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Origen del Hombre:
El Marco Doctrinal
A lo largo de mi vida he leído mucho más de las Escrituras y de las palabras de los Hermanos que de los escritos de los teólogos y filósofos no santos de los últimos días del mundo. Estoy solo moderadamente familiarizado con las enseñanzas de las diversas ramas de la filosofía, el lenguaje y la ciencia. Sin embargo, he estado expuesto a ellas y no soy un completo extraño a sus teorías.
Estoy mucho más familiarizado con los autores y el contenido de las obras canónicas, particularmente con las escrituras de los últimos días, y con la historia de la Iglesia en esta dispensación. He sido instruido e influenciado por los escritos y puntos de vista de profetas como José Smith, Brigham Young, Hyrum Smith, Joseph F. Smith, Joseph Fielding Smith, J. Reuben Clark, Jr., Harold B. Lee, Marion G. Romney y Ezra Taft Benson, así como por los de los élderes Orson Pratt, Bruce R. McConkie y Boyd K. Packer. En especial, he procurado familiarizarme completamente con las enseñanzas doctrinales del profeta José Smith.
Sé que hay una especie de monitor en el alma de una persona que le da dirección y sentimiento. Este monitor a menudo excede el juicio y el conocimiento humanos, y a veces es la fuente de puntos de vista o sentimientos que una persona no puede articular ni probar con los hechos y la lógica que tiene a su disposición inmediata; sin embargo, esos sentimientos son verdaderos. En la mayoría de los asuntos, espero que la prueba tangible adecuada llegue después. Sin embargo, generalmente necesitamos la guía de este monitor ahora, ya que en muchos casos no podemos esperar la prueba antes de actuar. Este monitor es la obra del Espíritu Santo. Es el compañero de la investigación, pero no depende de ella. Proporciona convicción, testimonio e inspiración al alma, mientras que los simples hechos, por brillantes que sean y por más que estimulen el intelecto, a veces dejan al alma sin convencer o incluso perturbada.
Estoy convertido a la historia del evangelio—el conocimiento que tenemos del plan de salvación tal como se enseña en las Escrituras y por los profetas de esta dispensación. Creo que nuestros espíritus son literalmente hijos e hijas de padres celestiales y que vivimos como individuos inteligentes en una esfera premortal, donde existían tanto el pecado como la rectitud. Creo que se celebró un gran concilio, que Lucifer se rebeló y que hubo guerra en los cielos. También creo que hubo ordenaciones y designaciones premortales, que el mundo fue creado como un lugar donde los espíritus pudieran obtener cuerpos de carne y hueso, y que la vida terrenal fue diseñada como un estado de probación. Además, tengo la convicción de que ocurrió la caída de Adán, que Jesucristo efectuó una expiación, y que después de la vida mortal todos entramos al mundo de los espíritus para esperar la resurrección. Vendrá un juicio, y cada persona será asignada a un reino al que esté mejor adaptada—algunos para llegar a ser dioses y diosas, otros para llegar a ser ángeles, y algunos para llegar a ser hijos de perdición. Sé que hay un Dios, que tiene un cuerpo de carne y hueso, y sé que hay un diablo. Sé que hay un cielo y sé que hay un infierno.
Todo el plan enseñado en las Escrituras indica que Dios está al mando y que hay orden en sus designios. Dios tiene un plan, y posee todo el poder y la capacidad necesarios para llevar a cabo ese plan hasta el máximo grado y el más mínimo detalle. Dado estos testimonios escriturales, nuestro concepto de Dios debe ser que Él es perfecto y que posee todo poder y conocimiento, que no le falta nada en ningún aspecto, y que ningún ser puede impedir, alterar ni frustrar sus deseos. Este es el Dios de las Escrituras y de los profetas. Este es el mensaje de las tres primeras charlas sobre la fe enseñadas en la Escuela de los Élderes durante el período de Kirtland. Hay orden y unidad en el plan que Dios ha revelado. Así, al estudiar las Escrituras y leer sobre la existencia premortal, la mortalidad y la vida venidera, descubrimos que hay seguridad e integridad en la forma en que el evangelio se despliega en estos registros sagrados.
En este capítulo deseo enfocarme en tres aspectos del plan de Dios y cómo se relacionan con la comprensión del origen del hombre. Estos tres aspectos son la Creación, la caída del hombre y la expiación de Jesucristo. Cada uno de estos es un acontecimiento histórico que realmente tuvo lugar en el tiempo y el espacio, pero todos ellos están más allá de nuestro marco consciente inmediato de experiencia y recuerdo personal; por lo tanto, debemos depender de lo que podamos aprender de ellos por medio de otras fuentes, preferiblemente de las revelaciones de Dios. Las revelaciones son la única fuente de la cual podemos obtener información precisa sobre estos tres temas. Además, si aceptamos la idea de que Dios es perfecto, llegamos automáticamente a la conclusión no solo de que Dios tiene un plan, sino también de que este plan es el único plan correcto. Es más, podemos ver que cada parte del plan es esencial para el funcionamiento de todas las demás partes del plan.
La Creación de la Tierra y del Hombre
Por el término creación me refiero a la creación del mundo, del hombre, de los animales, etc. No sé cuánto tiempo tomó crear la tierra ni cómo se hizo. Dos de las contribuciones informativas que nos brindan las escrituras y los profetas son que la Creación fue realizada por el Padre mediante su Hijo Unigénito, y que la Creación se hizo con un propósito específico. La revelación de los últimos días muestra que el propósito de la tierra es (1) proporcionar un lugar para que nuestros espíritus obtengan un cuerpo de carne y huesos, (2) proporcionar un lugar para que los espíritus encarnados vivan en un estado de probación, y (3) proporcionar eventualmente una esfera celestial eterna sobre la cual puedan morar aquellos seres que vivieron en esta tierra—un lugar santificado que incluso Dios el Padre visitará. Las escrituras explican que la tierra fue formada u organizada deliberadamente para estos fines muy definidos. (Véanse Moisés 2–3; 1 Nefi 17:36; DyC 49:15–17; Abr. 3:24–25; Alma 12:24; 42:4, 10, 13; DyC 88:17–20, 25.)
La Caída del Hombre
A continuación consideraremos la caída del hombre. Al hacerlo, debe enfatizarse que la condición caída de la humanidad, la condición provocada por la caída de Adán, es un paso más allá de aquel estado en el cual el mundo y el hombre se encontraban cuando fueron creados por primera vez. Es decir, las condiciones que caracterizan el mundo mortal y con las cuales tú y yo estamos familiarizados no son las mismas condiciones que caracterizaban al mundo en su creación, como se describe en los primeros capítulos de Génesis, Moisés y Abraham. Se introdujeron nuevas condiciones, y las escrituras dicen que este cambio fue el resultado de la Caída.
Más específicamente, el mundo tal como lo conocemos es en realidad el resultado de un proceso de tres pasos, y es necesario que veamos cada paso en su secuencia adecuada y que usemos la terminología apropiada para describir los tres. Deberíamos hablar de la “creación espiritual,” la “creación físico-espiritual” y la “creación mortal, o temporal.” Por lo tanto, el proceso completo de la creación tal como lo conocemos no estuvo completo hasta que ocurrió una caída. La Creación fue un esfuerzo conjunto: sabemos que Dios creó el mundo, pero fueron Adán y Eva quienes provocaron la Caída.
El relato escritural de la Creación nos dice que hubo una creación espiritual, pero no nos da un registro detallado de ella. Todo lo que sabemos es que hubo tal creación. Todas las cosas—personas, animales, plantas—existieron como espíritus antes de que algo existiera físicamente en la tierra. (Véase el paso 1 en el gráfico adjunto.)
