
“Investidas con el poder del sacerdocio”
Presidencia General de la Sociedad de Socorro
Conferencia de Mujeres de BYU 2019
Es una poderosa afirmación del lugar sagrado y esencial que ocupan las mujeres en el plan de Dios. De principio a fin, el mensaje resalta que las hijas del Padre Celestial no solo son receptoras del poder del sacerdocio, sino también investidas con él, capaces de ejercerlo en justicia conforme a los convenios que han hecho.
En un mundo que a menudo malinterpreta el concepto de poder y jerarquía, este mensaje doctrinal aclara la diferencia entre autoridad y poder del sacerdocio, y eleva la comprensión sobre cómo las mujeres participan de forma plena en la obra de salvación. A través de conmovedoras historias, principios revelados y palabras proféticas, se nos enseña que cada mujer que hace y guarda convenios sagrados tiene acceso real y constante a los dones divinos que capacitan, fortalecen, iluminan y transforman.
Las palabras de las hermanas Bingham, Aburto y Eubank desmontan mitos, disipan dudas y reafirman la verdad eterna de que el sacerdocio no es propiedad de unos pocos, sino el poder de Dios disponible para todos Sus hijos e hijas fieles. El acceso a ese poder no requiere ordenación, sino rectitud, fidelidad y amor al Señor. Es un poder que no domina ni controla, sino que eleva, consuela, guía y salva.
El mensaje culmina con una invitación profética clara: enseñar a las nuevas generaciones que hombres y mujeres, en mutua interdependencia y con poder del sacerdocio, actúan como instrumentos del Señor en la edificación de Su reino. Al hacerlo, se preparan para recibir al Salvador que viene.
Este discurso es un himno de empoderamiento espiritual, una invitación a vernos como Dios nos ve: capaces, investidas, y esenciales en Su obra. Nos recuerda que el poder del sacerdocio no es un privilegio restringido, sino una fuente de fuerza divina al alcance de toda mujer fiel. En un mundo hambriento de significado y verdad, estas enseñanzas son una luz que guía con claridad y esperanza. Cada hija de Dios puede —y debe— reconocer que ha sido investida con poder desde lo alto para cumplir su propósito eterno.
“Investidas con el poder del sacerdocio”
Hermana Jean B. Bingham, Hermana Sharon Eubank, Hermana Reyna I. Aburto
Presidencia General de la Sociedad de Socorro
Conferencia de Mujeres de BYU 2019
Éter 12:41 –“Y ahora bien, quisiera encomendaros a que busquéis a este Jesús de quien han escrito los profetas y apóstoles, para que la gracia de Dios el Padre, y también del Señor Jesucristo, y del Espíritu Santo, que da testimonio de ellos, esté y permanezca en vosotros para siempre. Amén.”
Declaración de la sesión:
¿Cómo invitamos el poder del sacerdocio de Dios a nuestras vidas? El presidente M. Russell Ballard nos recuerda:
“Quienes han entrado en las aguas del bautismo y posteriormente han recibido su investidura en la casa del Señor son elegibles para recibir bendiciones ricas y maravillosas. La investidura es literalmente un don de poder… [y] nuestro Padre Celestial es generoso con Su poder.”
El presidente Russell M. Nelson promete:
“Pasar más tiempo regularmente en el templo permitirá que el Señor les enseñe cómo recurrir al poder del sacerdocio con el que han sido investidas en Su templo.”
¿Cómo podemos recurrir más consistentemente al poder del sacerdocio de Dios? ¿Cómo nos ayudará el poder del sacerdocio de Dios como hijas de Dios, hermanas, esposas y madres? ¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a saber que, como enseñó la hermana Sheri Dew, “las bendiciones del sacerdocio están disponibles para todo hombre y mujer justos” y que “todos podemos recibir al Espíritu Santo, obtener revelación personal y ser investidos en el templo, de donde emergemos ‘armados’ con poder”?
HERMANA JEAN B. BINGHAM
En preparación para el evento “Hermana a Hermana” de mañana, pedimos a las mujeres que enviaran sus preguntas. Nos sorprendimos mucho al recibir más de 3,000 preguntas, muchas de ellas muy articuladas y sinceras. Gracias, hermanas, por amar el evangelio lo suficiente como para hacer preguntas, y por tener la fe y la paciencia de seguir esforzándose por entender.
Algunas de esas preguntas podremos responderlas en la sesión de “Hermana a Hermana” de mañana; muchas otras las llevaremos de vuelta a los consejos en los que participamos para su estudio y trabajo futuro, y trataremos de encontrar maneras de responder otras preguntas que ustedes han hecho. Por supuesto, les animamos a buscar respuestas del Señor mediante las Escrituras y las enseñanzas de los profetas vivientes.
