Conferencia General Octubre 1955

La gira del coro

Élder Richard L. Evans
Del Cuórum de los Doce Apóstoles


Mis amados hermanos y hermanas:

Quisiera hacer eco, desde lo más profundo de mi corazón esta mañana, de esa gratitud de la cual el presidente McKay ha hablado tan hermosamente y con tanta elocuencia; gratitud a mi Padre Celestial por tantas cosas más allá de mi capacidad de mencionarlas, por el avance de su Iglesia y reino, por su bondad en la vida de todos nosotros.

En este momento quisiera expresar gratitud, en nombre de la hermana Evans y mío, por el privilegio que hemos tenido de ser testigos de algunos gloriosos y significativos acontecimientos de los cuales el presidente McKay ha hablado; y gratitud por el liderazgo del presidente McKay y de sus consejeros, y por la asociación con estos, mis hermanos, y con ustedes, mis hermanos y hermanas.

Observamos al Presidente bajo una amplia variedad de circunstancias en varios países de Europa, en varias de las grandes ciudades del continente y de Gran Bretaña, intercambiando saludos con funcionarios públicos, participando en conferencias de prensa, asistiendo a conciertos y tomando parte en recepciones públicas. Parecía infatigable, siempre amable, siempre un representante eficaz y maravilloso de esta Iglesia y de este pueblo; sin escatimarse a sí mismo, viajando muchas horas y muchos kilómetros a veces solo para asistir a uno de los conciertos del coro bajo condiciones tormentosas y difíciles, regresando a su hotel en las primeras horas de la mañana.

Quisiera hacer eco también de su gratitud por el éxito de esta gira.

Creo que una confesión pública aquí no sería inapropiada: Algunos de nosotros, muchos de nosotros, quizás la mayoría de nosotros, tuvimos gran aprensión y ciertas reservas respecto a la gira del coro. Debo confesar humildemente que algunos de nosotros quizás la habríamos pospuesto, y tal vez habríamos reconsiderado el compromiso de realizarla. Debo confesar que, cuando los dos trenes nos sacaron de Salt Lake City en la tarde del 10 de agosto, me sentí, si no como un cordero llevado al matadero, al menos como uno que iba a ser trasquilado. Pero el Presidente de la Iglesia nos había comprometido a ello, y así fuimos. (Vacilaría en decir esto públicamente, pero cuando él fija un plazo, lo que parece imposible sucede, como lo demuestra la dedicación del Templo de Suiza. Cuando se combina la tranquila y decidida terquedad de los escoceses y los galeses, junto con el valor y la convicción de un llamamiento profético, se obtiene una combinación que, una vez comprometida con un rumbo o una gran causa, es algo con lo que hay que contar).

Bendita y providencialmente, gracias a los servicios combinados de un gran número de personas capaces y devotas, muchas de las cuales el Presidente ya ha mencionado, y por la mano de la Providencia, tuvimos una gran empresa de entendimiento, como así la caracterizamos ante nuestras audiencias europeas.

Me alegra que el Presidente haya rendido tributo esta mañana a todos aquellos a quienes rindió tributo y gratitud. Hay muchos otros que podrían y deberían ser mencionados, y tal vez eso pueda hacerse en otro momento y lugar.

Ahora, algunos de los momentos destacados, brevemente: El Presidente ha mencionado la recepción en Greenock, Escocia, por parte del alcalde de la ciudad y del Cuerpo de Gaitas, y la recepción de todo el coro por el Lord Provost de Glasgow y la gran audiencia en el Kelvin Hall de Glasgow la noche siguiente. Luego fuimos a Manchester y a Cardiff, donde la bandera de las Barras y Estrellas fue izada sobre el Castillo de Cardiff por el distinguido Lord Alcalde de esa gran ciudad, en honor al Coro del Tabernáculo y a la institución patrocinadora, así como al país de donde procedía—no debajo de la bandera británica, ni de ninguna otra bandera, sino ondeando sola cuando entramos en la ciudad, las Barras y Estrellas sobre el Castillo de Cardiff, con el Lord Alcalde dirigiéndose a nosotros como hermanos y hermanas, y dando toda muestra de sus sentimientos de sinceridad en las palabras con que nos habló.

