Por el tiempo y por la eternidad
Élder Antoine R. Ivins
Del Primer Consejo de los Setenta
Mis hermanos y hermanas: Sinceramente busco un interés en su fe y oraciones, para que lo que intente decir en los próximos minutos sea dirigido por el Espíritu de nuestro Padre Celestial y pueda ser expresado en un espíritu de amor y de hermandad, porque amo la obra del Señor y amo a su pueblo; me encanta trabajar con ellos.
He estado muy interesado en esta conferencia, especialmente en las muchas referencias que se han hecho a la obra misional en el extranjero y al recién terminado templo en Suiza. Esas referencias me han llevado a reflexionar sobre los propósitos de los templos. Ya hemos recibido alguna instrucción respecto a por qué los edificamos. Me parece que, en lo que respecta a un templo recién construido, tal vez su propósito principal sería atender a los vivos, porque creo que las instalaciones de los templos ya existentes bastarían para llevar a cabo la obra vicaria que tenemos disponible en la actualidad. Así que este nuevo templo recién erigido probablemente será de mayor beneficio para las personas vivas de Europa. Aquellos que nunca antes hayan tenido la experiencia de recibir una investidura en el templo, recibirán un maravilloso fortalecimiento espiritual al disfrutar de este raro y magnífico privilegio que se nos otorga en los templos de Dios.
El sacerdocio tiene como propósito integrar en la vida de las personas las ordenanzas y las bendiciones del evangelio de Jesucristo. La mayor y más suprema de todas esas bendiciones nos llega mediante la administración del sacerdocio en los templos de Dios y en ningún otro lugar; y aunque este nuevo templo se limitara únicamente a los beneficios que las personas reciben en la mortalidad, su construcción y funcionamiento estarían plenamente justificados. Pero los beneficios de estas ordenanzas, cuando se llevan a su cumplimiento final, no están limitados a la mortalidad. Ellos penetran el velo que separa la mortalidad de la eternidad, otorgando a las personas ventajas que superan nuestra comprensión. En verdad, son tan sublimes y maravillosos que sobrecogen nuestra imaginación.
En Doctrina y Convenios se nos dice que cualquier hombre que logre magnificar todos sus deberes en el Sacerdocio de Melquisedec llegaría y llegará finalmente a alcanzar los poderes de Dios (DyC 84:33-34).
Ningún hombre que entra en un templo y se conforma con recibir su propia investidura comprende en su plenitud las posibilidades que el templo le ofrece. Solamente aquel que lleva a una esposa al templo y es sellado a ella por el tiempo y por toda la eternidad puede alcanzar finalmente las tremendas y maravillosas bendiciones que se ofrecen como incentivo para una vida recta. Me parece que esa es la distinción sublime y suprema entre La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y todas las demás denominaciones religiosas.
Durante el último año, 1954, y este año hasta el presente, mientras hemos ministrado entre las estacas de Sion, se nos ha entregado un dato, un informe estadístico relativo al número de personas que se han valido de este grandioso y glorioso privilegio. He llevado un registro de las estacas que visité el año pasado y este. El año pasado se reportaron 1811 matrimonios en las estacas que visité, y me sorprendió enterarme de que menos de la mitad de ellos se realizaron en el templo, y que una quinta parte de ellos involucraban a personas que no eran miembros de la Iglesia.
Es algo sorprendente. Más bien siento considerarlo como un porcentaje insatisfactorio. Puede haber quienes piensen que es quizá todo lo que se podía esperar, pero yo no lo creo. Pienso que debemos esforzarnos por aumentar ese porcentaje, y una vez que se toma la decisión de que ese debe ser un incentivo y un objetivo, la pregunta entonces es: ¿Por dónde empezar para lograr una mejora?
Me parece que el deber de enseñar a las personas que se acercan a la edad de contraer matrimonio acerca de las ventajas del matrimonio celestial y eterno recae, primero y siempre, en los padres. Entonces me pregunto cómo pueden los padres que no han aprovechado ese privilegio y que apenas viven de manera que inspire a sus hijos el deseo de perpetuar la relación matrimonial, esperar influir en ellos. He llegado a la conclusión, hermanos y hermanas, de que el lugar donde se debe comenzar no es con los jóvenes, sino con los mayores, con los padres y las madres de los jóvenes, para que lleguen a apreciar plenamente las ventajas, las maravillosas ventajas del matrimonio celestial, y luego presenten a sus hijos en crecimiento un ejemplo que haga del matrimonio —un matrimonio por la eternidad— algo atractivo para ellos.
Si los padres no lo hacen, ¿dónde podemos depositar la responsabilidad? Tenemos muchas organizaciones que se supone deben complementar los esfuerzos de los padres, hermanos y hermanas, pero me parece que los padres y las madres nunca podrán escapar de la responsabilidad de dar esta instrucción.
Por lo tanto, nos corresponde vivir de tal manera que seamos dignos de ello. Si aún no hemos aprovechado la oportunidad de poner nuestras vidas en conformidad con las normas del evangelio para así poder valernos de ese privilegio, ¿qué ejemplo damos como lección a nuestros hijos? Las palabras quedan vacías cuando no muestran, en el ejemplo de los padres, el valor de la enseñanza.
Así que creo que ahí es donde debemos comenzar, hermanos y hermanas, y muchos de nosotros podemos tomarlo a pecho. Estoy seguro de que hay un porcentaje maravilloso de personas que hacen todo lo posible por magnificar su llamamiento y obligación, pero también hay muchos de nosotros que no lo hacemos. Permitimos que los celos, el odio y otras cosas entren en las relaciones familiares, lo cual las perturba y las destruye, resultando con demasiada frecuencia en la disolución de la unión, y todo eso no está bien, hermanos y hermanas. No está bien, y nos corresponde a nosotros, como padres y madres, dar el ejemplo y luego dar la instrucción. Esa instrucción debe ser sutil. Debe ser atractiva. Debe ser convincente.
Luego, para complementar los esfuerzos del padre y la madre, tenemos al obispado del barrio. La otra noche vimos una película maravillosa sobre la responsabilidad de un obispo. Ha habido obispos en la Iglesia que han reconocido y aprovechado la oportunidad que tienen de instruir a sus jóvenes, cuando se acercan a la edad de contraer matrimonio, sobre las ventajas del matrimonio celestial y eterno. Allí, nuevamente, creo que se encuentra el contacto más cercano que tenemos en la Iglesia para complementar los esfuerzos de los padres y las madres. Y si los padres, las madres, los obispos y las organizaciones auxiliares se unieran en un esfuerzo serio para enseñar esta verdad, creo que podríamos hacerla tan atractiva que los males que acechan a muchos de nuestros jóvenes dejarían de ser atractivos para ellos, y desarrollarían una fortaleza en su juventud que los sostendría durante toda su vida futura en servicio honorable a Dios, nuestro Padre Celestial, y en una vida recta.
Ahora bien, ¿qué haremos al respecto? No podemos soñar con ello, hermanos y hermanas, y si cualquiera de los que está hoy aquí encuentra la oportunidad, debe comenzar de inmediato a corregir su vida y hacerla adecuada para la realización de estos grandiosos y gloriosos principios y privilegios.
El mayor resultado de una vida así es la unión de un hombre y una mujer por el tiempo y por la eternidad, sellados por el Espíritu Santo de la Promesa, con el poder del incremento eterno, un atributo de la divinidad. “…todo lo que mi Padre tiene le será dado” (DyC 84:38) es la promesa hecha al hombre que recibe y magnifica el sacerdocio. Dios los bendiga. Amén.

























