Joseph: Explorando la vida y Ministerio del Profeta

Capítulo 25
El Templo de Kirtland

Richard O. Cowan


La Escuela de los Profetas fue precursora de la adoración en el templo. Dos días después de la Navidad de 1832, una revelación de Dios instruyó a José Smith que organizara la escuela, cuyas reuniones fueron denominadas una “asamblea solemne”. Solo los dignos debían asistir: “El que se halle indigno… no tendrá lugar entre vosotros; porque no permitiréis que mi casa sea contaminada por él” (DyC 88:70, 134). Revelaciones posteriores usarían un lenguaje casi idéntico para describir quién debía o no debía ser admitido al templo (DyC 97:15–17). Además, el cumplimiento de la Palabra de Sabiduría se convirtió en un requisito para participar, y los asistentes aceptaban un compromiso “de no divulgar voluntariamente lo que se discutía en la escuela”. Por tanto, varias normas y procedimientos que más adelante se aplicarían en el servicio del templo ya se anticipaban en el funcionamiento de la Escuela de los Profetas.

Para albergar la escuela, el Señor mandó a los hermanos “establecer una casa” (DyC 88:119). Los santos, deseosos de comenzar a edificar la casa, esperaban recibir más instrucciones divinas. Durante el invierno de 1833, los líderes de la Iglesia decidieron que la mejor ubicación para la casa o templo sería en la cima de la colina justo al sur del poblado de Kirtland. Desde ese sitio se tenía una vista magnífica de Kirtland y del valle inferior. A lo lejos se podían ver las aguas azules del lago Erie.

El 1 de junio de 1833, el Señor amonestó a los santos a avanzar en la construcción del templo, en el cual “deseo investir con poder de lo alto a los que he escogido”. Les instruyó que esa estructura sagrada no debía ser edificada “a la manera del mundo” y prometió revelar un diseño a tres hermanos que los santos designaran (DyC 95:8, 13). En cumplimiento de esta revelación, dos días después una conferencia de sumos sacerdotes “designó” a tres hermanos —José Smith, Sidney Rigdon y Frederick G. Williams (quienes entonces constituían la Primera Presidencia)— “para obtener un plano o diseño” del templo.

El Señor cumplió Su promesa de revelar el diseño del edificio. En una ocasión en que los tres hombres estaban de rodillas en oración, “el edificio pareció descender justo sobre nosotros”. Esto les permitió ver su interior. Mientras hablaba en el templo ya terminado, Frederick G. Williams testificó que el salón en el que estaban reunidos coincidía en cada detalle con la visión que se le había dado al Profeta. Brigham Young afirmó: “José no solo recibió una revelación y un mandamiento para edificar un templo, sino que también recibió un modelo, como Moisés para el tabernáculo y Salomón para su templo; porque sin un modelo, él no podía saber qué era necesario, ya que nunca había visto un templo ni experimentado su uso”.

Algunos de los hermanos favorecían construir el templo de troncos, mientras que otros preferían un edificio con armazón. “¿Vamos a edificar, hermanos, una casa para nuestro Dios, hecha de troncos?”, desafió el Profeta. “Tengo un plan mejor que ese. Tengo un plan de la casa del Señor, dado por Él mismo; y pronto verán, con esto, la diferencia entre nuestros cálculos y Su idea”. Entonces el Profeta presentó el “modelo completo” para el templo, “con lo cual los hermanos quedaron muy complacidos”. A la luz de este “modelo” revelado, los hermanos comenzaron rápidamente a desarrollar planes para el Templo de Kirtland, así como para un edificio similar, aunque de mayor tamaño, para Independence, Misuri. El 25 de junio de 1833, José Smith envió a los hermanos en Misuri su plano para la ciudad de Sion, junto con los planos para un templo.