Según fueron creados físicamente durante los seis períodos de la creación, la tierra y todo lo que hay en ella eran físicos, o tangibles, en su naturaleza, pero espirituales en su condición (véase 2 Nefi 2:22; Moisés 3:9). Es decir, no había sangre en las venas, no había muerte, no había hijos y no había pecado. En este paso, las plantas y los animales fueron colocados sobre la tierra en el tercer, quinto y sexto días; Adán y Eva fueron colocados aquí en el sexto día, después de los animales. (Véase el paso 2 en el gráfico adjunto.)
Cuando Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento del bien y del mal, un cambio se produjo en ellos: se volvieron mortales. Esto les trajo, en primer lugar, la muerte espiritual, que significa la separación de la presencia de Dios, o la alienación de las cosas de Dios—morir en cuanto a las cosas de la rectitud. Esta muerte vino sobre Adán y Eva como resultado de, y poco después de, la transgresión. La Caída también introdujo la muerte física, aunque Adán no murió esa muerte sino hasta casi mil años después; sin embargo, como lo señala Abraham, Adán experimentó la muerte física dentro de un “día” del tiempo del Señor, ya que la tierra estaba bajo el tiempo del Señor cuando se hizo la promesa de que el hombre moriría dentro de un día. Nuestra forma actual de contar el tiempo no fue dada al hombre sino hasta después de la Caída. (Véase Abr. 5:13.)
Como resultado de la transgresión de Adán y Eva, la sangre, la muerte, la reproducción y el pecado entraron al mundo. Este cambio afectó no solo a Adán, sino a toda la creación, y así la tierra y toda forma de vida se convirtieron en parte del mundo mortal y caído que ahora conocemos. Aunque en la secuencia Adán fue colocado en la tierra después de los animales, él fue el primero en volverse mortal—la “primera carne” (Moisés 3:7). (Véase el paso 3 en el gráfico adjunto.)
En este punto debemos notar que cada uno de nosotros, desde la Caída, ha venido directamente del mundo de los espíritus premortal a la mortalidad, mientras que Adán y Eva—y cualquiera de los animales, aves y plantas que fueron colocados sobre la tierra en la creación físico-espiritual—pasaron por una etapa intermedia (paso 2 en el gráfico).
Esta etapa intermedia—es decir, la creación físico-espiritual descrita en Génesis 1 y Moisés 2—fue una etapa necesaria para establecer el programa y permitir que el hombre trajera las condiciones de la mortalidad. En el jardín, Adán y Eva tenían cuerpos físicos que albergaban a sus espíritus eternos, pero esos cuerpos físicos estaban sujetos a condiciones espirituales. Eran cuerpos reales con músculo y hueso tangibles, pero no contenían sangre. Esta fue una creación física bajo condiciones espirituales. Era sin muerte. Doctrina y Convenios 88:27 describe a los seres resucitados como espirituales. Son físicos pero también espirituales. Decir que son cuerpos “espirituales” es diferente de decir que son cuerpos “de espíritu.” Este es el mismo sentido en el que Pablo usa el término cuerpos espirituales en 1 Cor. 15:44–46.
Creación, Caída y Expiación
Nuestro mundo mortal actual es el resultado de un proceso de tres pasos:
- Creación Espiritual
- No se da un relato detallado; solo sabemos que ocurrió.
• La tierra, las plantas, los animales y la humanidad fueron creados como espíritus—“En el cielo los creé” (Moisés 3:5).
- Creación Físico-Espiritual
- Relatos dados en Gén. 1; Moisés 2–3; Abr. 4–5.
• Consistió en seis períodos creativos.
• Una creación física y tangible, pero sin sangre, sin muerte, sin reproducción y sin pecado.
• Los animales y las plantas fueron creados y colocados en la tierra antes que el hombre.
- El Mundo Mortal, Temporal y Caído
- Relatos de la Caída dados en Gén. 3; Moisés 4–5.
• El mundo físico y tangible con sangre, muerte, reproducción y pecado.
• El hombre fue el primero en caer, en volverse mortal; otras formas de vida se volvieron mortales después del hombre.
La Caída trajo dos tipos de muerte:
- Temporal—muerte física.
- Espiritual—separación o alienación de las cosas de Dios.
La Expiación rescata al hombre de estas dos muertes.
La Importancia de un Plan Divino
Antes de continuar y discutir elementos específicos relacionados con la Expiación, consideremos primero algunos otros temas pertinentes. Al considerar las doctrinas de la Creación, la Caída y la Expiación y cómo se relacionan con una comprensión correcta del origen del hombre, es absolutamente esencial que reconozcamos y recordemos que existe un plan perfecto y eterno y que existía en la mente de Dios antes de la fundación del mundo. El fin fue conocido desde el principio. Y todo lo que hay entre medio también fue conocido por Dios. Todo el plan es un eterno “ahora” en la mente y visión de Dios. Cada día es un día claro para el Señor, y Él puede ver por siempre. Es como dijo Nefi: “El Señor lo sabe todo desde el principio; por tanto, él prepara la vía para cumplir todas sus obras entre los hijos de los hombres; porque he aquí, tiene todo poder para cumplir todas sus palabras” (1 Nefi 9:6).
Que Dios tiene un plan para la humanidad se menciona al menos veintiocho veces en las Escrituras de los últimos días. Estas escrituras dan varios nombres al plan divino, como los siguientes:
“Grande y eterno plan” (Alma 34:16)
“Gran plan de felicidad” (Alma 42:8)
“Gran plan de redención” (Jacob 6:8; Alma 34:31)
“Plan de liberación” (2 Nefi 11:5)
“Plan de misericordia” (Alma 42:15, 31)
“Plan de nuestro Dios” (2 Nefi 9:13)
“Plan de redención” (Alma 12:25, 26, 30, 32, 33; 17:16; 18:39; 22:13; 29:2; 39:18; 42:11, 13)
“Plan de restauración” (Alma 41:2)
“Plan de salvación” (Jarom 1:2; Alma 24:14; 42:5; Moisés 6:62)
“Plan del Dios Eterno” (Alma 34:9)
“Plan del gran Creador” (2 Nefi 9:6)
“El plan de ellos [los Dioses]” (Abr. 4:21)
En contraste, la Biblia no habla específicamente de un plan divino. Sin embargo, la Traducción de José Smith de la Biblia restaura al registro bíblico al menos una referencia directa al plan de Dios (véase Moisés 6:62). Evidentemente, este concepto es una de las cosas claras y preciosas que fueron quitadas de la Biblia (véase 1 Nefi 13).
El plan de Dios exige una creación, una caída que trae dos tipos de muerte, un período de probación, un conjunto de mandamientos y ordenanzas, una expiación infinita por parte de un Dios, una resurrección, un juicio y una asignación al destino eterno de cada uno. El plan sería destruido si se cambiara u omitiera alguna parte o paso (véase Alma 42:8). El plan es un todo—nada de él es superfluo, nada es opcional. Todo está “bien concertado” por aquello que “cada coyuntura suministra” (Efesios 4:16).
La evolución orgánica no es parte del plan
Claramente, los elementos que hemos discutido hasta ahora (así como el gráfico adjunto) no contemplan la evolución orgánica. Tampoco lo necesitan. No es mi intención atacar al evolucionista, pero señalaré lo que veo en la teoría de la evolución que es incompatible con las revelaciones. Aunque no estoy de acuerdo con el concepto de evolución orgánica como el origen del hombre, eso no significa que tenga mala voluntad hacia el evolucionista. Esto no es una acusación contra la bondad de nadie, sino más bien una declaración sobre lo que creo que dicen las Escrituras.