Una pregunta en particular que queríamos abordar aquí hoy dice así:
“Como madre de hijas y líder de Mujeres Jóvenes, veo la necesidad más que nunca de que las mujeres comprendan cuánto las ama el Padre Celestial y que ellas… tienen las mismas oportunidades y bendiciones que sus contrapartes masculinas ahora y en la eternidad. No creo que la gran mayoría de las mujeres sientan la necesidad de poseer oficios del sacerdocio; [pero] quieren saber cómo encaja el sacerdocio en sus vidas personales.
Me gustaría saber cómo responder algunas preguntas de mis hijas jóvenes adultas solteras, tales como:
- ¿Qué significa que una mujer sea investida con el poder del sacerdocio?
- ¿Acceden las mujeres a ese poder del sacerdocio al guardar convenios o a través de otra persona, o ambas cosas?
- ¿Cuál es la diferencia “antes” y “después” de recibir ese poder?
- ¿Qué está enseñando ahora la Iglesia sobre el sacerdocio y cómo se aplica a las mujeres?
Vamos a intentar responder estas preguntas, reconociendo que todos estamos en un proceso continuo de aprendizaje. Estos son temas que cada una de nosotras ha considerado, comentado con otras personas y estudiado para poder comprenderlos mejor por nosotras mismas.
Así que, ¡empecemos!
Primera pregunta:
¿Qué significa que una mujer sea investida con el poder del sacerdocio?
Comencemos con algunas definiciones simples. Investir significa “enriquecer o dotar con cualquier ‘don’, cualidad o poder de la mente o del cuerpo.”
Hoy en día, la palabra investidura a menudo se utiliza para referirse a una donación financiera a una organización, lo suficientemente grande como para que los intereses por sí solos puedan utilizarse de manera perpetua para financiar una causa que la organización valora. El interés de esa donación cubre todos los costos asociados sin tocar el regalo original.
Cuando somos investidas con el poder del sacerdocio, se trata de una fuente infinita que se renueva constantemente y que nunca puede agotarse. Cada mujer debe calificarse para recibir ese don y puede continuar accediendo a ese poder al guardar fielmente los convenios que ha hecho.
Así que, dicho de forma más simple: ser investida significa recibir el don de una cualidad o atributo—y en este caso, el don del poder del sacerdocio—que te capacita para llegar a ser más de lo que eras antes de recibir ese don.
Entonces, ¿qué es el poder del sacerdocio?
El sacerdocio es el poder y la autoridad eternos de Dios. Por medio del sacerdocio, Él creó y gobierna los cielos y la tierra. Con este poder, el universo se mantiene en perfecto orden. A través de este poder, Él lleva a cabo Su obra y Su gloria, que es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).
¿Cuál es el propósito de que tengamos este poder de Dios?
El propósito del poder del sacerdocio es, en primer lugar, ayudarnos a acceder a la gracia y el poder del sacrificio expiatorio de Jesucristo y llegar a ser más como Él, y luego usar lo que hemos aprendido para ayudar a otros a progresar en ese mismo camino.
Cuando lo comprendemos y lo usamos apropiadamente, Su poder nos permite recibir revelación para tomar decisiones que nos conduzcan de regreso a Él y nos ayuda a cumplir con la obra de salvación, la cual incluye ayudarnos mutuamente a vivir el evangelio de Jesucristo, recoger a Israel a ambos lados del velo mediante la obra misional, del templo y de historia familiar, y cuidar de los necesitados.
Aquí hay solo algunos de los beneficios potenciales de ser investidos con el poder del sacerdocio. Tenemos:
- Poder para guardar los convenios que hacemos bajo autoridad del sacerdocio
- Poder para cumplir nuestra misión preordenada y nuestra obra asignada por el sacerdocio en la tierra
- Poder para edificar y fortalecer relaciones de convenio dentro de familias, barrios, Sociedades de Socorro, quórumes del sacerdocio, clases de Mujeres Jóvenes, presidencias y consejos³
- Poder para hablar y actuar en el nombre de Dios, entrar en Su presencia y resucitar con Su gloria
- Poder para influir y fortalecer a otros para bien eternamente, especialmente a aquellos a quienes amamos
Ser investidos con el poder del sacerdocio —el poder de Dios— significa tener mayor poder para avanzar en el cumplimiento de los propósitos de Dios. Nos permite progresar y avanzar en la vida. Tenemos el poder —mediante los dones del Espíritu Santo y en el nombre de Jesucristo— de usar nuestro albedrío para influir en otros para bien dentro de propósitos autorizados del sacerdocio, más allá de lo que ya estamos haciendo. Ese poder nos magnifica para ser más de lo que podríamos ser por nosotras mismas.
