Capítulo 31
Convenios y el Señor
Era la gloriosa época de la conferencia de abril, cuando año tras año el centro de Salt Lake City refleja un brillo o sentimiento especial. Por más de cien años, las personas que vienen a las reuniones irradian espíritu de bondad y se comportan como discípulos de Cristo. El sonido del gran órgano se eleva por encima de los vehículos desde el histórico Tabernáculo cuando una sesión está en curso. El abrazo del amor se repite en reuniones espontáneas.
El domingo 2 de abril de 1995, una mujer se puso de pie en el púlpito para dar su testimonio, y era una visión de belleza como mujer que sabía la realidad de Cristo y vivía su vida como ejemplo de tal creyente. En el momento de su presentación, servía como consejera en la presidencia general de las Mujeres Jóvenes. El enfoque de su testimonio fue el valor de los convenios con el Señor. Ella dijo en parte:
“Soy madre de hijos. Cuatro hijos. Así es. Hijos. Uno pensaría que me habrían llamado a ser la ‘madre loba’ general. En cambio, mi largo deseo de tener hijas ha sido colmado… El Padre Celestial ha extendido Su tierna mano desde los cielos para sostenerme y ayudarme, a mí, Bonnie Parkin. Porque la luz de Su Hijo ha calentado mi alma. Porque he hecho promesas y convenios que han transformado mi vida a medida que los he guardado.
El Padre Celestial nos conoce como individuos. Los convenios que hacemos con Él se realizan uno a uno. El presidente Howard W. Hunter señaló: ‘Siempre me ha impresionado que el Señor trate con nosotros de manera personal, individual. Hacemos muchas cosas en grupos en la Iglesia,… pero las cosas más importantes se hacen individualmente. Bendecimos a los bebés de uno en uno, aun si son gemelos o trillizos. Bautizamos y confirmamos a los niños de uno en uno. Tomamos la Santa Cena, somos ordenados al sacerdocio o pasamos por las ordenanzas del templo como individuos… El énfasis del cielo está en cada individuo, en cada persona’” (“Eternal Investments,” discurso a educadores religiosos del SEI, 10 de febrero de 1989, p. 4; énfasis añadido).
Luego, la hermana Parkin recordó a la congregación la manera gozosa en que los convenios fueron recibidos por el pueblo al que Alma había estado enseñando. Ellos aplaudieron con alegría y celebración. Ella dijo:
“Me pregunto por qué nuestros convenios tan a menudo se sienten más como obligaciones que como privilegios… Mis convenios no son negociables. Hacen que la elección de la rectitud sea más fácil. Oro humildemente para que nuestros convenios puedan convertirse en una mayor fuente de celebración y fortaleza en nuestras vidas; para que podamos andar recta y firmemente, de modo que, cuando más necesitemos la mano del Señor, ésta esté allí, esperándonos con calidez. Atesoro los convenios que Él ha hecho conmigo y con todo mi corazón espero vivir fiel a ellos. En el nombre de Jesucristo. Amén.”
La hermana Parkin ha tenido su parte de desafíos, así como oportunidades de considerar el estado de su testimonio del Señor. Pero ha seguido iluminando la vida de otros al servir al Señor, ya sea formalmente mediante un llamamiento, o informalmente como un ser humano que ha sido enseñado más plenamente en la voluntad y los caminos del Señor. Ha sido líder y maestra a nivel de barrio, estaca y general, apoyando a su esposo en sus importantes llamamientos del sacerdocio. El deleite de sus almas ha sido servir una misión juntos, aun bajo la amenaza de una enfermedad terminal que pendía sobre ellos.
Considera tu propio amor por el Señor y Su misión dentro del marco del último discurso del rey Benjamín al pueblo nefita:
“Y ahora, a causa del convenio que habéis hecho seréis llamados los hijos de Cristo,… porque he aquí, hoy os ha engendrado espiritualmente; pues decís que vuestros corazones han cambiado por medio de la fe en su nombre; por tanto, sois nacidos de él y habéis llegado a ser sus hijos e hijas” (Mosíah 5:7).
























