Conferencia General, abril de 1957

“Por esta causa…”

Élder LeGrand Richards
Del Concilio de los Doce Apóstoles


Estoy seguro de que nuestros corazones han sido conmovidos esta mañana con un sentimiento de gratitud por tener el privilegio de ser miembros de esta gran Iglesia, por nuestro gran líder y el poder de su liderazgo, y por estos, nuestros Hermanos. Me regocijo de estar con ustedes y de formar parte de este gran movimiento del evangelio en los últimos días.

El Presidente se refirió en su discurso de esta mañana al gran progreso que se está logrando y que ya se ha logrado en el mundo en cuanto a la ciencia, las comodidades que disfrutamos, los poderes que han sido aprovechados, y al pensar en eso —la electricidad y las ondas sonoras que nos han traído todas estas comodidades modernas— me pregunto si el mundo se da cuenta de que hay otros poderes invisibles que están operando en el mundo: el poder de las tinieblas que busca destruir la obra del Señor, y el poder de Dios en los corazones de los justos que hallan el camino de la verdad eterna.

Me gustaría basar las pocas palabras que diré esta mañana en una experiencia que tuve hace algunas semanas al asistir a una conferencia de estaca en un estado vecino. Uno de los buenos hombres de la comunidad, gracias a los esfuerzos de nuestros misioneros de estaca, se había unido recientemente a la Iglesia. Estaba feliz con su membresía. Había ocurrido un cambio en su vida, un cambio en sus pensamientos, en sus hábitos, en sus deseos e interés por sus semejantes. Tenía un vecino con quien había sido muy amigable. Se prestaban mutuamente equipo de sus granjas, pero tan pronto como este hombre se unió a la Iglesia, su vecino se volvió en su contra.

El nuevo converso se postuló para un cargo en la junta escolar, y su vecino salió a reunir gente de los alrededores para llevarlos a votar y derrotar a este antiguo amigo y vecino. Después de las elecciones, el nuevo converso fue a ver a su vecino. Le dijo: “¿Qué he hecho yo que haya cambiado tu actitud hacia mí como lo ha hecho?” La respuesta fue: “No me gustan los mormones.”

Si hubiera estado viviendo en los días del Salvador, su respuesta habría sido: “No me gustan los cristianos”, y pienso en las palabras del Salvador cuando dijo:

“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me aborreció antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.
Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.
Pero todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.”
(Juan 15:18–21)

¡Si tan solo comprendiéramos el poder que está operando en el mundo para engañar a las naciones! Esta mañana se hizo referencia a Satanás. Leemos en el Apocalipsis que cuando fue arrojado del cielo, se elevó un clamor:

“…¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo.” (Apocalipsis 12:12)

“Hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón; y luchaba el dragón y sus ángeles,
pero no prevalecieron, ni se halló más su lugar en el cielo.
Y fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.”
(Apocalipsis 12:7–9)

Piensen por un momento en esa declaración: que “engaña al mundo entero.” Estoy seguro de que el mundo no se da cuenta de cuán a menudo escucha su voz engañosa en las cosas que hace y en las decisiones que toma. En este punto en particular, cuando miramos atrás en la historia del cristianismo, nos preguntamos: “¿Cómo pudieron haber crucificado a nuestro Señor, el gran ejemplo para todos los hombres?” La única respuesta es que fueron engañados por este poder de las tinieblas. No solo los malvados escuchan su voz, sino también muchas personas justas que creen estar sirviendo a Dios (Juan 16:2), como Pablo en la antigüedad, o Saulo de Tarso. Recuerdan cómo sostuvo los mantos de los que apedrearon a Esteban hasta la muerte (Hechos 7:58), no porque Esteban hubiera hecho algo malo, sino porque este poder que “engaña al mundo entero” no pudo darle cabida en el mundo y provocó su martirio.

Pablo, en su camino a Damasco, iba a obtener una orden para perseguir a los santos (Hechos 9:2), y fue entonces cuando la voz del Maestro le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?… dura cosa te es dar coces contra el aguijón.” (Hechos 9:4–5). Pablo pensaba que estaba sirviendo al Señor, pero después de conocer el poder de la verdad, entregó su vida por ella. Leemos cuántas veces fue azotado y flagelado (Hechos 22:25), y finalmente fue decapitado en Roma bajo Nerón. Consideremos la historia de todos los apóstoles. ¿Por qué fueron ejecutados? ¿Por qué el mundo los odiaba? Porque no eran del mundo, y el mundo no podía confraternizar con ellos.