Hay aspectos particulares en los relatos revelados de la Creación y de la caída del hombre que, en mi opinión, excluyen a la evolución orgánica como el proceso mediante el cual el cuerpo del hombre fue creado en esta tierra. Aceptar la evolución orgánica como el proceso mediante el cual el hombre llegó a la tierra equivale a decir que los procesos de nacimiento y muerte, incluyendo el elemento de la sangre, existieron en la tierra antes de la caída de Adán. Esto parece contrario a las enseñanzas de las Escrituras, ya que en varias ocasiones las Escrituras dicen que fue Adán quien introdujo la muerte y también la reproducción. Si esas enseñanzas escriturales son correctas, no veo cómo pudo haber habido muerte o reproducción antes de Adán, ni cómo el cuerpo de Adán pudo haber sido descendiente de la vida animal en esta tierra. Simplemente no es teológicamente correcto que la hoja genealógica y el grupo familiar de Adán lo coloquen al final de una lista de antepasados animales. Por lo tanto, me parece que aceptar el concepto de evolución orgánica como el origen del cuerpo físico del hombre sería negar y rechazar la doctrina de la caída de Adán; hacerlo sería alterar seriamente el plan de salvación tal como nos ha sido revelado.
La idea de la evolución teísta
Algunos han desarrollado una hipótesis que sostiene que Dios creó a Adán mediante el proceso evolutivo. Esto a veces se denomina “evolución teísta” y es un intento de armonizar, por un lado, lo que se percibe como evidencia científica de la evolución orgánica, con la fe en Dios y el origen divino del hombre, por el otro. El evolucionista teísta suele hablar de una evolución guiada, en la que Dios interviene en el proceso. Hay personas, dentro y fuera de la Iglesia, que, por creer en un ser divino, intentan sinceramente mantener tanto la teoría de la evolución como su fe en Dios como Creador. En mi opinión, dentro del plan eterno de Dios, estas dos posturas son incompatibles, y una persona no puede adherirse a ambas si comprende cuáles son los puntos en cuestión. No estoy calificado para discutir los temas científicos, pero estoy algo familiarizado con los aspectos doctrinales y teológicos. Reconozco que hay variedades de evolución teísta y que no todos sus defensores la entienden de la misma manera. Pero me parece que hay una semejanza fundamental en todas las formas de evolución que las hace discordantes con las revelaciones registradas en las Escrituras.
Los principios fijos del plan de Dios
Examinemos algunas declaraciones de las Escrituras y del profeta José Smith que brindan pautas para comprender cualquier tema del Evangelio y que también pueden ayudarnos a evaluar la teoría de la evolución orgánica. Detrás de estas declaraciones están los conceptos de que un plan existía en la mente de Dios antes de que se creara el mundo, que la tierra y todas las cosas en ella fueron creadas como parte de ese plan, y que el plan se basa en ciertos principios fijos.
Consideremos lo siguiente del profeta José Smith:
Todos los hombres saben que deben morir. […] ¿Cuál es entonces el propósito de venir a la existencia, morir y desaparecer, para ya no estar aquí? Es razonable suponer que Dios revelaría algo respecto a este asunto, y es un tema que deberíamos estudiar más que cualquier otro. Deberíamos estudiarlo día y noche, porque el mundo está en la ignorancia respecto a su verdadera condición y relación. Si tenemos algún derecho ante nuestro Padre Celestial para pedir algo, es para obtener conocimiento sobre este importante asunto. […] Si pudieran contemplar el cielo por cinco minutos, sabrían más que leyendo todo lo que se ha escrito sobre el tema.
Solo somos capaces de comprender que ciertas cosas existen, las cuales podemos adquirir mediante ciertos principios fijos. Si los hombres desean obtener la salvación, deben someterse, antes de salir de este mundo, a ciertas reglas y principios, que fueron fijados por un decreto inalterable antes de que el mundo existiera. […]
La organización de los mundos espirituales y celestiales, y de los seres espirituales y celestiales, fue conforme al orden y la armonía más perfectos: sus límites y fronteras fueron fijados irrevocablemente, y aceptados voluntariamente por ellos mismos en su estado celestial, y fueron aceptados por nuestros primeros padres sobre la tierra. De allí la importancia de que todos los hombres sobre la tierra que esperan la vida eterna abracen y acepten los principios de verdad eterna.
Aseguro a los Santos que la verdad respecto a estos asuntos puede ser conocida a través de las revelaciones de Dios por medio de Sus ordenanzas, y en respuesta a la oración.
Y nuevamente, de José Smith:
Dios ha hecho ciertos decretos que son fijos e inamovibles; por ejemplo, Dios colocó el sol, la luna y las estrellas en los cielos, y les dio sus leyes, condiciones y límites, que no pueden traspasar, excepto por Su mandamiento; todos ellos se mueven en perfecta armonía en su esfera y orden, y son luces, prodigios y señales para nosotros. El mar también tiene sus límites que no puede traspasar. Dios ha establecido muchas señales en la tierra, así como en los cielos; por ejemplo, el roble del bosque, el fruto del árbol, la hierba del campo, todos dan señal de que allí se ha plantado semilla; porque es un decreto del Señor que todo árbol, planta y hierba que da semilla debe producir según su especie, y no puede surgir conforme a ninguna otra ley o principio.
En el libro Enseñanzas del Profeta José Smith, una nota al pie, aparentemente escrita por Joseph Fielding Smith, hace el siguiente comentario sobre la declaración del Profeta citada arriba:
“Esta afirmación muy enfática del Profeta, de que todo árbol, planta y hierba, y evidentemente toda otra criatura, no puede producir sino según su especie, está en armonía no solo con las Escrituras, sino también con todos los hechos conocidos en el mundo.”
Observa que el Profeta es muy claro en sus declaraciones sobre “principios fijos” que son “inalterables” y que se relacionan tanto con la tierra como con el hombre. Dijo que estos principios fijos fueron ordenados y establecidos antes de que la tierra existiera. Continuando, el Profeta describió las ordenanzas del Evangelio en los mismos términos que estos principios fijos: todos son parte del plan de salvación:
Con el mismo principio sostengo que el bautismo es una señal ordenada por Dios, para que el creyente en Cristo la tome sobre sí con el fin de entrar en el reino de Dios, “porque el que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”, dijo el Salvador. Es una señal y un mandamiento que Dios ha establecido para que el hombre entre en Su reino. Aquellos que intenten entrar de cualquier otra manera lo intentarán en vano; porque Dios no los recibirá, ni los ángeles reconocerán sus obras como aceptadas, ya que no han obedecido las ordenanzas, ni atendido las señales que Dios ha ordenado para la salvación del hombre, para prepararlo y darle derecho a una gloria celestial; y Dios ha decretado que todos los que no obedezcan Su voz no escaparán de la condenación del infierno.
Ninguno de nosotros cuestionará lo que el Profeta dijo acerca de la necesidad del bautismo. Pero, ¿captamos toda la fuerza de su declaración? Él indicó que todo en el plan de salvación—which incluye la creación, la reproducción y el bautismo—está regido por el mismo conjunto de principios fijos e inalterables. Cada elemento es indispensable para el funcionamiento de todo el plan.
El Profeta explicó además que el bautismo, el sacerdocio y el don del Espíritu Santo son todos esenciales para la salvación y están todos regidos por principios fijos que no permiten variación ni omisión. Si ese es el caso con las ordenanzas, ¿no podemos ver también que cosas como la creación de la tierra y del hombre, la caída de Adán, y la introducción de la muerte, el pecado y la reproducción también se llevaron a cabo sobre la base de los principios fijos de Dios? Estas son parte del mismo plan eterno de salvación, todos sus aspectos son esenciales y ninguno de ellos puede ser racionalizado ni omitido.
Observa cómo están redactados los versículos de Alma 42:6–8. Este pasaje señala, como lo hacen muchos otros, que la muerte es una parte integral del plan de Dios. Si se omitiera la muerte, “se frustraría el grande plan de la felicidad” (Alma 42:8). Alma no dice que la omisión de la muerte simplemente alteraría, afectaría o incomodaría al plan; él dice que lo destruiría. Hay aquí al menos una sugerencia de que el plan de Dios no está sujeto a cambio.
