anterior o posterior el otro, ninguno es mayor o menor que el otro, pero los tres personajes son eternos y coiguales”.
Para quienes ven en este credo una expresión suficiente y adecuada de su concepto de la Deidad, si aún se les ocurre la pregunta ¿quién es Jehová? Pero si les ocurriera, probablemente se responderían más o menos así: “El Padre es Jehová, el Hijo es Jehová, y el Espíritu Santo es Jehová. Sin embargo no son tres Jehovás, sino uno.” En otras palabras, algunas veces para ellos Jehová sería la Trinidad, y otras veces alguno de los tres divinas personas.
Pero todos los cristianos no aceptan la definición de Atanasio o su interpretación. Algunos de nosotros creemos que las personas en la Deidad son entidades distintas o seres, cada uno de ellos poseyendo en el más alto grado de perfección todas las cualidades que constituyen lo que nosotros llamamos “persona” o un individuo, y que los son uno en el mismo sentido en que los discípulos de Cristo son uno, aunque son personas distintas, cada uno viviendo su propia vida individual. Para quienes entienden de esa manera la Deidad, la pregunta es importante en cuanto hace a la naturaleza divina de Jesús ¿Quién es Jehová?
Si deseamos encontrar la respuesta a esta pregunta debemos buscar en las escrituras. Con respecto a este punto no existe otra fuente de información digna de confianza. La filosofía no puede ayudarnos. Nuestra propia lógica no nos lleva a ninguna parte. Nuestro único punto de referencia con respecto a esta cuestión es la pregunta “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?” (Lucas 10:26);
Si, entonces, recurrimos a las Doctrinas y Convenios, este notable volumen de revelaciones que están principalmente a nuestra dispensación, aprendemos que Jehová es la segunda persona de la Deidad, el Hijo, quién en su manifestación humana vino a ser conocido como Jesucristo, o Jesús, el Cristo. No puede haber controversia o duda en cuanto a eso.
La sección 29 contiene una revelación dada el mes de Septiembre de 1830, o sea unos pocos meses después de la fundación de la Iglesia. Es una de las revelaciones más doctrinales, dada en la presencia de seis élderes.
Revela la doctrina del recogimiento, e, hace el importante anuncio de que la venida de Cristo está cerca, da a saber cuál será la posición de los primeros apóstoles en el milenio, habla de la primera resurrección y de las señales que precederán la venida y de la resurrección general, y finalmente, da revelaciones relativas a la creación de la vida, y la inocencia de los niños pequeños. ¿Y quién es el personaje divino que da esta importante revelación? Leemos en ella: “Escucha la voz de Jesucristo, tu Redentor el gran yo soy, cuyo brazo de misericordia expió por vuestros pecados”. (Vers.1). Quién habla es Jesucristo, el Redentor, y él es quien se denomina el gran “Yo soy”.
Ese nombre es la forma Inglesa de Jehová. La palabra Jehovah deriva del verbo hebreo “hajah” o “hacer que sea” y significa; por lo tanto, el que es, o el que crea.
Esta verdad es además confirmada en la sección 110, que contiene el relato de la gloriosa aparición de Jehová a José Smith el profeta y al élder Oliverio Cowdery en el Templo de Kirtland, el 3 de Abril de 1836. Ellos vieron al Señor parado sobre el barandal del del púlpito, al levantarse de estar orando y le oyeron hablar. El profeta dice: “sus ojos son el sollozar; su voz era como el sonido de muchas aguas, aún la voz de Jehová, diciendo “Yo soy el primero y el último, soy el que vive, el que fue muerto, soy vuestro abogado con el Padre”. Apreciamos aquí que Jehová es “el primero y el último”, “el que fue muerto”, y “vuestro abogado con el Padre”, o sea, el Hijo, Jesucristo, el Cordero de Dios, nuestro mediador.
Moisés que Jehová, de acuerdo a sus propias palabras, es “nuestro abogado con el Padre”, él no es nuestro Padre, la primera persona en la Deidad, sino quién nos representa ante el Padre. En un sentido él es el Padre de la raza humana, porque como representante nuestro está a la cabeza de los hijos de los hombres en el plan de Redención. Él es el segundo Adán y en otro sentido Él es el Padre, el Padre Eterno (Isaías 9:5), y también es el Hijo, (Mosíah 15:2–4), pero esto es hablando figurativamente, y, más bien, considerando la ley de adopción, lo mismo como Abraham figurativamente es el padre de todos los que creen. (Rom. 4:11; Gál. 3:7).
Jehová es entonces Jesucristo, nuestro Señor y Redentor.
En el Antiguo Testamento, Jehová es uno de los Elohim. Esto se desprende claramente porque léese que fue “El Señor Dios” quien hizo la tierra y los cielos (Génesis 2:4), “El Señor Dios” es equivalente a “Jehová Elohim”, o como pensamos que se debe entender, “Jehovah el Elohim”. Fue Jehovah Elohim quien “plantó un jardín” (Génesis 2:8), quien “tomó al hombre y lo puso en el jardín” (Génesis 2:15), quien dio mandamiento al hombre acerca del árbol (Génesis 2:16), y quien figura en la historia de la caída y de la promesa de la redención. Es Jehová quien ha prometido crear nuevos cielos y una nueva tierra. (Isaías 65:17).
Fue Jehová quien habló a Abraham acerca de Sodoma y Gomorra (Génesis 18). Parece que uno de los tres personajes que se pararon frente a la puerta de la tienda pudo haber sido Jehová en persona, o alguien que lo representase, un “ángel autorizado” para hablar en su nombre. Jehová fue el Dios de Abraham, Isaac y Jacob (Génesis 28:13) (y en muchos otros pasajes). Probablemente fue quien luchó con Jacob (Génesis 32:24–30), pues aunque no reveló su nombre, al bendecir a Jacob, confirió sobre él la autoridad de “un príncipe” título conferido a nuestro padre Adán, en Adam Ondi Ahman (Doct. y Conv. 107:54), y Jacob sintió la impresión de que había visto a Jehová “cara a cara”.
Fue el “ángel” o el mensajero de Jehová, quien apareció primero a Moisés en la zarza ardiente, pero después de haber sido Moisés entrenado por las milagrosas manifestaciones y al convertirse en testificador que cree, entonces parece que quien se dirigió a él fue Jehová mismo Elohim (Véase 4 a 17).
Cuando el éxodo de Egipto, el ángel de Elohim fue delante del campo de Israel, y cuando los egipcios los persiguieron esta divina presencia “se apartó de la parte de ellos”, de modo que Él estuvo en la nube entre Israel y sus perseguidores. (Éxodo 14:19–20). Este ángel de Elohim fue Jehová, pues leemos, “y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube, para guiarlos…” (Éxodo 13:21).
Jehová, el gran ángel o mensajero, de Elohim, en otras palabras, el representante del gran consejo de Elohim, donde fue aceptado este Plan de Salvación, y que más adelante se lo conoció como “Consejero Admirable”, (Isaías 9:6). Él estuvo con el pueblo de Israel, pero cuando éste, a pesar de las muchas manifestaciones de su poder se apartó a adorar el becerro de oro, posiblemente con ceremonias que incluían prácticas obscenas (Éxodo 32:25), entonces les amenazó con apartarse de ellos por completo. En esta crítica coyuntura de la historia de Israel, Moisés subió a la montaña y se postró en súplicas ante Jehová de Israel, y Jehová respondiendo a su fiel siervo, le prometió que enviaría su ángel con él. Desde este tiempo en adelante, Jehová se apartó de Israel, y lo dejó a cargo de uno de sus ángeles, o representantes.
No se nos informa quién es este ángel de Jehová expresamente, pero Daniel dice que “el gran príncipe que está por los hijos de tu pueblo”, es Miguel (Daniel 12:1; 10:13–21), no sería malo sugerir que Miguel, nuestro venerable antecesor, posiblemente fue el ángel de Jehová quien ya en ese tiempo había ejecutado la obra de la que habla Daniel.
Pero sea como fuere, el caso es que Jehová se apartó del pueblo y como señal de esto la tienda en la cual se efectuaban las ceremonias religiosas del momento y que hasta entonces había sido colocada en el centro, fue trasladada fuera de él, sobre el llano, donde el pilar de nube, en el cual el ángel manifestaba su presencia.
En dicha tienda, cuando estaba colocada fuera de los límites del campamento, tuvo lugar una notable entrevista entre Moisés y Jehová. Moisés le hizo notar al Señor que aunque él le había mandado ser el director visible del pueblo, no le había dado instrucciones acerca del camino que debía seguir. “Muéstrame tu camino”, le rogó Jehová. Y le contestó:
“Mi rostro (presencia) irá contigo”. (Éxodo 33:14). Esto significaba que Jehová no abandonaría por completo al pueblo. Él estaría cerca, tal como Jesús prometió estar con uno de sus apóstoles, aún después de su partida. En el mismo sentido, Jehová estaría presente y se manifestaría cada tanto, según lo requirieran las circunstancias. Esta promesa se cumplió durante toda la jornada en el desierto.
Luego de haber obtenido esta promesa, Moisés dijo: “Muéstrame tu gloria”. Contestando a esta oración, Jehová le explicó que no podría ver su rostro porque él (JEHOVÁ), haría pasar todo su bien delante suyo y que proclamaría, o explicaría, el nombre glorioso de Moisés, y que también le permitiría ver su espalda mientras pasaba por un claro lugar.
Esta última parte es una cerrada interpretación de la traducción hebrea. La traducción como espalda o parte de atrás, pudo haber querido decir “atrás”, significando tiempo, o “después”, y de ese caso, podemos entender o podríamos entender que a Moisés le fue dado el privilegio de ver a Jehová en la forma en que “después” aparecería en la carne. Sabemos que esta forma humana fue su “gloria”, porque Juan dice, “el Verbo fue hecho carne, y moró entre nosotros, y vimos su gloria (su cuerpo) como el Unigénito del Padre”. Si entendemos del mismo modo el texto en Éxodo, entonces resulta claro: Moisés vio a Jehová del mismo modo como Juan vio la forma corporal del Verbo. (Éxodo 33:20–23).
Esto concuerda perfectamente con la hermosa narración del libro de Éter referente a la entrevista del hermano de Jared con nuestro Señor. El Señor ya le mostró “en el cuerpo de mi Espíritu”, a la semejanza del cual Él, Jesucristo, había creado al hombre, (Éter 3:14–16), y Él dice “El tiempo llegará cuando glorificaré mi nombre en la carne”. (Versículo 21). Esa fue su “Gloria”, y esa fue, podemos estar seguros, la gloria que Moisés y el hermano de Jared vieron.
—
CAPÍTULO 2
Este capítulo presenta una revelación dada a Moisés en la que el Señor le muestra, por medio de Su palabra, una visión detallada de la creación del cielo y de la tierra. Es una repetición y expansión inspirada del relato de la creación que también se encuentra en el libro de Génesis, pero aquí con un enfoque más teológico y cristocéntrico.
En este relato, Dios declara que Él es el principio y el fin, el Dios Omnipotente, y afirma que ha creado todas las cosas mediante Su Hijo Unigénito. La creación ocurre por etapas o días, cada una introducida con la frase “yo, Dios, dije” y concluye con una evaluación divina que reconoce la bondad de lo creado.
Los días de la creación incluyen:
- La creación de la luz y su separación de las tinieblas.
- La formación del firmamento, las aguas y la tierra seca.
- La producción de vegetación según sus especies.
- El establecimiento del sol, la luna y las estrellas como luminares.
- La creación de seres vivientes en las aguas y aves en el cielo.
- La creación de animales terrestres y, culminantemente, del ser humano, varón y hembra, a imagen de Dios.
Este capítulo recalca el papel activo del Hijo Unigénito en la obra creadora y afirma la intención divina de otorgar al ser humano dominio sobre toda la creación. Termina con la bendición a la humanidad y a los animales, así como con la provisión de alimento para todas las criaturas vivientes. La creación se presenta no solo como una obra física, sino también como una manifestación del poder, el orden y la bondad de Dios.
VERSÍCULO 1. “En el principio hizo los cielos y la tierra”.
Imaginemos, si es que nuestras mentes finitas lo permiten, una época tan lejana, conforme a la manera en que el hombre registra el tiempo; un tiempo tan remoto que alcanza a la época cuando en toda la vastedad de nuestro universo no existía ninguna forma organizada; anterior a la formación de nuestra tierra. Los sucesos ocurridos durante ese tiempo el hombre sólo los conoce por revelación de Dios. El Todopoderoso, el Creador de los Cielos y de la Tierra, complacido con las obras de sus manos, accedió a que los hijos de los hombres supiesen de ello por medio de una visión. Escogió a Moisés, quien más tarde sería el dirigente de Israel, para que la recibiera.
Algunas personas consideran esta historia como un mito, y que los incidentes en ella relatados no son sino accidentes naturales. Pero nuestro propósito es mostrar que lo que el hombre a veces llama “circunstancias fortuitas”, realmente no lo son, y que los acontecimientos del hombre son las inspiraciones de Dios, y los incidentes de esa época obedecieron a las indicaciones de Él quien, en su sabiduría, hizo todas las cosas.
Ver todas las obras de Dios significaría para Moisés una visión interminable, porque las palabras y las obras de Dios no tienen fin, por lo tanto Él le reveló a Moisés solamente aquellas cosas que concernían al cielo y la tierra sobre la cual Moisés estaba. Dios le mandó a Moisés “Escribe las palabras que habló”. “Soy el principio y el fin, el Dios omnipotente; por mi Unigénito he creado estas cosas; sí, en el principio hizo los cielos y la tierra…”
Nótese que quien habla se identifica como el Omnipotente; Él, quien tuvo autoridad para hablar y entablar como verídicas las cosas de que Él habló a Moisés:
“En el principio hizo los cielos y la tierra”. Esta sentencia inicial es quizá la más sublime de las que jamás se han escrito o expresado, y para impresionar a Moisés con el alcance y la excelencia de esa sección, Dios le explicó a Moisés que Él había creado otras cosas mediante el Sacerdocio y Poder de su Hijo. Él dijo, “Yo soy el principio y el fin”, queriendo sin duda decir que todas las cosas tuvieron su comienzo en Él, y en Él todas tendrán un perfecto fin.
—
LA CIENCIA Y LA CREACIÓN
Muchas de las diferencias entre las teorías de la así llamada ciencia y la revelación revelada de Dios, tocante a la creación de la tierra y su desarrollo hasta convertirse en una morada apta para sus hijos, son más imaginarias que reales. Estas divergencias, si así las podemos llamar, parten de un razonamiento sin información y comienzan con hechos que sólo son conocidos cuando son revelados al hombre por aquel que ha hecho todas las cosas.
Los escritos de Moisés contenidos en la Perla de Gran Precio y el libro de Génesis relatan la misma historia de la creación, aunque la última narración ha estado sujeta a muchas revisiones y a tachaduras y supresiones por parte de los copistas, desde el tiempo en que fue canonizada. Sin embargo, la ciencia investiga un concepto dispar del origen del Universo. Aunque los proponentes de cada uno de esos conceptos están unidos en cuanto a su juicio sobre los escritos de Moisés, se hallan ampliamente divididos en sus conclusiones y solamente ofrecen especulaciones con respecto al maravilloso desarrollo de todas las cosas creadas.
Los partidarios de cada una de las teorías científicas —las denominaremos mejor suposiciones científicas, pues son solamente suposiciones y no se basan sobre un conocimiento exacto— están de acuerdo en sostener que los hechos de la creación enunciados en la Perla de Gran Precio y el libro de Génesis son contrarios a todas las leyes de la naturaleza que conocemos, pues la historia de la creación que figura en estos dos libros y allá que la ciencia cuestiona en mayor medida, es la que incluye la declaración de que en seis días el Señor hizo los cielos y la tierra. Sin embargo, a pesar de las pocas comitentes consideraciones de los representantes de cada una de esas teorías, vemos que en ninguno de los dos relatos, que en un principio tuvieron por autor a Elohim, se afirma que los 6 días allí mencionados duraron veinticuatro horas. Sabemos que un día es para el Señor infinitamente mayor que un día de la tierra, y cuando se dice días en el texto, entendemos que significan períodos de duración indeterminada. (Ver libro de Abraham 4:4–19).
Las enseñanzas de la ciencia de que “el orden y la belleza” del mundo no son el resultado de un acto creativo directo, si no que son producto del desarrollo de un proceso prolongado y gradual, continuado durante miríada de años, corresponden a la teoría que conocemos como la teoría de la evolución, la cual a menos que se la entienda en su más amplio sentido posible, nos resulta desagradable. Pero vemos que a raíz de los descubrimientos que la ciencia está continuamente haciendo, y de las lecciones que la humanidad está aprendiendo han desaparecido mayormente las perplejidades y dificultades causadas por la interpretación demasiado literal de la palabra, “día”. Vemos también que no hay males contenidos que no puedan ser sanadas ni perplejidades que no se puedan resolver. Muchos han llegado a aceptar que la creación pudo ser obra de Dios, ya sea que el proceso haya sido progresivamente lento y continuo, receptivamente y completo. El Señor le dijo a Moisés que, “Por el poder de mi palabra hice estas cosas”; por la frase “mi palabra” entendemos que se refirió al Unigénito Hijo de Dios, y el mismo poder necesario para originar y sostener un proceso de desarrollo incesante y durable en el Universo debió ser menor que el requerido para producirlo de golpe o en un momento, y después de ello proseguir la mediación de su creación.
Otra objeción que se hace frecuentemente, no sólo por los hombres de ciencia, sino por muchos otros familiarizados con ciertos datos cronológicos, es la fecha colocada en los márgenes de sus Biblias indicando que la creación tuvo lugar en el año 4.000 a. de C. Ellos piensan que se requirió un tiempo mucho mayor que ese. Aquí es bueno indicar que esa fecha marginal que hemos mencionado no es parte de la Biblia, sino que fue colocada solamente en base a los cálculos efectuados por Judíos, Cristianos y que normalmente, se admite se basaron sobre un conocimiento incorrecto.
Moisés, el escritor del relato que habla de la creación de Dios, no confió su inspirada narración a ninguna cantidad de días de 24 horas o de años; al enbo de “los cielos alcanzó el mundo la belleza y la sencillez de un producto terminado. Moisés escribió del sol, la luna y las estrellas. Él no se sujetó a ningún límite definido de tiempo en el cual Dios llevó a cabo sus poderosas obras, sino simplemente dice que, “En el principio”. Estas palabras nada más son suficientes para establecer sin lugar a dudas el elemento tiempo aquí involucrado. “En el principio hizo los cielos y la tierra” no se ha dicho que éstas frases “fundamentación clasificadas como para desacreditar” de la moderna posición científica”, y es bueno tener en cuenta al considerar los escritos de Moisés, que éstos fueron escritos con propósitos religiosos y no para dar instrucción científica.
EL PRIMER DÍA
VERSÍCULO 2. “La tierra se hallaba sin forma y vacía” (Abraham 3:24; 4:1).
El material del cual fue formada la tierra era al principio una enorme masa sin forma o apariencia permanente. (Como materia se entiende la materia que fluye la parte constituyente de la cual la forma fue organizada, o en un sentido más amplio, lo que da substancialidad a todo el Universo). Los Dioses descendieron al lugar donde vieron que existían esos materiales y formaron la tierra. Fue entonces que se pusieron los fundamentos del mundo. Pero en ese estado la tierra no tuvo, ni dentro de ella ni en sí misma, ninguna fuerza inherente, nada en su constitución general que la facultara para mejorar su inarmónica condición. Fue un desolado desorden, deshabitado por completo.
Las palabras del texto indican que “El principio” puede ser prolongado hacia atrás todo el tiempo necesario para abarcar todas las cosas hechas durante su transcurso. Es lo parte no va (equivocado NO VA).
Las palabras del texto indican que el principio fue aún más remoto que los incidentes allí registrados. Este versículo nos informa del comienzo de la obra de Dios, el Padre, de transformar la tierra en un lugar apropiado porque lo habitará el hombre. La tierra misma no fue sino el fundamento sobre el cual Dios edificó un hogar para sus hijos. Fue con propósito fue hecha. Ahora, la tarea del Gran Creador era preparar este hogar para que la tierra pudiera cumplir con el propósito para el cual había sido hecha. La parte que desempeñó en el “Principio” está incluida en el primer día de trabajo. El “Principio” puede ser prolongado hacia atrás todo el tiempo necesario para abarcar todas las cosas hechas durante su transcurso.
Grandes masas de obscuras nubes se levantaban desde las aguas que cubrían la tierra. Dice el Señor, “Mi Espíritu obraba sobre la faz de las aguas”, y además dice que se hizo “conforme a su palabra”. “Porque yo soy Dios”. Lo cual implica uno que tiene todo el poder, el Todopoderoso.
Comparado con todos los habitantes de la tierra, fueron muy pocos los que adoraron al verdadero y viviente Dios, durante el tiempo de Moisés. Muchas naciones y pueblos tuvieron vagas nociones acerca de la creación de la tierra y las cosas que en ella hay. Estadísticamente esas creencias surgieron de los escritos y tradiciones existentes antes del diluvio y que se fueron transmitiendo de generación en generación desde el tiempo de Noé. La Visión de Moisés acerca de la creación y las subsiguientes obras de Dios, lo dieron testimonio a él y a sus seguidores de que la tierra y su gloriosa proporción en el camino de la perfección fue resultado del trabajo de muchos Dioses obrando bajo el poder y la sabiduría de uno quien fue la cabeza, aun Dios, el Padre Todopoderoso.
VERSÍCULO 3. “Haya luz”.
La luz es esencial para la vida y el crecimiento, y el Gran Creador, consciente de ese fenómeno decretó o designó que fuese la luz. “Y hubo luz”. De eso nació por obra de la sabiduría, la tierra a través de una lenta y gradual progresión se convirtió en un lugar adecuado para la morada del hombre.
VERSÍCULO 4. “Y vio que la luz era buena”.
Habiendo Dios hecho disipar las nubes de obscuridad que envolvían la tierra, de modo que huyeron ante el calor de la luz que por todos partes irrumpía a través de las nubes e irradiaba sobre toda la tierra, Él vio que era “buena”, y así se ornó. La luz comenzó a cumplir el propósito que Dios lo había designado. “Bueno” es toda cosa que sirva a los propósitos del Señor.
“Y yo Dios separar la luz de las tinieblas”. La verdad mencionada aquí es, evidentemente, que la tierra al girar sobre su eje produjo alternativos períodos de luz y oscuridad. Estos períodos de luz y oscuridad en las partes principales del día, y Moisés, acostumbrado a las expresiones orientales, empleó esa expresión familiar para abarcar el “día”, de “Puesta del Sol a Puesta del Sol”, y la división del día como “tarde y mañana”.
VERSÍCULO 5. “Y Dios, llamó a la luz, día; y a las tinieblas llamó noche”.
El Gran Creador dio más énfasis a su propósito de que Moisés captara el hecho de que todas estas cosas fueron hechas por el poder que él había investido en su Hijo. Dios mismo dio la orden, o hizo conocer su voluntad, y su gusto fue hecho de acuerdo con su deseo, y esto por medio de su Hijo Unigénito, el Gran Yo Soy; el Creador, bajo la dirección del Padre.
Abrir las ventanas de los cielos y de ese modo permitir que la luz irrumpiera disipando las tinieblas que durante edades habían oprimido la tierra, esa fue la tarea del primer día.
El crédito fue del Señor Dios Jehová, el uno que hizo realidad las órdenes de Dios han sido suprimidas por los copistas todas las menciones de Jehová en el relato de la Creación hecho por Moisés en el libro de Génesis, según aparecen en los Registros Hebreos; no sabemos quiénes lo hicieron. Este hecho nos recuerda las palabras de Dios registradas en el capítulo 14 de los escritos de Moisés, como lo encontramos en la Perla de Gran Precio, en donde Él profetiza a Moisés acerca de la aparición de los escritos de Moisés en su plenitud, (Versículo 41).
EL SEGUNDO DÍA
VERSÍCULO 6. “Haya un firmamento…”
Luego que el sol se oculta, las estrellas que brillan en la concavidad de los cielos, testifican vigorosamente de la sabiduría de Dios. Desde entonces Él puso los fundamentos de la tierra, y extendió sobre ellos la cúpula de los cielos; pero además en su infinita sabiduría, Dios preparó un lugar o domo donde el hombre pudiera venir y morar. Él designó un “firmamento” para el desierto caótico; es decir que por su divina voluntad hizo que se estableciera una porción de cielo que dividió las aguas que cubrían la tierra, separando los caóticos océanos que mantenían sepultada a la tierra.
VERSÍCULO 7. “Y yo Dios, dividí las aguas”.
Este versículo es una continuación del anterior, pero muestra la realización de lo que Él había mandado. Las aguas que estaban debajo y las que estaban arriba del firmamento, fueron los primitivos mares que llevaron las grandes extensiones de tierra que yacían ocultas bajo su superficie, y los enormes nudos que descendían sobre la tierra.
Dios Todopoderoso, el Creador, notificó a Moisés que la división se efectuó tal como Él lo había mandado.
VERSÍCULO 8. “Y la tarde y la mañana fueron el segundo día”.
El trabajo de preparar la tierra para que fuera el hogar de los hijos de Dios, progresó lenta pero seguramente. Él había causado que la luz penetrara las tinieblas que envolvían la helada y desolada tierra, y había dividido la húmeda atmósfera de la tierra de las aguas que la cubrían. Había causado que cayera la lluvia para que en el futuro el suelo sediento pudiera beber del agua vital.
Cuando todo esto fue efectuado por el poder de su Hijo, Unigénito, finalizó el trabajo del segundo día, y comenzó la tarea del tercero.
EL TERCER DÍA
VERSÍCULO 9. “Aparezca la tierra seca”.
El Creador vio que todo lo que había hecho era bueno; fue un buen augurio para la existencia, así como para el sostén de todos sus futuros habitantes. Sin embargo, vio necesaria la existencia de tierra seca; por lo tanto mandó que así fuese, y se hizo lo que ordenó. El planeta fue sacudido por una suerte de perturbaciones sísmicas; se alzaron los valles, se hundieron las montañas, o fueron sumergidas bajo las tumultuosas olas del mar. Se constituyeron las grandes llanuras, las depresiones de terreno, los lagos y los ríos, y toda la creación se unió en himnos de alabanzas a su Creador. Esto le fue hecho saber a Moisés mientras se hallaba sobre el monte. (Moisés 1:41; Salmos 103:7)
VERSÍCULO 10. “Y yo, Dios, llamé a lo seco tierra”.
Al mandato de Dios, las aguas debajo del firmamento se juntaron en el lugar preparado para ellas, dejando seca la vasta extensión que Él llamó tierra. Al “recojimiento de las aguas” Él las llamó mar. En esta misma, los océanos, mares, lagos y ríos fueron constituidos, los últimos corriendo por cauces, cada uno yendo a desembocar en el mar. (Ecles. 1:7; Job 38).
VERSÍCULO 11. “Produzca la tierra césped”.
Estando ahora la tierra ya muy acondicionada en comparación para ser habitación de los seres humanos, el Creador contempló sus obras y de nuevo dijo que todas las cosas que había hecho eran buenas. Él no recogió de que cada cosa con su función particular obrara en pro del éxito total de sus propósitos. Pero aún no se había provisto nada para el sustento de los futuros habitantes de la tierra; ni del hombre ni de la bestia. Por lo tanto su siguiente mandato fue en ese sentido: “Produzca la tierra césped”, la hierba que da semilla, el árbol frutal que dé fruto según su especie, y el árbol frutal, cuya semilla estará en su fruto, sobre la tierra”.
VERSÍCULO 12. “Y la tierra produjo fruto”.
Y he aquí, la tierra se cubrió de verdor; se llevó a cabo tal como lo designó el Creador. La tierra fructificó; dio plantas de todo claro que daban semillas, y árboles que daban semilla en su fruto. Brotó el pasto para el ganado que iba a ser creado, y la hierba para el servicio del hombre. La tierra produjo el grano para hacer el pan; y de nuevo sentimos el deseo de repetir las palabras del antiguo rey hebreo David (Salmo 104:24).
…que recordando la bondad de Dios en proveer para nuestras necesidades; la ropa que llevamos, y el alimento que comemos, repitamos tras de las palabras de David (Salmos 65:9–13)
De ese modo, toda la naturaleza se perpetúa cumpliendo el mandato del Creador de proveer para las necesidades del hombre y de la bestia; yerbas para el hombre y pasto para la bestia.
VERSÍCULO 13. “Y fueron la tarde y la mañana, el día tercero”. (Ver comentario sobre versículo 4).
EL CUARTO DÍA
VERSÍCULO 14. “Haya luces en el firmamento del cielo”.
Un sabio y bondadoso Creador, que sabía cuáles tiempos iban a venir, poseyendo un conocimiento universal y un ilimitado poder y autoridad, ordenó que en el firmamento se establecieran luces que sirvieran como señales para dividir el día de la noche. Por supuesto, de la misma manera iban a determinar también las épocas del año. La coordinación regular de esos cuerpos celestes en relación con los movimientos de la tierra, o el invariable sistema de registrar el paso del tiempo, fue establecido al ser los mundos puestos en sus órbitas. (DyC 88:42–44).
VERSÍCULO 15. “Y sean por luces… para alumbrar la tierra”.
En la tarea del primer día, el Creador, por y a través del poder de su Hijo Unigénito, hizo que las masas de oscuridad que ocultaban la fuente de luz, se disipasen. Luego de ello los cálidos rayos de luz se difundieron sobre la tierra, y en rápida sucesión continuó la tarea del segundo y tercer días.
VERSÍCULO 16. “Y yo, Dios, hice dos grandes luminares”.
“Los cielos declaran la obra de Dios y la expansión denuncia la obra de sus manos”, así dijo el salmista, quien indudablemente captó las verdades relativas a la creación. Porque Él hizo los grandes luminares, el sol para alumbrar durante el día, la luna y las estrellas para señorear la noche. El marid y ellas fueron creadas; a los dio una ley que no pueden transgredir.
A través del poder de su Hijo, el Gran Yo Soy, su Unigénito, Dios apartó las masas de nubes que obstruían los rayos del sol, y este irrumpió en toda su gloria, esplendoroso en su primitiva belleza.
VERSÍCULO 17. “Y yo, Dios, los coloqué en el firmamento del cielo”.
Todas las obras de Dios, la obra de sus manos, tienen un propósito. Él hizo el sol, la luna y las estrellas, para que iluminaran la tierra. “El camino del Señor es perfecto, su consejo permanece para siempre.” “El Señor vive”; exaltado sea el Dios de creación.
VERSÍCULO 18. “Y yo, Dios, vi que todas las cosas que había hecho eran buenas.”
Hay aquí una gran lección que podemos aprender. El sol, la luna, las estrellas, son criaturas de Dios, pero al obedecer su voluntad, estarán al servicio de quienes somos sus hijos. El mayor servicio lo presta quien sirve a Dios de esa manera. Por eso Dios dijo que eran “buenas”, porque sirven a sus propósitos sirviéndonos a nosotros.
VERSÍCULO 19. “Y fue la tarde y la mañana el cuarto día.”
EL QUINTO DÍA
VERSÍCULO 20. “Produzcan abundantemente las aguas…”
Al pensar en la obra que el Creador concretó con todo éxito en los cuatro días previos, podemos concebir el enorme depósito de finalización que Él estaba creando. El primer día, una luz radiante; lluvia para calmar lo seco de la tierra; verdura en el tercero; pasto para las bestias, y granos y frutas para el hombre; y en el cuarto, grandes luces en el cielo que dejaron de ser gloria y manifestaron su poder; toda la obra efectuada en los primeros cuatro días debía testimoniar de una creación ordenada y significativa.
El edicto del quinto día fue que: “las aguas produjeran abundantemente” los peces y toda criatura que se mueve y que tiene vida, y “aves que vuelen sobre la tierra en el amplio firmamento del cielo”. Esta orden muestra cómo, sabiamente, el Creador proveyó abundantemente para las futuras necesidades del mundo. Esta proclamación del Hacedor de todas las cosas incluyó cualquier cosa que se mueve: insectos, reptiles, las cosas que se arrastran, los peces del mar, las aves del aire, las palomas que anidan en los techos, y las águilas de amplias alas… y toda ave alada.
VERSÍCULO 21. “Las aguas produjeron en abundancia… y toda ave alada.”
Las grandes ballenas y las demás criaturas acuáticas se reprodujeron abundantemente, de manera que en ocasiones su vuelo obscureció el cielo.
El Creador se sintió más y más complacido con la obra de sus manos, y más y más proveyó con las cosas que él denominó “buenas”, para los futuros habitantes de la tierra, los cuales aguardaban gozosos el momento de ocuparla, tal como se nos dice en Job (Job 38:1–7).
EL SEXTO DÍA
VERSÍCULO 22. “Y yo, Dios, los bendije.”
El cuidado providencial desplegado sobre la creación de Dios, y las bendiciones divinas que sumaban a la paz y quietud que prevalecían sobre la vasta extensión de las tierras y los mares. Al contrario de como es hoy, no hubo enemistad entre las criaturas, sino que todas unidas hicieron que la vida fuese una parte agradable y útil de los planes del Creador. Como será durante los 1000 años del milenio de paz, en que el cordero se acostará con el león (Isaías 11:6–9; 65:25; Oseas 2:18). El Creador bendijo a los peses y a las aves con prodigiosa descendencia diciendo, “fructificad y multiplicad; y henchid las aguas del mar; y multipliquese las aves en la tierra”.
VERSÍCULO 23. “Y fue la tarde y la mañana el quinto día.”
(Comentario Versículo 4).
VERSÍCULO 24. “Produzca la tierra… ganado.”
Al ir llevando sus planes a una crítica culminación, el Creador viendo la ordenada progresión de sus propósitos hasta ese momento, proveyó aún más para el beneficio del hombre, el que aún no había sido creado. Llamó a la tierra que produjese el ganado y las otras bestias para que el hombre las pudiera usar para su sustento y servicio cuando llegara el tiempo.
Dios produjo también la creación de las “cosas que se arrastran”, desde los grandes gusanos y reptiles hasta los más insignificantes insectos; se le mandó a la tierra que produjera toda clase de “criatura viviente” según su género.
Podemos entender que donde el texto dice “criatura” significa “todas y cada una de las cosas que fueron creadas”. Porque toda criatura de Dios es buena… (1 Timoteo 4:4).
VERSÍCULO 25. “Y yo, Dios, hice las bestias de la tierra, según su especie.”
El ganado y las cosas que se arrastran, las bestias de la tierra, todas las criaturas vivientes produjeron su propia especie, pues así lo mandó el Creador. La tierra fue llena de la abundancia de Dios y de sus criaturas. Toda la naturaleza se regocijó en su bondad y en su sabia providencia.
VERSÍCULO 26. “Hagamos al hombre a nuestra imagen.”
El ordenado progreso en el desarrollo de la tierra para convertirla en habitación del hombre, declaraba de por sí por lo obra perfecta de la mano de Dios; una empresa providencial. Desde el mismo comienzo, cuando se colocaron los fundamentos de la tierra; cuando todos los elementos ubicados en ella fueron ocupando gradualmente su lugar; y las tinieblas cubrían la amplia expansión cuando la voz del Creador proclamó “¡Haya luz!”, en todo ello quienes tienen deseos de conocer la mente y la voluntad de Dios, pueden ver fácilmente el dedo de Dios, el cuidado tierno de un padre bondadoso, sabio y lleno de amor.
Cuando la tierra estuvo lista y se hubo cumplido el último de los edictos de Dios, y la “casa” ya en condiciones y preparada para ser usada, la voz de Dios, hablándole a su Hijo Unigénito, en consejo con Él, se escuchó: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”.
—”¡Híjose así!”
Después de consultar entre sí, el Padre y el Hijo, co-creadores de la tierra, y de todo lo que en ella había, Dios, el Padre proclamó que el hombre tendría dominio en toda la creación sobre todas las otras cosas creadas en la vasta expansión de la tierra. Todo quedaría sujeto a los deseos del hombre o para servir a sus deseos: los peces del mar, las aves del aire, el ganado y todo lo que se arrastra sobre la tierra.
VERSÍCULO 27. “Y yo, Dios, hice al hombre a mi propia imagen.”
Ya la tierra, luego de las sucesivas etapas de preparación, se había convertido en un lugar adecuado para la morada del hombre. La luz, tan necesaria para la vida, disipó las tinieblas que anteriormente cubrían los enormes océanos de la tierra; el sol, la luna y las estrellas trajeron calor a donde antes solo reinaba el frío, toda la tierra fue bañada por la lluvia, regando abundantemente sus serranías, hasta que todo el globo estuvo cubierto de verdor (Salmos 65); ganado, frutos, peces y aves, toda la abundancia de Dios proveyó adecuadamente para las necesidades y deseos del hombre.
La creación del hombre, que fue la culminación de la grandiosa obra de Dios, fue hecha finalmente cuando Él formó al hombre a semejanza de su Hijo Unigénito, el Señor Jesucristo. “Varón y hembra los creé”, dijo el Creador. Cuando Dios comenzó la obra de la creación, cuando se colocaron los fundamentos de la tierra, entonces fue que, “Job 38:7”.
Al discutir la creación, nos hemos detenido algo para considerar el propósito de Dios al emprender tan grandiosa obra. Pero, sin embargo, encontramos una respuesta cabal y completa en las palabras de Nefi, profeta de Dios a los nefitas (1 Nefi 17:36):
Aunque el Señor le dijo a Moisés: “Cuando los hombres quiten muchas [de mis palabras] del libro que tú escribirás”, el relato de Moisés acerca de las obras de Dios tal como aparece en la Perla de Gran Precio y en la Biblia, se asemejan en que ambos dan por entendido que: “Dios vive”.
Los manuales sobre teología comienzan generalmente estableciendo los argumentos filosóficos que se suponen prueban que existe un ser supremo, pero los libros de Dios no argumentan esa cuestión. La sublime declaración inicial de la Biblia es: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. El primer incidente mencionado en la Perla de Gran Precio es sobre una visión de Moisés en la que vio a Dios cara a cara. No hay ningún intento de probar el hecho antes mencionado y no se apela a la capacidad de razonamiento del hombre; simplemente se declara con sencillez un hecho sublime en el más sencillo lenguaje: ¡Dios es!
Sin embargo, cuando uno de los escritores inspirados mencionados en el Libro de Mormón tuvo ocasión de increpar al ateísmo, él empleó el argumento cosmológico con la mayor fuerza posible: “Si no hay Dios, entonces nosotros no existimos, porque no podría haber habido creación.” (2 Nefi 11:7).
Este argumento es incontestable.
Existen dos puntos de vista completamente divergentes con respecto a la existencia del hombre sobre la tierra.
Uno ha sido denominado el punto de vista científico, aunque es científico únicamente porque pueda determinar una cierta clase de hechos. Fuera de esos hechos, sus aseveraciones dejan por completo de ser científicas. En otras palabras, nos hacen pensar en un castillo de naipes sobre un fundamento de roca. Pero esa escritura no durará más que una que estuviese edificada sobre fundamentos de arena.
La otra está basada en las Escrituras, y por lo tanto, es en efecto, científica, tanto en su fundamento como en la superestructura.
En el punto de vista así llamado científico, el hombre es el producto de la selección y de la herencia, del ambiente que lo circunda y de la experiencia. No es más que una máquina maravillosamente complicada. Como tal, el resultado de su accionar es como el producto de una máquina. Quien conozca las piezas que componen una máquina, mostrará capacidad para calcular sus rendimientos y controlar su producción. De la misma manera, las acciones y aún los pensamientos de un hombre podrían ser controlados por quien conozca la maquinaria humana. No puede existir responsabilidad personal en una máquina; ni en el hombre, si éste no fuera más que eso.
Y aun si se admitiese un grado de responsabilidad, no existiría autodeterminación.
Las acciones y los pensamientos los determinaría la construcción de las diferentes partes de la máquina. Todo es mecánico.
El punto de vista sobre la existencia del hombre basado en las Escrituras es distinto. En él, el hombre es un hijo de Dios. De acuerdo con un decreto eterno y divino, él ha venido a esta tierra como un maravilloso instituto de aprendizaje, con el propósito de adquirir la experiencia necesaria para un progreso eterno. Su cuerpo, se enseña, no es cual fue su origen, es el tabernáculo en el cual mora el espíritu eterno e inmortal, durante el transcurso de su existencia en el mundo mortal; ese cuerpo es también una maravillosa colección de instrumentos por medio de los cuales el espíritu se pone en contacto con el mundo material, y de ese modo se capacita para cumplir con su existencia en la tierra.
Según este punto de vista, el hombre es una personalidad, habitando en un cuerpo de carne, poseedor de independencia, voluntad y responsabilidad. Él ocupa un lugar peculiar en la historia del universo como sostenedor de los más elevados ideales, y sujeto a la responsabilidad moral. Como hijo de Dios, el hombre ocupa un lugar único en la creación, algo que sólo puede llegar a comprenderse mediante la luz de la revelación divina.
Este es el punto de vista sobre la existencia del hombre en la tierra, de acuerdo con las Escrituras.
Es también el único punto de vista científico.
VERSÍCULO 28. “Fructificad y multiplicaos, y henchid la tierra.”
La bendición de Dios sobre el hombre fue una promesa para que se multiplicaran y llenasen la tierra, fue una bendición que se extendió para siempre a sus descendientes. (Hechos 17:26) Así dijo Pablo: cada nación debajo del cielo, cada tribu, lengua y pueblo que habita sobre la tierra, proviene de una pareja: macho y hembra. Algunos son blancos, y algunos negros, algunos cobrizos y otros amarillos, pero en lo que hace a la investigación científica como a la palabra de Dios también, ambas concuerdan en afirmar que todos los hombres son de una especie y una familia.
Al bendecir a la primera pareja (Adán y Eva), el Creador les dio dominio sobre toda la creación: “Los peces del mar, las aves del aire, y toda criatura que se mueve sobre la tierra.” También se les dijo que sojuzgaran la tierra, infundiéndoles con ello que la tierra aguardaba las épocas de la siembra y la cosecha; que sus muchas riquezas recompensarían los esfuerzos de su posteridad por superar sus problemas y cultivar sus tierras.
VERSÍCULO 29. “He aquí que os he dado toda hierba que produce semilla… a ti te será por alimento.”
Adán, el primer hombre, no comenzó a ocuparse en su supervivencia sin el conocimiento de su Hacedor, quien es Dios; cuyo consejo suavizó y alivianó esa tarea. El alimento para su subsistencia le fue provisto en las semillas de las plantas y de las hierbas; Dios le dio árboles, cuyos frutos junto con las hierbas satisfacerían su necesidad de alimento. De nuevo repetimos las palabras de David, el salmista (Salmo 104:24). También (Salmo 89:11): “Él cubrió de nubes el cielo, y preparó la lluvia para la tierra. Hizo crecer el pasto para el ganado, y la hierba para servir al hombre”. (Oración judía de alabanza a Dios).
Y no olvidemos las palabras de Lehi, el hebreo de la antigüedad: (1 Nefi 1:14) (1 Nefi 9:16–17).
Para la mente de los mortales, las maravillosas obras de Dios son incomprensibles y nos resultan inescrutables. A menos que la revelación las manifieste (como las visiones de Moisés que estamos considerando), no es posible entenderlas. La palabra de Dios es lámpara para nuestros pies y una luz para nuestro camino (Salmo 119:105), y en esto recordamos las palabras de Isaías (Isaías 50:10).
VERSÍCULO 30. “Y a toda bestia del campo, a toda ave del aire, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra… les será dada toda hierba limpia por alimento.”
Dios tuvo en mente los animales. Las aves y cada una de sus creaciones, fuera bestia u hombre: “Tuvo hecha provisión tanto para las bestias como para los bebés”. Todas las hierbas, que no fuesen venenosas, o que de otra manera estuviesen contaminadas, servirían para mantener a las bestias y a las aves. No pasarían hambre. Y de ese modo, por mandato de Dios, serían alimentadas.
VERSÍCULO 31. “Todas las cosas que yo había hecho eran muy buenas.”
Al contemplar sus obras, ya completadas, Dios las calificó de “muy buenas”. Cuando finalizó cada día de la creación, Dios dijo que lo efectuado ese día era bueno. Ahora, finalizada la obra de creación, cuando el hombre fue creado para ocupar la tierra y sojuzgarla, el mismo Creador aseguró que toda la obra efectuada por sus manos llenaba el propósito para el que había sido creada; estaba de acuerdo con la mente de la Deidad, y era una morada adecuada para los hijos de Dios.
De ese modo, en esos sucesivos períodos de tiempo se obrando la creación quedó terminada y la tierra estuvo preparada y lista para el hombre. Hay muchos que dicen que Dios creó todas las cosas de la nada. Él no hizo tal cosa. Son muchos los que defienden esa imposible proposición; nos referimos solo a algunos pocos de ellos:
“Dios, la palabra hebrea es Elohim, que se traduce: el poder de Dios, el Creador. Él significa el fuerte Dios; ¿y qué otra cosa que un poder todopoderoso pudo sacar todas las cosas de la nada?”
La forma en que esta obra fue efectuada: Dios la creó, es decir, la hizo de la nada. No existió ninguna materia preexistente de la cual fue producido el mundo.
(Matthew Henry, Comentarios sobre la Biblia).
“Dios, el nombre del Ser supremo, significa en hebreo: Fuerte, Poderoso. Expresa poder omnipotente, y su empleo en este lugar, al comienzo de la Biblia, en la forma plural, nos enseña aunque no claramente, una doctrina que en otras partes de la Biblia se señala con claridad, a saber: que aunque Dios es uno, existe una pluralidad de personas en la Deidad —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— quienes estuvieron ocupados en la obra creativa. Creada, no formada de ninguna material preexistente, sino hecha de la nada.”
(Comentario sobre toda la Biblia, J. F. B.)
—
CAPÍTULO 3
LOS ESCRITOS DE MOISÉS
El capítulo 3 del Libro de Moisés continúa y amplía la narración de la creación iniciada en el capítulo anterior, con una perspectiva revelada que proporciona una comprensión más profunda del orden divino y espiritual de la creación. Esta sección introduce elementos que no se encuentran en el relato del Génesis, subrayando que todas las cosas fueron creadas espiritualmente antes de su aparición física sobre la tierra.
Este relato enseña que Dios descansó el séptimo día después de completar Su obra creadora, y que ese día fue bendecido y santificado. Se explica que tanto las plantas como los seres humanos y animales fueron creados primero en estado espiritual, en una esfera celestial, antes de ser formados físicamente en la tierra. Esta doctrina recalca la preexistencia de todas las cosas, un principio clave en la teología del Evangelio restaurado.
El capítulo también relata la formación del primer hombre, Adán, y su colocación en el Jardín de Edén, un paraíso preparado por Dios donde abundaban árboles y frutos. Dios da a Adán el mandamiento de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, introduciendo así el principio del albedrío humano, junto con las consecuencias de la desobediencia.
Finalmente, se describe la creación de la mujer a partir del hombre, estableciendo la doctrina de la unión matrimonial como parte del plan divino. La mujer es presentada como una “ayuda idónea”, lo que subraya la igualdad y complementariedad entre el hombre y la mujer dentro del propósito eterno de Dios.
Este capítulo es profundamente doctrinal, enseñando sobre la preexistencia, la creación espiritual y física, el albedrío, el matrimonio, y el rol sagrado del ser humano como mayordomo de la creación. Con su lenguaje revelado y su enfoque centrado en el propósito eterno del hombre y la mujer, ofrece una base rica para entender el plan de salvación desde su inicio.
VERSÍCULO 1. “Así se terminaron el cielo y la tierra.”
Del modo indicado en el capítulo anterior, en varios períodos de crecimiento, la tierra, coronada con las gloriosas obras de Dios, las huestes que Él había creado —es decir, toda planta o animal viviente cuya existencia dependía de la abundancia de la tierra—, había llegado progresivamente a ser un lugar bueno para que en él habitara el hombre. La tierra estaba lista para sus ocupantes. Fue en ese entonces un orbe celestial; un templo hecho por Dios, “cuyo escalón”, como se ha dicho, “es la tierra que nosotros transitamos; cuyo techo es el cielo que la envuelve; cuyas lámparas son el sol, la luna y las estrellas”; y en cuyo ámbito, podríamos añadir, “se ejecuta un incesante himno universalmente oído: ‘Tomad a Dios y dadle gloria… y adorad a quien ha hecho el cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de las aguas.’” (Apocalipsis 14:7)
EL SÉPTIMO DÍA
VERSÍCULO 2. “Y yo, Dios, acabé mi obra el día séptimo.”
Los seis días habían finalizado, y el Creador contempló la obra efectuada en cada uno de ellos. El Creador no hace una apología de la obra efectuada, no presenta excusas o pretextos, sino que razonadamente la califica de buena. Tan satisfecho estuvo Él de los resultados de sus grandes esfuerzos, que apartó como día de descanso al séptimo día.
VERSÍCULO 3. “Y yo, Dios, bendije el día séptimo y lo santifiqué.”
Dios, el gran Creador, descansó luego de los seis días que estuvo ocupado en hacer de la tierra la morada del hombre. Durante seis días, había vigilado y planeado, pero ya la tierra estaba lista para el propósito señalado. No es que el Creador estuviese cansado o agotado, sino que estuvo bien satisfecho. (Isaías 40:8).
La obra de la creación sigue adelante. Nunca se detiene sino que se renueva diariamente. En su sabiduría el Señor ha establecido que las cosas no tengan fin. Y para que en la tierra abundaran sus favores y reinara la paz en todo su vasto dominio, Él instituyó el sábado como un día de descanso, un día en el cual pensar en Él. El estableció él gran ejemplo; él cesó por un día en todas sus labores, pues había dado fin exitosamente a todo lo que se había propuesto hacer. Dios bendijo el séptimo día y lo santificó.
—
EL ORIGEN HEBREO DEL SÁBADO
DE ADORACIÓN
(Éxodo 31:12–17).
En todas las épocas, los judíos han aceptado el sábado como la herencia de Israel, y testifican que quienes se deleitaron en el sábado hallarán paz y gozo: “Quienes se deleiten en él, de retraer sus pies en el Santo Día de Dios de caminar por sus sendas de todos los días, transitarán las cumbres de la felicidad y morarán en la honrada Casa de Israel”.
A esto se agrega esta piadosa reflexión judía:
—”Demasiado a menudo vamos por nuestro camino, día tras día, y olvidamos su andadura y su guía. Las tareas diarias y las preocupaciones. Nuestros afanes y los placeres de la vida, nos absorben y avasallan y despojan de nuestros corazones el recuerdo de Dios. Por eso nos fue dado el Sábado. Es una suave voz que nos distrae por un momento de nuestra labor diaria, para que podamos refrescarnos con las aguas de vida que brotan del manantial de salvación. Que podamos comprender más y más el valor y la necesidad de la observancia del día de reposo. Que podamos recordar continuamente, oh Señor, que tú eres la fuente de la vida, que en tu luz nosotros podemos ver la luz. Desde antaño fue establecido (los fundamentos de la tierra y montañas sobre ella, la cubierta de los cielos); sin embargo, en su infinita sabiduría, los profetas vieron que el corazón humano se envía a sí mismo, de manera que el homenaje a su Creador, que se evidencia en el descanso y la adoración del sábado, sea el fruto espontáneo de una fe amante, la propia alma ofreciéndose sobre tu altar”.
(Oración judía)
Y de nuevo —
“Padre Celestial, nos regocijamos de que en medio de las inquietantes preocupaciones y ansiedades, los vanos deseos y las agotadoras luchas de nuestra vida terrenal, tu Santo Sábado nos haya sido dado como un día de descanso y de refrigerio para nuestras almas. Quita la carga de nuestros hombros, nos llama al descanso de tu casa y al gozo de tu adoración, y nos conforta con tu benigno mensaje. Paz, paz a los que no están lejos y aquellos que están cerca… Cuando centenares en alabanza a ti, que nuestras almas puedan elevarse a ti junto con nuestros cantos, y que cuando te rindamos nuestro homenaje a ti, podamos recordar que solo por la obediencia a tus mandamientos, por la fidelidad a nuestros deberes, por la bondad de nuestros hechos, podremos hacer que nuestra adoración sea aceptable ante ti.”
Nuestra adoración a Dios en el día de reposo es como el rocío del cielo: reaviva nuestro decaído espíritu e imparte coraje y fuerza a nuestros cuerpos cansados, abrumados con los trabajos de cada día.
Notas al pie
Sábado, en hebreo Shabbath, significa descanso, cesación de trabajo. La declaración en la Perla de Gran Precio, Moisés 3:3, es de que Dios descansó en el séptimo día y lo santificó. De acuerdo con la ley dada en el Sinaí, el día séptimo iba a ser un día de descanso, en el cual no se haría ninguna obra mundana, y se lo mantendría como un día santo para Dios.
“En un tiempo posterior, a la sencilla ley judía de los primeros días, por causa de las tradiciones de los ancianos, se le fueron agregando cosas, hasta que las reglas sabáticas se hicieron gravosas, y en algunos casos, vacías. Fue en contra de esto y no en contra de la ley de Dios sobre el Sábado, que Jesús enseñó e hizo sus curaciones.”
El sábado, un día de cada semana, fue observado por los judíos en el día que nosotros ahora llamamos sábado. No sabemos cuánto hace que ese día fue designado como el día de reposo. Luego de la ascensión de Jesús, los discípulos se reunían el primer día de la semana para adorar y alabar a Dios. Durante largo tiempo los judíos cristianos observaron los dos días, el primero y el séptimo; pero como los cristianos continuos nunca habían observado el sábado, únicamente observaron como día del Señor el primer día de la semana. Finalmente, se abandonó por parte de los cristianos la observancia del séptimo día judío. (Cruden, “Concordancias de la Biblia”).
“Santificar”, hacer de una cosa algo sagrado, santo, apartado para los propósitos u observancias religiosas; consagrar; hacer de algo una cosa fecunda en santidad o piedad.
(Diccionario Merriam-Webster).
Nosotros hemos puestos sobre la tierra con el designio de que hagamos la voluntad del Señor. Puede ser que nos cueste hacer a un lado todas las cosas que nos son gratas, pero es algo bueno que hagamos una pausa en nuestra lucha por buscar las cosas del mundo, y que busquemos aquellas cosas que nos harían verdaderamente ricos.
Adorar al Padre, a través de su Hijo, quien es Jehová, el Creador, es el objeto del día sabático. Y en conexión con esto es bueno recordar las palabras del Señor a esta generación, palabras que Él habló al profeta José Smith: “El que tiene la vida eterna es éste”. Que podamos entender más plenamente estas palabras de esperanza llenas de hombres y mujeres que nos han precedido, “Las recompensas de la justicia son más deseables que todas las riquezas de la tierra.”
Es algo bueno acercarnos al Señor en adoración el día de reposo. Es bueno apartarnos de todas nuestras inquietudes terrenales y buscar la vida eterna. Es bueno olvidar los placeres pecaminosos y escuchar los susurros de esa voz suave que viene del Padre para guiarnos y conducirnos y advertirnos sobre lo que nos sucederá. Estamos tan absorbidos por el mundo y por las cosas del mundo, que nos queda poco tiempo o pensamientos para otra cosa que no sea, “¿Qué vamos a comer? ¿Qué vamos a beber?” o “¿Con qué nos vestiremos?” (III Nefi 13:31).
Dando oído a estas preguntas, es cuando deberíamos recordar esas otras palabras del Salvador: “Venid a mí, todos los que estáis cargados y cansados, que yo os haré descansar.”
El día de reposo nos dice con palabras más elocuentes que las del diccionario: “Venid, refrescaos en las aguas de vida que brotan en abundancia de los manantiales de la justicia.”
El descanso del Señor significa la plenitud de su gloria. (D. y C. 84:24).
Por ello, al llamado y emular el ejemplo del Gran Creador en el séptimo día, a la par que cesamos en obrar, cesaremos en crear y en el conocimiento de la gloria de aquel que creó todas las cosas, o sea en el conocimiento de lo que es justo y verdadero. (Mosíah 4:12).
Y lo que es más, nutridos y prevenidos por Dios, creceremos en su temor; y no pecaremos mucho cuando comencemos a decir como el profeta de antaño, que de ahora y para siempre serviremos a Dios y guardaremos sus mandamientos. (Josué 24:15). Entonces nuestra ofrenda de homenaje a Dios en su día santo será aceptable ante Él y el Santo Espíritu que morará en nosotros hará que nuestra adoración en este día santo redundé al máximo para nuestro bien y para la gloria de nuestro Padre Celestial.
VERSÍCULO 4. “Estos son los orígenes del cielo y de la tierra, cuando fueron creados.”
Algunos comentaristas de la Biblia, al referirse a la narración del Génesis referente a la Creación, argumentan que las palabras “Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra, cuando fueron creados”, deberían estar colocadas al comienzo de la narración. Su argumento es: probablemente fueron cambiadas de su lugar original que debería ser Génesis 1:1, como se podría deducir de las referencias en Génesis 5:1; 6:9; 10:1; (Comentario de la Biblia de 1 Volumen, editado por el Rev. J. R. Dummelow, L.L.A., Queen’s College, Cambridge).
Nosotros, sin embargo, consideramos que no es así, pues la frase fue escrita por Moisés, quien la colocó en su debido lugar, 3:4. Además, es así como se lo reveló el Señor al profeta José Smith. En nuestra opinión, esa frase no se refiere a los incidentes que son relatados en el segundo capítulo de Moisés, y que figuran en el capítulo 2º de Génesis, sino que es una declaración informativa escrita por Moisés en cuanto a la Creación.
“En el día en que yo, Dios el Señor, hice el cielo y la tierra”.
Aquí tenemos un nuevo nombre que fue mencionado antes en la historia de la creación, a saber, Dios el Señor. Esto significa Jehová Elohim. Indicándose así que Jehová fue el Creador, bajo la dirección de su Padre. Todas las versiones de la Biblia con el fin de resaltar esto escriben el nombre Señor con letras mayúsculas. De modo que cuando leemos los escritos de Moisés, ya sea en la Biblia o en el Libro de Moisés, podemos sustituir el nombre Jehová por su equivalente, Señor.
VERSÍCULO 5. “Porque yo, Dios, el Señor, creé espiritualmente todas las cosas.”
Esto, definitivamente, es una firme declaración sobre la preexistencia de todas las cosas. Hombres, bestias, aves y plantas fueron creados espiritualmente antes de ser colocados sobre la tierra por el Señor Dios.
El Señor Dios vio que entre todas sus obras hechas sobre la tierra no hubo hombre sobre ella para que “la labrase”, y no hubo lluvia que ablandara sus canales y empapara sus surcos. (Salmo 65:10). No hubo carne sobre la tierra, ni de hombre, peces o aves. La tierra era un desolado desierto, incapaz de producir sustento para la vida. Por lo tanto, el Creador, habiendo creado espiritualmente a los hijos de los hombres y no existiendo todavía un lugar adecuado para que morasen, hizo llover sobre la tierra a fin de que pudieran crecer sobre ella plantas y árboles.
VERSÍCULO 6. “Y yo, Dios el Señor, hablé…”
La palabra de Dios causó que de la tierra se elevara un vapor que luego cayó en forma de lluvia. Las gotas de agua refrescaron el suelo reseco; las semillas germinaron y crecieron. En donde antes la tierra estuvo desolada, ahora se llenó de la gloria de Dios; provista de verde primavera, toda la tierra resonó con cantos de gozo; quizás en palabras inarticuladas, pero sin embargo elocuentemente, y escuchador por todos, exclamó el Santo Nombre: “Honrad a Dios y dadle honra. Y adorad a aquel que ha hecho el cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de las aguas.”
VERSÍCULO 7. “Y yo, Dios el Señor, formé al hombre del polvo de la tierra.”
El hombre, la última obra en su tren de progresiva creación, fue formado por el Creador del “polvo de la tierra”, haciendo que de ese modo lo que antes fue un trozo de barro (cuando Dios terminó de dar forma a la estructura del cuerpo del hombre e “insufló en sus narices el aliento de vida”) se transformara en “un alma viviente”.
A partir de ese humilde comienzo, “del polvo de la tierra”, el hombre se elevó hasta la cima de la excelencia, desde la cual recibió la recompensada bendición que Dios le había dado: “Señorea en los peces del mar y las aves del aire, y el ganado y toda la tierra.” Si bien la colocación del hombre fue sobre un reino que le fue dado por Dios, el relato de la creación por Moisés indica que el hombre no esperaba más bendiciones, en eso que se conservaba íntegro a ciertas restricciones y limitaciones, que más adelante el Creador le daría a conocer.
De esa manera, la carne con forma y atributos humanos tuvo en su comienzo, Dios creó al primer hombre, pero la gran lección revelada en estos escritos de Moisés es que:
“Todas las cosas fueron creadas antes… pero fueron creadas espiritualmente…”
Esto significa que todas las cosas, plantas, peces, aves, bestias y hombres, fueron creados antes de ese tiempo, espiritualmente en los cielos, y después tomaron sobre sí cuerpos con los que pudieron morar sobre la tierra. Dios, a través de su palabra, quien es su Hijo, apoyó cada uno de los aspectos de su plan —o sea, del plan del Padre.
Nota al pie:
El 17 de mayo de 1843, el profeta José Smith observó que el texto en Génesis 2:7, leídas las Escrituras en Moisés 3:7, debería leerse: “Dios sopló en Adán su espíritu (el espíritu de Adán) o aliento de vida.”
VERSÍCULO 8. “Y yo, Dios el Señor, planté un jardín al oriente de Edén.”
El amor de Dios por sus hijos no se manifestaría en tormentas o tempestades, o con una rígida disciplina, sino en las cosas que Él pone a su alrededor para que sean puros y felices.
Las cosas son creadas para el beneficio y mejoramiento de sus hijos.
Con este fin, Él plantó un jardín al oriente de Edén, que nosotros conocemos como Jardín de Edén, en el cual Dios puso al hombre que había creado.
Nota: Edén en hebreo significa deleite o placer.
VERSÍCULO 9. “Y de la tierra yo, Dios el Señor, hice que crecieran físicamente todos los árboles.”
El jardín de Edén fue plantado por el Creador, no solo para que Adán se deleitara en él, sino para que fuese un lugar en el cual Adán pudiese probar su obediencia al Creador y su comunión con Él. La vida en el jardín sería para Adán un período de protección, mientras morase en él.
En ese lugar fueron plantados por el Señor Dios árboles de todas clases, “agradables a la vista del hombre”, y a la sombra de los cuales Adán caminaba, “al fresco del día”. Como su nombre lo implica, Edén sirvió a Adán como un lugar guardado en el cual vivir, y además se pudo ver que cada planta y cada árbol, fueron para el uso del hombre y para alimento.
Este versículo revela, además, que todas y cada una de las cosas que son y fueron creadas, cada árbol y cada planta que crece sobre la tierra, fueron hechas existir con anterioridad por el gran Creador del cielo y de la tierra; “Y yo el Señor, creé todas las cosas espiritualmente, antes que existiesen naturalmente sobre la faz de la tierra.”