El exterior puede haber parecido algo similar a las casas de reuniones de Nueva Inglaterra de la época, pero fue el diseño revelado del “atrio interior” —es decir, del interior— lo que hizo que los planos del edificio fueran verdaderamente únicos. Habría dos salones principales, uno sobre el otro.

Una característica distintiva del Templo de Kirtland eran los cuatro niveles de púlpitos en ambos extremos de los auditorios. Los del extremo oeste eran para el Sacerdocio de Melquisedec, mientras que los del extremo este eran para el Aarónico. Las iniciales en cada púlpito representaban el oficio del sacerdocio que ocupaba quien se sentaba allí. El élder Orson Pratt afirmó que el Señor no solo reveló a José el tamaño y propósito de los dos salones principales del templo, sino que también reveló “el orden de los púlpitos, y de hecho todo lo relacionado con él fue claramente señalado por revelación”. Los asientos en la parte principal de estos salones eran reversibles, de modo que la congregación pudiera mirar hacia cualquiera de los dos conjuntos de púlpitos. El arquitecto Truman O. Angell registró posteriormente que “el maestro mecánico principal” recomendó modificar estos asientos. El Profeta se negó, porque “los había visto en visión e insistió en que se ejecutaran los planos originales”. Cortinas de lona, o “velos”, podían bajarse desde el techo para dividir el salón en cuatro secciones, lo que permitía realizar reuniones separadas en cada área.

La construcción del Templo de Kirtland comenzó en junio de 1833. El día seis de ese mes, un concilio de sumos sacerdotes instruyó al comité de construcción que obtuviera inmediatamente los materiales para comenzar la obra. Por lo tanto, José Smith dirigió personalmente a un grupo en busca de piedra adecuada para el templo. Encontraron una fuente a unos tres kilómetros al sur del sitio de construcción, y de inmediato extrajeron una carga para una carreta. Ansiosos por comenzar, Hyrum Smith y Reynolds Cahoon comenzaron a cavar a mano una zanja para los cimientos. Los santos eran tan pobres en ese momento que, según recordó un miembro de aquella época, “no había ni una rastra y apenas un arado que se pudiera conseguir”. No obstante, el Profeta observó que “nuestra unidad, armonía y caridad abundaban para fortalecernos a cumplir los mandamientos de Dios”. El miércoles 23 de julio de 1833, José Smith y otros élderes colocaron las piedras angulares del Templo de Kirtland “según el orden del santo sacerdocio, comenzando por la esquina sureste”.

Una importante interrupción en la construcción del templo ocurrió durante el verano de 1834. En la época del año en que el clima era más favorable para la construcción, había pocos obreros disponibles, ya que muchos se habían unido a José Smith en la marcha del Campamento de Sion hacia Misuri. Además, los fondos que normalmente se habrían destinado al templo fueron enviados para ayudar a los santos afligidos en Sion. Tras el regreso del Campamento de Sion, la obra en el templo avanzó con mayor rapidez. En octubre de 1834, José Smith recordó: “Se hicieron grandes esfuerzos para acelerar la obra de la casa del Señor, y a pesar de que se comenzó casi sin nada, en cuanto a recursos, se fue abriendo el camino a medida que avanzábamos, y los santos se regocijaban”. En ese momento, las paredes del templo tenían cuatro pies (1.2 metros) de altura.

Las paredes se elevaron rápidamente durante el invierno de 1834–1835. Casi todos los hombres hábiles, excepto los que estaban en misiones, trabajaron en el templo. José Smith dio el ejemplo, sirviendo como capataz en la cantera. “Venid, hermanos”, exhortaba, “vayamos a la cantera a trabajar para el Señor”. Los sábados, varios hombres llevaban equipos y carretas, extraían piedra y la transportaban al sitio de construcción para mantener ocupados a los albañiles durante la semana siguiente.

