Conferencia General Octubre 1955

Un testimonio para los niños

Élder S. Dilworth Young
Del Primer Consejo de los Setenta


Anoche el presidente Richards se refirió con cierto sentimiento a los hijos, a los nietos y a los bisnietos, quienes, si la Iglesia ha de seguir adelante, de algún modo deben captar el gran mensaje de sus padres y avanzar cuando la antorcha les sea entregada. Quisiera dedicar mis breves momentos a hablarles a ellos, si puedo tener el Espíritu del Señor.

Quisiera hablarle a Lori y a Park, a Charlotte y a Annette, a Jack, a Brook, a Becky y a Kirk, a Joan, a Norma y a Ann, a Suzette y a Carol Gay, y a Don, a Dale, a LeGrand, a Henry y a David—podría seguir y seguir nombrando a los niños, algunos de los cuales están escuchando esta mañana y muchos de los cuales están en la Escuela Dominical.

Algunos de ellos, cuando se les da la oportunidad, se levantarían y dirían algo como esto: “Yo creo en el evangelio. Creo que José Smith fue un Profeta.” Y luego lo matizan diciendo: “Aún no sé que sea verdad, pero lo creo.” Quiero decirles algo sobre esa expresión de reserva, y me gustaría hacerlo en un lenguaje sencillo para que lo puedan entender.

El poder de dar testimonio, la capacidad y el sentimiento de poder decir que uno sabe que Jesús es el Cristo y que la restauración del evangelio vino por medio de José Smith, proviene enteramente del poder del Espíritu Santo. Ese poder no llega a través de ninguna educación ni de alguna preparación especial en las cosas terrenales por parte del que lo recibe, sino que susurra al corazón de quien desea saber, y una vez susurrado y entendido, esa persona puede levantarse y decir con tanta certeza como yo o cualquier otro puede decirlo, que sabe que Jesús es el Cristo. Porque el Espíritu da el testimonio, y llega a todo aquel que de verdad lo desea.

Creo que ese es el gran mensaje del propio José Smith. Tenía apenas catorce años de edad, y una mañana entró en la casa de su madre y le dijo: “Madre, he aprendido por mí mismo que el presbiterianismo no es verdadero” (José S. H. 1:20). Bien, cada uno de nuestros niños no recibirá una visión como la que recibió José Smith, pero cada uno puede tener el susurro, y cada uno puede saberlo con la misma certeza, sin importar su edad. No tiene que crecer hasta ser adulto para tener ese conocimiento.

Recuerdo que cuando era un niño pequeño en la Escuela Lowell, en la calle D y la Segunda Avenida, cuatro de nosotros estábamos reunidos en la esquina junto a la cerca de la escuela; dos de nosotros éramos Santos de los Últimos Días y dos no lo eran. Los dos que no lo eran estaban provocando a los dos Santos de los Últimos Días. Uno de ellos (no era yo, aunque quizá hubiera tenido el valor de hacerlo) se volvió hacia aquellos otros muchachos y dijo: “Pues bien, nosotros tenemos la verdad, y ustedes no, y eso es todo.” Y eso era todo, en efecto. Él no sabía por qué lo sabía, pero lo sabía. Más adelante aprendería el porqué. Todos los niños llegarán a entender algún día ese susurro, y solamente por ese susurro podrán ustedes, niños, dondequiera que estén, saber que Jesús es el Cristo. Podrán acumular evidencias y conocimiento, pero únicamente por ese espíritu lo sabrán.

Ahora bien, el espíritu no siempre susurra. A veces se aparta, y entonces uno queda librado a sus propios recursos. Entonces entra en juego el albedrío. Quisiera decirles a mis hijos, a mis nietos y a los de ustedes, que pueden proponerse saber sobre este asunto por su propio deseo. No tienen que conformarse con la palabra de otra persona. Digan para sí mismos: “Yo sé que esto es así. Lo creo y voy a mantenerme firme en ello.” Cuando tengan esa determinación y lo expresen, de algún modo el espíritu volverá a entrar en ustedes y los fortalecerá en ello.

Habrá momentos en que el espíritu no vendrá a ustedes. He aquí algunas evidencias que con el tiempo crecerán en sus corazones hasta sostenerlos cuando el espíritu no esté presente. Está la evidencia que obtendrán del Libro de Mormón. Cuando lean ese libro, será una evidencia para ustedes. Junto con ello hallarán evidencias en el antiguo Antiguo Testamento de cómo el Señor trató con su pueblo antiguo. Descubrirán que es muy parecido a la manera en que trató con los del Libro de Mormón. El modelo del Nuevo Testamento será también una evidencia para ustedes, porque conforme a ese modelo está establecida la Iglesia hoy en día. Allí lo leerán y encontrarán consuelo.

Ustedes, cuando sean lo bastante mayores para comprenderlo, podrán hallar gran consuelo en los libros de Moisés y de Abraham, las revelaciones del Señor a grandes hombres inspirados. Ellos les darán renovada seguridad. El descubrimiento arqueológico—es decir, la excavación en antiguos montículos para encontrar evidencias de qué clase de pueblos vivieron allí—fortalecerá aún más su fe, porque lenta pero seguramente, a medida que surgen esas evidencias, dan su silencioso y polvoriento testimonio de la verdad del evangelio.