Entendiéndose de ese modo estas palabras: “Y yo, Dios, creé el cielo…”
“nuestro estudio de los propósitos y de la voluntad de Dios, adquieren forma y dimensión”.
De los numerosos árboles hermosos que fueron plantados en ese jardín, el Señor Dios menciona por sus nombres solamente dos: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
VERSÍCULOS 10–14. “Y yo, Dios el Señor, hice que saliera un río del Edén para regar el jardín.”
Las diversas explicaciones sobre estos versículos —los mismos que figuran en Génesis 2:10–14— han causado gran confusión, y muchos estudiantes de las Santas Escrituras están de acuerdo en que el jardín de Edén estuvo situado en algún lugar de la península Arábiga. Otros sostienen que estas palabras no son más que un agregado a las que escribió Moisés, y que por lo tanto no son suyas. Nosotros no estamos de acuerdo con estas suposiciones. Estas palabras forman parte de la revelación dada a José Smith, el profeta, y nosotros sabemos que la revelación que recibió sobre los escritos de Moisés es verdadera y exacta. Fueron dadas a conocer por Dios.
“Y yo, Dios el Señor, hice que saliera un río del Edén”, el cual río se dividió en cuatro brazos, de modo que el Edén fuese un jardín irrigado.
Estos canales se denominan, comenzando con el primero: Pisón, Gihón, Hidekel y Éufrates. El escritor dice que el río Gihón rodea toda la tierra de Etiopía, y también que el cuarto río “fue el Éufrates”.
Debe recordarse que estos nombres, o sus equivalentes hebreos o árabes, son muy antiguos, más antiguos quizá que la historia de la torre de Babel y la dispersión de la humanidad. ¿Es posible que esos dos nombres y los otros mencionados, Pisón y Hidekel, fueron transmitidos por los descendientes inmediatos de Noé, los cuales efectivamente estuvieron familiarizados con la historia del Jardín de Edén?
Esto es estrictamente de acuerdo con las costumbres de los seres humanos en todas épocas: denominar sus nuevos lugares de residencia con los nombres del lugar del cual emigraron, o para recordar incidentes importantes acaecidos, en este caso, aquellos que ocurrieron durante la dispensación patriarcal.
VERSÍCULO 15. “Y yo, Dios el Señor, tomé al hombre y lo puse en el Jardín de Edén, para que lo labrase y lo cuidase.”
El gran Creador puso al hombre en el jardín para que lo cultivase y preparase su suelo fértil para ulteriores siembras.
En este versículo, el Señor Dios nos enseña en cuanto al trabajo, ennobleciéndolo. Aun cuando nuestro Señor realizó grandes milagros en sábado, confiando así en los negocios del día festivo, los judíos estaban en desacuerdo. Él, respondiendo a tal postura acusando del mal, dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo.” (Juan 5:17).
Él recompensó el trabajo, no lo ridiculizó. Estamos seguros que el Jardín de Edén fue un lugar en el cual había trabajo para hacer.
El hombre no fue puesto sobre la tierra para desperdiciar su vida vana e inútilmente. La forma en que el Creador trató al hombre lo orientaba para trabajar, y en la abundancia de Dios que al hombre pone tener en qué trabajar, sea feliz.
Ilustrando el trabajo de sus manos, el hombre puede embellecer las cosas que lo rodean. Que glorifiquemos el alma mediante el Dios de nuestra obra, y cuidar dentro de la esfera de acción que nos ha dado, con grandes creaciones.
No hay mejor manera de servir en conformidad con el Hacedor, que haciéndolo eso. Que en conexión con esto consideremos una oración que ofrecían los judíos los sábados:
“Dios y Padre, hemos estado en tu santuario en este, tu Sábado, para santificar tu nombre y ofrecerte oraciones en gratitud. La semana de trabajo ha finalizado, ha llegado el día de descanso. Tú, Creador de todas las cosas, nos has dado la bendición del trabajo, de modo que por la labor de nuestras manos, podamos dar forma y belleza a las cosas que usamos. Que podamos día a día emplear esto de manera tal que al mirar nuestro trabajo podamos calificarlo de bueno. Que el fruto de nuestro trabajo pueda ser un servicio aceptable ante ti. Que cada nuevo sábado nos encuentre más y más libres de todo lo que todo lo que hayamos hecho de bueno lo podamos hacer aún mejor, y que en donde hayamos fallado podamos, mediante tu gracia, rectificar y reparar el error.
Que podamos tener conciencia de las oportunidades que han puesto a nuestro alcance para prestar servicio. Ayúdanos a usar nuestras palabras para el beneficio de nuestros compañeros, a fin de que los corazones de tus hijos puedan alegrarse a causa del trabajo de nuestras manos”.
Así el caso a Adán le fue dada una ocupación placentera, y durante esa perfecta probación él estuvo diariamente en comunión con su Creador, recibiendo enseñanzas sobre cómo vivir y ser feliz.
VERSÍCULOS 16–17. “Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal, no comerás de él.”
Luego de que Adán fue puesto en el Jardín, mientras disfrutaba de su hermosura y observaba sus habitantes, notó un extraño árbol distinto a todos los demás, el cual nunca había visto. Adán, estando cerca de su Hacedor, procuró que Él le informara en cuanto a dicho árbol y su fruto. Contestando a su pregunta, el Señor le dijo que ese era un árbol peculiar al cual Él denominaba “El árbol del conocimiento del bien y del mal.”
Se le previno a Adán que no comiera de su fruto, pues éste tenía la propiedad de hacer que quien lo comiera se sintiera moralmente responsable por sus actos.
(Génesis 2:9; 3:1–7).
Al ver que Adán estaba algo desconcertado, el Creador le dijo:
“Podrás escoger según tu voluntad,” si comías o no de él, “porque tú os concedido.”
“Pero recuerda que yo te lo prohíbo, porque el día en que tú comieres, de cierto morirás.”
Por razón de su inconmensurable sabiduría, el Señor Dios no dio a Adán las razones por las cuales Él diseñaba el plan de nuestro bien. Era el caso de que Adán desobedeciera el mandato:
“Del árbol del conocimiento del bien y del mal, no comerás de él…”
Pero nosotros entendemos que esto fue parte del Plan de Vida y Salvación.
Cuán grave fue su cargo, obedecer o no al mandamiento del Señor. Adán tuvo la libertad de elegir. (DyC 29:34–35; 2 Nefi 2:27; 10:23).
Si Adán escogía no dar importancia al cumplimiento de su prohibición, si se rebelaba contra la santa ley de Dios y desafiaba la autoridad y sabiduría del Creador y participaba del fruto prohibido, pecaría la vida. Así lo había decretado la voz del Todopoderoso Dios. La palabra de Dios es firme. Si la muerte no sobreviniera a Adán, la palabra del Creador quedaría anulada.
Adán vivía en esa época como un ser inocente, carente de conocimiento en cuanto a la vida o al mal. El Jardín fue un lugar preparado para Adán por el Padre Celestial, “que tiene su guía para lograr eternidad.”
“En este lugar, bajo un cuidador y una guía revelacional, él se capacitaría para llevar a cabo su misión en la tierra.”
El conocimiento del bien y del mal es el rector de distinguir entre lo bueno y lo malo.
Significa que Dios no sólo “restringió” la muerte a Adán, sino que también le dio una razón para discernir entre el bien y el mal. El comer del fruto que le había sido prohibido induciría en Adán un conocimiento de ese por libre para conocer lo bueno y lo malo.
La facultad de elegir era una herencia que Adán dejó a toda la humanidad y que él fue el primero en ejercer.
Adán, al elegir por sí mismo, pudo por experiencia, decir cuál es la diferencia entre lo bueno y lo malo. Al elegir el bien, “cuando lo fue dado escoger”, hizo que Adán conociera con gozo “el conocimiento de la gloria de aquel que creó todas las cosas,” y vio el conocimiento de lo que es justo y verdadero. (Mosíah 4:12).
Imaginemos que no hubiese adquirido dicho conocimiento, y fue para Adán una larga y agradable experiencia.
El error fue que Dios lo había prohibido. No le dio a Adán la facultad de discernir, o el poder para discriminar.
Él lo brindó simplemente los hechos sino el poder para percibir su verdad.
Él aprendería por experiencia.
Los medios para el progreso y adelanto de Adán fueron la autodisciplina y la educación. El conocimiento se adquiere haciendo; no lo confiere el hecho de desobedecer.
Adán fue bendecido no por haber comido del fruto prohibido, sino a pesar de haberlo hecho.
Se ha dicho que “la libertad que tiene el hombre para elegir, hace posible que él desobedezca, y por el camino de la equivocación logra el necesario conocimiento, porque el conocimiento del bien y del mal se logra a costa del equívoco”.
Pero el hombre no se salva más rápido de lo que gana conocimiento. Eso fue verdad en el caso de Adán. Demando que Dios le permitiera que comiera del “fruto del árbol”.
VERSÍCULO 18. “Yo le haré una ayuda idónea para él.”
Con la tierna atención de un Padre, Dios vigiló a Adán día a día, y hora a hora. El propósito del Creador fue el bienestar de Adán. De todas las criaturas que existieron sobre la tierra, él fue el único hombre, y estaba solo en el Jardín de Edén plantado por Dios. Adán no tuvo a nadie con quién compartir las bellezas que lo rodeaban.
No fue la voluntad de Dios que él estuviese solo porque, “no es bueno que el hombre esté solo.”
Por lo tanto, consultando el Padre y su Hijo Unigénito, co-creador de Adán y de todas las cosas que existieron sobre la tierra, determinaron darle una ayuda idónea, una compañera para que fuese su esposa. Estando solo y sin una ayuda apropiada, Adán no podía cumplir toda la medida de su creación.
Dios se compadeció de la soledad de Adán, el hombre es por naturaleza un ser sociable y el gran Creador por haberlo creado, supo cuáles fueron sus necesidades y deseos. Por lo tanto determinó que no fue bueno para Adán estar solo.
VERSÍCULO 19. “A toda bestia… los mandó que se llegasen a Adán para que nombre los diera.”
Las bestias del campo y las aves del aire que Dios había formado, no tenían nombre, así que Dios mandó que comparecieran ante Adán “para ver qué nombre les daba.”
En sus condiciones físicas y en sus hábitos naturales, Adán vio en ellos ciertas características que los distinguían entre sí; y de acuerdo a esas cualidades peculiares a cada animal, los clasificó en diferentes especies, a las cuales dio un nombre, indicativo de alguna característica. Y por ese nombre fueron conocidas de allí en adelante.
VERSÍCULO 20. “Y Adán dio nombre a toda bestia del campo, pero en cuanto a Adán no hubo ayuda idónea para él.”
El Señor Dios, habiendo dado previamente a Adán dominio sobre todas las criaturas que Él había creado, hizo que Adán les diera un nombre, el que le fue sugerido a Adán por algunas de las peculiaridades que vio en los animales que se presentaron ante él.
De ese modo, Adán ejerció la soberanía sobre todas las bestias y aves, que Dios le había otorgado, dándoles su correspondiente nombre, de acuerdo al cual se las asociaría o conocería.
El día que Adán se sintió en cierta forma algo perplejo y confundido, pues entre todas las creaciones de Dios, aparte de él, vio que cada cual tuvo su pareja; pero para él no hubo una compañera, “una ayuda idónea.”
VERSÍCULOS 21–22. “Y yo, el Señor Dios, hice que cayera un sueño profundo sobre Adán.”
Estos versículos hablan de la creación de una compañera para Adán, pero en nuestra opinión, las palabras son alegóricas. Sin embargo, aumenta nuestra comprensión de la gloria de Dios creer que en su sabiduría Él proveyó una compañera para Adán, tal como lo había hecho con las otras almas vivientes.
No es posible entender completamente de qué modo fue formada la compañera de Adán, pero tenemos que recordar que en los tratos de Dios con el hombre existe una sabiduría que no podemos penetrar; una omnipotencia que apenas si podemos imaginar.
Vamos a dejar las cosas que no entendamos para aquel día cuando comprenderemos lo que ahora no sabemos.
Ya creada su compañera, Dios la trajo a Adán.
VERSÍCULO 23. “Adán dijo: se llamará Varona.”
El gozo de Adán al ver a la que sería de allí en adelante su compañera, solo refleja su reconocimiento por el hecho de que ella era de su especie.
Extasiado exclamó: “Esta es hueso de mis huesos, y carne de mi carne; Varona se llamará, porque del varón fue tomada.”
Lo mismo que a las otras creaciones de Dios, Adán dio a su compañera un nombre, percibiendo que en ella había cualidades peculiares: “Ella será llamada Varona.”
(En inglés woman es notoriamente similar a la palabra man; en hebreo ish = esposo–hombre, e ishah = esposa–mujer), diferenciando así al hombre sólo en el sexo, pero no en su naturaleza.
VERSÍCULO 24. “Por lo tanto el hombre… se allegará a su mujer.”
Este versículo nos enseña la santidad de la relación matrimonial. Reconoce que el hombre debe hacer a un lado los lazos que atan a padres e hijos y sustituirlos por aquellos que unen eternamente el parentesco de esposo y esposa.
El esposo y la esposa unidos no deben ser separados. Lo que Dios juntó, como en este caso de Adán y su esposa, “no lo separe el hombre.”
Dios no hace nada de naturaleza temporal; todos sus actos son de naturaleza perdurable y no tendrán fin. El matrimonio es un sacramento instituido en el principio.
Lo mismo que quien lo instituyó, es de eternidad en eternidad, y no basta que la muerte intervenga. (Efesios 5:22–23).
En conexión con esto, será bueno leer las palabras de Cristo en el capítulo 19 de San Mateo, versículos 3–11.
Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días entienden este dicho del Señor, y en los templos levantados al Altísimo, el convenio del matrimonio se convertirá en algo eterno mediante la ordenanza conocida como matrimonio celestial.
VERSÍCULO 25. “Y estaban ambos desnudos… y no se avergonzaban.”
Ni Adán ni su esposa conocían el mal. Sus cuerpos los recibieron de Dios, puros y limpios; ninguna cosa contaminaba los templos en que habitaban. Ambos fueron inocentes de toda mala acción, no hubo nada en ellos que los hiciera sentirse avergonzados.
—
CAPÍTULO 4
Como fueron revelados al profeta José Smith
Este capítulo fundamental revela, mediante una visión divina dada a Moisés, los eventos trascendentales que llevaron a la caída de Adán y Eva, y la entrada del pecado y la muerte en el mundo. A diferencia de una simple narrativa, el texto proporciona un marco doctrinal profundo que explica no solo lo que ocurrió en el Jardín de Edén, sino por qué fue necesario para el cumplimiento del plan de salvación.
El relato comienza con una escena premortal, en la cual Satanás propone un plan que eliminaría el albedrío humano, buscando la gloria para sí mismo. En contraste, el Hijo Amado de Dios ofrece hacer la voluntad del Padre y dar toda la gloria a Él. Debido a su rebelión, Satanás es expulsado y se convierte en el padre de todas las mentiras, determinado a destruir el plan de Dios.
Acto seguido, se describe cómo Satanás, usando la serpiente como instrumento, tienta a Eva. Ella y luego Adán comen del fruto prohibido, lo que resulta en la apertura de sus ojos al conocimiento del bien y del mal. Su desobediencia conlleva consecuencias físicas y espirituales: la mortalidad, el trabajo, el dolor, y la separación de la presencia de Dios, pero también marca el inicio de la redención prometida.
Este capítulo también introduce la profecía mesiánica (versículo 21), donde se promete que la simiente de la mujer herirá la cabeza de la serpiente—una alusión a Jesucristo venciendo al adversario. A pesar del castigo, Dios muestra misericordia: viste a Adán y a Eva, y establece guardias celestiales para proteger el árbol de la vida.
En conjunto, el capítulo 4 enseña sobre la caída como parte necesaria del plan divino, resalta el valor del albedrío, la importancia del Salvador, y el inicio del estado mortal en el que la humanidad tendría la oportunidad de progresar, aprender y ser redimida mediante Cristo.
Este capítulo menciona la entrada del pecado en el mundo; de cómo la carne quedó sujeta al mal, cuya pena fue la muerte.
Como dice Pablo (Romanos 5:12), como antes, los hombres —Adán y su esposa— vinieron de Dios a la tierra, limpios y puros.
Cuando ellos transgredieron su santa ley y participaron del árbol prohibido, el pecado que cometieron no obedeció a una influencia ajena a ellos.
Ellos no sabían lo que era el pecado. El mal que cometieron no se originó en ellos.
La comisión del pecado les fue sugerida por un poder externo.
Ellos reconocieron su equivocación al comer del fruto; ambos culparon a otro por la falta cometida.
Dios en su misericordia, les expulsó del jardín que había preparado para que fuera su hogar a fin de que por medio de la tristeza y la aflicción pudieran cumplir con otro de los grandes mandamientos de Dios:
“Multiplicad y henchid la tierra.”
VERSÍCULOS 1–3. “Satanás, el mismo que existió desde el principio.”
Moisés parece sostener algo perturbador: ver la intervención de Satanás en la solemne ocasión de su comunicación con el gran Creador.
El estuvo perplejo, pero Dios le recordó que a pesar de la perturbadora monta que el hecho le ocasionó, Satanás había huido cuando Moisés lo mandó en el nombre de su Hijo Unigénito, que así lo hiciera.
El Señor notó el desánimo de Moisés, y se apresuró a reconfortarlo.
El Señor identificó al intruso como “Ese Satanás… que existió desde el principio.”
Su nombre fue Luzbel, que significaba portador de luz, y que señalaba la exaltada posición que una vez ocupó y así lo llama (Doctrina y Convenios 76:26).
Dios al respecto del élder Janna L. Sjodahl:
“Hubo un gran concilio en los cielos, bondadosamente convocado para deliberar sobre la redención del hombre. A sus concurrentes dijo Dios: ‘¿A quién enviaré?’ De este pasaje podemos deducir que en esa asamblea estuvieron presentes muchos espíritus destacados. Uno de ellos fue Lucifer, que se contaba entre los principales. Él se levantó y dijo: ‘Aquí estoy, envíame a mí. Yo seré tu hijo, y miraré a todo el género humano, de manera que nadie se perderá; y por cierto lo haré, y te daré toda tu gloria.’”
El Gran Jehová, el Hijo bienamado de Dios, también estuvo presente.
Él habló y en solemne atención invalidó el Concilio:
“Aquí estoy. Envíame. Pero que se haga tu voluntad, y la gloria sea tuya para siempre.”
Lucifer se propuso destruir el libre albedrío del hombre, y salvar a la fuerza a todas las almas.
Jehová propuso la salvación como resultado de la libre elección por parte del hombre.
La proposición de Jehová fue la que se aceptó.
Por lo tanto, Lucifer decidió llevar adelante su plan sin el consentimiento del Concilio Celestial, y ajustar a su voluntad a la raza humana.
Él comenzó a provocar una agitación entre sus seguidores y fue entonces desechado del cielo al lado de las huestes celestiales que se rebelaron contra Dios.
Él y sus seguidores fueron expulsados del cielo, pero jamás han cesado de tratar de establecer su reino en los hijos de los hombres y oponerse a Jehová y su causa.
En sus esfuerzos se manifiestan en la prevalencia de falsas doctrinas, morales corruptas, luchas y contenciones, persecuciones, y en los fallidos esfuerzos por combatir el pecado mediante medidas legales en lugar de la influencia del Evangelio de Cristo.
Pero luego de todos los comentarios exegéticos que hemos hecho; después de una explicación crítica de esta porción de escritura, nos vemos forzados a decir:
“A Satanás no le importa lo que creamos o lo que no creamos, con tal que no creamos en Jesucristo, de quien el diablo fue adversario desde el principio.”
Desde que se rebeló en contra de la autoridad divina, y que a causa de ello se le echara del cielo, Satanás ha llevado a cabo una vigorosa campaña, aunque infructuosa, para frustrar los propósitos del Señor Dios. Sin embargo, a pesar de Satanás y de sus numerosos súbditos infieles, toda la creación prorrumpe en exclamaciones de alabanzas, gloria y honor al nombre del Gran Dios y unánimemente auguran un futuro grande y glorioso.
No obstante lo verídico que sean los insidiosos planes de Satanás; no obstante lo bien formulados que estén para engañar al género humano, y destruir lo que Dios ha creado; no obstante que su meta sea sujetar a su voluntad a toda la descendencia de Adán y Eva, frustará la autoridad del Concilio Celestial, los planes del Señor Dios para ensalzar a la humanidad han sido mucho mejor fundamentados.
Satanás no entiende los planes de Dios. Dichos planes fueron divinamente concebidos, y en consecuencia a medida que vayan desarrollándose de acuerdo con el mandato del cielo, el Creador de los cielos y de la tierra llevará a cabo, a pesar de los designios malignos de Satanás, lo que será mejor para el hombre, que redundará en la mayor gloria de nuestro Padre Celestial.
La historia de la caída de Adán ha sido relatada en mil diferentes ocasiones y por mil diferentes personas.
Pero uno de los principios de la pedagogía es la repetición.
Mediante la repetición enseñamos y mediante la repetición aprendemos.
Los turcos enseñan con la repetición.
Por lo tanto repetimos la antigua historia en la esperanza de que el lector se sienta impresionado con la sabiduría de Dios y su eterno designio y voluntad.
VERSÍCULOS 5 y 6. “Y Satanás incitó el corazón de la serpiente.”
Ninguna de las bestias que Dios había creado fue tan sutil y mañosa como la serpiente.
En los escritos de Moisés no emplea la palabra astuta para definirla. En este sentido astuta significa taimada, enigmática.
Satanás vio que en la serpiente hallaría un buen elemento para trabajar.
Él se vio obligado a emplear a una bestia, en su conspiración para tentar a Eva, pues las únicas personas existentes fueron Adán y Eva.
El instigador del plan para seducirlos fue el Diablo, quien en su carácter de Lucifer en el Concilio Celestial procuró destruir lo que Dios había hecho y anular la Santa Voluntad de Dios para con la humanidad.
Suponemos que Satanás trató primero de seducir a Eva, debido a que por naturaleza era inclinada a confiar y creer en lo que se le dijera.
“Seducir” significa engañar con procesos falsos, inducir tramposamente; inducir a error.
El mismo Satanás fue astuto y engañador, de modo que él y la serpiente se complementaron para conspirar.
Decimos conspiración, porque unirse para efectuar un mal es conspirar.
Ambos trataron de anular el libre albedrío del hombre para elegir entre el bien y el mal, algo que el diablo estuvo esperando lograr desde que fue fundada la tierra.
Con su engaño falaz, Satanás había arrastrado tras suyo a una tercera parte de las huestes celestiales, promoviéndolas falsamente que mediante la compulsión los salvaría a todos, no concediéndoles el derecho de decidir por sí mismos qué es lo que harían o no harían.
VERSÍCULOS 7 al 11. “No comeréis de él ni lo tocaréis.”
Estas palabras registran una conversación sostenida por la mujer y el calumniador, el cual habló por boca de un usurpador.
Podemos inferir que donde el texto dice serpiente, quiere decir justamente eso.
No hay duda en que cuando Moisés escribió el relato de su visión, se refirió a una serpiente real. En las palabras que Satanás puso en boca de la serpiente, Satanás procuró reconciliar el nombre de Dios Todopoderoso en la mente de Eva.
En su nefasto plan para engañarla, atribuyó a las palabras del Creador un doble sentido, sugiriendo que quien prohíbe sea sincero y que no merecía confianza, algo que Satanás deseaba que Eva creyera.
Él trató de que Eva se complaciera en la idea de que era capaz de obrar por propia determinación, sin que nadie la mandara. Fue de esa manera que el ganó su confianza. Quizás, Eva pensó que la serpiente era un mensajero celestial.
Satanás principió su vil intento de seducir a Eva con una simple pregunta:
“¿Así acaso no os ha dicho Dios: no comeréis de todo árbol del jardín?”
La mujer contestó esta pregunta diciendo la verdad:
“Podemos comer del fruto de los árboles del jardín; mas en cuanto al fruto del árbol que vos en medio del jardín, Dios nos ha dicho: no comeréis de él, ni lo tocaréis, no sea que muráis.”
El árbol del conocimiento del bien y del mal es el árbol de la muerte. Es lo opuesto al árbol de la vida. (2 Nefi 2:15).
La muerte entró al mundo por comer de un fruto. La prohibición de no comer de él implicó otra cosa: “Ni lo tocaréis.”
Es decir: “mantén distancia,” tal como todo lo que pertenece al mal.
Estas palabras nos recuerdan las de Isaías, citadas por el Señor a los nefitas (Isaías 52:11) (3 Nefi 20:41) (Romanos 6:12).
“Ni lo tocaréis” sencillamente significa:
“manténos a un brazo de distancia del pecado; no lo permitáis que os tiente. Está al punto de poner a prueba vuestra resistencia a las vanidades del mundo.”
Cuando Satanás vio que la mujer estuvo dispuesta a conversar con él sobre el canto que él le presentó, se afirmó más en su propósito de lograr el resultado que deseaba.
Negó que lo que Dios había dicho fuera verdad y adelantó la proposición:
“No ciertamente moriréis.”
Pues Dios sabe que el día que de él comiereis, “se abrirán vuestros ojos, y seréis como Dioses, conociendo el bien y el mal.”
Satanás intentó introducir la discordia entre el hombre y su Creador, falseando el mandamiento de Dios. (Alma 12:31; 42:3).
Aquí hay una lección que todos podemos aprender. Es ésta:
El pecado comienza cuando se pasa por alto la autoridad.
Ya sea por rebelarse abiertamente contra los mandamientos de Dios, o por negarse a prestarles atención, al fin es el mismo, porque producir sus palabras significa el desastre.
Satanás supo esto por experiencia, y por lo tanto, 2 Nefi 2:27.
VERSÍCULO 12. “Tomó ella del fruto, y comió.”
Cuando Eva vio que el fruto del árbol era bueno para comer, sucumbió a la arteria estratagema de Satanás.
No vio ninguna diferencia entre ese fruto y el de los otros árboles del jardín, de los cuales los pudieran comer.
El fruto invitaba a que se lo comiera, pero les había sido prohibido.
La naturaleza humana tiende a desear lo que le está vedado.
Por lo tanto, Eva quizás deseó comer de ese fruto prohibido. Anheló adquirir sabiduría, y lo gracioso fue que la serpiente lo había asegurado que obtendría: “que los ojos de Eva serían abiertos.”
Aquí podemos ver la verdad de que existe una oposición a todas las cosas, como dijo el profeta Lehi al bendecir a su hijo, José (2 Nefi 2:11–15).
Eva vio que el fruto no sólo era bueno para comer, sino que, como hemos señalado era agradable a la vista, tentador.
“Muchas veces caemos en trampas a causa de nuestro desordenado deseo de gratificar nuestros sentidos.”
Esto puede ser lo que indujo a Eva a la mayor transgresión.
Eva tuvo libertad para sobreponerse a su vanidad y no caer en la tentación, pero se complació en la idea de comer del fruto prohibido. Tomó él y comió.
No fue obligada, sino que lo hizo voluntariamente. El diablo pudo tentar, pero no pudo obligar.
Eva, una vez que hubo comido, dio del fruto a Adán y le dijo que comiera; implicamos que empleando los mismos argumentos que la serpiente había empleado con ella.
No con la idea de perjudicar a Adán, sino que, deseando sinceramente beneficiarlo, ella venció las objeciones de Adán.
Y éste comió del fruto.
VERSÍCULOS 13–16. “Y abriéronse los ojos de ambos.”
La declaración que Satanás hizo por boca de la serpiente, de que si Adán y su esposa comían del fruto prohibido sus ojos serían abiertos, fue rápidamente comprobada por ambos.
Pero no como ellos esperaban…
La visión física de ambos no tuvo límites, siendo perfecta.
Pero la habilidad para discernir lo bueno de lo malo fue de naturaleza mental.
Su poder de percepción fue psicológico.
Por su intimidad, ellos no dieron cuenta de su desnudez.
Para ocultar su vergüenza, ellos se hicieron delantales con grandes hojas de higuera.
Un interior sentimiento de culpabilidad acosaba sus conciencias.
La desobediencia a la ley de Dios es el acto por el cual se despierta la conciencia, y Adán y Eva se sintieron culpables.
En cierta ocasión más adelante, mientras Adán y Eva caminaban por el jardín al fresco del día, conversaban sobre su hermosura y participaban de sus abundantes frutos con que “los había provisto con abundancia,” ellos oyeron una voz.
Una voz agradable, suave, como la de un padre amoroso hablando a sus hijos.
Cuando Él los llamó, intentaron de ocultarse.
Se sintieron tan afligidos por no haber sabido hacerlo, que no tuvieron coraje para verle, algo que entonces solían anhelar poder hacer.
Ambos hicieron un infructuoso intento por ocultarse entre los árboles del jardín.
Podemos imaginar el pánico por esconderse para escapar de la reprensión de Dios.
El conocimiento que los había dado el participar del fruto prohibido, los hizo temer la presencia de Dios.
El Señor Dios, viendo su súbita huida para ocultarse, llamó a Adán: “¿Adónde vas?”
Nueva realidad: ambos, Adán y su esposa, no conociendo el mal, guardaban ansiosa la visita de Dios.
Ahora, con la conciencia reconociéndolos, trataron de esconderse para que Él no los viera.
La excusa de Adán por esconderse fue que estaba desnudo y tuvo miedo.
VERSÍCULOS 17–19. “¿Quién te dijo que estabas desnudo?”
Y luego siguió una conversación entre el Señor Dios y Adán y su esposa, Eva.
“¿Quién te dijo que estabas desnudo?”
“¿Has comido del árbol del cual te mandé no comer?”
Dios ya sabía las respuestas que recibiría a las preguntas que hizo al hombre y a la mujer.
Sin embargo, era conveniente que ambos reconocieran su culpabilidad.
Que en vez de haber confiado en el poder de Dios, ellos fueron crédulos y desobedecieron a Dios.
Las preguntas directas de Dios impulsaron a Adán a decir sin reservas lo que había hecho. Pero al confesar cuál fue su parte en el drama que se estaba desarrollando, Adán culpó a su esposa de haberlo hecho transgredir, y aún no se aventuró a insinuar que el mismo Dios tuvo algo de culpa.
Adán dijo:
“La mujer que tú me diste, y ordenaste que quedara conmigo, me dio del fruto del árbol y comí.”
Hay en la naturaleza humana, tanto ahora como en aquel entonces, algo que da lugar al hombre no inclinarse a culpar por sus equivocaciones a alguna causa ajena a él.
Pocas veces admite haber creado o impulsado de un deseo propio.
Adán culpó a su esposa, y Eva a la serpiente; ni el esposo ni la esposa aceptaron ser culpables, o asumir la responsabilidad por sus actos.
Al seguir el Señor la línea de sus interrogatorios, inquirió de Eva sobre su responsabilidad.
Eva culpó a la serpiente de haberla engañado con sus horribles mentiras:
“La serpiente me engañó, y comí.”
VERSÍCULOS 20–21. “Por cuanto has hecho esto, maldita serás sobre todo el ganado…”
Dios Todopoderoso, el Juez, Creador de todas las cosas, llamó ante sí a quienes por una razón u otra, habían rehusado acatar su mandamiento de no comer del fruto prohibido.
Él, en el acto, dictó una justa sentencia.
La serpiente fue la primera en experimentar su enojo.
Fue con ella con quien conspiró Satanás con el fin de llevar a cabo el plan de frustrar los propósitos de Dios, induciendo al hombre y a la mujer a desobedecer su santa orden.
Satanás fue el primer instigador del complot para destruir al género humano, y puso su ánimo a la serpiente a que influyera a la mujer a ignorar o desobedecer el mandato de Dios.
Pero el instrumento empleado para engañar a Eva fue alguien muy vil e inicuo.
Ese alguien fue la serpiente.
Ella, en las manos de Satanás, fue un siervo del mal.
Como herramienta empleada por Satanás para llevar a cabo su nefasto propósito, la serpiente tuvo la misma culpa que Adán, y mereció el mismo castigo que él.
LA SENTENCIA. Versículo 20. Moisés, quien fue el escritor original de este relato, sin duda concibió a la serpiente como una bestia que anduvo sobre dos o más patas.
El Señor la clasificó como una creación de Su obra, o una de las bestias del campo.
Podemos presumir que la serpiente no fue ahora como fue antes de que se la maldijera.
En la cláusula el castigo aplicado a la serpiente por el papel que jugó en la caída de Adán y su esposa, el Señor Dios decretó que (versículo 21):
Esta es una alusión profética a nuestro Señor y Salvador.
La cabeza de la serpiente es un punto vital, representando a Satanás; y Jesucristo:
“Él te herirá,” aplastará a Satanás junto con todos sus malvados designios.
Satanás causará tristeza y sufrimiento al Señor; pero la victoria final, o el triunfo sobre todo mal, será de Jesucristo, la simiente de la mujer.
Satanás intentó “herir el calcañar” de Cristo, cuando lo tentó en el desierto.
Fue el diablo quien puso en el corazón de Judas el deseo de traicionar a Cristo, en el día los sumos sacerdotes al él perseguirlo, en el de los testigos falsos de acusarlo, y en el de Pilato de condenarlo.
En muchas maneras Satanás hirió el calcañar del Gran Redentor, causándole pena y dolor, y afligiéndolo con nuestras aflicciones.
VERSÍCULO 22. “A la mujer, yo Dios, el Señor, dijo…”
La mujer fue la siguiente en escuchar la condena o la sentencia por el pecado que había cometido.
El Señor fue misericordioso y el juicio que pronunció estuvo de acuerdo con la ofensa cometida por ella. Ella había hecho entrar al mundo el pecado y con él la tristeza, al participar del fruto prohibido, y desde ese tiempo en adelante el dolor sería su porción.
Versículo 22. Se le dijo que la sentencia que ella recibió no fue para su ruina, “sino un castigo para llevarla al arrepentimiento.”
El dolor y el sufrimiento del parto es de naturaleza carnal, y se puede suponer que muchas mujeres han experimentado ese amargo castigo por causa de los pecados y las transgresiones del género humano.
En todas nuestras experiencias se evidencia que existe una íntima relación entre el pecado y la tristeza.
Dios no hizo más que continuar este hecho al dictar su juicio sobre la mujer.
De allí en adelante, en lugar de estar ante Dios en la misma posición que el hombre, la mujer por haber participado del fruto prohibido sin consultar antes con el hombre, quedó sujeta a su esposo y bajo su dependencia.
VERSÍCULOS 23–25. “Maldita será la tierra por tu causa.”
La bendición del trabajo no le había sido dada al hombre desde el momento en que fue puesto en el Jardín de Edén para que lo labrara y lo cuidase.
Sin embargo, esa no fue para el hombre una tarea dura.
Para él fue un deleite llevar a cabo la tarea de supervisión que Dios le había dado, y realizaba con gran agrado el trabajo de cultivar y cuidar el terreno que Dios había plantado.
Pero de súbito todo cambió.
El había violado la santa ley y, en consecuencia, y de acuerdo al inquebrantable edicto de Dios, el hombre no tuvo más a su cargo gozar las bellezas del Jardín.
También, de acuerdo con ese decreto, el hombre iba a tener que extraer de la tierra, bajo condiciones adversas, aquellas cosas que habían llegado a serle necesarias en su estado caído.
Espinas y cardos crecerían en la tierra que iba a tener que preparar para obtener las cosechas de granos; y únicamente por medio de un constante trabajo, el hombre podría asegurarse la productividad de la tierra.
Esto significaba trabajo, y trabajo al calor del día significa sudor.
El precio que Dios demandó al hombre por su desobediencia fue el esfuerzo diligente, una vigilancia incesante, sudor y penas.
Adán, en castigo por haber violado la santa ley de Dios, estaría obligado a soportar durante todos los días de su carrera mortal la maldición impuesta por Dios sobre la tierra.
(Versículo 25).
El cuerpo de Adán fue hecho del polvo de la tierra, y hasta que llegara el tiempo en que ese mismo cuerpo retornaría a la tierra de la cual había sido formado, se iba a ver obligado a emplear todos sus recursos e ingenio para poder subsistir.
Desde ese momento todos sus esfuerzos se verían asediados por las penurias y el desaliento.
Nuevamente, vemos que la oposición en todas las cosas es un obstáculo que tiene que enfrentar el hombre; así aprendió Adán a apreciar la diferencia entre las delicias del Edén, y el trabajo y las tristezas de la vida a la cual había sido echado.
VERSÍCULOS 26–27. “Adán llamó a su mujer Eva.”
En hebreo es Havvah, que significa “vida”.
Adán puso ese nombre a su esposa debido a que ella fue la madre —la fuente de vida— de todos los habitantes de la tierra.
En esto mostró honor fe en el cumplimiento de otro de los mandamientos de Dios:
“Fructificad y multiplicaos, y henchid la tierra.” (2:28).
También Adán vio, como si fuera en una visión, que de la simiente de ella saldría quien efectuaría la gran propiciación por el pecado que habían cometido al comer del fruto prohibido, y que mediante Él, Adán lograría una reconciliación con Dios, y por ende toda su progenie.
El Señor llamó a Eva, la madre de todos los vivientes, porque ella fue la primera de todas las mujeres, las cuales iba a ser muchas, y porque fue la primera mujer de la raza humana.
Dios, el Padre de todos los hombres, les hizo vestiduras a Adán y Eva, vistiendo el cuerpo, y evidenciando su preocupación por sus hijos.
La verdadera razón por la que Él los hizo vestidos, tal como se menciona en el versículo 27 (conocimiento) no la entendemos, y no trataremos de explicarla aquí, pero el servicio del Templo muestra que es un honor llevar una réplica de ellas.
Evidencian que quien las lleva es un poseedor del Santo Sacerdocio de Dios.
VERSÍCULOS 29–30. “He aquí, el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros…”
En estos versículos hallamos otra evidencia de que muchas de las palabras originalmente escritas por Moisés fueron desplazadas o quitadas de sus escritos (Jer. 14:1) por editores o copistas no autorizados de la antigüedad, en cuyas manos cayeron esos registros.
En el relato escrito por Moisés sobre la creación y los tratos de Dios con Adán y Eva, tal como aparece en el libro del Génesis, en ninguna parte del mismo se dice que Dios se aconsejó con su Hijo Unigénito tocante a las cosas que iba a hacer, como sucede en la Perla de Gran Precio.
En el relato bíblico se han omitido las palabras que mencionan tal cosa.
Es importante entender esto, pues sin tales palabras, la historia es incompleta, y ello ha traído como resultado mucha confusión en la mente de los cristianos tocante a quién fue realmente el Creador, si el Padre o el Hijo.
El Unigénito del Padre fue el Creador, que hizo el cielo y la tierra bajo la guía de su Padre, con quien el Hijo se aconsejó en todas las cosas.
Jesucristo, el Unigénito, es el Creador, igual como el constructor lo es de una casa.
Produce un solemne propósito considerar toda la historia de estos relacionados con la creación de la tierra y los subsecuentes tratos de Dios con Adán y Eva, como una empresa conjunta del Padre y del Hijo, en la cual no es improbable que nosotros hayamos ayudado también.
El discernir entre el bien y el mal es una buena cualidad, y al escoger lo justo en lugar de lo injusto es una libertad que Dios ha concedido a cada hombre.
Esta capacidad de elegir lo coloca entre los justos, crea en él un corazón limpio, y lo hace uno entre los dioses.
Este cuadro fue completado sólo en parte por Adán y Eva; ellos habían comido del fruto prohibido y conocían el bien y el mal.
Pero ahora su sino era salir al mundo y elegir.
Ahora todo cuadro comenzaría a cumplirse en su sentencia.
El Señor Dios había decretado que fueran expulsados del Jardín de Edén; así se haría.
La palabra de Dios es firme. Sus palabras no pueden regresar a su boca sin cumplirse o anularse.
Adán, quien había violado la ley de Dios, recibió el castigo por su pecado.
Dios lo echó del jardín para que “labrare la tierra de la cual había sido hecho.”
En una palabra, Adán no sólo fue expulsado del Jardín del Señor, sino que fue excluido de la presencia celestial.
Supliendo que fue “el perdido” y la “gloria del paraíso,” había finalizado la comunión que tuvo con su Creador; ya no andaría y conversaría con Él.
Pero hemos de recordar que Dios jamás dejó de cuidar de Adán.
“El hombre solamente fue enviado a labrar la tierra de la cual había sido tomado.
Fue enviado a un lugar de trabajo, no de tormento.
Fue enviado a la tierra, no al sepulcro, ni al taller, no a la prisión: a manejar el arado, no a arrastrar cadenas.
Su trabajo de labrar la tierra se vería recompensado cuando comiera de sus frutos…
Nuestros primeros padres… no fueron abandonados a la desesperación.
El amor de Dios había designado para ellos un segundo estado de probación bajo nuevas condiciones.”
(Matthew Henry, parafraseado por el editor).
Adán y Eva comenzaron su carrera fuera del Jardín de Edén, poseyendo una alta cultura.
Adán supo cómo cuidar las plantas y cuidar el suelo.
Conoció los diferentes animales, pues él les había puesto nombre de acuerdo con sus características.
Pudo contemplar algunas de las constelaciones del cielo que, como si fueran un calendario celestial, indicaban no sólo el día y la noche, sino también las estaciones, los días y los años, y podríamos añadir, los ciclos. (D. y C. 88:42–25).
Para un mejor entendimiento del texto aquí mencionado, referimos al lector a la conversación sostenida por Alma Hijo, y su hijo Coriantón, registrada en el capítulo 42 de Alma, en el libro de Mormón.
VERSÍCULO 31. “Y puso al oriente del Jardín de Edén, querubines y una espada encendida…”
Después que Dios expulsó a Adán del Jardín de Edén, colocó querubines y una espada encendida para vigilar el camino al árbol de la vida que Él había plantado allí.
Ante la eventualidad de que Adán y su esposa, Eva, trataran de reingresar al jardín y gozar nuevamente de su abundancia, Dios colocó una barrera para impedirlo: una espada encendida cuya hoja arrojaba rayos de luz en todas direcciones, como si fueran relámpagos.
Esta demostración del desagrado de Dios y de su determinación de que el hombre y la mujer no comieran del árbol de la vida y vivieran para siempre en su condición caída, no fue expresada en palabras, sino en forma de una acción preventiva.
Querubines, plural de querubín.
Ha habido mucha especulación acerca del significado de este nombre.
Algunos estudiosos de las Sagradas Escrituras sugieren que querubines significan ángeles, mientras que otros simplemente no saben.
Sin embargo, la palabra es empleada en todo el Antiguo Testamento para significar objeto o poder al que se le ha señalado una tarea, pero no se da una definición de su significado.
Por lo tanto, nos inclinamos a creer que es algo que representa a Dios —ángeles o algo similar— que, como siervos, sirven a los propósitos de Dios.
Además, a veces puede ser una creación mental del escritor para significar algo que no puede definir fácilmente.
Para ilustrar los muchos usos que se le da al nombre y sus diferentes significados, sugerimos consultar los siguientes pasajes bíblicos en los cuales se incluye este nombre:
En Salmos 18:10, David dice que Jehová, “cabalgó sobre un querubín y voló; voló sobre las alas del viento.”
Según entendemos nosotros el salmista está describiendo una tormenta en la cual el viento huracanado es un siervo de Dios.
David continúa su descripción de las nubes de tormenta diciendo: “el resplandor delante de Él…”
Es posible ver una conexión entre la descripción ardiente de nuestro texto (4:31) y el resplandor de un relámpago.
También en los capítulos 1 y 10 de Ezequiel, se representan a los querubines como asistentes de Dios.
Aunque las tareas que desempeñan están rodeadas de mucho misterio, creemos que ellos sirven a la gloria de Dios.
Otra vez, en Éxodo 25, el relato donde Dios instruye a Moisés en cuanto a la construcción del Arca del Convenio.
Lo señala a Moisés sus dimensiones, y los accesorios que llevará.
Se describen los querubines que formarían parte de esa notable obra de arte, su tamaño y la posición en que estarían colocados, y lo que estarían compuestos y cómo se los haría.
“Entre ellos” (los querubines) dice el Señor: “hablaré contigo”... (Éxodo 25:22).
Vemos en esto que los querubines aquí mencionados son objetos inanimados, pero que tuvieron como propósito representar a Dios en las mentes de los a veces desobedientes hijos de Israel.
VERSÍCULO 22. “Estas son las palabras que yo hablé a mi siervo Moisés.”
(Ver comentarios, versículo 42, capítulo 1)
—
CAPÍTULO 5
Como fueron revelados al profeta José Smith en Diciembre de 1830
El capítulo 5 del Libro de Moisés ofrece una poderosa visión del desarrollo temprano de la humanidad tras la expulsión de Adán y Eva del Jardín de Edén. Esta revelación profundiza en temas fundamentales como la adoración, el sacrificio, la revelación divina, la rebelión y el surgimiento del mal organizado. Es un texto que presenta el conflicto eterno entre la obediencia a Dios y la sumisión a Satanás.
El relato comienza con la vida de Adán y Eva fuera del Edén. Ellos trabajan la tierra, crían hijos e hijas, y reciben mandamientos de Dios, incluyendo el de ofrecer sacrificios. Aunque al principio Adán no comprendía completamente el propósito de esta práctica, un ángel le revela que es un símbolo del sacrificio del Hijo Unigénito. Esta enseñanza marca el inicio del conocimiento del plan de redención entre los primeros hijos de Dios.
El capítulo destaca la predicación del Evangelio “desde el principio” —mediante ángeles, el Espíritu Santo y la voz misma de Dios—, y cómo Adán y Eva testifican del gozo de la redención y enseñan a sus hijos. Sin embargo, no todos creen: Satanás introduce el rechazo de Dios entre la posteridad de Adán, y muchos comienzan a amar al adversario más que a su Creador.
Se narra el trágico surgimiento del primer asesinato: Caín, influenciado por Satanás, conspira en secreto y mata a su hermano Abel. Esta transgresión no es un acto aislado, sino la fundación de una combinación secreta, conocida como el “gran secreto” que permite matar por ganancia. Caín se gloría en su crimen y se convierte en «Perdición», el arquetipo de la corrupción espiritual deliberada.
El texto sigue el linaje de Caín, incluyendo a Lamec, quien perpetúa las obras secretas y comete otro asesinato, revelando cómo el pecado se institucionaliza y se propaga en las sociedades humanas. Estas combinaciones secretas, basadas en pactos con Satanás, son condenadas por Dios.
A pesar del avance del mal, el capítulo termina con una poderosa afirmación: el Evangelio fue predicado desde el principio y confirmado a Adán mediante santas ordenanzas, declarando que la redención por medio del Hijo de Dios estaba prevista desde antes de la fundación del mundo y que permanecerá vigente hasta el fin.
Este capítulo enseña que el conflicto entre el bien y el mal comenzó desde los primeros días de la humanidad, y que la redención a través de Jesucristo siempre ha sido el centro del plan divino. También enfatiza el papel crucial del albedrío, la obediencia, y el testimonio en la lucha eterna entre la luz y las tinieblas.
En este capítulo (correspondiente al 4 de Génesis, en las escrituras hebreas), vemos como a su tiempo se cumplen las palabras con las que el Señor Dios advirtió a Moisés (1:41), acerca de que llegaría el día cuando “los hombres menosprecien mis palabras y quiten muchas de ellas del libro que tú escribirás.” Como lo predijo Dios, una buena cantidad de ellas han sido borradas y omitidas por hombres que carecieron del justo derecho que les autorizara a revisar o editar los manuscritos originales escritos por Moisés.
Los copistas de la antigüedad quienes trabajaron ardua y prolongadamente tratando de reproducir los registros sagrados, a veces omitieron palabras o frases que no pudieron entender muy bien. Esto fue especialmente cierto cuando mencionaron asuntos que les fue imposible concebir, como imaginamos han de haber sido las grandes verdades espirituales en ellos anunciadas.
Pero cualquiera hayan sido las razones, y ha de haber habido muchas, por las que el Señor Dios apercibe a Moisés, Él se apresura a asegurarle: “Levantaré a otro semejante a ti, y de nuevo existirán entre los hijos de los hombres, entre cuántos creyeren.” (Moisés 4:41).
A medida que lo narrado en este capítulo se va desarrollando, vemos como el pecado, una vez que se le da rienda suelta, se apodera de la naturaleza del hombre y los hace esclavo de una pasión, víctima de la corrupción. Nos muestra cómo los celos llevan al odio y a veces al asesinato. En qué forma pueden destruir las relaciones fraternales y romper los lazos de afecto que ligan a los seres humanos. Convierte en mentirosos a todos los pecadores, cuyo menosprecio por la verdad, viola el mandamiento de Dios: “No darás falso testimonio…” Sin embargo, en sus versículos aprendemos no solo lo que no hay que hacer, sino también, ¡lo que hay que hacer!
Aprendemos que el trabajo es una bendición de Dios, que es consagrado por el Señor para el bienestar del hombre. De nuevo, le es mandado al hombre hacer todo en el nombre del Unigénito del Padre; arrepentirse y clamar para siempre a Dios en el nombre del Hijo. Aprendemos que el Evangelio de Jesucristo, el Unigénito, fue predicado por un ángel a Adán y Eva, y que ellos lo obedecieron.
Se da a conocer la doctrina del sacrificio, que en el Génesis no se menciona sino hasta cuando Caín y Abel traen sus ofrendas al Señor. La doctrina del sacrificio es aclarada cuando el ángel mencionado, explica a Adán y Eva que es en similitud del “sacrificio del Unigénito del Padre, quien es lleno de gracia y de verdad”.
Debido a que en el Génesis no se menciona el sacrificio antes de su referencia en conexión con Caín y Abel, algunos eruditos de las Sagradas Escrituras dan varias opiniones en procura de resolver las diferencias que allí se presentan. Sugieren que la historia de Caín y Abel no corresponde en ese lugar. Que debe aparecer más adelante en la narración. Pero vemos que no es así. En la Perla de Gran Precio esto se comprende mejor: Adán se regocija al escuchar la voz del Señor, explicándole el significado del sacrificio, asegurándole que, aunque él había caído, podría ser redimido, “y toda la humanidad, aún cuantos quisieran.”
VERSÍCULO 1. “Adán empezó a cultivar la tierra”.
Como se lo había mandado el Señor, tan pronto como fue expulsado del Jardín de Edén, Adán comenzó a preparar la tierra para sembrar la semilla que él, sin duda, había aprendido a recoger y almacenar mientras estuvo en el Jardín del Señor. Casi inmediatamente comprobó que únicamente por el sudor de su rostro y una incansable labor, la tierra le daría sus frutos, los que antes le habían sido provistos abundantemente por el Señor. Adán, vio también que entre las bestias del campo había algunas que ya conocía, pues antes las había puesto nombre, de acuerdo con sus características especiales, las que le serían útiles en la tarea de sojuzgar la tierra, y por lo tanto, las empleó en sus labores, sujetándolas a su dominio, cosa que el Señor también le había mandado.
Eva, la esposa de Adán, le ayudó en todas estas cosas, desempeñando sus tareas diarias; aliviándole de sus preocupaciones y procurando hacerle la vida más cómoda, como corresponde hacer con un compañero dado por Dios.
VERSÍCULO 2. “Adán conoció a su esposa, y ella le parió hijos e hijas”.
El primer mandamiento dado a Adán y Eva, como esposo y esposa, “Fructificad y multiplicaos y henchid la tierra…”, comenzó a tener cumplimiento poco después de que fueron expulsados del Jardín con el propósito de que luchando contra la adversidad y venciendo las dificultades se hiciesen fuertes.
A la pareja les nacieron hijos e hijas, y el gran propósito del Señor Dios en la creación de la tierra había empezado en que Adán y Eva se volvieron los primeros padres de una gran multitud de hombres y mujeres que la habitaron desde su tiempo hasta el presente. Toda la raza humana son descendientes, y queremos decir literales, de la pareja, Adán y Eva.
VERSÍCULO 3. “Los hijos e hijas de Adán comenzaron a separarse de dos en dos, por toda la tierra…”
Para cumplir sus propósitos en la creación de la tierra, el Señor Dios motivó a los hijos de Adán, varones y hembras, que formaran pareja igual como la formada por Adán y Eva. Esta como enamorada de Adán, había demostrado no solo ser una compañera sino también una ayuda idónea en épocas de dificultades o cuando hubo urgente necesidad de ayudar. Como Eva había entes ayudado a Adán, otras otras parejas también labraron juntos la tierra y cuidaron su rebaños y huertos. “Ellos también engendraron hijos e hijas.” Y de ese modo Adán y Eva se vieron rodeados por una creciente posteridad, y en no mucho tiempo —según la extensión de la vida de Adán— la tierra se vio cubierta por los descendientes de Adán y Eva.
VERSÍCULO 4. “Y Adán y Eva, su esposa, invocaron el nombre del Señor”.
Adán y Eva continuamente invocaban el santo nombre de Dios, en oraciones sencillas y bellas. En una ocasión, mientras caminaban hacia su viejo hogar, el Jardín de Edén, con sus corazones rebosando gratitud por las muchas bendiciones que gozaban, escucharon la voz del Señor, contestando su ruego. Ellos no pudieron verle, pues a causa de su transgresión, “fueron expulsados de su presencia”.
Adán y Eva habían pecado al quebrantar la santa ley de Dios. Al hacerlo introdujeron en el mundo el pecado. Todo pecado es maldad. Ninguna cosa mala o inmunda puede soportar la presencia de Dios. Ellos se habían hecho indignos de toda comunicación personal con Él, y por esa razón Moisés dice, “Ellos no le vieron”, aunque escucharan la voz del Señor.
VERSÍCULO 5. “Y Él les dio mandamientos…”
Aunque Adán y Eva no pudieron ver a Dios, oyeron su voz, como en un apacible susurro, de perfecta suavidad. (Helamán 5:30-46), dándoles por vía de mandamiento que, “adorasen al Señor su Dios, y que ofreciesen las primicias de sus rebaños, como ofrenda al Señor.”
Adán hizo lo que le fue mandado, aunque desconocía la razón por la cual ofrecía sacrificios.
VERSÍCULO 6. “¿Por qué ofreces sacrificios al Señor?”
Adán, obediente al mandato de Dios de que ofrecieran sacrificios, había cumplido con su deber al hacerlo. Entonces, después de muchos días de haber sido establecido ese requisito, y habérsele señalado que cumpliera con él, le visitó un mensajero de las cortes celestiales, trayendo una comisión divina. Evidentemente esto sucedió cuando Adán se encontraba llevando a cabo esta forma de adoración, pues el ángel le preguntó: “¿Por qué ofreces sacrificios al Señor?”
Adán pareció quedar un poco confundido. Posiblemente esa haya sido la primera vez que pensó acerca del propósito del sacrificio. La respuesta de Adán muestra su inocencia, pues respondió, “No lo sé, sólo que el Señor me ha mandado.” Él lo hizo sin saber el porqué.
Aquí hay una lección que todos podemos aprender. Adán la aprendió por experiencia en el Jardín de Edén. Es la siguiente: no dudar de ninguno de los mandamientos de Dios, ni desobedecerlos, ya sea que sean dados por Dios mismo o por sus siervos en la tierra. El Señor les dijo a los lamanitas que se habían congregado dentro de la prisión para matar a Nefi y Lehi, los hijos de Helamán, “No tratéis más de destruir a mis siervos, a quienes os he enviado para que declaren buenas nuevas.” (Helamán 5:29). Nos imaginamos estas otras palabras del Señor, que no figuran en el relato de este maravilloso incidente: “Sus palabras son mis palabras.” Como más tarde Él dijo a Moroni, “Yo soy el que habla.” (Éter 4:8). No hay forma más efectiva con la que podemos destruir a los siervos del Señor que desobedeciendo la santa palabra de Dios recibida a través de la boca de ellos.
VERSÍCULOS 7 y 8. “Esto es a semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre”.
Ahora el mensajero celestial da a Adán el mensaje que traía, diciéndole que el sacrificio que él, Adán, ofrecía fue una semejanza, o un presagio del “sacrificio del Unigénito del Padre, quien es lleno de gracia y de verdad.”
El ángel amonesta a Adán en el sentido de que al ofrecer su sacrificio el Señor anticipaba el grande y último sacrificio que voluntariamente haría el Hijo de Dios en propiciación por los pecados del mundo, de los cuales, él no había cometido ninguno. Sacrificándose Él mismo y muriendo, el Unigénito apaciguaría la justicia, y mediante ese sacrificio efectuaría una reconciliación entre Dios y el hombre quien debido a la transgresión de Adán, había quedado excluido de la presencia de Dios.
“Lleno de gracia y de verdad” significa que el Unigénito estuvo imbuido de un desbordante amor hacia los hijos de los hombres, al punto que Él dejó su hogar en las alturas para sufrir, derramar su sangre y morir entre los hombres, a fin de que pudieran ser redimidos de los efectos de la caída de Adán. Hacer por los hombres lo que estos no podían hacer por sí mismos es lo que significa la frase, “gracia de Dios”. Él murió, en sacrificio por el pecado, para que el hombre pudiera vivir. Los hombres, por sí solos no hubieran podido vencer a la muerte.
El Unigénito es verdaderamente el Señor Dios. Él es el Dios de verdad. Él abunda en gracia y verdad.
“Tú harás todas las cosas en el nombre del Hijo.”
Ahora el ángel instruye a Adán que todo lo que hiciera, cualquiera cosa que fuese, lo hiciese en el nombre del Hijo; también que se arrepintiera e invocara a Dios en el nombre del Hijo por siempre jamás.
Humildemente, dejamos que los comentarios de Jacob, el hijo del antiguo profeta Lehi, y también, de Nefi, el hijo de Helamán, y de otros dignos nefitas, sean suficiente para extendernos sobre esta frase particular. Añadimos a continuación una completa concordancia de la frase, “En el nombre de Jesucristo.”
Jacob 4:6
3 Nefi 7:19–20; 26:17–21; 27:1s; 28:30
4 Nefi 1:1s,5,27
Mormón 7:8; 9:6
Éter 5:5
VERSÍCULO 9. “El Espíritu Santo cayó sobre Adán.”
Después de que fue expulsado del Jardín de Edén, Adán justamente observó los mandamientos de Dios, y de ese modo se hizo digno de recibir sus divinas bendiciones, sin embargo, Adán tuvo que aprender una preciosa lección. No estando acostumbrado a la incertidumbre y las vicisitudes de la vida terrenal, inexistentes en la época en que la generosa mano de Dios le proveyó de todas sus necesidades y gozos en el Jardín de Edén; aquel lugar de abundancia en el cual ningún cuidado o preocupación reprimían sus inocentes deleites, él ahora comparaba su estado caído, con su vida anterior en el Jardín del Señor, antes de que su voluntario acto de desobediencia provocase su expulsión del mismo. Se preguntaba si no estaría todo perdido, si no había quedado sujeto para siempre a un inexorable castigo.
Un día, mientras meditaba en esto, repentinamente le invadió una influencia consoladora. Lo nuevo se sintió en paz consigo mismo y con Dios. Esa influencia fue el Espíritu Santo. Vino sobre Adán en un momento de profunda desesperación. Hizo desaparecer su anterior desasosiego y abatimiento. No se sintió más abandonado a un suerte lamentable, a un interminable castigo, una constante lucha con su conciencia que no le daba esperanza de que pudiera mitigarse el castigo que él aguardaba. En cambio, él ahora miró esperanzado al futuro. Aún en medio de la congoja y el desánimo, pudo percibir el providencial cuidado de Dios, y en medio de las tinieblas en que lo había sumido su pecado vio una gran luz.
Dicha luz fue la certeza de que la vida volvería a ser como fue antes de la transgresión; que nuevamente se restablecería la comunicación entre él y su Creador.
El gozo que experimentó Adán lo ocasionó una voz que se sobrepuso a sus reflexiones. Esa voz fue la voz de Jesús; el alcance de dicha voz fue magnificado y exaltado dentro de Adán por la influencia del Espíritu Santo, el cual testificó del Unigénito Hijo de Dios.
“Yo soy el Unigénito del Padre, desde ahora y para siempre”, dijo la voz, “para que así como tú has caído, puedas ser redimido; también todo el género humano, aún cuantos quisieren.”
VERSÍCULO 10. “Bendito sea el nombre de Dios.”
Adán estuvo ahora lleno del Espíritu Santo, el cual le testificó del Unigénito y de su ministerio. Adán, en medio de su júbilo no pudo refrenarse de profetizar. Inspirado por la influencia que impregnaba todo su ser vio y dio testimonio de la multiplicación de su simiente a través de las futuras generaciones. Su cantidad y sus lugares de habitación; para Dios, el autor de todas las cosas, todas las familias de la tierra podían verse como en un libro abierto. Ante esta visión, Adán se regocijó en el Señor, su Dios, el Unigénito del Padre.
“Bendito sea el nombre de Dios”, exclamó, “porque a causa de mi transgresión se han abierto mis ojos”, dando a entender que él entendió cuál fue la parte que le correspondió desempeñar en el gran plan de vida y salvación. “Tendré gozo en esta vida”, ¡en arrepentimiento fue completo; la tristeza motivada por su pecado habíase transformado en gozo!, y la perspectiva de la vida como un ser carnal, en vez de contemplarla como un futuro obscuro y amenazante, estaba llena de dicha y esperanza. Él vio que como consecuencia de la redención que efectuaría el Unigénito del Padre, su transgresión sería borrada, y en lugar de tristeza disfrutaría de gozo. De las tinieblas habían surgido rayos de luz viviente. “Y en la carne, veré de nuevo a Dios.”
VERSÍCULO 11. “Eva oyó todas estas cosas y se regocijó.”
La esposa de Adán, Eva, escuchó y comprendió todas las palabras de su esposo, y ambos se regocijaron en la justicia y la sabiduría de Dios. De la transgresión de Adán, Dios produjo el máximo de bien para Adán y para la grandeza de la gloria de Dios. Recordamos de nuevo al poeta que dijo, hablando de las obras de Dios: “Aún del mal extrae el bien.”
Desde antes que el mundo fuese creado se decretó que como resultado de la transgresión del hombre, este tendría posteridad, con la cual se poblaría la tierra. La exaltación gozosa de Eva le surgió del corazón. Le dio gozo ser la madre de todos los habitantes de la tierra. Como el Señor Mismo dijo: “La primera de todas las mujeres,” y tal como Adán la llamó, Eva, pues ella fue la madre de todos los vivientes.
El corazón de Eva se alegró no solo porque fue la madre de todos sino también porque pudo ver otra gran bendición que su transgresión le trajo: Dios, nuevamente utilizó los malvados hechos de Satanás y sus ángeles para llevar a cabo sus divinos propósitos. Si bien el comer del fruto prohibido fue una contravención al mandato de Dios, sin embargo, el hacerlo capacitó a Adán y Eva para que pusieran en juego su libre albedrío —un derecho otorgado por Dios— y de ese modo fueran dotados con el poder de considerar razonablemente entre el bien y el mal y entre la libertad de escoger entre lo justo y lo injusto.