Hubo muchas otras experiencias inolvidables. Berlín es una de ellas. Presentamos un concierto adicional en la tarde para aquellos que vinieron, principalmente de la Zona Oriental, quienes no habrían podido costear, ni en su mayoría habrían podido estar presentes en las horas de la noche debido a las distancias recorridas y a las restricciones enfrentadas. Ver a esa audiencia, compuesta de personas de áreas que no han conocido algunos de los grandes privilegios y bendiciones que nosotros hemos disfrutado; sentir su espíritu, percibir en ellos el deseo de ser expresivos, de desbordar en gratitud y, al parecer, no saber bien cómo hacerlo, para luego conmoverse y desbordarse—fue una experiencia inolvidable. La audiencia de la noche contrastaba en gran manera con la audiencia de refugiados y aquellos de las áreas orientales que habían venido por la tarde.

El Presidente ha mencionado la dedicación del templo y los conciertos en Suiza, donde cantamos en Berna y en Zúrich; los de Copenhague (con uno adicional ofrecido allí por nuestro coro de varones en los Jardines Tivoli, en respuesta a la demanda del público); la gran audiencia en el Royal Albert Hall de Londres, un lugar de gran tradición, de gran prestigio y, a veces, de gran reserva—una audiencia que llenaba ese gran salón con unas siete u ocho mil personas, que se conmovió, nos acogió en sus corazones y nosotros los recibimos en los nuestros. Fue una experiencia maravillosa, satisfactoria e inolvidable.

Luego, en París, el concierto final (sin olvidar los de Ámsterdam y Scheveningen, en los Países Bajos, y en Wiesbaden, Alemania, igualmente significativos) donde el concejo municipal y los oficiales de mayor rango de la ciudad de París entregaron medallas a los directores del coro y pergaminos de reconocimiento, no solo a individuos, sino también a algunos de nosotros como representantes de la Iglesia. Ellos incluso aprobaron una partida especial para ofrecer refrigerios a todo el grupo de seiscientas personas en el magnífico palacio de la ciudad, donde la realeza había sido recibida durante generaciones. No hubo honor que supiéramos que la ciudad de París pudiera rendir al Coro del Tabernáculo, a la Iglesia y al país del cual procedían que no nos lo ofreciera y extendiera.

En todas partes, los funcionarios públicos de los países en que nos encontrábamos, así como nuestros propios representantes diplomáticos, la prensa y el público, fueron tan amables, cálidos y generosos como uno podría esperar de sus propios familiares y compatriotas. Decenas—cientos—de fotografías y artículos justos y favorables aparecieron en toda Europa en la prensa pública; y estuvimos al aire en muchos lugares. Parecía que prácticamente ninguna puerta que tuviéramos tiempo de abrir nos fue cerrada—ni tampoco ningún corazón, o al menos así lo sentimos.

Demos gracias a Dios por todas sus bendiciones y misericordias, y por las consecuencias de gran alcance que van más allá de nuestra capacidad de estimar o prever.

Creo que el Berlin Telegraf lo resumió en una frase cuando dijo, en su edición inmediatamente después del concierto en Berlín: “Esto no fue solo música, sino la construcción de un puente humano.” Y también sentimos que eso fue exactamente.

Ahora, acerca de dos o tres aspectos secundarios: Uno fue la barrera del idioma. Lo que sucedió en la Torre de Babel nunca debió haber ocurrido, pero por la perversidad de los hombres sucedió, y por la dispersión de los hombres ha continuado. Luchamos con ello en todo el camino, pero no con tanta dificultad como hubiéramos supuesto. En todos los lugares a los que fuimos, un gran porcentaje de nuestras audiencias eran bilingües y nos comprendieron sin traductores. Usamos intérpretes, pero en muchos lugares la reacción de la audiencia al inglés era más inmediata que la reacción a las traducciones que seguían.

No encontramos ninguna barrera insuperable de idioma o de geografía para el entendimiento entre los hombres. No hallamos nada que pudiera impedir que personas sinceras y honestas se abrieran mutuamente el corazón, en paz, en honor y en comprensión.

No hallamos nada que nos llevara a otra conclusión que no fuera que todos los hombres son hijos del Dios del cielo, y que todos son preciosos ante sus ojos. No hallamos ningún pueblo al que no pudiéramos amar. No hallamos ningún pueblo del que no nos lleváramos afecto en el alma y en el corazón. No hallamos ningún pueblo hacia el cual no sintiéramos una amistad genuina, profunda y agradecida. Gracias a Dios también por esto—por no permitir que las barreras del idioma, ni de las fronteras, ni de la geografía nos impidieran un entendimiento glorioso y satisfactorio.