La construcción del templo avanzaba, pero no sin dificultades. Bajo la oscuridad de la noche, vándalos intentaban destruir las paredes. Quienes trabajaban en el templo durante el día lo vigilaban de noche para proteger lo que habían edificado de más actos de violencia. Noche tras noche, durante muchas semanas, recordó Heber C. Kimball, “no se nos permitía quitarnos la ropa, y nos veíamos obligados a dormir con los fusiles en los brazos”. El presidente Sidney Rigdon describió más tarde cómo los santos “habían mojado esas paredes con sus lágrimas cuando, en la silenciosa sombra de la noche, oraban al Dios del cielo para que los protegiera y detuviera las manos profanas de los saqueadores despiadados, quienes habían profetizado… que las paredes nunca serían levantadas”.

Para noviembre de 1835, había comenzado el enlucido exterior. Vidrio molido (probablemente en su mayoría descartado, aunque algunos tal vez donados por miembros de la Iglesia específicamente para este propósito) se mezcló con estuco para dar a las paredes una apariencia reluciente. Este revestimiento incluía “cementos naturales resistentes a la intemperie que recientemente se habían descubierto y usado en la construcción del cercano canal de Ohio”. Bajo la dirección de Brigham Young, los toques finales al interior del templo se realizaron en febrero de 1836.

Las mujeres, bajo la dirección de Emma Smith, “hicieron medias, pantalones y chaquetas” para beneficio de los obreros del templo. “Nuestras esposas estaban todo el tiempo tejiendo, hilando y cosiendo”, recordó Heber C. Kimball años después, y “estaban tan ocupadas como cualquiera de nosotros”. También confeccionaron cortinas y alfombras para la casa del Señor. Polly Angell, esposa del arquitecto, recordó cómo José Smith dijo a las hermanas: “Bueno, hermanas, ustedes siempre están presentes. Las hermanas siempre son las primeras y las más diligentes en todas las buenas obras. María fue la primera en la resurrección; y las hermanas ahora son las primeras en trabajar en el interior del templo”.

Durante este período de construcción, la Iglesia enfrentó dificultades financieras. Se necesitaban fondos para sostener a los obreros del templo. Se invitó a los santos de los Estados Unidos y Canadá a hacer contribuciones según sus posibilidades. Vienna Jacques, una hermana soltera, fue una de las primeras en donar, entregando gran parte de sus recursos materiales. John Tanner prestó dinero para pagar el terreno del templo y luego vendió su granja de 2,200 acres en el estado de Nueva York para donar tres mil dólares destinados a comprar los suministros necesarios. Continuó donando “hasta que hubo sacrificado casi todo lo que poseía”. Otros hicieron lo mismo. Los santos donaron o pidieron prestado entre cuarenta y sesenta mil dólares para completar el proyecto.

Grandes bendiciones espirituales siguieron a este período de sacrificio. Los dos meses previos a la dedicación del Templo de Kirtland estuvieron llenos de manifestaciones espirituales notables en un grado inusual. Los santos relataron haber visto mensajeros celestiales en al menos diez reuniones diferentes. En cinco de esas reuniones, personas testificaron que habían visto al mismo Salvador. Muchos recibieron visiones, profetizaron y hablaron en lenguas.

El jueves por la tarde, 21 de enero de 1836, la Primera Presidencia se reunió en una sala superior de la escuela/oficina de imprenta —un edificio ubicado inmediatamente al oeste del templo— y fueron lavados “con agua pura”. Esa misma noche, “al encenderse las velas”, la Presidencia se reunió con el patriarca José Smith padre en la sala oeste del ático del templo. Allí, en la oficina de José Smith, se ungieron unos a otros con aceite de oliva consagrado y pronunciaron bendiciones y profecías. Entonces, “los cielos se abrieron”, registró el Profeta, y él “contempló el reino celestial de Dios y su gloria”. Vio “el resplandeciente trono de Dios” y “las hermosas calles de ese reino, que parecían estar pavimentadas con oro” (DyC 137:1, 3–4). José también vio a muchos profetas, tanto antiguos como modernos. Al ver a su hermano Alvin en el reino celestial, “se maravilló”, pues Alvin había muerto antes de que se restaurara el evangelio y, en consecuencia, no había sido bautizado por la autoridad adecuada. El Señor declaró a Su Profeta: “Todos los que han muerto sin conocimiento de este evangelio, que lo habrían recibido si se les hubiera permitido permanecer, serán herederos del reino celestial de Dios”. También se le mostró a José que “todos los niños que mueren antes de llegar a la edad de la responsabilidad son salvos en el reino celestial del cielo” (DyC 137:6–7, 10).