Eva se regocijó al saber que gracias a la prometida Redención que efectuaría el Unigénito del Padre, su pecado de traer el mal al mundo no les sería más tomado en cuenta. Sería borrado por el sacrificio que Dios mismo ofrecería. Ella también se gozó con la esperanza de la vida eterna que Dios “da a todos los obedientes”. (2 Nefi 2:22–27).
VERSÍCULO 12. “Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios.”
Al oír la firme promesa de que serían redimidos de su estado caído a otro de gloria celestial, un gozoso himno de alabanza a Dios, el Padre Eterno, y su Hijo, quien fue su Redentor, brotó de los labios de Adán y Eva mientras bendecían el gran nombre de Dios.
Para Adán y Eva toda la tierra fue el Templo de Dios. Su “lugar santísimo” estuvo en sus corazones en donde ellos se conservaban permanentemente en comunión con su Hacedor. El altar de Dios, ante el cual ellos se inclinaban y donde expresaban sus oraciones y sus alabanzas, y presentaban sus ofrendas de homenaje, fue la tierra por la cual andaban.
Adán y Eva supieron que el poder de Dios, su bondad y misericordia, estarían sobre ellos “desde ahora y para siempre”. Toda la naturaleza —la hierba verde, los montes arbolados, las quietas aguas— se unió a ellos en cantos de alabanzas y gratitud. Aún los campos de labranza en los que ellos trabajaron dieron gloria y honra a Dios con sus abundantes frutos y su copiosa cosecha.
Adán y Eva se sintieron tan sobrecogidos de gozo por esta nueva expresión de cuidado paternal y por la gloriosa perspectiva que se abría ante ellos que anunciaron a sus hijos y a sus nietos todas las palabras del ángel; más aún ellos les dieron testimonio nuevamente del Unigénito Hijo de Dios de quien el Espíritu Santo había dado testimonio.
VERSÍCULO 13. “Y Satanás vino entre ellos, diciendo, yo también soy un hijo de Dios…”
Aparentemente los descendientes de Adán y Eva compartieron la alegría que éstos tuvieron en sus corazones, sin embargo en algunos de ellos fue pasajera: Ellos dejaron que las cosas del mundo fuesen su Dios. Qué diferentes a los justos fueron, como lo expresa el antiguo hermano hebreo: “La alegría del corazón es para el de corazón recto, y un espíritu resuelto para aquellos cuyo Dios es el Señor.”
Satanás vino entre ellos tentándolos; empleando sus numerosos recursos malvados él les desvió. Disimuladamente el tentador puso en sus corazones la duda en cuanto a la redención que efectuaría el Unigénito Hijo de Dios. “No lo creáis”, les susurró, “yo también soy un hijo de Dios”, y esa vida eterna en la carne que les ha sido prometida, es un mito que no vale la pena creer.
Algunos de los hijos de Adán amaron más a Satanás que a Dios, y desde ese entonces obedecieron a sus pasiones, complaciéndose en todo lo que agradaba a sus caprichos o satisfacía sus antojos. Sus deseos fueron carnales, y en consecuencia ellos fueron quebrantando las leyes de Dios hasta que se hicieron carnales, sensuales y diabólicos. (Abinadí, Mosíah 16:3).
VERSÍCULOS 14 – 15. “El Señor llamó a todos los hombres y les mandó que se arrepintieran.”
El Señor vio que el desafecto hacia Él había llenado el corazón de muchos de la progenie de Adán, y que la lealtad a su causa estaba siendo suplantada por un creciente menosprecio por sus leyes, y que si este sentimiento continuaba extendiéndose invadiría a todo el género humano.
Por lo tanto Él llamó a todos los hombres, por medio del Espíritu Santo, para que abandonaran sus maldades y se volvieran a Él. Muchas veces el Padre emplea el Espíritu Santo como un mensajero para sus hijos aquí en la tierra, y su influencia se manifiesta por un sentimiento de paz y consuelo en el corazón. Muchas veces lleva un mensaje a quienes están en desgracia o sufriendo opresión, así como también a los que entre ellos son justos. En esta ocasión particular su mensaje fue: arrepentíos, y se hizo sentir en el corazón de todos los hombres, en todas partes.
Muchos de los hijos de Adán creyeron y se volvieron de su comportamiento negligente y malvado; otros no vacilaron en engañarse a sí mismos, diciendo, “todo está bien”, aunque ellos supieron que no fue así, y hubo otros quienes, inconmovibles ante las incitaciones del Espíritu Santo, rehusaron abjurar del mal y continuaron llevando a cabo sus oscuros designios.
De la boca de Dios había salido el decreto inalterable de que quienes creyeran en el Hijo de Dios y se arrepintieran de sus pecados se salvarían, pero “cuantos no creyesen ni se arrepintiesen, serían condenados.” Las palabras de Dios deben cumplirse.
El llamado al arrepentimiento ha sido un toque de clarín que ha sonado para cada generación de los hijos de Dios. Todos los patriarcas y profetas han tenido el arrepentimiento como su mensaje especial, y cada vez que sus palabras nos llegan por medio de las revelaciones dadas en la antigüedad o a nuestros modernos videntes, contienen un mandamiento de Dios. Arrepentirse es una orden que viene directamente de Aquel que preside sobre todo, y no de un sacerdote ambicioso que presume de estar actuando como su representante. Arrepentirse del mal es una acción natural por parte de quienes comprenden cuál es el santo propósito de Dios, lo que caracteriza a un verdadero creyente es su inclinación a abandonar el orgullo y humillarse delante de Él. No importa lo que uno pueda ser, todos necesitamos arrepentirnos. Hay solamente uno que es bueno, uno que no necesita arrepentirse. Ese uno es nuestro Padre Celestial.
El arrepentimiento es un esfuerzo moral del corazón y no una incierta indecisión mental. Es una resolución de la conciencia, no una especulación mental. No es un balbuceo que indica los altibajos de nuestra devoción espiritual, ni una proposición mecánica. Ni es algo mecánico, carente de pensamiento o sentimiento. Un hombre puede intentar aplicar a su comportamiento rígidas normas matemáticas y puede privarse de los gozos (gozos y tonterías de la vida), o multiplicar sus actos de filantropía. Pero al final, no obstante sus intentos, una aritmética no le preparará para el Reino de Dios.
El Dios de ese hombre es el dinero; él gustosamente compararía las bendiciones de Dios, comercializándolas así los más preciosos dones de Dios. Al emplear esa fórmula de vida se equivoca al solucionar sus problemas, tanto como se equivoca el que trata de probar la verdad del Evangelio empleando papel y lápiz. ¡Tal cosa no puede hacerse!
Dios, nuestro Padre, nos ha puesto sobre esta tierra y ha prescripto que nosotros atendamos a una disposición que Su viva proporción de un amoroso bondad, de su santa voluntad, “una cabal y plena aceptación de su poder y su presencia en todas las experiencias de la vida,” debiera hacernos dejar de andar tras las vanidades de la vida y en cambio buscar únicamente esos tesoros celestiales que hacen al hombre “verdaderamente rico.”
“El arrepentimiento es un paso hacia adelante y hacia arriba en nuestro progreso hacia nuestro hogar eterno; constituye una prueba de que nuestros pasos son firmes, y un testimonio honorable de nuestra integridad.”
El arrepentimiento, hay que recordarlo, es un mandamiento de Dios.
Arrepentirse es abandonar el pecado, y a la vez resolverse de no cometerlo más. Arrepentirse significa enmendar o resolvernos a enmendar nuestra vida como resultado de un acto de contrición por aquello que hemos hecho o hemos dejado de hacer.
A pesar de nuestro linaje divino y de nuestro mayorazgo, demasiadas personas, demasiado a menudo, llevan a cabo sus actividades diarias olvidadas de la sabiduría y de la guía de Dios. No tienen tiempo para pensar en otra cosa que en el mundo y en las cosas del mundo. Nuestras preocupaciones temporales, las imposiciones de la vida, sus ocupaciones y placeres, son los dioses que llenan el panteón de nuestros corazones. Pantón quiero decir templo dedicado a los dioses que el hombre va agregando a su adoración. Empleamos esta expresión en el sentido de “El lugar en donde damos máximo honor a las cosas que más amamos.”
Si amamos las cosas del mundo más de lo que amamos las cosas de Dios, convertiremos nuestros corazones en templos paganos, y en objeto de nuestra adoración y reverencia a los bienes de este mundo.
VERSÍCULO 16. “Adán y Eva, su esposa, no cesaron de invocar a Dios.”
Las nubes de maldad se amontonaban por toda la tierra, presagiando una devastadora tormenta; negras, ominosas, casi impenetrables. Sólo aquí y allá irrumpían rayos de luz celestial para iluminar la tierra. No obstante las tinieblas que los rodeaban y la iniquidad que abundaba por doquier, Adán y Eva, su esposa, eran firmes e inmutables en observar los mandamientos de Dios y continuaban invocando su santo nombre.
Con el transcurso del tiempo les nació a Adán y Eva un hijo al que llamaron Caín (Caín en hebreo quiere decir posesión), y Eva, llena de gozo con su criatura, dijo: “Adquirido he un varón del Señor.”
El hecho de que se diera forma de dar nombres fue una antigua costumbre sagrada que aunque se empleó mucho tiempo tras aquel tiempo de Adán, tiene sus raíces en la edad patriarcal. Antiguamente los nombres tuvieron mucha importancia.
Así fue que cuando Abraham estuvo por ofrecer a su hijo Isaac como sacrificio, según el Señor se lo había mandado, su hijo preguntó a su padre: “¿Dónde está el cordero para el sacrificio?” Abraham le respondió: “Dios proveerá.”
Pero cuando Abraham estuvo a punto de cumplir con el mandato divino, una voz del cielo le dio tuvo en un instante de obedecer, y Dios le proveyó con lo necesario para el sacrificio. “Y Abraham llamó el nombre de aquel lugar ‘Jehová – Jireh’,” que significa “Jehová proveerá.” Y cientos de años más tarde, cuando Moisés registró dicho incidente, llamó así a la montaña. (Génesis 22:7–14).
También Agar, cuando su hijo se estuvo muriendo en el desierto, mientras ella lo miraba, vio al ángel parado al lado de la fuente de agua que le daría la vida, y exclamó, “Beer-Lahai-Roi,” que significa literalmente “Pozo, que vivo, que veo.” Es decir “el pozo del que vive y que me ve”, pues ese fue lo que le vino a la mente en ese momento. (Génesis 16:13–14).
Nota: Aquí parece haber un error, pues la ocasión cuando el hijo de Agar se está muriendo de sed está registrada en Génesis 21:15–19.
Y ahora consideremos el nombre Liahona. Es el nombre que Lehi dió a la esfera, o director que encontró en la entrada de su tienda justo antes de comenzar su larga jornada por el desierto, luego de que su pequeña compañía hubo descansado en el valle de Lemuel (1 Nefi 16:20; Alma 37:38).
La L es una proposición hebrea que a veces expresa el caso posesivo. JAH es una forma abreviada de Jehová, común en los nombres hebreos. ON es el nombre hebreo de la ciudad del Sol egipcia, conocida también como Nefris y Heliópolis. Por lo tanto, Liahona significa literalmente, “de Dios es la luz”. Es decir, Dios da luz como lo hace el sol. La L final nos recuerda que la forma egipcia del nombre hebreo ON es ANNU, y esa parece ser la forma que Lehi empleó. Recuérdese que Lehi fue instruido en el idioma de los egipcios.
Lehi acababa de recibir el mandato divino de comenzar su peligroso viaje. La pregunta que dominaba su mente, luego de haber recibido el mandamiento, debe haber sido cómo saber qué camino tomar. Sin duda que él ha de haber pasado la noche orando en busca de orientación. Y en ese momento, de pie en la entrada de su tienda, quizás cuando los primeros rayos del sol atravesaban la bruma matinal, vio una esfera de metal de curiosa maestría. Él la alzó y la examinó y entonces comprendió que esa era la orientación por la que había estado orando, exclamó extasiado, “Li-ah-on-a”, que sería como decir: “Esta es la luz de Dios; ha venido de Él.” Y eso llegó a ser el nombre del curioso instrumento.
Eva anticipó en Caín la realización familiar ideal, pues ella consideró a su hijo como un don de Dios. Conociendo o reconociendo esto, ella elevó una plegaria: “Tal vez esto no rechazará mis palabras.”
Pero sin duda que a Caín lo fue permitido hacer muchas cosas que a los otros hijos los había sido prohibido. Eva, su madre, consintió imprudentemente a su vanidad, y él se hizo dominante y rebelde. Él pensó con soberbio desparpajo, porque tenía que obedecer los mandamientos de Dios, y por lo tanto dijo, “¿Quién es el Señor para que tenga que conocerlo?”
VERSÍCULO 17. “Eva concibió de nuevo y engendró a Abel, hermano de Caín.”
Eva concibió nuevamente y dio a luz otro hijo; un hermano para Caín, y le dio el nombre de Abel. Abel en hebreo antiguo connota algo vano, o vanidad. Porque Eva eligió este título por el cual su hijo sería conocido posteriormente, es un misterio; no lo sabemos. Sin embargo, es posible que ella comparase la criatura con su propia perfección física, tal como Dios la había creado, y comparó lo que ella había producido en [Eva misma], por maravilloso que pudo haberle parecido, con lo que Dios puede hacer. Ella, quizás, notó las debilidades e imperfecciones de la carne inherentes a su hijo, de las cuales fluye el pecado al género humano. Fue de ser que ella haya pensado que fue un vano tratar de hacer lo que Dios había hecho al crearla a ella y a Adán, su esposo. Puede ser que ella haya entendido, tal como dijo Salomón, el antiguo sabio rey hebreo, que “todo es vanidad.”
Sin embargo, cualquiera que hayan sido las causas que impulsaron a Eva a elegir los nombres de sus hijos —Caín, su posesión o don de Dios, y Abel, algo vano— de los escritos de los Nefitas aprendemos que Abel, el más joven de los hijos de Adán y Eva, “Escuchó la voz del Señor”, mientras que el mayor, Caín, no escuchó. (Véase versículo 16). Esto nos hace recordar ciertas palabras de Isaías: “¿Quién hay entre vosotros que temé a Jehová, y oye la voz de su siervo que anda en tinieblas y carece de luz? Confíe en el nombre de Jehová y apóyese en su Dios.” (Isaías). Posiblemente nos damos cuenta que condiciones similares a las descritas por Isaías fueron las que tuvieron influencia en la vida de Caín, y la modelaron.
Ambos, Caín y Abel, siguieron los pasos de su padre en que uno, Caín, llegó a ser un labrador, y el otro, Abel, un pastor de ovejas.
Es la voluntad de Dios que ningún hombre esté sin hacer nada y que todos han de ocuparse en algo útil. Él ha puesto como bendición para el trabajo, una rica recompensa, si es que el hombre se esfuerza diligentemente. Dios dispuso que la tierra produjese abundantemente una gozosa cosecha, como resultado del amor de nuestras manos, y el afán de sus manos, “es feliz, y todo está bien con él”. Los judíos dicen, “Que el fruto de nuestras labores, pueda ser un servicio aceptable para ti…”. Hicimos comprender nuestra obligación hacia ti, y las oportunidades que has puesto a nuestro alcance, para prestar servicio. Ayúdanos a emplear nuestros poderes para beneficio de nuestros semejantes, de modo que los corazones de tus hijos puedan alegrarse con el trabajo de nuestras manos.”
Esto explica bien por qué Dios dispuso que Adán debía trabajar, ¿y por qué? Él enseñó a su vez a sus hijos a que hicieran lo mismo.
VERSÍCULO 18. “Caín amó a Satanás más que a Dios.”
Caín creció sin tener en cuenta en gran honra. Sus traspasos y pecados endurecieron su corazón. Se hizo siervo del mal. Caín se deleitó en hacer el mal, y su desobediencia a Dios y a sus leyes indicó que estaba dispuesto a seguir las indicaciones del diablo. Porque el amor a Satanás más que a Dios…
El corazón de Caín fue accesible a las incitaciones del mal, aún a seguir los mandatos del maligno.
Un día cuando Caín estuvo de mal humor —moralmente ofensivo— Satanás le mandó que “llevara un presente al Señor.”
Puede que nos sorprenda que el diablo le haya mandado tal cosa, pero hace pensar que fue un mandato persuasivo, arbitrario, de Satanás, quien esperó ser obedecido por Caín. Pero solo Satanás supo cuáles serían las condiciones que crearía en el corazón de Caín al ofrecer ese sacrificio.
Vemos aquí a Caín, un orador del mal, actuando a la par de Abel en los servicios exteriores de su religión.
VERSÍCULOS 19–20. “Caín y Abel trajeron ofrendas al Señor.”
Luego de un tiempo, ambos Caín y Abel trajeron ofrendas de lo mejor del fruto de su trabajo, para ofrecerlo como sacrificio al Señor.
Caín trajo de sus cosechas, lo que, según nosotros, no fue el fruto más selecto. Él presentó para sí lo mejor de lo que había recogido. Podemos imaginar cuál ha de haber sido la inquietud mental de Caín al aproximarse al momento de ofrecer su sacrificio. Su motivo al hacer aquello no fue servir a Dios, sino satisfacer el orgullo que continuamente Satanás le estuvo insinuando. El sacrificio que él ofreció no fue más que un vano presente. (Isaías 1:13).
Abel, por otra parte, trajo del “las primicias de su rebaño y de su grosura.”
El seleccionó sus ofrendas sinceramente de lo mejor de sus trabajos. Excelente y acepto por sobre todo lo demás. Su ofrenda lo señalaba como un hombre justo, e implicaba que Dios fue el centro de sus pensamientos. “Por fe, Abel ofreció un más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus presentes.” (Hebreos 11:4).
Conociendo Dios lo que hay en el corazón de todo hombre, estuvo complacido con la ofrenda de Abel, pues testificaba que su corazón era recto e inmutable. Moisés escribió que Dios “tuvo aprecio por Abel y por su sacrificio.”
Lo cual significa que Dios aceptó el sacrificio de Abel porque Abel fue recto (Mateo 23:35). De esto podemos aprender también una lección: cuando rendimos un homenaje a Dios debemos recordar que es únicamente por la obediencia a sus mandamientos, por el cumplimiento fiel de nuestras obras, por nuestros hechos bondadosos, que podemos hacer que nuestra adoración sea aceptable ante Él.
Honremos a Dios con las primicias de nuestro progreso y adelanto, sirviéndonos del caso de Adán y de sus hijos para entender que adorar de ese modo a Dios no es un invento de ahora, sino que desde la antigüedad fue instituido por revelación de Dios al hombre.
VERSÍCULOS 21–23. “Pero a Caín y su ofrenda, Dios no fue propicio.”
Dios no aprobó la ofrenda de Caín porque éste fue rebelde y desobediente a sus mandatos. Abel ofreció un sacrificio en fe; Caín estuvo lleno de orgullo, teniendo únicamente confianza en sus propias fuerzas. Él no consideró, que comparado con Dios, toda su fuerza no era sino una absoluta debilidad, toda su sabiduría, una necedad.
La gran diferencia en las ofrendas de los hermanos, Caín y Abel, estaba no en lo que ofrecieron como sacrificio, sino en el intento con que efectuaron su presentación. Existió una cierta discrepancia en sus caracteres. Abel hizo su ofrenda con un ojo sencillo a la gloria de Dios; Caín procuró hipócritamente obtener el favor de Dios, al cual sus hechos no lo hicieron merecedor. Dios no tuvo aprecio por Caín ni por su ofrenda.
Dios, de un modo que no entendemos, hizo saber a Caín y a su hermano, Abel, que Él aceptaba la ofrenda de este último, y rechazaba la de Caín. Este fue orgulloso y soberbio. Su orgullo, como hemos notado, se debió a la desmedida importancia que se dió a sí mismo, sentimiento que el diablo alimentó. Por toda su altivez fue abatido por una reprensión divina. Satanás, observó complacido el desarrollo de los acontecimientos. Su deseo, fue que Caín fuese desechado como él lo era.
El semblante de Caín “decayó.” Su orgullo fue desaprobado, y como ya hemos señalado, de todas las pasiones que llenan el corazón humano, el orgullo chasqueado es uno de los más amargos y malignos.
Sin embargo, y a pesar del corazón malvado de Caín, el Señor trató de calmarlo; de razonar con él. “¿Por qué estás airado? ¿Por qué ha decaído tu semblante?”
Caín no respondió.
“Si haces lo bueno”, lo aseguró el Señor, “serás aceptado”, entendiéndose que el Señor le quiso decir algo así: “Si guardas mis mandamientos, tú y tus ofrendas vendrán delante de mí con un corazón recto y puro; testificándome que tú no amas más el engañar y las maldades, y que has resuelto servirme.”
“Si no haces lo bueno, el pecado está a la puerta, y Satanás desea poseerte.”
El más sencillo de los razonamientos; una clara declaración del Señor de modo que Caín pudo entender y darse cuenta rápidamente del terrible futuro que lo aguardaba si continuaba con su vida de desobediencia, y que ello le serviría únicamente para amargarle más. “Si sigues haciendo lo malo, cada vez que des oído a las incitaciones de Satanás, él te esclavizará más y más, y no pasará mucho tiempo en que tú su jetarás al diablo y serás un siervo suyo.”
Esta, imaginamos, puede haber sido la conversación entre el Señor y Caín.
Aquí podemos aprender otra lección: los mandamientos de Dios no nos han sido dados para castigarnos o para maltratarnos, sino para librarnos de Él. Son consagrados para nuestro bien. Son salvavidas. Si los ignoramos o rehusamos obedecerlos, nos alejamos del cuidado de un Padre tierno y amoroso, y quedamos sujetos al destructor. Esta es una regla inflexible. Podemos suponer que es por esto que el Señor previno a Caín que prestara obediencia —escucha mis mandamientos— al mismo tiempo que le advirtió que en efecto, el mal es un pequeño corredor en la casa de cada hombre que conduce al pecado.
Ese corredor separa lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto, lo justo de lo injusto; al final de ese pasaje hay una puerta en cuyo umbral está agazapado el pecado, semejante a un monstruo, listo para lanzarse sobre cualquiera que abra la puerta. El monstruo es Satanás. Su deseo es hacer presa de todo el que transita por dicho pasaje. De este modo podemos ver cuál es el significado de la frase: “El pecado está a la puerta.”
¿Por qué ha decaído tu semblante?
Caín estuvo muy perturbado mental y moralmente. Él evidenció cuál era su estado emocional al intentar ocultarse del Señor, quien conoce los corazones y las mentes de los hombres. El rostro de Caín reflejó lo que había en su corazón.
“Yo te entregaré.”
El Señor continuó razonando amorosamente con Caín, advirtiéndole de las penosas consecuencias que le acarrearía el persistir en la iniquidad. Caín sabía bien cuál era el camino que tenía que seguir. Desde su infancia, había aprendido sobre las rodillas de sus padres, que tenía que escuchar la suave voz que viene del Padre, la que le conduciría y guiaría en todas las experiencias de su vida.
Pero las enseñanzas de sus padres tuvieron poco efecto en lograr que se despejara del afecto que había desarrollado hacia las cosas prohibidas. Los ruegos de unos padres responsables de su deber y temerosos de Dios fallaron en su intento de lograr que Caín dejara el camino del mal y siguiera el deber y la lealtad. Adán y Eva procuraron de todas las maneras posibles ayudar a Caín. Pero en cada intento que hicieron Caín los rechazó; se puso cada vez más rebelde, y se guió por los dictados de su propia mente.
La paciencia del Señor llegó casi al límite. Aún su ojo que todo lo ve percibió que Caín estaba llegando a un punto de maldad desde el cual ya ninguna justa exhortación lograría llevarlo al camino de las buenas obras.
Caín, en su rebelde oposición a todo lo bueno, no le dejó más que un solo camino al Señor. Él ya no pudo más actuar compasivamente con ese hombre de duro corazón. Cuando todos sus otros esfuerzos fracasaron, el Señor, desesperado del arrepentimiento de Caín, le amonestó, diciéndole que si no se volvía de su mal camino, Él, el Señor Dios, no contendería más contra su maldad, sino que lo abandonaría al poder de Satanás, para que el maligno hiciera con él lo que quisiera, es decir, se haría con él según la voluntad de Satanás.
“Y tú te enseñarás de él.”
Estas palabras han provocado mucha discusión. Se ha intentado de muchas maneras explicar su significado. Todas esas explicaciones no satisfacen. Más se las trata de explicar, más confusión se crea. Dichas palabras no parecen concordar con el resto del relato.
Luego de declarar que el Señor le dijo a Caín que a menos que se arrepintiera y “escuches mis mandamientos”, el texto cita al Señor como diciendo, “Te entregaré, y seré hecho contigo según su voluntad.” (versículo 23).
Las siguientes palabras del texto son desconcertantes: “Y tú te enseñarás de él.”
El Señor aún estaba presentándole a Caín las terribles consecuencias de la desobediencia, y amonestándole que si persistía en su comportamiento obstinado y rebelde ello le acarrearía la total separación de Dios y su consignación al reino de Satanás, en el cual la angustia y la desesperación son la recompensa para quienes se rebelan contra Dios y sus leyes.
El Señor estaba pronunciando una maldición sobre Caín, por motivo de su iniquidad, y no bendiciéndole con dominio sobre Satanás. Las dos declaraciones del texto no expresan ideas consonantes entre sí. Debemos tomar en cuenta todo el pensamiento y no recalcar unas pocas palabras, las que en su abstracción presentan un nuevo concepto completamente discordante con el contexto. No podemos imaginar a Caín siendo entregado a Satanás para dominar al diablo. Ni podemos creer que alguien tan ambicioso como Satanás —tomando en cuenta su rebelión en el cielo cuando intentó obtener la autoridad del Todopoderoso y tomar sobre sí el honor y la gloria de Dios— permitiría que alguien mandara sobre sus dominios y de ese modo se convirtiera en su amo.
Se ha sugerido que en el proceso de imprimir por primera vez la Perla de Gran Precio, se copió incorrectamente el lenguaje del manuscrito original del libro de Moisés y que las palabras en esta parte del relato fueron cambiadas. De ser así, este error se perpetuó en los posteriores impresos de la Perla de Gran Precio.
En los primeros tiempos de la imprenta no fue extraño que se transcribieran las palabras o que una palabra fuera sustituida por otra, y a veces muchos de los errores de imprenta cometidos se debieron a fallas de los editores y los redactores al corregir las pruebas. Fue fácil, como lo podría ser ahora, que el impresor colocara los tipos de modo que la frase se leyera “y tú te enseñorearás de él”, en vez de decir, “y él se enseñoreará de ti”, como creemos que debería decir. La diferencia en las dos frases, en lo que hace a las palabras, es poca, y el mejor redactor podía equivocarse.
Esta suposición es solo una suposición, y no se la debe tomar como la interpretación definitiva del término en cuestión.
Sin embargo, debe decirse que la primera vez que se imprimió “Los escritos de Moisés” (en 1851, en Inglaterra), no aparecían en el texto las palabras, “y tú te enseñorearás sobre él”. Tampoco aparecieron los versículos del 24 al 31. No sabemos por qué no se los publicó. Aparecen en ediciones subsiguientes.
Otra explicación para el texto en cuestión, es la que sigue, y para algunos constituye la respuesta correcta.
Caín, habiendo nacido de buenos padres, y poseyendo un cuerpo de carne y huesos, que un espíritu sin cuerpo no pudo hacer. Satanás necesitó de un cuerpo para dar cauce a sus atrocidades y mentiras; un espíritu separado con él, por así decirlo, que lo sirviera de agente para poner a los hombres en abierta rebelión contra Dios y sus leyes. ¡Eso fue Caín! Siempre atento a lo que lo beneficiara, Caín dio oído a las promesas halagüeñas del maligno. Por el deseo de Caín de obtener poder fue similar al de Satanás. La ambición es característica de todos los siervos del mal. Esta declaración queda verificada cuando tomamos nota de la conducta de Lucifer durante el Gran Concilio en el Cielo, donde procuró obtener para él gloria y poder. Caín no fue diferente a Satanás. Satanás pudo actuar únicamente a través de sus representantes, y el Édipo con que Satanás pudo concretar sus malvados designios dependió de la disposición de su socio para servir de punta de lanza. Caín fue junto a Satanás un conspirador ideal para fraguar esas inicuas maquinaciones. Caín fue el prototipo del mal. Es en esto que puede decirse que Caín enseñoreó sobre Satanás, pues éste, como se ha señalado, pudo cumplir sus mortales planes únicamente al ritmo con que Caín actuó.
Caín, sin duda, resucitará, y en su estado resucitado, si entendemos correctamente, será superior a Satanás, sin un cuerpo de carne y huesos. De ese modo, Caín sería más poderoso y enseñorearía sobre Satanás.
VERSÍCULO 24. “De ahora en adelante, tú serás el padre de sus mentiras.”
El Señor conoció las flaquezas del corazón de Caín. Éste se gozó en hacer lo malo. Satanás mediante falsas promesas, lo hizo sentir que la iniquidad le había hecho feliz. El orgullo de Caín, instigado por Satanás, no conoció límites. Él buscó la felicidad en el mal. Se infió en el orgullo de su corazón. Algunos de sus hermanos y otros se unieron a él en su rebelión contra todo lo que fuese justo. Las mismas tendencias que provocaron la expulsión de Satanás del cielo, se evidenciaron en los atributos morales y espirituales de Caín. El amó las cosas de Satanás, más que las de Dios.
Caín amó la mentira y su mayor ambición fue engañar. El Señor tomó nota de este horror en el corazón y no lo restringió en sus malvadas actividades, aun ser amonestado y exhortándolo a obrar rectamente. Suprimir el derecho de Caín de hacer lo malo, hubiera violado el eterno principio del libre albedrío. Esto Dios no podría haberlo hecho y continuar aún siendo Dios.
Caín ya había hecho su elección. El camino que escogió fue entregarse de lleno a la realización de los malvados designios de Satanás. El Señor vio la determinación de Caín, y la intensidad con que amaba las tinieblas más que la luz, le predijo la calamidad que lo sobrevendría. “De ahora en adelante tú serás el padre de sus mentiras.” Fue el decreto de un Dios ultrajado. El ya no contendría más con Caín. No trataría más de aconsejarlo. En cambio, desde ese momento los caminos de Caín, serían los inícuos caminos de Satanás, y en esa manera todas las maldades y engaños del diablo saldrían del corazón de granito de Caín. Ser el padre de las mentiras de Satanás, implicó que mediante Caín, por él y de él saldría la voz de Satanás.
“Tu serás llamado perdición.” Perdición significa “completamente perdido”; especialmente la eterna perdición del alma, o la pérdida completa de toda felicidad o un estado futuro; eternamente condenado.
Aquí, Caín es señalado por el Señor, como perdición o como uno que ha perdido en el deseo de hacer lo bueno, uno que es horroroso de una perdición sin retorno.
Caín supo bien cuál era el buen camino, pero no obstante ello, persistió en obrar mal. Buscó la compañía del mal; su esperanza fue que el mal lo ganara; la maldad fue su concepto de la vida. Él, lo repetimos, igual que Lucifer, se rebeló contra Dios y su justicia.
“Porque tú fuiste antes que el mundo.” (Capítulo 4:1)
VERSÍCULO 25. “Estas abominaciones proceden de Caín.”
El Señor anunció la maldición que vendría sobre Caín a menos que se arrepintiese de sus malas andanzas. Las generaciones futuras sabrían que Caín rehusó sujetarse a la palabra de Dios, cuando Él le aconsejó con sabiduría y gran paciencia. Caín rechazó el consejo de Dios, y prefirió hacer caso a las lisonjas de Satanás.
No hay duda de que Caín, orgulloso y soberbio como fue, creyó que como recompensa de su maldad obtendría más bienes materiales (5:33) que por escuchar las buenas exhortaciones. Él desechó las mentiras de Satanás, e ignoró el consejo mayor de Dios. En todas las edades del mundo, cuando a algunos hombres les pareció que la maldad es fuente de felicidad, hubo otros, quienes sencillamente reconocieron aquellos halagos del pecado como la misma recompensa que Satanás compartió con Caín en el principio de la destrucción, tanto temporal como espiritual.
Las abominaciones que mencionan estos versículos, fueron las mentiras de Satanás.
La maldición impuesta a Caín fue que: a él se lo conocería como un inicuo. (Éter 8:18)
VERSÍCULO 26. “Y Caín se enojó.”
Toda la vida de Caín fue influenciada por los celos que él tuvo de su hermano menor Abel. Sus celos no tardaron en transformarse en odio, y en inflamadas pasiones descontroladas. Los malos sentimientos de Caín hacia Abel fueron horrorosos. Su rencor fue hondo e implacable. El deseo de vengarse acrecentó su amargura y su malignidad. Desde ese momento Caín conspiró contra Abel, cuya única ofensa había sido ofrecer al Señor un sacrificio en justicia. “Abel anduvo en santidad delante del Señor.” “No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.” (1 Juan 3:12)
El odio es en sí una infracción al sexto de los mandamientos del Señor: “No matarás…” “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida.” (1 Juan 3:15)
VERSÍCULO 27. “Adán y Eva se lamentaron a causa de Caín y sus hermanos.”
Adán y Eva, siempre predispuestos a servir al Señor, se afligieron grandemente por motivo de que Caín y algunos de sus hermanos desoyeron las enseñanzas que habían recibido de sus manos. Satanás les puso en el corazón el deseo de desobediencia a las indicaciones del Santo Espíritu y, en cambio, el de confiar en las falsas promesas que él les había hecho. Como hemos notado, el mal llenó tanto sus corazones que no dejó lugar para que pensaran en su Gran Eterno Padre.
VERSÍCULO 28. “Caín tomó por esposa a una de las hijas de sus hermanos.”
Las relaciones sociales y maritales que pronto empezaron en la forma de vivir de la posteridad de Adán y Eva, muestran cuán rápidamente la iniquidad se desarrolló entre ellos.
Adán tuvo otros hermanos, aparte de Abel, algunos de los cuales fueron tan rebeldes como él. Ellos tuvieron hijas, y el casamiento entre una de ellas y Caín, unió los elementos de resistencia a la autoridad divina que tanto se perfilaban en Caín. Fue como una de esas células-cancerosas que dominan las crónicas de algunos de esos sistemas filosóficos que tanto se van extendiendo por el mundo. De la unión de esos dos nacieron otros que difundieron la incredulidad y la oposición a las santas leyes de Dios. Está escrito de Caín y su esposa: “Ellos amaron a Satanás más que a Dios.”
VERSÍCULO 29. “Basta dijo yo entregaré a tu hermano Abel en tus manos.”
Estos versículos indican cuán saturado de maldad había llegado a estar Caín. Registran una conversación que tuvo lugar entre Caín y Satanás, en la cual Satanás prometió a Caín que, bajo ciertas condiciones, entregaría a Abel en sus manos.
Abel había llegado a ser dueño de muchas ovejas y mucho ganado. (v. 33). Él anduvo rectamente delante del Señor y prosperó en sus trabajos, mientras que por otra parte, Caín había sido malvado y negligente. Los celos de Caín se hicieron cada vez más agudos.
Satanás conoció bien a su hombre, y con terribles juramentos secretos sujetó por completo a Caín a sus diabólicas maniobras.
Caín, ya profundamente sumergido en el pecado que ya no pudo ser alcanzado por la voz de una justa indignación, fue el actor principal en el infernal plan concebido por Satanás. Todo fue hecho en secreto a fin de que “tu padre no lo sepa, y en este día yo entregaré en tus manos a tu hermano Abel.”
VERSÍCULO 30. “Y Caín juró a Satanás que él haría de acuerdo con sus mandatos.”
Abandonándose completamente a los deseos de Satanás, Caín acordó hacer todas las cosas propuestas por éste. No solo estuvo Caín de acuerdo con los planes de Satanás, sino que todo esto se hizo secretamente.
VERSÍCULO 31. “Caín se glorió en su maldad.”
Después de que Caín hubo hecho con Satanás el trato por el cual éste acordó entregarle a Abel en sus manos, Caín se jactó del poder que acababa de adquirir. Él se enorgulleció en su vanagloria y dijo: “En verdad, yo soy Mahan, el dueño de este gran secreto, a fin de que yo pueda asesinar y obtener lucro.”
Caín fue el jefe supremo de la organización secreta creada y comandada por el diablo. Todos los esfuerzos de los otros miembros de esa abominable cosa contribuyeron al logro de sus deseos. Por lo tanto él fue llamado jefe supremo o el maestro Mahan. El significado de la palabra Mahan es oscuro, pero presumimos que está relacionada con la cabeza o el que gobierna esa organización. Y Caín, con indudable júbilo, “se glorió en su maldad.”
VERSÍCULO 32. “Caín, salió, y habló con su hermano, Abel.”
Caín, con premeditación maligna, buscó a Abel y lo encontró atendiendo a sus rebaños. Allí Caín le sugirió a Abel, “¡Vamos al campo!”. (Según la versión del Antiguo Testamento anterior al tiempo de Cristo, llamada la Septuaginta, debido a la leyenda de que su traducción fue hecha a pedido de Ptolomeo II [250 a. C.], por setenta emisarios de Jerusalén. Se cree que esa fue la versión del Antiguo Testamento que usaron El Salvador y sus apóstoles).
Fingiendo un amor fraternal, con alguna pretendida razón Caín persuadió a Abel de que lo acompañara a algún sitio apartado en el cual no pudiera verse el asesinato que tenía planeado ejecutarse.
Allí fue que Satanás entregó a Abel en las manos de Caín, tal como se lo había prometido.
No cabe duda de que, una vez llegado al lugar escogido, Caín empezó a tratar a Abel con odio y ofensivamente, acusándolo infundadamente, de portarse como un mal hermano.
Imaginamos que Caín ha de haber sido un hombre fuerte y vigoroso, y que se aprovechó de ello para intimidar e insultar a Abel. Moisés dice: “Caín, se levantó contra su hermano Abel, y le mató.”
VERSÍCULO 33. “Caín se glorió en lo que había hecho.”
Sin perturbarse ni arrepentirse lo más mínimo por lo que había hecho, sino más bien alborozado por haber conseguido que Abel no lo siguiera reconociendo que obraba justamente, Caín se regocijó en lo que consideró una victoria.
“¡Soy libre!”, exclamó; Caín se figuró que de allí en adelante, habiendo sacado a Abel de su camino, podría hacer lo que se le antojase, un temor de que le pusieran por delante su ejemplo.
Sospechamos que, también, Satanás puso en el corazón de Caín la esperanza de que, tras la muerte de Abel, Caín sería dueño de los rebaños de Abel. De modo que vemos que no solo Caín deseaba eliminar a Abel, sino que codició los frutos del trabajo de Abel, pues con alegría anticipó que caerían en sus manos.
VERSÍCULO 34. “¿Dónde está Abel, tu hermano?”
Completamente aturdido y moralmente perdido en un torbellino de pasión que casi lo dominaba por completo, Caín trató de escaparse y de falsear los hechos (vers. 38). Su endurecido corazón de granito fue impenetrable a la influencia del Santo Espíritu. Él se imaginó que había destruido por completo a Abel y que no oiría hablar más de él. Pero en esto estaba equivocado; el criminal Caín no fue solo contra Abel, sino contra Dios y toda su Creación. En medio de su ignorancia y de su apasionamiento, se sintió seguro, pues pensó que nadie se había enterado de su acción, aparte de los miembros de la organización secreta inspirada por el diablo, que sin conciencia, olvidó que Dios, que mora en el cielo, oye cada uno de sus actos y pensamientos.
Debo recordarse aquí que Caín poseyó el Santo Sacerdocio, y puede que esto sucedió en una ocasión cuando Caín, por llenar las apariencias, estuvo oficiando en uno de los ritos sagrados conectados con la adoración religiosa del pueblo, en donde se excluyó por consejo Abel. Su ausencia fue notoria pues siempre participaba en las ceremonias religiosas.
Mientras el recuerdo de lo que había hecho con Abel le perseguía, el Señor le preguntó sorpresivamente a Caín —posiblemente mediante su Santo Espíritu—: “¿Dónde está Abel, tu hermano?”
Revelando la falsedad con la que Satanás trataba de respaldarlo, Caín respondió: “No sé.” Y con despectivo orgullo agregó: “¿Soy yo guarda de mi hermano?”
VERSÍCULOS 35–36. “¿Qué has hecho?”
La pregunta del Señor evidenció la enormidad de la ofensa cometida por Caín. Además de ser un asesino, Caín evidenció que también era un mentiroso. Él trató de ocultar un crimen deliberado con una mentira deliberada. Pero Dios, que todo lo sabe, no pudo ser engañado. “La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.” La maldición que acompañó a Caín en sus esfuerzos por hacer producir la tierra que abrió su boca para recibir la sangre del mártir, muestra que la tierra no tolera un asesino. “Maldito serás de la tierra”, fue la penalidad impuesta por la gravísima infracción a la ley y al orden divinos, cometida por Caín.
VERSÍCULO 37. “Cuando labreres la tierra, no te volverá a dar de su fuerza.”
Puede observarse aquí que, a diferencia de Adán, su padre, Caín mismo fue condenado. Adán no. Al dictar el Señor su juicio sobre Adán, la tierra fue maldecida “por tu causa”; mientras que en el caso de Caín, la maldición fue personal. La tierra no respondería a los trabajos de Caín para labrarla. No le produciría abundantemente como antes. Caín había contaminado la tierra al derramar en ella la sangre de su hermano.
“Fugitivo y vagabundo.” En lugar de ser vagabundo la versión revisada dice “errante”; fue condenado a sufrir una perpetua ignominia y vituperio entre los hombres; a soportar un perpetuo horror mental. La culpa que llenaba su conciencia lo perseguiría haciendo que fuese y huyera de sí mismo y un huésped indeseable. Nadie buscaría su compañía, pues lo acompañaban el terror y el despojo.
VERSÍCULO 38. “Satanás me tentó a causa de los rebaños de mi hermano.”
Confrontado con una evidencia que él no pudo negar; habiendo sido declarado culpable y sentenciado por la debida autoridad, Caín respondió con excusas y falsas negativas. (Vers. 34). “Satanás me tentó a causa de los rebaños de mi hermano.” Caín se descendió, procurando mitigar los términos de la maldición. Él también argumentó la existencia de circunstancias que contribuirían a que se sintiera ofendido. “Tú también estabas airado, porque aceptaste su ofrenda, y la mía no.” Él clamó, “mi castigo es más grande de lo que puedo soportar.”
Caín, igual que muchos, procuró minimizar su maldad atribuyendo a otro la culpa por sus malas acciones. Él trató de echar la culpa al Señor a causa de que no aceptó una ofrenda diferente que la de su hermano Abel, sí. Pero la excusa de Caín fue rechazada, siendo que vino con un corazón contumaz y depravado.
Podemos aquí repetir una observación que hicimos anteriormente: nos podrá ayudar a comprender por qué el Señor aceptó la ofrenda de Abel y la de Caín no. “Nuestra ofrenda a Dios es aceptable ante Él, por nuestra obediencia a sus mandamientos, nuestra fidelidad en cada fase de nuestro deber, nuestra reacción frente a las pruebas, y la bondad de nuestras acciones.” Caín nunca llenó estas calificaciones.
VERSÍCULO 39. “De tu faz quedaré escondido.”
Estas palabras de remordimiento de Caín, no causadas por haber matado a Abel, sino por motivo de la maldición que el Señor puso sobre él, parecen haber sido provocadas por un verdadero temor por lo que le sobrevendría. Nunca más Caín sería guiado por las ministraciones del Señor o de sus santos ángeles. En el pasado el Espíritu del Señor había guiado a Adán y a sus hijos en todas las experiencias de la vida. Ellos a veces obedecieron sus santas indicaciones; otras veces muchos de ellos, como en el caso de Caín, prefirieron buscar las fingidas promesas que Satanás les hizo arteramente.
Caín no dio cuenta del error que había cometido, pero a pesar de ello no estuvo arrepentido. Él se sintió deprimido y consternado, aplastado por el peso de la maldición que había caído sobre él; con gran clamor él clamó atónito: “He aquí, me echas hoy de ante la faz del Señor, y de tu faz quedaré escondido.” Significando esto que desde ese momento él andaría solo; sin la luz del consejo del Señor, por lo cual caminaría en las tinieblas. En Caín no hubo luz que lo permitiera ver el santo semblante de Dios.
Al pensar en la equivocación que cometió Caín, preguntamos con Isaías: “¿Quién entre vosotros que teme al Señor, que obedece la voz de su siervo, que anda en tinieblas, y no tiene luz…?” Recordamos también que el Señor no esconde su rostro de ninguna generación de sus hijos que tratan de servirle.
Caín, el asesino, no solamente andaría errante por los lugares donde vivían sus hermanos, como un fugitivo de la justicia, sino que por donde quiera que anduviera, no importaba dónde, se le conocería por lo que era. Él tuvo el temor de que todos los que vivieran en los lugares donde buscara refugiarse, lo mataran, debido al delito que había cometido, el que le había transformado en un indeseable reprobado, aún entre los más malvados. Caín temió que los contribuyentes del delito y el violar el orden de Dios lo delataran debido a que sus esfuerzos por disimular la dureza de su corazón lo traicionarían y pondrían en evidencia su podrida fraternal.
VERSÍCULO 40. “Y el Señor puso una marca sobre Caín.”
A pesar de su maldad, el Señor puso sobre Caín una protección para el caso en que otras personas, al reconocerlo como el matador de su hermano, lo matasen también a él. Para que otros hombres malvados no lo mataran es que el Señor puso una marca sobre Caín.
Esta marca fue una piel negra (Moisés 7:22).
En esto el Señor no contempló únicamente las malas acciones de Caín, si no que usó la marca que puso sobre Caín a fin de que los infalibles propósitos de Dios no llevaran a cabo. El Señor utiliza tanto el mal comportamiento de los hombres como el bueno para realizar sus propósitos.
La piel negra de Caín y sus hijos fue una señal para los habitantes de cada región que reconocieran de que si bien ellos tenían sobre sí la maldición del Señor, también estaban protegidos contra la venganza de sus despojados parientes, quienes ahora fueron sus enemigos. “Cualquiera que te matara, será castigado siete veces”; “Mía es la venganza, yo pagaré.” Esto expresa cuál es la venganza del Señor.
VERSÍCULO 41. “Caín fue desterrado de la presencia del Señor.”
En la Biblia dice: “Y salió Caín de delante de Jehová, y habitó en la tierra de Nod, al oriente del Edén…”
Las declaraciones en ambas versiones son substancialmente las mismas. Sin embargo, la declaración en el Génesis connota la idea de que Caín obró por propia voluntad. La revelación dada por el mismo Moisés sugiere que el ser “desterrado de la presencia del Señor”, fue parte de la maldición que el Señor le impuso.
En hebreo, la tierra de Nod quiere indicar la tierra del oriente, la tierra de quienes viven en tiendas; tierra de nómadas.
Caín y su esposa se alojaron en la región donde habitaban los siervos de Dios y en donde era predicado el Evangelio, y pasaron por las regiones orientales en donde no les volvieron a exhortar a que fueran justos.
VERSÍCULO 42. “Caín construyó una ciudad.”
Dentro de un tiempo relativamente corto, Caín y sus asociados no hicieron un pueblo numeroso. Bajo su dirección construyeron una ciudad a la que pusieron el nombre de su hijo, Enoch. Ha de haber estado formada por chozas de barro y paja.
VERSÍCULOS 43–46. “Y a Enoc le nació Irad.”
Estos versículos contienen la genealogía de los descendientes de Caín hasta siete generaciones, no incluyendo a Adán, el primer hombre. Estas generaciones fueron encabezadas por:
- Caín, hijo de Adán
- Enoc, hijo de Caín
- Irad, hijo de Enoc
- Mahujael, hijo de Irad
- Matusael, hijo de Mahujael
- Lamec, hijo de Matusael
- Jabal y Jubal, hijos de Lamec
Lamec se unió con dos mujeres, Ada y Zila. Ada le engendró a Jabal quien fue criador de ganado. Jabal habitó en tiendas, lo cual sugiere que llevó una vida nómada, yendo con sus rebaños de un lugar a otro. El hermano de Jabal fue Jubal. Estos dos hijos de Lamec fueron de muy diferente naturaleza. Jubal fue músico que quizás tocó instrumentos de cuerda y de viento. Quizá él fue el primero en hacer de la música un arte.
Zila, la otra esposa de Lamec, engendró a Tubal Caín, quien llegó a ser un hábil artesano en metales; creador de objetos de arte o de uso común. Lo que aquí se denomina bronce, ha de entenderse como cobre; en aquel tiempo no se conocía la aleación conocida como bronce. Zila engendró también una hija, llamada Naama.
VERSÍCULOS 47–50. “Lamec había hecho convenio con Satanás.”
“Oíd mi voz, mujeres de Lamec;
escuchad mis palabras,
porque a un hombre he dado muerte por mi perjuicio
y a un mancebo para mi daño.”
Aquí tenemos los primeros versos poéticos que aparecen en la Biblia. La poesía en la Biblia no es como la nuestra, (es decir, la poesía hebraica no es como la nuestra [p. ej., del Español], métrica y rima), sino el ritmo del pensamiento. Se conoce como paralelismo, consistiendo en coplas que expresan el mismo pensamiento con diferentes palabras.
Moisés, para recalcar la creciente flojedad de las costumbres y puras morales entre los hijos de los hombres, y la depravación en que se estaban hundiendo, se refirió a lo que fue una abominación ante Dios: las combinaciones secretas que estaban expandiendo por todas partes sus prácticas nefastas.
Sin duda que Lamec había matado a alguno de sus asociados en esas malas prácticas, y así se lo confiesa a sus esposas. Pero aunque las combinaciones secretas en las que él participaba incluían juramentos más malvados, el convenio en el cual Lamec había entrado fue el mismo que tuvieron en el principio Satanás y Caín. Lamec confió en que tal como lo especificaban los juramentos, los demás que también habían hecho ese convenio de no divulgar los delitos que cometieran, guardarían el secreto. Pero se equivocó.
Irad, el hijo de Enoc y nieto de Caín, se enteró del convenio y comenzó a divulgar sus secretos a los miembros de su familia.
Lamec, considerando que su cófrade lo había traicionado, se enfureció y mató a Irad. Él lo mató a causa del juramento que ambos habían hecho, y no por obtener enemistad con Caín, cuando mató a Abel. La retribución por revelar los juramentos secretos fue la muerte (ver 20), y Lamec, que fue un hombre rencoroso, procedió a llevar a cabo la penalidad establecida por el convenio.
Ese convenio infernal se engendró en pecado y se crió en las tinieblas. Su maldad se acentuó con el transcurso de los siglos.
VERSÍCULO 51. “Hicieron sus obras en la oscuridad.”
“El Señor no obra en la oscuridad.” (2 Nefi 26:23). “Y también hubo…” (Versículo 22).
Moisés anota en su registro que en esos tiempos “cada hombre conocía a su hermano”, que es como decir que cada conspirador conocía a su cófrade. Por medio de las señales secretas se reconocían entre ellos, y se respaldaban mutuamente aún en la comisión de actos reprobables.
VERSÍCULOS 52–55. “El Señor maldijo a Lamec y a su casa.”
El Señor se apartó de ellos y en consecuencia no les ministró más debido a que rehusaron escuchar su palabra y guardar sus mandamientos. El Todopoderoso, desgraciado, se apartó de él y al quedar solos sus obras quedaron envueltas en profundas tinieblas.
Ellos se hundieron aún más en las fantasmales profundidades del pecado; más y más obscuras fueron las tinieblas que los envolvieron. Prontamente los malos de su iniquidad y abandono llegaron al máximo. El Señor vio la enemistad y la depravación de sus corazones, maldijo a Lamec, y a todos quienes habían hecho convenio con Satanás. No podemos imaginar maldición mayor que la de estar sin Dios para guiar nuestros pasos en tiempos peligrosos.
Las esposas de Lamec, a pesar de ser descendientes de Caín, participantes también de la maldición, no rebelaron contra su esposo e hicieron públicas sus malvadas acciones. Lamec, al igual que Caín, se glorió en su iniquidad y se jactó en su maldad. Sus esposas, sin embargo, no se asimilaron ante semejante persona tan injusta y tan impulsiva. Ellas no tuvieron compasión por alguien tan miserable. No pasó mucho antes de que sus asociados en la maldad se negaran a juntarse con él, puesto que había violado el convenio al darlo a conocer a sus esposas los juramentos secretos. Se quedó sin amigos y desamparado por los más depravados. Convertido en un individuo, él se alejó de todos y vivió solo; temiendo juntarse con los suyos no fuera que lo mataran por haber violado el juramento.
Sin embargo, el caso de Lamec no fue mencionado entre los hijos y las hijas de los hombres pues haciéndolo saldrían a la luz su contaminación con él. Esta unidad de la maldad es conspiración. Al revelar a sus esposas los términos de la conspiración se reveló la participación de muchos que sin manifestarlo respaldaban la realización de esos juramentos secretos.
De ese modo, en abierto desafío a las leyes de Dios, los hijos de los hombres buscaron la felicidad haciendo lo que estaba prohibido. Amaron a Satanás más que al Todopoderoso y sirvieron a quien al fin los destruiría. Las obras tenebrosas aborrecen la luz del cielo; los hombres prefirieron las tinieblas a la luz a causa de que sus hechos fueron malos. (Juan 3:19).
VERSÍCULOS 56–59. “Y Dios maldijo la tierra.”
El Todopoderoso maldijo la tierra debido a que sus habitantes se negaron a guardar sus mandamientos. Su ira se encendió a causa de sus repetidas iniquidades y constante desobediencia. Una grave calamidad en forma de un hambre prolongada se abatió sobre sus poblaciones, y una creciente falta de las cosas necesarias para la vida no tuvo efecto en hacer que se arrepintieran.
Los hombres se negaron a creer en el más grande consuelo de la vida: El Unigénito Hijo de Dios; hicieron a un lado toda idea de vida eterna, prefiriendo las cosas terrenales a los tesoros del cielo. La copa de su destrucción se estaba colmando rápidamente.
El Evangelio de Jesucristo le fue predicado a Adán y le fue confirmado por una santa ordenanza. Esta santa ordenanza fue el Don del Espíritu Santo, que moró en él y lo testificó de la verdad de la expiación de Cristo “quien vendría en el meridiano de los tiempos.” Hasta tanto que dure la tierra, será declarado el evangelio a los puros de corazón. Ellos nunca cesarán de cumplir los propósitos de una grande y gloriosa creación. La tierra es inmortal, el evangelio de Jesucristo es inmortal porque Dios es su autor, su escudo es la omnipotencia, y su gloriosa vida es la eternidad.
—
CAPÍTULO 6
El capítulo 6 del Libro de Moisés es una revelación rica y doctrinal que traza la continuidad de la fe, la predicación del Evangelio y el desarrollo del plan de salvación desde los días de Adán hasta el llamado profético de Enoc. Este capítulo muestra que el Evangelio de Jesucristo no comenzó en el meridiano de los tiempos, sino que fue enseñado desde el principio del mundo.
El capítulo comienza relatando cómo Adán y Eva continúan enseñando a sus hijos los mandamientos del Señor, y se registra la genealogía de los patriarcas justos. Se destaca la figura de Set, hijo justo dado en lugar de Abel, y cómo sus descendientes —entre ellos Enós, Cainán, Mahalaleel y Jared— fueron hombres justos que enseñaron la fe y profetizaron. Se mantenía un libro de memorias, escrito en un lenguaje puro y por el espíritu de inspiración, lo cual resalta la importancia del registro sagrado y la transmisión fiel del conocimiento divino.
El centro del capítulo es el llamamiento profético de Enoc, quien recibe una visión y un mandato divino para predicar el arrepentimiento. Aunque se consideraba inexperto y lento en el habla, el Señor le promete poder, protección y autoridad espiritual. Enoc se convierte en un poderoso testigo que testifica del Creador, del juicio venidero y del plan de redención. Su predicación causa temor y asombro, y se le reconoce como “vidente”.
El capítulo también revela de forma extraordinaria la doctrina del plan de salvación revelada a Adán. Dios enseña a Adán sobre el arrepentimiento, el bautismo, la justificación por el Espíritu y la santificación por la sangre de Cristo. Se enseña que todos deben nacer de nuevo del agua y del Espíritu, y que todas las cosas testifican de Dios, siendo reflejo de su obra eterna.
Finalmente, Adán es bautizado y recibe el Espíritu Santo. Su experiencia culmina con una declaración divina que lo reconoce como hijo de Dios, y se afirma que todos pueden llegar a ser hijos e hijas de Dios mediante el mismo proceso.
Este capítulo enseña con claridad que el Evangelio, el sacerdocio, la fe, el arrepentimiento, el bautismo y la revelación personal fueron parte integral de la vida de los primeros patriarcas, demostrando que el plan de salvación ha sido constante y universal desde el principio.
VERSÍCULO 1.
Con cada una de las fibras de su ser a tono con las indicaciones del Santo Espíritu, el cual vino del Padre para guiarle, conducirle y dirigirle acertadamente, Adán escuchó la voz de Dios. Sea por medio de la propia voz de Dios, o por la voz de ángeles enviados desde las cortes de gloria, o por medio de la alentadora e inspiradora influencia del Espíritu Santo, ya desde el mismo principio del mundo el evangelio de Jesucristo fue declarado a los hombres, y éstos fueron amonestados a que creyeran en el Hijo Unigénito quien fue preparado “desde antes de la fundación del mundo.”
Vemos, de nuevo, que el Evangelio fue proclamado de forma que Adán y sus hijos lo comprendieran, y Adán, obedeciendo la voz, y habiendo aceptado las verdades del evangelio, llamó a sus hijos al arrepentimiento. Adán recordó que un ángel enviado de la presencia de Dios le había aparecido y relatado en detalle los santos propósitos de Dios en cuanto al sacrificio. El ángel le dijo también que todo lo que hiciera lo hiciese en el nombre del Hijo; el visitante celestial dio fin a su comisión divina, diciendo a Adán: “Te arrepentirás e invocarás el nombre del Hijo para siempre jamás.” (5:6–8)
VERSÍCULO 2.
Nacimiento de Set. A Adán y a su esposa, Eva, les nacieron muchos hijos; entre estos hubo uno a quien llamaron Set. A medida que Set fue creciendo evidenció muchas cualidades que los hizo recordar a Abel, a quien Caín había matado.
Adán vio en Set una persona firme y resuelta en la observancia de los mandamientos de Dios, y por ello alabó al Señor. Adán se regocijó y glorificó el nombre de Dios, pues la fidelidad y las buenas acciones de Set le habían reconfortado. Adán dijo: Dios me ha dado otra simiente, en lugar de Abel, a quien mató Caín.
VERSÍCULO 3.
“A Set le nació un hijo, y le llamó Enós.” Set, igual que su hermano, ofreció al Señor un sacrificio aceptable, y no fue rebelde en la obediencia de los otros mandamientos que le fueron dados. Dios se reveló a Set, lo cual, por sí solo, es una evidencia de que Set anduvo en santidad delante del Señor, tal como lo había hecho su hermano Abel.
VERSÍCULO 4.
Set y su hijo Enós, junto con Adán, comenzaron a invocar el nombre del Señor. Se nota aquí que la relación familiar entre Adán y sus hijos se fortaleció en justicia, al invocar unidamente el nombre del Señor y ofrecer un sacrificio digno y aceptable.
Al adorar en unión a Dios, ellos instituyeron un servicio de adoración, el cual incluía ofrecer sacrificios y oraciones, las que surgieron de corazones firmemente determinados a obedecer al Señor.
Entonces comenzaron estos hombres a invocar el nombre del Señor. Es posible que en la época mencionada en este verso, los hombres comenzaran a adorar al Señor Dios empleando su verdadero nombre, Jehová. (Véase comentario sobre el nombre sagrado al final del capítulo 1).
Nota al pie: el empleo del título Jehová se lo atribuye a los historiadores del reino de Judá, los historiadores Yahvísticos. En su historia ellos emplearon el nombre Jehová para el Señor. Los historiadores del Reino del Norte (las diez tribus que se separaron luego de la muerte de Salomón), emplearon Elohim, como el nombre de Dios, por ello sus escritos se conocieron como el “documento Elohista”. Ambos, el documento Yahvista y el Elohista, fueron escritos poco después de los reinados de David y Salomón, el Elohista, unos cincuenta años más tarde que el Yahvista. En cuanto al empleo del título Jehová, el documento o historia Yahvista lo utilizan desde el comienzo de la historia, mientras que el denominado documento sacerdotal, dice que el nombre le fue revelado a Moisés recién. (Éxodo 6:2–3).
VERSÍCULOS 5 y 6.
Fue llevado un libro de memorias. Para que ellos pudieran recordar siempre su glorioso linaje y la bondad de Dios para con sus antepasados, a los hijos de Adán se les enseñó a leer y escribir en el lenguaje de Adán un relato sobre la providencial solicitud de Dios.
Al libro que ellos escribieron, le pusieron como título “Libro de Memorias.” En él escribieron sólo aquellas cosas que recibieron por inspiración. Gracias a Dios es que se han escrito estos registros. No se basaron en la simple tradición o en la tradición oral; no quedó esa historia librada a la diluyente influencia de la tradición oral. No fue legada a corazones enfermos y depravados que podían corromperla, sino que estos registros fueron escritos por expreso mandato del mismo Dios, y algo de ellos nos ha llegado en los Escritos de Moisés, que ahora estamos considerando.
VERSÍCULO 7.
Este mismo Sacerdocio que fue en el principio antes de que se crease la tierra; antes de que se colocasen los fundamentos de la misma, Dios, en su poder y gloria, apartó y santificó sus propósitos para el bienestar de sus hijos. Dios los proveyó abundantemente con su poder y su gracia, y ellos fueron investidos de poder para representarle en la ejecución de todas sus obras. Esta delegación de autoridad de actuar en el nombre de Él. Lo señala a una persona como un administrador en la tierra de los asuntos del Reino de Dios. Tal autoridad delegada de esa manera, es el Santo Sacerdocio. (Abraham 1:2; Alma 13:1–19).
Este mismo Sacerdocio que existió en el principio existirá también en el fin del mundo. No quiero decir esto que el mundo llegará a ser una cosa del pasado, o que el tiempo lo destruirá, sino que el fin del mundo quiere decir ese tiempo en el cual la tierra habrá alcanzado y cumplido el propósito que Dios tuvo cuando colocó el principio sus fundamentos.
Cuando decimos, fin, no se lo debe interpretar como el punto más allá del cual la tierra ya no podrá continuar existiendo, un estado concluyente o final, sino una condición donde la consecuencia de los hijos de Dios será perfección.
VERSÍCULOS 8–9.