Uno de los testimonios más nobles, más seguros y convincentes, es la vida de sus propios padres. Observen cómo viven, vean cómo el evangelio toca sus corazones y los hace tiernos y bondadosos. Esa es la evidencia más segura de que se trata de un poder más allá de toda concepción terrenal: su efecto en la vida de sus propios seres queridos y de aquellos que ven a su alrededor esforzándose por obrar rectamente.

Otra evidencia, a medida que crezcan, será la evidencia que verán en el esfuerzo de la Iglesia por ayudar a los suyos mediante el programa de bienestar. Tales obras altruistas solo pueden provenir de quienes desean practicar y creer en la verdad. Esta gran evidencia también dará testimonio a ustedes cuando sean mayores y participen en ella: cuando vayan a la conservera, o cuando vayan a deshierbar los campos de remolacha y a ayudar a cosechar los guisantes. Esas evidencias les llegarán gracias a su trabajo y sus acciones dentro de ese programa.

Luego, por supuesto, tendrán mucho placer y diversión, pero también verán la evidencia de los programas auxiliares de la Iglesia. Verán cómo influyen en sus vidas, comenzando en la niñez y acompañándolos hasta la adultez, dándoles ideales y conocimiento de cómo conducirse a sí mismos y con sus compañeros, cómo ser felices y alegres, y cómo disfrutar de esa parte del evangelio, porque el evangelio es algo gozoso. Y las Mutual Improvement Associations, la Escuela Dominical y la Primaria les brindarán evidencias dentro de su capacidad de comprensión, si tan solo prestan atención.

Y finalmente—no, no finalmente, pero en algún momento del camino—cada joven recibirá el sacerdocio. Entonces tendrá la oportunidad de practicar el poder que, en última instancia, lo llevará a la presencia de nuestro Padre Celestial. Al principio no sabrá mucho al respecto, pues se manifestará en actos tan sencillos como repartir el pan cuando se administre la Santa Cena en honor de nuestro Señor y Salvador. Más adelante podrá bautizar, y también imponer las manos para la recepción del Espíritu Santo; y después podrá administrar a sus propios enfermos. Y aun entonces quizá no sepa exactamente qué es ese poder. Finalmente lo sentirá, y aprenderá, cuando sea mayor, que ese poder lo llevará un día a la presencia de su Padre Celestial.

La determinación lo logra, mis jóvenes amigos. Decídanse a que van a grabar estas evidencias en sus corazones, y luego oren al Señor para que Él les dé el Espíritu del Santo Espíritu.

Una cosa más: tendrán también la evidencia del susurro del Espíritu. Oirán testimonios de otros que dirán que en este estrado se sienta uno que no solo es el Presidente de la Iglesia, sino el Profeta del Dios viviente. Esa evidencia puede penetrar en sus corazones, sin importar cuán jóvenes sean, pues el Señor ha dispuesto que su poder se haya transmitido desde los días de José Smith hasta ahora.

Permítanme darles un ejemplo de lo que puede sucederles. Brigham Young se levantó un día en la historia temprana de esta Iglesia y dijo al pueblo reunido que el Señor, por medio del Profeta José Smith, había puesto sobre sus hombros y los del Quórum de los Doce el reino; que ellos debían llevarlo adelante, y que no correspondía hacerlo a Sidney Rigdon ni a otros que reclamaban tal derecho, sino que el Profeta había dado a él y a sus compañeros del Quórum de los Doce el poder de Dios para proseguir esta obra. Allí mismo, en esa congregación, mis jóvenes amigos, había quienes estaban llenos de fe, y el Señor les manifestó mediante un milagro que lo que el presidente Young decía era cierto, pues él apareció ante ellos como si fuera el mismo Profeta José, y su voz sonó como la del Profeta. Supieron por esa señal que hablaba la verdad.

Pero también había en esa congregación quienes no lo hicieron, quienes no querían creer y eran críticos. No vieron ni oyeron nada, y no creyeron, y apostataron. De aquellos que creyeron, ustedes, los que están en esta audiencia, son sus descendientes. Los que no creyeron, ¿dónde están?

Es derecho y privilegio de todos—adultos, jóvenes o pequeñitos—saber por el Espíritu que el Presidente de esta Iglesia hoy, el presidente David O. McKay, es un profeta del Dios viviente; que sus consejeros son profetas; que los miembros del Quórum de los Doce y el Patriarca son profetas. Todos los demás debemos sostenerlos en sus santos oficios, para que puedan dirigir la obra y nosotros podamos adelantarla bajo su dirección.

Ese testimonio todo hombre, mujer y niño puede tenerlo, no por ningún conocimiento que venga de los libros, sino por el susurro del Espíritu Santo.

Ojalá yo fuera tan sencillo como un niño pequeño, para poder tener un testimonio tan simple como el de un niño. Pero sí sé que estas cosas de las que he hablado son verdaderas. Testifico de ellas humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

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