En una frase concisa: “El poder del sacerdocio es poder espiritual usado con fines del sacerdocio.”
Entonces, si estoy sentada en el consejo del barrio como presidenta de Mujeres Jóvenes, ¿cómo actuaré de manera diferente por haber sido investida con poder del sacerdocio? ¿Qué significa en mi matrimonio estar investida con poder del sacerdocio? ¿Qué significará cuando un hijo mío se aleje de la Iglesia? ¿O si enfrentamos una enfermedad grave? ¿O si vivo en un hogar donde no hay un esposo que posea un oficio en el sacerdocio de Melquisedec?
Se me ha dado un don de poder: poder para recibir revelación, poder para actuar. ¿Cómo actúo de forma diferente? ¿Qué diferencia hace para mí?
A menudo, nosotras, las mujeres, no nos damos cuenta de que el poder mediante el cual realizamos “mucho bien” en nuestros llamamientos y en nuestros hogares es una manifestación del poder del sacerdocio. De hecho, todo el bien que se hace en el mundo se hace mediante el poder de Dios. Como el Señor le dijo a Moroni: “no viene el bien sino de mí”. Dios usa Su poder del sacerdocio para cumplir todos Sus propósitos.
Saber que las mujeres tienen acceso a ese poder del sacerdocio nos fortalece para poder hacer lo que se nos pide en cualquier responsabilidad o asignación que se nos confíe. ¡Y a veces esas pueden ser bastante intimidantes!
Tal vez tú hayas tenido una experiencia parecida a la mía. Hace algunos años, me reuní con el apóstol Robert D. Hales, quien iba a apartarme como miembro de la presidencia general de la Primaria. No sé si fue por la fuerte influencia del Espíritu o porque me sentía increíblemente inadecuada y abrumada por las responsabilidades venideras, pero al concluir el apartamiento, yo solo podía llorar. No expresé mis pensamientos en voz alta; simplemente trataba de secar mis lágrimas cuando el élder Hales me miró con compasión y dijo, con una convicción animada:
“No pases ni un nanosegundo pensando en tus insuficiencias.”
Las palabras del élder Hales me sacudieron. En efecto, había estado enfocada en lo que me faltaba, en lugar de confiar en los poderes del cielo para recibir la ayuda que necesitaba. Él me ayudó a comprender que se nos da el poder y la capacidad para hacer la obra del Señor cuando nos enfocamos en buscar y hacer Su voluntad.
Al servir en ese llamamiento, aprendí por mí misma que, si puedo dejar de lado mis propias insuficiencias—aunque esos sentimientos son muy naturales—, el poder del sacerdocio con el que he sido investida magnifica mis habilidades naturales, tal como lo hará con las tuyas. Y este principio es verdadero para toda mujer, en todo llamamiento y en toda circunstancia de la vida.
La hermana Sheri Dew, exconsejera en la presidencia general de la Sociedad de Socorro, preguntó:
“¿Qué significa tener acceso al poder del sacerdocio? Significa que podemos recibir revelación, ser bendecidas y auxiliadas por el ministerio de ángeles, aprender a apartar el velo que nos separa de nuestro Padre Celestial, ser fortalecidas para resistir la tentación, ser protegidas, iluminadas y volvernos más inteligentes de lo que somos —todo sin ningún intermediario mortal.”
Lo que más me impacta es que estas bendiciones son casi desproporcionadas en comparación con los pequeños actos que se requieren de nosotras para recibirlas. Nuestro Padre Celestial es liberal y generoso con Su poder, y está deseoso de compartirlo con quienes estén dispuestos a hacer Su obra a Su manera.
La hermana Aburto nos ayudará a entender cómo cada una de nosotras puede acceder a estas generosas bendiciones del Señor.
HERMANA REYNA I. ABURTO
Ahora que tenemos una mejor comprensión del poder del sacerdocio, una pregunta relacionada con lo que habló la hermana Bingham es:
“¿Cómo reciben las mujeres el poder del sacerdocio? ¿Por medio de guardar convenios, a través de otra persona, o ambas cosas?”
Permítanme compartir un par de historias que ilustran la respuesta. La primera es sobre una viuda que conocí en la República Democrática del Congo. Kinshasa es una ciudad vibrante, pero hay mucha pobreza. Para llegar a su casa, había que salir de la carretera principal y luego caminar por un pequeño callejón entre casas. Su casa era muy pequeña. Tiene cuatro hijas.
Trató de obtener apoyo de su familia cuando su esposo falleció, pero ellos también eran pobres y no podían ayudarla. Ella tuvo que salir adelante por sí sola. No podía costear enviar a todas sus hijas a la escuela porque no podía pagar los uniformes. Se sentía mal de que no todas pudieran asistir a la escuela. Entonces se enteró de una escuela dirigida por misioneros de servicio de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y comenzó a enviar a sus hijas allí.