Estuve en México hace unas semanas, donde vi pinturas al óleo de todos los apóstoles y de cómo fueron ejecutados. Pedro, como saben, fue colgado con la cabeza hacia abajo. Santiago fue decapitado en Jerusalén, y Pablo, como ya les mencioné, fue decapitado en Roma. Juan fue arrojado a un caldero de aceite hirviendo. Por el poder de Dios, su vida fue preservada, y todos los apóstoles fueron muertos, excepto Juan. ¿Por qué? Porque este poder del maligno, según las palabras de Juan, “engaña al mundo entero”.

Aquellos de nosotros que hemos tenido bastante experiencia misional sabemos cuán literalmente cierta es esa afirmación. ¿Por qué eran tan despreciados los santos? Cuando Pablo llegó a Roma, como recordarán, los principales sacerdotes dijeron:

“Queremos oír de ti lo que piensas; porque de esta secta nos es notorio que en todas partes se habla contra ella.” (Hechos 28:22)

¿Por qué la verdad era mal hablada en todas partes? Verán, hubo una guerra en los cielos. No hay tiempo para entrar en detalles; solo les leí algunas palabras al respecto. Satanás y una tercera parte de las huestes del cielo fueron arrojadas a esta tierra, y trajeron consigo el conocimiento que poseían. Y, según Isaías, Satanás decretó que exaltaría su trono sobre el trono de Dios, que se haría semejante al Altísimo (Isaías 14:12–14).

Luego Isaías habla de aquel que ha engañado a las naciones, y que ha destruido el mundo y a sus habitantes (Isaías 14:16–20), y todo lo que necesitamos hacer es mirar la historia del mundo y darnos cuenta del poder que está causando tanta destrucción, cuando, si prestáramos atención a la luz de la verdad y a la inspiración del Espíritu del Señor, todos los hombres podrían vivir en armonía y paz, y las naciones de la tierra podrían andar a la luz del Señor su Dios, lo cual, se nos ha dicho, llegará a suceder.

Así que esas grandes persecuciones las encontramos también en nuestra propia labor. Así como la Iglesia fue mal hablada en aquellos días, también lo es en nuestros días. Lo hemos visto al trabajar entre la gente. Si no fuera por ese poder que engaña a las naciones (DyC 52:14), cientos de miles de personas honestas se unirían a esta Iglesia, porque verdaderamente es la Iglesia de Jesucristo restaurada nuevamente en la tierra en estos días.

Pienso en Nicodemo, quien se acercó al Salvador del mundo. Dijo: “…sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.” Jesús le enseñó que debía nacer de nuevo, y luego le dijo: “De lo que sabemos, hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; pero no recibís nuestro testimonio” (Juan 3:2, 11).

Ahora somos testigos de Jesucristo, y al mundo hablamos de lo que sabemos, y testificamos de lo que hemos visto, y sabemos que su verdad ha sido restaurada en la tierra y que los cielos se han abierto. Y así, como dijo Jesús: “…porque no sois del mundo… por eso el mundo os aborrece” (Juan 15:19).

Muchos de nuestros mejores miembros son aquellos que tenían prejuicios contra esta Iglesia, hasta que entraron en contacto con el mensaje del evangelio. Recibí un informe de un pariente lejano en Nueva Inglaterra hace poco; había leído uno de nuestros libros y dijo: “Dudo que tengas idea del concepto erróneo que tiene la gente de Nueva Inglaterra sobre la Iglesia Mormona. A veces me pregunto si en verdad creen las cosas que dicen.”

Un hombre de Nueva Inglaterra, a quien tuve el privilegio de predicar el evangelio, me escribió una carta después que regresé a casa. Era el tesorero de su propia iglesia. Me agradeció por llevarle la verdad, pero dijo: “Soy demasiado cobarde para aceptarla hasta que pueda lograr que mis amigos, familiares y vecinos se sientan más amigables hacia su pueblo.” Como ven, porque no somos del mundo, el mundo nos aborrece.

Estábamos celebrando una conferencia en Misisipi cuando yo era presidente de la misión allí, y un joven universitario se acercó al finalizar la reunión matutina para preguntar si podía hablar en la reunión de la tarde, y le aseguré que podía. Me dijo: “Pero no soy miembro de su Iglesia.” Le respondí: “Bueno, no puedes decir nada que dañe a nuestros miembros.” Así que lo invitamos a hablar, y esto fue lo que dijo:

“Fui criado aquí en Misisipi creyendo que los mormones eran las personas más indeseables del mundo. Luego terminé mi educación universitaria y fui a Arizona a trabajar. Allí mi suerte se vinculó con los mormones, y al regresar aquí, también mi vida se relacionó con ellos. Ahora he estado asistiendo a sus reuniones. Conozco su vida, sus ideales y sus enseñanzas, y ya no pienso que los mormones sean las personas más indeseables del mundo. Me pregunto cuándo seré lo suficientemente bueno para ser miembro de la Iglesia Mormona.”