Esta profecía la pronunció Adán… La profecía dicha por Adán, la pronunció en una ocasión cuando toda su casa sintió la inspiración del Espíritu Santo. El espíritu de profecía es el testimonio de Cristo, y vemos que el sacerdocio que él menciona es el Sacerdocio según el orden del Unigénito Hijo de Dios. Existió en el principio del mundo y existirá en el fin de la tierra. Este Sacerdocio no comenzó ni terminará, sino que todas las cosas que son creadas y las que lo serán, serán llevadas a estado de perfección por obra del Santo Sacerdocio, el cual es el Sacerdocio de Jesucristo.
La tierra fue creada por Cristo. Por medio de Cristo la vida eterna es una dote al hombre. Dios recompensará a todos quienes con corazones firmes guarden sus mandatos, con el gozo de estar a su servicio. Este Sacerdocio del cual estamos hablando ha sido confiado en manos de hombres que viven sobre esta tierra. Por este Sacerdocio todas las cosas hechas han hecho; todas las cosas efectuadas en el nombre de Cristo. El Sacerdocio de Cristo nunca se extinguirá; sus ordenaciones nunca cesarán.
Y se conservaba una genealogía de los hijos de Dios. Ellos llevaron una genealogía de sus antepasados a fin de que los hijos de Dios no olvidaran su glorioso linaje, y que el evangelio de su Hijo fuese recordado por todas las generaciones que los sucedieran. Dicha genealogía comenzó con Adán mismo y registró el hecho de que Dios lo creó a su propia imagen, “A semejanza de Dios lo creó.”
Ambos, macho y hembra, fueron creados a su imagen, por Dios, y Él los bendijo “y llamó el nombre Adán.” No solo el primer hombre fue llamado así, sino que toda la raza humana que surgió de él, fue así llamada. (Véase versículo 34).
VERSÍCULOS 10–11.
Adán engendró a Set. A los ciento treinta años de edad, “Adán engendró a un hijo a su propia semejanza, según su propia imagen,” y llamó su nombre, Set. Antes de su muerte, ochocientos años más tarde, Adán llegó a ser padre de muchos hijos e hijas.
Si es que una vez más consideramos la gloriosa descendencia de Israel, la raza sagrada, de la cual él fue la cabeza, podemos darnos una idea de que fue lo que Moisés tuvo en mente cuando dio los nombres y las edades de los patriarcas que vivieron antes del diluvio.
De acuerdo a la computación hebrea son 1656 años los que transcurrieron entre la Creación y el Diluvio. Se han adelantado muchas razones para explicar la gran cantidad de años distribuidos a las vidas de estos videntes y patriarcas, pero ninguna parece satisfactoria. Son años los que se enumeran en sucesión directa, siendo la vida más breve de 365 años, y la más prolongada, de 969 años. No podemos explicar esta longevidad por lo tanto pensamos que lo más prudente es dejarla a la soberana voluntad de Dios.
VERSÍCULOS 12–16.
Set engendró a Enós. “Set vivió ciento cinco años, y engendró a Enós.” Set sirvió al Señor, así como lo hizo Adán su padre. Y no como Caín, su hermano, quien se rebeló contra los mandamientos de Dios. Con recto corazón y con paternal afecto, Set transmitió a Enós, su hijo, el glorioso conocimiento de la creación divina.
Durante todos los días de su vida, que fueron muchos, Set profetizó en cuanto a las vías de Dios. Las vías de Dios son las vías del evangelio, y el peso del mensaje de Set descansó sobre la fe en el Hijo Unigénito de Dios y el arrepentimiento del pecado. Todos los profetas, desde Adán hasta José Smith, y aún en nuestros días, han testificado de Cristo y amonestado “que todos los hombres deben venir a Él, o no pueden salvarse.” (1 Nefi 13:40).
El mensaje llevado por Set fue continuado por su hijo, Enós, quien también fue profeta. Su clamor evangélico de “arrepentíos”, resonó por la tierra hasta sacudirla con sus proporciones.
En los días de Set, la gente comenzó a multiplicarse y a extenderse por lugares lejanos. A la vez algunos pequeños grupos entre los habitantes del país, que al principio parecieron no tener poder, crecieron en número y empezaron a tratar de dominar injustamente a sus hermanos. Satanás dominó en los corazones y en las mentes de los hombres. La guerra y el derrame de sangre asolaron los hogares, tanto de los justos como de los injustos, “y el hombre levantaba la mano en contra de su propio hermano, para dañarlo y matarlo, por causa de las obras secretas.”
“Y todos los días de Set fueron novecientos doce años.”
VERSÍCULOS 17–18.
Enós engendró a Cainán. “Y Enós vivió noventa años y engendró a Cainán.” Los habitantes de la tierra de Shulón donde vivía Enós, se habían endurecido en la iniquidad. Ellos no procuraron servir al Señor. Ni rendirle ningún tipo de obediencia. Su mal hizo peligrar las vidas de los justos que moraban entre ellos. Por lo tanto, Enós condujo a los justos a otra tierra, “al este del mar”, a la que puso el nombre de Cainán, según se llamaba su hijo. En esta nueva tierra que para el pueblo de Enós fue una tierra de redención, ellos se convirtieron en una nación fuerte cuya justicia la exaltó por sobre los pueblos del país del cual habían huido. Enós vivió otros ochocientos años en esta estado santo y feliz, “y todos los días de Enós fueron novecientos cinco años”, y anota el historiador, “Él murió.”
VERSÍCULO 19.
Y Cainán vivió setenta años y engendró a Mahalaleel. Después de haber engendrado a Mahalaleel, Cainán vivió otros ochocientos cuarenta años, lo cual hizo un total de novecientos diez años cuando murió. Él fue también padre de otros hijos e hijas, los cuales, junto a Mahalaleel, formaron una generación justa.
VERSÍCULO 20.
Mahalaleel vivió sesenta y cinco años, y engendró a Jared. Mahalaleel, el quinto en la sucesión de patriarcas justos, tuvo sesenta y cinco años cuando nació Jared. Después de engendrar a Jared, él vivió otros ochocientos treinta años, y llegó a ser padre de otros hijos e hijas. “Todos los días de Mahalaleel fueron ochocientos noventa y cinco años.”
VERSÍCULOS 21–24.
Jared vivió ciento sesenta y dos años y engendró a Enoc. Jared, cuya vida se prolongó ochocientos años después del nacimiento de Enoc, enseñó a Enoc “conforme a todas las vías de Dios.”
En este capítulo seis, hemos visto hasta aquí una sucesión directa del Sacerdocio desde Adán, el primer hombre, hasta Enoc, el séptimo en ser coronado con sus privilegios y poderes preordenados. El orden en que ellos fueron ordenados a esta santa y alta comisión fue, comenzando con el primero, Adán, Set, Enós, Cainán, Mahalaleel, Jared y Enoc. Adán caminó y habló con Dios (DyC 107:40–57).
Estos patriarcas, todos los cuales fueron siervos del Altísimo, emplearon sus días produciendo la justicia, profetizando de la venida del Mesías, y exhortando a los hombres de todos los lugares y de todas las posiciones a que se arrepintieran y creyeran en el Unigénito Hijo de Dios, mediante quien vendría la redención.
“Y vino a suceder que todos los días de Jared fueron novecientos sesenta y dos años y él murió.”
VERSÍCULO 25.
Y Enoc vivió sesenta y cinco años y engendró a Matusalén. Enoc tuvo setenta y cinco años cuando le nació un hijo que llegaría a vivir más tiempo que ninguno de los que tomamos noticia, Matusalén, el cual vivió 969 años.
VERSÍCULO 26.
Enoc viajó por la tierra. Mientras Enoc viajaba por la tierra donde vivía predicando la justicia a todos los que estuvieren al alcance de su voz, y testificando del Hijo Unigénito, de Dios, quien vendría en el meridiano de los tiempos para expiar por el pecado de Adán, a causa del cual la muerte había entrado en el mundo, “el Espíritu de Dios descendió del cielo, y reposó sobre él.”
VERSÍCULOS 27–30.
Él escuchó una voz del cielo… la comisión de oficiar como profeta, le fue dada a Enoc por el mismo Dios cuya voz desde el cielo se dirigió a Enoc diciéndole:
“Enoc, mi hijo, profetiza a este pueblo, y diles —arrepentíos.” Dios, por su propia voz, dio a Enoc el mandamiento divino de amonestar a los habitantes de la tierra de que los esperaba la destrucción, a menos que escucharan la voz de Dios.
El dueño de esa voz, el Señor Dios Todopoderoso, dijo a Enoc y lo comisionó para que dijera al pueblo que Él estaba enojado con ellos pues habían endurecido sus corazones como el granito, tenían los oídos ensordecidos por las promesas de Satanás y sus ojos enceguecidos con el resplandor de los caminos de la maldad. No pasaría mucho tiempo antes de que en su furiosa ira los enviara su castigo.
El Señor procedió a explicar a Enoc la razón por la cual se enojó se había irritado tanto, diciéndole que desde que Él había creado al hombre, estos habían sido rebeldes. Ellos no habían llegado a Él, su Creador, y sin la luz que viene de su presencia, enceguecidos, se desencaminan a sí mismos, siguiendo las obras de oscuridad. En sus desobediencias ellos han ideado el asesinato”, dijo el Señor, “Y no han guardado los mandamientos que yo dí a tu padre, Adán.”
En su estado caído no vacilaban en prestar falso juramento. Ellos desechaban la guía del Señor y “han traído la muerte sobre sí mismos; y he preparado un infierno para el que no se arrepintiera.”
Esto es un decreto… El Señor decretó el terrible fin de quienes no se arrepientan. Fue decretado desde el principio del mundo y vino de la propia voz del Señor y no lo revocará otro ser, por lo tanto es absoluto y no puede dejar de cumplirse.
Los decretos del cielo, esos que nos llegan directamente de Dios o por boca de sus santos siervos, son obligatorios sobre los padres a quienes Él los anunció, y también con para sus hijos por todas las generaciones. Porque ellos son “…mis siervos, a quienes he enviado para declararos alegres nuevas.” (Mosíah 5:2). Es como decir, que sus palabras son mis palabras porque “yo soy el que habla.” (Éter 4:10; III Nefi 20:39)
El decreto que se menciona en estos versos es para todo pueblo, aun hasta el fin de la tierra, lo cual significa para siempre jamás.
VERSÍCULO 31.
“¿Por qué soy tu siervo?” Enoc, con un cierto temor al oír la voz del Señor, pero aún dudoso de sí mismo, reconoció su indignidad. Postrándose en la tierra, luego contestó al llamado del Señor: “¿Por qué es que he hallado gracia en tu vista?” Enoc estuvo perplejo, desconcertado. Lo mismo que Moisés, quien muchos años más tarde al ser llamado a dirigir al pueblo de Israel, era torpe para hablar, y debido a esa deficiencia pocos se asociaron con Enoc, y no tuvo muchos amigos: “¡Yo soy nada más que un mozuelo!”, protestó, “y todo el pueblo me desprecia; por qué soy tu siervo?” Pero el Señor mira más allá de la apariencia exterior: “El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira en el corazón.” (1 Samuel 16:7).
Hablando del caso del defecto de Enoc para hablar, se registró un incidente similar cuando el Señor le dió a Moisés las señales mediante las cuales probaría a los hijos de Israel que el Señor lo había enviado. (Éxodo 4:10–12).
VERSÍCULOS 32–34.
Ve y haz lo que te he mandado. A Enoc se le mandó que dejara su preocupación en manos del Señor, quien enviaría sus bendiciones sobre él. A pesar de la inseguridad de Enoc, el Señor le prometió que ningún hombre tendría poder sobre él; que en el Señor él sería fortalecido, que su habla defectuosa sería respaldada por las palabras del Señor, pues mediante el Espíritu de Dios hablaría palabras de Sabiduría. “Por consiguiente”, le dijo, “Ve y haz lo que te he mandado.” “Porque toda carne está en mis manos, y haré conforme bien me parezca.”
“Elegid este día…”
El mandamiento del Señor que Enoc comunicaría a la gente, no era para que ésta lo escuchara y luego lo hiciera a un lado. El adicto imperativo fue “escoged”. Fue una orden de importancia inmediata; se refería al aspecto principal de algo muy importante.
Aquí hay una lección que todos podemos aplicar. No demorar nuestras ofrendas de gratitud a Dios hasta que sea demasiado tarde, quizás hasta que nuestras espaldas estén encorvadas por el peso de los años. No dejemos que los años sean una razón para disminuir nuestros esfuerzos, sino que sea al revés. Si es que nuestros días de peregrinación sobre esta tierra están finalizando, apresuremos nuestros pasos, no sea que la noche nos sobrecoja y comprendamos que aún no hemos finalizado el viaje. ¡A los jóvenes les decimos: no se recuesten en la vana ilusión de que mañana servirán al Señor y guardarán sus mandamientos! No, sino que reflexionemos, y digamos como el siervo de los días de iniquidad, que desde ahora en adelante, y para siempre, yo serviré al Dios que me creó, y a Él solo serviré.
“Lo aquí, mi espíritu reposa sobre ti.”
Agregando a las muchas bendiciones que le fueran prometidas por el Señor, la voz le anunció a Enoc otros grandes y maravillosos dones. El espíritu del Señor que vendría sobre él le haría experimentar el gozo que viene como resultado de estar al servicio del Señor. “Yo justificaré todas tus palabras”; significando “que todas ellas se cumplirán.” El poder del Sacerdocio poseído por Enoc, tendría manifestación dentro de él, hasta el punto de que toda la naturaleza, al mandato de Enoc, se inclinaría y sostendría la causa del Señor, aún hasta el punto que las montañas corrían delante de él, y ríos corrían por donde antes era tierra roca.
“Yo permaneceré en ti, y tú en mí.”
Imaginamos que el Señor dijo a Enoc, “confía en mí y verás mi salvación. Todos mis propósitos se cumplirán. En adelante, todas las cosas que yo haga, Enoc, las haré con un ojo sencillo a la gloria de Dios, ya que tú has mostrado constante respuesta a tu deber hacia Dios, aun cuando ello te costara todo lo que tú querías en la vida.
Por lo tanto, anda conmigo. “Andar con Dios”, fue un dicho común entre los orientales y significaba “una traza familiar y constante.” La tradición judía, nos informa que “Enoc caminó con Dios”, (Génesis 5:22) y murió sin indicación en los Libros de los Muertos, y los secretos del pasado y del futuro”.
VERSÍCULOS 35–36.
“Úntate los ojos con barro.”
Un mandamiento sencillo; sin embargo, vemos que en el cumplimiento del más sencillo de los mandamientos de Dios a menudo llegan las más grandes recompensas. Enoc cumplió gozosamente con las instrucciones dadas por la voz, y lleno de gozo “vió los espíritus que Dios había creado”. La visión de Enoc, propia de un hombre mortal, fue inmediatamente cambiada de modo que “al ver ví cosas que el ojo natural no percibió.” En su visión Enoc vió detrás del velo, y profetizó sobre ello.
La escritura nos dá cuenta enseguida que el Señor los había oído un profeta. Al escuchar a Enoc, y que él les denunciaría su maldad. Entonces clamó su extendió por el país, “El Señor ha levantado un vidente a su pueblo.”
VERSÍCULOS 37–38.
Enoc sufrió… testificando en contra de sus obras. Obediente al mandato del Señor, Enoc salió sin demora a testificar al pueblo sobre sus maldades (ver v. 27).
Parándose en los lugares donde la gente le podría oír, especialmente sobre cerros u otros puntos prominentes, él les denunció intrépidamente sus iniquidades. En alta voz, él vehementemente les reprochó sus malas acciones. El escudriñante su reprochación que todos sus oyentes se ofendieron. En todas partes la gente estuvo atónita por la forma en que Enoc puntualizaba sus extravíos y sus faltas; y grandes cantidades de gente salía a escucharlo. Incluso de los pastores y de los que tenían ganado quienes vivían en tiendas, dijeron a los encargados de cuidar las tiendas, “Quedaos aquí, y cuidad las tiendas, mientras vamos allá a ver al vidente.” Un poco curiosos y un poco con temor, acudieron allí los que decían, pues se había extendido el comentario de que “hay una cosa extraña en la tierra; ha venido entre nosotros un hombre furioso!” Algunos lo consideraban un loco, otros un salvaje.
VERSÍCULO 39.
Ninguno se atrevió a tocarlo. Como hemos visto en el versículo anterior, muchos vinieron a ver y escuchar a Enoc. Lo hicieron por diferentes razones. Pero hubo quienes conspiraron en contra de él; vinieron con la intención de apresarle. Pero el poder estuvo con Enoc, y él habló con fuerza a los dictados del Santo Espíritu. La gente que no había conseguido escuchar a Enoc se dió cuenta inmediatamente de la justicia de sus profecías y de las terribles consecuencias que acarrearía el ignorarlas. Incluso al tomar su dicción como el significado de lo que Enoc les estaba diciendo. Los que habían venido para burlarse de él o desquitarse también vivieron temor. En consecuencia “ninguno se atrevió a tocarlo; porque andaba con Dios.”
Nos hace recordar de un incidente similar que está registrado, acerca del profeta Abinadí (Mosíah 13). Lo mismo que Enoc, Abinadí fue enviado por el Señor para clamar el arrepentimiento a una generación malvada y perversa. Podemos leer el relato de uno de ellos y aplicar sus enseñanzas al otro. (Mosíah 12, versos 1 al 9 incluidos copiar cada verso por separado):
“Y cuando el rey hubo oído estas palabras, dijo a sus sacerdotes: Llevad a este hombre y matadlo; porque, ¿qué tenemos que ver con él? pues está loco.”
Y avanzaron y trataron de echarle sobre él; mas él los resistió, diciendo:
No me toquéis, por que Dios los herirá si me echáis mano, porque no comuniqué el mensaje que Dios me mandó; ni tampoco os he dicho lo que podíais que dijera; por tanto, Dios no permitirá que yo sea destruido en este momento.
Antes debo cumplir los mandamientos que Dios me ha dado; y por eso os ha dicho la verdad, estáis enojados conmigo. Y más aún, porque habéis oído la palabra de Dios, un hombre loco.
Y aconteció que después que Abinadí hubo hablado estas palabras, el pueblo del rey Noé no trató de echarle sobre él; porque el Espíritu del Señor estaba sobre él, y su rostro resplandecía con un brillo extraordinario, así como el de Moisés en el monte Sinaí, mientras hablaba con el Señor.
Y habló Abinadí con el poder y la autoridad de Dios; y continuó sus palabras, diciendo:
Vosotros véis que no tenéis poder para matarme, por tanto acabad mi mensaje. Sí, y por ello que os llega hasta el corazón, porque os digo la verdad acerca de vuestras iniquidades.
sí, y mis palabras os llenan de maravilla, asombro y cólera.
Mas voy a concluir mi mensaje; y entonces poco importa donde vaya, si es que me salvo. (Mosíah 13:1–9).
VERSÍCULO 40.
Vino a él un hombre llamado Mahijah… Las palabras de Enoc provocaron una seria deliberación entre la gente. Estaban asombrados de las maravillosas cosas que les había dicho. ¿Quién era él y de dónde venía? Fueron las preguntas que más les inquietaron. Uno de entre ellos, que seguramente era alguno de sus dirigentes, reunió suficiente coraje como para interpelarle en representación de todos los que allí estaban.
Temerosamente, Mahijah, pues tal fue su nombre, le preguntó, “Dinos claramente, ¿Quién eres, y de dónde vienes?”
VERSÍCULO 41.
Vine de la tierra de Cainán… Enoc, sin vacilación, contestó a la abrupta pregunta de Mahijah con una sencilla respuesta: “Vine de la tierra de Cainán.”
No debemos confundir esta tierra con la tierra de Canaán, mencionada en el Antiguo Testamento, o con la tierra santa donde Cristo ejerció su ministerio. Estas dos denominaciones se refieren a la misma área. La tierra de Cainán, que se menciona aquí, estuvo en la región oriental de lo que conocemos como la parte norte del continente americano.
La tierra de Cainán fue denominada según el nombre del hijo de Enós, el cual fue de los patriarcas y el bisabuelo de Enoc. Enós, vio que la vida entre el pueblo de Shulón, donde vivía con sus familiares, era una continua lucha entre los justos y los injustos; entre quienes obedecieron los mandamientos de Dios y aquellos que fueron desobedientes. En consecuencia, él condujo a los justos de corazón a una tierra en la cual pudieran adorar a Dios de acuerdo con su ley. (Versículo 17).
En esa tierra prometida, el pueblo de Dios creció hasta formar un poderoso concurso de gente que sirvió a Dios y se esforzó por hacer su voluntad. Allí, sirviendo a Dios, y por lo tanto, sirviéndose mutuamente, y llevando a cabo buenas acciones, ellos se regocijaron en el gran nombre de Dios y en sus obras. El país se exaltó en la justicia.
Enoc le dijo a todos los que allí se habían congregado que en aquella tierra bendita de donde había venido, “mi padre me enseñó acerca de todas las cosas de Dios.”
VERSÍCULO 42.
Enoc relata su historia. Plenamente imbuido con las enseñanzas que su padre le había dado acerca de las sendas de Dios, Enoc salió a recorrer la tierra, y en cualquier lugar donde encontraba gente que le escuchaba, él anunciaba los santos propósitos de Dios.
En una ocasión, mientras viajaba desde la tierra de Cainán, su hogar ancestral, tratando de encontrar a las personas de corazón puro, él “vió una visión” y conoció a Mahíjah; casi en detalle, las maravillosas cosas que vió mientras estuvo en ese glorioso estado. No sólo vio la maravillosa creación que Dios había hecho que se formara, sino que además de ello, dijo Enoc, “El Señor habló conmigo, y me dió un mandamiento; por consiguiente, hablásteis palabras para cumplir el mandamiento.”
VERSÍCULO 49.
Enoc continuó sus palabras, diciendo…
Enoc les testificó a quienes lo estaban escuchando y también a aquellos que sabrían de esas palabras por medio de quienes ahora le escuchaban, que “el Señor que habló conmigo, es el Dios del cielo, Él es mi Dios y vuestro Dios, y vosotros sois mis hermanos…”
Enoc proclamó la gran verdad de que el Dios del cielo y de la tierra es el padre amoroso de todos los hombres, y que el buscar su consejo es parte de la sabiduría.
Nos imaginamos a Enoc diciéndoles: “¿Por qué os aconsejáis a vosotros mismos y ponéis vuestra sabiduría por encima de la de un bondadoso y sabio Padre Celestial? ¿No sabéis que vuestra máxima sabiduría es necedad y toda vuestra fuerza es debilidad comparada con la de aquel a quien os estoy anunciando? ¿Por qué negáis su existencia, cuando sabéis de vosotros mismos que Dios se aconseja en sabiduría y en justicia, y en gran misericordia, sobre todas sus obras?”
(Alma 36:37; Jacob 4:10; 2 Nefi 9:28; 15:19; 27:27).
VERSÍCULOS 44–46.
Él hizo los cielos…
Triunfalmente, Enoc ensalzó al Altísimo. Un glorioso himno de alabanza al Creador de los cielos y la tierra salió de los labios de Enoc proclamando el santo nombre de Dios. La tierra es suya, y Él puso su fundamento, y por su poder es sostenida. En sabiduría y poder Él trajo una hueste de hombres sobre la faz de ella, para que la cultivaran y la sojuzgaran.
Y la muerte ha venido sobre nuestros padres…
En respuesta a los interrogantes de sus oyentes, Enoc les hizo notar que, aunque la muerte de un ser querido crea ese estado de ánimo del cual se ha dicho que “ningún viajero puede volver” (2 Nefi 1:14) y que nos priva del gozo de tenerlo con nosotros, aún todavía nosotros sabemos que nuestros padres están vivos.
Porque hemos escrito un libro de memorias…
Estas cosas ellos las sabían, porque habían llevado un registro de sus antepasados en su propio idioma, y ese registro, titulado Libro de memorias, había sido llevado de acuerdo al modelo dado por “El dedo de Dios”.
La expresión “dedo de Dios”, se emplea en las escrituras y significa el poder, o la presencia, o el propósito de Dios. Moisés dijo que cuando los magos del faraón no pudieron hacer lo mismo que habían hecho Moisés y Aarón, dijeron, “esto es el dedo de Dios”. (Éxodo 8:19).
La gente tembló…
A pesar de la fuerte denuncia que Enoc hizo acerca de las maldades de la gente, y sus terribles predicciones de lo que les iba a suceder, Moisés nos dice que ellos hicieron caso. En cambio, ellos se llenaron de temor. Se estremecieron de temor y ansiedad. Tan sacudidos se sintieron que cayeron todos al suelo. “La gente …no puedo estar en su presencia,” y algunos se alejaron furtivamente del lugar.
Por motivo de que Adán cayó, existimos.
Habiendo comenzado a cumplir el mandamiento que Dios le había dado de llamar al pueblo al arrepentimiento, Enoc viajó por la tierra, y repitió la historia de la creación de Adán, el primer hombre, a todos sus escuchas. Asimismo les recordó un hecho que todos conocían muy bien: que a Adán, había seguido una multitud de hombres, quienes poblaron la tierra.
Enoc continuó su discurso probando la necesidad del arrepentimiento, no sólo para Adán, sino para todos los hombres, debido a que todos los descendientes del primer hombre habían heredado la miseria y las penas de su padre. Él les mostró lo nocivo que era atribuir a Adán todos y cada uno de los pecados y males que con honradez del ser mortal. Les llevó a reconocer en lo íntimo de sus corazones que no haber sido por la transgresión de Adán ellos no se contarían entre los seres vivientes ni formarían parte de la “hueste de hombres” que Dios había traído sobre la faz de la tierra.
Siguiendo más adelante, Enoc mencionó que la muerte es la separación del espíritu y el cuerpo mortal. Dicha muerte también vino por motivo de la caída de Adán.
VERSÍCULO 49.
Los hombres se han vuelto carnales, sensuales y diabólicos.
Ya en el mismo principio de la vida humana sobre la tierra, cuando Adán y Eva estuvieron en el jardín del Señor, Satanás turbando su intimidad, con excusas y pretextos, les propuso que si violaban la santa ley de Dios obtendrían un más alto honor y una recompensa más valiosa. Ellos cayeron en la trampa que él les tendió y como consecuencia trajeron al mundo la miseria y el sufrimiento. Ya desde ese tiempo, Satanás planeó hacer lo mismo con toda la posteridad de Adán. Con palabras capciosas y con sofisterías que agradan al orgullo del hombre y satisfacen sus inclinaciones carnales “Él los tienta para que le adoren”. Esto es algo cuyo significado no podemos captarlo de inmediato, pero que sí, aunque es verdad, dado que a Satanás no le importa lo que los hombres creen, con tal de que no crean en Dios y le adoren en el nombre de Jesucristo.
Hubo una verdad en el tiempo de Enoc, así como lo es ahora. El evangelio del Hijo Unigénito de Dios, fue declarado a Adán y sus hijos por la voz de Dios y la voz de ángeles enviados desde el cielo. Creer en Dios, arrepentirse de los pecados, bautizarse en el agua, y confiar en la gracia de Dios, les fue enseñado al hombre en muchas diferentes maneras.
Satanás se enfurece de sólo escuchar el nombre de Cristo, él es el enemigo jurado del Unigénito; Cristo es el amigo del hombre; Satanás haría cualquier cosa por destruir esa amistad. Por lo tanto él “enfurece los hijos de los hombres” procurando hacerlos tan miserables como lo es él. (Alma 13:1–9). Uno de los recursos más preferidos por Satanás para su propaganda, es tentar a los hombres a que busquen la felicidad cometiendo iniquidades. Su propaganda tuvo tanto éxito en engañar a los incautos, que los hombres, “se volvieron carnales, sensuales y diabólicos”, y “están desterrados de la presencia de Dios.” Carnal, significa del cuerpo, o de la carne; sensual, dedicado a los placeres y apetitos de los sentidos, voluptuosos, algunas veces lascivios; diabólico, mostrando características que son propias del diablo. Ser desterrado de la presencia de Dios significa ser privado de su santa palabra, de su sabiduría y de su consejo; ser privado de su guía.
Para que el lector pueda comprender más plenamente la terrible condición en la que el odio de Satanás ha hecho caer a los hijos de los hombres, luego de citar a Nefi, el hijo de Helamán —ese inigualado profeta de Dios— lo referiremos a una serie de citas de otros grandes hombres, tocantes al tema en cuestión. Lo dicho por ellos fue igualmente cierto en el tiempo de Enoc. (Helamán 12:4–6).
Carnal, sensual y diabólico
2 Nefi 28:21. Y los arrulla en seguridad carnal
Mosíah 4:2. Se vieron a sí mismos en su propio estado carnal
16:3. Porque son carnales y diabólicos
3:3. La causa de todos los humanos volviéndose carnales
5. Aquél que persiste en su propia naturaleza carnal
12. Fueron tras sus propios deseos carnales
26:4. En su estado carnal e inicuo
27:25. Cambiados de su estado carnal y caído
Alma 22:13. Yaciendo… delante de él, y su estado carnal
30:53. Deleitaban la mente carnal
36:4. No del ánimo carnal, sino de Dios
41:11. En un estado carnal, están en la hiel de amargura
13. Mal por mal, o carnal por carnal, o diabólico
42:10. Porque habiéndose vuelto carnales, sensuales
DESTRERRADOS DE LA PRESENCIA DE DIOS
“Y nuestros espíritus habrían llegado a ser como él, y nosotros seríamos diablos, ángeles de un diablo, separados de la presencia de nuestro Dios para quedar con el padre de las mentiras, en miseria como él; sí, semejantes a aquel ser que engañó a nuestros primeros padres, quien se hace aparecer como un ángel de luz, e incita a los hijos de los hombres a combinaciones secretas de asesinatos y a toda especie de obras secretas de tinieblas.”
VERSÍCULO 50.
Todos los hombres deben arrepentirse.
Arrepentirse significa enmendar nuestra vida, o resolvernos a enmendarla, como resultado del sentimiento de contrición que viene por pecar; dejar de hacer lo que no se debe hacer, y hacer lo que debería hacerse. La doctrina del arrepentimiento es una parte esencial del evangelio, pero el arrepentimiento no es sólo una doctrina. Es la manifestación de la vida nueva de quienes han nacido de nuevo. Es la evidencia real de la resolución de observar los mandamientos de Dios, de ser fiel hasta el fin y certifica la bondad de las acciones de una persona.
El Señor ha mandado a todos los hombres que se arrepientan. No hay nadie entre nosotros que no necesite arrepentirse. El arrepentimiento conduce a la puerta (el bautismo) a través de la cual entramos en el reino de Dios. No es opcional para nadie. Es un “debe” para todos. Quien no se arrepienta y se bautice “será condenado” (2 Nefi 9:23–24).
El arrepentimiento no es una decisión de la mente sino una determinación del corazón de ser firme e inmutable en guardar los mandamientos del Señor. La convocatoria a todos los hombres para que se arrepientan ha sido hecha a todos los hombres, por cada uno de los profetas y videntes que ha hablado en el nombre del Señor. En cada dispensación del evangelio, y a toda la gente, le ha sido enseñada la fe en el Señor Jesucristo y el arrepentimiento del pecado. A Adán, el primer hombre, le fué dicho por un ángel: “Todo lo que hagas lo harás en el nombre del Hijo, y te arrepentirás…” (5:8). Moisés dice también de Adán, “Adán escuchó la voz de Dios, y exhortó a sus hijos a que se arrepintieran”. (1:1) (3 Nefi 12:32).
VERSÍCULO 51.
Yo soy Dios…
Enoc reiteró a sus oyentes la necedad de su comportamiento al rechazar la santa palabra de Dios, y en forma retrospectiva señaló cómo Adán había escuchado la voz del Todopoderoso; de aquel que tiene presentes todos los hechos de los hombres; la voz del Padre Eterno, el Dios Sempiterno; el Supremo Hacedor y Legislador de los cielos y de la tierra, el Juez Supremo en los dominios en las alturas y en las cortes abajo, cuya voz le dijo: “Yo soy Dios; yo hice el mundo, ya a los hombres, antes que fuesen en la carne.” (3:5).
Por estas palabras, el que se las dijo trató de hacer que el primer hombre comprendiera que Él (Dios) tenía autoridad absoluta; que Él está por encima de todas las cosas; que lo que Él proclama es la verdad.
Para esa época, Adán todavía vivía, y él mismo estaba predicando el mensaje del evangelio, cuando Enoc, todavía un jovencito, recibió la comisión divina de ir por toda la tierra declarando el arrepentimiento. No nos cabe duda de que Enoc escuchó el relato del glorioso incidente registrado en esta escritura, de la propia boca de Adán. (Adán vivió 930 años, y Enoc nació casi trescientos años antes de la muerte del patriarca). (DyC 107:48)
VERSÍCULO 52.
Vuélvete a mí, y escucha mi voz…
Enoc proclama ahora a la gente las mismas gloriosas verdades que fueron declaradas a Adán por la voz de Dios. En las más hermosas y sencillas palabras, Dios instó a Adán: “Vuélvete a mí, escucha mi voz, y cree, y arrepiéntete de todas tus transgresiones (5:8), y bautízate (7:11; 8:24), aún en el agua, en el nombre de mi Hijo Unigénito (1:16–17), quien es lleno de gracia y de verdad (1:16:17), quien es Jesucristo, el único nombre debajo del cielo mediante el cual la salvación vendrá a los hijos de los hombres, (5:8), y recibirás el don del Espíritu Santo (1:24) pidiendo todas las cosas en su nombre (de Cristo), y todo lo que pidas te será dado.”
(2 Nefi 25:20; Mosíah 3:17; 5:8; DyC 76:1; Jacob 4:5; 3 Nefi 7:19–20; 11; 19:6,8; 26:17–21; 28:30; 4 Nefi 5; Mormón 9:6; 9:27; Éter 5:5; DyC 6:31).
En lo antes citado se manifestó la sempiterna verdad de que el evangelio de Cristo en su pureza fue proclamado en los días de los patriarcas quienes lo comprendieron, tal como actualmente nosotros lo estamos aprendiendo en su plenitud.
VERSÍCULO 53.
Y nuestro padre Adán habló al Señor.
Durante la conversación entre el Señor y nuestro padre Adán, parece que nuestro primer padre estuvo algo confundido o perplejo, debido a su falta de experiencia. No que él dudó de la sabiduría de su Creador al mandarlo que se bautizara, sino que Adán exhibió aquí una de las características del verdadero creyente, de un santo, de un cristiano. Adán procuró saber y comprender el porqué. No fue con un espíritu de rebeldía ni aún de oposición. Evidenció en Adán un alto grado de inteligencia, un deseo de obtener la verdad y luz. El Señor Dios, desea que su pueblo obedezca sus mandamientos, pero no ciegamente. Los antiguos hermanos hebreos solían decir …”aprendo y adquiero entendimiento”. Además consideraban verdad que “hay un espíritu en el hombre, y la inspiración del Todopoderoso le da entendimiento.” (Job 32:8).
Iluminándose en luz, por lo tanto Isaías, con un conocimiento casi perfecto, pudo decir “Oh, casa de Jacob, venid, y andemos en la luz del Señor”; y además, los judíos mucho tiempo antes de Isaías acostumbraban exclamar: “Porque en ti está la fuente de la vida; en tu luz, nosotros veremos luz.” (Salmo 36:9).
Así fue con Adán. Imaginamos que su mente estuvo impregnada con este concepto: “Una lámpara es lámpara a mis pies, y luz a mi sendero” (Salmo 119:105). Por lo tanto, Adán preguntó para aprender, buscó una explicación para el bautismo. El Señor se apresuró a contestar esa pregunta: “He aquí, yo he perdonado tu transgresión en el Jardín de Edén,” y, en otras palabras, imaginamos al Señor diciéndole: “El bautismo es para la remisión del pecado.”
VERSÍCULO 54.
El Hijo de Dios expió por el pecado original.
No tenemos por qué asombrarnos, pero el caso es que la gente en los días de los patriarcas entendió el evangelio en sus más amplios aspectos. Los padres de la raza humana caminaron y hablaron con Dios. Ángeles de las cortes celestiales (de las cortes de gloria) les aconsejaron. El camino ante ellos fue iluminado por revelaciones de lo alto. Para ellos fue una realidad el propósito de la expiación de Cristo, y comprendieron plenamente su significado. Hablando en términos que conocemos como lenguaje profético, la expiación efectuó una reparación satisfactoria de la transgresión de Adán, una justa reconciliación entre Dios y el hombre, por intermedio de Cristo.
Cristo ha salvado la cabeza de los niños pequeños, que son incapaces de pecar; toda culpa heredada o cualquier tipo de reproche por motivo del pecado de sus padres. Ellos crecieron en bien que los niños pequeños, vivan en Cristo, es decir, reciben la plenitud de su gracia redentora. (Mosíah 3:20–21; 15:25; Moroni 8:8).
VERSÍCULOS 55–56.
Yo te he dado otra ley y mandamiento.
“Maldito sea tu hijo si con corazón colmado en pecado”. Esto no debe interpretarse como queriendo decir que cada hijo de Dios nace con una mancha sobre sí, sino que puntualiza las condiciones que reinan en el mundo como consecuencia de la transgresión de Adán.
El concepto erróneo en cuanto a la condición de los niños pequeños, es que ellos son completamente depravados desde el primer momento de su existencia; que están contaminados por el pecado, y por ello, si mueren antes de ser bautizados, ellos irán a la destrucción como propiedad del príncipe de las regiones inferiores. En cuanto un niño es capaz de actuar moralmente, dicen ellos, ya da evidencia de un carácter moral pervertido, manifestado en muestras de ira, malicia, egoísmo, envidia, orgullo. Dicen que ellos nacen en pecado, y comienzan su vida como pecadores.
En contra de esta ominosa concepción del estado de un infante, la revelación registrada en la sección 93 de las Doctrinas y Convenios, establece que el espíritu del hombre vino inocente al mundo, redimido de la caída de Adán mediante la expiación del Salvador. Es cierto que hay otras consecuencias de la caída que perdurarán hasta que el paraíso se restauren en su primitiva gloria. Pero el infante viene al mundo tan inocente y puro como nuestros primeros padres vinieron. Sin embargo, tan pronto como los niños comienzan a tomar conciencia de su propia existencia y de la existencia del mundo que les rodea, el adversario trata de privarlos de la luz y la verdad, sembrando en ellos el espíritu de desobediencia. Así es como el pecado entra en la vida de cada persona, o ser humano, igual que ocurrió con Adán y Eva en el Jardín de Edén. Por lo tanto los padres deberían comenzar con el adversario desde el primer momento, disputándole el dominio sobre sus hijos, lográndolo por criarlos en la luz y la verdad.
(Janne M. Sjodahl, “Comentarios de las Doctrinas y Convenios”)
El pecado nace en sus corazones.
A medida que los niños crecen, con el pecado les afecta, participan más y más de la abundancia de la tierra mientras que se van olvidando de aquel que ha hecho todas las cosas. Endurecen sus corazones, y no pasa mucho tiempo antes que la exigüidad de la carne conjura en sus corazones todos los pecados que el poder maligno pueda sugerir o que la iniquidad humana pueda idear. “Ellos buscaron la felicidad en la maldad.” En esto ellos se equivocaron, “porque la maldad nunca fue felicidad.” (Alma 41:10), sino una amarga mezcla de dolor, temor y lágrimas. Nosotros no apreciamos el valor de lo bueno, hasta que gustamos lo amargo.
Los ha dado conocer el bien y el mal.
El Señor ha dotado a sus hijos con el poder del razonamiento para distinguir entre lo justo de lo injusto, y con la libertad para elegir lo bueno o lo malo. Ha puesto a nuestro alcance la plenitud de la tierra y nos ha indicado que sigamos su voluntad. Todo lo que nos pide es que por encima de las ofertas engañosas del mundo, busquemos a aquel que está cerca de los de ánimo contrito.
Por esa razón y para que pudiesen tener esperanza, El Señor les dio a la humanidad la ley del arrepentimiento, la que nos manda que obedezcamos. El Señor no desea la muerte del pecador, sino que el transgresor viva y se vuelva a Él. Es por eso que dijo la ley mencionada: “Establecí esta ley de arrepentimiento”, y como hemos estudiado, el Señor manda que todos los hombres se arrepientan.
VERSÍCULOS 57–58.
Enséñalo a tus hijos, que todos los hombres, en todas partes, deben arrepentirse.
Aún siendo tan antiguo como los días de los patriarcas, le fue impartido a los padres un encargo divino: el que ellos enseñaran a sus hijos que “todos los hombres, en todas partes, deben arrepentirse, o no pueden heredar el reino de Dios”. Si es que lo hacen correctamente, esto es un mandamiento, y recordamos: “Esta palabra, oh Dios, es mi mandamiento fiel y diligente para ellos, así como lo es para nosotros.”
Los requisitos del evangelio son los mismos para todas las generaciones en cada dispensación. Los niños de hoy pueden ser poseedores del Sacerdocio de mañana. Deben ser enseñados correctamente. Una vida de pureza y santidad, de devoción y de lealtad, se desarrolla como resultado de la enseñanza y la educación que sus padres les han dado desde su infancia. El Señor ha dicho en esta generación por medio del profeta José Smith: “Yo os he mandado a criar a vuestros hijos en la luz y la verdad”. (DyC 93:40).
En el famoso Éxodo de Egipto, los hijos de Israel recibieron este mismo mandamiento. Al instruirles en cuanto a las cosas que acontecían, Moisés les dice:
“Escucha, oh Israel, Jehová nuestro Dios, Jehová uno es; y amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con todo tu poder. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón y las repetirás a tus hijos…” (Deuteronomio 6:4–7).
El arrepentirse y bautizarse es un testimonio ante Dios de que el arrepentido verdaderamente se ha penitente en su corazón, y que desde ese momento y para siempre servirá en su sacerdocio y guardará sus mandamientos. Si verdaderamente ha cumplido con los requisitos de la grande ordenanza y cumplido con todas sus obligaciones, los pecados le son perdonados. Él entonces es tan puro e inocente como lo fueron Adán y Eva antes de la tragedia en el Edén. Tal santo es uno de los que entonces es heredero legítimo de un lugar en el Reino de Dios, y entrará allí limpio y libre de los pecados del mundo. Pero debemos recordar que el bautismo por sí solo no salvará. La condición estipulada es expresada en forma clara y definida: “Y persevera hasta el fin.” Las ordenanzas por sí solas no salvan. Uno podría bautizarse muchas veces y aún no salvarse en el Reino de Dios.
Ninguna cosa inmunda puede morar en su presencia.
En este punto, recordamos los consejos de algunos de los más dignos profetas antiguos:
“Recordad, pues, oh hombre, que por todos tus hechos, serás llamado a juicio.
Por lo que, si habéis tratado lo malo en los días de vuestra prueba, seréis declarados impuros ante el tribunal de Dios; y ninguna cosa inmunda puede habitar con Dios; así que tendréis que ser desechados para siempre.
Y el Espíritu Santo no da autoridad para que declare estas cosas y yo las digo…”
(1 Nefi 15:20–22)
“Pero he aquí, os digo que el reino de Dios no es inmundo, y que ninguna cosa inmunda puede entrar en él; de modo que es necesario que haya un lugar de inmundicia preparado para lo que es inmundo.
Y no ha preparado un lugar; sí, aquel infierno horroroso del que he hablado, cuyo fundación es el diablo. Por tanto, el estado final de las almas de los hombres es habitar en el reino de Dios, o ser arrojados de él, por razón de que a quien no es recordado…”
(1 Nefi 15:34–35)
“Y no había en templos impuros; y ni la suciedad ni cosa inmunda alguna pueden ser recibidas en el reino de Dios; por tanto, os digo que vendrá el tiempo, sí, y será en el postrer día, cuando el que es inmundo permanecerá en su inmundicia”.
(Alma 7:21)
“Y te vuelvo a decir que no puedo salvaros en sus pecados;
y yo no puedo negar mi palabra, pues él ha dicho que nada inmundo puede heredar el reino del cielo; por tanto, ¿cómo podéis salvaros si no heredáis el reino de los cielos? De modo que no podéis salvaros en vuestros pecados.”
(Alma 11:37)
“Mas he aquí, habéis desechado la verdad y os habéis rebelado contra vuestro Santo Dios; y aún hoy mismo, en lugar de haceros tesoros en los cielos, donde nada se corrompe, y donde no entra nada impuro, os estáis acumulando ira para el día del juicio”.
VERSÍCULOS 59–60.
Porque por el agua guardáis el mandamiento; por el espíritu sois justificados; y por la sangre sois santificados.
Este es el mandamiento que el espíritu emitió por motivo de haber Adán y Eva transgredido la santa ley de Dios y participado del fruto prohibido. Ellos oyeron de las excelencias ultimas de la bienaventuranza celestial, el ámbito de la moralidad eterna, en donde su premio fue la aflicción y el sufrimiento, y la muerte la penalidad prescrita a causa de su desobediencia. Sin embargo, del mismo mal, Dios continuamente extrae el bien. En el caso de la caída, que trajo la muerte a toda la humanidad, Él desarrolló para beneficio de toda la humanidad, el plan de vida y salvación.
Lo que es el plan, y las bendiciones adjudicadas a la obediencia del mismo, se aclaran en estos versos, en los que el Señor, el mismo Dios, le explica a Adán sus requisitos y los consiguientes beneficios.
Al nacer uno al mundo, la entrada al mismo es hecha posible por el agua y la sangre que provienen de la madre, y que nutren al ser que aún no ha nacido, el cual, junto con el espíritu que ha sido creado antes por Dios, “del polvo de la tierra se convierte en un alma viviente”; del mismo modo, el Plan de Salvación de Dios, gravita que sus hijos deben entrar a la vida eterna, o al Reino de Dios en una forma similar a la que entran en la vida terrenal. “Aun así, tendréis que hacer otra vez en el Reino de Dios, del agua y del espíritu, y ser purificados por sangre, aún la sangre de mi Unigénito.”
¿Con qué fin? Con el fin de que sus hijos puedan ser liberados de los efectos de todo pecado, y ser hechos santos para su Padre que está en los cielos. El Señor lo explica así en sus propias palabras: “Para que seáis santificados de todo pecado y podáis heredar los reinos de vida eterna en este mundo, y de vida eterna en el mundo venidero”.
Guardando el mandamiento con el agua guardáis el mandamiento, por el espíritu sois justificados, y por la sangre sois santificados.
Aquí se hace la promesa a los fieles en Cristo de que “El Espíritu Santo, el Consolador, el que registra las cosas celestiales y la gloria inmortal, el abasedor de paz”… el más precioso de los dones de Dios… “morará en vosotros” y mediante él, porque Él conoce todas las cosas y en Él todas las cosas son vivificadas, será manifestada la verdad de todas las cosas. Los justos serán investidos de gracia celestial, y a los que son santificados en la sangre de Cristo les será manifestado todo poder “de acuerdo con la sabiduría, la misericordia, la verdad, la justicia y el juicio”.
VERSÍCULOS 62–63.
Este es el Plan de Salvación. En estos versos tenemos registrado el testimonio personal de Dios mismo de que el Plan de Salvación es para todos los hombres: “Mediante la sangre de mi Unigénito, quien vendrá en el meridiano de los tiempos.” No sólo eso, sino que Dios declara por su propia voz que aquellos quienes por el Santo Espíritu son justificados por remisión de sus pecados, y “son nacidos de nuevo” y son santificados por creer “en la sangre” de Cristo, gozarán de “vida eterna en el mundo venidero, aún gloria inmortal.”
Y ese gran creador y hecho todas las cosas para que den testimonio de mí.
Al considerar ese verso nos hace recordar las palabras del Rey David, el Salmista:
“Oh Señor, nuestro Dios, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra, que has puesto tu gloria sobre los cielos. Cuando veo tus cielos, obra de tus manos, la luna y las estrellas que tú formaste: Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?… Oh, Jehová, Señor nuestro ¡cuán grande es tu nombre en toda la tierra!” (Salmo 8)
Y también una oración que los judíos ofrecen en sus asambleas públicas:
“Cuan múltiples son tus obras, oh Señor! en tu sabiduría las has creado todas; la tierra está llena de las riquezas de tu abundancia.”
“Desde donde nace el sol hasta donde se pone, es alabado el nombre del Señor.”
“Con él están la sabiduría y el poder. Él tiene el consejo y el entendimiento.”
“Los cielos son del Señor, la tierra también, y todo lo que en ella hay.”
Él hizo las grandes luminarías, el sol para señorear el día, la luna para señorear la noche.
Él mandó, y ellos fueron creados, Él dio una ley que ellos no pueden traspasar.
“Él cubrió los cielos con nubes, y preparó lluvia para la tierra. Hizo crecer el pasto para el ganado y la hierba para provecho del hombre.”
“Para que saque el pan de la tierra, y el vino que alegra el corazón del hombre.”
“El hombre sale a su trabajo, y a su labor hasta la tarde.” “Dios gobierna el orgulloso oleaje del mar; cuando las olas de él se levantan, Él las calma.”
“Él dijo hasta aquí llegarán, pero no más allá; y allí se detendrán tus orgullosas olas.”
“El Dios Sempiterno estableció los fundamentos del mundo; Él puso su piedra angular.”
“El Creador de los extremos de la tierra: no desfallece, ni se cansa Él; su discernimiento todo lo penetra.”
“El camino del Señor es perfecto, su palabra es fidedigna, su consejo permanece para siempre.”
“El Señor vive. ¡Exaltado sea el Dios de mi Salvación!”
Al alabar a Dios con estos versos inspirados, nos sentimos constreñidos a citar parte del Salmo 36:
“Jehová, hasta los cielos es tu misericordia; hasta las nubes alcanza tu fidelidad. Tu justicia como las grandes montañas, tus juicios como el gran abismo; oh, Jehová, al hombre y a la bestia conservas. ¡Cuán ilustre, oh Dios, tu misericordia! y los hijos de los hombres se refugian bajo tus alas. Se embriagan en la grosura de tu casa; y tú los abrevás en el torrente de tus delicias. Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz. Oh, continúa extendiendo tu misericordia a los que te conocen, y tu justicia a los rectos de corazón”.
Ciertamente se han creado todas las cosas para que den testimonio de Él. Si fuera que hubiésemos llegado a la conclusión: “Dios no existe”, seríamos los más miserables de todos los hombres, dignos de la más profunda compasión. No podríamos descansar en nuestra indagación para ver, si por ventura, le podríamos encontrar. Ascenderíamos a todas las alturas; descenderíamos a los abismos; buscaríamos en cada arista del globo, a ver si encontraríamos escrito en forma indeleble: “¡Hay un Dios!”.
El versículo 63 es un himno de gozo, un glorioso himno de alabanza a Dios. En Él se hace la creación glorificarse y magnificar su santo nombre. Todas las cosas son creadas para que den testimonio de su bondad y su grandeza, tanto las temporales como las espirituales; “cosas que están arriba en los cielos y cosas que están sobre la tierra, y cosas que están en la tierra, y cosas que están debajo de la tierra; tanto arriba como debajo de ella: todas las cosas dan testimonio dan testimonio de Él”.
Ver el sol, o la luna, o las estrellas, cualquiera de ellos, “que ruedan sobre alas en su gloria” (D. y C. 88:45) es ver el poder y la majestad de Dios.
El salmista los llama “las vestiduras y el ropaje” del Todopoderoso, o sea el manto real y la corona, por las cuales se hace visible su majestad al hombre mortal. Verdaderamente: “los cielos declaran la obra de Dios; y el firmamento la obra de sus manos.” (Salmo 19). La tierra, también es un memorial a su nombre.
VERSÍCULOS 64–65.
Y así, Adán fue bautizado. Cuando el Señor hubo finalizado las palabras que Él habló a Adán concernientes al plan de salvación, Adán trató de prolongar la conversación. Probablemente Adán expresó alguna gozosa expresión de alabanza a su Creador, y también testificare que Él había cumplido con los requisitos establecidos en el plan. Pero Adán fue conducido en su intento.
Súbitamente, sin que él pudiera ver lo que era, “le arrebató el espíritu del Señor y fue llevado al agua, y sumergido en el agua, y sacado del agua.”
Adán fue bautizado: “y el espíritu de Dios descendió sobre él, y así nació del espíritu, y fue vivificado en el hombre interior”.
Se escuchó una voz del cielo diciéndole: “Haz sido bautizado con fuego y con el Espíritu Santo.”
Con éstas palabras, el Padre y el Hijo dieron testimonio de que ese sería el modelo establecido para todos los hombres, para entrar en el Reino de Dios.
La voz también le aseguró a Adán que él era un poseedor del Sacerdocio de Dios, lo cual lo hacía semejante al Hijo de Dios,
“Quien es sin principio de días o fin de años, de eternidad en eternidad”.
Y lo mismo que el Unigénito, Adán, por la obediencia a los mandamientos de Dios, llegó a ser un hijo de Dios,
y de igual manera todos los que obedezcan llegarán a ser mis hijos.
—
CAPÍTULO 7
Como fueron revelados al profeta José Smith en Diciembre de 1830
El capítulo 7 del Libro de Moisés contiene una de las visiones más sublimes y reveladoras en las Escrituras, centrada en la figura del profeta Enoc. En él se desarrollan verdades profundas acerca de la santidad de Sion, la misericordia divina, la dolorosa condición de la humanidad, y las promesas eternas relacionadas con la venida del Mesías, la resurrección, y el futuro milenario de la tierra.
Este capítulo describe cómo Enoc fue instruido por el Señor y recibió poder y autoridad para predicar el arrepentimiento y bautizar. Gracias a su fe, Enoc obró milagros: movió montañas, desvió ríos y aterrorizó a las naciones, mientras establecía un pueblo justo y unido, llamado Sion, que vivía en completa rectitud y unidad. Este pueblo fue tan santo que finalmente fue llevado al cielo para morar con Dios.
Enoc también recibió una visión de largo alcance: contempló la maldad creciente de la humanidad, la corrupción extendida por Satanás, y la futura destrucción por el diluvio. En un pasaje de enorme carga emocional, Enoc ve a Dios llorar por sus hijos, mostrando que la compasión divina alcanza incluso a los más rebeldes. El Señor le revela que el albedrío humano ha sido mal empleado, y que los cielos lloran junto a Él por la destrucción que viene.
El capítulo también anticipa el plan de redención mediante Jesucristo, a quien Enoc ve en visión como el “Hijo del Hombre”, crucificado por los pecados del mundo. Ve su ascensión, la resurrección de los muertos, y la futura venida del Salvador en los últimos días para establecer una Nueva Jerusalén, una nueva Sion, donde los justos serán recogidos y la tierra descansará por mil años.
En suma, este capítulo enseña que:
- El Evangelio ha sido predicado desde tiempos antiguos;
- La unidad, la justicia y el amor permiten que un pueblo llegue a ser Sion;
- Dios siente, llora y ama profundamente a sus hijos;
- El Mesías fue prometido y visto desde antes de su venida terrenal;
- La resurrección, la redención y la restauración son centrales en el plan de Dios;
- Sion, una vez más, será establecida en la tierra para recibir al Señor.
Es un texto de gran poder espiritual y visión profética que vincula la historia pasada con el futuro glorioso, testificando de la constancia del amor de Dios y de su plan para redimir a la humanidad mediante Jesucristo.
VERSÍCULOS 1–4.
Enoc continuó sus palabras… Enoc continuó exhortando a todos aquellos que quisieran escucharlo, diciéndoles: “Nuestro padre Adán enseñó estas cosas”. Enoc pidió que creyeran en las palabras de Adán, siendo que venían de su gran progenitor. Él les dijo: El les dijo: “Vuestro padre declaró que debéis nacer de nuevo en el reino del cielo, del agua, y del espíritu, y ser limpiados por sangre, aun la sangre del Hijo Unigénito de Dios.”
Sin duda, Adán aún estaba vivo, y apelar a su nombre servía para fortalecer su credibilidad. Son muchas, señaló Enoc, los que creyeron en las palabras que Adán les habló, haciéndose así hijos de Dios, como él mismo los había prometido, mientras que otros, los que no reconocieron a Enoc, a causa de sus maldades, rehusaron creer, y han perecido en sus pecados.
Los malvados que sin arrepentirse habían muerto en sus pecados, miraban al futuro con temor y temblor, en tormento, “por la ardiente indignación de Dios que se derramaría sobre ellos”.
Enoc comenzó a profetizar. El testimonio de Cristo que ardía en el pecho de Enoc, lo inspiró a dar ese grande y urgente mensaje. El espíritu de profecía fue lo que lo hizo brotar de sus labios. En ningún momento su celo se debilitó. Aunque él fue joven, de una edad al inicio del hombre en los tiempos patriarcales, su celo estuvo templado por la sabiduría. En él se comprobó con un alto respeto hacia el mandamiento que había recibido de Dios. Intrépidamente y vigorosamente los explicó los detalles de una visión que le había sido mostrada mientras recorría la tierra predicando a Cristo y el arrepentimiento del pecado.
En una ocasión, mientras estaba haciendo eso, él se paró en un lugar llamado Mahujah, y allí en humillación, imploró al Señor que lo guiara para que pudiera llevar a cabo la misión que le había asignado. Mientras estaba en esa humilde actitud, escuchó una voz o parecía venir del cielo: “Vuélvete y sube al monte Simeón”.
Obedeciendo la voz, Enoc no se volvió atrás y subió al lugar indicado. Mientras se encontraba allí, la gloria del Señor vino sobre él, y “fue investido con la gloria del Señor”.
Vió los cielos abiertos y el glorioso esplendor de la majestad de Dios llenó su alma. Una luz divina lo rodeó.
Lo vió al Señor en ese lugar providencialmente embellecido. Enoc vió al Señor, “y estaba delante de mí,” y habló con él, aun como un hombre habla con otro cara a cara.
Se le mandó a Enoc “Mira”, y “yo te mostraré el mundo por el espacio de muchas generaciones.”
Iluminado por el espíritu de santidad, Enoc obedeció al Señor.
VERSÍCULOS 5–11.
“Y aconteció que vi en el valle de Símón a un pueblo numeroso que moraba en tiendas.”
Enoc miró, según se le había mandado, y vió un pueblo numeroso en el valle de Simón. No hay duda que han de haber sido pastores de cabras y ovejas. El vivir en tiendas les permitía trasladarse rápidamente en busca de pasto para sus rebaños.
Y el Señor dijo de nuevo a Enoc, “¡Mira!”, y Enoc se volvió hacia el norte, “y vio al pueblo de Canaán”, el que también vivía en tiendas.
Mientras Enoc contemplaba silencioso la escena, el Señor le dijo: “¡Profetiza!”. La escena no fue aclarada de modo que él pudo predecir la historia futura de esos moradores. El pueblo de Canaán, “que era rencoroso”, en un futuro cercano haría guerra en contra del pueblo de Shum, y los matarían y destruirían por completo. La tierra de Shum se repetiría entre los que formaban el pueblo de Canaán, pero debido a que el Señor los había maldecido, era “inútil y desértica”. Había sido los cananeítas, quienes eran vagabundos y errantes, podrían sostenerse en ella.
Los cananeítas tuvieron además un aspecto desagradable; fueron negros, y por ello fueron menospreciados por los justos.
Una vez más el Señor le mandó a Enoc “¡Mira!”, y Enoc testificó que él “vio la tierra de Sharon, y la tierra de Enoc, y la tierra de Cumar, y la tierra de Heni, y la tierra de Shem, y la tierra de Haner, y la tierra de Hannah”, y los habitantes de ellas.
No había una tierra donde habitaban los hijos de Adán, que Enoc no vió, y el Señor les comisionó a que les proclamara que “se arrepintieran, no sea que yo venga y los asole con una maldición y muerte”.
Se le mandó a Enoc que bautizara a los que se arrepintieran “En el nombre del Padre y del Hijo… y del Espíritu Santo.” Esto es el mismo mandamiento que le ha sido dado al Sacerdocio en cada dispensación del evangelio. El profeta Tefi dijo que esa es la puerta por la cual entramos al reino de Dios; es también un convenio en el cual nos comprometemos solemnemente con Dios de que le serviremos, que conservaremos nuestra fe en Él y que estaremos siempre dispuestos por su santa palabra.
VERSÍCULOS 12–13
Enoc siguió llamando al pueblo al arrepentimiento, con exhortación del pueblo de Canaán. Perder tiempo en trivialidades, o aún en dar descanso a su físico, cesaba al trabajar por su trabajo en la causa de su Maestro. Enoc caía en su misión y tan rápidamente como se lo permitía su inspirado esfuerzo, anunció entre todas las personas, incluyendo cananeítas, las palabras que el Señor le había dado. “¡Arrepentíos!”, decía él, y cada vez que lo hacía, el poder del Señor. Su mensaje tuvo claridad y fuerza.
No pasó mucho antes de que los siervos de la iniquidad se juntaron y vinieron a combatir contra el pueblo de Dios, y Enoc, quién aún estaba predicando a los justos, no quiso parar hacer frente a los enemigos con todo lo que era bueno y puro.
Enoc los dirigió a la batalla no sólo con hondas y espadas, sino también con la palabra de Dios. A él le fue dado poder para que mediando el Santo Espíritu, las montañas se alzaran, los ríos se desviaran de sus cursos, y todas las cosas se sometieron a los propósitos de Dios. Tan grande fue el poder de las palabras de Enoc, que los enemigos temblaron y se estremecieron; y toda la naturaleza manifestó todo su poder para que se realizaren los designios de Dios.
VERSÍCULOS 14–15
Vino una gran maldición sobre toda la gente que luchó contra Dios. Vimos en el último verso (13) que la tierra tembló, las montañas desaparecieron, los lugares altos fueron allanados, los ríos cambiaron su cauce; toda la naturaleza se … combinó para que los planes de Dios se llevaran a cabo.
Tan grandes fueron las convulsiones provocadas por el poder de Dios, invocado por Enoc, que del fondo del mar surgió una nueva tierra. Esto provocó el pánico de los enemigos del pueblo de Dios; y con la esperanza de poder escapar a la ira de Dios que amenazaba hacer que las tumultuosas olas los tragaran, “huyeron a la tierra que había surgido de las profundidades del mar”.
Y los gigantes de la tierra se pararon lejos. La palabra hebrea empleada en el Génesis para decir gigantes, en la forma en que se la usa allí, no necesariamente quiere decir de gran estatura, sino más bien feroces, impíos, y personas que se deleitan en la matanza y la destrucción.
VERSÍCULOS 16–18.
El Señor vino y moró con su pueblo. Mientras los inicuos se enfurecían, el diablo se reía y sus ángeles se regocijaban por motivo de la guerra y el derramamiento de sangre. Los justos se congregaron, y Dios mismo moró con ellos. Ellos vivieron en justicia, en una bienaventuranza celestial. Superiores al poder de la espada fueron los pacíficos goces otorgados por Dios, quien elevó a su pueblo a alturas sin precedentes de caridad y tranquilidad. Cada hombre anduvo con Dios; ellos le buscaron para glorificarle.
El miedo de quienes luchaban contra los poderes de la justicia llegó a ser tal que temieron ser aniquilados. Pero los justos se regocijaron en el santo nombre de Dios y en su gracia. El Señor bendijo los lugares donde moraban, aún toda la tierra, las montañas y las alturas dieron las riquezas de su abundancia de forma que el pueblo de Dios le ofreció gracia a la bondad de Dios para con ellos.
