Conferencia General Octubre 1955

“Nuestra identidad y el poder del sacerdocio”

Presidente J. Reuben Clark, Jr.
Segundo Consejero de la Primera Presidencia


Somos hijos de Dios e investidos con Su sacerdocio; debemos vivir dignamente para honrarlo y bendecir a los demás.

Mis hermanos: No sabemos ahora cuántos están asistiendo a esta gran reunión del Sacerdocio, veinte mil, veinticinco, treinta mil. No lo sé, pero hay suficientes de nosotros para ser la levadura que leuda toda la masa (1 Corintios 5:6; Gálatas 5:9), si cada uno de nosotros viniera aquí mañana por la mañana; si cada uno de los que están escuchando fuera a su respectivo lugar de adoración mañana; si cada uno mostrara la reverencia de la que hemos oído hablar esta noche; si cada uno no conversara, no hablara, no discutiera de negocios, no pasarán muchos domingos antes de que, pienso yo, hermanos, tengamos la reverencia de la que se ha hablado.

Me pregunto si no podemos intentarlo, mañana, solo para ver qué sucede.

He escuchado esta música esta noche, presidente McKay, y la he escuchado en los otros días de esta Conferencia. Hemos tenido una nueva organización coral cada día; tendremos otra mañana, cuando pienso que será formada principalmente de este sector en particular, y cuando pienso que de esta área tal vez se haya formado el Coro del Tabernáculo—que en gran parte está ausente, el coro entero que fue a Europa—y luego, cuando pienso en todas las organizaciones de la Iglesia en todo este país del oeste, igualmente competentes, estoy dispuesto a declarar que este pueblo nuestro tiene una cultura musical más excelente, más universal, que cualquier otro grupo de personas en el mundo. Firmemente lo creo.

Y nuestra cultura no está solo en la música. Nuestra cultura está en la literatura. Nuestra cultura se manifiesta en nuestra oratoria. Nuestra cultura se manifiesta en la preparación que tienen nuestros jóvenes y que demuestran, según se nos informa, para asombro de los líderes del Ejército y de la Marina. Tenemos una cultura en el arte. Este pueblo nuestro es un pueblo altamente culto. Tenemos algunos bordes ásperos que limar, pero nuestra cortesía, nuestra bondad, nuestro afecto los unos por los otros sobrepasa con mucho lo que se encuentra entre otros pueblos.

Creo que una razón de ello es, entre muchas otras, que el Evangelio nos enseña a ser respetuosos los unos con los otros. Ustedes saben, en esta Iglesia nuestra, como lo he dicho a menudo, todo hombre digno tiene la oportunidad de dirigir y la oportunidad de servir; y cuando el hombre dirige tendrá en mente el tiempo en que sirvió, y cuando sirva recordará cuando dirigió. Esto construye una mutua consideración, un mutuo afecto, un mutuo respeto, un mutuo compañerismo, una mutua hermandad.

Pensé que esta noche podría decir una palabra acerca de dos fundamentos. ¿Quiénes somos? Bueno, somos los Jones, los Smith, los Clark y todos los demás. Sí, pero después de todo, ¿quiénes son ellos? Y mi mente siempre vuelve al principio, para esta tierra y para nosotros, al Gran Concilio, cuando el Padre descendió entre las inteligencias que estaban organizadas y celebró ese gran Concilio. Creo que todos estábamos allí. Somos hijos de nuestro Padre Celestial, tabernaculados en la carne por medio de su plan divino, pero eso no nos despoja de nuestro origen divino. Al contrario, enfatiza ese origen, porque, de no haber sido por el plan que nuestro Padre Celestial puso en vigor, no estaríamos aquí, no habríamos tomado cuerpos; todavía permaneceríamos, hasta donde puedo ver, en el estado en que nos encontrábamos antes del Gran Concilio y su plan, y eso nos habría dejado sin el destino que Dios señaló para nosotros. Somos los verdaderos hijos de nuestro Padre Celestial.

¿Y qué somos? Llevamos el sacerdocio. ¿Qué es el Sacerdocio? Por medio de él ejercemos ciertas autoridades y poderes de la Divinidad misma. No nos ha dado todos los poderes, y a veces no vivimos a la altura de los requisitos, algunos de nosotros, que nos darían derecho a ejercer los poderes que Él nos ha dado—seríamos un pueblo mucho más poderoso si lo hiciéramos.

Siempre me ha impresionado el hecho de que Adán recibió su sacerdocio en la Creación, así lo dijo el Profeta, antes de que existiera el mundo. El Profeta también dijo que todo hombre que tuviera la responsabilidad de administrar a los habitantes de esta tierra, igualmente fue ordenado en el Concilio de los Cielos; y añadió además: “Supongo que fui ordenado para este mismo oficio en ese Concilio” (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 365).

¿Qué somos? Somos los agentes de Dios mismo, mediante el Santo Orden del Sacerdocio del Hijo de Dios (DyC 107:3). Me pregunto si pensamos en ello. Me pregunto si eso está en nuestra mente cuando tratamos con los demás, cuando tratamos con nuestras familias, con nuestros vecinos y con nuestros amigos. Tenemos en nuestras manos esos poderes con los que, de su abundancia, Dios nos ha investido, para que podamos llevar a cabo la misión con la que fuimos encargados al venir aquí.

Hermanos, que el Señor me bendiga a mí y los bendiga a ustedes, que les dé a ustedes y a mí abundantemente de su Espíritu, para que primero podamos reconocer lo que somos: representantes de Dios en la tierra, investidos con ciertos de sus poderes. Nunca lo olvidemos. Y luego, que nos ayude a vivir de tal manera que podamos gozar de esos poderes y ejercerlos, y entonces criaremos a nuestras familias como deben ser criadas. Los sanaremos cuando estén enfermos. Seremos protegidos del daño, de los accidentes y de la enfermedad. Tendremos más felicidad de la que ahora podamos imaginar, todo sujeto a la voluntad del Señor.

Que Dios nos conceda todas las bendiciones que necesitamos para ayudarnos a magnificar nuestro Sacerdocio, que es el poder y la autoridad para ejercer algunos de los poderes que Dios mismo posee, es mi humilde oración, en el nombre de Jesús. Amén.

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