Con respecto a esta ocasión, José Smith testificó:

“Muchos de mis hermanos que recibieron la ordenanza [del lavamiento y la unción] conmigo también vieron visiones gloriosas. Los ángeles les ministraron a ellos así como a mí, y el poder del Altísimo reposó sobre nosotros. La casa se llenó con la gloria de Dios, y exclamamos: ¡Hosanna a Dios y al Cordero!… Algunos de ellos vieron el rostro del Salvador, y… todos nos comunicamos con las huestes celestiales.”

El 6 de febrero, apenas dos semanas después, varios quórumes del sacerdocio se reunieron en pequeñas salas del ático del templo y experimentaron otro banquete espiritual. Los Setenta “disfrutaron de un gran derramamiento del Espíritu Santo. Muchos se levantaron y hablaron, testificando que estaban llenos del Espíritu Santo, el cual era como fuego en sus huesos, de modo que no podían callarse, sino que se veían impulsados a clamar: ¡Hosanna a Dios y al Cordero, y gloria en las alturas!”. Otros “fueron llenos del Espíritu, y hablaron en lenguas y profetizaron”. La Historia de la Iglesia declara que “este fue un tiempo de regocijo que sería recordado por mucho tiempo”.

En años posteriores, el élder Orson Pratt recordaría con sentimientos similares estas experiencias sagradas en el templo:

“Dios estaba allí, sus ángeles estaban allí, el Espíritu Santo estaba en medio del pueblo, las visiones del Todopoderoso fueron abiertas a las mentes de los siervos del Dios viviente; el velo fue quitado de las mentes de muchos; vieron los cielos abiertos; contemplaron a los ángeles de Dios; oyeron la voz del Señor; y fueron llenos desde la coronilla hasta la planta de los pies con el poder y la inspiración del Espíritu Santo, y profetizaron en medio de esa congregación, y esas profecías se han estado cumpliendo desde aquel día hasta el presente.”

Algunas de las experiencias espirituales más memorables ocurrieron el domingo 27 de marzo, día de la dedicación del templo. Santos de los Últimos Días procedentes de Misuri y de otras partes de América del Norte llegaron en masa a Kirtland, anticipando las grandes bendiciones que el Señor había prometido derramar sobre ellos, incluyendo un don especial o investidura de poder desde lo alto. Muy temprano esa mañana, cientos de personas se congregaron afuera del templo con la esperanza de asistir al servicio dedicatorio. Las puertas del templo se abrieron a las 8:00 a. m. La Primera Presidencia ayudó a acomodar a la congregación, que llegó a ser de casi mil personas, el doble de la capacidad habitual del edificio.

Con los líderes sentados en los púlpitos elevados y en los bancos a cada extremo del salón, y todos los asientos del templo ocupados, las enormes puertas se cerraron. Muchos quedaron afuera, incluyendo a algunos que habían sacrificado mucho por la construcción del templo y que habían viajado largas distancias para asistir a la dedicación. Al percibir su desilusión, el Profeta les indicó que celebraran una reunión adicional en la escuela cercana. (El servicio dedicatorio se repitió el jueves siguiente en beneficio de ellos).