El Señor llamó a su pueblo Sión. Viendo el Señor que su pueblo deseaba servirle, con “un solo corazón y una sola mente”, Dios le llamó Sión, que significa “los puros de corazón” (D. y C. 97:21).
VERSÍCULO 19.
Enoc edificó una ciudad a la que llamó ciudad de santidad, aun Sión. La predicación del profeta Enoc tuvo tanto éxito que el pueblo de Dios se aumentó tanto que el lugar donde vivía no pudo más albergarlo. Él por lo tanto construyó una ciudad y la dedicó a la causa de Dios. La llamó ciudad de santidad, aun Sión, según se llamaba el pueblo de Dios. En el verso anterior se nos dice que el Señor llamó a su pueblo Sión por motivo, dijo Él, que ellos fueron “puros de corazón”. Además de esa cualidad, que los convirtió en un pueblo distinto a los demás, ellos fueron unidos, justos y prósperos.
VERSÍCULO 20.
Sión ha huido. Aunque poderoso en la fuerza de Dios, Enoc fue el más humilde de los hombres. No hizo ninguna cosa sin buscar antes la guía del Señor. Se postró delante del Señor suplicando que le hiciera saber su voluntad. La preocupación de Enoc fue servir a Dios, y en su oración suplicó por el bienestar de Sión. Para que siempre su existencia se desarrollara segura al margen de las agitaciones y luchas provocadas por los inicuos.
En contestación a la ferviente súplica de Enoc expresando que Sión “para siempre morará en paz”, el Señor benignamente le dijo: “Sión será bendecida, pero al resto del pueblo yo he maldecido”. Nos recuerda las palabras de Salomón, el antiguo rey hebreo: “la bendición de Jehová enriquecese, y no añade tristeza con ella”. (Proverbios 10:22)
VERSÍCULO 21.
El Señor le mostró a Enoc todos los habitantes de la tierra. El Padre, en respuesta a la oración de Enoc, le mostró todas las gentes que habitarían la tierra. En la visión que se desplegó ante sus bendecidos ojos, Enoc vio que Sión, la ciudad donde moraba el pueblo de Dios, “fue llevada al cielo”, luego de lo cual le fue asegurado que el Señor, por su Santo Espíritu, moraría allí para siempre, lo que fue una respuesta directa a la oración de Enoc que se registra en el verso anterior.
VERSÍCULO 22.
Enoc vio también el resto del pueblo. Después de haberle el Señor prometido a Enoc que su espíritu moraría en Sión para siempre, Enoc vio en visión profética el “resto” del pueblo y sus hechos. Notó que estaban compuestos por una mezcla de toda la simiente de Adán, excepto la simiente de Caín, quienes fueron negros y que no se mezclaron con los de otro pueblo. La simiente de Caín, a causa de su piel negra y su aspecto desagradable, fueron gente que vivieron aisladas de los demás, y “no tuvieron cabida” entre sus hermanos de piel clara.
VERSÍCULOS 23–25.
Todas las naciones de la tierra estuvieron delante de Enoc. Después de que Enoc vio que su oración tocante a la ciudad que él había edificado y a su futura felicidad fueron contestadas con las bendiciones del Señor, y que ésta sería preservada en santidad aún en el cielo, él vio también todas las naciones de la tierra. Delante de él se desplegó el devenir y el destino de todas ellas.
Él vio el advenimiento y desaparición de muchas generaciones; sus actos de justicia y de maldad, sus guerras, sus inestabilidades y necesidades. Vio también ángeles descendiendo del cielo y divinamente comisionados para prestar ayuda y consuelo a los hijos de los hombres. En medio de estos tiempos peligrosos, Enoc escuchó una fuerte voz que dijo: “¡Ay, ay de los habitantes de la tierra!”.
VERSÍCULO 26.
Enoc vio a Satanás. Satanás rondó por la tierra y Enoc lo vio llevando “una gran cadena en la mano”. Para atar con ella a los habitantes de la tierra. Era esa la cadena de oscuridad con la cual Satanás se propone mantener a los hombres en la ignorancia, el error y la superstición. “La oscuridad cubrió la tierra, y profunda tiniebla al pueblo”, y en su malvado proceder, Satanás se deleita en apretar las ligaduras con las que esclaviza a la gente. “Él miró hacia arriba”, hacia el cielo, “y sus ángeles se alegraron”. (3 Nefi 9:2)
VERSÍCULO 27.
Enoc vio ángeles descendiendo del cielo. Para contrarrestar las tinieblas con las que Satanás envolvía a los inocentes y los buenos entre los hijos de los hombres, Dios envió ángeles enviados desde la cortes de gloria a los hombres en la tierra les testestificaron del Padre y del Hijo, dándoles testimonio de que en el cielo está Dios, quien creó a los hombres, y Jesucristo quien los salva. Muchos creyeron en las palabras de los ángeles y “anduvieron de nuevo”, como se les había mandado. “El Espíritu Santo cayó sobre muchos y fueron arrebatados a Sión por los poderes del cielo”, en cuyas alturas el pueblo de Dios moraba seguro.
VERSÍCULO 28.
Dios lloró. El bondadoso Padre de todos los hombres miró a todos los habitantes de la tierra a quienes había creado y lloró. Al ver que sus hijos buscaban solamente lo malo, que constantemente se aproximaban hacia ese punto de maldad del cual los justos hombres no pueden pasar, Él se opuso y los cielos “derramaron sus lágrimas como la lluvia sobre las montañas”.
VERSÍCULOS 29–31.
¿Cómo es que puedes llorar? Que Dios pudiera llorar, siendo Todopoderoso y Omnisciente desde toda la eternidad, fue algo que desconcertó a Enoc, y él buscó una explicación para ello.
Nos imaginamos que Enoc debe de haber reflexionado de este modo: “La majestad del Señor; su glorioso esplendor y su poder; sus ilimitadas creaciones; Él, que extendió la cúpula de los cielos, y puso los fundamentos de la tierra; quien hace oír las cortinas de la noche, y cuya misericordia hace que la luz brille sobre la tierra y sus habitantes; que renueva diariamente la obra de la creación; y sin embargo, siendo tan poderoso como creador siendo que eres misericordioso y bondadoso; tú que estás en todas las cosas y alrededor de todas las cosas; en tu palabra los poderosos son abatidos y los esclavos libertados. ¿Dónde puedo ir que no estés tú? ¿Dónde puedo huir de tu presencia? Si voy a los extremos de la tierra allí estás tú, y aún estaré en tu trono. Tu camino, oh Dios, es perpetuo; tus designios permanecen para siempre. Tú, oh Señor de todas tus creaciones, has tomado a Sión en tu seno, en donde la paz, la justicia y la verdad justifican a los rectos, y tu misericordia permanece para siempre.” ¿Cómo es que puedes llorar?
VERSÍCULOS 32–33.
Estos tus hermanos son la obra de tus propias manos. Perplejo con el sentimiento de maravilla de Enoc al ver que la tristeza y la angustia llenaran al Todopoderoso hasta el punto de hacerle derramar lágrimas, el Señor se apresuró a asegurarle a Enoc que no fue por debilidad que lloró, o por falta de firmeza, sino por la compasión que sintió por el sufrimiento de sus hijos, y su piedad para con los malvados. El sufrimiento y la soledad van mano a mano.
Explicándole a Enoc “por qué lloraba”, el Señor le dijo que “éstos son tus hermanos”. Yo los creé a ellos y a ti en el espíritu antes que nacieran como mortales en la tierra. “Ellos son la obra de mis propias manos”. El Señor también le hizo saber a Enoc que cuando les creó, los había hecho sabios con que grandes propósitos lo había hecho: para que por su albedrío razonaran entre conocer entre lo bueno y lo malo. “Y en el jardín de Edén le di al hombre un libro abierto”; o, la libertad de escoger entre lo bueno y lo malo.
Ellos deben amarse el uno al otro. Ya desde el mismo comienzo de su existencia Dios le mandóa sus hijos que, tal como una gran familia, ellos debían amarse unos a otros como hermanos, “y elegir servirme a mí su Padre”. Este mandamiento es igual al que dio el Señor Jesucristo, cuando estuvo viviendo en la tierra, y que Él calificó como el primero y grande mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas…” y el segundo es semejante a este, amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Mateo 22:37–39). La palabra hebrea traducida como prójimo lo es cuidando, mejor interpretándola como hermano.
Sin embargo, y a pesar de las enseñanzas recibidas desde el principio, “se enseñó unos a otros”, lo que es en realidad (lo que fue en realidad) un mandamiento; los hombres se enfocaron tanto en la búsqueda de los placeres de la vida que ello eliminó de sus corazones todo pensamiento acerca de Dios.
Perdieron todo afecto, y hasta tal punto menospreciaron el mandamiento de Dios que “se aborrecen su propia sangre”. Trataron de buscar la felicidad en la maldad.
Aquí no podemos menos que citar las palabras de Samuel el Lamanita a los nefitas de su época y comparar la descripción que hizo de ellos con el “residuo” del pueblo en el tiempo de Enoc. En ambos casos la verdad es la misma. Ha de notarse que en todas las épocas el diablo ha empleado las mismas artimañas para llevar al hombre a cometer maldad:
“He aquí, nos rodean los demonios; sí, cercados estamos por los ángeles de aquel que ha tratado de destruir nuestras almas. He aquí, guardad vuestras iniquidades. Oh Señor, ¿no puedes apartar tu ira de nosotros? Y esto es expresado en aquellos días.
Mas he aquí, los días de vuestra probación ya pasaron; habéis demorado el día de vuestra salvación hasta que os es demasiado tarde, y vuestra destrucción es asegurada, sí, porque habéis ampliado todos los días de vuestra vida vuestra vida procurando lo que no puede satisfaceros; y habéis buscado la dicha cometiendo iniquidades, lo cual es contrario a la naturaleza de esa justicia que existe en nuestro Gran y Eterno Caudillo.”
(Helamán 13:37–38)
VERSÍCULO 34.
Enviará los diluvios sobre ellos. Verdaderamente es terrible hacer que se encienda en contra de uno el fuego de la indignación de Dios. Ello muestra que se ha persistido por mucho tiempo en seguir una senda de desobediencia a sus leyes, y de abierta rebelión, en contra de sus deseos y de su voluntad. Ya sea uno solo o muchos, un individuo o una hueste de hombres, una nación o un pueblo, el continuar por ese curso trae su propia recompensa —la destrucción.
Aunque el Señor es lento para enojarse y su misericordia permanece para siempre, Él no puede ni podrá permitir que la obra de sus manos sea eternamente frustrada por la maldad de los hombres. La creación del hombre tuvo un propósito glorioso, y no se troncará ni se obtendrá victoria. Las faltas e inconstancias de los hombres no han de seguir adelante hasta que se cumplan todas sus promesas. Pero cuando los hombres dicen en su corazón: “destruiremos la obra del Señor”, y “no se recordará el propósito por el que fuimos creados”, ellos se ponen en peligro de ser colmados de fuego como nación.
Y así fue con el “residuo” del pueblo en el tiempo de Enoc; las furiosas llamas de la ira de Dios se encendieron en contra de ellos. Pero ellos mismos continuaron a avivar esas llamas. Ellos se sumergieron más y más en el crimen, la degradación y la suciedad mora hasta profundidades inimaginables. El Señor, en su ardiente desagrado al ver cómo la maldad había proliferado en los lugares donde antes no se había sembrado la semilla de la justicia, solemnemente declaró no con ira, sino con un sentimiento de piedad: “enviaré diluvios sobre ellos”.
VERSÍCULO 35.
Yo soy Dios; Varón de Santidad me llamo. “Yo soy Dios. Soy sobre en los cielos arriba, y en la tierra abajo. Yo aconsejo en verdad, y en entendimiento fundo. Todas las cosas que son hechas, en mi sabiduría son hechas. Infinito y eterno es mi nombre.”
De nuevo, el Señor consideró apropiado fijar en la mente de Enoc la idea de que Él (el Señor) tiene todo el poder y toda la sabiduría y que en todas las cosas reina para bien.
VERSÍCULO 36.
Jamás ha habido tanta iniquidad como entre tus hermanos. Debido a que el Señor es eterno e infinito, y a causa de su sabiduría y de su poder, todas las cosas están presentes ante Él. También a su mandato, sus creaciones en los más lejanos confines se presentan ante su visión. No existe nada que Él no pueda ver. Nada que no obedezca su voluntad. Con el ojo que todo lo ve, Él puede sondear aún a la más pequeña de sus obras.
“Y jamás ha habido tanta iniquidad en todas las obras de mis manos, como entre todos tus hermanos”.
VERSÍCULOS 37–39.
Esos que tus ojos ven, perecerán en los diluvios. Debido a la iniquidad que abundaba entre los padres, poco o ningún esfuerzo se hizo para instruir a los hijos en los caminos del Señor; y por ello los pecados de las generaciones que estaban creciendo cayeron sobre las cabezas de sus padres. Esto es actualmente una enseñanza fundamental en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El diablo, quien es el padre de todas las mentiras, es también el padre de toda maldad. Él engendra toda iniquidad. Las inclinaciones que se albergan en el corazón de los hombres y de ese modo el llegar a usar el padre de las obras de maldad, ocultándose en el prototipo del pecado.
Y por haber caído del cielo, y haber llegado a ser miserable para siempre, él procura también la miseria de todo el género humano (2 Nefi 2:18). Por lo tanto los hijos rebeldes, igual que un padre malvado, “se esconden de la presencia del Señor y caen en estado de miseria y tormento sin fin desde donde ya no pueden volver más” (Mosíah 3:25); “la miseria será su porción”.
La tradición y ese sentimiento que nos aflige cuando nuestros seres queridos sufren, hizo que “toda la hechura de las manos de Dios se lamentara y llorara por ellos”, porque “éstos que tus ojos ven, morirán en los diluvios”. Una pequeña porción de la creación de Dios había fallado en cumplir el propósito para el cual había sido creada. “Por llorar, giro han de llorar los cielos, diciendo que éstos han de sufrir”.
Sin embargo, se había preparado una prisión para ellos, en la cual se les enseñaría de nuevo los principios de justicia, y allí mientras esperaban su liberación, permanecerían en tormento, hasta el día grande y terrible del Señor.
VERSÍCULOS 39–40.
Por lo tanto, el padecer por sus pecados… Por la misericordia de Dios, y por el medio, se proveyó un camino y se señaló una senda, siguiendo la cual los pecadores, aún los del tiempo de Enoc, podrán vivir y volver a Él.
Jesucristo, el Gran Mediador entre Dios y el hombre, a quien el Padre escogió como su representante en todos los asuntos que tienen que ver con sus hijos, obró personalmente ante Dios, ofreciéndose para sufrir por los pecados con la sola condición de que el pecador se arrepintiera y se volviera a Dios, en el día en que “el inícuo vuelva a mí”, y hasta ese día no será en tormento.
“Por lo tanto”, cada corazón puede ver que “pagarán por sus pecados” hasta que los cielos lloren, y toda la naturaleza, obra de las manos de Dios, se lamenten y se negasen a ser consolada.
VERSÍCULO 41.
El Señor le refirió a Enoc todos los hechos de los hijos de los hombres. La visión de Enoc aún no había finalizado. Él pudo ver la pérdida y la maldad de los hombres tal como si los tuviera enfrente suyo. El Señor le explicó las diferentes escenas o moldes que se iban presentando ante Enoc. Este, con exaltada comprensión, contempló los malvados propósitos en los que el género humano había caído, y vio que por no aprovechar la redención, y que las circunstancias del tormento y la condenación —sus sufrimientos comparables con el fuego que los consumía— no pudieron contenerse más, aunque sí supo que ellos fueron víctimas de su propia corrupción. Enoc lloró. Su pena, encendida por la compasión que sentía hacia sus hermanos, intransigentes en sus luchas. No pudo dominarlas. Aunque ellos siguieran llenos de maldad, el amor de Enoc por la humanidad fue intenso. Dominado por una profunda tristeza, Enoc extendió sus brazos como suplicando a Dios que tuviera misericordia. Se preguntó si con gran dolor podrían, en el transcurso de la eternidad, llegar a ser perdonados y aún ese pensamiento sus entrañas se conmovieron de compasión. Él supo que Dios volvería por ellos, en la muerte, así como en la vida.
VERSÍCULOS 42–43.
Enoc vio que Noé construiría un arca. Entre las generaciones de la posteridad de Adán que Enoc vio, apareció Noé y su familia. A Enoc le fue revelado que todos los hijos del gran patriarca se salvarían de las aguas que cubrirían la tierra.
Enoc vio que Noé construiría un arca en la cual se salvarían él y su familia de las lluvias que inundarían los lugares poblados. Él vio que el Señor los protegería y los libraría del viento, de la tormenta y de la tempestad. Pero, “las aguas vivieron y se tragaron al resto de los inicuos”.
VERSÍCULO 44.
No pudieron consolado. Cuando Enoc vio el desastre que sobrevendría a sus hermanos por no querer arrepentirse de sus iniquidades, su corazón se llenó de tristeza, y su mente se perturbó. Él lloró. “No seré consolado”, clamó mirando hacia el cielo.
Desesperado y angustiado, él casi perdió toda esperanza por sus hermanos. El Señor, viendo su angustia, tuvo compasión de él, y le dijo: “Anímese tu corazón, y alégrate; y mira”.
VERSÍCULOS 45–46.
¿Cuándo vendrá el día del Señor? El Señor mandó a Enoc que se alegrarara y miseria, porque las escenas que se presentarían ahora delante de Enoc le mostrarían el plan de Dios para la salvación de todos, aún de aquellos que a causa de su maldad se ahogaron en las aguas que desde ese poco tiempo inundarían la tierra.
Enoc vio a Noé, y que él engendraría todas las familias de la tierra. Le fue mostrado que por medio de Noé y de sus hijos, y de su descendencia, se poblarían de nuevo las vastas extensiones que Dios había creado para el uso y beneficio del hombre.
Enoc, aunque lleno de consideración por los malvados, preguntó al Señor con cierta incredulidad: “¿Cuándo vendrá el día del Señor?” Cuando se derramará la sangre del justo, el fin de que los que lloran sean santificados, y busquen vida eterna? En otras palabras: que tan ampliamente enseñado que la sangre expiatoria de Jesucristo no fue solamente una intervención tradicional, vagamente entendida por la gente, sino una fe activa en la salvación de todos los que estuvieran dispuestos a servir al Señor.
En el meridiano del tiempo. El tiempo del nacimiento de Cristo, generalmente situado o junto equidistante entre el tiempo de Adán, y el fin del milenio.
VERSÍCULO 47.
Enoc vio el día de la venida del Hijo del Hombre. Enoc, no sólo vio el día cuando Cristo vendría y moraría en la carne, sino que entendió cuáles serían los beneficios que su venida traería a toda la humanidad. “Su alma se regocijó”, él se gozó en el Señor y su regocijo se en gracia. Él vio que el Justo, aun Jesucristo, sería alzado sobre la cruz, y que lo levantarían para redimir los pecados de los hombres. Vió que por tener fe en el nombre de Cristo, él se glorificaría eternamente con el Padre y que moraría en gloria filial en Sión, donde el Señor habitaría para siempre.
VERSÍCULO 48.
¿Cuándo descansará? Mientras Enoc se encontraba sobre la cima del monte Simeón, contemplando los gloriosos eventos que han sido mencionados, él escuchó una voz que vino como de las profundidades de la tierra sobre la cual estaba parado. No fue una voz alegre, sino como una fuerte exclamación; una voz en la que se notó indignación y lamentación. Refiriéndose a los habitantes de la tierra, imaginemos que su significado ha de haber sido más o menos esto: “Ellos han usado el mal arbitrariamente, se han entregado a una vida licenciosa; han contaminado mis cursos de aguas vivas, y mi faz ha sido inundada de las lágrimas de sus humillaciones, como con un océano; han acongojado mis dones, pero se han olvidado de Aquel que ha hecho todas las cosas. “¡Ay, ay de mí, la madre de los hombres está en aflicción, estoy fatigada por causa de la iniquidad de mis hijos. ¿Cuándo descansaré y quedaré limpia de la impureza que de mí ha salido? ¿Cuándo me santificará mi Creador para que pueda descansar, y more la justicia sobre mi faz, por un tiempo?”
VERSÍCULOS 49–50.
“¿Se conmoverá compasión de la tierra?” Cuando Enoc escuchó la dolorida exclamación de la tierra, y vio los pobres sufrimientos y la angustia de sus hermanos que abusaron y fueron castigados a la muerte por las aguas del diluvio que vendría, su alma se llenó de compasión. Sintió dolor en su corazón, y en su angustia clamó al Señor que fuese misericordioso con todos los hijos de Dios que alguna vez habitarían la tierra, y que tuviese compasión de la tierra y no los destruyera.
“Pidiéndolo en el nombre del Unigénito Hijo del Padre, aun Jesucristo”, tal como se le había revelado que hiciera, Enoc, en su angustia, continuó rogando al Padre que tuviese “misericordia a Noé y su simiente para que el diluvio jamás vuelva a cubrir la tierra”.
VERSÍCULOS 51–53.
Yo soy el Mesías, el rey de Sión, la roca del cielo. El Señor, viendo la confianza de Enoc en su misericordia era tan grande, no pudo refrenarse de concederle las bendiciones por las que había suplicado. Por lo tanto, el Señor hizo convenio con Enoc, y lo “juró con juramento”, que nunca más vendrían sobre los hombres las aguas del diluvio. La misma promesa continuará vigente durante todas las generaciones de los descendientes de Noé, y más aún, Él le dijo que “llamaría a los hijos de Noé”, y con voz propia les lo haría saber. (Génesis 9:11–12).
El Señor emitió un decreto que no podría ser alterado, pues fue el mismo Señor quien lo dijo, y no puede ser cambiado, de modo que los descendientes de Noé no encontrarían para su prole entre las naciones del mundo mientras “permanezca la tierra”.
“Bendito es aquel por medio de cuya simiente vendrá el Mesías”; el Señor pronunció y proclamó una bendición sobre Noé debido a que de su simiente nacería el Señor, como un profeta. “Yo soy el Mesías, el Rey de Sión, la roca del cielo”, lo cual incluirá todas las cosas, presentes y futuras, de eternidad en eternidad. (Los judíos tienen un dicho que frecuentemente se origina en las anteriores palabras escritas por Moisés: “¿Quién es nuestro Rey, sino nuestro Roca? Y ¿quién es nuestra Roca sino el Señor?, y ¿quién es el Señor sino uno que es uno Dios?”). De los muchos significados que roca tiene en hebreo, tal como usa aquí, significa Creador.
No sólo Noé es bendecido, sino también aquellos que de su simiente entreguen “por la palabra”, y no en vano señalaron “doctrina y error”. Cualquiera “alcanzará paz, justicia como concha limpia hasta el fin porque vendrán con canciones de gozo sempiterno”.
VERSÍCULOS 54–57.
¿Cuándo descansará la tierra? Enoc, ansioso aún por obtener sabiduría y conocimiento, clamó de nuevo al Señor: ¿Descansará la tierra, cuando venga el Hijo del Hombre en la carne? Enoc, lleno de una gozosa esperanza, esperaba la resurrección del Señor.
La respuesta no fue en palabras. Enoc vio en diferentes escenas que pasaron ante su vista cumplirse la venida del Mesías, el Rey de Sión, la roca del cielo; su muerte sobre la cruz, su ministerio y su ascensión al cielo. Él también oyó una fuerte voz proclamando al Hijo del Hombre, el Unigénito de Dios; y una nube de oscuridad cubrió los cielos; y todas las creaciones lloraban; y la tierra gemía; y las rocas se hendían; y los sepulcros de aquellos que habían muerto, pero que habían creído en Él, se levantaron como espíritus y fueron coronados a la diestra del Hijo de Hombre con coronas de gloria.
Enoc vio también que todos los espíritus de los justos que habían existido en profetas, celebraron y se pusieron a la “diestra de Dios”. Los espíritus de los hombres que durante la vida en la tierra, habían sido privados, fueron dejados en “cadenas de obscuridad” hasta el día del juicio, sin poder creer en el muerto y teniendo fe de que el destino tenía esperanza. (3 Nefi, capítulos 8–9–10; Isaías 42:1–6; 1 Pedro 3:18–20; D. y C. 76:73 [83:99])
VERSÍCULOS 58–59.
Enoc clamó de nuevo: ¿Cuándo descansará la tierra? Quizás no entendiendo del todo el alcance de las escenas presentadas ante él, Enoc nuevamente preguntó al Señor: “¿Cuándo descansará la tierra?” Queriendo significar: ¿cuándo será la tierra limpiada de pecados? ¿Cuándo será relevada de tener que sufrir las aflicciones con las que la afligen los malvados? ¿Cuándo prevalecerá la justicia, y será eliminada la maldad?
Los distintos episodios sobre el ministerio de Cristo que desfilaron ante los ojos de Enoc, lo hicieron maravillarse en extremo. Él “vió al Hijo del Hombre ascender al Padre” y clamó: “¿Volverás otra vez a la tierra?” Por cuanto tú eres Dios, te he conocido, y me has mandado que pida en el nombre de tu Unigénito; tú me has creado y me has dado el derecho de ir a tu trono, y no de mí mismo sino de tu propia gracia, por consiguiente, te pregunto si no volverás otra vez a la tierra”.
VERSÍCULOS 60–62.
Como vivo yo, aún así vendré en los últimos días. Enoc vio en visión que en un tiempo, que para él no fue muy distante, la justicia y la paz se extenderían sobre la tierra, y ésta descansaría. En profética visión vio el día cuando desaparecerían la incredulidad y no existirían más al orar; un día en el cual los hombres invocarían el nombre mismo de Dios y cuando todos los habitantes de la tierra abrazarían que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Con ansioso corazón él anticipó ese día, y de nuevo preguntó al Señor: “¿Cuándo descansará la tierra?”
La invocación de Enoc fue bondadosamente contestada por el Señor: “Como yo vivo, aún así vendré en los últimos días de iniquidad y venganza”. El Señor también repitió la promesa que había hecho a Enoc de que Él nuevamente visitaría a los hijos de Noé y redimiría así que los siervos predicando el evangelio, como también fue prometido a Enoc a su siervo que entonces ya viviera escogida generación sobre quienes no habrían oído el camino de la iniquidad. El Señor derramaría su venganza sobre los inicuos y sobre los que trataban de destruir la justicia de los santos de Dios. El “temor del Señor” es terrible, pero Él librará a su pueblo.
Antes de que venga ese día, los cielos se oscurecerán y desde ellos no se escuchará ninguna voz. Un velo de oscuridad cubrirá la tierra, y esa noche no será penetrada por ninguna luz divina; la palabra de Dios no disipará la oscuridad de ese día. La ignorancia y la superstición se mofarán de ese glorioso día del Señor que estaría próximo. El profeta Isaías vio ese día de venganza, y dijo que vendría a causa de que los inicuos, “desecharon la ley de Jehová de los ejércitos, y abominaron la palabra del Santo de Israel”. (Isaías 5:24–25). “Pero”, dice el Señor, “preservaré a mi pueblo”.
“Vendrá”. Eso puede atribuirse a las cosas invisibles, pero sin embargo son reales, la cual el Señor dice que no haría “morber de la tierra para fortificar a mi Unigénito”; gran verdad estará establecida sobre la santa ley de Dios, y será mantenida en alto y escuchada por los justos. “La resurrección de los muertos” será también la resurrección de todos los hombres y será proclamada de un extremo a otro de la tierra, y como un río de agua que da vida a la tierra sedienta, del mismo modo la verdad, cual un torrente cuya fuente es el Señor nuestro Dios, llenará la tierra como el agua un mar de gloria, y la justicia y la verdad juntas testificarán que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Salvador y Redentor del mundo.
El pueblo del Señor, que estará esparcido por toda la tierra será congregado en un solo lugar, en que habrá sido preparado por un Redentor y Salvador. Serán una unidad canta en que todos los hombres que le habitan invocarán en santo nombre a Dios; un lugar en donde el Espíritu de Dios reinará en cada corazón. Y llenará cada alma. Los habitantes de esa ciudad serán poderosos en tesoros celestiales. Un profeta real o considerado el más precioso de los dones de Dios; inspirará y animará a cada raza y cada hombre será justo de su vecino; ninguno padecerá aflicciones. En esa tierra, los ángeles en voz alta mantendrán a los hijos de la mortalidad, y las revelaciones del cielo los guiarán constantemente. En paz, ellos aguardarán la venida de su Roca y su Redentor, porque, dice el Señor: “allí estará mi tabernáculo, y será llamada Sión, una Nueva Jerusalén”.
VERSÍCULOS 63–66.
Entonces tú y toda tu ciudad los recibiréis allí. Una gozosa reunión espera al pueblo de Dios cuando Él lo congregará en la Nueva Jerusalén. Se congregarán de las cuatro partes de la tierra para alzar el estandarte de su rey y morar delante de Él.
Entonces tú y toda tu ciudad los recibirán allí. Una gozosa reunión le espera al pueblo de Dios cuando Él lo congregará en la Nueva Jerusalén. Se congregarán de las cuatro partes de la tierra para alzar el estandarte de su rey y morar delante de Él, en santidad y pureza.
Enoc y todos los redimidos de Sión los recibirán allí. La felicidad y la bienaventuranza de los santos, unidos no sólo en su presencia física, sino también en el servicio a Dios, no conocerán límites. Tendrán un gozo profundo y un intenso amor los unos por los otros. El Señor le dijo a Enoc: “Nosotros los recibiremos en nuestro seno”.
Dios ha escogido de entre todas sus creaciones, un lugar en el cual pueda morar personalmente. Ese lugar es la nueva Jerusalén o Sión. Allí Él, como rey de reyes y Señor de señores, establecerá su morada durante mil años, y durante ese tiempo “la tierra descansará” y el Señor consultará con sus santos con respecto al bienestar de Sión.
Otra escena que llenó de gozo a Enoc y en la que se regocijó, fue la que mostró el día cuando Cristo vendría otra vez a la tierra. Él vio los últimos días, en los que el Hijo del Hombre reinaría en la tierra durante mil años. En justicia, vio el día cuando toda rodilla se doblaría y toda lengua confesaría que Él es el Cristo, el Unigénito del Padre, el Salvador y Redentor del mundo.
Sin embargo, el Señor advirtió a Enoc que antes del día del Señor, grandes sufrimientos y aflicciones caerán sobre los malvados. Él vio las turbulentas aguas de los océanos desbordarse tumultuosamente furiosas contra las rocas, y nadie podía detenerlas. “Había aquí un rugir”, y las olas altas olas. Vió también que los corazones de los hombres desmayaban de angustia al ver caer sobre ellos la mercedida justicia de un Dios ofendido. Vió temblar y temer a los malvados y llorar aguardando el día del juicio.
VERSÍCULOS 67–69.
Enoc y todo su pueblo anduvieron con Dios. Coronando su maravillosa visión con escenas que mostraban el glorioso esplendor del poder de Dios, a Enoc le fueron mostradas todas las cosas que pertenecen al reino de Dios sobre la tierra, y los hechos de los justos, aún hasta el fin del mundo. Vió que los justos se salvarán mediante la expiación de Cristo; vió la hora cuando serían redimidos, y el mismo perfecto don espiritual de aquel evento por cuanto el Señor había contestado su oración: “¿Cuándo descansará la tierra?” Enoc quedó satisfecho y recibió una plenitud de gozo.
Sión, la nueva Jerusalén, prosperó bajo la justa administración de Enoc. Durante trescientos sesenta y cinco años. Durante ese tiempo él, y todo su pueblo “anduvieron con Dios y Dios habitó en medio de Sión”, porque su pueblo fue “puro de corazón”.
Sión ha huido. El pueblo de Enoc, viviendo gozosamente en el Señor. Su determinación fue obedecer sus mandamientos, y de allí que entre ellos no había iniquidad. Verdaderamente ellos habían alcanzado un elevado nivel de bondad y pureza que muy raramente los mortales alcanzan, así que Enoc y toda su ciudad fueron llevados al cielo. Moisés, en histórico relato que escribió sobre aquellos tiempos, anotó: “Sión no fue más, porque Dios la llevó a su propio seno, y desde entonces se extendió el dicho: Sión ha huido.
—
EL DÍA DEL SEÑOR O
¿CUÁNDO DESCANSARÁ LA TIERRA?
En la hermosura de su santidad, en poder y gran autoridad; rodeado de un innumerable concurso de ángeles que cantarán alabanzas a su nombre; el Señor Omnipotente, el Rey del Cielo; el que es desde toda la eternidad a toda la eternidad; el poderoso príncipe de paz, bajará de los cielos investido con el esplendor de su gloria para recibir su reino que estará establecido sobre la tierra.
Ningún lenguaje, por más sublime que sea, puede expresar la majestad de su venida; no hay palabras que puedan describir el glorioso esplendor de su morada cuando Él camine nuevo mes en su Santo Monte. Del monte de Sión, su morada en esta tierra, la nueva Jerusalén, saldrá la ley y la palabra de Dios. “¡Cuán bellos sobre los montes!”, dijo el profeta, “son los pies de los que traen alegres nuevas; que publican la paz; que traen alegres nuevas de gran gozo; que anuncian salvación; que dicen a Sión, tu Dios reina”.
Ciertamente Él es nuestro rey; nuestro Señor y nuestro Dios, nuestra luz y nuestra salvación. Las alegres nuevas de la redención del hombre mediante Cristo, resonarán de un extremo al otro de la tierra. El reino milenario de Cristo será inaugurado. La paz llenará la tierra. No la paz que se consigue en el campo de batalla, ni la paz que se forja en los tratados hechos en lejanos ciudades del mundo; ni la paz de los concordatos políticos, o los pactos de la diplomacia. Sino la paz establecida sobre la verdad unida con la justicia. Ninguna paz que se oponga a esta es verdadera; porque en la cual no reina, no hay paz.
Bienaventurada Sión es la paz del Señor. Esa paz es la fuente de la cual brota nuestra plenitud de gozo y nuestra alegría, nuestra felicidad y nuestro contentamiento; nuestro amor por la ley de Dios. “Gran paz tienen aquellos que aman tu ley” (Salmo 119:165).
Cuando llegue aquel día de paz, el día del Señor; cuando todos los hombres invoquen su santo nombre; cuando no existan más el mal y el error; cuando desaparezca el odio; cuando su santo nombre sea adorado en toda la tierra, entonces muchos hijos confesarán: “¡Sí, grande será la paz de tus hijos!” (3 Nefi 22:13).
En aquel día, el cordero se echará sin temor al lado del león; “las murallas de las ciudades se convertirán en jardines”; el olivo y la palma crecerán en el suelo sobre el cual ahora pelean los soldados; la tierra estará llena del conocimiento de la ley de Dios, y los hombres la observarán de todo corazón. La voz del Creador, sí, una voz apacible, como un susurro, honrará la tierra como un grandioso himno, incesante, y universalmente dirá: “Paz, paz a vosotros a causa de vuestra fe en mi bien amado, quien fue desde la fundación del mundo” (Helamán 5:47). Entonces todo Israel lo verá, y escuchará su voz, y ellos sabrán que “yo soy el que hablaba” (3 Nefi 20:39).
En aquel día, y en medio de nosotros, en medio de todos los que le temen, aunque ellos lo clavaron en una cruz, Jesús de Nazaret, el rey de los judíos, será entronizado sobre todas las cosas y coronado como el Rey de Reyes y Señor de señores. Entonces los justos proclamarán unidad al pueblo en la tierra en alto que gritarán: ¡Gloria! Honor! Poder y majestad! y dominio! sean dados a Él, porque ha sido coronado como nuestro rey, y reinará por siempre jamás.”
Entonces la tierra descansará.
—
CAPÍTULO 8
Como fueron revelados al profeta José Smith en Diciembre de 1830
El capítulo 8 del Libro de Moisés presenta el cierre del ciclo profético iniciado con Enoc y culmina con la preparación del gran Diluvio universal en los días de Noé. Esta revelación nos ofrece un poderoso retrato del estado espiritual y moral de la humanidad antediluviana, así como del esfuerzo constante del Señor por llamar al arrepentimiento a sus hijos mediante profetas autorizados.
La narración comienza con los últimos años de Enoc y el ministerio de su hijo Matusalén, quien no fue llevado con Sion a fin de preservar el linaje profético prometido, del cual nacería Noé. Matusalén profetiza la continuación del plan de Dios mediante su descendencia. El capítulo detalla además la genealogía de los patriarcas justos, como Lamec y Noé, y resalta cómo el Señor mantuvo viva la línea del sacerdocio mediante aquellos que obedecieron su voz.
El enfoque principal del capítulo es el ministerio de Noé, quien recibió el mismo evangelio y autoridad que Enoc y sus predecesores. Se le comisionó a predicar el arrepentimiento, enseñar el bautismo en el nombre de Jesucristo y advertir del juicio venidero. Sin embargo, la humanidad lo rechazó y se burló de su mensaje, continuando en la iniquidad, la sensualidad y la violencia.
A pesar de la proclamación del evangelio, la corrupción moral de la humanidad se volvió tan profunda que el Señor decretó la destrucción de toda carne. Solo Noé y su familia fueron considerados justos ante Dios, y el capítulo concluye con el anuncio divino del inminente juicio: el Diluvio.
Este capítulo enseña con fuerza que:
- El sacerdocio y el evangelio fueron continuos desde Adán hasta Noé.
- Dios llama a los hombres al arrepentimiento antes de ejecutar sus juicios.
- La corrupción generalizada, el orgullo, y la negación del arrepentimiento traen consigo consecuencias irreversibles.
- La obediencia de los justos preserva la esperanza y da lugar a nuevas dispensaciones, como lo fue en el caso de Noé.
El mensaje del capítulo es profundamente relevante: Dios es paciente y misericordioso, pero no puede tolerar la iniquidad perpetua sin intervenir, especialmente cuando se rechaza abiertamente Su palabra. Noé se convierte así en un símbolo de justicia y fidelidad en un mundo caído, modelo de aquellos que caminan con Dios incluso cuando el resto del mundo se aleja de Él.
VERSÍCULOS 1–12.
Dios en verdad hizo convenio con Enoc, que Noé sería del fruto de su linaje. Estos versículos continúan una genealogía de los patriarcas desde Enoc hasta los hijos de Noé: Matusalén el hijo de Enoc; Lamec el hijo de Matusalén; y Noé el hijo de Lamec, y también Jafet, Cam y Sem, hijos de Noé.
El Señor había hecho un convenio con Enoc, prometiéndole con juramento que “Noé sería del fruto de tus lomos”. Matusalén, el hijo de Enoc no fue incluido con su padre ni con el resto de la familia cuando Sión fue llevada al cielo, haciendo de ese modo posible el cumplimiento de la promesa hecha a Enoc por el Señor.
Matusalén se congratuló de que por ese favor divino, a través de su hijo Noé, un descendiente literal, nacerían todos los reinos de la tierra, y él se glorió en ello, aunque la verdad es que se deformó a la intervención de la providencia divina.
Moisés registra muy brevemente que una severa hambre azotó la tierra donde moraban tanto los justos como los injustos. Él anota que debido a esta maldición del Señor “muchos de los habitantes murieron”.
“Y aconteció que Matusalén vivió ochenta y cinco años y engendró a Lamec; después de engendrar a Lamec, Matusalén vivió setecientos ochenta años, y engendró hijos e hijas. Y todos los días de Matusalén fueron novecientos sesenta y nueve años, y murió. Y Lamec vivió ciento ochenta y dos años y engendró un hijo, y él llamó su nombre Noé, diciendo: este hijo nos consolará de nuestro afán y del trabajo de nuestras manos, por causa de la tierra que el Señor ha maldecido. Y Lamec vivió después que engendró a Noé, quinientos noventa y cinco años, y engendró hijos e hijas, y todos los días de Lamec fueron setecientos setenta y siete años y murió. Y Noé tenía quinientos años y engendró a Jafet; y cuarenta y dos años después él engendró a Sem en la que fue madre de Jafet; y cuando él tuvo quinientos años engendró a Cam”.
Del verso nuevo notamos que Lamec, el padre de Noé, se consoló con el nacimiento de su hijo, y tuvo la esperanza que con él terminaría el hambre, que había hecho estragos en la tierra.
VERSÍCULOS 13–14.
Noé y sus hijos fueron llamados hijos de Dios. Noé y sus hijos Jafet, Sem y Cam, al contrario de la mayoría de la gente que los rodeaba, prestaron atención a la palabra de Dios. Ellos vivieron vidas justas y fueron conocidos como “los hijos de Dios”.
Cuando los hijos de Noé engendraron hijos o hijas y comenzaron a multiplicarse y los nacieron hijas, “los hijos de los hombres vieron que esas hijas eran bellas y las tomaron por esposas, escogiendo entre ellas”. Ellos las eligieron por su apariencia física, sin ningún ideal de justicia, ni por motivo de una afiliación religiosa. Y de ese modo los incrédulos se unieron con los creyentes, y es axiomático que los impíos, tarde o temprano corrompen a los buenos, “más bien que los buenos reforman a los malos”.
En conexión con esto, la expresión “hijos de Dios” empleada en Génesis 6:2, se refiere a Noé y sus hijos en el texto de la Perla de Gran Precio. Los hijos de Dios fueron los hijos de Noé. Como hijos de los hombres no refiere a los desobedientes. (En Génesis 6:2, dice “que los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran bellas lo que no es cierto; es una mala traducción del pensamiento. La Perla de Gran Precio dice a la inversa. Que los hijos de los hombres vieron que “las hijas de los hijos de Dios eran bellas”.
Los matrimonios mixtos entre razas y grupos de diferentes creencias y prácticas conllevan de ineludible modo contenciones y de corrupción. Podemos atribuir a esta práctica la equivocación del abandono en que cayó el pueblo de Noé y que más adelante lo sumergió en los abismos del crimen o el libertinaje. Tales uniones casi inevitablemente llevan a un caos religioso al desastre. Tomemos un ejemplo clásico de esto, en el caso de Salomón; leemos el siguiente en 1 Reyes 11:1–4:
“Pero el rey Salomón amó, además de la hija de Faraón, a muchas mujeres extranjeras; a las de Moab, a las de Amón, a las de Edom, a las de Sidón, y a las heteas; gentes de las cuales Jehová había dicho a los hijos de Israel: ¡No os lleguéis a ellas, ni ellas se lleguen a vosotros; porque ciertamente harán inclinar vuestros corazones tras sus dioses. A éstas, pues, se juntó Salomón con amor. Y tuvo setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas; y sus mujeres desviaron su corazón. Y cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era perfecto con Jehová su Dios, como el corazón de su padre David.”
Como grato es ver, Salomón hizo alianzas sociales con los idólatras, contraviniendo el mandamiento de Dios, y adoptó sus formas de adoración. Eso fue lo que encendió la ira del Señor en contra de Salomón (1 Reyes 5:11). Fue exactamente la misma desobediencia que provocó la infamia en que cayeron los antediluvianos.
VERSÍCULO 15
Las hijas de tus hijos se han vendido. El Señor estuvo disgustado, y así se lo dijo a Noé, por que las hijas de sus hijos por conveniencia, habían entrado en alianzas matrimoniales injustas con los hijos de los hombres, quienes fueron descendientes linaje de Caín, y de ese modo pusieron sobre sus hijas la maldición que había sido impuesta a Caín. El mezclar la simiente del creyente con el incrédulo fue contrario a la voluntad de Dios, pues los hijos de los hombres se habían negado a escuchar su voz y habían rechazado su santa palabra, y por eso la ira de Dios se había encendido contra ellos.
Indudablemente que Noé tuvo otros hijos además de Jafet, Sem y Cam, y cuando en el texto dice: “Las hijas de tus hijos se han vendido…”, es muy probable que se refiera a esos hijos de los cuales el registro no dice nada.
VERSÍCULO 16
Noé predicó el evangelio de Jesucristo aún como lo hicieron en el principio. Viendo Noé la profundidad de la depravación en la que se había hundido la gente de su generación, y viendo su iniquidad y la bajeza de sus propósitos inspirados de los apetitos carnales, profetizó su completa destrucción si no se arrepentían como Dios se lo había mandado. Él proclamó el Evangelio de Jesucristo tal como lo habían hecho Adán y su hijo Set y todos los patriarcas. Pero por más que Noé predicó los principios de justicia, y a pesar de su diligencia, menos y menos personas se arrepintieron. Fue así, desesperanzado para Noé, pero el Espíritu de Dios lo urgió a que continuara. (1 Pedro 3:20; 2 Pedro 2:5; Judas 14).
VERSÍCULO 17
Mi espíritu no contenderá para siempre con el hombre. La misericordiosidad bondad del Señor, y su paciencia son explotadas por los inicuos, quienes insisten en prolongar su vergonzoso comportamiento inicuo hasta que “el fuego de mi indignación se encienda en contra de ellos”. Mientras haya una esperanza de arrepentimiento, el Espíritu de Dios luchará por despertar en el hombre una noción de su responsabilidad de obrar con justicia, de la que se ha desapartado. También la conciencia del hombre, esa tribunal de justicia que actúa en el seno del hombre, aún del más humilde, si es que el hombre apela a ella, muchas veces le permite dispensar de un juicio puro, libre de las manchas del mal. Pero existe un juez más alto de cuyas decisiones no se puede apelar: Si el hombre rechaza los impulsos de su conciencia, y los del Santo Espíritu, entonces llega un momento cuando ni uno ni otro podrán prevalecer más; el Espíritu cede a la dureza de corazón y la conciencia porque se ha cauterizado con el pecado y la corrupción. Así es que el Señor dijo a Noé “Mi Espíritu no contenderá para siempre con el hombre”.
(2 Nefi 26:11; Éter 2:15; DyC 1:33)
Viéndolo el hombre libertado para elegir entre lo bueno y lo malo, y recibiendo un razonamiento que le permita distinguir entre ambos, le fue dado amplitud de tiempo para que se arrepintiera. El Señor le concedió ciento veinte años para vivir y luego retornar a su presencia. A los contemporáneos de Noé el Señor les dijo quedando arrepentidos “mandaré las aguas del diluvio sobre ellos”.
VERSÍCULO 18.
Gigantes. (Ver comentario en capítulo 7, versículo 15). Estos gigantes procuraron matar a Noé, quien indudablemente gobernaba y reinaba sobre el pueblo, pero el Señor lo protegía.
VERSÍCULO 19.
El Señor consagró a Noé según su propia orden, “Noé tuvo diez años cuando fue ordenado bajo las manos de Matusalén, el cual tuvo cien años cuando fue ordenado bajo las manos de Adán” (D. y C. 107:50–52).
Nos acordamos de ver la juventud de Noé cuando el Señor le mandó que saliera a declarar “su Evangelio aún como fue dado a Enoc”, pero la cantidad de años importa poco cuando se tiene como compañero al Espíritu Santo. El profeta Samuel era un niño cuando fue llamado por el Señor para comenzar su ministerio. El profeta José Smith tuvo catorce años cuando recibió su gloriosa manifestación del Padre y del Hijo. Cristo mismo tuvo doce años de edad cuando comenzó su ministerio en el templo de Jerusalén. Fue también en su juventud que Noé recibió su comisión divina de predicar el Evangelio a los desobedientes antediluvianos.
VERSÍCULOS 20–21.
Noé clamó el arrepentimiento, pero ellos no escucharon sus palabras. Obedeciendo el mandato del Señor, Noé fue por la tierra declarando a sus habitantes el Evangelio de Jesucristo. Él clamó contra la iniquidad, pero reclamó que podían lograr el perdón por medio del arrepentimiento.
Él exhortó a todos los hombres que abandonaran su mal comportamiento. Que no pecaran más y que se volvieran a su Creador. Sin embargo y no obstante lo urgente de su mensaje, ellos, por la dureza de sus corazones, no lograron escuchar sus palabras.
Las personas, aún cuando presentaron con algún mal comportamiento, y a pesar de sus extravíos, y de su poca disposición para escuchar las amonestaciones de Noé, prefirieron no obtener las bendiciones de Dios, y se jactaron de ser muy poderosos. A pesar de su maldad las hijas de los hombres pretendieron arrepentirse con “los hijos de Dios”. Tomaron como esposas a las hijas de los hombres difundiendo de ese modo por toda la tierra la linaje de Caín y la señal de su maldición. Bajo tales condiciones infamantes y ante el descuido de sus necesidades espirituales, el Sacerdocio de Dios no pudo sobrevivir en manos de los malvados. A pesar de notar que sin el Sacerdocio los planes de Dios para llevar la salvación a sus hijos fracasarían, los hombres también se jactaron de que los hijos que los habían nacido de su unión con las hijas de los hombres “buenos hombres poderosos, semejantes a los hombres de la antigüedad, varones de gran renombre”. En conexión con esto, podemos observar que un pueblo es verdaderamente infeliz cuando los más pecadores son los hombres de gran renombre. “La maldad es verdaderamente grande cuando los grandes hombres son malvados”.
VERSÍCULO 22
Dios vio que la maldad de los hombres no había aumentado en la tierra. Dios vio que los hijos de los hombres no solamente pecaban en gran manera, sino que se regocijaban en su maldad. Eligieron hacer el mal no por causa de las falsas tradiciones o por ignorancia, sino en una directa y malvada rebelión contra Dios, esposa e hijos de sus logros. Ellos poseían la sabiduría y deliberadamente maquinaron hacer lo malo. Hicieron a un lado todas las salvaguardias del Plan de Salvación para prevenir el vicio y la miseria y rechazaron desafiarles las insinuaciones del Santo Espíritu. La contención, las disensiones, la violencia, el odio, el derrame de sangre, el saqueo cubrían toda la tierra, y los hombres pensaron continuamente el mal.
VERSÍCULOS 23–24
Noé continuó su predicación. Sin desmayos y sin cansancio, Noé persistió en su intento de despertar en los corazones de los hombres, el sentimiento de su deber para con Dios, y sacarlos del letargo en el que Satanás los había postrado.
Su clamor fue “creed y arrepentíos; bautizaos en el nombre de Jesucristo, aún como nuestros padres; y recibiréis el Espíritu Santo”. Él les explicó que el Espíritu Santo les haría saber la verdad de todas las cosas, y les manifestaría el poder de Dios para su salvación. Pero a pesar de toda la diligencia de Noé en predicar el Evangelio de Jesucristo, los hijos de los hombres no fueron capaces de prestar atención a la advertencia de que a menos de que se arrepintieran, y del todo abandonaran el mal, las aguas del diluvio los cubrirían.
VERSÍCULOS 25–27
El Señor dijo: “Receré al hombre”. Noé se sintió desanimado y adolorido al ver las gentes con quienes había trabajado en bien de la justicia no prestaron atención a sus palabras, sino más bien acrecentó su maldad día a día. En lo más íntimo de su ser le pesó que Dios hubiese puesto al hombre sobre la tierra.
Receré al hombre. Esto nos hace recordar la manera que decretó sobre ellos. *”Si no os dejáis”, dice Jehová, “atrás os volveré, por tanto yo extenderé sobre ti mi mano y te destruiré, y así cuando no os arrepintiere… desbarataré mi pueblo y no os tornaré en sus caminos”. (Jeremías 15:1–7). De la misma manera, muchos años antes el Señor, cansado de la continua inclinación del hombre hacia el mal, declaró su decisión: “Borraré al hombre que he creado de sobre la faz de la tierra, tanto hombre como bestia y las cosas que se arrastran, y las aves del aire”. El Señor apreció los esfuerzos diligentes de Noé por proclamar su santa palabra, y por lo tanto no lo abandonó, y salvó la vida de Noé, tal como se lo había prometido, siendo que los malvados quisieron quitarle la vida.
Noé halló gracia en los ojos del Señor. Noé fue justo en todos sus caminos: El Señor estuvo complacido con él porque también fue “perfecto en su generación”. Él tuvo constante comunión con Dios. Su mayor preocupación fue servirlo, él enseñó a sus hijos en las vías del Señor. Y es así que tanto él como sus hijos anduvieron con Dios.
VERSÍCULOS 28–30
“Ha llegado para mí el fin de toda carne.”
Es probable que los matrimonios mixtos entre los blancos y los hijos de los hombres de piel negra, al cabo de un período prolongado de tiempo haya contaminado la sangre de los antediluvianos, llegando a predominar tanto la sangre de Caín, que en consecuencia ninguno pudo poseer el Sacerdocio de Dios. Dios observó que toda la tierra se había corrompido y llenado de violencia. Nadie en ninguna forma trató de servir al Señor, excepto Noé y su familia, así que el Señor con hondo pesar declaró:
“Destruiré toda carne de sobre la tierra.”
Y vinieron los diluvios y todos los hombres se ahogaron en sus aguas,
excepto Noé y sus hijos.
—
EL LIBRO DE ABRAHAM
—
CAPÍTULO 1
Traducido de los papiros por José Smith.
El capítulo 1 del Libro de Abraham —una obra revelada por José Smith a partir de antiguos papiros egipcios— presenta un testimonio autobiográfico de Abraham, en el que narra su búsqueda espiritual, sus pruebas personales y el llamamiento divino que recibió como profeta y patriarca.
Abraham se presenta como un hombre que, en medio de la idolatría y corrupción de su entorno en la tierra de los caldeos, anhela recibir las bendiciones del orden patriarcal, que incluyen el sacerdocio, el conocimiento revelado y la promesa de posteridad. Frente a la apostasía de su familia y su sociedad, Abraham busca separarse del mal y vivir conforme a los mandamientos de Dios.
El texto describe cómo Abraham fue perseguido por sacerdotes idólatras —especialmente el sacerdote de Elkénah— que ofrecían sacrificios humanos en nombre de dioses falsos. Abraham es llevado al altar para ser sacrificado, pero es salvado milagrosamente por Jehová, quien lo libra mediante un ángel y lo llama a ser su siervo. El Señor promete a Abraham protección, autoridad divina y un nombre eterno entre los hombres.
Además, el capítulo incluye una reseña del origen del gobierno de Egipto, conectando a los faraones con el linaje de Cam, hijo de Noé, y detallando por qué, aunque justos en ciertos aspectos, no poseían el derecho al sacerdocio debido a la maldición sobre su linaje. También se relata cómo Abraham conservó los anales sagrados de los patriarcas, que contenían conocimiento de la creación, los cielos y el orden celestial, conocimientos que él promete transmitir a su posteridad.
Este capítulo establece las bases doctrinales del sacerdocio patriarcal, la oposición entre la revelación y la idolatría, y la misión profética de Abraham como padre de naciones y receptor de convenios eternos. También anticipa los temas cósmicos y teológicos que se desarrollarán en los capítulos siguientes.
Una traducción de algunos registros antiguos que han llegado a nuestras manos desde las catacumbas de Egipto… los escritos de Abraham mientras estuvo en Egipto, llamado Libro de Abraham. Escrito por su propia mano sobre los papiros. Ver Historia de la Iglesia Vol. 2, págs. 235, 236, 348-351.
VERSÍCULOS 1-2:
“En la tierra de los caldeos”. Abraham, llamado a menudo “El padre de los fieles”, mientras se encontraba en Egipto adonde había huido buscando asilo de la persecución de los malvados en la tierra de los caldeos, donde había estado viviendo, rememoró las escenas de su agitada juventud, y escribió acerca de ella, desapasionadamente, refiriéndose a la perniciosa influencia que gobernaba al pueblo en la región donde su padre y sus familiares moraban.
El se fue de su tierra a pesar de los lazos que le ataban a su familia y al terruño, debido a que no vio nada que conviniera a los ideales que él acariciaba y su convicción. El no pudo ver cómo iba a lograr realizar los deseos de su corazón en medio de sus amigos y vecinos idólatras. Ellos habían suplantado las ofrendas en homenaje al Dios verdadero y viviente, por las ofrendas a los ídolos y los sacrificios humanos, cosa que él detestaba.
Comprendiendo que no estaba consiguiendo la “felicidad, la paz, y el reposo” que consigue quien dedica sus energías al servicio del Señor, Abraham analizó la situación en que se encontraba y vio que la mayor libertad en la vida fue servir a Dios, y que adorarlo fue la verdadera felicidad del hombre.
Por lo tanto, lleno de un justo celo y rebosante de esperanza, concentró todas sus fuerzas y habilidades y partió en busca de las bendiciones que sus padres habían disfrutado desde tiempo inmemorial. Abraham anheló tener el derecho de administrar los ritos del Sacerdocio. Vió en ello la oportunidad de prestar el más grande servicio en justicia, porque le permitiría impartir conocimiento y entendimiento a quienes, como él, buscaban la justicia.
La juventud de Abraham fue preservada en justicia, a pesar de la antagonística actitud de apostasía de todos quienes lo rodeaban. A medida que pasó el tiempo, él creció en gracia y en el conocimiento de la gloria de Dios. Se hizo sabio respecto a lo que es justo y verdadero; la esperanza en alcanzar una vida justa templaba cada acto de su vida. Su celo por obrar con justicia (que en algunos no es más que la efervescencia pasajera de un día) fue inextinguible. Su deseo de comprender las cosas fue una arrolladora ansia por lograr sabiduría.
Por su observancia de los mandamientos de Dios, por su fidelidad en el cumplimiento de cada fase de su deber, por su paciencia en las situaciones difíciles, por la bondad de sus hechos, él llegó a ser un justo heredero, un Sumo Sacerdote poseedor del derecho que pertenecía a los padres.
Padre de muchas naciones: Abraham, en lenguaje profético oró, pidiendo lo que más adelante el Señor prometió darle. Uno de los más grandes deseos de su corazón fue que su progenie se extendiera por muchas tierras y que fuese un pueblo santo para el Señor. Él oró solemnemente rogando que pudiera prepararse para llevar a cabo los propósitos de Dios, que la justicia fuera establecida en toda la tierra, y que su sentimiento marcara el camino para lograrlo.
Con este propósito él oró al Señor, y el Señor le bendijo diciendo: “Haré de ti una nación grande… y haré grande tu nombre…” (Génesis 12:2) Y de nuevo: “Y multiplicarte he mucho en gran manera, y te pondré en gentes, y reyes saldrán de ti.” (Idem 17:6) Y también: “Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer, habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las gentes de la tierra?” (Idem 18:17–18)
Un príncipe de paz, Melquisedec, en los días de Abraham, fue el gran Sumo Sacerdote de la Iglesia de Dios, y también rey de Salem en donde reinó bajo su padre quien fue rey de toda la tierra. Se dice que Salem fue el nombre de la antigua Jerusalén, y es una palabra hebrea que significa paz. Melquisedec, sin posición de nacimiento y gobernó sobre un reino llamado Paz. Su reino fue un monumento a la justicia y fue santificado por la paz que reinó dentro de sus términos. Por ello Melquisedec fue conocido como príncipe de paz.
Sabemos dicho que Abraham fue contemporáneo de Melquisedec y a él le pagó el diezmo de todas sus posesiones. (Alma 13:15) En el Libro de Mormón aprendemos muchas cosas acerca de Abraham que no figuran en las escrituras hebreas. Por ejemplo (copiar no):
“Pues bien, este Melquisedec era rey del país de Salem; y su pueblo había aumentado en maldades y abominaciones; sí, se habían extraviado todos; se habían entregado a iniquidades de toda especie;
Pero después de manifestar una fe poderosa y habiendo recibido la dignidad del sumo sacerdocio según el santo orden de Dios, Melquisedec predicó el arrepentimiento a su pueblo. Y he aquí, la gente se arrepintió, Melquisedec estableció la paz en el país durante sus días; por lo tanto, fue llamado príncipe de paz, pues fue rey de Salem; y reinó bajo su padre.”
Abraham conoció personalmente a Melquisedec, pues recibió de él el Sacerdocio (D&C 84:14) y a él pagó los diezmos. Abraham vio en Melquisedec un sabio y justo príncipe de paz y deseó ser como él.
La paz soñada por Abraham y la que él buscó, fue la paz establecida en la tierra sobre la base de la verdad y apoyada y sostenida por la justicia. Toda otra paz distinta a la paz que Abraham conoció no es sino la “¡Paz! ¡Paz! en la que no hay paz”. (Idem 32:17) Son dignas de notar las palabras de Isaías citadas por el Salvador a los Nefitas, cuando les estaba hablando de los últimos días. “Y tus hijos serán enseñados del Señor; y grande será la paz de tus hijos”. (Isaías 54:13; 3 Nefi 22:13)
VERSÍCULO 3:
El Sacerdocio “no lo confirieron de los patriarcas”. Para conferir y verificar inequívocamente el linaje del Sacerdocio que le había sido conferido por Melquisedec, el Sumo Sacerdote residente en Salem, Abraham recitó en detalle la forma en que el Sacerdocio le fue conferido a sus padres, aunque desde el tiempo de Abraham, el primer hombre, o desde el principio:
“Este Abraham recibió el Sacerdocio de manos de Melquisedec, quien a su vez, lo recibió por el linaje de sus padres, aun hasta Noé, y de Noé hasta Enoc por el linaje de sus padres;
y de Enoc a Abel, el que fue muerto por la conspiración de su hermano, quien por mandato de Dios recibió el Sacerdocio de manos de su padre Adán, el primer hombre.”
VERSÍCULOS 4–7:
Busqué mi nombramiento en el Sacerdocio conforme a lo que Dios había señalado a los patriarcas, relativo a la simiente. Todos los que le rodeaban fueron sacerdotes que servían a dioses de madera y piedra a los que ofrecían sacrificio, pero no hubo ninguno que sirviera al Dios de los padres de Abraham. No hay duda de que Abraham podría haber hecho suyas sus prácticas y creencias y ganado así su aprobación, pero él no quiso tal cosa. Él les enrostró su maldad. Proclamó al Dios de Gloria y les exhortó a que se volvieran a la justicia. Sin embargo, dice él que sus padres (en ese entonces vivos) se habían apartado de la justicia y habían adoptado la adoración pagana, dando homenaje a los ídolos. Ellos, agrega él, “rehusaron por completo escuchar mi voz”.
Hubo muchos dioses a los cuales los sacerdotes inmolaron seres humanos. Las víctimas de esta terrible práctica fueron hijos de los devotos a estos dioses a quienes su fanatismo les había borrado de sus corazones todo recuerdo del Dios de sus padres. Se convirtieron en siervos del mal.
Abraham escribe que, en una ocasión, esos fanáticos se apoderaron de él y “trataron de quitarme la vida por mano del Sacerdote de Elkenah”. Él identifica al sacerdote de Elkenah como “el sacerdote de Faraón”.
Bajo estas condiciones no podría llevarse a cabo “mi nombramiento en el Sacerdocio conforme a lo que Dios me había señalado”. La sucesión del Sacerdocio, de padre a hijo, tal como Dios lo había decretado, se había quebrado, y lo que quedaba era una imitación del Sacerdocio y no el verdadero Santo Orden de Dios.
