Las Mujeres Testifican de Jesucristo

Capítulo 14

La realidad del Espíritu


Carmen Molina es una mujer apacible, con ojos sonrientes que reflejan su felicidad. Ella admite que, aunque pensaba que la vida era buena durante su niñez y en sus primeros años de casada con Luis Octavio Molina, cuando se unió a la Iglesia todo cambió para mejor: “Hubo algunos momentos muy especiales llenos del Espíritu del Señor, los cuales llegamos a conocer en realidad.”

El hermano y la hermana Molina estuvieron entre los primeros miembros de la Iglesia en La Paz, Bolivia. Carmen recordó claramente que, aunque llovió durante su bautismo, se sentían cálidos por dentro y, dijo Carmen, “bendecidos por la Providencia. Nos sentimos elevados y en comunicación con nuestro Padre Celestial.”

A partir de esa experiencia, el testimonio de Carmen ha crecido constantemente. La familia, por supuesto, ha tenido problemas, pero han sido sostenidos en todos ellos e incluso se han regocijado por las lecciones aprendidas y por cómo sus decisiones fueron modificadas con resultados más satisfactorios. Los principios del evangelio se han vuelto preciosos y necesarios para una vida valiosa. Por ejemplo, al día siguiente del bautismo, el esposo de Carmen perdió su trabajo. “Le pedimos en oración a nuestro Padre Celestial por empleo. A la mañana siguiente, un joven mensajero vino buscando a mi esposo, y él encontró trabajo el segundo día después de nuestro bautismo.”

En otra ocasión, el esposo de Carmen enfermó tan gravemente que los médicos predijeron que aquel buen hombre muy probablemente moriría pronto. Carmen llamó a los élderes de la Iglesia para ungir a Luis y darle una bendición del sacerdocio. Luis no murió. Prosperó. Creció en fortaleza espiritual y física para servir al Señor y a sus semejantes por muchos años. Desde esos primeros días, el hermano y la hermana Molina han aceptado muchos llamamientos de liderazgo y enseñanza. Al principio, la pequeña rama se reunía con cuatro familias estadounidenses en la casa de alguien. “Nuestras reuniones eran muy cálidas y dulces”, recuerda Carmen. Los niños ayudaban con pequeños deberes y crecían en el conocimiento de Jesucristo y de su misión. Los misioneros se dedicaban al crecimiento de la rama y a impartir habilidades de liderazgo que, según Carmen, mejoraban cada aspecto de la vida.

La familia Molina ha crecido, con una extensa posteridad que continúa haciendo buenas obras. Ellos se regocijan con sus amigos de los primeros días de la rama por el rápido crecimiento de la membresía de la Iglesia y de la actividad fiel. Ahora, después de más de treinta años, la membresía de la Iglesia en Bolivia ha crecido. Los Molina disfrutan de un sentido muy real de emoción espiritual al anticipar la obra sagrada de las ordenanzas para sellar a las familias conforme al plan de Dios.

Carmen exclama: “Ahora, pronto vendrá un templo para todos—todos los bolivianos que ahora no tienen un templo podrán tener todas las cosas del Señor. Amamos nuestra Iglesia. Amamos a nuestro profeta. Amamos a nuestro Señor, Jesucristo, y a todos nuestros amados hermanos y hermanas.”

Carmen da testimonio de la realidad de un Cristo viviente. Actuar conforme a este conocimiento ha traído bendiciones inconmensurables a la vida de sus seres queridos. Cuando uno conoce a Cristo, la inclinación a quejarse —¿Por qué a mí? o ¿Por qué ahora?— desaparece. Recuerdas el incidente cuando Lehi y sus hijos terminaron el barco, y por fin su grupo partió hacia la tierra prometida. Hubo celebraciones a bordo, y algunos de los miembros de la familia extendida perdieron el autocontrol, la perspectiva y el sentido de decencia. Nefi fue atado, el Señor retiró su espíritu de guía, y pronto el terror de una gran tormenta azotó el barco en el mar. Después de cuatro días de tormenta y del temor de ser destruidos, los hermanos rebeldes lo liberaron. Los pies y las muñecas de Nefi estaban hinchados y extremadamente doloridos. Pero en lugar de quejarse, de sentirse apenado por sí mismo o de maldecir a Dios, Nefi dijo: “No obstante, volví mis ojos a mi Dios, y lo alabé todo el día; y no murmuré contra el Señor a causa de mis aflicciones” (1 Nefi 18:16).

Carmen, como Nefi, es un ejemplo del creyente—como nosotros debemos ser.

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