Con el tiempo, esta familia se unió a la Iglesia, pero la mujer aún no era autosuficiente. El consejo del barrio sugirió que podría comenzar un pequeño negocio. En ese momento, el templo de Kinshasa estaba en construcción, así que comenzó un pequeño negocio vendiendo comida a los obreros que construían el templo. Eso marcó una gran diferencia en su vida. Tenía solo un refrigerador pequeño y unas pocas ollas. Iba cada día al sitio de construcción del templo para vender comida.
Su negocio creció lo suficiente como para que ganara el dinero necesario para apoyar a sus hijas en la escuela. El obispo me dijo que ahora su hija mayor está en la universidad.
Me llamó la atención, al visitarla, que tenía un espejo largo en la esquina de su sala. Tenía ese espejo, algunas sillas de plástico, una mesa y una pequeña estantería. Al ver el espejo, supe que lo había comprado para sus hijas, para que pudieran verse a sí mismas, lo hermosas que son y lo que podrían llegar a ser.
Nuestros convenios son como un espejo. Nos ayudan a vernos a nosotras mismas, pero también a ver nuestro futuro; dónde estamos ahora, y también hacia dónde el Señor quiere que vayamos.
Imaginen lo que sucederá con esta mujer y todas las bendiciones que llegarán a su vida. Sus convenios lo cambiaron todo. El convenio bautismal y el don del Espíritu Santo le dieron poder para reunir a su familia. Tanto temporal como espiritualmente, encontró poder cuando no tenía ninguno.
Ahora que el templo de Kinshasa ha sido dedicado, ella tiene la oportunidad de ser investida con mayor “poder de lo alto” (D. y C. 95:8).
La segunda historia es sobre un matrimonio de Argentina que vivía en Orem. La esposa se había bautizado, pero su esposo no. Él era un buen hombre y asistía a la Iglesia con ella durante muchos años. La gente pensaba que ya era miembro. Finalmente, después de muchos años, él también se bautizó.
Mi esposo, Carlos, y yo no pudimos asistir al servicio bautismal, pero vimos al hombre al día siguiente. Carlos me preguntó con sorpresa:
“¿Lo viste? ¡Se ve tan diferente! ¿Qué le pasó?”
Era una persona distinta. Brillaba. Aunque había asistido a la Iglesia durante años, cuando finalmente hizo su propio convenio bautismal, el poder del sacerdocio comenzó a operar en su vida.
Esta pareja recibió sus investiduras y fueron sellados el uno al otro antes de regresar a Argentina. Un año después, supimos que él había sido llamado como obispo. Su vida y su crecimiento se aceleraron de manera dramática cuando hizo convenios, pero tomó paciencia y tiempo.
Entonces, ¿cómo recibimos el poder del sacerdocio?
Así como las personas en estas dos historias, toda mujer recibe el poder del sacerdocio cuando participa en ordenanzas del sacerdocio y guarda los convenios relacionados. Estos incluyen los convenios hechos en el bautismo y en el templo.
Aprendemos en Doctrina y Convenios que el acceso al poder del sacerdocio también requiere rectitud personal: “mansedumbre, humildad y amor sincero.”
Cada mujer tiene acceso al poder del sacerdocio conforme a sus convenios y a su rectitud personal. Nadie puede quitárselo, pero tampoco nadie puede conferirle el poder del sacerdocio fuera de los convenios ni más allá de su propio esfuerzo por vivir fiel a esos convenios.
Cuando guardamos los mandamientos, hay bendiciones y promesas específicas dadas por el Señor. Algunos ejemplos tomados de las Escrituras son:
- Cuando pagas el diezmo, el Señor dice: “abriré las ventanas de los cielos… y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.”
- Cuando guardas la Palabra de Sabiduría, “hallarás sabiduría y grandes tesoros de conocimiento.”
- Cuando participas activamente en la Sociedad de Socorro y ministras a los demás, “los ángeles no podrán ser restringidos de ser tus compañeros.”
- Y cuando guardas tus convenios bautismales y del templo, “la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo.”
Siempre me entristece cuando escucho a una mujer decir: “No tengo el sacerdocio en mi hogar.” Generalmente se refiere a que no hay nadie en su casa que posea un oficio del sacerdocio. Pero ten la seguridad de que una mujer soltera, o una mujer cuyo esposo no posee un oficio del sacerdocio, no necesita sentirse excluida del poder y las bendiciones del sacerdocio.