Estas declaraciones del profeta José y de las Escrituras son claramente una afirmación o declaración de que todo está gobernado por las leyes de Dios que fueron establecidas antes de que el mundo fuera formado. Afirmaciones similares se encuentran en Doctrina y Convenios. Observa que todos los siguientes pasajes enfatizan que la ley fue establecida antes de que el mundo fuera creado:
Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual se basan todas las bendiciones—
Y cuando recibimos alguna bendición de Dios, es por la obediencia a aquella ley sobre la cual se basa (DyC 130:20–21).
Porque todos los que reciban una bendición de mi mano, deben cumplir la ley que fue decretada para esa bendición, y las condiciones de la misma, como fueron instituidas desde antes de la fundación del mundo (DyC 132:5).
He aquí, mi casa es casa de orden, dice el Señor Dios, y no casa de confusión.
¿Recibiré yo una ofrenda, dice el Señor, que no se haga en mi nombre?
¿O recibiré de vuestras manos lo que no he designado?
¿Y os designaré algo, dice el Señor, si no es por ley, tal como mi Padre y yo os la ordenamos antes de que el mundo fuese?
Yo soy el Señor tu Dios; y te doy este mandamiento: que ningún hombre vendrá al Padre sino por mí o por mi palabra, la cual es mi ley, dice el Señor (DyC 132:8–12).
Yo soy el Señor tu Dios, y te daré la ley de mi santo sacerdocio, como fue ordenada por mí y mi Padre antes de que el mundo fuese (DyC 132:28).
Lo que estoy diciendo es que, basándonos en lo que dijo el profeta José Smith y en lo que dijo el Señor, no tenemos más derecho a alterar la declaración del Señor acerca de cómo creó al hombre o cómo cayó y se volvió mortal, que el que tenemos para alterar los métodos revelados del bautismo, la ordenación, y demás. La Creación y la Caída son tanto parte del plan de salvación como lo son el bautismo o cualquiera de las ordenanzas.
Al procurar comprender la Creación, la Caída y la Expiación en relación con el origen del hombre, nos haría bien recordar una observación hecha por el profeta José Smith durante su discurso del Rey Follett:
“En primer lugar, deseo volver al principio—al amanecer de la creación. Ese es el punto de partida que debemos considerar, para poder entender y conocer plenamente la mente, los propósitos y los decretos del Gran Elohim, que se sienta en los cielos, tal como lo hacía en la creación de este mundo. Es necesario para nosotros tener un entendimiento de Dios mismo en el principio. Si empezamos bien, es fácil ir bien todo el tiempo; pero si empezamos mal, podemos desviarnos, y será difícil corregir el rumbo.”
La declaración del Profeta sobre la importancia de comenzar correctamente y su advertencia sobre los peligros de comenzar mal nos invitan a todos a acudir a los pasajes clave de las Escrituras que tratan sobre la naturaleza de Dios, la existencia premortal, la Creación, la Caída y la misión de Jesucristo como las principales fuentes para nuestra comprensión de lo que ocurrió. De esta manera, podemos descubrir qué leyes gobernaron esos acontecimientos.
Una vez aprendí algunos principios fijos por mí mismo en una clase de geometría. Aprendimos, por ejemplo, que existen reglas invariables para determinar ciertas medidas desconocidas de un triángulo. Solo hay dos requisitos: primero, se le debe dar a la persona suficiente información básica sobre el triángulo; segundo, debe conocer los principios fijos implicados. Si se cumplen estos requisitos, una persona puede descubrir las medidas desconocidas o no declaradas de un triángulo con tanta precisión como si estuvieran expresamente indicadas. Por ejemplo, es una regla fija que la suma de los tres ángulos de un triángulo es siempre 180 grados. Esta suma nunca varía; no puede variar. Así, si a una persona se le dan los tamaños de dos ángulos de un triángulo, puede calcular el tamaño del tercer ángulo con total confianza en su exactitud.
El profeta José usó este mismo tipo de razonamiento y deducción para determinar algunos principios doctrinales. Por ejemplo, concluyó que Noé fue bautizado y ordenado por la imposición de manos, aunque las Escrituras no lo digan expresamente. Él sabía cómo llegar a la conclusión correcta porque conocía los principios fijos implicados. Leemos en las enseñanzas del Profeta:
“Ahora bien, suponiendo que las Escrituras dicen lo que quieren decir, y quieren decir lo que dicen, tenemos fundamentos suficientes para demostrar por la Biblia que el evangelio siempre ha sido el mismo; las ordenanzas para cumplir sus requisitos, las mismas, y los oficiales para oficiar, los mismos; y las señales y frutos que resultan de las promesas, los mismos: por lo tanto, como Noé fue un predicador de justicia, debió haber sido bautizado y ordenado al sacerdocio por la imposición de manos, etc.”
Sobre esta misma base, estoy diciendo que si escuchamos y comprendemos lo que las revelaciones y el profeta José nos dicen sobre los principios fijos—sobre las leyes de Dios que gobernaron la Creación, la Caída y la Expiación—tendremos suficiente conocimiento y comprensión del plan eterno como para no ser seducidos ni arrastrados a aceptar ningún concepto falso a expensas de los principios del evangelio y de la misión de Jesucristo. Sin embargo, si no conocemos la doctrina ni las Escrituras, podríamos encontrarnos haciendo tales concesiones.
Las Escrituras no siempre responden directamente cada pregunta que pueda surgir sobre un tema determinado. Pero si conocemos los principios implicados, generalmente podemos llegar a una respuesta aceptable del mismo modo en que podemos determinar las medidas de un triángulo, o como el profeta concluyó que Noé fue bautizado. Lo hacemos primero considerando los hechos y fórmulas conocidas implicadas, y luego llegamos a una conclusión basada en esos principios conocidos. Entonces debemos examinar nuestra conclusión para asegurarnos de que no contradiga otros principios también conocidos. Esto es lo que hace que el estudio de las Escrituras sea fascinante y desafiante. Cuanto más aprendes, más eres capaz de aprender, y se te abren áreas completas de entendimiento que antes estaban ocultas.
Sin embargo, en todo esto necesitamos actuar con cautela. Nuestro juicio debe estar guiado por las verdades conocidas. El profeta José Smith advirtió:
“Guárdate de una imaginación fantasiosa, florida y exaltada; porque las cosas de Dios son de gran importancia; y el tiempo, la experiencia, y pensamientos cuidadosos, ponderados y solemnes son los únicos que pueden descubrirlas. ¡Tu mente, oh hombre!, si deseas llevar un alma a la salvación, debe elevarse tan alto como los cielos más excelsos, y escudriñar y contemplar el abismo más oscuro, y la vasta extensión de la eternidad—debes comunicarte con Dios. ¡Cuán más dignos y nobles son los pensamientos de Dios que las vanas imaginaciones del corazón humano! Solo los necios jugarán con las almas de los hombres.”
La evolución teísta no es coherente con las revelaciones
Hablando ahora más específicamente, ¿qué hay de malo en creer en la evolución teísta como explicación del origen del hombre? Es decir, ¿qué es erróneo en creer que Dios creó a Adán, o a la humanidad, mediante el proceso evolutivo? No conozco ningún pasaje de las Escrituras que diga categóricamente: “La evolución orgánica es errónea.” Pero podemos llegar a una respuesta al examinar los principios implicados. Un versículo del libro de Isaías puede servir como una especie de fórmula: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20).
Probablemente la primera señal de que algo podría estar mal con la idea de la evolución orgánica es que omite la necesidad de una caída como la que describen las Escrituras. Las Escrituras enseñan que la caída de Adán introdujo la muerte y también la reproducción (Moisés 5:11; 6:48; 2 Nefi 2:22–25).
Además, 2 Nefi 9:6–9 dice claramente que la caída de Adán introdujo dos clases de muerte—la espiritual y la física—y así sentó las bases para un Salvador que necesitaría expiar por estas dos muertes. Varias Escrituras conectan directamente la misión de Jesucristo con la caída de Adán. Considera las siguientes:
“Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo.