Eso es lo que la gente encuentra cuando conoce la verdad, y si el maligno no estuviera engañando la mente del mundo entero, como dicen las Escrituras, esta obra avanzaría con gran poder por el mundo.

Les testifico solemnemente que no hay hombre ni mujer honesto en este mundo que realmente ame al Señor que no se uniría a esta Iglesia si supiera lo que es, y recibimos testimonios desde todas partes.

Recuerdo a un ministro en Holanda. Sus amigos, que se habían unido a nuestra Iglesia, lo persuadieron para que asistiera a una reunión con nuestros misioneros. Al finalizar, denunció a José Smith como falso profeta, como un engañador, con todos los calificativos más viles que pudo pensar. Luego se fue a casa y se acostó. Él mismo me contó esta historia, y fue uno de los compañeros más nobles con los que he trabajado en la Iglesia.

Dijo: “No sabía lo que había hecho, pero sabía que había ofendido a Dios, porque la paz abandonó mi mente. Estuve dando vueltas toda la noche sin poder dormir hasta la madrugada, y luego me levanté y caminé por las calles hasta que pensé que los élderes mormones ya estarían despiertos, y fui a su puerta y les pedí un ejemplar del Libro de Mormón.” Quiero decirles que nunca escuché un testimonio que me impresionara más que el de ese hombre de Dios, al testificar que sabía que José Smith era un profeta de Dios, que el Libro de Mormón era verdadero, y que el reino de Dios había sido establecido en la tierra para preparar el camino para la venida del Señor.

Hemos tenido muchos ministros que se han unido a la Iglesia recientemente—uno la semana pasada aquí mismo en Salt Lake City—hombres lo suficientemente humildes como para comprender que la verdad debe ser establecida en la tierra como lo fue en los días antiguos para preparar el camino para la venida del Señor.

Para concluir, quisiera leerles una pequeña declaración de dos de nuestras conversas recientes. Esta es una carta que recibí hace unos días de una mujer que conocí en Alabama mientras recorría esa misión en noviembre pasado. Una mujer digna, de noble carácter. Dejó su propia iglesia, y después de hacerlo, regresó al ministro para pedirle que quitara su nombre de los registros. Ella dijo: “¿Puedo entrar al aula donde he estado por años enseñando la Escuela Dominical? Quiero agradecer a Dios por el privilegio que he tenido de enseñar en esa sala y pedir su bendición al dejarla.”

Aquí hay algunas palabras de su carta: “Élder Richards, fui miembro de esta maravillosa Iglesia por un año, el 5 de febrero, y puedo decir con toda sinceridad que 1956 fue el año más feliz de mi vida. Casi no pasa un día sin que algo ocurra que fortalezca mi testimonio. Solo lamento no haber tenido la oportunidad de recibir este evangelio hace treinta años. Tendré que conformarme con hacer lo que pueda el resto de mi vida.”

Luego cuenta sobre sus actividades en la Iglesia.

Esta otra carta proviene de una mujer que escribió a Salt Lake City solicitando información a la Oficina de Información, y le enviaron literatura para leer. Luego, tras unirse a la Iglesia, escribió: “Ahora tengo una serenidad y compostura, una fuerza interior y una alegría íntima que nunca antes había poseído.” Esa es la clase de gozo que tuvo Pablo, y otros que antes habían sido enemigos de la Iglesia, hasta que Pablo estuvo dispuesto a dar su vida por su testimonio. Recordarán cuando él estaba encadenado, y Festo dijo: “Pablo, estás loco; las muchas letras te vuelven loco”, a lo cual Pablo respondió: “No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura.” Y Agripa dijo: “Por poco me persuades a ser cristiano,” a lo que Pablo replicó con palabras como estas: “Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas.” (Hechos 26:24–25, 28–29)

Y para finalizar, quiero leerles las palabras de Gamaliel. Recuerdan cómo él intervino en defensa de los apóstoles antiguos y dijo esto a los principales sacerdotes del país:

“Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres.
Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá;
pero si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios.”
(Hechos 5:35, 38–39)

Les doy mi testimonio solemne de que todo hombre o mujer que levanta su voz o su mano para detener el progreso de esta obra está luchando contra Dios, el Padre Eterno, y está siendo engañado por el autor del mal en el mundo. Que Dios los bendiga a todos en la gran causa misional de la Iglesia, ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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