Estas hermanas tienen acceso al poder del sacerdocio mediante sus convenios, y la fidelidad con la que guardan esos convenios puede bendecir a todos los miembros de su hogar. Y aunque recurran a hermanos que posean el sacerdocio de Melquisedec para recibir bendiciones de salud o consuelo, ellas mismas son una fuente de poder del sacerdocio para sus propios hogares.
El presidente Ballard dijo lo siguiente:
“…Todos los hombres y todas las mujeres tienen acceso a este poder para recibir ayuda en sus vidas. Todos los que han hecho convenios sagrados con el Señor y los honran son dignos de recibir revelación personal, ser bendecidos por el ministerio de ángeles, comunicarse con Dios, recibir la plenitud del evangelio y, en última instancia, llegar a ser herederos junto con Jesucristo de todo lo que el Padre tiene.”
A veces surge confusión porque hay una diferencia entre el poder del sacerdocio y la autoridad del sacerdocio.
El poder del sacerdocio es el poder de Dios en la vida de hombres y mujeres que guardan sus convenios.
La autoridad del sacerdocio es el permiso o licencia para llevar a cabo deberes específicos del sacerdocio y proviene de la ordenación a un oficio del sacerdocio o de haber sido apartados para un llamamiento en la Iglesia.
La autoridad del sacerdocio se confiere mediante la imposición de manos bajo la dirección de quienes poseen las llaves del sacerdocio. Las mujeres reciben esta autoridad mediante un llamamiento. Los hombres la reciben por medio de un llamamiento o de un oficio en el sacerdocio. El presidente Dallin H. Oaks lo dejó claro cuando dijo:
“Quienquiera que funcione en un oficio o llamamiento recibido de alguien que posee las llaves del sacerdocio, ejerce autoridad del sacerdocio al cumplir sus deberes asignados.”
Un hombre o una mujer con autoridad del sacerdocio no tendrá poder del sacerdocio si no es digno o si procura ejercer control, dominio o coacción sobre los demás en cualquier grado de injusticia.
El poder del sacerdocio no es lo mismo que el poder del mundo.
La visión mundana del poder es: “Puedo hacer lo que quiera, puedo decirte qué hacer, yo mando y tú tienes que obedecer.” Me gusta cómo lo expresó una hermana muy perceptiva:
“En el mundo, tener poder generalmente [implica] acumular dinero, bienes, conocimiento y autoridad, y usar esas cosas para obtener influencia, aprobación, estatus o control sobre otras personas. En contraste, en el reino de Dios, el propósito de tener poder, recursos, conocimiento y autoridad es transmitirlos, usarlos para capacitar a otros a obtener poder por sí mismos, llegar a ser más como Dios y entrar en Su presencia.”
Como lo expresó Linda K. Burton, expresidenta general de la Sociedad de Socorro:
“La rectitud es el requisito para que cada uno de nosotros invite el poder del sacerdocio a su vida.”
Hermanas, las invito a prestar mucha atención a las palabras expresadas en cada ordenanza del sacerdocio. Escuchen cada vez que se menciona la palabra “sacerdocio” en el templo. ¿Cómo se aplica eso a ustedes? ¿Cómo las bendice?
Sé que recibimos poder al hacer y guardar convenios, y mediante nuestra rectitud personal, y sé que podemos usar ese poder para bendecir nuestra vida y la vida de los demás.
Ahora, la hermana Eubank hablará sobre la diferencia que puede hacer en nuestras vidas recibir el poder del sacerdocio.
HERMANA SHARON EUBANK
¿Cuál es la diferencia entre el “antes” y el “después” de recibir ese poder?
Sabiendo que el poder del sacerdocio no tiene las mismas características que el poder del mundo, veamos cuál es la diferencia que hace el poder del sacerdocio en una vida.
Imaginemos que estamos sentadas en una habitación conversando con la hermana que escribió la pregunta de hoy y con sus hijas. La pregunta es:
“¿Cuál es la diferencia de poder entre una mujer bondadosa, moral y caritativa que no ha hecho convenios, y una que sí los ha hecho? ¿Cuál es la diferencia entre el ‘antes’ y el ‘después’ de recibir el poder del sacerdocio?”
Es una muy buena pregunta la que plantearon esas hijas jóvenes adultas. Primero, admitamos con franqueza que ya existe un nivel de poder en la simple bondad de esa mujer moral y compasiva.
Cuando una persona resiste las influencias negativas de su entorno y guarda los dos grandes mandamientos —amar a Dios y amar al prójimo—, ya sea que haya hecho convenios formales o no, el poder divino ya está obrando en su vida.
Pero supongamos que esa misma buena mujer encuentra el evangelio restaurado y hace un convenio que le promete que puede recibir el poder del sacerdocio —como hizo la mujer de la República Democrática del Congo de la que habló la hermana Aburto—.
¿Es su vida y su poder muy distintos a los de antes?