Hubo algunos otros aspectos secundarios. Tuvimos cerca de dos tercios de la lista de pasajeros en el SS Saxonia, en el cual navegamos de Montreal a Europa—unos seiscientos de un total de unos novecientos pasajeros. Creo que quizá el hombre más frustrado en el SS Saxonia en ese viaje fue el cantinero. (Y creo que el siguiente más frustrado a bordo fue el encargado de operar el juego de bingo).

Hubo muchos incidentes de humor, algunos de enfermedad y dificultad, pero a pesar del cansancio, a pesar de las condiciones difíciles y a veces desalentadoras y de un programa cercano y exigente, el coro se levantó magníficamente en toda ocasión y prestó un servicio maravilloso y admirable.

Estoy agradecido esta mañana, siguiendo el tema de la gratitud, por el valor y la convicción del presidente McKay al comprometernos a la gira, a pesar de nuestros temores y aprehensiones. Estoy agradecido por el resultado favorable, que va más allá de nuestra capacidad de estimar.

Si se me permite un pensamiento o dos más de gratitud personal: Estoy agradecido de que mi bondadosa esposa estuviera con nosotros. Me sentí orgulloso de su participación en conferencias de prensa y recepciones públicas y en todas las demás ocasiones (como también lo estuve de la hermana McKay y de quienes la acompañaban junto al Presidente). Estoy agradecido de tener a nuestro hijo mayor sirviendo entre los misioneros en Europa (cientos de los cuales hemos encontrado), sirviendo en mi mismo campo de labor y a la misma edad, incluso en el mismo mes, en que yo entré a ese mismo campo hace veintinueve años. Estoy agradecido por la obra de todos los misioneros, y de los presidentes de misión, y de todo el pueblo devoto, y por el avance, los grandes y gloriosos logros y el progreso y las oportunidades que son nuestras.

Regresamos sin estar muy inclinados a jactarnos. Somos conscientes del arte y la cultura de Europa, de sus grandes catedrales, de sus grandes aportes, de sus grandes pueblos, de su gran historia, de sus grandes logros, y no estamos tan dispuestos a gloriarnos de nosotros mismos ni de ningún logro material. No estoy seguro de que tengamos lo más grande en muchas cosas aquí. Pero de esto sí estoy seguro, y de esto les testifico en este día: que tenemos el mensaje más grande para la humanidad, el evangelio de Jesucristo restaurado en su plenitud; y la mayor oportunidad de transmitirlo a otros que pueblo alguno haya tenido jamás; y la mayor responsabilidad de hacerlo recae sobre nosotros.

Que Dios nos ayude a hacerlo y a estar a la altura de la grandeza de esta responsabilidad.

Quisiera concluir con unas palabras tomadas de las frases finales del gran sermón del rey Benjamín a su pueblo, en el Libro de Mormón:

“Mis amigos y mis hermanos, mi parentela y mi pueblo…
si habéis llegado al conocimiento de la bondad de Dios, y de su incomparable poder, y de su sabiduría, y de su paciencia, y de su longanimidad para con los hijos de los hombres; y también, de la expiación que ha sido preparada desde la fundación del mundo, para que por medio de ella la salvación viniera al que depositara su confianza en el Señor, y fuera diligente en guardar sus mandamientos, y continuara en la fe hasta el fin de su vida…
esta es la manera por la cual viene la salvación. Y no hay otra salvación salvo la de que se ha hablado; ni existen condiciones por las cuales el hombre pueda ser salvo, fuera de las que os he mencionado.
Creed en Dios; creed que existe, y que ha creado todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra; creed que tiene toda sabiduría y todo poder, tanto en el cielo como en la tierra; creed que el hombre no comprende todas las cosas que el Señor puede comprender.
Y además, creed que debéis arrepentiros de vuestros pecados y abandonarlos, y humillaros ante Dios; y pedidle con sinceridad de corazón que os perdone; y ahora bien, si creéis todas estas cosas, ved que las hagáis.
Y he aquí, os digo que si hacéis esto, siempre os regocijaréis y seréis llenos del amor de Dios, y siempre retendréis la remisión de vuestros pecados; y creceréis en el conocimiento de la gloria del que os creó, o en el conocimiento de lo que es justo y verdadero.” (Mosíah 4:4, 6, 8–10, 12).

Que Dios nos ayude a tener el valor y la sabiduría para ser lo que debemos ser, vivir como debemos vivir, hacer lo que debemos hacer y levantarnos para proclamar el mensaje más grande a la humanidad y cumplir con la mayor oportunidad y responsabilidad que nos corresponde de transmitirlo, es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.

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