Abraham no iba a aceptar esa clase de Sacerdocio tan depravado cuyo representante había tratado de sacrificarlo para mitigar la ira de los dioses. Por lo tanto, y obedeciendo los inspirados impulsos de su corazón, buscó la ordenación al Sacerdocio según la manera que Dios había instituido y tal como pensaba seguir haciéndolo.
VERSÍCULOS 8–11:
En este tiempo fue la costumbre del sacerdote de Faraón, el rey de Egipto, ofrecer… hombres, mujeres y niños sobre el altar que se había construido en la tierra de Caldea. Presumimos que en la época del año aludida, se efectuaba en la tierra un festival religioso en el que el populacho sería excitado en su celo fanático, a impulsos del cual, su ímpetu extático no conocía límites. Hombres y mujeres se vieron obligados a ser víctimas de la sed de sangre que allí prevaleció. Se sacrificaron niños pequeños sobre el altar de esos dioses extraños. Satanás reinó supremamente.
Caldea fue en ese entonces la morada de una tribu semítica que dominó en Babilonia. Egipto, la tierra del Faraón, ejerció gran influencia sobre su gobierno y su religión. Por ello no es de sorprenderse que en sus escritos Abraham diga que el Faraón oficiaba en esas atrocidades.
No solamente el sacerdote del Faraón hacía una ofrenda al dios del Faraón en la manera antes señalada, sino que con carne y sangre humana según la misma forma que los egipcios, él hizo una ofrenda al “dios de Shagreel que cubre al sol”.
Sobre un altar situado sobre un cerro llamado Potifar, que significa “devoto del sol”, al cual adoraron los egipcios, como ya hemos notado, el sacerdote de Faraón ofreció un niño como ofrenda de gratitud al gran luminar por sus infinitos dones.
Al leer la historia de Abraham resulta aparente que quienes se resistieron a los ilícitos propósitos de los adoradores de ídolos, y se rehusaron a inclinarse delante de los dioses de nácar y de piedra, fueron violentamente apresados, y a pesar de su fidelidad al único Dios verdadero y viviente, fueron ofrecidos en sacrificio sobre el altar de un dios en el que no creyeron.
Un tal Onitah, descendiente de Cam, hijo de Noé, era padre de tres hijas, vírgenes, según la denomina Abraham, debido a que no se postraron delante de ídolos mudos, y les quitaron la vida sobre este altar (que se encuentra cerca de la colina llamada de Potifar, a la cabecera del llano de Olishem) y se hizo según la manera de los egipcios.
VERSÍCULOS 12–14:
Los sacerdotes me tomaron por la fuerza, a fin de poder matarme. Sobre la plancha 1, al comienzo de este capítulo, hay un dibujo hecho por el mismo Abraham describiendo de un modo más bien oscuro el suceso a que se refieren estos versículos. Como el sacerdote de acuerdo a la manera de los egipcios había matado a las tres vírgenes antes mencionadas sobre el mismo altar en el que ahora trataron de matar a Abraham, él hizo este dibujo a fin de que pudiéramos tener una descripción más gráfica de la escena que allí se desarrolló. Abraham deseó que nosotros sepamos, sin ninguna duda, que Dios, el Hacedor y Creador de todos, escucha el clamor de sus siervos fieles y los libra en todas las ocasiones de las manos del adversario.
El altar que Abraham describe en su dibujo, fue hecho en forma de una cama, como las que se usaban entre los caldeos. El altar tiene como fondo ídolos de piedra o de madera que representan a los dioses de Elkenah, Libnah, Mahmackrah, Korash, y un dios “parecido al de Faraón, rey de Egipto”.
VERSÍCULOS 15–19:
Y al levantar sus manos en contra de mí, a fin de sacrificarme y quitarme la vida… Abraham, al igual que otros que se habían negado a rendir homenaje a sus ídolos, fue apresado por los sacerdotes y preparado para ser sacrificado en homenaje a los dioses sobre el altar en que planeaban inmolarlo. Inmovilizado con las sogas con que le habían atado, la resistencia de Abraham no le valió de nada. Por lo tanto él clamó fuertemente al Señor, su propio Dios, para que le librara. “Y el Señor escuchó y oyó su angustiado clamor.” Abraham inmediatamente se sintió lleno del espíritu de Dios, y en visión vio al Todopoderoso. Un ángel de la presencia de Dios se puso a su lado y desprendió las cuerdas que le ataban. El Señor Dios Todopoderoso, quien le apareció a Abraham en esta hora de peligro, le habló palabras de consuelo y ánimo. “Abraham, Abraham”, le dijo “He aquí me llamo Jehová, y te he oído, y he descendido para librarte, y llevarte a la casa de tu padre y toda tu parentela, a una tierra extraña de la cual nada sabes”.
En esa ocasión se da a saber la razón por la cual el Dios de Abraham le llamó a otra tierra. Fue a causa de que los habitantes de Abraham le habían abandonado a él, el único Dios verdadero y viviente, para adorar a dioses de piedra y madera que no tienen sentimiento ni poder ni compasión. El Señor estaba enojado con los caldeos porque después de muchas bendiciones que había derramado sobre ellos y sus padres, ellos le habían abandonado y puesto sus corazones en dioses paganos. “He descendido para visitarles”, declaró el Señor, y podemos juzgar cuáles fueron los efectos de su visita al enterarnos del hambre y la pestilencia que luego visitaron la tierra.
El Dios de Abraham, el Dios de sus padres, extendió su protección sobre Abraham, destruyendo al sacerdote que había tratado de matarlo.
“He aquí, te llevaré de mi mano.” La larga jornada hacia la tierra hizo que Abraham nada sabía, no tuvo terrores para él, ni dificultad que no pudo vencer. Abraham fue fuerte en su fe, pues sus ojos habían visto al Todopoderoso Dios y con sus oídos había escuchado la voz del gran Jehová, diciéndole que con la fuerza de su poder, (Abraham) sería librado.
Así fue como la voz lo declaró. ¿No le había probado Dios que era más poderoso que todos los dioses paganos? “Yo te llevaré de mi mano”, fue la fiel promesa del Señor a Abraham; “te llevaré para poner sobre ti mi nombre, aun el Sacerdocio de tus padres, y mi poder descansará sobre ti. El Sacerdocio de los padres de Abraham fue el Sacerdocio según el orden del Unigénito Hijo del Padre, quien es Dios.”
La promesa del Señor a Abraham nos recuerda de un incidente registrado por Juan, el joven apóstol de Cristo. Parece que Jesús y sus apóstoles habían estado viajando predicando el Evangelio, por la región de Jerusalén. Al acercarse al fin de la jornada se sintieron cansados debido a los rigores de andar a pie; estuvieron casi exhaustos y trataron de conseguir el descanso que tanto necesitaban. Se tendieron a descansar entre el suelo en un campo cercano, y Juan, el discípulo amado de Jesús, reposó su cabeza sobre el pecho del Maestro y se durmió. La escena allí representada fue pacífica, tranquila y llena de esperanza.
“Cual fui con Noé, seré contigo.” Noé fue ordenado de Dios según su propio orden, e inmediatamente le fue mandado que saliera y declarara el evangelio que también Enoc había predicado a los habitantes de la tierra. Noé, en vano llamó a los hombres al arrepentimiento; los pretextos y las excusas se combinaron para hacer que su exhortación resultara vana. Los hijos de los hombres habían endurecido sus corazones y se imaginaban ser inmunes a la censura, pues según ellos todo lo que había en sus días era puro y bueno. Ellos respondieron a la predicación de Noé “He aquí nosotros somos hijos de Dios; ¿No hemos tomado para nosotros a las hijas de los hombres? ¿Y no estamos comiendo y bebiendo, y casándonos y dándonos en casamiento?, ¿Y nuestras esposas nos han engendrado hijos, hijos que son hombres poderosos, semejantes a los hombres de la antigüedad, varones de gran renombre. Según ellos haciendo estas cosas estaban cumpliendo con los mandamientos de Dios, y no tuvieron que arrepentirse.
Ellos rehusaron a escuchar la palabra de Noé.
Abraham, igual que Noé, fue comisionado para que saliera y declarara la santa palabra de Dios. Pero, a diferencia de Noé, cuya misión terminó cuando unos pocos se salvaron junto con él de ser ahogados en las aguas que inundaron la tierra, el ministerio de Abraham nunca finalizaría. Por medio de él (es decir, del ministerio de Abraham), el nombre de Dios sería hecho conocer entre el género humano hasta tanto permaneciese la tierra, y como dice la sagrada escritura, “para siempre”.
Esta profecía fue dada por Dios mismo.
VERSÍCULOS 20–22:
El Señor derrumbó el altar de Elkenah. El cerro de Potifar que ya hemos mencionado, se encontraba en la tierra de Ur, en Caldea. Evidentemente Ur fue el hogar ancestral de Abraham que significa luz o fuego. Podemos comprender enseguida el porqué de ese significado al recordar a los habitantes de esa ciudad, la mayoría de los cuales fueron adoradores del fuego, y rendían homenaje al sol pues esa ardiente esfera fue uno de sus dioses.
En esos versículos se registra que Él (el Señor derribó el altar de Elkenah) sobre el cual planeaban sacrificar a Abraham y lo destruyó por completo, e hirió al sacerdote de modo que murió de una manera que no podemos entender, pero que fue real, el altar pagano de Elkenah fue completamente destruido. Puede haber sido por un violento temblor de tierra, o por causa de fuego o del viento. El sacerdote también fue herido y murió. Puede haber sido víctima de una enfermedad repentina, o por causa de la misma conmoción que destruyó el altar en que oficiaba.
La destrucción del altar causó gran consternación en la tierra de Caldea y en la corte del Faraón. En este versículo se da también el significado de Faraón. significa “rey por sangre real”, o uno que ha nacido dentro de ese alto linaje. Algunos comentaristas de la Biblia y del lenguaje egipcio dicen que el nombre Faraón es la palabra egipcia Pao, que denota “gran casa”. En su forma original se la aplicó al palacio del rey y a su real estirpe, pero más adelante se la usó para designar al mismo rey. No es difícil armonizar la definición de la Perla de Gran Precio con la de los modernos eruditos.
Este rey de Egipto fue un descendiente de los lomos de Cam. Cam, el tercer hijo de Noé, tomó para sí una esposa que era descendiente de Caín. Ella aceptó el evangelio que le fue predicado por su suegro, pero no obstante ello, la maldición pronunciada por Dios sobre Caín se perpetuó en la descendencia de ella. Su nombre fue Egiptus, y en sus escritos Abraham señala, hablando del nieto de ella, por el cual gobernó el país de Egipto –llamado así por Egiptus–, quien lo descubrió, que él “participó de la sangre de los cananeos por nacimiento”.
La tierra de Canaán es la Palestina del Nuevo Testamento, y de ella salieron los miles y las decenas de miles que más luego poblaron vastas áreas de la parte noreste del continente negro. De ese modo Egipto fue poblado por habitantes de Canaán y en esa forma “la sangre de los cananeos se preservó en la tierra”.
VERSÍCULOS 23–24:
La tierra de Egipto fue descubierta por una mujer. La tierra de Egipto en la que los descendientes de Caín se establecieron, fue primeramente descubierta por una mujer llamada Egiptus. Ella fue hija de Cam, hijo de Noé, y de Egiptus, que en caldeo significa “prohibido”.
El Señor prohibió que sus hijos fieles se casaran con los descendientes de Caín, quien intentó despiadadamente a su hermano Abel.
En los primeros tiempos cuando no había apellidos que marcaran parte o hijo como ahora, era la costumbre dar a los hijos un apelativo descriptivo o calificativo que los distinguía en razón del significado del mismo; de allí el nombre Egiptus. A Cam, quien fue una de las personas justas que se salvaron del diluvio, en el arca, le fue prohibido mezclar su sangre con alguien que estuviera maldecido por causa de su linaje. Egiptus, la mujer que Cam tomó por esposa, fue descendiente de Caín, y por lo tanto su descendencia fue privada del privilegio de participar en la sucesión del Sacerdocio de Dios. Sus descendientes, no importa quienes fueran, no poseerían ese santo orden. Ella fue bendecida en muchas maneras pero en lo del Sacerdocio le fue prohibido.
Cuando Egiptus, la hija de Cam, vio por primera vez la tierra de Egipto, esta estaba cubierta por las aguas. Más bien debe haber sido la región del Gran Delta del Nilo. En ciertas épocas del año permanece inundada por la creciente del Nilo, y luego al retirarse las aguas aparece una inmensa área de tierra fértil. Allí ella estableció a sus hijos, cuyo abuelo fue Noé. No obstante que por una parte su linaje vino del patriarca, por la otra perpetuó la maldición de Caín. Esto explica el dilema en el que después se encontraron los sacerdotes egipcios en cuanto a poseer el santo Sacerdocio.
VERSÍCULOS 25–27:
El primer gobierno de Egipto… Después de haberse establecido los hijos de Egiptus en la tierra recién descubierta, y de multiplicarse en gran manera, establecieron un gobierno. Fue según el orden patriarcal, y como cabeza o gobernador tuvo al hijo mayor de Egiptus. Él fue llamado Rey lo que según entendemos significa “rey por sangre real”.
Este primer Faraón fue un hombre justo, y por lo tanto estableció un reinado justo, de acuerdo con los deseos de su corazón. Él juzgó rectamente a su pueblo, y procuró sinceramente guiarlo del mismo modo que los patriarcas en los días antes del diluvio. Él siguió el modelo que ellos habían establecido, ciñéndose a la regla de soberanía establecida por Adán, el primer hombre. Él procuró también imitar el orden de sucesión en el que su abuelo, Noé, había servido tan valientemente, el cual Noé, nos dice Abraham, “le bendijo con las bendiciones de la tierra, y con las bendiciones de sabiduría, pero le maldijo en cuanto al sacerdocio”.
Los faraones de buena gana hubieran reclamado el Sacerdocio de Noé. Aunque el primer faraón fue un hombre justo, no pudo tener el derecho de poseer el Sacerdocio por ser del linaje de Caín, a cuya progenie le fue negado ese privilegio. Pero sus sucesores, olvidando la maldición que tenían sobre ellos a causa de Caín, reclamaron ese derecho de Noé, a través de Cam. Con esa clase de argumento, empleado para probar su supuesto derecho a oficiar en el sacerdocio, es que el padre de Abraham fue atraído a la idolatría de los egipcios.
VERSÍCULOS 28–30:
El Señor preservó en mis manos los anales de los patriarcas concernientes a los derechos del Sacerdocio. A pesar de haber apostatado sus padres de la creencia en el Dios de sus antepasados, y de haberse convertido a la adoración de los ídolos, cosa que afectó a toda la casa de su padre, Abraham se mantuvo firme e inamovible, continuando fiel a las creencias y prácticas religiosas de los antiguos. A medida que aumentaba en edad, él creció en gracia y en el conocimiento de aquel que creó todas las cosas, y en el conocimiento de todo lo que es justo y verdadero.
A él le repugnaron los reclamos de los sacerdotes idólatras del Faraón, de que ellos poseían el Santo Sacerdocio. Para mostrarle a sus descendientes que esos reclamos fueron falsos, y para probarles que la sucesión en el Sacerdocio había seguido a través de él, en forma ininterrumpida desde el principio, o desde el tiempo de Adán, el primer hombre, Abraham se propuso hacerlo mostrando ciertos anales, los cuales, dice él, “han llegado a mis manos, anales que tengo hasta hoy”.
Hambre en la tierra de Caldea. La promesa del Señor de visitar a los habitantes de Caldea, se cumplió al llegar a la región un hambre y una pestilencia (que no abandonaron al país hasta no haberlo arruinado por completo). El hambre fue tan intensa, y tan depresivos sus efectos que el padre de Abraham se sintió atormentado gravemente, y para escapar a los efectos del hambre y de la enfermedad, “se arrepintió” del mal que había resuelto hacerle a Abraham, de ofrecerlo como sacrificio sobre el altar en el cerro de Potifar, e imaginamos que buscó la ayuda de su hijo, a quien recientemente había ofendido de tal manera.
VERSÍCULO 31:
Los anales contenían un relato de los padres. Aquí se describen más ampliamente los anales mencionados en el versículo 28. No sólo contenían un relato de los patriarcas “concerniente a los derechos del Sacerdocio”, sino también la historia de la creación. Y tampoco terminaban con una explicación del comienzo de la tierra, sino que continuaban con una descripción “de los planetas y de las estrellas, como se dio a saber a los padres.”
Abraham nos informa de nuevo que esos anales los “he guardado hasta el día de hoy” y “trataré de incluir algunas de estas cosas en mi relato para beneficio de quienes vendrían después de mí.”
—
CAPÍTULO 2
El Señor causó que se agravase el hambre en la tierra de Ur. A causa de la maldad y la idolatría de los habitantes de la tierra de Caldea, el Señor hizo que vivieran un hambre sobre toda la tierra, la que se intensificó hasta el punto que afectó aún a los que tenían al comienzo del hambre, la resistencia y la fortaleza. Se reconoció que en el modo como Ur, la morada del padre de Abraham, que Harán su hermano, murió; pero Taré, su padre, impedido ante toda clase de reveses y privaciones, se resistió tenazmente a dejar su cómodo hogar.
VERSÍCULO 2:
Abraham tomó por esposa a Sara. Harán, el hermano de Abraham que murió en la tierra de Ur a causa del hambre que estaba haciendo estragos en la mayor parte de Caldea, dejó dos hijas, cuyos nombres fueron Sara y Milca. Abraham se casó con la primera, y su hermano Nacor, con la segunda.
VERSÍCULOS 3–5:
Abraham, vete de tu país… Obediente al mandato del Señor de que él se fuera de la tierra de su nacimiento, y abandonara su parentela y también la casa de su padre, y fuera a una nueva tierra, Abraham dejó “la tierra de Ur de los caldeos para ir a la tierra de Canaán”.
El mandato del Señor le llegó por boca del mismo Jehová, y él acató inmediatamente su divina autoridad. Al serle repetida la demanda, Abraham se dio cuenta de que se le requería imperiosamente que cortara todos los lazos que le unían a su tierra natal, y a sus parientes y amigos. “Vete de tu país, y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a una tierra que yo te mostraré”; fue el edicto inequívoco de la voz, y para Abraham esa voz debía ser obedecida con plena confianza.
La firme obediencia de Abraham al mandato del Señor, y su inflexible fidelidad a su Hacedor, son mencionadas frecuentemente en el Nuevo Testamento, como prueba de su fe en la protección providencial que le cubría permanentemente como un dosel… (Hechos 7; y Hebreos 11:8). Él emprendió la jornada; donde tenía que ir, él no lo supo, pero ciertamente, él supo con quién iba.
Abraham llevó junto con él, cuando dejó su hogar ancestral, a su sobrina Lot, el hijo de su hermano Harán, y a la esposa de Lot, y a Sara, su esposa. Fueron ellos solos, pues el Santo Espíritu fue delante de ellos para conducirles y guiarles. No pasó mucho, antes de que Taré, el padre de Abraham, que había quedado en Ur, siguiera en pos de su hijo casi desesperado. Siendo que la familia de Abraham fue una familia de pastores, ellos se establecieron en un valle donde abundaba el pasto. A ese lugar de refugio le pusieron por nombre Harán, por el hermano fallecido de Abraham.
Allí en Harán, vivieron durante varios años, al fin de los cuales el hambre que había azotado una gran parte de Caldea, disminuyó en intensidad. El esto se vio más particularmente en Harán y sus vecindades. En ese lugar Taré, el padre de Abraham, que era un envejecimiento pastor, prolongó su estadía, aun después de que Abraham y sus acompañantes partieron de allí. Como por los alrededores había un hábitat de otros pastores, no debe haberle sido difícil continuar ocupación, y además el quedarse allí le permitió ocuparse en una tarea más descansada que la que le impondrían los rigores de una larga jornada, teniendo en cuenta que era de edad avanzada. Al quedarse solo, Taré se vio de nuevo acusado por sus viejas creencias; imbuido con la idea de la idolatría, él retornó a sus prácticas anteriores (Génesis 11:32).
VERSÍCULO 6:
Yo Abraham, y Lot el hijo de mi hermano, oramos al Señor… entendiendo que si se quedaba en Harán, con su padre Taré, no cumpliría cabalmente con el pedido del Señor, Abraham se unió con Lot, en una oración al Señor, procurando saber la voluntad del Señor en cuanto a lo que debía hacer.
La súplica de Abraham fue contestada inmediatamente. Mientras aún se hallaba pidiendo la guía del Señor, Él se le manifestó. Entonces el Señor le mandó que se levantara y se aprestara a partir. Y le dijo, “Llévate a Lot contigo”, porque fue su propósito sacarlo de Harán (se supone la situación de Harán a mitad de camino entre Mesopotamia y la tierra de Canaán, a unas trescientas millas de ambos lugares). Además el Señor le aclaró a Abraham lo que se proponía con respecto a esa “tierra extraña”, a la que Él quiso llevarles:
“Voy a hacer de ti un ministro que llevará mi nombre”. Mi Sacerdocio a una tierra escogida que sería la herencia sempiterna de su simiente “cuando escucharen mi voz”. Escuchar la voz del Señor es obedecer sus mandamientos.
VERSÍCULO 7:
Yo soy el Señor tu Dios. En estas palabras el Señor proclamó su autoridad para hablar. No fue Él como los dioses de Elkenah, o de Faraón, que no hablaban, ni pensaban, ni tenían sentimientos. No fue como Shagreel, el dios del sol, o la luna, porque Él, el Señor, había creado al sol y la luna, y las estrellas.
Los cielos, donde él moraba y la tierra, el escabel de sus pies (significa algo sólido), ambos fueron hechos por Él. Imaginamos al Señor diciendo, “Yo soy el Dios de tus padres, el único Dios verdadero y viviente”. Él le dijo a Abraham, “extiendo mi mano sobre el mar y obedece mi voz; hago que el viento y el fuego sean mi carroza; a las montañas digo: idos de aquí; y he aquí se las lleva el torbellino, en un instante, repentinamente”. Con estas palabras el Señor trató de impresionar a Abraham con una noción del poder que Él poseyó, en comparación con los dioses paganos, carentes por completo de estas cualidades.
Para fortalecer la fe de Abraham en las promesas del Señor, y para prepararlo para la peligrosa jornada que estaba a punto de emprender, el Señor se le apareció y se le manifestó. Abraham había vivido desde su infancia en medio de la adoración pagana. Tuvo ante sí constantemente a dioses de madera y de piedra. Sus parientes en Ur adoraban al dios sol, y sus vecinos recién conocidos en Harán, al dios luna. No hay duda de que todas estas pretensiones y costumbres tuvieron influencia en su vida y dieron forma a algunas de sus conclusiones. Fue por esa razón que el Señor le mandó, “vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre”.
VERSÍCULO 8:
Mi nombre es Jehová. Indudablemente que Abraham estuvo familiarizado con este nombre pues el Señor había preservado en sus manos algunos anales escritos por los antiguos patriarcas. (Moisés 6:5; Abraham 1:28). O también, cuando Abraham estuvo a punto de ser ofrecido como sacrificio por el sacerdote de Elkenah, un ángel del Señor le apareció y desató sus ligaduras. En esa ocasión Abraham oyó una voz diciendo: “Abraham, Abraham, he aquí mi nombre es Jehová”.
En los escritos antes mencionados dice: “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre del Señor”. Ese nombre fue Jehová. Jehová significa Creador. La forma hebrea de la palabra Jehová es Yahveh, y se remonta mucho más atrás del tiempo de Abraham. Jehová es el nombre del Señor.
(Ver comentario sobre el nombre Jehová al final del capítulo 1 de los escritos de Moisés).
VERSÍCULO 9:
Haré de ti una gran nación. La intención del Señor al bendecir de esa manera a Abraham, puede comprenderse al tomar en cuenta la vasta multitud de buenos hombres y mujeres que habitan en cada parte del globo que por su linaje demuestran tener por antecesor común a Abraham. Grandes cantidades de sus descendientes esparcidos en toda la tierra, hijos de esta promesa, han heredado la divina misión de proclamar el evangelio sempiterno y al eterno Dios, y por derecho de linaje ministrar a todos los pueblos del mundo. En la obra de ese ministerio que le fue señalado por el amoroso Padre de todos los hombres, ellos llevarán el Sacerdocio de Dios a todos los hijos de Abraham. (Ver “La simiente de Abraham”, al final del capítulo 5).
VERSÍCULOS 10–11:
En tu simiente serán bendecidas todas las familias de la tierra. Esta es una predicción hecha por Dios mismo referida a la vida y ministerio de el Salvador de la humanidad, Jesucristo, nuestro Señor.
VERSÍCULOS 12–15:
Tu siervo te ha buscado diligentemente; ahora te he hallado. Aunque el Señor había dejado de hablarle palabras de consuelo y de ánimo, y a pesar de que su presencia no estuvo más delante de Abraham, éste no se sintió solo. Aun continuaba con él el Espíritu de Dios. Sobrebundando de gozo por encontrarse al servicio del Señor, Abraham contestó a la manifestación celestial, con el corazón rebosante de felicidad, con palabras meditadas: “Tu siervo te ha buscado diligentemente: ahora te he hallado”. Estas palabras revelan los más íntimos de los pensamientos que le embargaban, mientras contemplaba el fin de la gloriosa escena.
Abraham recapituló el momento en que un ángel de las mansiones gloriosas le apareció para librarle de ser sacrificado al Dios de Elkenah. Para él, eso representó un maravilloso despliegue del poder de Dios. Ese Dios a quien conocieron sus padres, y ello le presagió un futuro de paz y felicidad. Esta y muchas otras manifestaciones que tuvo de cómo la providencia divina cuidó de él, impulsaron a Abraham a considerar que era su deber obedecer los mandamientos del Señor. Por lo tanto, con una oración en el corazón y resuelto a dar oído a la voz del Señor, suplicó humildemente en una oración dirigida al Todopoderoso Dios: “Permite, pues, que tu siervo se levante y vaya en paz”.
Más que yo Abraham, salí como el Señor me había dicho. Obedeciendo lo que el Señor le había mandado, Abraham, que para ese entonces tuvo 62 años de edad (en Génesis 12:4 se le da a Abraham una edad de 75 años), salió de Harán llevando consigo a Lot. Tomó también consigo a su esposa, Sara, y a todos los que desde que salieron de Ur se habían unido a ellos abandonando todas sus ideas en cuanto a el dios sol y la diosa luna, y los dioses de madera y de piedra, a los cuales ellos podían tocar. También llevaron con ellos toda la “substancia” que habían acumulado desde que abandonaron su tierra nativa. Guiados por inspiración y protegidos por el poder del Señor, la pequeña compañía, guiada por Abraham, tomó “el camino de la tierra de Canaán, habitando en tiendas mientras viajábamos”.
VERSÍCULOS 16–17:
La eternidad fue nuestra protección… Poniendo su confianza en Dios, cuyo atento cuidado acompañaba a todos los que aman el hacer su voluntad, la pequeña banda de colonos en busca de un nuevo hogar viajó “por el camino de Harán para llegar a la tierra de Canaán”. Ellos tuvieron la seguridad de que Dios les cubriría con su protección en contra de todo daño, y que tendrían paz. Su roca (Creador) fue el Señor, así como fue su salvación.
Los antiguos hebreos solían decir: “¿Quién es nuestra roca, sino nuestro Rey? ¿Y quién es nuestro Rey sino el Señor; y quién es el Señor a menos que Él sea Dios?”. La idea expresada en estas pocas palabras fue heredada por los judíos, y vino desde el tiempo de Abraham.
Y yo Abraham edifiqué un altar en la tierra de Jersón. Fiel a la confianza que el Señor había depositado en él, Abraham, junto con todas las almas que había juntado, acordaron rendir homenaje al verdadero Dios, y edificaron un altar en la tierra de Jersón, y en él “traje presente al Señor”. La construcción de un altar con el propósito de ofrecer un sacrificio a Dios, fue la manera reconocida de adorar que se empleó en los tiempos patriarcales, y posteriormente se restableció como patrón de acuerdo al cual se le recordaban a Israel las gloriosas promesas de la salvación.
Olvidando sus propias vicisitudes, pero no las penalidades que estaban pasando sus seres amados, que habían quedado en Caldea azotada por la intensa hambre, Abraham consideró propio interceder en favor de ellos y oró a Dios en esa solemne ocasión “Para que no muriesen”.
VERSÍCULO 18:
El itinerario de Abraham desde Harán hasta la tierra de Canaán. Como hemos visto, Harán estaba a media distancia entre Mesopotamia y la tierra de Canaán, unas trescientas millas. La jornada de Abraham hacia el sud-oeste y hacia el oeste ha sugerido que Abraham y su pequeña comitiva atravesaron Siria, deteniéndose probablemente en Damasco para recobrar fuerzas. Después de fortalecer sus espíritus y restaurar sus fuerzas dejaron Damasco y continuaron su viaje hacia el sud-oeste a través de Basán a un lugar cercano al mar de Galilea y desde allí al lugar de Siquem en el centro de Canaán; que fue el antiguo nombre de Palestina. Ha sido señalado que para ese tiempo mucho de Siria y Canaán estuvo ocupado por los amorreos, una raza idólatra.
El lugar de Siquem, situado en las llanuras de Moré (generalmente se considera que el lugar de Siquem fue un antiguo santuario consagrado a los dioses paganos, y las llanuras de Moré hacen pensar en la misma cosa. De todos modos, Siquem fue un valle dedicado al pastoreo que en el tiempo de Abraham no estuvo habitado. En ese lugar el arbusto denominado Terebinto, muy común en Palestina, sirve de abrigo contra los ardientes rayos del sol. “Se destacan por sus anchas ramas y el verde oscuro de su follaje”. Es muy probable que debido a su acogedora sombra y frescor, Abraham haya escogido un bosquecillo de esos árboles como lugar propicio para acampar, el que a la vez les daba protección en contra de las bandas de ladrones que generalmente infestaban esas regiones.
Sintiéndose inseguro sin el protector cuidado del Todopoderoso Dios, Abraham ofreció un sacrificio donde estaban acampando, y rogó devotamente que les protegiera de sufrir vejámenes, siendo que ya se encontraban en tierra de “esa nación idólatra”.
VERSÍCULO 19:
Daré esta tierra a tu simiente. Contestando la súplica de Abraham, el Señor le apareció nuevamente asegurándole que no sufrirían ningún daño a manos de las bandas de tribus que asolaban la región. También el Señor le confirmó a Abraham la promesa que le había hecho, “Daré esta tierra a tu simiente”.
El Señor no solo hizo convenio con Abraham individualmente, sino que muchas generaciones de sus descendientes serían las beneficiarias del solemne compromiso que allí expresó el Señor: “Esa tierra su posteridad la ocupará durante siglos como un pueblo peculiar; en ella sembrarán las semillas del conocimiento divino para beneficio de la humanidad; y considerada en su situación geográfica, fue escogida con sabiduría divina como la tierra más apta para servir de cuna a la revelación divina destinada a todo el mundo”.
VERSÍCULO 20:
“Y yo Abraham… invoqué de nuevo el nombre del Señor.” Abraham, no comprendiendo plenamente en toda su extensión los propósitos de Dios al conducirle a una tierra extraña, que no conocía, ahora que él y su pequeña compañía habían llegado a la tierra de Canaán, buscó sin descanso un lugar apropiado para establecerse permanentemente, en donde pudiera ver realizados sus más altos ideales.
Los lugares fueron algunos atractivos, otros no. Debe recordarse que la vida de Abraham había sido pastoril, y puede presumirse que en sus andanzas le seguía una creciente cantidad de ovejas. No conforme con las condiciones imperantes en Siquem, que se encontraba en las llanuras de Horeb, él mudó su campamento al oriente de Betel, hacia una cadena de montañas en las que su mayor elevación le aseguraba pasturas más abundantes y verdes. En ese lugar podrían pastar sus ovejas y los demás animales que llevaban con ellos.
En ese lugar, Abraham de nuevo edificó un altar al Señor, e invocó su nombre en humilde oración.
VERSÍCULO 21:
Y yo Abraham, viajé, yendo todavía hacia el mediodía (el sur). No habiendo aún hallado un lugar satisfactorio, quizás porque el Santo Espíritu le urgía a que siguiera adelante a fin de poder cumplir los propósitos de Dios. En cuanto a él, Abraham dejó el campamento en las montañas “yendo todavía hacia el mediodía”. El hambre que había devastado la tierra de Caldea, estaba ahora haciendo estragos en Canaán, en donde ahora el extranjero Abraham estaba viviendo, y sus habitantes sufrían penosamente a causa de ella.
Más hacia el sur se encontraba Egipto. Abraham decidió viajar allí hasta que el hambre dejase de ser tan grave en el norte.
Egipto fue una tierra descubierta por una mujer, Egiptus, nombre que significa “prohibido”. Todo el territorio era atravesado por un gran río. El valle del Nilo y particularmente su delta estuvieron entonces cubiertos por las aguas (Génesis 13:10; Abraham 1:24). Esa tierra ofrecería a Abraham lo que estaba buscando.
VERSÍCULOS 22–25:
Sara tu mujer es hermosa de vista. El Señor, que no dejaba de velar por Abraham, antes de que éste entrara en Egipto le previno que su esposa Sara, era “hermosa de vista”. Por lo tanto, sucederá que cuando los egipcios la vean, se dirán: su mujer es; y te matarán, más a ella le preservarán la vida; por tanto hazlo de esta manera: diga ella a los egipcios que es tu hermana, y vivirá tu alma”. Sara era de hermosa apariencia, oriunda de tierras altas y montañosas, mientras que los egipcios descendientes de Egiptus, la esposa de Cam, hija de Noé, tuvieron la piel negra. Egiptus, quien descendió de Caín, había transferido a sus descendientes la piel negra heredada como resultado de la maldición que persiguió a la simiente de Caín.
“Y aconteció que, como entró Abraham en Egipto, los egipcios vieron que la mujer era hermosa en gran manera. Vieron también los príncipes de Faraón y se la alabaron; y fue llevada la mujer a casa de Faraón.” (Génesis 12:14–15).
Fue por causa de la belleza de Sara que el Faraón tuvo noticias de Abraham. El rey era dueño de ovejas, vacas, asnos, y tuvo siervos y criadas y otras riquezas, en base a las cuales los egipcios hacían sus transacciones. El las ofreció a Abraham “por causa de ella”, con la idea de comprarle.
“Mas Jehová hirió a Faraón con grandes plagas, por causa de Sara, la mujer de Abraham.” (Gén. 12:17).
Para los estudiantes de la vida de Abraham, estos versículos no significan una tentativa, inspirada por Dios a Abraham para engañar a los egipcios, sino una protección providencial para librarles de la maldad de un pueblo idólatra; que también sirvió para que el único y verdadero Dios viviente les manifestara su poder, pues Abraham tenía que llevar a cabo entre los egipcios una gloriosa misión.
Moisés escribió lo que tenemos ahora en el capítulo 8 del libro que lleva su nombre en la Perla de Gran Precio, y lo que aparece en una forma fragmentada en el libro de Génesis en las escrituras hebreas, con la información que obtuvo de la abundante fuente de toda verdad, y de anales ya existentes. Muy posiblemente algunos de esos anales fueron escritos por Abraham mismo por su propia mano; y contendrán una información sobre sus viajes más detallada de la que aparece en los escritos de Abraham como tenemos en el Libro de Abraham. Es evidente que los escritos de Abraham como los tenemos en el libro que lleva su nombre, son una exposición doctrinal que tiene como fin transmitir verdades celestiales y un abundante conocimiento acerca de la grande y gloriosa creación de Dios.
(Se sugiere hacer un cuidadoso análisis de todo el capítulo 2 del libro del Génesis).
—
CAPÍTULO 3
El capítulo 3 del Libro de Abraham es una revelación majestuosa que expande el entendimiento del cosmos, del tiempo eterno, de la naturaleza de los espíritus y del gran concilio en el cielo. Mediante el Urim y Tumim, un instrumento sagrado de revelación, Abraham recibe visiones celestiales que conectan los cielos físicos con las realidades eternas del plan de Dios.
En la primera parte del capítulo, el Señor instruye a Abraham sobre los cuerpos celestes. Aprende sobre Kólob, la estrella más cercana al trono de Dios, y sobre la relación de todas las estrellas y planetas en cuanto a sus órdenes, tiempos, y revoluciones, estableciendo un sistema jerárquico tanto astronómico como espiritual. Se introduce el principio de que «donde hay dos cosas, una será mayor que la otra», aplicable a los mundos y también a los espíritus.
Luego, el Señor revela a Abraham la naturaleza eterna de las inteligencias o espíritus. Estos no fueron creados ex nihilo, sino que son eternos y sin principio ni fin, y difieren en inteligencia, siendo Dios el más inteligente de todos. Abraham aprende que algunas de estas inteligencias fueron “nobles y grandes” y fueron escogidas como líderes antes de la fundación del mundo.
Abraham también es enseñado sobre la vida preterrenal, donde el Señor estuvo en medio de los espíritus y los probó. En ese gran concilio, uno semejante a Dios (Cristo) se ofrece para cumplir el plan del Padre como Redentor, mientras que otro (Lucifer) se rebela al no ser escogido, y es echado fuera junto con muchos de sus seguidores, lo que marca el inicio del conflicto eterno entre el bien y el mal.
Este capítulo enseña doctrinas fundamentales:
- La eternidad de los espíritus y su diferencia en inteligencia.
- La preordenación de profetas y líderes, como Abraham.
- La propuesta del plan de salvación y la elección de Jesucristo como Redentor.
- La caída de Lucifer y sus seguidores.
- El principio de progresión y recompensa en los estados de existencia (primer y segundo estado).
En conjunto, el capítulo 3 es una revelación clave que vincula la astronomía sagrada con la teología eterna, mostrando el vasto diseño del plan divino y el lugar central de Cristo en la redención de la humanidad. También afirma la nobleza y propósito del alma humana desde antes de la vida terrenal.
VERSÍCULO 1:
Y yo Abraham tenía el Urim y Tumim. De acuerdo al hebreo (Éxodo 28:30) el significado literal de las palabras Urim y Tumim es “luces y perfecciones” o “el resplandeciente y el perfecto”. En verdad podemos entender que denota una “luz que brilla en las tinieblas” y un “perfecto entendimiento”. De acuerdo con la versión septuaginta (versión del Antiguo Testamento mandada a escribir por Ptolomeo II, cerca del 250 a. C.), significa “manifestación y verdad”. Mientras que San Jerónimo lo interpreta como “doctrina y juicio”. Fueron dos piedras o cristales adjuntos al pectoral que usaban los Sumos Sacerdotes cuando buscaban respuesta de Dios.
Leemos solamente de dos clases de piedra. Una dada por el Señor a Abraham, y la otra obtenida de la misma fuente por el hermano de Jared, Mahonri Moriancumer, antes de descender del monte donde se había desarrollado la escena de su maravillosa visión, cuando fue allí a suplicar la ayuda del Señor. Las piedras le fueron entregadas a Moriancumer con la admonición de que las sellara junto con los sagrados anales que llevaba para que quedaran ocultos a los ojos del mundo hasta que en el debido tiempo del Señor salieran a la luz. Se establece que su propósito es el “manifestar”, o sea aclarar “las cosas que escribirás”. (Leer Éter 3 y 4).
Cuando Moriancumer hubo recibido el Urim y Tumim el Señor le abrió su visión, posiblemente por medio de estas piedras, le fue mostrada la raza humana, pasada y futura, como una visión panorámica.
Enoc tuvo una visión similar de “muchas generaciones”. Mientras se encontraba sobre el monte Simeón (Moisés 7:2, 6, 22–29). Abraham, quien recibió el Urim y Tumim mientras estuvo en Ur, tuvo maravillosas visiones y revelaciones en cuanto a la creación del Universo y las inteligencias que fueron organizadas “antes de que el mundo fuese”. De ese modo él fue preparado para su misión en Egipto. (Abraham 3:15). Moisés, quien también pudo haber tenido en su posesión el mismo Urim y Tumim que tuvo Abraham, tuvo visiones similares. (Moisés 1:27–29).
VERSÍCULOS 2–3:
Mediante la instrumentalidad del Urim y Tumim, Abraham tuvo grandes visiones y en ellas vio el glorioso firmamento de los cielos, como si hubiese sido transportado allí en persona. Vio las estrellas, y la más grande de ellas. Distinguió que una de ellas fue más grande que todas las demás y que estaba cerca del trono de Dios; percibió muchas otras que estaban cerca de la más grande.
“Estas son las gobernantes”. La visión fue tan tremenda y sobrecogedora que el Señor intercedió para explicarle su significado, y los propósitos que tuvo al organizar de ese modo los cuerpos celestiales. Le dijo: “Esas son las que rigen”, cada una colocada en la esfera apropiada desde donde puede controlar los movimientos de una de menor tamaño. “Y el nombre de la grande es Kolob, por causa de que está cerca de mí, porque yo soy el Señor, tu Dios.”
Por mí es gobernado todo el Universo, “y a ésta la he puesto para que rija a todas aquellas que son del mismo orden que ésta sobre la cual estás”.
VERSÍCULOS 4–12:
Kolob fue conforme a la manera del Señor. El Urim y Tumim fue el instrumento por medio del cual Abraham discernió las maravillosas verdades que él registró. La voz del Señor acompañó a las escenas que se presentaron ante su vista describiéndoselas a Abraham casi en detalle.
Las grandes verdades astronómicas reveladas por Dios a Abraham son de tan vastos alcances, tan instructivas que la mente humana, sin ayuda divina, no puede captar sus alcances; ningún hombre sin inspiración podrá jamás alcanzar las alturas o las profundidades del conocimiento por ellas impartido.
De la visión de Abraham aprendemos que los grandes planetas mencionados en los versículos precedentes controlan a todos los otros en sus revoluciones o, en otras palabras, son los puntos centrales alrededor de los cuales giran los otros. Así como la luna gira alrededor de la tierra y la tierra con los otros planetas primarios y secundarios pertenecientes a este sistema solar giran alrededor del sol, del mismo modo el sol tiene un centro alrededor del cual él junto con todas sus tierras y lunas da vuelta, mientras que a la vez este gran punto central tiene también un planeta gobernante, un sol o planeta alrededor del cual él, junto con todos sus correspondientes sistemas de soles y mundos da vueltas, y así siguiendo de ese modo hasta llegar a Kolob, el más cercano al trono de Dios. El cual Kolob es el gran centro que gobierna todos los soles y sistemas de soles “que pertenecen al mismo orden que nuestra tierra”.
Acerca de la más grande de estas órbitas celestiales, el libro de Abraham nos enseña, que:
Kolob es la más grande de todas las estrellas que vio Abraham.
Es así por ser el más cercano a la mirada de Dios.
Está cerca del trono de Dios.
Es según la manera del Señor de acuerdo a sus tiempos y estaciones y a sus revoluciones.
Un día en Kolob es igual a mil años de acuerdo al cómputo de esta tierra.
La medida de acuerdo al tiempo celestial significa un día a un cubo.
VERSÍCULOS 13 y 14:
Te multiplicaré y a tu simiente después de ti igual que éstas. Abraham vio al Señor extendiendo su brazo y su mano como abarcando todas sus creaciones.
“Hijo mío, hijo mío”, le dijo a Abraham, “he aquí, yo te mostraré todas éstas”; las creaciones se multiplicaron delante de los ojos asombrados de Abraham. Las creaciones se multiplicaron delante de los ojos asombrados de Abraham. Él no pudo alcanzar a ver el fin de las estrellas y sus correspondientes planetas.
No cabe duda de que Abraham se sintió profundamente impresionado por las cosas que el Señor le mostró, y que contempló maravillado la inmensidad de la obra de Dios. Sin embargo, él quedó hondamente perplejo ante los interrogantes que se le plantearon, por ello el Señor, viendo la perturbación de Abraham, se apresuró a identificar muchas de las estrellas y planetas que se movían en sus cursos celestiales y explicarle al respecto, de modo que Abraham pudiera comprender. Primero dirigió la atención de Abraham hacia el sol que es Shinehah, le dijo él; y Kolob, que es una estrella; Olea, la luna; y Kokaubeam, que significa estrellas, o “todos los grandes luminarias que se hallan en el firmamento”.
El siervo de Dios estuvo tan absorto en las cosas que vio y fue tanta su exaltación al ver su majestad que hasta ese momento Abraham no se dio cuenta que era de noche. En medio de la cortina de oscuridad que la noche tendía a su alrededor, él vio las innumerables creaciones de Dios como objetos que brillaban en un cielo obscuro. A Abraham le fue imposible contar las ya que fueron tan innumerables como las arenas sobre la orilla del mar, Abraham contempló pasada la escena que se presentaba ante él, los soles y las lunas multiplicándose ante su visión de tal forma que no las pudo ver todas. Fue entonces que el Señor le prometió a Abraham, “te multiplicaré a ti y a tu simiente, igual que éstas”. El sentimiento expresado en estos versículos tuvo eco en las palabras del salmista:
“Los cielos declaran la obra de Dios y la expansión anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1) (y también el Salmo 8):
La Gloria de Dios y la Honra del Hombre
Oh Jehová, Señor nuestro,
¡Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!
Haz puesto tu gloria sobre los cielos;
De la boca de los niños y de los que maman,
fundaste la fortaleza,
a causa de tus enemigos,
Para hacer callar al enemigo y al vengativo.
Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos
La luna y las estrellas que tú formaste,
Digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria?,
¿Y el hijo del hombre, para que lo visites?
Le has hecho poco menor que los ángeles,
Y lo coronaste de gloria y de honra.
Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos;
Todo lo pusiste debajo de sus pies:
Ovejas y bueyes, todo ello,
Y así mismo las bestias del campo,
las aves de los cielos y los peces del mar;
Todo cuanto pasa por los senderos del mar.
¡Oh Jehová, Señor nuestro,
Cuán grande es tu nombre en toda la tierra!
VERSÍCULO 15:
Y el Señor me dijo: Abraham… El Señor, por uno de sus sabios propósitos, mostró a Abraham esas grandes cosas. Ese propósito es tratado ampliamente más adelante, al tratar sobre la simiente de Abraham. Para abreviar ahora diremos que fue para enseñar a los egipcios, a cuyo país viajó Abraham, todas las palabras que el Señor había hablado de que Dios usó a Abraham, como se declara en sus escritos, para transmitir conocimiento astronómico a los egipcios, pensamos que está plenamente demostrado por lo siguiente: Josefo (Libro 1, Capítulo 8) dice que Abraham les instruyó (a los egipcios) en aritmética, y les comunicó la ciencia de la astronomía, porque antes de que Abraham fuera a Egipto ellos ignoraban esta clase de conocimiento, porque la ciencia vino de los caldeos a Egipto y de allí a los griegos”.
VERSÍCULO 16:
Habrá cosas mayores sobre ellas. En la economía de los ciclos, todas y cada una de las cosas creadas tiene un lugar desde el cual sirve a toda la creación, lugar que Dios le ha asignado. El orden regula a todas las cosas. Los soles, las lunas y las estrellas que se mueven en sus cursos celestiales se rigen por una ley que no pueden transgredir.
Por ejemplo, si existen dos planetas o estrellas, y una de ellas se rige por la otra de acuerdo a lo designado por el Creador, “habrá cosas más grandes sobre ella”, hasta acercarse a Kolob, el cual es según el cálculo del tiempo del Señor; el cual Kolob está colocado cerca del trono de Dios, para gobernar todos aquellos planetas que son del mismo orden que aquel sobre el cual estás. “Por consiguiente Kolob es el más grande de todas las Kokaubeam que has visto, por que está cerca de mí”.
VERSÍCULOS 17–19:
Yo soy el Señor tu Dios, yo soy más inteligente que todos ellos. Para que Abraham pudiera comprender más plenamente la verdad que le impartía el Señor y que Abraham registró en el versículo citado anteriormente, el Señor le explicó que la luna, aunque está sobre la tierra, “no era el fin de sus creaciones”, sino que puede ser que haya un planeta o una estrella sobre ella, y así siguiendo de ese modo hasta llegar al trono eterno.
Para llevar a cabo los propósitos que tuvo en la creación, Dios puede poner en acción fuerzas que desconocemos. Él controla al sol, la luna y las estrellas. Todos los propósitos de Dios están consagrados a sus hijos. Si en su corazón Él dice “Quiero”, ¡Él lo realiza! Sabemos que nos rodea una grande y gloriosa creación. Las estrellas que moran en los cielos desde la tierra hasta el polo nos muestran los pasos que tenemos que seguir para llegar a la eterna morada de Dios en lo alto.
La ley que gobierna a los soles y las lunas y estrellas, todo el universo, las obras de las manos de Dios, se las compara a la ley que gobierna los espíritus de los hombres. Hay un principio que es evidente en ambos: siempre hay alguien superior, o más inteligente que el otro. Si existen dos espíritus, y “uno es más inteligente que el otro”, aunque ambos sean coeternos, es decir, no tienen principio ni fin y por lo tanto son eternos, el que es más inteligente que el otro tendrá a su vez otro más inteligente que él. Y así hasta llegar al eterno trono de Dios: “Yo soy el Señor tu Dios, yo soy más inteligente que todos ellos”.
VERSÍCULOS 20–21:
Yo habito en medio de todos ellos… El Señor, el Dios de Abraham, quien mora en las alturas, rodeado por muchos concursos de ángeles, le recordó a Abraham que Él le había enviado un ángel de su presencia para “librarte de las manos del sacerdote Elkenah”, cuando los adoradores de ídolos estuvieron a punto de ofrecerle como sacrificio al darlos sol o a alguna imagen inanimada de madera o piedra. Mediante esa milagrosa liberación, Dios le mostró a Abraham su poder y dominio. La forma en que Él preside con sabiduría y verdad sobre todos los ángeles en el cielo y sobre los hombres en la tierra, no es sino una muestra de la majestad y dominio de Dios. Todas las obras de sus manos, la soberanía de su poder, el glorioso esplendor de su presencia, juntos testifican del Señor y exaltan su santo nombre. Abraham vio la magnificencia de las cortes de gloria.
Todo esto y más vio y escuchó Abraham. El Señor al enumerar los hechos mencionados en los versículos 20 y 21 estuvo preparando la mente de Abraham para que recibiera otras verdades que él estaba a punto de impartirle.
VERSÍCULOS 22–23:
Entre todas estas había muchas de las grandes y nobles. Abraham vio las innumerables huestes de los cielos. Dios gobernó en medio de ellas. Su cantidad fue tan grande que Abraham se maravilló al ver la multitud que rodeaba el trono de Gracia. Toda sirviéndole ansiosamente. Entre quienes le ofrecían su homenaje había muchas de las nobles y grandes. Abraham comprendió que hubo algunos que sobresalieron en su devoción al deber y en su lealtad, aunque todos fueron iguales en lo que hace a su nacimiento como hijos espirituales de Dios, quien es el Padre de todos. Abraham entendió que las inteligencias que había visto fueron organizadas (les nacieron a Dios) “antes que el mundo fuese”, y que ellas no tuvieron principio ni tendrán fin; eran eternas.
A estos haré mis gobernantes. Dios el Padre de todos ellos, vio que algunos de sus hijos espirituales fueron más diligentes en servirle que otros. Él percibió que ellos fueron buenos. Así que, estando en medio de ellos, él declaró: “a estos haré mis gobernantes”. “Abraham” —le dijo el Señor llamándolo por su nombre—, “tú eres uno de ellos; tú fuiste escogido antes de nacer”.
VERSÍCULOS 24–26:
Y estaba entre ellos uno que era semejante a Dios. Hubo uno entre los grandes que fue el más grande de todos. Él era un arquitecto y un constructor. En consulta con su Padre él había formulado un completo diseño de “una tierra donde estos (los hijos de Dios) puedan morar”. Les señaló a sus asociados que en los dominios de Dios había gran cantidad de “espacios” sin usar y abundantes materiales con los cuales podrían llevar a cabo sus planes. Su propósito fue reunir en una vasta área las fuerzas y las energías que abundaban en las esferas donde Dios reinaba de modo supremo, y crear con ellas un hogar para sus numerosos hermanos y hermanas que habitaban en el mundo de los espíritus. Él, como hemos dicho, “sería el arquitecto y el constructor”, vengan, dijo a los nobles y grandes: “descenderemos… y haremos un mundo donde éstos puedan morar”.
“Y allí los probaremos, si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”. “Y aquellos que guardaren su primer estado”—es decir los que fueron leales y fieles a los propósitos de Dios mientras estuvieren en el mundo de los espíritus— se les agregarán mayores bendiciones que las que les correspondían como herederos del Altísimo. Pero, dijo el que era el más grande de todos en tono de profético repudio: aquellos que no guardan su primer estado, y se muestran renuentes a guardar los mandamientos de Dios y se rebelan contra su palabra, no recibirán los dones que benéficamente les son concedidos a los fieles, y por lo tanto no serán recompensados con la gloria ni la cual serán coronados los justos en el reino de Dios. En cuanto a aquellos que entren en su segundo estado, la vida terrenal, y busquen primeramente el reino de Dios, tendrán un aumento de gozo, poco a poco, paulatinamente, tendrán una sempiterna gloria “añadida sobre su cabeza”.
VERSÍCULOS 27–28:
¿A quién enviaré? La tierra completada de acuerdo con los planes y especificaciones de su arquitecto y constructor, fue conceptuada por él como un lugar adecuado para ser morada del hombre. Con el fin de que se cumpliese plenamente el propósito de la tierra de ser la habitación para los espíritus a quienes Dios había creado y los cuales serían investidos con cuerpos de carne y huesos, se efectuó un gran concilio en los cielos. Fue un concilio de los dioses; de los nobles y grandes. Presidiendo las deliberaciones estuvo el mayor de todos, el Supremo Gobernador del Universo.
Allí, en ese Concilio, se dio a saber cuál sería el futuro del hombre, y se deliberó ampliamente sobre eso y sobre su bienestar. El Padre, en su sabiduría, presentó un plan para el desarrollo del hombre como un ser mortal así como en su condición exaltada, y él fue el árbitro final, de cuyas decisiones no hubo apelación. Ese plan fue el plan de vida y salvación.
Una vez completados todos los otros detalles, y todos los hijos de Dios los aceptaron con gritos de gozo, las más importantes de las cuestiones planteadas en el Concilio fue presentada por el Jefe Supremo del mismo:
“¿A quién enviaré?”.
Hubo acuerdo en que el primer hombre transgrediría la santa ley de Dios, y que al hacerlo traería la miseria y el pecado a la esfera celestial donde habitaba. Que debería enviarse a la tierra un Redentor para rescatarlo de las consecuencias que le acarrearía el pecado. Debía ser alguien calificado como para pagar el rescate. ¿Quién sería?
El arquitecto y constructor de la tierra respondió rápidamente a la pregunta de su Padre:
“Aquí estoy, envíame”.
Otro también expresó su voluntad de servir a ese propósito:
“Heme aquí, envíame”.
“Enviaré al primero” fue la definitiva declaración del oficial presidente del concilio.
El que ofreció en segundo término sus servicios no guardó su primer estado.
(Moisés 4:3–4).
—
CAPÍTULO 4
El capítulo 4 del Libro de Abraham presenta una versión revelada del relato de la creación, enfatizando el consejo y acción de una pluralidad divina —“los Dioses”— en la organización del mundo y de toda vida que hay en él. A diferencia del relato tradicional de Génesis, donde el acto creador se atribuye exclusivamente a Dios, aquí se muestra un consejo celestial participativo, lo que refleja la doctrina restaurada de la divinidad como un cuerpo organizado de seres glorificados, actuando bajo la dirección de Jehová (el Hijo), conforme al plan del Padre.
El capítulo sigue la estructura de los seis días (u ocasiones) de la creación, presentados como etapas planificadas y ejecutadas con orden, propósito y autoridad divina:
- Primer día: se separa la luz de las tinieblas, estableciendo el principio de día y noche.
- Segundo día: se organiza el firmamento, separando las aguas.
- Tercer día: aparecen la tierra seca y las grandes aguas; se da origen a la vegetación según su especie.
- Cuarto día: se organizan los luminares celestiales (el sol, la luna y las estrellas) como reguladores del tiempo.
- Quinto día: se crean los seres acuáticos y las aves, y se les manda multiplicarse.
- Sexto día: se forman los animales terrestres, y finalmente el hombre y la mujer a imagen de los Dioses, con dominio sobre toda la creación.
En este capítulo se destaca un lenguaje repetido de organización en lugar de creación ex nihilo. Este énfasis sugiere que los elementos ya existían y fueron ordenados o dispuestos por los Dioses, en armonía con otras revelaciones restauradas que enseñan que la materia es eterna y que Dios actúa sobre ella con poder y propósito.
También es notable que los seres humanos son formados a imagen de los Dioses —varón y hembra— y que se les confiere dominio, multiplicación y propósito dentro del plan divino.
El capítulo 4, en suma, nos ofrece una visión profundamente doctrinal de la creación como un acto divinamente deliberado, colectivo y eterno, revelando no sólo el orden físico del universo, sino su conexión con principios eternos y con el papel central del hombre y la mujer como hijos e hijas de Dios.
VERSÍCULOS 1–2:
Los dioses organizaron y formaron los cielos y la tierra.
Los nobles y grandes, los dioses quienes en el concilio habían ratificado, junto con todos los hijos de Dios el plan de Salvación que les había presentado su Gran Sumo Sacerdote, quien fue su Padre. Luego los acontecimientos se sucedieron con rápida sucesión.
Bajo la dirección del que fue semejante “Al Hijo del Hombre”, ellos, o sea los dioses, fueron hacia ese lejano espacio donde hubo una abundante cantidad de “materiales”, y allí “organizaron y formaron los cielos y la tierra”.
“La tierra, después que fue formada, estuvo desolada y vacía”. Todavía no fue más que un vasto y hostil desierto. No hubo luz que atravesara las tinieblas que prevalecían sobre su vasta expansión. Fue una esfera desierta y sin vida, pero no hubo pérdida de tiempo. No dejó de hacerse nada que sirviera para convertir a la tierra en un lugar apto para la supervivencia del hombre. “El Espíritu de los Dioses” estuvo infundido en toda la creación, y continuó el trabajo para hacer de la tierra un lugar habitable donde el hombre pudiera morar.
VERSÍCULOS 3–5:
Haya luz… Los dioses vieron que sus esfuerzos en lo que hace a construir una tierra y completarla exitosamente, hasta ese momento solo habían sido los pasos preliminares necesarios para el logro de sus propósitos. Por lo tanto dijeron: “Haya luz”; y el texto dice: “Y hubo luz”.
De algo podemos estar seguros; que los dioses hicieron algo más que hablar: “Y ellos (los dioses) comprendieron la luz”. Comprender la luz significa que ellos no solo observaron la luz, sino que le dieron su más amplia utilidad.
La luz es a la tierra lo que el conocimiento es a la mente humana. Luz es vida, sea en la tierra o sea en el hombre. La luz y la vida son gemelos engendrados por la naturaleza y ser del alma que no puede ser apagada.
La oscuridad es muerte y destrucción; luz es crecimiento y desarrollo. Los dioses vieron y reconocieron que lo que habían proporcionado fue la vital luz y verdad.
Los dioses hicieron que la luz se separase de las tinieblas. Podemos juzgar que este fue el comienzo del gran fenómeno: el movimiento de la tierra sobre su eje. El texto dice: “Este fue el primero, o el principio de lo que ellos llamaron día y noche”.
(Moisés 2:3–5; Gén. 1:3–5).
VERSÍCULOS 6–8:
Haya una expansión en medio de las aguas.
VERSÍCULOS 9–13:
Que las aguas… se junten en un lugar, y que surja la tierra seca.
VERSÍCULOS 14–19:
Y fue la cuarta vez.
Aquí se emplea el término “cuarta vez” en lugar de “día” como se usa en los escritos de Moisés según aparece en la Perla de Gran Precio y en el libro del Génesis. Es evidente que Moisés empleó un término que prevaleció entre los orientales, entre los cuales fue un dirigente. Denota una época en la cual es posible trabajar. Puede traducirse adecuadamente como día, pero su significado está sujeto a varias interpretaciones. Moisés no quiso dar a entender un día de 24 horas sino un día de indefinida duración. Un período de acción, un estado de existencia, sin referencia definida al calendario.
Hay una cantidad de palabras hebreas que cuando se trasladan al inglés se deletrean igual y se pronuncian lo mismo pero se las debe interpretar en relación con la cosa a que ellas se refieren. Día es una; roca es otra. Roca en hebreo a veces se refiere al Creador. La palabra roca también significa una piedra o un guijarro. Es así que leemos:
“Ellos recordaron que Dios fue su roca”, o sea: “Ellos recordaron que Dios fue su Creador”. (Salmo 78:35).
Leemos también el caso cuando Moisés golpeó la roca y de ella brotó un abundante chorro de agua que calmó la sed de los israelitas que andaban errantes por el ardiente desierto de Arabia. (Números 20:11).
Roca puede referirse a varias cosas.
Lo mismo puede decirse de la palabra día. Se refiere a un espacio de tiempo que los hebreos computaban comenzando con la puesta del sol y que representaba una vuelta de la tierra sobre su eje. (Gén. 7:24).
Sin embargo, puede servir para un período de tiempo no definido tanto como para una referencia entre dos puntos del calendario. Este es el significado que Moisés tuvo en mente cuando usó la palabra cuyo equivalente en inglés es “día”.
Leemos de nuevo:
“Yo sé que mi Redentor vive y al fin se levantará sobre el polvo” (en inglés dice: “en el último día”).
El día a que se refiere Job es de naturaleza indefinida. Zacarías hace una pregunta que también ilustra este significado:
“Porque los que me menospreciaron en el día de las pequeñeces”. (Zacarías 4:10).
VERSÍCULOS 20–23:
Fue la quinta vez. (Ver comentarios sobre Moisés 2:20–23).
No es necesario que nos sorprendamos de que el lenguaje empleado por Moisés y Abraham en la Perla de Gran Precio sea similar en muchas maneras. Los versos correspondientes que tratan sobre los mismos asuntos, aunque escritos por uno de ellos, son una duplicación de lo escrito por el otro. Las palabras y los términos son casi los mismos. Esto es comprensible cuando entendemos que Moisés tuvo acceso a muchos anales y documentos que ahora están perdidos. No debe haber dejado a sus descendientes anales. Libros de recuerdos y otros. Tanto Abraham como José escribieron anales, y Abraham tuvo en su poder ciertos registros que delineaban “la cronología hasta el principio de la creación, porque han llegado los anales a mis manos, anales que tengo hasta hoy”. (Abraham 1:28).
Moisés tuvo en su posesión el Urim y Tumim que el Señor dio a Abraham mientras estuvo todavía en Ur. Formó parte de la vestimenta de Aarón cuando se invistió con las vestiduras del Sacerdocio. No es improbable que los escritos de Abraham llegaran a posesión de Moisés y que de ellos copiara mucho de lo que el padre de los fieles había escrito. Sin duda que Moisés utilizó toda la ayuda literaria que le dispuso, esto explicaría cualquier similitud que pudiera existir en sus escritos.