Propongo que su buen poder se magnifica grandemente por medio de sus convenios en tres formas concretas.
La primera magnificación es mediante el conocimiento.
Cuando se encuentra con verdades que son únicas del evangelio restaurado de Jesucristo, aprende que es literalmente hija de Padres Celestiales y que Su propósito es ayudarla a llegar a ser como Ellos.
Aprende que Jesucristo no solo la salva de sus pecados cuando se arrepiente, sino que también le comparte Su poder habilitador para ayudarla a superar, paso a paso, todas sus circunstancias y limitaciones.
Aprende que hay un plan significativo para su tiempo en la tierra y que la oposición forma parte de lecciones poderosas para su experiencia.
Aprende que en la existencia después de esta vida las personas siguen aprendiendo sobre el evangelio y creciendo.
Aprende que en el templo es posible conectarse con su familia que la ha precedido, así como bendecir a su familia que vendrá después.
Con esta comprensión de doctrina ampliada, ella recibe la invitación de hacer convenios formales y específicos con Dios. Esta es la naturaleza de los convenios: casi siempre implican aprender nuevas verdades acerca de Dios y Su plan, luego prometer formalmente doblar nuestra voluntad y deseos para ayudar en ese plan, y finalmente, Dios nos concede un don de poder, no solo para ayudarnos a llevar a cabo Su obra, sino también un poder redentor personal que transforma nuestra naturaleza.
Es un convenio “encerrado” entre el conocimiento por un lado y el poder por el otro.
Este nuevo conocimiento llega a nosotros al aprender sobre el evangelio antes del bautismo, mediante el don del Espíritu Santo, en la investidura del templo, en el sellamiento, y en toda la instrucción personal que recibimos del Espíritu del Señor. En su esencia, es el poder de la revelación continua.
Los convenios son, en cierto sentido, como asistir a la universidad. Una “estudiante que busca un posgrado” no es mejor que alguien que solo ha completado la secundaria—Dios las ama y valora por igual—pero al tener la oportunidad de sacrificarse y volverse más disciplinada, esa estudiante se califica para hacer más. Cultiva habilidades útiles, tiene acceso a instituciones y conocimientos, pertenece a una comunidad académica que puede inspirar nuevos descubrimientos e investigaciones.
Hacer convenios con Dios es similar en cierto modo. Incluye disciplina y sacrificio mientras aprendemos y procuramos vivir conforme a una ley superior. Y lo hermoso es que los convenios están abiertos a las personas más humildes, sin requerimiento de dinero, posición o educación del mundo. Al hacer nuestros convenios más sagrados, el Espíritu nos revela grandes tesoros de conocimiento al sacrificar, consagrar, obedecer la ley del evangelio viviendo en circunstancias difíciles, y permanecer fieles en nuestras relaciones.
La segunda magnificación es mediante la comunidad.
La buena mujer que aún no ha hecho convenios con Dios tiene el poder de sus convicciones y de sus acciones rectas, pero a menudo está sola. Cuando el Señor organizó los quórumes y las Sociedades de Socorro según un modelo del sacerdocio, estaba dando comunidad a Sus hijos e hijas.
Pensemos en lo que esto significa para ti y para mí, específicamente. Hoy estamos aquí unidas en una gran conferencia de mujeres, transmitida por todo el mundo a otras mujeres que también son como nosotras porque han hecho convenios similares. Todas buscamos un mayor conocimiento sobre cómo bendecir con poder a aquellos que amamos y nos apoyamos unas a otras en el proceso. Obtenemos fortaleza y hermandad unas de otras gracias a la Sociedad de Socorro. Nos enseñamos mutuamente. Nos consolamos. Nos aceptamos—o al menos deberíamos hacerlo. Una hermandad mundial es un gran don.
La tercera magnificación es que, con el poder del sacerdocio, actuamos en Su nombre en nuestros llamamientos o asignaciones.
Cuando servimos en cualquier llamamiento o posición de liderazgo—cuando somos apartadas para predicar el evangelio como misioneras, o cuando somos parte de un consejo de barrio o estaca, o cuando servimos como maestras de la Primaria—no estamos actuando solo con nuestra propia medida de poder. Estos son puestos autorizados de autoridad en la obra de Dios, y hay dones espirituales específicos que acompañan a quien ha sido apartada para funcionar con autoridad del sacerdocio en un llamamiento específico.
Si la primera magnificación era como “ir a la escuela”, esta tercera magnificación es como estar “calificada para el trabajo”, porque tienes experiencias y disciplina que te dan credenciales para hacer la obra del Señor. Y digo esa última frase sabiendo que aquellos llamados por Dios para hacer Su obra—como tú y como yo—todavía estamos aprendiendo, cometiendo errores, arrepintiéndonos y esforzándonos por ser mejores y hacer mejor las cosas.