Y el Mesías viene en la plenitud de los tiempos para redimir a los hijos de los hombres de la caída.” (2 Nefi 2:25–26.)
“Porque como la muerte ha pasado a todos los hombres, para cumplir el misericordioso plan del gran Creador, era necesario que hubiese un poder de resurrección, y la resurrección había de venir al hombre a causa de la caída; y la caída había de venir a causa de la transgresión; y el hombre, habiendo caído, fue cortado de la presencia del Señor.
Por tanto, había de haber una expiación infinita. . . .
. . . Porque he aquí, él padece los dolores de todos los hombres, sí, los dolores de toda criatura viviente, tanto hombres, como mujeres y niños, que pertenecen a la familia de Adán.”
(2 Nefi 9:6–7, 21.)
“He aquí, él creó a Adán, y por Adán vino la caída del hombre. Y por causa de la caída del hombre vino Jesucristo, sí, el Padre y el Hijo; y por causa de Jesucristo vino la redención del hombre.” (Mormón 9:12.)
“Porque Adán cayó, nosotros somos; y por su caída vino la muerte; y nosotros fuimos hechos partícipes de la miseria y del pesar. . . .
Por tanto, te doy un mandamiento: que enseñes estas cosas libremente a tus hijos, diciendo:
Que por causa de la transgresión vino la caída, la cual caída trajo la muerte; y por cuanto nacisteis en el mundo por el agua, la sangre y el espíritu, que yo he hecho, y llegasteis a ser del polvo un alma viviente, así también debéis nacer de nuevo en el reino de los cielos, del agua y del Espíritu, y ser purificados por la sangre, sí, la sangre de mi Unigénito.” (Moisés 6:48, 58–59; véanse también los versículos 49–54.)
“Por tanto, aconteció que el diablo tentó a Adán, y él comió del fruto prohibido y transgredió el mandamiento; por lo cual quedó sujeto a la voluntad del diablo, porque se rindió a la tentación.
Por consiguiente, yo, el Señor Dios, hice que fuese expulsado del Jardín de Edén, de mi presencia, por motivo de su transgresión, en la cual quedó espiritualmente muerto. . . .”
Mas he aquí, yo te digo que yo, el Señor Dios, di a Adán y a su descendencia que no muriesen en cuanto a la muerte temporal, hasta que yo, el Señor Dios, enviase ángeles para declararles el arrepentimiento y la redención, por medio de la fe en el nombre de mi Unigénito. (DyC 29:40–42; véase también 20:20–25.)
Sobre la base de las Escrituras anteriores, parece que cualquier teoría o concepto que disminuya la importancia de la caída de Adán, o la omita del plan de salvación, también disminuye u omite, en la misma medida, la misión redentora de Jesucristo. Por lo tanto, borrar o ignorar la caída de Adán y sus efectos es eliminar la necesidad de la sangre expiatoria de Jesucristo.
La evolución orgánica es un tema moral
Examinemos qué es lo que una persona pierde si niega u omite la caída de Adán del plan. En primer lugar, tal persona dice, en efecto, que Adán no introdujo la muerte física ni la reproducción en este mundo, ya que estos dos procesos o condiciones habrían estado ya presentes y operando en la tierra antes de que Adán existiera; estos procesos habrían sido el medio por el cual él llegó aquí. Adoptar esta posición teórica equivale a deshacerse de la caída de Adán. La teoría de la evolución, por tanto, exige una inversión de lo que dicen las Escrituras respecto a la muerte física y también a la reproducción, y quienes creen en la evolución parecen aceptar esta inversión sin la menor objeción.
En segundo lugar (y esto parece muy importante), si uno omite la Caída, solo hay un pequeño paso hacia comenzar a negar la caída espiritual del hombre, así como su caída física. Las Escrituras enseñan que la caída de Adán no solo trajo la muerte física, sino que también fue el medio por el cual se introdujo el pecado y la consiguiente muerte espiritual—una alienación de las cosas de Dios—en el mundo. ¿Qué ocurre cuando omitimos la Caída? También decimos que no fue Adán quien introdujo la muerte espiritual. Desde un punto de vista moral, si se omite la Caída como fuente del pecado, es fácil racionalizar el pecado hasta eliminarlo del panorama y decir que lo que las Escrituras llaman pecado, o transgresión, en realidad no implica una infracción moral. ¿Por qué? Porque, según esta filosofía, el pecado siempre ha estado aquí y no implicó la violación de un mandamiento de Dios.
Parece que, para ser coherente, el evolucionista debe negar no solo que Adán trajo la muerte física y la reproducción, sino también que introdujo el pecado y la muerte espiritual. Incluso si un maestro individual que defiende esta teoría está dispuesto a renunciar a la Caída como fuente de la muerte física, ¿está también preparado para aceptar la responsabilidad moral de decir que el pecado no es pecado? ¿O de decir que el hombre no es responsable ni rinde cuentas por sus propios actos? Tales enseñanzas suenan mucho a la doctrina de Corihor. Tal vez alguien que profesa el ateísmo estaría dispuesto a defender este tipo de filosofía, pero ¿cómo podría hacerlo alguien que se llama creyente? Aunque probablemente solo un “creyente” se interesaría en el aparente compromiso que ofrece la evolución teísta, su aceptación lo obligaría necesariamente a negar lo que Dios ha dicho sobre el origen del pecado. Tal negación, me parece, crea una posición insostenible para un evolucionista teísta. Puede ser que el creyente que acepta esta teoría simplemente nunca la haya considerado hasta sus conclusiones lógicas y morales.
¿Hay otros aspectos de la evolución orgánica que sean incompatibles con el plan de salvación? Sí, creo que los hay. Por ejemplo, la evolución funciona sobre el concepto de la supervivencia del más apto y la selección natural. Es la ley de la selva. En ese sentido, es básicamente materialista, animalista y terrenal, y no tiene sus raíces en la misericordia, la justicia, el albedrío ni el amor. Dado que la misericordia, la justicia, el albedrío y el amor son atributos de Dios, parece simplemente inconsistente con el carácter de Dios que Él haya originado e implementado un plan específico para colocar al hombre sobre esta tierra que no tuviera Sus atributos como características más prominentes. Tal como lo veo, la evolución orgánica es, por tanto, incompatible con el carácter de Dios.
A veces adoptamos una doctrina o creencia sin darnos cuenta de cuáles pueden ser sus consecuencias o implicaciones completas. Si comenzamos con principios correctos y verdaderos—es decir, con el marco doctrinal apropiado—no entraremos en conflicto con otros principios igualmente verdaderos y correctos. Pero si adoptamos un concepto falso, aunque al principio parezca aliviar la tensión entre la ciencia y la religión, al examinar sus implicaciones más amplias descubriremos que entra en conflicto o contradice algún otro principio verdadero conocido. “Si empezamos bien, es fácil ir bien todo el tiempo; pero si empezamos mal, podemos desviarnos, y será difícil corregir el rumbo.” Debido a que es inconsistente con las Escrituras de los últimos días, la evolución teísta como explicación del origen del hombre me parece estar fundada en una premisa falsa, y por lo tanto siento que esta teoría será, al final, una vergüenza y una piedra de molino al cuello de quienes la promuevan.
Por qué el Señor no creó simplemente al hombre como mortal
Otras preguntas que surgen en relación con la evolución teísta incluyen las siguientes: ¿Por qué el Señor no creó simplemente al hombre en un estado caído y mortal? ¿Por qué causarle el trauma y la dificultad de enfrentarse a mandamientos contradictorios? ¿Obedeció Adán la voluntad de Dios al comer del fruto? Si es así, ¿por qué fue castigado?