Es bueno recordar que la división de los libros de la Biblia en capítulos y versículos —incluido el Génesis y aún en sentencias— no es parte del arreglo original de la sagrada Biblia, la presente división de las escrituras en capítulos y versículos… no es de origen divino, ni es de gran antigüedad.
La Vulgata fue la primera versión dividida en capítulos; fue un trabajo emprendido por el cardenal Hugo en el s. XIII, o según Jahn, por Langton, arzobispo de Canterbury en 1227. Él añadió solamente la división en capítulos. Las escrituras hebreas fueron similarmente divididas por Mordecai Nathan en 1445, y en 1661 Atías agregó a su texto la división en versículos. Igualmente el Nuevo Testamento fue dividido del mismo modo por Robert Stephens, quien se dice que completó su tarea en 1551.
Como es de esperar, estas divisiones son muy imperfectas y aunque no son inexactas, tienden a dañar el sentido y oscurecer su significado. (Manual de la Biblia, Dr. Joseph Angus, pág. 60).
Recordemos también que los antiguos escribas hebreos no escribieron las vocales; emplearon pocas o ninguna conjunciones o preposiciones. No usaron la puntuación como nosotros lo hacemos y escribieron sobre un largo rollo dando como resultado un continuo bloque de escrituras.
La división de la Perla de Gran Precio tampoco fue parte del manuscrito original, pero en 1902 fue arreglada de esa forma por James E. Talmage, quien sin duda siguió el modelo establecido por Hugo, Langton, Nathan, Atías y otros, en la división del texto de la Biblia.
VERSÍCULOS 24–31:
Y ellos nombraron la sexta vez.
—
CAPÍTULO 5
El capítulo 5 del Libro de Abraham culmina el relato de la creación divina al presentar la ejecución final de los planes elaborados por los Dioses en los capítulos anteriores. Aquí, la creación ya no es solo conceptual o planificada, sino que se lleva a efecto de manera literal y tangible. Se continúa usando el plural “los Dioses”, reflejando nuevamente la enseñanza distintiva de la teología restaurada sobre un consejo divino de seres exaltados que actúan bajo la dirección de Dios Padre y del Hijo.
Los Dioses descansan en la séptima ocasión, marcando así la santificación del día de reposo como parte del orden eterno. Luego, forman al hombre del polvo de la tierra, y colocan su espíritu dentro de ese cuerpo, haciendo al hombre “alma viviente”. Este acto de unión entre espíritu y cuerpo constituye uno de los elementos centrales del plan divino para la experiencia terrenal.
Se establece el Jardín de Edén, un espacio sagrado preparado para el hombre, lleno de árboles “agradables a la vista y buenos para comer”, incluyendo el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. La narración introduce el mandamiento dado a Adán sobre este último árbol, señalando que su desobediencia resultaría en la muerte, lo cual da inicio al tema de la prueba moral y el albedrío.
La creación de la mujer a partir del hombre, y la institución de la unión entre varón y hembra como una sola carne, muestran la santidad del matrimonio y la complementariedad divina entre el hombre y la mujer. Este relato también subraya la igualdad espiritual y la interdependencia entre ambos sexos, dentro del marco eterno del plan de Dios.
Finalmente, Adán da nombre a todas las criaturas vivientes, acto que refleja su dominio y mayordomía sobre la tierra, así como su participación activa en la creación como representante de la raza humana.
Este capítulo enseña que:
- La creación fue tanto planificada como ejecutada por los Dioses.
- El ser humano es una combinación sagrada de espíritu y cuerpo, hecho a imagen divina.
- El matrimonio y la familia son instituciones sagradas desde el principio.
- El albedrío es central en el plan divino, y está vinculado con la obediencia y la ley.
- La tierra fue organizada para el desarrollo espiritual y temporal del ser humano.
Así concluye la serie de capítulos sobre la creación en el Libro de Abraham, con un fuerte énfasis en el propósito eterno del hombre, la santidad del matrimonio, y la majestuosa obra de Dios en preparar un mundo para Sus hijos e hijas.
VERSÍCULOS 1–21: En la séptima vez terminaremos nuestra obra. (Ver los comentarios de todo el capítulo 3 de Moisés)
LA SIMIENTE DE ABRAHAM O
¿SOMOS NOSOTROS DE ISRAEL?
“Israel florecerá y brotará el mundo con fruto”.
(Isaías)
La promesa de Dios a Abraham y a su posteridad —la simiente de José en América— el viaje de las diez tribus al norte — Efraín mezclado con todas las naciones — el testimonio del presidente Brigham Young.
La creencia de los Santos de los Últimos Días de que la gran mayoría de ellos son de la casa de Israel y herederos de las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob, le ha traído el ridículo de la gente irreflexiva y el menosprecio de los impíos. Pero nuestra intención ahora no es responder a esas apreciaciones, sino tratar de aducir evidencias aparte de la segura palabra de la revelación moderna para probar que los Santos de los Últimos Días tienen buenas razones, extraídas de la historia y de la analogía, para creer en las palabras de sus patriarcas, quienes en las bendiciones que les dan los califican como miembros de la casa de Abraham y de la prometida simiente de Jacob.
Es innecesario citar aquí todas las benevolentes promesas hechas por el Gran Padre de todos nosotros a su amigo Abraham y a la inmediata posteridad del patriarca, promesas que son atesoradas por los Santos como más valiosas que todas sus posesiones terrenales, como perlas inapreciables, como un dulce consuelo en el día de prueba, y como fuertes torres defensivas en el día de la tentación; sin embargo, no estará demás refrescar nuestra mente con el repaso de unas pocas de las más destacadas de esas promesas a fin de que comprendamos mejor las ideas y declaraciones que expresaremos después. En Génesis 17:4–7 está registrado que el Señor hizo convenio con Abraham diciendo:
“He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes:
Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham; porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes.
Y te multiplicaré en gran manera y haré naciones de ti y reyes saldrán de ti.
Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones por pacto perpetuo, para ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti.”
Nuevamente en Génesis 22:16–18, Jehová declara:
“Y dijo: por mí mismo he jurado dice Jehová, que por cuanto has hecho esto y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; Y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste mi voz.
A Isaac y a Jacob estas promesas les fueron confirmadas con palabras aún más enfáticas, si tal cosa es posible. Al último le fue dicho:
“Tu simiente será como el polvo de la tierra, y te extenderás al oeste y al este, y al norte y al sur; y en tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra.”
(Génesis 24:4–10; 28:14)
La bendición de Jacob sobre su hijo José es indudablemente tan familiar a la mayoría de nuestros lectores que solamente citaremos su última parte:
“Las bendiciones de tu padre fueron mayores que las de mis progenitores hasta el término de los collados eternos;
serán sobre la cabeza de José y sobre la mollera del Nazareo de sus hermanos.”
Daremos un paso más en esta dirección. Jacob, al bendecir a Efraín y Manasés, los hijos de José, dijo (Génesis 48:16):
“Mi nombre será sobre ellos y el nombre de mis padres,
Abraham e Isaac; y crezcan ellos en multitud en medio de la tierra.”
Cuando José le recordó al anciano patriarca que su mano derecha estaba puesta sobre su hijo más joven, él declaró:
“Lo sé, hijo mío, lo sé. Él (Manasés) vendrá también a ser un gran pueblo, y será grande; pero en verdad su hermano menor será más grande, y su simiente llegará a ser multitud de naciones.”
En estas bendiciones hay dos puntos destacados y que merecen ser tomados en cuenta.
- Que la simiente de estos patriarcas llegaría a ser numerosa o innumerable y que daría lugar a la formación de multitud de naciones en medio de la tierra;
- que en su simiente o por medio de ella todas las naciones y familias de la tierra serían bendecidas. Con Abraham, el Altísimo hizo un convenio de que él llegaría a ser padre de muchas naciones; y haciendo a un lado los descendientes de Ismael, los árabes y similares que han llegado a formar poderosas naciones o multitud de gente y ni aun contando la posteridad de los hijos de Cetura y las otras esposas de Abraham, aun en su hijo Isaac se renueva la promesa que su simiente se iba a multiplicar como las estrellas del cielo.
Nuevamente vamos a dividir la posteridad de Abraham, y descartaremos a los árabes de Ismael y los otros descendientes del hijo favorito de la cananea. Vamos a hablar solo de Jacob. A él le fue repetida la promesa divina:
“Tu simiente será como el polvo de la tierra”;
“Una nación y grupo de naciones saldrán de ti” (de nuevo).
Detengámonos un momento y preguntémonos:
¿Son los dispersos judíos a quienes el mundo considera como los únicos representantes de Israel en la actualidad, todo lo que esa santa varón tiene para presentar como el cumplimiento de una tan grande promesa como la mencionara anteriormente? Pensamos que no. Creemos que una futura investigación vindicará la profecía y probará que las promesas del Señor no dejan de cumplirse plenamente.
Entendemos bien que siendo tan grande la tendencia de las razas de la tierra a mezclarse y entremezclarse, los judíos así como muchos cristianos señalaban la continua existencia de los judíos como un pueblo distinto, como un argumento irrebatible en favor de la divinidad de sus escrituras y de la inspiración de sus profetas. Pero su historia, su apartamiento, su dispersión, etc., no cumplen una vasta cantidad de profecías relativas a Israel.
Tomando en cuenta toda la historia escrita en cuanto a Israel, tanto en cuanto a Efraín como a Judá, entendemos con satisfacción que la santa palabra de Dios no volverá a su boca sin ser cumplida y que él será tan glorificado en las ocultas diez tribus y en la mezcla de Efraín entre las naciones como en el esparcimiento de los hijos de Judá.
Jacob tuvo un hijo —no el que fue antecesor de los judíos—, a quien no sólo fueron renovadas las promesas, sino que le fueron ampliadas. A José le es dicho que sus bendiciones fueron mayores que las de sus progenitores, hasta llegar a “la cima de los collados eternos”, mientras que al hijo menor de José le fue dicho: “su simiente constituirá multitud de naciones”. Así observamos que con cada sucesiva heredera de estas bendiciones escogidas las promesas parecen crecer, ampliarse y extenderse. Abraham fue el primero. A Abraham le fue prometido que sería padre de muchas naciones; a Efraín en cambio, le fue dicho que su simiente, por sí sola, llegaría a ser multitud de naciones. Una pregunta pertinente es: ¿Dónde se encuentra hoy esa multitud de naciones? Pues Dios lo prometió y deben existir.
El estudiante común de historia no puede contestar esto. No sabe nada en cuanto a la posteridad de Efraín, pero el creyente en el Libro de Mormón señalará sus mapas y afirmará que los aborígenes de América del Norte y del Sur y en los de muchas de las islas del Pacífico, encontramos a la simiente de José desarrollándose en una multitud de tribus, pueblos y naciones. Nosotros aceptamos agradecidos esa verdad, la que no podríamos contradecir aunque quisiéramos. Dios así lo ha revelado, y la evidencia externa confirmatoria está siendo más fuerte y más evidente cada año que pasa. Sin embargo, aquí surge otra pregunta pertinente del Libro de Mormón entonces: que los Lamanitas son de la casa de Manasés, que su padre Lehi y sus hijos los fundadores de las razas nefitas y lamanitas, fueron de esa tribu. Si eso así es, ¿acaso no cumple la promesa hecha a Efraín de que él sería el más grande? Ciertamente que el Señor habría cumplido toda abundantemente su promesa con uno de los hermanos y no ha olvidado su convenio con el “primogénito”. Pero nos parece inconsecuente decir que toda la descendencia de Lehi, de Mulec y de sus compañeros se encuentra en la multitud de naciones que habitaron América. ¿Puede suponerse que el Señor ha continuado el cumplimiento de sus promesas a José (cuyas bendiciones serían mayores que las de sus progenitores) a tribus que hoy en día y la mayoría de ellas desde hace 1.500 años —casi la cuarta parte de la existencia de los seres mortales sobre esta tierra— se han contado entre las más salvajes y las más degradadas de la humanidad?
Si es así, entonces han sido mayores las bendiciones de aquellos a quienes no fue hecha ninguna promesa.
Nosotros sostenemos que, excepto en los casos donde los descendientes de Israel no se hallan bajo la condenación de Dios a causa de sus pecados y torpezas, ellos han estado al frente en la marcha del mundo. Sus hijos son principales entre los hombres y ministradores de las leyes de Dios a todas las gentes. Verdaderamente que aún él, de acuerdo con la antigua promesa tan reiterada, todas las familias de la tierra serán bendecidas. Puede ser que aquí seamos interrumpidos por nuestros lectores (por que nos estamos dirigiendo a SUD) con la pregunta de si hemos olvidado a las diez tribus escondidas en el norte por la divina providencia. ¡No las hemos olvidado! y a través de ellas, así como a través de Lehi y los otros, se han cumplido parcialmente las promesas hechas por Dios a Jacob y a José. Pero además preguntamos: ¿Es del todo improbable que en un largo viaje de un año y medio, como señala Esdras, desde Media, la tierra de su cautividad, hasta el lado norte; algunos de los mencionados hijos de Israel se hayan restituido y pertenecido del grupo de civilización en Dios, mezclándose con los gentiles y llegando a ser de ese modo la levadura que tuvo la masa compuesta por la simiente prometida y todas las naciones de la tierra? El relato dado por el Libro de Mormón de una sola familia de esta misma casa, su indocilidad, su dureza de cerviz y sus luchas familiares, tenemos un ejemplo en pequeña escala de lo que sucedió a los numerosos grupos de israelitas que por tantos siglos remotos hicieron el tedioso viaje hacia el norte. No cabe duda que Lehi y Lemuel tuvieron muchos émulos en las Diez Tribus durante sus viajes. ¿Y quién tan propenso a rebelarse, tan torpe, impetuoso y proclive a la guerra como los efraimitas? Ha sido tan característico en la historia de Efraín la rebelión y la indocilidad que casi no lo podemos imaginar de otra manera. ¿Puede alguien maravillarse entonces de que la presencia de la sangre de Efraín se haya mantenido oculta entre las naciones del norte de Europa y otras naciones, hasta que el espíritu de profecía reveló su existencia? Pero antes de proceder más en nuestra imaginación, será bueno insertar las palabras de una autoridad para afirmar que los Santos de los Últimos Días son de Efraín. Luego procederemos ampliando el precedente con ideas y razones para substanciar dicha declaración:
El presidente Brigham Young dio un discurso en el Tabernáculo de Lago Salado, el 8 de abril de 1855, del cual damos los siguientes extractos:
“Ha llegado el tiempo para Dios de recoger a Israel, y de comenzar su obra sobre la faz de toda la tierra; y los élderes que ha levantado en la Iglesia son realmente de Israel. Tomen los élderes que se encuentran en este edificio y pronto podrán encontrar uno de cada cien que no sea de Israel. Ha sido señalado que los gentiles han sido cortados, y dudo de que algún otro gentil entre a esta Iglesia.
¿Iremos a predicar el evangelio a las naciones gentiles? Sí, y reconoceremos a los israelitas que se encuentran mezclados con ellas. ¿Qué parte o porción de ellos? La misma parte o porción que salvó a la casa de Jacob de perecer de hambre en Egipto. Cuando Jacob bendijo a los dos hijos de José, colocó cruzadas sus manos y las puso derechas sobre Efraín y bendijo a José, y dijo: ‘El Dios en cuya presencia anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que me mantiene desde que soy hasta este día, el ángel que me libró de todo mal, bendiga a estos mozos’, etc. José estuvo a punto de sacar las manos de su padre de sobre la cabeza de sus hijos, y hacerlo poner la derecha sobre la cabeza del mayor, diciéndole: ‘No así padre mío, porque este es el primogénito. Pon tu diestra sobre su cabeza.’ Y su padre se rehusó y dijo: ‘Lo sé, hijo mío, lo sé. También él vendrá a ser un pueblo, y será también engrandecido; pero su hermano menor será más grande que él, y su simiente será plenitud de gentes.’ Efraín se ha mezclado con todas las naciones de la tierra, y es Efraín el que está siendo recogido en la actualidad.
“Es a Efraín al que he estado buscando en todos los días de mi predicación, y esa fue la sangre que corrió en mis venas cuando yo abracé el evangelio. Si es que hay algunas de las otras tribus de Israel mezcladas entre los gentiles también las estamos buscando. Aunque los gentiles han sido cortados, no supongan que no vamos a ir a predicar el evangelio entre las naciones gentiles, porque ellos están mezclados con la casa de Israel, y cuando enviamos misioneros a las naciones no buscamos a los gentiles porque ellos son desobedientes y rebeldes. Queremos la sangre de Jacob y la de sus padres Isaac y Abraham, que corre en las venas de la gente. Hay aquí una partícula de esa simiente y esa partícula bendecirá a las naciones como lo está predicho.
“Por ejemplo, tomen una familia de diez hijos y encontrarán que nueve de ellos son de pura cepa gentil, y un hijo o una hija que es de pura sangre efrainita. Esa vino en las venas de su padre o de su madre, y se concretó en el hijo o la hija, mientras que el resto de la familia son gentiles. Ustedes pueden pensar que esto es singular, pero es la verdad. Es detrás de la casa de Israel que nosotros estamos y no nos importa que vengan del este, del oeste, del norte o del sur, de China, Rusia, Inglaterra, California, Norteamérica o Sudamérica, o de cualquier otra localidad; y es la simiente del mismo muchacho sobre quien el padre Jacob puso su mano, la que salvará a la casa de Israel. El Libro de Mormón vino a Efraín, porque José Smith fue un puro Efraimita, y el Libro de Mormón le fue revelado a él, y mientras él vivió su ocupación fue buscar a quienes creen en el evangelio.
“Ustedes comprenderán quiénes somos nosotros; nosotros somos de la casa de Israel, de la simiente real, de la sangre real”.
Israel una nación marítima — Tiro y Sidón — Las reclamaciones de los Lacedemonios o Macedonios de estar relacionados con Israel — los Jonios, los Etruscos, los Daneses, los Jutes, etc… las varias cautividades de Israel — Media.
La idea de que muchas de las razas que habitan Europa estén impregnadas con la sangre de Israel, no es de ningún modo nueva, aunque recién últimamente se ha difundido ampliamente. Muchos de los que han indagado en la primitiva historia de ese continente se han visto fuertemente impresionados por la similitud existente entre las leyes, costumbres, hábitos, etc., de los antiguos habitantes de la parte norte y noroeste de Europa y los del antiguo Israel. Estos investigadores han tratado de explicar esa peculiaridad en dos formas: primero por la suposición de que las colonias israelitas dejaron por varias razones la tierra y su herencia y gradualmente se establecieron en la región norte y noroeste de Europa; y segundo, que eso obedece a restos de las diez tribus perdidas que emigraron de Media a Europa, y que ignoradas por los historiadores, disimuladas bajo otros nombres han permanecido sin reconocida hasta el presente, habiendo con el tiempo cambiado sus hábitos, costumbres y tradiciones que llegaron a hacerse irreconocibles.
Tomaremos en cosa ideas la primera, y presentaremos unos pocos hechos y documentos adelantados por quienes los sustentan. Sostienen ellos que Israel llegó a ser una nación marítima; que su ubicación sobre el mar Mediterráneo adoptó su espíritu y raza tal empresa. Por medio del Mar Rojo, situado al este tuvo también un acceso libre al África, a la India, y las islas del Pacífico. Y en los días de los Jueces, digamos 1300 años antes de Cristo, vemos que Débora y Barac animan entonces a Israel en el himno triunfal se quejaba de que Dan no había venido en ayuda de Israel cuando los necesitaban sino que quedaron en sus buques mercantes en su comercio (al se luchaban contra Sísara y sus hombres “Y Dan ¿por qué se estuvo junto a los navíos?” (Juec. 5:17)). Fue la exacta pregunta que hicieran. Esto muestra que en los primeros tiempos de la historia Israel había iniciado transacciones comerciales con sus vecinos (tomemos la transacción de un antiguo documento histórico de Dinamarca en el cual se afirma que Angul de Isaacar, un hermano de Tolé, quien juzgó a Israel aproximadamente en el año 1227 antes de Cristo, invadió Inglaterra en lo cual lo ayudó Tolé. El nombre Angul encontramos otra derivación de la palabra Angleland, que significa Inglaterra.
Las tribus cuyas bordes tocaban el Mediterráneo, a partir del norte fueron Aser, Manasés, Efraín, Dan y Simeón. La heredad de Aser estaba contigua a los grandes puertos de Tiro y Sidón, mientras que Simeón limitaba con Egipto, e incluía dentro de sus orillas a otros puertos de los Filisteos y los Fenicios, a quienes pensamos, los escritores profanos han acreditado muchas de las aventuras comerciales emprendidas por los israelitas.
No está supuesto que estas tribus marítimas fueron las únicas que navegaron a regiones alejadas. Los integrantes de las distintas tribus no confinaron a los límites asignados a cada tribu por Josué, pero se entremezclaron por razones de comercio, celo, odio, y muchos hombres de otras tribus residieron dentro del territorio de Judá y viceversa. Tenemos un notable ejemplo de esto en el caso de Lehi y Labán (600 años antes de Cristo), quienes aunque residían en Jerusalén fueron de la simiente de José. Lehi relató de modo incidental que su padre había vivido todos sus días en Jerusalén. Los hijos de Efraín, a causa de su carácter fuerte y su espíritu emprendedor, al parecer desde tiempo se diseminaron no sólo entre las otras tribus sino también en países extranjeros, particularmente Egipto. Y el Señor repetidamente manifestó su enojo a través de sus profetas por causa del menosprecio del pueblo por la ley que le había dado de no mezclarse con los paganos. En el tiempo de Isaías, Efraín decía que una “nación necia” se había mezclado con otros pueblos causando el desagrado de su Dios.
Pero no fue solo por causa del intercambio comercial que Israel se mezcló con otras naciones. Hubo veces que sus hijos se vieron obligados a irse a países extranjeros contra su voluntad. Docientos años antes que Lehi dejara Jerusalén a causa del Señor reconvino a Tiro y Sidón por medio de su siervo Joel (Joel 3:6), diciéndoles: “Vendiste los hijos de Judá y a los hijos de Jerusalén a los hijos de los griegos ¡para alejarlos de sus términos!”. Aquí tenemos una vinculación de lo político de esas ciudades, haciendo débiles a Israel, deportando a sus hijos como cautivos a otras naciones alejadas, y con verdadero espíritu comercial trataron de hacerlo de una forma provechosa para ellos. Así Judá y Jerusalén situadas en el otro extremo del país sufrieron los abusos de Tiro y Sidón; lo mismo es algo cierto que las otras tribus situadas más cerca han de haber sufrido por la misma causa y probablemente con más severidad.
Somos de la opinión que este tráfico en gran escala de esclavos por parte de los Fenicios, es muy desconocido en lo que hace a su efecto difusor de la sangre israelita en todo el mundo. Tomo ganado aún el número de esclavos robado por este rápido, que en una ocasión en su ciudad principal, la cantidad de esclavos excedía a la de hombres libres, y sus actividades marítimas fueron tan amplias que sus colonias y almacenes fueron tan grandes que se extendieron por todas las islas del Mediterráneo, también en España, Francia e Italia, Gran Bretaña y probablemente en Alemania. Toda la costa de África estaba tachonada con sus colonias, las que se extendieron hasta Tartesus y al África, mientras que por el Mediterráneo y Mar Rojo llegaban hasta el sur de África, Persia, India y algunas partes que hasta China. Verdaderamente, ellos comercializaban y establecieron colonias en todas partes del mundo conocido.
Aunque los antiguos judíos fueron mayormente agricultores, la posición geográfica de Palestina y la vecindad de ciertas tribus de Israel con el Mediterráneo indujo a los judíos a hacer causa común con sus vecinos más amigables, los ondulados del mar, los Fenicios. Una de esas cosas que llevaron a los judíos a familiarizarse con la navegación en alta mar; muchos de ellos fueron llevados cautivos como resultado de las frecuentes y a veces desastrosas guerras con sus vecinos más poderosos. Los prisioneros de guerra se vieron obligados a servir en la tierra o en el mar. En muchas partes de las Escrituras hebreas se alude a prisioneros redimidos que regresan de las islas del mar y de los “cuatro partes de la tierra”, y las experiencias de los judíos en viajes marítimos se confirmarían descriptas en la Biblia (Sal. 107). Este notable viejo nacional era frecuentado por los judíos para inculcar el monoteísmo. Indudablemente judíos visitaron muchas tierras viajando por mar, como lo atestiguan muchas narraciones de las Escrituras proféticas; en varias partes de las Escrituras se alude a las experiencias de la vida en el océano y a las desagradables consecuencias del naufragio, junto con magníficas representaciones de las maravillosas escenas en alta mar. Dichas descripciones no son copia de relatos de las naciones paganas por la simple razón de que ellos admiradores de las maravillas de Dios en el mar se los menciona como refiriéndose a la tierra natal luego de una peligrosa expedición y proclamando entre su propio pueblo la gloria de las obras de Dios. En la Biblia Hebrea se menciona a menudo la disposición de judíos de mudarse de las ciudades portuarias de los gentiles; ello evidencia la afición a los viajes por mar de muchas familias judías. La conquista de Ezion-Geber por David y el más grande puerto marítimo del sur de Arabia fue seguida por la de otros reyes, judíos y no judíos, quienes codiciaron la posesión de ese notable puerto. La historia de la alianza del rey Salomón con Hiram el rey fenicio, aparece en el libro de los Reyes. La construcción de buques mercantes en Ezion-Geber y los viajes emprendidos por los marineros judíos, no pudieron ser una simple leyenda, siendo que aún en los tiempos posteriores, cuando los romanos atacaron a los judíos, éstos tuvieron muchas informaciones con tripulación judía en las islas del mar. Sobre esto existe mucha información en las obras de Josefo y en partes del Nuevo Testamento (dr. Lowry).
Es también notable el hecho de que pocos escritores de labor judía se han parado al mensaje de condenación sobre Tiro y Sidón, el pueblo unido de los ociosos griegos; los lacedemonios espartanos reclamaron estar relacionados con Israel como hijos de Abraham y se los asoció tal reclamación, y aún más notable a la luz de la justicia profética es que estos lacedemonios fueron emplazados por Alejandro el Grande en la destrucción de Tiro y en cumplimiento de la palabra del Señor pronunciada a través de Joel. “He aquí los levantaré yo del lugar donde los vendisteis, y volveré vuestra paga sobre vuestras propias cabezas”. Parecería que los hijos destruyeron la ciudad que habían vendido a sus padres como esclavos. El hecho de que los lacedemonios reclamaran estar emparentados con Israel, es narrado por Josefo y por el autor del primer libro de los Macabeos. Los escritos de ambos historiadores dan una sinópsis de la carta enviada por Areya, rey de los lacedemonios, a Onías, el gran sacerdote de Israel. Los dos relatos concordaban muy estrechamente. Josefo da la cláusula inicial de la carta en estos términos: “Nos encontramos con ciertos escritos de los cuales hemos descubierto que tanto los judíos como los lacedemonios son un mismo pueblo y derivan de la descendencia de Abraham”. En el libro de los Macabeos (I Mac. 12) dice como sigue: “Hemos encontrado escrito que los compañeros y los judíos son hermanos, y vienen de la generación de Abraham”. Los judíos admiten posteriormente esa relación en una epístola llena de sentimiento fraternal enviada a la corte de Esparta por una embajada especial. Esta carta es citada en comentario en el libro de los Macabeos, en el capítulo 12. En ninguna de esas historias se da ningún indicio en cuanto a qué razón de la familia de Abraham pertenecen los lacedemonios; pero considerando que la rígida virtud y honestidad y sus prácticas muy aproximadas al orden judío que sus vidas diarias presumiblemente no debía al hecho que no mucho tiempo antes ellos se habían separado de un pueblo entre el cual la voluntad y ley de Dios fue conocida y observada.
Admitiendo así que el pueblo de un estado griego fue de la familia de Abraham, los estudiantes de la historia han tratado de trazar la existencia de israelitas en otras partes del mundo. Los habitantes de la comunidad Jónica, una de las comunidades más emparentadas con la antigua Grecia, se afirma que son de estirpe israelita. El más contundente de los argumentos empleados para sustentar esta idea es la gran similitud que existe entre sus leyes y costumbres y las de los judíos. Se llama especialmente la atención al hecho de que los judíos estaban divididos, por propia elección y no por razones geográficas, en doce comunidades correspondientes a las doce tribus de Israel. El mismo argumento se presenta en conexión con los drusos, quienes se contaron entre los primeros habitantes de Italia, y los cuales según la tradición emigraron de Tiro o de sus vecindades. Ellos también se dividieron en doce comunidades o estados, pero bajo un mismo rey. Admitiendo que entre dos nacionalidades se originaron en exiliados israelitas, no es difícil considerar como los hijos de Jacob se diseminaron por todas las costas de Europa y las del norte de África, ya que fueron reconocidos por sus viajes por mar, especialmente los Jonios, quienes fueron en primer contacto los primeros Griegos en emprender largos viajes marítimos.
Más en favor ha presentado la idea de que los Galenos descendieron de la tribu de Manasés, atribuyéndolo a que algunas vagas tradiciones señalaban en ese sentido; se ha asegurado que los irlandeses son de esa descendencia. Nosotros diferimos con esta idea. Con mucha más razón se ha afirmado que en Dinamarca fue colonizada por moradores de la tribu de Dan (en Dinamarca=Danmark, Dinamarca significa tierra de Dan). De manera que de acuerdo con esto en Dinamarca no se sitúa en Danita. Jutlandia, adjunta a Dinamarca se ha considerado como tierra de Judá; entendiéndose que Judá no se unió otra forma del retorno de Judá. Uno mira al norte encontrando Gotlandia o como otros ortógrafos, Gotland del Gol, trazado de otro modo, en una inmediata proximidad los hogares de otros importantes tribus de Israel de acuerdo a los nombres de las regiones que habitaban.
Aunque que en estos últimos años se han dedicado al estudio de “La identificación de Israel”, han llevado sus conclusiones hasta el extremo de lo ridículo por la minuciosidad con que han tratado de establecer los límites de las tierras que, a su juicio, fueron ocupadas por los descendientes de las diferentes tribus. Nuestra posición en la profecía bíblica o profética es que Efraín se mezcló con todas las naciones, mientras que la posición de estos autores es la que se pueda localizar a todos los restos de las varias tribus y determinar dónde se encuentran sus descendientes con la misma certeza que la posteridad de otras razas a las cuales las escrituras no mencionan como perdidas en conexión con los propósitos de Dios.
Muchos creen que hubo otra causa que llevó al emigrar a ciertas familias de Judá y de otras tribus de Israel. Antes de que se produjera la cautividad final de ambos reinos, Judá e Israel, hubo varias deportaciones parciales a Asiria y Babilonia, o sea cautividades locales. Asiria comenzó a tomar cautivos a los habitantes que vivieron más próximos a sus dominios, y gradualmente extendió sus incursiones. La cautividad de Judá se demoró hasta más tarde. Se argumenta que antes de ocurrir eso muchos israelitas creyentes en las palabras de los profetas, previeron las calamidades que los iban a sobrevenir, emigraron a Egipto o Grecia o a otras tierras convenientes cuando sin duda, conducidos como lo fueron Lehi y el hijo de Sedequías por revelación y mandamiento de Dios, otros siguieron simplemente sus propias inclinaciones.
Como prueba abundante de que hubo muchos que fueron sacados por Dios de la tierra de promisión, antes de los días de la cautividad, tenemos la palabra de Nefi: por tanto, las cosas que he leido tienen que ver con las temporales asi o como las espirituales. Porque parece que las casa de Israel será dispersadas, tarde o temprano, sobre toda la superficie de la tierra, y también entre todas las naciones.
Y he aquí, hay muchos acerca de quienes los habitantes de Jerusalén ya no saben; el Señor los ha llevado a la mayor parte de todas las tribus; y se encuentran esparcidos aquí y allá sobre las islas del mar; y dónde se hallan, ninguno de nosotros sabe, sino que han sido llevadas a otra parte.
Y dado que los han llevado, se han profetizado estas cosas concernientes a ellos y a los que más tarde serían esparcidos y confundidos a causa del Santo de Israel; porque endurecieron sus corazones en contra de él, por lo que serán esparcidos por todas las naciones, y odiados de todos los hombres.”
Así también el testimonio de su hermano Jacob:
“Y ahora, amados hermanos míos, en vista de que nuestro clemente Dios nos dio tanto conocimiento acerca de todas estas cosas, acordémonos de él; dejemos a un lado nuestros pecados y no inclinemos la cabeza, porque no somos desechados; sin embargo, hemos sido desterrados del país de nuestra herencia; pero se nos ha guiado a una tierra mejor, porque el Señor ha hecho del mar nuestro camino, y nos hallamos en una isla del mar.
Pero grandes son las promesas del Señor para los que se hallan en las islas del mar; por tanto, así ya que dice islas, debe haber otras aparte de ésta, y también las habitan nuestros hermanos.
Porque he aquí, el Señor Dios ha llevado a algunos de la casa de Israel, de cuando en cuando, según su voluntad y placer. Y ahora, he aquí, el Señor se acuerda de todos los que han sido dispersados; por tanto se acuerda de nosotros también.”
Para que podamos entender mejor las varias cautividades de Israel y Judá, parciales y luego generales, insertamos varias breves declaraciones al respecto. Los hechos que se presentan pertenecen a la cronología comúnmente aceptada y se enumeran de la siguiente manera:
— En una inscripción en un obelisco asirio se menciona a un tal Azriau o Azriau de Iuda, probablemente un rey de Israel, hacia el año 770 a. C.
— Tiglat-Pileser llevó cautivas a las tribus que vivían a lo largo de la costa oriental del Jordán y en Galilea, en el año 740 a. C.
— Salmanasar invadió dos veces el reino de Israel, se apoderó de Samaria luego de tres años de sitio, y llevó al pueblo cautivo a Asiria en el año 721 a. C.
— Senaquerib, en el año 713 a. C., se dice que llevó a doscientos mil cautivos a Asiria, ciudadanos de Judá que no habían sido capturados previamente.
— Nabucodonosor, durante la primera mitad de su reinado (605–562 a. C.), invadió repetidamente Judá; más tarde sitió Jerusalén y llevó a sus habitantes cautivos a Babilonia.
La siguiente pregunta que surge naturalmente es: ¿A qué parte de Asiria fueron llevados los israelitas cautivos? Los escritores no omiten informarnos al respecto. El libro de Crónicas (1 Crónicas 5:26) y el libro de los Reyes (2 Reyes 17:6) nos proporcionan la información necesaria. En este último, se declara —casi en términos idénticos a Crónicas— que:
“El rey de Asiria transportó a Israel a Asiria y los estableció en Halah, y en Habor, a orillas del río Gozán, y en las ciudades de los medos.”
— Media, el país de los medos, se encontraba al norte de Asiria, abarcando la región en el borde sur del mar Caspio, y se extendía hacia el oeste hasta el río Araxes.
— La identificación moderna en Italia (y la breve) hace tiempo dejó de tener valor. El río que actualmente presenta cierta afinidad es el Gozán o Kizil Ozan, que desemboca en el mar Caspio, al norte del Araxes.
LA TIERRA DEL NORTE — LOS TESTIMONIOS DE JEREMÍAS, ESDRAS Y JEDRÁS — EL RECORRIDO DE LOS ISRAELITAS HACIA EL NORTE — EL JORDÁN, EL DON, EL DANUBIO, ETC. — LA TIERRA DE MOESIA Y DACIA — LOS GETAE — ZALMOXIS
Habiendo trazado el paradero de las diez tribus en la India, la siguiente pregunta es: ¿Qué ha sido de ellas? ¿Se encuentran aún allí en la actualidad? Se han hecho muchos intentos para identificar a las diez tribus con alguna comunidad específica, pero todos han fracasado. Josefo (Antigüedades II) creyó que durante su época ellas “formaban grandes multitudes en alguna parte más allá del Éufrates, en Asoreth”, pero esta región fue desconocida para él. Las tradiciones y las fábulas rabínicas escritas en la Edad Media aseguran la misma cosa, añadiéndole muchas maravillosas ampliaciones a sus ideas. La imaginación de ciertos escritores cristianos las ha ubicado en los vecindarios de los lugares últimamente reconocidos como su lugar de redicación. Se han señalado trazas de características judías en las tribus de Afganistán; ocasionalmente se ha mencionado la existencia de colonias judías en China, Tíbet, Indostán (el Dominio Hindú), mientras que judíos negros de Malabar afirman tener afinidad con Israel. Por otra parte, aunque sea en un menor grado, India adecuadamente es el lugar más asignado en las profecías de Efraín y sus seguidores.
El hecho de que el apóstol Santiago iniciara su epístola con las siguientes palabras ha sido aducido como argumento a favor de que los primitivos cristianos conocían la situación de las diez tribus: “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están esparcidas, salud”. Pero esto también lleva a suponer que la epístola fue dirigida a aquellos de las casas de Israel y de Judá, quienes, por las varias razones antes mencionadas, habían emigrado a Egipto, Grecia, Roma y otras partes del mundo, y para ese tiempo no se habían multiplicado, y no a aquellos a quienes el Señor había escondido para cumplir más completamente sus promesas a los patriarcas.
Hemos declarado antes que los Santos de los Últimos Días creen que las diez tribus aún existen y que habitan en los países del norte. Que ellos aún existan es absolutamente necesario para cumplir las infalibles promesas de Jehová a Israel (Jacob), y a todo el género humano. La presencia en la actualidad de restos de Judá en todos los países es un incontrovertible testimonio de que el convenio hecho con Abraham no ha sido abrogado o anulado. La vitalidad de la raza judía es proverbial, y podemos compararla con razón con una rama de un árbol maestro—mientras fueron las otras ramas muertas, tuvieron una vitalidad proporcional. ¿No es más consistente creer que así como la raza judía fue dejada a la maldición del Todopoderoso y refiriendo siglos de persecución, aún sobrevivió; lo mismo sucederá con el resto de la simiente de Jacob, de los que se dice que ya hace años fueron borrados de esta tierra?
La creencia que sostienen los Santos de los Últimos Días de que estas tribus residen en las tierras del norte, es respaldada por una nube de testimonios surgidos de los tiempos antiguos y modernos, a los cuales recurriremos ahora. Nuestro primer testimonio será el del profeta Jeremías. En el tercer capítulo de sus profecías vemos al Señor reprochándole a Israel y a Judá su traición y su recondición, no obstante que él aún los reclamaba con paciencia y ya misericordia hacia su pueblo dolosamente rebelde. El entonces manda al profeta diciéndole:
“Ve y clama estas palabras hacia el norte y di: Vuélvete, oh rebelde Israel, dice Jehová; no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice Jehová, no guardaré para siempre el enojo” (Jer. 3:12).
“En aquellos días irán de la casa de Judá a la casa de Israel y vendrán juntamente de la tierra del norte a la tierra que hizo heredar a vuestros padres.” (Jeremías 3:18)
Y de nuevo, hablando de las grandes obras que acompañarán a la restauración final de la casa de Israel (Jacob), el mismo profeta declara:
“Por tanto, he aquí que vienen días, dice Jehová, en que no dirán más: ‘Vive Jehová que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto’, sino: ‘Vive Jehová que hizo subir y trajo la descendencia de la casa de Israel de tierra del norte, y de todas las tierras a donde yo los había echado’; y habitarán en su tierra.” (Jer. 23:7–8)
“Porque así han dicho Jehová: regocijaos en Jacob con alegría, y dad voces de júbilo a la cabeza de naciones; haced oír, alabád, y decid: ¡Oh Jehová, salva a tu pueblo, el remanente de Israel!
He aquí yo los hago volver de la tierra del norte, y los reuniré de los fines de la tierra, y entre ellos ciegos y cojos, la mujer que está encinta y la que dio a luz juntamente; una gran compañía volverán acá.” (Jer. 31:7–8)
Nos volvemos ahora por un momento del continente asiático al americano. Encontramos aquí a Éter, el jaredita, cerca del año 600 a. C., profetizando sobre los últimos días:
“Y entonces viene también también la antigua Jerusalén bendita con sus habitantes, porque han sido lavados en la sangre del Cordero; y son los que fueron esparcidos y recogidos de las cuatro partes de la tierra y de los países del norte, y participan del cumplimiento de la alianza que Dios hizo con Abraham, el padre de ellos.” (Éter 13:11)
Pero la palabra más definida acerca de este asunto dada por cualquiera de los escritores del continente asiático en la antigüedad está contenida en Esdras, uno de los libros apócrifos (II Esdras 13). Allí se menciona un sueño que tuvo acerca de este asunto y su interpretación en donde son mostradas las obras y el poder del Hijo de Dios. Es de él y de su obra de recoger a su pueblo, de lo que habla el profeta. Los versículos que más particularmente tratan sobre nuestro tema dicen lo siguiente:
“39. Y por cuanto tú has visto que él recogerá a otro pacífico pueblo.
40. Estas son las diez tribus que fueron llevadas cautivas en el tiempo de Oseas, el rey a quien Salmanasar, el rey de los Asirios, llevó cautivos y los trasladó más allá del río; así fueron ellos llevados a otra tierra.
41. Pero ellos consultaron entre sí de que abandonarían a la multitud de los paganos e irían a un país le…”
42. En donde ellos pudieron observar sus estatutos, los cuales no habían observado en su tierra natal.
43. Y ellos atravesaron el angosto pasaje del río Éufrates.
44. Porque el Altísimo les mostró entonces señales y detuvo las fuentes de las aguas hasta que lo atravesaron.
45. Porque fue una larga jornada, atravesando el país, aún de un año y medio, y la misma región se llama Ararat.
46. Entonces habitarán ellos allí hasta el último tiempo, cuando ellos volverán otra vez.
47. El Altísimo nuevamente detendrá las fuentes del río hasta que ellos lo atraviesen; por lo tanto, mira a la pacífica multitud”.
Las declaraciones de Esdras arrojan considerable luz sobre las razones que tuvieron los cautivos en Media para no preferir volver a sus antiguos hogares en Canaán: suponiendo siempre que les haya sido concedido ese privilegio a ellos así como a los cautivos de la casa de Judá. En sus hogares, en la tierra de su herencia (Canaán), ellos muy raramente habían observado los mandamientos y consejos de Dios; y si regresaban allí, probablemente no se comportarían mejor que antes, especialmente siendo que los Asirios habían llenado la tierra con colonos paganos, cuya influencia no les huiría y ayudaría o llevaría a cabo su nueva resolución de observar la ley de Dios.
De allí que determinaran ir a un país en el cual “ningún hombre habitó antes”, a fin de poder verse libres de toda influencia contaminante. Ese país lo podrían encontrar únicamente en el norte. El sur de Asia ya era asiento de civilizaciones comparativamente antiguas. Egipto florecía en el norte de África, y el sur de Europa se estaba llenando rápidamente con los futuros dominadores del mundo. Por lo tanto, ellos no tuvieron otra opción que virar hacia el norte.
Sin embargo, la primera parte de su viaje no fue hacia el norte; de acuerdo al relato de Esdras, parece que fueron en dirección de su antiguo hogar, y es posible que al principio ellos partieron con la intención de regresar a su tierra, o que probablemente, para engañar a los Asirios, ellos salieron como si fueran a regresar a Canaán. Y una vez que hubieron cruzado el Éufrates, y estuvieron fuera del peligro del ataque de las fuerzas de los medos y de los persas, entonces volvieron sus pasos en dirección de la estrella polar.
Esdras declara que ellos atravesaron el estrecho paso del río Éufrates, deteniéndolo el Señor “las fuentes de las aguas hasta que ellos pasaron”; el lugar por donde cruzaron el Éufrates por fuerza misma ha de haber estado situado en su curso superior, siendo el curso heróico por su curso inferior llevado sido demasiado al sur para su propósito.
El curso superior del Éufrates corre entre elevadas montañas y cerca de la villa de Pasash se precipita en una garganta formada por precipicios de más de trescientos metros de altura y tan angosta que en su cima estrechada por un puente, poco trecho más adelante entra en las llanuras de Mesopotamia. ¿Cuál exactamente corresponde esta sección del río a la descripción de Esdras de la parte “angosta” por donde cruzaron los israelitas?
Luego de atravesar el Éufrates la errante hueste no pudo haber tomado en su viaje hacia el norte (otra camino: la costa oriental del Mar Negro). Todas las otras rutas fueron impasables para ellos, ya que la cadena montañosa del Cáucaso tiene solo dos o tres pasos en toda su extensión y se extiende como una barrera desde el Mar Negro hasta el Mar Caspio. Ir hacia el este les hubiera llevado hacia Media, y viajando hacia el oeste hubieran desembocado en el Mediterráneo luego de atravesar el Asia Menor. Siguiendo el contorno del Mar Negro ellos habrían pasado la cadena caucásica cruzando el río Kubán, o impedidos por el Mar de Azof, de volverse hacia el oeste, habrían pronto alcanzado lo que hoy es la tierra de los Cosacos del Don.
De buena fuente autorizada se asegura que a lo largo de esa ruta y por una mínima distancia hacia el norte, un país está lleno de tumbas antiquísimas cuya construcción, la forma en que los muertos fueron depositados y las joyas, curiosidades, etc., que se encontraron en ellas al abrirlas, prueban que fueron construidas por un pueblo de hábitos similares a los de los israelitas.
Haremos aquí una digresión, y daremos algunas de las ideas de un autor que ha escrito acerca del origen israelita de las naciones de la Europa moderna, el Sr. J. R. Wilson, y lo haremos en nuestras propias palabras. Él procura probar que los israelitas, saliendo de las regiones que hemos mencionado, viajaron hacia el norte, y él afirma que el nombre de todos los ríos en las regiones recorridas por ellos, muestra que les fueron dados por colonos de la tierra santa. El Jordán fue el río característico de Canaán, así como el Nilo lo es de Egipto. Algunos sostienen que Jordán quiere decir “que fluye”; otros, “río del Edén”.
Basta decir que muchas afirmaciones, indudablemente, los exiliados llevaban con ellos muchas añoranzas de su antiguo río, y es natural que trataran de perpetuarlas durante su viaje a medida que se alejaban más y más de sus aguas y de su tierra natal. Como resultado de ello encontramos en el sudeste de Europa el Don, el Danubio Donietz, el Dniéper o Dniéster, y el Danubio. Las conclusiones del autor antes mencionado son de que los israelitas gradualmente se inclinaron en su viaje hacia el oeste hacia la región conocida en la historia secular como Moesia y Dacia, una al norte y la otra al sur del Danubio, y llamadas en los tiempos modernos Rumanía y Bulgaria.
Para dar más fuerza a su teoría, el Sr. Wilson afirma que Moesia significa tierra de Moisés y Dacia, tierra de David, y que el pueblo de este último reino fue llamado los Davi (según el nombre del rey pastor de Israel). En esta región habitaron los Getae (una forma latinizada de Gad), quienes, afirman algunos historiadores, fueron los padres de los godos, de quienes hablaremos más adelante.
El historiador Heródoto, al relatar la conquista de este pueblo por Darío, señala que “los Getae se consideraban inmortales; y que al morir eran trasladados a la presencia de su Dios, Zamoxis (Zalmoxis). Ellos creían sinceramente que no existía otra deidad”. Señala él también que este Dios les había dejado escritas en libros las instituciones de sus religiones. El Sr. Wilson señala que esta idea de acuerdo de un solo Dios, tan diferente del panteísmo de los pueblos circundantes, y su creencia en la inmortalidad tiende a probar el origen israelita de los Getae, particularmente al analizar la palabra Zalmoxis, encuentra que se compone de Za-el-Moses.
Si los hechos por él citados son correctos, sus conclusiones tienen asidero. Pero nosotros no abrimos juicio en cuanto a la exactitud de los hechos que él menciona.
EL VIAJE DE ISRAEL HACIA EL NORTE – ESDRAS Y LA REVELACIÓN MODERNA COMPARADAS – EL TESTIMONIO DE JESÚS A LOS NÉFITAS – EFRÉN SERÁ CONGREGADO DE TODOS LOS PAÍSES – LAS COSTAS DE LA TIERRA – LOS ANTECESORES DE LOS SANTOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS.
Habiendo considerado las causas que movieron a los desterrados de Israel a establecer un nuevo hogar en una nueva tierra que estuviera deshabitada, se nos puede excusar si es que tratamos de seguirlos en nuestra imaginación durante su jornada hacia el norte. No tenemos medios para estimar cuántos eran, pero sí los que emprendieron esa peligrosa jornada fueron los descendientes de todos los que habían sido llevados cautivos a Asiria, han de haber formado una hueste muy numerosa. Por fuerza, ellos han de haber adelantado lentamente.
Su marcha se habrá visto dificultada por los ancianos y los enfermos, los niños y los lisiados, por las manadas y los rebaños de animales y por la carga de provisiones y utensilios caseros. Han de haber necesitado abrir caminos, construir puentes, y determinar el curso que iría siguiendo la caravana. Indudablemente que mientras se mantuvieran cerca del Señor, buscando un hogar en el cual le pudieran servir mejor, ellos han de haber sido guiados por dirigentes inspirados, los cuales, por medio del Urim y Tumim, o por medio de sueños y visiones, señalaron el camino a seguir. Quizás, como en los días de la liberación de la esclavitud en Egipto, sus pasos los habrá guiado una columna de fuego en la noche, y una nube durante el día; no importa cuáles hayan sido los medios, lograron su propósito, y lenta y gradualmente se aproximaron a los países del norte. La distancia que viajaron desde el Éufrates hasta las costas del círculo ártico imaginamos que es de unos 4000 km. (en línea recta), y que de acuerdo con Esdras les tomó un año y medio recorrerla, lo cual evidencia que estuvieron impedidos por familias, rebaños y manadas, que solo podían movilizarse lentamente, y que les imponían la obligación de tomarse períodos de descanso durante los cuales pudieran recuperarse de la agotadora marcha a pie.
Es muy probable que, lo mismo que el moderno Israel en su jornada hacia los valles de las montañas rocosas, establecieron colonias temporarias por el camino, en donde pudieran descansar y recoger cosechas de granos que les sirvieran de alimento para el futuro. El largo de la jornada tuvo sus ventajas así como sus inconvenientes. La lentitud de la marcha les permitió aclimatarse a los rigores de los países del norte.
Debemos tener presente que estamos tratando con un pueblo oriundo de las ardientes arenas de Egipto, y el cual durante muchas generaciones habitó en el más balsámico y agradable de los climas del globo. Su incursión temporaria por las frías regiones próximas al mar Caspio, les había preparado para los rigores climáticos venideros, pero les requirió tiempo capacitarse para aguantar la dureza del clima nórdico y ya que ellos fueron por linaje y por ubicación, característicos hijos del sur.
Sin duda que a medida que las huestes de Israel avanzaban, el cambio de clima, la diferencia en el largo de los días y las noches, la apariencia del país, y la novedad, para ellos, de muchos de los animales y las plantas, les llenó de admiración, quizás de terror. Todo ello ha de haber hecho que los pusilánimes desfallecieran y se quedaran por el camino. Probablemente estas defecciones han de haber aumentado a medida que los cambios se hicieron más chocantes y las penalidades del viaje más severas. No es de maravillarse que algunos de ellos se echaran atrás a medida que aumentaba el frío de los países del norte, y que otros decidieran no continuar más adelante y se encaminaran hacia el sur de Europa en busca de climas más benignos.
Esdras dice que le fue mostrado que ellos habitarán en los países del norte hasta el último tiempo, cuando regresarán como una gran multitud para contribuir a la gloria del reino del Mesías. Esta declaración concuerda con la revelación moderna, a la que nos volveremos ahora.
Hace más de un siglo el Señor, hablando de las diez tribus perdidas, dijo:
“El Señor se acordará de los que estuvieron en los países del norte, y sus profetas oirán su voz; y no se contendrán por más tiempo y herirán las piedras, y el hielo se desvanecerá en su presencia y se levantará una calzada en medio del gran mar. Sus enemigos llegarán a serlo por pasos, y en los yermos brotarán pozos de aguas vivas, y la tierra reseca no volverá a tener sed. Y traerán sus ricos tesoros a los hijos de Efraín, mis siervos. Y los confines de las cordilleras eternas temblarán ante su presencia. Y allí postrarán, y serán coronados de gloria, aún en Sión, por las manos de los siervos del Señor, aún los hijos de Efraín.”
Es muy evidente, a la referencia antes mencionada, que Efraín, o al menos una numerosa parte de esa tribu, se separaron en algún tiempo del resto de la casa de Israel, y que para la época en que será restituida habitará en una región del lejano norte donde estuviera escondida del mundo. Las heladas barreras del norte se derretirán delante de esa tribu y el hielo se desvanecerá, y entonces se levantará un camino sobre el gran abismo para que ellos pasen. Luego ellos atravesarán fríos desiertos y soledades, y eventualmente arribarán con sus ricos tesoros al hogar de Efraín, el primogénito de la casa de Israel, para ser coronados con gloria.
Vamos ahora a llamar la atención del lector a ciertos extractos de escritura del Libro de Mormón que muestran que cuando el Salvador visitó este continente fue Efraín y no las diez tribus quien habitó esta tierra.
Jesús dijo:
“Y en verdad, en verdad os digo que tengo otras ovejas que no son de esta tierra, ni de la tierra de Jerusalén, ni de ninguna de las partes del país inmediato donde he estado para ejercer mi ministerio.
Porque aquellos de quienes hablo son los que todavía no han oído mi voz; ni en ningún tiempo me he manifestado a ellos.
Empero he recibido mandamiento del Padre de ir a ellos, para que oigan mi voz y sean contados entre mis ovejas, a fin de que haya un redil y un pastor; por tanto, voy para manifestarme a ellos.
Y os mando que escribáis estas palabras después que me vaya, a fin de que sean reservadas y manifestadas a los gentiles —por el acaso mi pueblo en Jerusalén, aquellos que no han visto ni han estado conmigo en mi ministerio, no lo pidiera al Padre en mi nombre que los conocía— saber, por medio del Espíritu Santo, acerca de vosotros, como también de las otras tribus, de los cuales no se sabe; para que mediante la plenitud de los gentiles, pueda ser recogido el resto de la posteridad de mi pueblo, o sea mi Redentor, el resto de la posteridad de mi pueblo en Jerusalén, que será esparcido sobre la faz de la tierra a causa de su incredulidad.
Entonces los reuniré de las cuatro partes de la tierra; y entonces cumpliré el convenio que el Padre ha hecho con todo el pueblo de la casa de Israel.
Y benditos son los gentiles por motivo de su fe en mí, mediante el Espíritu Santo, que los testifica de mí y del Padre.
He aquí que debido a su fe en mí, dice el Padre, y a causa de vuestra incredulidad, oh casa de Israel, la verdad llegará a los gentiles en los últimos días, para que les sea manifestada la plenitud de estas cosas.
Pero hay de los gentiles incrédulos! dice el Padre —¡pues aún cuando han venido sobre la superficie de esta tierra, y han dispersado a mi pueblo que es de la casa de Israel y han sido en entre ellos a mi pueblo que es de la casa de Israel, y lo han hollado!
Y por razón de la misericordia del Padre hacia los gentiles así como los juicios del Padre contra mi pueblo, que es de la casa de Israel, de cierto, de cierto os digo que después que yo haya causado que los de mi pueblo que son de la casa de Israel sean heridos, afligidos y muertos, y que con conjuros de entre ellos, y que los odien, y sean entre ellos objeto de escarnio y oprobio—
Por lo que el Padre me manda que os diga: El día en que los gentiles pequen contra mi evangelio, y se ensoberbezcan por motivo del orgullo de sus corazones, sobre todos los países y todos los pueblos de la tierra, y estén llenos de toda clase de mentiras, engaños e iniquidades, y de toda clase de hipocresía, asesinatos, sacerdocios encorvados, fornicaciones y abominaciones secretas; y si hicieren todas estas cosas y rechazaren la plenitud de mi evangelio, he aquí, dice el Padre, quitaré la plenitud de mi evangelio de entre ellos;
Y entonces recordaré el convenio que hice con mi pueblo, oh casa de Israel, y le llevaré mi evangelio.
Y te mostraré, oh casa de Israel, que los gentiles no tendrán poder sobre ti; antes me acordaré de mi convenio contigo, oh casa de Israel, y llegarás al conocimiento de la plenitud de mi evangelio.
Pero si los gentiles quieren arrepentirse y volver a mí, dice el Padre, he aquí, serán contados entre los de mi pueblo, oh casa de Israel.
Y no permitiré que mi pueblo, que es de la casa de Israel, pise con sus pies y los hollado bajo sus pies, dice el Padre.
Pero si no se vuelven a mí y escuchan mi voz, yo permitiré, sí, permitiré que mi pueblo, oh casa de Israel, pase por en medio de ellos y los hollará, y serán como la sal que ha perdido su sabor, que ya entonces para nada es buena sino para ser arrojada y pisoteada bajo los pies de mi pueblo, oh casa de Israel.
De cierto, de cierto os digo que el Padre no ha mandado a este que dé este país a este pueblo por herencia.
Y entonces se cumplirán las palabras del profeta Isaías, que dicen:
“Tus centinelas levantarán la voz; unánimes cantarán, porque verán ojo a ojo cuando el Señor hiciere volver a Sión.
¡Prorrumpid en gozo! ¡Cantad juntamente, lugares desolados de Jerusalén! porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha redimido a Jerusalén.
El Señor ha desnudado su santo brazo a la vista de todas las naciones, y todos los extremos de la tierra verán la salvación de Dios.”
La declaración de Jesús antes citada, de que sus otras ovejas no moraban en la tierra de Jerusalén, ni en ninguno de los países de alrededor, concuerda efectivamente con la teoría de Josefo de que las diez tribus se encontrarían cerca del río Éufrates. En el capítulo del libro de Mormón del cual tomamos la cita anterior, Jesús explica las razones por las cuales los judíos perdieron de vista a sus hermanos de las diez tribus. Jesús dijo: “El Padre ha separado de ellos a las otras tribus; y es a causa de su iniquidad que no saben de ellos”.
Algunos opinan que no es escritural situar a Israel fuera de estos tres lugares: los judíos esparcidos por todo el mundo, los lamanitas sobre este continente, y las diez tribus de Israel en Asorot. Pero nosotros afirmamos que hay abundantes razones dadas por las Escrituras para esperar encontrar a la simiente de José así como a la de Judá, en cada nación que exista bajo el cielo. Las profecías registradas en el antiguo testamento declararon expresamente que Israel, especialmente Efraín, sería esparcido entre todos los pueblos.
Las siguientes profecías muestran cuán completamente fueron esparcidos:
Oseas al reprender a Efraín por su idolatría, lo dice en el nombre del Señor:
“Eres como espora como la niebla, y de la mañana, y como el rocío de la mañana que se pasa; como el tamo que la tempestad arroja de la era, y como el humo que de la chimenea sale”.
Amós (9:8–9) dice:
“Porque he aquí yo mandaré y haré que la casa de Israel sea zarandeada entre todas las gentes, como se zarandea el grano en una criba, y no cae un granito en la tierra”.
¿Podría ser más completa una dispersión?
Moisés dijo directamente que el Señor traerá a sus hijos (siendo Efraín todavía su primogénito) desde lejos y a sus hijas desde los fines de la tierra. Además os dijo que Él congregaría a Israel suyo —no solo del norte— sino del norte y del sur, del este y del oeste; los congregará en Sión, y que Él, el Señor, los congregará de todos los países —no solo de América o de los países del norte, sino de todos los países— en los cuales los había esparcido; y entre otros lugares de las costas de la tierra.
Esta última sentencia describe muy atentamente los lugares de donde el grueso de Israel moderno será congregado. De las costas del mar del norte y del mar Báltico han venido a Sión por docenas de millares.
En un discurso anteriormente citado, el presidente Brigham Young declara que el nuevo y nuevo por ciento de los líderes de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días eran de la sangre de Israel. Lo sentó a quienes se estaba dirigiendo: eran de diversas nacionalidades, la mayor parte descendientes de las razas que durante los siglos cuarto y siguientes de la era cristiana se desperdigaron por miríadas desde el norte de las naciones, Escandinavia, y llenaron la Europa Central y Occidental con una nueva civilización; en efecto, el pueblo que derribó al gran Imperio Romano y puso las bases de la mayoría de las naciones de la Europa moderna. El presidente Young los distinguió entre los descendientes de los Godos, los Daneses, los Judíos, los Anglos, los Sajones, los Normandos, los Francos, y en nuestros próximos párrafos adelantaremos algunos de los argumentos empleados por los escritores gentiles para probar la diseminación israelita de estas razas, más particularmente de las denominadas anglosajonas.
Lo hacemos esto porque pensamos que las palabras de los siervos de Dios necesitan ser probadas por evidencia gentil, sino porque para muchos mortales es una satisfacción no solo saber que una cosa es así sino poder dar una razón, o presentar un argumento que demuestre porque es así.
EL ORIGEN DE LOS ANGLOSAJONES – DERIVACIÓN DE LA PALABRA SAJÓN – LOS GODOS Y LOS VÁNDALOS – CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO – LA MITOLOGÍA DE LOS ANTIGUOS ESCANDINAVOS – EDDUR – SU LITERATURA PRELITERARIA
Del mismo modo como la pregunta: ¿qué ocurrió con las diez tribus? aún continúa siendo para el mundo un enigma histórico sin contestación igualmente sigue sin respuesta la pregunta: ¿De dónde originaron las vastas hordas de los así llamados “bárbaros” que descendiendo de las frígidas regiones de Escandinavia, llenaron Europa con nuevas razas, nuevos leyes, nuevas ideas, nuevos lenguajes, y nuevas instituciones?
Un autor de mucha reputación, el Sr. Sharon Turner, en su valiosa Historia de los Anglo-Sajones, indica datos acerca de la descendencia teutónica de muchas de las naciones de la Europa Moderna. Esto es particularmente interesante para muchos de nosotros puesto que esas mismas descripciones incuestionablemente no solo muestran orígenes inmediatos sino también uno de los más célebres nacientes de la Europa Moderna. Los anglosajones, los escoceses de las tierras bajas, los normandos, los daneses, los noruegos, los suecos, los germanos, los belgas, los holandeses, los lombardos y los francos, todos brotaron de esa gran fuente de la raza humana a la que hemos distinguido con los términos de escitas, germanos o godos.
La primera aparición de las varias sectas en Europa pudo fijarse, de acuerdo con Estrabón y Homero, cerca del siglo VIII o unos 100 años más tarde según la fecha fijada por Heródoto o sea poca diferencia antes de Cristo. Las primeras secciones de su existencia civil y de su crecimiento poder tuvieron lugar en Asia al este del Araxes. Allí ellos se multiplicaron y extendieron sus límites territoriales, sin que por algunos siglos nadie los conociera en Europa. En cuanto a los sajones el Sr. Turner dice: “Ellos fueron comúnmente autónomos, o sea una tribu de los godos escitas y de las varias naciones” que por último fueron regidas bajo los Sakae o Sacae con el pueblo del cual en menor posibilidad de violar la verdad, podemos inferir que descienden los sajones. Ellos fueron tan renombrados que los Persas denominaron a los escitas por el nombre de Sacae.