Permíteme compartir un ejemplo. La buena mujer de la que hablamos hipotéticamente podría ser mi propia madre. Mi mamá fue criada en un buen hogar, pero no religioso, en el sur de California. Ella y su hermana menor a veces caminaban hasta una escuela dominical protestante porque les gustaba aprender sobre Jesús. Era honesta, ayudaba a sus vecinos, trabajaba duro, no bebía alcohol ni asistía a fiestas.
Ella y mi papá se casaron en una iglesia bautista porque les parecía bonita. Si los misioneros nunca hubieran llegado, mis padres habrían tenido una buena vida. Pero debido a que mi madre se bautizó y fue investida en el templo y recibió el poder del sacerdocio mediante esos convenios, su vida se volvió hacia afuera, en servicio.
Postergó sus propios planes durante 30 años para criar a siete hijos. Ayudó a fortalecer los barrios donde vivió, ministró como maestra visitante a personas a veces tristes y difíciles, enseñó en la Primaria, en los Días de Actividades y en los Scouts. Sirvió en una serie de misiones de servicio en la Iglesia y misiones de tiempo completo. Completó la obra del templo para 3,000 de sus antepasados de Noruega. Esa lista es simplemente su forma personal de realizar la obra de salvación.
Mi mamá derramó la energía de su vida en hacer que otras vidas fueran mejores. Esa es la esencia del poder del sacerdocio.
Y lo más importante es que sus convenios se acumularon progresivamente para darle acceso a un mayor conocimiento de lo divino, a una comunidad global de personas consagradas como ella, y a una obra autorizada por Dios que tiene un impacto mucho más allá de esta vida mortal.
Ella no habría tenido nada de eso si hubiera permanecido siendo simplemente una buena mujer del mundo.
Ojalá pudiera citar toda la sección 121 de Doctrina y Convenios aquí, porque está escrita específicamente para nosotros: un manual divino sobre lo que significa estar investidos con el poder del sacerdocio. Pero si lo resumimos, básicamente dice esto: no puede usarse para ejercer control de manera injusta; solo puede usarse para amar.
Aquí algunos fragmentos destacados del final de la sección 121:
“Dios os dará conocimiento por medio de su Santo Espíritu… ¿Qué poder detendrá los cielos? Tan bien podría el hombre extender su débil brazo para detener el curso decretado del río Misuri, o hacerlo correr hacia arriba, como impedir que el Todopoderoso derrame conocimiento desde el cielo sobre las cabezas de los Santos de los Últimos Días… [Pero,] ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener por la virtud del sacerdocio, sino únicamente por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero; …entonces crecerá tu confianza en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma… El Espíritu Santo será tu compañero constante… tu dominio será un dominio eterno, y sin recurrir a medios compulsivos fluirá hacia ti por siempre jamás.”
La hermana Aburto habló anteriormente sobre las promesas. Ésta es una de las promesas más sublimes de toda la escritura. Trata sobre el sacerdocio y es para todas las hijas e hijos de Dios.
Mi testimonio es que la diferencia entre el “antes” y el “después” comienza siendo pequeña, pero al final marcará una diferencia eterna—no en nuestra propia exaltación, sino en la forma en que magnificamos y elevamos a los demás.
Este es el poder del sacerdocio que estamos llamadas a recibir:
Ayuda a otras personas con sus problemas. Hazlo con ternura y mansedumbre. Sé paciente y persistente. Ámalos sin esperar nada a cambio.
Este es el poder que Jesucristo comparte con nosotros, y testifico que se derrama sobre nosotros como una lluvia abundante si volvemos nuestro rostro hacia Él.
HERMANA JEAN B. BINGHAM
Y la última pregunta: ¿Qué enseña actualmente la Iglesia sobre el sacerdocio y cómo se aplica a las mujeres?
Mientras que los roles del sacerdocio para los hombres en los últimos días se han desarrollado de manera constante desde la organización de la Iglesia en 1830, muchos de nosotros no entendemos con tanta claridad los roles de las mujeres en relación con el sacerdocio.
Una comprensión más clara de la doctrina puede elevar nuestra visión e iluminar nuestras interacciones mientras hombres y mujeres trabajan juntos para edificar el reino de Dios en el hogar y en la Iglesia.
Recientemente ha habido excelentes discursos de profetas, apóstoles y otros líderes generales de la Iglesia, así como varios libros escritos por autores de confianza, sobre los roles interdependientes del sacerdocio entre hombres y mujeres y las bendiciones que provienen de recibir plenamente el poder del sacerdocio y ejercer con rectitud la autoridad del sacerdocio.