Aún no tenemos toda la historia de la caída de Adán, ni conocemos todos los elementos y circunstancias que estuvieron en juego en ese evento—es decir, en el proceso mediante el cual Adán y Eva llegaron a ser mortales. Si tuviéramos más datos, creo que veríamos que todo fue llevado a cabo de una manera muy ordenada y conforme a principios y procedimientos eternos. Detrás de la historia de la costilla y del fruto prohibido se ocultan significados más profundos.
Considera estas palabras del presidente Joseph Fielding Smith:
¿Por qué vino Adán aquí? No sujeto a la muerte cuando fue colocado sobre esta tierra, tenía que venir un cambio en su cuerpo mediante el consumo de ese elemento—como quiera que se le llame, fruto—que introdujo sangre en su cuerpo; y la sangre se convirtió en la vida del cuerpo en lugar del espíritu. Y la sangre tiene en sí las semillas de la muerte, algún elemento mortal. La mortalidad fue creada mediante el consumo del fruto prohibido, si así deseas llamarlo, pero creo que el Señor ha dejado claro que no fue prohibido. Simplemente le dijo a Adán: si quieres quedarte aquí [en el jardín], esta es la situación. Si es así, no lo comas.
Se puede notar que el presidente Smith no veía la Caída como una tragedia o un obstáculo para los propósitos de Dios. Fue todo lo contrario: el Señor deseaba que Adán cayera. La mortalidad era un paso esencial en el progreso de la familia humana. El presidente Smith dijo que entendía las palabras del Señor a Adán como que se le prohibía quedarse en el jardín si comía cierto fruto—no que se le prohibía absolutamente comer el fruto desde el principio. Eso aclara un punto vital, y aprecio la percepción espiritual de este gran profeta y teólogo de los últimos días.
Ahora consideremos la pregunta: ¿Por qué no creó Dios al hombre ya como mortal, y así le habría ahorrado el trauma y la experiencia de una caída ocasionada por una transgresión y por mandamientos aparentemente contradictorios? Las Escrituras no nos dan respuestas en una sola frase a esta pregunta, pero se nos ha dado suficiente conocimiento sobre el plan de Dios como para pensar en una posible respuesta. En el plan de salvación, Dios hace por los seres humanos solo lo que ellos no pueden hacer por sí mismos. El hombre debe hacer todo lo que esté en su poder. La doctrina enseña que somos salvos por gracia, “después de cuanto podamos hacer” (2 Nefi 25:23). Si Adán y Eva hubieran sido creados mortales, se les habría negado uno de los pasos del proceso que eran capaces de realizar por sí mismos. Como leemos en el Libro de Mormón, el hombre “trajo sobre sí” su propia caída (Alma 42:12). Dado que la Caída fue una parte necesaria del plan de salvación, y que el hombre era capaz de provocar su condición caída, se le exigió—o mejor dicho, fue su privilegio—dar los pasos necesarios.
Además, el Señor nos ha dicho que Él no crea condiciones temporales o mortales ni actúa en un nivel mortal. Observa esta declaración interesante:
Así como las palabras han salido de mi boca, así se cumplirán, que los primeros serán postreros y los postreros serán primeros en todas las cosas que yo he creado por la palabra de mi poder, que es el poder de mi Espíritu.
Porque por el poder de mi Espíritu las creé; sí, todas las cosas, tanto espirituales como temporales—
Primero espirituales, en segundo lugar temporales, lo cual es el comienzo de mi obra; y otra vez, primero temporales, y en segundo lugar espirituales, lo cual es el fin de mi obra—
Os hablo para que entendáis naturalmente; pero para mí mis obras no tienen fin ni principio; pero os es dado que entendáis, porque me lo habéis pedido y estáis de acuerdo.
Por tanto, en verdad os digo que todas las cosas son espirituales para mí, y en ningún momento os he dado una ley que fuera temporal; ni a ningún hombre, ni a los hijos de los hombres; ni a Adán, vuestro padre, a quien creé.
He aquí, le di que fuera un agente por sí mismo; y le di mandamiento, pero ningún mandamiento temporal le di, porque mis mandamientos son espirituales; no son naturales ni temporales, ni carnales ni sensuales. (DyC 29:30–35)
Tomo esta declaración y explicación del Señor como otro de esos principios fijos universales de la eternidad. Ya que el Señor actúa por ley, entiendo que no pudo haber creado a Adán y Eva como mortales, porque al hacerlo habría estado creando al hombre por una ley temporal y mortal, un ámbito en el cual Él dice que no actúa. Dios no necesitaba crear a nuestros primeros padres en una condición caída, porque Adán y Eva, mediante su albedrío, eran perfectamente capaces de llevar a cabo la Caída por sí mismos.
Si Dios hubiera creado al hombre mortal, entonces la muerte, el pecado y todas las circunstancias de la mortalidad serían obra de Dios y serían eternas y permanentes en su naturaleza (véase Eclesiastés 3:14); en cambio, si el hombre provoca la Caída por sí mismo, él es el agente moral responsable, y Dios puede rescatarlo y redimirlo de su estado caído. Además, el hecho de que Adán y Eva hayan llevado a cabo la Caída por sí mismos los hizo susceptibles de castigo o recompensa por sus acciones. Una pequeña reflexión sobre estos asuntos lleva a la conclusión de que la Caída se efectuó de la mejor manera posible. Como dijo Lehi sobre la Caída y la Expiación: “Todas las cosas se han hecho según la sabiduría de aquel que todo lo sabe” (2 Nefi 2:24).
Podemos beneficiarnos de la observación del élder Orson F. Whitney, quien dijo: “La Caída tuvo una doble dirección: hacia abajo, pero también hacia adelante.” Es como dijo el profeta José Smith: “Adán fue hecho para abrir el camino del mundo.” Adán y Eva tuvieron el privilegio de poner todo en marcha mediante sus propias acciones. Esto es mucho mejor que haber sido creados mortales y pecadores. Aquí también podemos observar que, dado que Adán abrió el camino del mundo, se sigue que no podrían haber existido cosas mundanas como la muerte, el nacimiento, el pecado y la reproducción antes de la transgresión de Adán—es decir, antes de que él abriera el camino.
El origen de Adán
No estoy en posición de hablar en nombre de la Iglesia ni de los Hermanos, pero quiero expresar mi creencia personal sobre el tema de la creación de Adán. Creo que el cuerpo físico de Adán fue descendencia de Dios, literalmente (Moisés 6:22), que fue engendrado como un bebé con un cuerpo físico no sujeto a la muerte, en un mundo sin pecado ni sangre; y que creció hasta la adultez en esa condición y luego se volvió mortal por sus propias acciones. Creo que el cuerpo físico de Adán fue engendrado por nuestro Padre Celestial inmortal y celestial, y una Madre celestial inmortal y celestial, y por tanto no en una condición de mortalidad, una condición que habría impedido que Jesús fuera el Unigénito del Padre en la carne (DyC 93:11), carne significando mortalidad. El cuerpo físico de Jesús también fue engendrado por el mismo Padre celestial, pero mediante una mujer mortal, y por tanto dentro de la mortalidad.
Comentando sobre Lucas 3:38 (“Adán, hijo de Dios”), el élder Bruce R. McConkie escribió:
“Esta declaración, que también se encuentra en Moisés 6:22, tiene un significado profundo y serio, y además quiere decir lo que dice. El padre Adán vino, como se indica, a esta esfera, obteniendo un cuerpo inmortal, porque la muerte aún no había entrado en el mundo (2 Nefi 2:22). Jesús, en cambio, fue el Unigénito en la carne, lo cual significa en un mundo de mortalidad donde la muerte ya reinaba.”