Algunas de las divisiones de esa raza fueron llamadas Sacaeans (de donde tomamos nuestra palabra sajón) o Sarmas, según Plinio; porque él dice que los Sabeos que estaban establecidas en Armenia fueron denominados Sacaesina (Sakae-sun) para las personas (… ……. …. …) el significado de las palabras combinadas; y el nombre Sacaeina que ellos dieron a la parte de Armenia que ocuparon es casi la misma palabra que Sajona. Es también importante señalar que Ptolomeo menciona al pueblo escita de los Sakae, que habitó cerca del mar Báltico por el nombre de Sajones.
El Señor Turner no está propagando la ascendencia israelita de los Sajones, sino que quienes creen en esa teoría, ponen el énfasis sobre sus primeras declaraciones, que los antepasados de esta raza habitaron en la región al este del Araxes. El lugar exacto a donde Israel fue llevado cautivo y que desde allí, ellos comenzaron a diseminarse cerca de los siglos 6 o 7 a. de C., correspondiendo esto con el mismo período en que los hijos de Jacob habitaron esa tierra como cautivos. Otro autor ha propuesto una derivación muy particular de la palabra Sajón. Él dice: Supongamos que deriva de Isaac por cuyo linaje, según vemos en Amós, comenzó a denominarse esta casa de Israel justo antes de la cautividad. Fue común entonces el comienzo de un nombre especialmente cuando se combinó con alguna otra palabra, cuando no lo aplicó familiarmente. Sajón, bien acentuado y plenamente expresado, significa “El hijo de Isaac”. Tal como Diccionario en el idioma inglés se escribió Saxon, con respecto a este asunto, un autor ve en esta transcripción de la palabra Sajón un cumplimiento de la profecía hecha a nuestro padre Abraham: “En Isaac te será llamada simiente”, y ve sentido aun más alentando la hipótesis de que con eso otra expresión de esta misma idea, o de que un corazón del Don verdaderamente significa un “hijo de Isaac o de la tribu de Dan”.
Algunos consideran en contraste con el origen israelita de la raza del norte de Europa que provocaron la caída del imperio romano, su ferocidad. Pero debemos tomar presente que las descripciones de los godos y los vándalos que nos han llegado, provienen de sus enemigos. Y sin embargo, aunque ese argumento estuviera basado en la verdad, no estaría válido con respecto a nosotros los descendientes de ellos. Si es que ellos fueron de Israel, anduvieron errantes, luchando y colonizando durante mil años desde que sus padres abandonaron Palestina hasta que subyugaron a Roma. Y en cuanto a su ferocidad no refiero sino bajo alentar la simiente de José sobre esos acontecimientos, quienes recordamos que años después que los fuera predicada la plenitud del evangelio por el Redentor crucificado, cometieron atrocidades que ni aún los godos o los vándalos sobrepasaron.
Quien propugnaba la teoría en conexión con esta parte de la historia de las diez tribus, de que el imperio romano fue usado por el Señor para destruir a la casa de Judá y mover millones de esa raza singular; y del mismo modo el Señor escogió una porción de la casa de Israel… para destruir a los gobernantes gentiles del mundo que habían menospreciado y despojado a la casa de su hermano Judá.
Vinculada con estas indagaciones sobre la identidad de las diez tribus, se puede considerar la mitología de las razas del norte de Europa. Quienes están familiarizados con las mitologías de Grecia y Roma antiguas dicen que no guardan semejanza con ellas. Sus peculiaridades tienden más bien a sugerir que son de origen Persa (Enciclopedia Británica). Algunos de los padres de la Iglesia Católica imaginaron ver una gran semejanza entre un dios sus dedicados nombrado Balder o Baldur, y nuestro Salvador. Se representó a este dios como el hijo de Odín y Frigga, joven, hermoso, benéfico, dispensador de bondad, proveedor de alegría y de bendiciones, quien enajena corazones entre los hombres y quien los hombres amaban (la muerte está rodeada de fantasías mitológicas). Todos los hombres lloraron por su muerte y buscaron por todo el mundo algún modo para devolverle la vida, pero en vano. La muerte lo había arrebatado al reino de los muertos y él no pudo volver de allí. Su esposa, Nanna, a quien no se la podía separar de él, lo acompañó a su morada en el lugar de los muertos. Por fin Frigga, su madre, envió un mensajero para solicitar su rescate. El salva la puerta del sombrío mundo, ve a Balduur, habla con él, pero no, Balduur no puede ser liberado. Allí debe quedarse, y su esposa Nanna, debe quedarse con él para siempre.
Dado algunos detalles de esta narración, que no aparecen aquí, nos inclinamos a opinar que dicha historia es una confusa tradición de la manera en que la muerte fue vencida tal como por la transgresión de Adán, y que no tiene tal relación con la vida de nuestro Salvador. Queremos destacar la forma en que se produjo la muerte de Balduur.
Según la tradición (Enciclopedia Británica), habiéndole sido molestado durante mucho tiempo por enojos y malos augurios que señalaban que su vida estaba en peligro, la madre de Balduur viajó por todo el universo y consiguió la promesa de cada cosa que encontró, de que no le causaría ninguna clase de daño a su hijo; pero ella se olvidó de una cosa con el aparentemente inofensivo muérdago. Loki, el más engañoso de los dioses, y enemigo de Balduur, se enteró de esto y se dirigió a un dios ciego, Hodur, a quien le dijo que arrojara una flecha hecha con la hoja del muérdago. Balduur fue atravesado por ella y murió; en esta tradición, Loki toma el lugar de Satanás y Hodur el tipo de la serpiente, y el muérdago, el árbol del conocimiento del bien y del mal. Es notable también que en esta tradición ellos representan al hombre como incapaz de vencer el poder de la muerte.
La más antigua literatura de los escandinavos, preservada en Islandia, agrega muchos testimonios a favor del origen israelita de los escandinavos. Sobre este punto, la Enciclopedia Británica dice: “al entrar en la lectura de estos antiguos libros, a uno le llama enseguida la atención la evidencia corroborativa que brindan estos libros a favor del origen oriental de los godos, los padres de los escandinavos.” Igual que todos los lenguajes, las mitologías también pueden ser trazadas a un centro común…
Asia Central. Nuestros pueblos del norte de Europa son de origen oriental. Todos sus recuerdos abundan con pruebas de ello. Ellos trajeron consigo abundantes costumbres orientales como quemar los muertos y sepultarlos bajo túmulos. Ellos transfirieron a las nevadas montañas de Escandinavia una religión que llevaba las características principales de las de Persia, India y Grecia. Al leer lo anterior nos impresionamos fuertemente con la idea geográfica allí expresada. Sin mucho esfuerzo de imaginación podemos fácilmente considerar la tradición acerca del gran Svithiod, nos referimos a Media, el primitivo distrito de Asgard, como un borroso recuerdo de su hogar en la tierra prometida y Gudahen, el hogar de los dioses, como Jerusalén, la ciudad del Gran Rey. Consideramos que el paralelo es muy significativo.
CONSIDERACIÓN DE LAS NUMEROSAS IDENTIFICACIONES — RELIGIÓN Y LEYES DE LAS ANTIGUAS RAZAS NÓRDICAS — MASONERÍA — LENGUAJE
Sería casi imposible enumerar la multitud de semejanzas existentes entre los hábitos, las costumbres, la apariencia personal, etc., de los israelitas y los anglosajones. Dar aunque sea un apresurado vistazo a estas identificaciones ocuparía más espacio de lo deseable. Mencionaremos simplemente unos pocos puntos que han sido presentados por varios escritores y entonces procederemos a considerar brevemente sus leyes; sin embargo hay que considerar que algunas de sus “identificaciones” son muy notables, mientras que otras, en nuestra opinión, son pueriles y nada más que el resultado del fanatismo. Se ha afirmado que existe gran parecido en la forma de la cabeza de los judíos y los sajones, y se ha aducido como prueba de una ascendencia común, la gran belleza de las dos razas. Se ha afirmado que el estilo de la vestimenta de las antiguas razas nórdicas fue característico de los israelitas. También se ha comentado mucho sobre el cuidado que ambos pueblos conservaron sus anales y crónicas. Un autor sostiene que hay conexión en la forma de ordenar sus fuerzas para una batalla y en el aprecio que tuvieron por los distintivos o estandartes tribales, que según él dio lugar al nacimiento en Europa de la heráldica y al desarrollo de la caballería. Un fuerte argumento a favor de la ascendencia judía de los sajones ha sido la división del pueblo en decenas, centenas y millares. Se dice también que las tres grandes celebraciones anuales del pueblo se efectuaron en las mismas fechas que las tres grandes fiestas de los judíos.
La ceremonia matrimonial de los sajones, su respeto por la mujer, y el gran infortunio que para ellos fue el no tener hijos, también se les advierte como eslabones en la cadena de evidencias. Un autor (el Sr. Hine) sigue una línea de argumento diferente y hace que la historia de la nación inglesa, su constitución, sus leyes, su posición insular, etc., cumpla las diversas profecías de los antiguos siervos de Dios acerca de las diez tribus. Sin embargo, para nosotros estos aspectos consideramos como cumplimiento de las profecías, a menudo son insensibles. A pesar de lo terrible y sangrientos que fueron esos ritos de la religión de los antiguos escandinavos, algunos estudiosos han encontrado una notable analogía con la religión del antiguo Israel; hasta tal punto que se considerara una de las pruebas más fuertes de la ascendencia de este pueblo se remonta a Jacob. Y se afirma que cuando más atrás se investiga este punto mayores se hacen las evidencias. Para que no se piense que estamos exagerando citaremos de otro autor: “Ellos, (los anglosajones y sus hermanos del norte de Europa) se los describe como muy familiarizados con la gran doctrina de la existencia de una deidad suprema, el autor de todo lo que existe, el Eterno, el Viviente, el Anciano, el Ser Terrible; el Ser que nunca cambia, que vive y gobierna por siempre; ellos antiguamente estimaban como impío hacer de una imagen o representación visible, o imaginable, para posible confinamiento dentro de las paredes de un templo. Estas grandes verdades, las mismas que sabemos les fueron enseñadas a Israel, ya habían sido perdidas en parte o modificadas antes de que ese pueblo llegara a ser Gran Bretaña. Pero este mismo conocimiento habla en favor de su origen; habiéndose concluido, se dice, como consecuencia de haber recibido a un poderoso conquistador del este, como a su Dios con naturaleza humana, correspondiendo esto con la expectativa de Israel sobre la venida del Mesías. Se considera que este supuesto Dios encarnado se presentó entre el pueblo cerca de la fecha en que el verdadero Mesías apareció entre los judíos.”
Es posible que las nuevas de la visita de Jesús a las diez tribus le hayan llegado en una forma vaga o adulterada. El nombre de ese pretendido salvador fue Odín o Wodín, y sus seguidores le consideraron como dispensador de felicidad así como una furia para sus enemigos. Cuando Wodín fue quitado de entre ellos, colocaron su imagen en su lugar más alto: santo en el cual había una especie de lugar elevado o arca, como si fuese una imitación de la de Jerusalén en donde, entre los querubines, se suponía que habitaba la presencia divina. Delante de esta elevación o arca, en ese lugar santo donde se colocaron los símbolos de su adoración, tenían un altar sobre el cual estaba siempre encendido el fuego sagrado; y siempre cerca de él había un vaso para recibir la sangre de las víctimas, y un hisopo para salpicar al pueblo con esa sangre; recordándonos esto de nuevo la ceremonia practicada en el pueblo de Israel antiguamente. Ellos tuvieron un gran templo para toda la nación. Y se menciona particularmente, tuvieron doce sacerdotes presididos por un sumo sacerdote, los que tuvieron a su cargo todo lo concerniente a la religión del pueblo.
Se dice que este templo era magnífico, “de increíble grandeza y magnificencia. Estuvo situado en Upsala, Suecia.”
Algo que ha sido señalado y que se relaciona con este aspecto del asunto que estamos tratando, es que la masonería fue conocida en Europa primeramente entre el pueblo. En la Edad Media estas logias de masones constituyeron las catedrales de Europa, y se asevera que “las catedrales inglesas fueron construidas según el modelo de los templos a los que ellos concurrían antes de su conversión al cristianismo.” Y se ha observado que parece evidente que estas catedrales han sido construidas de acuerdo al diseño del templo de Jerusalén. Lo mismo que este, las catedrales tenían su lugar santísimo, el altar, su lugar santo, el coro, y el patio exterior, para el pueblo. Algo, en cierto modo notable, es que el único pueblo gentil en el cual existió algo parecido a la masonería fue el de los Jonios, de quienes, como hemos señalado antes, se dice que tienen una ascendencia israelita. Sus templos dedicados a Baco y a otras deidades paganas fueron construidos por logias que tuvieron señales secretas, etc., y manejaron sus asuntos de un modo muy similar al de los masones de la Edad Media. Pero la más fuerte de las “identificaciones” supuestas entre las dos razas, más fuertes aunque las fases religiosas del asunto, es la peculiar tendencia mosaica de las leyes de los antiguos nórdicos. Tan grande es la similitud que la mayoría de los que han escrito acerca de esto ya se han mostrado perplejos. Ha sido escrito: “Para aquellos que han estudiado atentamente las instituciones de Moisés, y las han comparado con las de los sajones les ha de parecer que esa similitud se presta para llegar a la conclusión de que la comunidad sajona se organizó de esa manera después de haberse familiarizado con el cristianismo.” Sin embargo, no parece ser este el caso. Ellos trajeron consigo estas instituciones a Inglaterra y dejaron instituciones similares entre los pueblos del norte de Europa con quienes habían vivido desde tiempo inmemorial. Monarquía limitada, ley constitucional y gobierno representativo, una policía civil eficiente, juicio por jurado, son algunos de los más importantes legados dejados a la nación inglesa por sus antepasados anglosajones, y a estas cosas resulta fácil trazarle un origen netamente israelita…
Parece ser que entre los anglosajones la teoría de su constitución fue de que cada diez hombres o cabezas de familia se debía escoger un para que actuase en el concilio de la pequeña comunidad, que generalmente consistía de diez de tales compartimientos o barrios. Diez de esos barrios formaban un décimo escogido, según se entendió, debían encargarse del manejo de los asuntos generales correspondientes a los diez décimos; mientras que cada décimo de los condados que especialmente les pertenecían. El condado de mayor amplitud correspondía a una tribu de Israel. La palabra condado (county) deriva de la palabra hebrea que significa levantar, parar, y se refiere al cetro o estandarte de la tribu alrededor del cual se congregaba durante las grandes asambleas del pueblo. Como ha sido visto, a la nación de Israel le fueron dadas en los primeros tiempos de su historia, reglas apropiadas para su asociación, las que fueron igualmente aptas para una sociedad numerosa como para una pequeña. La gente fue organizada en grupos de diez que se cuidaban mutuamente; cada grupo de diez tuvo una persona que los representó y actuó en nombre de ellos. Vemos en el primer capítulo de Deuteronomio: “Así que yo (Moisés) tomé los jefes de vuestras tribus, hombres sabios y conocidos; y os los puse por cabeza sobre vosotros, capitanes sobre miles, y capitanes sobre cientos, y capitanes sobre cincuenta, y capitanes sobre diez, y oficiales entre vuestras tribus.”
La ley de primogenitura tan prevaleciente en diferentes grados entre las naciones dominadas por los godos y los vándalos, y sus parientes, nos muestra que pacta con una reliquia de la ley mosaica. De acuerdo con la ley hebrea, el primogénito recibía una porción doble de la herencia de su padre. La ley inglesa se parece mucho a esto. Parecería ser que entre los hebreos esta doble porción le fue conferida al hijo mayor para compensarlo en cierta medida por la pérdida del sacerdocio que por derecho le correspondía al primogénito en los días de los patriarcas, pero que en los días de Moisés fue investido en la casa de Aarón, dando comienzo al sacerdocio menor, llamado según su nombre, mientras que el sacerdocio de Melquisedec o mayor, parece ser que después de los días de Moisés y hasta la venida de Cristo fue ejercido únicamente por unos pocos escogidos, quienes debido a su justicia fueron dotados con esta medida especial del favor divino.
Para cierta clase de científicos, el idioma de un pueblo tiene gran valor para poder determinar su origen. Esta prueba ha sido aplicada al lenguaje de los anglosajones, y se ha encontrado que existen en él una cantidad de palabras hebreas con igual significado que no han sufrido alteración. Sobre este punto el autor del libro “Nuestro Origen Israelita”, autor inglés, afirma: “En cuanto al lenguaje, se concede que éste, por sí mismo, no podría identificar a un pueblo o, por ejemplo, distinguir a Israel de los cananeos… pero aun puede esperarse que persista una suficiente cantidad de palabras en hebreo que muestre una relación entre este pueblo (los sajones) con los hebreos”; y ese es el caso. Los expertos en lenguaje han observado que en las lenguas de la Europa moderna existe una gran porción del antiguo lenguaje de Israel, y que esta abundante adición de lengua hebrea se debe a los godos. Una porción tan grande de estas lenguas entra dentro del molde hebreo que un abate francés ha propuesto que se emplee el hebreo como clave para estudiar el origen de estos idiomas.
Otro escritor, refiriéndose a las declaraciones del Sr. Wilson, señala: “No hay razón para dudar de que, junto con la oleada de naciones que hablaron los dialectos indogermanos que invadieron Europa a la caída del Imperio Romano, los anglosajones vinieron de los distritos de Asia que hablaron el Zenda.” Y mientras que el Sr. Wilson, basándose en el lenguaje de los anglosajones y los daneses, aduce razones para creer que existió una larga e íntima asociación entre estos pueblos y los persas antes de que los primeros se trasladaran hacia occidente, él también prueba la existencia de una amplia mezcla de palabras hebreas en el lenguaje de los anglosajones, y en un grado igual entre los escoceses, descendientes de sajones. El hace de esto una prueba de la descendencia de este pueblo de las diez tribus israelitas que fueron trasladadas por los reyes de Nínive de su tierra nativa y establecidas en las ciudades de Media y Persia. En esa tierra ellos conservaron mucho de su lengua hebrea natal a la vez que gradualmente hicieron del Zenda su nuevo lenguaje. Una confirmación adicional y más importante de la idea del Sr. Wilson, la ha brindado el profesor C. P. Smyth, se refiere a la circunstancia de que los anglosajones tienen una metrología (ciencia de las medidas) que corresponde exactamente con la metrología común al templo de Jerusalén y la Gran Pirámide.
LA SALVACIÓN: UN DON PARA TODOS – EL CONVENIO DE DIOS CON ABRAHAM – PROSÉLITOS – LA DISPERSIÓN – CONCLUSIÓN
Antes de seguir más adelante deseamos señalar que confiamos que nadie al leer estas palabras crea que únicamente se salvarán en el reino de Dios los descendientes literales de Abraham. Por el contrario, somos bien conscientes de que Dios ha hecho de una sangre a todas las naciones del mundo, y comprendemos que todos los hombres de cada clima y de cada época pueden participar de las inapreciables bendiciones que le son concedidas a la humanidad caída, por medio del infinito sacrificio del Calvario. Creemos firmemente que dentro de los alcances del convenio del evangelio existen arbitrios y medios y maneras por las cuales los obedientes de todas las razas serán reconocidos como hijos de Abraham y herederos por adopción de todas las promesas dadas por Dios a ese patriarca. Juan el Bautista le dijo a los extraviados judíos de su época cuando ellos se jactaron de ser descendientes de Abraham, de que si a Dios le complaciera hacerlo, aun de las piedras podría levantarle hijos a Abraham. Nosotros reclamamos al pueblo de Israel es ni más ni menos, el cumplimiento del convenio hecho por Dios con el padre de los fieles, cosa que la revelación moderna lo presenta en estas palabras: Abraham 2:8–14: “Me llamo Jehová, y conozco el fin desde el principio; por lo tanto, mi mano te cubrirá. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré sobremanera y engrandeceré tu nombre entre todas las naciones, y serás una bendición a tu simiente después de ti, para que en sus manos lleven este ministerio y sacerdocio a todas las naciones; y las bendeciré mediante tu nombre; pues cuando reciban este evangelio llevarán tu nombre, y serán contados entre tu simiente, y se levantarán y te bendecirán como su padre; y bendeciré a los que te bendijeren, y maldeciré a los que te maldijeren; y en ti (es decir en tu sacerdocio) y en tu simiente (es decir, en tu sacerdocio), pues te prometo que en ti continuará este derecho, y en tu simiente después de ti (es decir la simiente literal, o sea la simiente corporal) serán bendecidas todas las familias de la tierra, aun con las bendiciones del evangelio, que son las bendiciones de salvación, aun de vida eterna”.
De esto aprendemos que el convenio del Eterno con Abraham ha sido: que su simiente sería la portadora del mensaje del evangelio y los ministros de la gracia de Dios a todas las naciones, y por medio de él y de su simiente todas las familias de la tierra serían bendecidas con las bendiciones del evangelio, el cual por medio de la obediencia trae salvación y vidas eternas; y también que cuantos reciban el evangelio serán llamados por el nombre de Abraham, serán contados como su simiente y se levantarán y lo bendecirán como su padre.
Esta última parte del convenio mencionado fue bien entendida por los judíos y aceptada aun cuando ellos se echaron atrás al tener que obedecer la plenitud del evangelio. Y aun estuvieron viviendo bajo la ley menor de los mandamientos carnales. La forma en que los israelitas recibieron y trataron a los prosélitos es uno de los aspectos interesantes de su política a este respecto, y podemos echarle un vistazo sin temor de que nos desviemos mucho de la cuestión que estamos considerando.
Parece que los antiguos judíos tenían dos clases de prosélitos. Los primeros conocidos como prosélitos de justicia, o prosélitos del convenio, llegaron a ser considerados como israelitas perfectos y de acuerdo con el Talmud fueron admitidos en la casa de Abraham por medio de la circuncisión y el bautismo. La otra clase fue denominada prosélitos de la puerta, (“el extranjero que está dentro de tus puertas”). Se ha dicho que los conversos de esta clase no estuvieron sujetos a la circuncisión y las otras leyes especiales del código mosaico. Para los tales fue suficiente observar los preceptos contra la idolatría, la blasfemia, la inmundicia y el robo, y también obedecer el precepto de no comer carne con su sangre. A esta última clase pertenecieron los conversos que abrazaban el judaísmo por motivos no tan puros; por ejemplo: por el amor de un esposo o una esposa, para lograr una posición especial, o por temor de alguna calamidad o la amenaza de un juicio divino. Estos conversos fueron considerados por los antiguos judíos de una forma muy parecida a como sus similares entre los santos de los últimos días, también, a veces los judíos extendieron su fe con las mismas armas con las que defendieron a los demás, luego de ser conquistados por Juan Hircano, se les ofreció la alternativa de: o circuncidarse, o exiliarse. Ellos escogieron lo último. Los turcos fueron convertidos (?) del mismo modo por Aristóbulo. En los días de Jesús, cuando la luz de la verdad apenas si brillaba en el credo judío; y cuando los vicios de los extraviados judíos se habían injertado en los de los licenciosos paganos, el Salvador los recriminó: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que rodeáis la mar y la tierra para hacer un prosélito, para luego arrojarlo con vosotros al infierno!” (Mateo 23:13).
Hay un factor que ha tenido en gran medida a difundir la sangre israelita, y el que hemos dado mucha atención y a que se relaciona más principalmente con Judá que con Efraín. Nos referimos a quienes permanecieron en los países extranjeros luego de que los judíos regresaron de la cautividad de Babilonia y durante ese período del segundo templo. Al comienzo de la era cristiana los diversos judíos se dividían en tres grandes secciones: los babilonios o sirios y los egipcios. De Babilonia los judíos se esparcieron por Persia Media y Partia. Las conquistas de los griegos en Asia extendieron los límites de esta expansión. En Chipre y sobre la costa occidental de Asia Menor los judíos establecieron comunidades muy numerosas. Estas últimas infortunadamente adoptaron el lenguaje y las ideas griegas. En África, Alejandro y Ptolomeo I establecieron grandes colonias de judíos en Alejandría. No lejos del lugar donde después erigieron un templo a Jehová según el modelo del de Jerusalén. De Alejandría se esparcieron por las costas norte y este del África. La amplitud de la dispersión de los judíos para la época de Cristo, puede juzgarse por la cantidad de devotos que venían a adorar y observar la Pascua, quienes escucharon la predicación de Pedro en el día de Pentecostés (Hechos 2:7–11).
Hay otro aspecto de este tema que no estamos preparados para desarrollar, pero que sostiene el peso de una abundante prueba. Es éste: que los Santos de los Últimos Días han estado y están cumpliendo la tarea que se había predicho que Efraín y sus seguidores tendrían que efectuar. Entonces, si nosotros estamos llevando a cabo esa tarea, y reclamamos ser los que deben hacerla, ¿no es imposible invalidar nuestra pretensión? ¿No es esta nuestra afirmación merecedora de una cuidadosa consideración y respeto? Dios ha declarado que él haría de su Israel de los últimos días una nación de reyes y sacerdotes. En dispensaciones anteriores (excepto aquella que entre los judíos existió la autoridad menor del sacerdocio de Aarón) el sacerdocio fue conferido sobre unos pocos; poseerlo fue un altísimo honor, pero en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, todo el pueblo iba a ser una raza de reyes y sacerdotes, y esto es más honorable por el hecho de ser multitudinario. Para nosotros esto es una gran prueba de que ese pueblo será Efraín. Hay una razón por la cual Dios concede sus benignas bendiciones. Una de esas razones es ésta: En el orden de la ley superior, el Sacerdocio pertenece al primogénito. Efraín es el primogénito adoptado por Dios de entre todas las razas de la humanidad, por lo tanto por derecho de esa adopción ellos son una nación de sacerdotes. Sacerdotes de Dios según el orden de Melquisedec, bajo Jesucristo nuestro Redentor, el Salvador del Mundo.
Para concluir, nosotros creemos que apenas si habrá en el mundo una nación o pueblo en el cual no se encuentre algo de la sangre de Abraham, la que ha levantado con la simiente de la promesa todas las familias de la tierra. Y que esta generación escogida por derecho de linaje, ministrará a todo el mundo la palabra de Dios, y como salvadores en el monte de Sión, atraerán a todos los hombres hacia el gran Salvador de nuestra raza, se pondrá en medio de ellos, a la diestra del Padre, coronado y exaltado como Rey de reyes y Señor de señores, el gran apóstol y sumo sacerdote de nuestra salvación. Verdaderamente el Señor está cumpliendo su promesa; Israel ha brotado y florecido y llenado la tierra con sus frutos, pero en el gran futuro, el Señor hará que lo haga más abundantemente y gloriosamente.
—
EL SIMBOLISMO
DE LA GRAN PIRÁMIDE
El consenso de quienes han dedicado sus esfuerzos al estudio de la Gran Pirámide es, según se le atribuye haber dicho a Isaac Newton, “La Gran Pirámide es un verdadero milagro en piedra”. Se piensa que sus constructores conocían cómo cuadrar el círculo, y demostraron ese problema en las dimensiones de esa gran estructura. Ellos supieron el largo exacto del eje de rotación de la Tierra, y la distancia entre la Tierra y el Sol. Estuvieron al tanto del giro de los equinoccios, y por el lugar en que levantaron el edificio ellos señalaron el mismo centro de la superficie de toda la Tierra. Ellos dieron también pruebas de que poseían un perfecto sistema de pesos y medidas.
Todas estas proposiciones parecen estar bien probadas. Y no parece haber razón para dudar del alto conocimiento científico de uno de los arquitectos que diseñaron la estructura.
Algunos estudiosos se han aventurado aún más, y según ellos, los pasajes, las galerías y las cámaras del interior de la pirámide son también evidencia de una visión profética.
Aun esto no es del todo imposible desde el principio de la historia, al hombre le ha sido dado, en diferentes épocas, el conocimiento profético.
Adán, nuestro venerable antecesor, antes de su muerte congregó a sus descendientes y, “estando lleno del Espíritu Santo profetizó todo lo que sucedería a su posteridad hasta la última generación” (D. y C. 107:56). También Enoc, el séptimo desde Adán, profetizó la venida del Hijo del Hombre y el milenio; y Noé, después del diluvio, predijo algunos de los principales aspectos del futuro de sus descendientes a través de sus tres hijos. Por lo tanto, los hijos de los hombres han tenido la palabra profética con ellos desde el principio del mundo.
José, en un párrafo que citaremos más luego, nos dice que los descendientes de Set erigieron dos pilares sobre los cuales están grabadas palabras de un conocimiento que sería de beneficio para las generaciones venideras. No es improbable que una parte de ese texto fueran profecías.
Conociendo entonces que la Gran Pirámide es un monumento a los maravillosos logros científicos poseídos por el hombre en el mismo comienzo de la historia escrita, y también una irrefutable prueba de visión profética, o de la iluminación que tuvieron quienes la construyeron, todavía queda en pie la pregunta: ¿Hasta qué punto los intérpretes modernos nos dan una interpretación correcta en todos sus detalles? ¿Pueden ellos realmente leer el mensaje de la pirámide? ¿Concuerdan sus explicaciones con la palabra revelada de Dios? ¿Y con los hechos establecidos de la historia? Ningún estudiante de la lectura piramidal puede atreverse a ignorar estas preguntas ni dar por sentado que ya se ha dicho todo.
Refiriéndonos a un diagrama de la pirámide, encontramos que la entrada a la estructura se encuentra en el lado norte a unos cincuenta pies (quince metros) de su base. Esta entrada nos introduce en un estrecho pasaje descendente de apenas tres pies y medio de ancho (1 metro) y cuatro pies de alto (1,2 metros). Este angosto túnel termina en una cámara excavada en la roca sobre la cual descansa la pirámide. A esta cámara se la denomina el “o la ‘pit’”, el largo del pasaje es de 4.402 pulgadas.
En la cronología de la pirámide una pulgada representa un año.
Se dice que este angosto pasaje descendente simboliza la trayectoria del hombre natural, degradado, desde la caída de Adán hasta el insondable “pit”.
En un lugar, a 996 pulgadas de la entrada, el pasaje descendente se abre al primer pasaje ascendente, cuyo largo total es de 1542.4 pulgadas piramidales. La entrada está cerrada por una voluminosa tapa de granito.
Este pasaje ascendente se dice que representa la edad “israelita”, desde el año 1486 a.C. hasta el tiempo de nuestro Señor.
En el punto donde termina dicha edad, se abren dos pasadizos en diferentes direcciones. Uno sigue una línea horizontal por una extensión de 1725 pulgadas de pirámide, y se termina en un cuarto conocido como “la cámara de la reina”. Se dice que este pasaje horizontal representa a los judíos que no aceptaron a Jesús como el Mesías, mientras que la cámara de la reina simboliza la participación de los judíos de los últimos días en los eventos que precederán la segunda venida.
En la unión del primer pasadizo ascendente y el pasadizo horizontal, encontramos una boca de un respiradero llamado “el pozo”. A setecientas dos pulgadas más abajo este respiradero pasa a través de una “gruta” o cueva natural, y entonces continúa descendiendo hasta juntarse con el pasaje descendente a poca distancia de “el pit”. El largo total del respiradero es de 1596 pulgadas.
Los que tratan de interpretar la pirámide nos dicen que el pozo representa el descenso del hombre al Hades, el reino de la muerte, y que la boca del respiradero, abierta como si fuera por una explosión, simboliza la resurrección de nuestro Señor, “quien abrió así el nuevo y luminoso camino a la vida y la inmortalidad”.
Dos pasadizos forman una bifurcación en el extremo sur del primer pasaje ascendente. Uno es el pasaje horizontal que lleva a la cámara de la reina; el otro es la “gran galería”, una continuación del primer pasaje ascendente en una escala aún más grande. Esta galería conduce a la “cámara del rey”. El largo total de esta galería es de 1628 pulgadas. Su altura vertical es de 339.5 pulgadas. El ancho de los pisos entre las así llamadas rampas es de 42 pulgadas; sobre las rampas 82 pulgadas. (Las rampas son unos estantes a lo largo de las paredes de la galería, de 21 pulgadas de alto y 20 de ancho).
Cerca del extremo sur de la galería hay un “peldaño” de 36 pulgadas de alto y 67 pulgadas de norte a sur. Allí encontramos un pasaje que conduce a la antecámara, largo de la cual es de 116.26 pulgadas; el ancho de este pasaje, 62.5 pulgadas; la altura, 149.3 pulgadas.
De la antecámara sale un pasaje de salida, horizontal, de 100.2 pulgadas de largo; la altura en el extremo norte, 43.7 pulgadas; en el extremo sur, 41 pulgadas; el ancho es de 41.8 pulgadas.
Por este bajo y angosto pasaje, o corredor, llegamos a la “cámara del rey”, un cuarto rectangular con las paredes de granito. Tiene 412.132 pulgadas de largo; 205.066 pulgadas de ancho, y 230.389 pulgadas de alto, desde el piso hasta el techo; o desde la base hasta el techo, 235.350, todas pulgadas piramidales.
El mobiliario de la cámara consiste de un cofre de granito: de 89.62 a 89.92 pulgadas de largo; 33.68 a 33.61 de ancho; y de altura 41.23 a 41.13. Las medidas internas son 77.65 de largo, 26.71 de ancho, y 34.32 de altura de profundidad; espesor del fondo, 6.91 y de los costados 5.98, todo en pulgadas de pirámide. La medida cúbica interna de este cofre es de acuerdo a C. Piazzi Smyth, “la gran norma de capacidad”, y la cámara es “el máximo y supremo compartimiento en el interior del más antiguo y más gigantesco monumento de nuestra tierra”.
Nos es dicho que la gran galería representa a la edad del evangelio. El bajo pasaje desde la gran galería hasta la cámara del rey simboliza las tribulaciones de los últimos días antes del reinado de la justicia; y el tiempo de tribulación es abreviado por la antecámara, tal como nuestro Salvador prometió a sus discípulos, a fin de salvar a la humanidad de la aniquilación.
Se dice que la “cámara del rey” representa el salón del juicio de las naciones y el establecimiento del gobierno de nuestro Señor sobre la tierra para su reino milenario.
Puede aclararse aquí, que las dimensiones dadas en los párrafos anteriores son extraídas de Nuestra herencia en la gran pirámide, por C. Piazzi Smyth. Las explicaciones son de La gran pirámide, su simbolismo espiritual, por Morton Edgar, y otras publicaciones recientes.
Quizás pueda ser útil lo publicado sobre la pirámide por Thomas W. Greenwell, aparecido en el Millennial Star, el 2 de diciembre de 1937. Él menciona lo siguiente: “De acuerdo con la astronomía de la pirámide, el diluvio ocurrió 2779 años antes de Cristo. El primer pasaje o galería de entrada comienza con la fecha simbólica correspondiente al año 2528 a.C., en la era de la primera dispersión de la humanidad. Según la escala de 1” por año, el pasaje desciende hasta un punto que presenta el año 2170 a.C., que es la fecha que se erigió la pirámide. Esto es particularmente señalado por dos líneas finas trazadas sobre las paredes en los lados este y oeste de la galería. El descenso continúa por 628 pulgadas (representando, por supuesto, 628 años), hasta lo que se denomina “el gran rastrillo” (1542 a.C.). Esta es confluencia, o un nuevo punto de partida según el simbolismo de la pirámide.
Nuestro autor da el año 1542 a.C., como la fecha del Éxodo.
En cuanto a la gran galería cuyo largo total se estima en 1831 pulgadas de pirámide, él dice: no hay nada de particular en todo su recorrido, hasta que en un punto a 1815 pulgadas de su comienzo hay un cambio notable, que corresponde al año 1015.
El Sr. Greenwell encuentra que la elevación del piso correspondiente al 1015 señala una nueva época en la historia. En ese tiempo Francia eliminó por un tiempo la religión y trató de introducir nuevos credos, nuevos tiempos, nuevas leyes, estaciones y aún medidas.
Refiriéndonos con la teoría aceptada de que 1” de pirámide representa un año, dicho bosquejo configurará un cuadro de la historia humana desde Adán, 4000 años antes de Cristo, hasta el año 1936 después de Cristo, cuando luego de una gran tribulación a partir del 4 de agosto de 1911 se llega a la cámara del rey.
Ahora, en las palabras del apóstol Pablo: “¿Qué diremos, entonces?”
Con respecto a las eras patriarcal y mosaica, hay poco que decir. Hasta donde sabemos no hay modo de asegurarse de que las pulgadas de pirámide coincidan o no con la verdadera cronología, por la simple razón de que no disponemos de un sistema de cronología que llegue hasta la creación, o aun hasta el diluvio.
Como es bien sabido, tenemos tres diferentes tablas cronológicas basadas en numerosas versiones de la Biblia. Los eruditos que han tratado de calcular la historia de la raza humana en base a las genealogías bíblicas comúnmente afirman que el texto hebreo da 1656 años entre Adán y el diluvio, mientras que el texto samaritano da sólo 1307 años y la versión vernácula da 2242 años. Existe una discrepancia similar entre la cantidad de años entre el diluvio y el nacimiento de Abraham. El texto hebreo parece dar 290 años, el samaritano 940, y el septuaginta 1170. (Ver La Enciclopedia Popular y Crítica de la Biblia “en cronología”). En esa obra se señala que ninguna fecha anterior a 700 a.C. es absolutamente cierta, y, aún muchas son aproximadas.
Todo esto nos dice que los antiguos cronologistas no dieron importancia a las fechas tal como nosotros lo damos. Ellos estuvieron satisfechos con registrar que un acontecimiento tuvo lugar dentro de un determinado período de años, o dentro del lapso de una generación, o durante el reinado de un rey. Puede que los monumentos hayan sido levantados años después de haber sucedido los eventos en cuya conmemoración se construyeron; y las fechas, cuando se dieron, pueden haber sido solo tradicionales. A menudo en lugar de la fecha exacta se dieron las números redondos, como cuando se habla de la guerra de los 100 años entre Inglaterra y Francia, la que duró 116 años. Algunas veces los genealogistas son inexactos, dando los nombres de los nietos o de los bisnietos como si fueran los hijos. A veces se menciona un rey como sucesor de otro cuando ambos fueron en realidad contemporáneos. Por estas y otras razones, todas las tablas cronológicas de los primeros tiempos son inciertas.
Los anales genealógicos de la Biblia prueban la unidad de la raza humana en cuanto a su origen, y el linaje de nuestro Señor a través de los canales predichos — Sem, Abraham, Isaac, Jacob, Judá, David — y como tales ellos son de gran valor e importancia; pero no dan la edad de la tierra, o de la raza humana según nosotros medimos las edades en nuestros días y años. No tuvieron ese propósito.
Por lo tanto, es obvio que no disponemos realmente de fechas absolutamente confiables según las cuales se podría probar la teoría presentada en cuanto al simbolismo del pasadizo descendente. Ya no son más aceptadas las fechas que el obispo Usher vio con respecto a la creación y la aparición de Adán (4.004 a.C.). Ni tampoco su fecha para el Éxodo (1491 a.C.) es aceptada. (Flinders Petrie, en Egipto e Israel, da las siguientes fechas que se difieren con las del obispo Usher: Abraham entró en Egipto en 2110 a.C.; comienzo de la opresión de los israelitas en Egipto, 1580 a.C.; Éxodo, 1220 a.C.; Templo de Salomón, 973 a.C.)
Pero cuando examinamos las explicaciones ofrecidas referentes al simbolismo de la gran galería, nos encontramos en un terreno histórico firme, comparativamente hablando. Tenemos también la palabra profética, la cual dice el apóstol Pedro, es “más segura” que una historia (2 Pedro 1:19), y de la cual él dice que “debéis estar atentos, como una antorcha que alumbra en lugar oscuro”.
Como hemos también visto, los intérpretes dicen que una gran galería representa la “edad del evangelio”, que se extiende por un período de cerca de 1914 años, contando desde el nacimiento de nuestro Salvador hasta el tiempo de la primera guerra mundial. El señor Piazzi Smyth dice acerca de dicha “era del evangelio”: “El señor Piazzi Smyth dice acerca de dicho tema: ‘En el canal…’. Leemos conmovido que la pared de la gran galería representa la fecha del nacimiento de Cristo, y que allí en adelante, subiendo por esa galería, el piso inclinado de la misma se desarrolla la historia religiosa cristiana durante ese tiempo”. El fin de esta historia religiosa, o sea “la edad del evangelio”, él lo sitúa en el extremo sur de la galería “y es un fin positivo”, dice él. Entonces pregunta: “¿Cuán cerca está ese fin?” Sus medidas en dos resultados, que dependen del método empleado. Uno arroja 1831.4 pulgadas, corregido por el Sr. F. Portal da 1.881.8, el otro da como resultado 1910 pulgadas de largo, desde la pared norte hasta la pared sur. Cuando estos resultados se aplican a las tablas cronológicas, que no tienen el disco, dice él, se obtienen 1.882.4 y 1.911. “Algo entonces”, dice él con concolusión, “parece que va a ocurrir entre las dos fechas correspondientes al fin, es decir, entre 1.882.4 y 1.911.”
Esto fue escrito en febrero de 1890, y el autor carecía de la ventaja de tener como referencia la primera guerra mundial.
El Dr. Morton Edgar dice sobre el respecto: “La gran galería representa la condición de los justificados por la fe, o sea, los redimidos por Dios como seres humanos perfectos a causa de su fe, y que son llamados a presentar sus cuerpos como sacrificio vivo, para que puedan ser colaboradores con Cristo en su gloria (Romanos 12:1)” (La Gran Pirámide). Esta es la forma en que se describió la edad del evangelio, supuestamente representada por la gran galería.
La forma en que se originó esta teoría es en sí interesante e importante. El señor C. Piazzi Smyth relata esta historia (La Gran Pirámide, p. 307). Dice que en 1872 un inglés mayor, el señor Charles Casey, le escribió pidiéndole que a menos que se pueda demostrar que la Gran Pirámide tenga algo que ver con la divinidad de Cristo, “la afirmación de que tuviera un carácter sagrado… no sería sino puro palabrerío”. Tan pronto como el Sr. Smyth había recibido una carta de un joven noruego, el Sr. Monzón, en la cual le explicaba el simbolismo mesiánico de la Gran Pirámide. Él dice que la gran elevación en la gran galería por encima de los otros pasillos en la pirámide, “era altura que representaba la dispensación cristiana”; mientras que los otros pasajes expresaban solamente a las religiones ideadas por los hombres, historias humanas, o cosas así.
En cuanto al origen de la teoría. El señor Monzón, a cuyo nombre pueda ser una variante de Moisés, fue el primero, hasta donde sabemos, que razonó en ello.
“Era israelita, no judío”, dice textual el Sr. Smyth, “fue quien por primera vez, según yo sé, fundamentó la idea del simbolismo mesiánico de la Gran Pirámide, que luego el Dr. Canny intensificó.”
Ahora bien, tenemos que confesar nuestra incapacidad para encontrar en la palabra profética o en la historia la necesaria confirmación de esta ingeniosa teoría. No podemos encontrar tal cosa como gran galería en la palabra de Dios escrita. Según entendemos, los profetas del Señor no predijeron una ininterrumpida edad del evangelio desde los días de Cristo hasta la tribulación que precederá la segunda venida de nuestro Señor.
Por el contrario,
El apóstol Pablo, como en bien sabido nos da a entender que habría una “apostesía”, enseñanza errónea y la pérdida de la autoridad y atributos divinos, “Me mostraré yo sentado en el templo de Dios, haciéndose parecer Dios”. Por supuesto que Él enseñó una “misterio de iniquidad”, ya obvuo en acción en esa época, dice el apóstol, “solamente que ahora hay uno que lo detiene, hasta que él sea quitado del medio el que ahora impide”. El obstáculo frente a ese poder fue el poder imperial romano. Con la desaparición de ese obstáculo, comenzó la blasfema usurpación con el autoafirmativo título de la autoridad divina, y el usurpador permanecería en el escenario de la historia hasta la venida del Señor (2 Tesalonicenses 2:2–10).
De estos extraemos la conclusión que un considerable período de tiempo entre la primera y la segunda venida sería ocupado por un poder anticristiano.
Sería una época de absoluta apostasía de la dispensación del evangelio.
Esto hecho es ampliado en la revelación dada al apóstol Juan. En ella vemos una gran mujer, la “antigua serpiente”, activa en el mundo mientras que la mujer (símbolo de la Iglesia, de acuerdo con Isaías 66:6–10 y Miqueas 4:8–10) permanece en el desierto. Donde es nutrida durante 1260 días. Ella estaría en una situación parecida a la del profeta Elías en el arroyo de Querit durante una parte del reinado de Acab y Jezabel.
La historia corrobora ampliamente la palabra profética acerca de la apostasía. Nos muestra que “el fundamento” de la apostasía fue puesto en los días de los apóstoles, que su proporción creció, se levantó gradualmente, y que se pasaron varios siglos antes que se completara.
La apostasía comenzó con la negación de la naturaleza divina de nuestro Señor y Salvador (1 Juan 4:3; 2 Juan 7).
El próximo paso fue el predominio en las iglesias de falsas doctrinas y de la inmoralidad, como lo evidencian los mensajes divinos a las siete iglesias en Asia Menor. (Apocalipsis 2:13).
La próxima escena fue la contención surgida entre los obispos de las principales ciudades por obtener el honor de la supremacía.
En principio, todos los obispos en la Iglesia fueron iguales. Ellos tuvieron que “pastorear” sus rebaños y si alguno de ellos tuvo más influencia que el resto ello se debió a que poseyó un mayor conocimiento, una inteligencia superior, o una mayor abundancia de virtudes cristianas. Poco a poco, los obispos en las ciudades más grandes comenzaron a cultivar un grado de superioridad sobre los que actuaron en comunidades pequeñas. Ellos asumieron el título de patriarcas. Los problemas en cuanto a doctrinas y normas de conducta fueron referidos a ellos y sus decisiones se hicieron ley en sus distritos. Los obispos en Jerusalén, Antioquía, Éfeso, Constantinopla, Roma y Alejandría todos reclamaron tener la primacía.
El obispo en Jerusalén pudo afirmar con razón que la Iglesia fue establecida por los apóstoles primeramente en Jerusalén. El obispo de Antioquía pudo con igual fundamento que Antioquía se convirtió en un centro de reconocimiento para los cristianos cuando la persecución los expulsó de Jerusalén; en tanto Pedro como Pablo estuvieron ministrando allí; que ese fue el lugar de partida de Pablo y Bernabé para su primera misión. Constantinopla se convirtió en la capital del Imperio Romano. Por ese motivo Constantino y el obispo allí pudieron reclamar la supremacía. El obispo en Roma pudo basar su reclamo en el hecho de ser Roma la capital de los emperadores romanos, pero cuando el obispo de Constantinopla pudo jactarse de lo mismo por sucesidad, el prelado romano vio necesario presentar un argumento adicional para sostener su reclamación.
Fue entonces que se hizo encajar como parte de la historia la leyenda de que el apóstol Pedro había fundado la iglesia en Roma. La ciudad de Alejandría fue un argumento mejor que el de Roma para reclamar el primer lugar. Fue un importante centro cultural y comercial. Se la conoció como la “Antioquía del este”. De acuerdo con la tradición, la iglesia allí fue fundada por Marcos, el íntimo asociado de Pedro. En su famosa escuela, y no en Roma, hombres como Orígenes, Atanasio y otros, fue formulada la doctrina cristiana de los primeros siglos. El obispo en Éfeso tuvo también argumentos vigorosos a favor de la primacía. Esa ciudad fue un gran centro religioso, y fue asiento del famoso santuario de la diosa pagana Diana. El apóstol Pablo estableció su centro de operaciones en esa ciudad durante tres años (Hechos 20:31), y desde allí el evangelio se extendió por todo el mundo conocido, de modo que Demetrio estuvo casi acertado cuando acusó al apóstol de haber “apartado” al pueblo de toda Asia de la adoración de Diana. Y luego, después de la muerte de Pablo, la dirección de los asuntos de las iglesias en Éfeso y otras localidades de ese distrito quedó bajo la dirección del apóstol Juan, quien se estableció en Éfeso y no en Roma.
Vamos a considerar esto. Durante los primeros cuatro siglos y medio de nuestra era después de la muerte de los apóstoles, de lo que nosotros sabemos no hubo “obispo universal”; ni, “papa”, ni “Iglesia católica”. Leer el grande, luego del concilio de Calcedonia, en el año 451, obtuvo algún reconocimiento por parte de Roma, pero el establecimiento final del papado debe atribuirse al emperador Focas y al papa Bonifacio III 150 años más tarde.
Recuerden la historia. En el tiempo de Gregorio I, la controversia por la primacía se había reducido a una contienda entre Roma y Constantinopla. En el año 602 d.C., Focas, un centurión romano, hizo que asesinaran cruelmente al emperador Mauricio. Focas ocupó su lugar. El obispo en Roma tuvo un representante personal en Constantinopla, quien no vaciló en “reconocer” al sanguinario usurpador como jefe del imperio.
Cuando eventualmente este representante fue reconocido como obispo en Roma, Focas naturalmente lo “reconoció” a su vez, y en el año 607 d.C., Focas emitió un decreto imperial, por el cual el recientemente elegido pontífice religioso en Roma, Bonifacio III, fue hecho papa. ¡El emperador ordenó que “el descendiente del bendito Pedro, el apóstol”, debía ser “la cabeza de todas las iglesias”, y que el título de obispo universal correspondía únicamente al obispo de Roma! Este Bonifacio retuvo su oficio como papa sólo unos meses; desde el 11 de febrero hasta el 12 de noviembre del año 607 d.C. La muerte dio fin a su parte en el drama. Pero la gran apostasía se había completado.
Debería haber alguna indicación de este evento trascendental en la gran galería de la gran pirámide. Aun los historiadores seculares designan el período que comienza en el siglo V hasta el descubrimiento de América (1492) y la reforma de Lutero (1517), como “las edades oscuras”. Este período no fue la edad del evangelio. Maquiavelo la denomina “pagana”. “El segundo mandamiento prohíbe adorar al dios por medio de imágenes, pero el papado romano introdujo la adoración de imágenes en la Roma pagana, cambiando solamente los nombres de los dioses”. — D. M. Foster
Cuando se habla de una edad del evangelio de más de 1.900 años de duración ininterrumpida, conjeturamos un mundo imaginario en el cual las enseñanzas de Jesucristo predominaron durante todo ese tiempo. Aún en el mundo cristiano son pocos los que han entendido la filosofía y la ética de nuestro Señor, y aún más pocos los que la practicaron. No parece consistente concebir la presente cristiandad aún ahora, como correspondiendo a la interpretación que se le da a la gran galería en la gran pirámide, comparándola con las otras religiones del mundo.
Algunos de los estudiosos de las pirámides citan a Josefo no como un exponente de la teoría moderna referente al simbolismo profético de la gran pirámide, porque él no dice una sola palabra que apoye esa teoría, o en contra de ella, sino como testigo de la gran antigüedad de esa venerable estructura.
Sin embargo, somos de la opinión de que el pasaje de Josefo que se cita en relación con lo antedicho, no se refiere por completo a la pirámide. Josefo dice, al hablar de los descendientes de Set… “si es que sucedió que ningún hombre trató de hacer el menor daño a otro hombre”. A los descendientes de Set se les dio ciencia de la astronomía y todo lo que concierne con la belleza y el orden de los cielos. Y a fin de que sus invenciones no se borraran de la memoria de los hombres, ni se perdieran antes que llegaran a ser perfectamente conocidas (considerando que Adán les había predicho la destrucción general de todas las cosas, por medio de los elementos, por la fuerza del fuego, y la violencia y la abundancia de las aguas), ellos hicieron dos pilares; uno de ladrillo y otro de piedra, y grabaron sobre ellos las cosas que habían inventado; con el fin de que si el ladrillo era destruido por las aguas desbordadas, lo que se había grabado sobre él para instrucción de los hombres. El de ladrillo fue destruido por el diluvio, pero el otro de piedra se lo ve en el país de Siria aún hasta este día.
De lo anterior vemos que el historiador Josefo escribió acerca de dos pilares. “Es posible que ‘pilares’” signifique “pirámides”, pero por lo común uno esperaría que se refirió a “obeliscos”.
Pero dejemos esto a un lado.
Él nos dice que los referidos pilares tenían inscripciones acerca de la belleza y el origen de los cielos y las otras “invenciones de los antediluvianos”. Esto excluye de ser considerada como parte del texto a la gran pirámide; porque en ella no se han encontrado inscripciones de ningún tipo, excepto algunas marcas posiblemente hechas por los hebreos.
Algunos creyeron que en ninguna de las pirámides había escrituras, pero en 1836 se encontraron inscripciones en otras tres de las pirámides, y actualmente existen los textos de cinco pirámides, pero no hay ninguna de la gran pirámide. Dichas inscripciones abarcan un período de 150 a 200 años. De acuerdo a un cálculo, ellas se remontan a una época entre 2625 y 2475 a.C., mientras que Flinders Petrie las considera mucho más antiguas, o desde 4275 años a.C. Pero ellas no corresponden en todo a las inscripciones mencionadas por Josefo, grabadas en los “pilares”. Las inscripciones consisten mayormente en fórmulas destinadas a ayudar a los fallecidos a adelantar en el reino de la muerte. No prueba esto que las citadas palabras de Josefo no se refieren a las pirámides?
El gran historiador judío escribió acerca de los pilares (mencionando que mencionados) mencionando que uno de ellos aun se lo podía ver en la época en que él escribió eso. De acuerdo a algunas versiones ese pilar de piedra se encontraba en la tierra de “Sinad”, un país al que no ha sido posible identificar. En versión de las obras de Josefo que hemos citado, la tierra de los pilares se denomina “Sina”, que posiblemente podría ser Syene, o Asuán, en el alto Egipto, inmediatamente debajo de la primera catarata. Pero eso no corresponde con la ubicación geográfica de la gran pirámide.
Josefo hace uso de una expresión similar al referirse a la esposa de Lot. Leemos esto: “Pero la esposa de Lot, cuando ellos se retiraban de allí (de Sodoma), al mirar hacia atrás por curiosidad para ver la destrucción de la ciudad, contrariando el mandamiento de Dios, fue transformada en un pilar de sal, el cual puede ser visto hasta hoy” (Historia de los Judíos).
Evidentemente, Josefo se basó en la tradición aceptada como cierta hasta esa fecha, con respecto a ambas instancias. La esposa de Lot murió; y según como algunos eruditos interpretan la narración hebrea, sobre su sepultura levantaron un monumento de “sal”. La “sal” puede haber sido una variedad de betún, que en la antigüedad se empleaba como mezcla. Pero donde sea que el pilar se encontró, no existía ya en el tiempo de Josefo, 1900 años después de la destrucción de Sodoma.
Mencionamos esto debido a que creemos que el pilar de piedra ensayado, del que habla Josefo, no fue más visible en su época que el pilar construido por Lot. No dudamos que ambos fueron objetos históricos, pero probablemente inexistentes en la época cuando escribió Josefo.
La próxima pregunta, es si en las sagradas escrituras se menciona la gran pirámide.
El pasaje principal al cual se hace referencia como relacionado con la pirámide, es el de Isaías 19:19–20: “Y en aquel día habrá un altar al Señor en medio de la tierra de Egipto… y será por testimonio y señal a Jehová de los ejércitos en la tierra de Egipto”.
Isaías vivió en los años 760–692 a.C. (según otros entre 765–688). Para esa época la pirámide ya tenía siglos de existencia y si no miles de años. ¿Cómo pudo el profeta hablar de la pirámide como algo que “habrá”, siendo que ya existía? Por cierto que él predijo guerra civil, sequía, carestía y el derrumbe total del gobierno en Egipto (Isaías 19:2–17), y también su liberación de las consecuencias de estas plagas mediante el contacto con los hebreos, el pueblo escogido del Señor.
Esta profecía bien puede referirse a la opresión asiria y a su liberación por medio de los persas. En la persona de Siro; porque Siro que reconoció a Jehová como Dios (Esdras 1:2) difundió su conocimiento por todo el mundo. Además los judíos exiliados en Egipto, actuaron como una levadura bajo los Ptolemeos, las escrituras hebreas fueron traducidas al griego en Egipto y ya mucho antes los judíos habían erigido dos templos en esa tierra. ¿No es más posible que la profecía de Isaías se cumplió con la construcción de esos santuarios hebreos en Egipto?
Justo al lado de la catarata, en Asuán, llamado también Syene, se encontró una cantidad de papiros, que prueban que existió una numerosa colonia judía en esta parte de Egipto, tan temprano como los años 471, 410 a.C. Ellos tuvieron un templo allí, al que siempre se mencionó como “el altar de Jahvé”.
Los papiros descubiertos muestran que allí se habló comúnmente el arameo, el lenguaje de Siria, y que la gente en sus documentos legales juraban por Jehová.
Flinders Petrie encontró que los judíos antes del 525 a.C. tuvieron un templo y un altar en ese lugar. Estuvo construido con piedras cortadas y con columnas de piedra y techo de cedro.
El otro templo estuvo situado no lejos del Cairo “en el medio de la tierra”.
Cerca del año 160 a.C., durante la conmoción causada por la guerra de los macabeos en defensa del judaísmo, un joven Onías, huyó a Egipto. Allí el progresó y prosperó y llegó a ser uno de los generales de Cleopatra.
Con el tiempo él concibió la idea de construir un templo con el propósito de unir a las comunidades judías que había en Egipto y fortalecer la influencia de los judíos en el país. En consecuencia, envió una petición al rey Ptolemeo Filadelfo, solicitándole un lugar para construir un templo y el permiso para levantar una estructura similar “a la que hay en Jerusalén y de las mismas dimensiones”. La petición fue rápidamente concedida, y Onías construyó el templo. Él entendió que haciéndolo cumplía la profecía de Isaías. Y es así que él explica esta predicción al rey al hacerle la petición de que le hiciera la gracia de donar un terreno para este propósito.
Hasta donde sabemos no hay otros pasajes en las escrituras que puedan usarse como refiriéndose a la gran pirámide. Job 38:4 habla de la “tierra”. “¿Es la tierra que salió de las profundidades del océano; todo el capítulo y los tres siguientes se refieren a las obras de Dios en la creación. ¿Dónde estabas tú cuando puse los fundamentos de los continentes y las islas?”, “¿Quién puso las puertas al mar?”, “¿Dónde está el camino que llega a la morada de la luz?”, “¿Qué sabes tú de la nieve, la lluvia, las estrellas, las nubes, el polvo, los animales…?”. A Job se le enseña acerca de las obras de la creación para que pueda darse cuenta de cómo dependiera del Todopoderoso y para que se arrepintiera “en polvo y ceniza” (Job 42:6).
Algunos han pensado que la piedra angular mencionada por Isaías (cap. 28), Pedro, (1 Pedro 2:5–8) se aplica a la piedra angular de la gran pirámide; pero ¿cómo puede referirse a una pirámide en particular, siendo que se lo puede aplicar adecuadamente a cualquier pirámide? Además la piedra a la que se refieren Pedro e Isaías fue puesta en Sión. Además yo pongo en Sión una piedra singular, elegida, preciosa; y el que crea en él no será confundido. ¿Se referían alguna vez las escrituras a Egipto como Sión?
Por las razones expuestas, nos inclinamos a creer que toda la teoría del simbolismo profético de la gran pirámide debería ser preexaminada, y las medidas revisadas.
Matthias que el élder Pratt, vio esto necesario al analizar el asunto del escalón sur en el extremo sur de la gran galería. La idea le vino con un relámpago en medio de la noche. El incidente es relatado en una editorial del Millennial Star del 5 de mayo de 1879; el cual, no cabe duda, fue impreso con el consentimiento del élder Pratt.
El artículo mencionado nos informa que el Sr. Pratt creyó que los autores de los artículos de la gran pirámide cometieron un error al calcular el largo de la gran galería. Parece que Piazzi Smyth empleó pulgadas egipcias piramidales al medir el piso ascendente hasta llegar al gran escalón donde la sustituyó por un pie inglés (doce pulgadas inglesas) por un año. Cuando el élder Pratt corrigió este error encontró que la fecha indicada por el largo de la gran galería correspondía a la organización de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Fue sin duda con esta experiencia del élder Pratt en mente, que un suscriptor del Millennial Star, escribió el 2 de diciembre de 1877: “Debe entenderse que, por más razonable que sea la hipótesis, no podemos positivamente adoptar la posición de que los autores de la teoría sobre el simbolismo profético de la gran pirámide sea correcta. Pero no deja de ser provechoso considerar tales cosas.” Indudablemente que esa fue la actitud del élder Pratt.
Hemos mencionado que todos los textos encontrados referentes a las pirámides se relacionan con las ceremonias efectuadas en favor de los muertos y para la gloria de Dios. Hablan de purificación por agua, incienso, unciones, y ofrendas de carne y bebidas. “Los textos y las ceremonias tuvieron como propósito proveer a los espíritus de los fallecidos con todo lo necesario para su bienestar en el otro mundo. Las ofrendas de carne y bebidas fueron una viviente o más bien dicha cosa fue presentada con palabras apropiadas, las que tuvieron el efecto de transmutar el alimento de forma que el fallecido pudiera alimentarse con él. El alimento fue ofrecido a una figura o estatua de rey o noble fallecido, a la cual le fueron transferidos poderes mágicos mediante la unción y la purificación, lo que la convirtió en un lugar aceptable para la morada de su ‘Ka’ o ‘noble’.”
Viendo que los textos de las pirámides tratan tan intensamente sobre los muertos, la resurrección y el más allá, es natural suponer que si entendiéramos el simbolismo de la gran pirámide, podríamos encontrar alguna referencia a la gloriosa doctrina de la salvación para los muertos, y que no le fue desconocida a los egipcios, pero ha sido más plenamente revelada en nuestros días.
Nosotros creemos que el Señor vendrá; que su advenimiento está a la mano, que él establecerá su reino sobre la tierra. Que los reinos de este mundo llegarán a ser sus reinos. Creemos que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fue establecida como el comienzo de una nueva era de paz, justicia y rectitud. Que el profeta José Smith fue un Elías, enviado a preparar el camino para la segunda venida de nuestro Señor, y que sus sucesores poseyeron y poseen ese mismo oficio con sus mismos poderes, deberes, autoridades y responsabilidades. No sabemos cuándo Cristo vendrá, y siendo que nuestro Señor mismo, cuando estuvo en la carne no supo la hora, y que los ángeles en los cielos ignoraron el tiempo de su venida, no es de esperar que se la encuentre en la pirámide. Pero nosotros sabemos esto: si somos fieles en cumplir con nuestros deberes por humildes que sean; si vivimos el evangelio y seguimos a nuestros dirigentes inspirados así como ellos siguen a nuestro Gran Capitán de Salvación, tendremos el privilegio de ver al Rey en su gloria, y recibir nuestra porción en su reino. Creemos la maravillosa promesa: “El que venza todas las cosas heredará todas las cosas y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 21:7). —
