Como ejemplo, aquí algunos enunciados de la Primera Presidencia en los últimos años:
Presidente Henry B. Eyring: “Parte de la revelación que el Señor está derramando actualmente tiene que ver con acelerar Su derramamiento de verdad eterna sobre la mente y el corazón de Su pueblo. Él ha dejado claro que las hijas del Padre Celestial jugarán un papel principal en esa milagrosa aceleración.”
Presidente Dallin H. Oaks: “No estamos acostumbrados a hablar de que las mujeres tienen la autoridad del sacerdocio en sus llamamientos en la Iglesia, pero ¿qué otra autoridad podría ser? …Cualquiera que ejerza un oficio o llamamiento recibido de alguien que posea llaves del sacerdocio ejerce autoridad del sacerdocio al cumplir sus deberes asignados.”
Presidente Russell M. Nelson: “Pasar más tiempo regularmente en el templo permitirá que el Señor les enseñe cómo recurrir al poder del sacerdocio con el que han sido investidas en Su templo.”
Además, el presidente en funciones del Cuórum de los Doce Apóstoles, M. Russell Ballard, ha hablado claramente sobre el tema de estar investidos con el poder del sacerdocio:
“Cuando hombres y mujeres van al templo, ambos son investidos con el mismo poder, que por definición es poder del sacerdocio. Aunque la autoridad del sacerdocio se dirige mediante las llaves del sacerdocio, y las llaves del sacerdocio las poseen únicamente hombres dignos, el acceso al poder y a las bendiciones del sacerdocio está disponible para todos los hijos de Dios.”
Que las mujeres no sean ordenadas al sacerdocio puede ser motivo de frustración para algunas personas. Sheri Dew ofreció un consejo claro y directo sobre este tema:
“Hermanas, algunas personas intentarán convencerlas de que, porque no han sido ordenadas al sacerdocio, se les ha privado de algo. Están simplemente equivocadas, y no entienden el evangelio de Jesucristo. Las bendiciones del sacerdocio están disponibles para todo hombre y mujer justos. Todos podemos recibir al Espíritu Santo, obtener revelación personal y ser investidos en el templo, de donde salimos ‘armados’ con poder. El poder del sacerdocio sana, protege e inmuniza a todos los justos contra los poderes de las tinieblas. Lo más significativo es que la plenitud del sacerdocio, contenida en las ordenanzas más elevadas de la casa del Señor, solo puede recibirse en conjunto, un hombre y una mujer.”
Recibir las bendiciones y el poder del sacerdocio por medio de la investidura es una meta alcanzable para toda mujer. Sin importar sus circunstancias, nunca está privada del acceso al poder del sacerdocio mientras guarde sus convenios.
Tal vez pienses que otras personas tienen menos problemas o menos desafíos—o incluso una vida perfecta—pero en realidad, todos enfrentamos desafíos significativos y pasamos por tiempos difíciles. El poder del sacerdocio con el que somos investidas en el templo nos ayudará a hacer todo lo que Dios necesita que hagamos para edificar Su reino y prepararnos para la exaltación.
Video
Para concluir, repetimos el ruego profético del presidente Russell M. Nelson a las hermanas de la Iglesia:
“Mis queridas hermanas, ¡las necesitamos! Necesitamos su fortaleza, su conversión, su convicción, su capacidad para liderar, su sabiduría y sus voces. ¡Simplemente no podemos recoger a Israel sin ustedes!”
¿Podemos extender una invitación a cada una de ustedes?
A todas nosotras que tenemos hijas e hijos, sobrinas y sobrinos, Mujeres Jóvenes y Hombres Jóvenes:
¿Les enseñarán esto? Enséñenles que en los llamamientos de la Iglesia, en las ordenanzas del templo, en las relaciones familiares y en el ministerio individual y silencioso, las mujeres y los hombres Santos de los Últimos Días actúan con poder y autoridad del sacerdocio.
Enséñenles que la interdependencia de hombres y mujeres en el cumplimiento de la obra de Dios mediante el poder de Su sacerdocio es central en el evangelio restaurado de Jesucristo y que esto ayudará a preparar al mundo para la segunda venida del Salvador.
Doy mi testimonio de que cada mujer es una hija amada de los Padres Celestiales, y que en estos últimos días se le ha dado la oportunidad de ser investida con poder del sacerdocio, el cual la ayudará a alcanzar todos sus deseos y sueños justos.
Mi esperanza es la misma que la del presidente Nelson, que cada una de nosotras tome “[su] lugar justo y necesario en [su] hogar, en [su] comunidad y en el reino de Dios—más que nunca antes.”
En el nombre de Jesucristo, amén.

