La evolución colocaría el cuerpo de Adán como descendiente de animales, cada generación habiendo evolucionado e incrementado gradualmente en estructura e inteligencia, hasta que surgió una criatura más parecida al hombre que al animal. Esto me parece un proceso que desperdicia tiempo. Sabemos que Dios puede engendrar hijos: Él es el Padre del cuerpo de Jesús y también ha engendrado innumerables hijos espirituales a su propia imagen y semejanza. ¿Por qué recurriría el Padre a la evolución animal para traer a su propia familia al nuevo mundo que había creado, en vez de Él y la Madre celestial hacerlo en una sola generación al engendrar directamente a Adán? Seguramente no negaríamos a los padres celestiales el privilegio de engendrar a sus propios hijos. Si nuestros padres celestiales fueran solamente espíritus, podría haber alguna razón para esperar que necesitaran un medio alternativo para producir el cuerpo de Adán. Pero dado que son seres tangibles y resucitados de carne y hueso, no parece haber ninguna necesidad de recurrir a los animales para producir los cuerpos de Adán y Eva. ¿Cómo podría llamarse a Adán hijo de Dios (Moisés 6:22) si fuera descendiente de animales?
Además, si Adán fuera producto de la evolución animal, difícilmente se podría decir que fue creado a la imagen física de Dios; sin embargo, sabemos que las Escrituras dicen que el hombre fue creado a imagen de Dios (Génesis 1:26–27). Hay un pasaje muy convincente en Mosíah que habla de este mismo tema:
“[Abinadí] les dijo [a los nefitas] que Cristo era el Dios, el Padre de todas las cosas, y dijo que tomaría sobre sí la imagen del hombre, y que sería la imagen conforme a la cual el hombre fue creado al principio; o en otras palabras, dijo que el hombre fue creado conforme a la imagen de Dios” (Mosíah 7:27).
Es fácil ver el sentido de ese pasaje: La imagen del hombre en la que apareció Cristo fue la misma imagen en la que el hombre fue creado al principio, la imagen de Dios. La redacción particular de este versículo exige una sola imagen estandarizada del hombre desde el principio: una imagen semejante a la de Dios, no una imagen apenas distinta de la de una bestia.
Antes de dejar este tema, me gustaría abordar otro asunto relacionado. Hay entre los defensores de la evolución teísta quienes sí creen en una versión de la caída del hombre. El escenario va más o menos así: En la creación física, Dios utilizó el proceso evolutivo de selección natural y generación hasta que se produjo un animal parecido al simio que estaba lo suficientemente avanzado físicamente como para que Dios pudiera colocar un espíritu humano—específicamente, el de Adán—en el cuerpo, en lugar de un espíritu animal, como había hecho en todas las generaciones anteriores. Este, según dichos teóricos, fue el primer hombre, y en ese momento era inmortal; por tanto, cuando Adán cayó posteriormente, los efectos de su transgresión—la muerte y la capacidad de tener hijos—se aplicaron solo al hombre y no a los animales, ya que esos procesos ya estaban presentes en el reino animal.
Ahora bien, según lo veo, un problema con esta posición es que pide a sus adherentes que acepten la premisa de que seres avanzados, completamente mortales y parecidos al simio (ellos mismos sujetos a la muerte y capaces de reproducirse), produjeron a un hombre, Adán, que no estaba sujeto a la muerte y que no podía reproducirse a menos que transgrediera en el jardín. Así, irónicamente, Adán tuvo que transgredir para volverse mortal como sus padres simiescos. Este escenario parece ser una situación ilógica desde el punto de vista de un evolucionista, cuyo énfasis está en los procesos naturales de reproducción y selección; la idea de que los padres animales y mortales de Adán produjeran un hijo inmortal parece anular, si no invalidar por completo, el proceso evolutivo natural.
Estas ideas, por tanto, plantean más preguntas de las que responden. ¿Cómo explica el evolucionista teísta la situación única de Adán, sin muerte, si su cuerpo fue completamente producto de animales mortales? ¿Por qué Adán no heredó la muerte y la capacidad de reproducción de sus padres? ¿Estaría dispuesto un evolucionista teísta que defiende este escenario a sugerir que las declaraciones escriturales sobre el estado sin muerte y sin hijos de Adán no se aplican realmente a nuestros primeros padres? Afirmar tal cosa equivaldría a rechazar las declaraciones claras de las Escrituras; y si una persona hace eso, ¿qué ha sucedido con la parte “teísta” de su teoría? ¿Cuántas escrituras pueden ser ignoradas y aún seguir llamándolo evolución teísta? Además, las Escrituras que se relacionan con este tema no pueden ser descartadas bajo el argumento de que son arcaicas o mal traducidas: las Escrituras que hablan de la Caída y sus efectos sobre la humanidad son escrituras de los últimos días que se encuentran en el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios, y La Perla de Gran Precio.
La progresión eterna no es lo mismo que la evolución orgánica
Con frecuencia se oye decir que el pareado: “Como el hombre es, Dios una vez fue; como Dios es, el hombre puede llegar a ser” es una expresión de evolución en una escala tan grandiosa que cualquiera que crea en esta declaración no debería tener dificultad en aceptar la evolución orgánica. Estoy de acuerdo en que la progresión eterna es una especie de proceso evolutivo, pero una reflexión seria mostrará que no hay paralelo entre ese concepto y la evolución orgánica. La evolución orgánica es el cambio de una forma de vida inferior a una forma de vida superior a través de una serie de generaciones, que involucran una larga línea de individuos diferentes. La progresión eterna, en cambio, es el proceso mediante el cual un mismo individuo progresa desde la mortalidad hasta la divinidad. La evolución orgánica implica un cambio de especie; la progresión eterna es un cambio dentro de una misma especie, pues un espíritu, un hombre, un ángel y un dios son todos de la misma especie, aunque en diferentes etapas de progreso.
La necesidad de una Expiación
Si vemos correctamente la creación del hombre y la caída del hombre conforme al plan de Dios, la expiación de Jesucristo encaja perfectamente. La Caída y la Expiación son como dos mitades de un círculo. Ninguna está completa sin la otra, ni podemos entender el significado de una si no la vemos en relación con la otra. Juntas conforman una totalidad o plenitud que no está disponible si se las contempla solo por separado.
El primer hombre, Adán, fue creado en una condición inmortal, o sin muerte, y por su transgresión cayó. La Caída trajo dos muertes sobre toda la humanidad, ninguna de las cuales el hombre podía expiar por sí mismo. “Así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor. 15:22). La redención es tan amplia en su influencia como lo fue la Caída. Toda persona morirá físicamente—nadie escapa. Toda persona es excluida de la presencia de Dios—nadie escapa. Incluso los niños pequeños que mueren serían excluidos de la presencia de Dios si no se hubiera efectuado una expiación (Mosíah 3:16). Toda persona sufre dos muertes, y toda persona es redimida de ambas muertes. Todos serán levantados de la tumba; todos serán llevados de regreso a la presencia de Dios para el juicio. (Véanse Hel. 14:15–18; Morm. 9:12–13.)
Dado que los efectos de la Caída dominan a todo ser humano mortal, la redención de la humanidad requiere el pago de parte de Alguien no dominado por la Caída, una condición que permitiría a este ser rescatar al hombre de lo que Jacob llama el “horrible monstruo… la muerte y el infierno” —las dos muertes (2 Nefi 9:10). Las circunstancias inusuales del nacimiento de Jesucristo fueron el medio por el cual un ser espiritual, un Dios (es decir, Jehová), pudo venir al mundo y obtener un cuerpo físico no dominado por la muerte, aunque capaz de morir. Es decir, Dios el Padre fue el padre del cuerpo físico de Jesús, haciendo de Jesús el Unigénito del Padre en la carne y el único capaz de vencer la muerte. Por causa de su linaje, Jesús podría haber vivido para siempre en esta tierra. Nunca habría tenido que morir —así que literalmente dio su vida por nosotros. Si hubiera estado dominado por la muerte, entregar su vida a los treinta y tres años solo habría significado ceder tiempo. Pero Él realmente dio su vida para pagar una deuda contraída por la transgresión de Adán y los pecados de todas las personas. Derramó su sangre y dio su vida como pago.
Según las Escrituras, la caída de Adán nos colocó a todos en una situación de la cual no podemos salvarnos por nosotros mismos. Un Redentor, un Salvador, es absolutamente necesario.
“Por tanto, toda la humanidad se hallaba en un estado perdido y caído, y siempre lo estaría a no ser que se apoyasen en este Redentor.” (2 Nefi 10:6)
“El camino está preparado desde la caída del hombre, y la salvación es gratuita…
Por tanto, ¡cuán grande es la importancia de dar a conocer estas cosas a los habitantes de la tierra, para que sepan que ninguna carne puede morar en la presencia de Dios, sino por los méritos, y la misericordia, y la gracia del Santo Mesías!” (2 Nefi 2:4, 8)
“Y ahora bien, por esto veis que nuestros primeros padres fueron cortados tanto temporal como espiritualmente de la presencia del Señor; y así vemos que llegaron a estar sujetos a seguir su propia voluntad…
Y ahora bien, no había medio alguno para redimir a los hombres de este estado caído que el hombre se había acarreado por su propia desobediencia…
Y ahora bien, el plan de misericordia no podía realizarse sino por medio de una expiación; por tanto, Dios mismo expía los pecados del mundo, para llevar a efecto el plan de misericordia, para apaciguar las demandas de la justicia, a fin de que Dios sea un Dios perfecto, justo, y misericordioso también.” (Alma 42:7, 12, 15; véanse también Mosíah 3:11, 16–17; Hel. 14:16–17; Éter 3:2)
Dado que la muerte, la sangre y la obediencia fueron los medios de intercambio utilizados en la expiación de Cristo, se deduce que hay una relación uno a uno entre la caída de Adán y la expiación de Jesucristo. Según las Escrituras, la transgresión de Adán trajo la Caída, y la Caída trajo la muerte, la sangre y el pecado. Jesús pagó la pena y satisfizo la justicia con su propia muerte (el pago de su vida), su propia sangre y su propia obediencia. Los efectos de la Caída no tuvieron dominio completo sobre Él, ni física ni moralmente, porque fue sin pecado y genéticamente el Hijo de Dios. Él venció ambas clases de muerte, logrando la resurrección de la muerte física y la restauración de todas las personas a la presencia de Dios para el juicio. Fue, en todo sentido, una ofrenda voluntaria, un rescate, una redención, llevada a cabo por el único ser capaz de efectuar tal pago. Fue el sacrificio de un Dios, un ser infinito (véanse Mosíah 13:28, 32; Alma 34:10–13; 42:15). Esto es lo que uno de nuestros himnos llama “el gran designio de la redención”.
Si, como parecen proponer los evolucionistas, la mortalidad y la muerte fueron condiciones originales y perpetuas en el mundo, y si la evolución orgánica fue el proceso mediante el cual el hombre llegó a existir (sin una caída en el sentido escritural), parece ilógico que la justicia eterna requiriera el sacrificio de un Dios para la redención de la humanidad. (Para una discusión adicional sobre la Expiación, véanse los capítulos 17 y 18 de este libro.)
Resumen y conclusión
Por las razones anteriores, todas ellas tomadas de las enseñanzas de las Escrituras y de los Hermanos, veo la teoría de la evolución orgánica como contraria a la naturaleza de Dios, insultante para la condición original del hombre y un ataque sutil a la misión de Jesucristo. Puede que no lo parezca a primera vista, pero en términos doctrinales la teoría de la evolución orgánica es un concepto que, si se cree, socavaría todo el plan de salvación y nuestra fe en la divinidad y logros del Mesías. Debe haber una forma sencilla y directa de hacer evidente esta situación a los creyentes sinceros que sostienen la llamada evolución teísta, creyentes que quizás no se dan cuenta de que acogen una filosofía que no solo es contradictoria sino también destructiva. No creo que sea inofensiva. El resultado final es un desastre, porque los principios de la evolución orgánica son contrarios al plan de Dios.
A modo de repaso, ¿cuáles son entonces las verdades universales que se nos dan en las Escrituras y que tienen relación con este tema?
Primero, hay un plan eterno y perfecto. Aceptar este concepto nos permite ver el panorama completo y preparar nuestra mente contra cualquier doctrina falsa. Esto es especialmente cierto cuando uno acepta todo el plan, con todas sus partes que se extienden desde la existencia premortal hasta el juicio final. Escoger y desechar, alterar y adaptar, no son opciones intelectuales aceptables cuando se trata del plan de redención. En otras palabras, no deberíamos “jugar con” el plan de salvación. Las disposiciones del plan no son negociables.
Segundo, hay orden en el plan de Dios: existen ciertos principios fijos que estaban en vigor antes de que el mundo fuera formado. Por lo tanto, el plan no cambia. Este concepto puede ser otra influencia estabilizadora importante en nuestros estudios del Evangelio.
Tercero, lo que es el pecado y cómo entró en el mundo son asuntos morales. Si una persona acepta la evolución orgánica como la explicación del origen del hombre en esta tierra, parece que tiene que rechazar la explicación del origen del pecado que se da en cada uno de los libros canónicos. Debido a las implicaciones morales de tal curso, me parece que la mayoría de los “creyentes” no estarían dispuestos a hacer eso.
Podemos acudir a las Escrituras en busca de una declaración de los principios relacionados con el origen del hombre, pero en ciertos aspectos, con respecto a este tema particular, nosotros que vivimos hoy estamos en una situación más crítica que la de cualquier otro pueblo. El alto grado de progreso científico actual, los métodos sofisticados de adquirir conocimiento y formular hipótesis, y los avances recientes en pruebas y mediciones han conducido a hipótesis más complejas sobre el origen del hombre que aquellas con las que Lehi, Jacob, Abinadí, Alma, o incluso José Smith tuvieron que lidiar. La situación también se complica porque el método científico goza de gran estima en nuestra sociedad.
Por tanto, debemos buscar diligentemente comprender las revelaciones lo suficientemente bien como para encontrar explicaciones adecuadas. El marco doctrinal se nos ha dado en las Escrituras y por los profetas de esta dispensación para nuestra guía y uso. Comprenderlo requiere un esfuerzo considerable, pero si lo ignoramos, quedamos a merced de nuestra comprensión limitada. No podemos conformarnos con un conocimiento mediocre del plan de Dios. El desafío que enfrentamos es encontrar una manera—una manera sencilla—de presentar las cuestiones doctrinales con tal claridad ante nuestros oyentes, que aquellos con fe en las revelaciones y en el sacrificio expiatorio de Jesucristo no abandonen inadvertidamente la fe de nuestros padres—o de Elías, Enoc, Nefi y José Smith—por tratar de armonizar con lo que el mundo acepta.
Probablemente nunca antes los creyentes en las Escrituras han tenido tanta necesidad como ahora de asirse de la barra de hierro del sueño de Lehi para guiarlos a través de las sutiles nieblas de oscuridad, no sea que se desvíen por sendas extrañas y se pierdan (véase 1 Nefi 8:19–21, 24, 30). En términos científicos, no puedo responder eficazmente al evolucionista, esté dentro o fuera de la Iglesia; pero sí puedo ver cuáles son las cuestiones teológicas y morales, y puedo ver que la teoría de la evolución está profundamente arraigada en casi todas las disciplinas y campos de estudio en los que el hombre moderno está involucrado. Es una filosofía muy popular, pero es capaz de erosionar la fe de las personas porque socava lo que Dios ha revelado acerca de la doctrina de Cristo. Los efectos erosivos de esta teoría son sutiles, y puede que al principio no parezca dañina para muchos. Sin embargo, debido a la oposición inherente de la evolución a la misión del Mesías, es posible que en relación con este tema, más que con cualquier otro, cada persona tenga que responder eventualmente y de forma individual a la pregunta de Pilato:
“¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?” (Mateo 27:22).
