El servicio comenzó a las 9:00 a. m. Un coro, ubicado en las cuatro esquinas del salón, proporcionó la música. El presidente Sidney Rigdon habló elocuentemente durante dos horas y media, declarando que el templo era único entre todos los edificios erigidos para la adoración de Dios, pues había sido “edificado por revelación divina”. Después de su discurso, el coro cantó el himno de W. W. Phelps “Ahora alegres cantemos”. Tras un receso de veinte minutos, la congregación sostuvo a los oficiales de la Iglesia, con cada quórum del sacerdocio votando individualmente. Entonces, José Smith profetizó que si los santos “sostenían a estos hombres en sus diversos cargos,… el Señor los bendeciría; sí, en el nombre de Cristo, las bendiciones del cielo serían suyas”.

El momento culminante del día fue la oración dedicatoria, la cual le fue dada al Profeta por revelación. Después de expresar gratitud por las bendiciones de Dios, con lágrimas fluyendo libremente, José oró para que el Señor aceptara el templo que había sido edificado “con gran tribulación… para que el Hijo del Hombre tenga un lugar donde manifestarse a su pueblo” (DyC 109:5). Suplicó que se cumplieran las bendiciones prometidas en el mandamiento del Señor de 1832 de construir el templo (DyC 88:117–120). La oración también pedía que fueran bendecidos los líderes de la Iglesia, los miembros y los líderes de las naciones, y que se cumpliera la promesa del recogimiento de “los restos esparcidos de Israel” (DyC 109:67; véase también vv. 6–9, 54–55, 68–72).

Después de la oración, el coro cantó “El Espíritu de Dios”, un himno escrito por el élder W. W. Phelps en anticipación a la dedicación del templo. Después se administró la Santa Cena a la congregación. José Smith y otros testificaron que vieron mensajeros celestiales presentes durante el servicio. La dedicación concluyó con toda la congregación de pie ofreciendo el sagrado Grito de Hosanna:
“¡Hosanna, hosanna, hosanna a Dios y al Cordero! Amén, amén y amén.”
Eliza R. Snow sintió que el grito se dio “con tal poder, que parecía casi suficiente para levantar el techo del edificio”. Después de siete horas, el servicio terminó a las 4:00 p. m.

Esa noche, más de cuatrocientos poseedores del sacerdocio se reunieron en el templo. José Smith instruyó a los hermanos que debían estar preparados para profetizar cuando fueran dirigidos por el Espíritu. El Profeta escribió:

“El hermano George A. Smith se levantó y comenzó a profetizar, cuando se escuchó un ruido como el de un viento recio que soplaba, el cual llenó el templo, y toda la congregación se levantó simultáneamente, movida por un poder invisible; muchos comenzaron a hablar en lenguas y a profetizar; otros vieron gloriosas visiones; y yo contemplé que el templo estaba lleno de ángeles, lo cual declaré a la congregación.”

David Whitmer testificó que “vio a tres ángeles pasando por el pasillo sur”. Personas que vivían en los alrededores escucharon “un sonido inusual” proveniente de la casa del Señor y vieron “una luz brillante como una columna de fuego reposando sobre el templo”. Otros relataron haber visto ángeles sobrevolando el templo y haber escuchado cánticos celestiales.

Una manifestación espiritual trascendental ocurrió el domingo 3 de abril, exactamente una semana después de la dedicación del templo. Tras concluir el servicio de adoración de la tarde, José Smith y Oliver Cowdery se retiraron a los púlpitos del Sacerdocio de Melquisedec, en el extremo oeste del salón inferior del templo. José Smith testificó que “el velo fue retirado de nuestras mentes” y que él y Oliver presenciaron una serie de notables visiones. El mismo Señor Jesucristo se apareció, aceptó el templo, y prometió manifestarse allí “si mi pueblo guarda mis mandamientos y no contamina esta casa santa”. Luego apareció Moisés y confirió “las llaves del recogimiento de Israel de las cuatro partes de la tierra, y de la dirección de las diez tribus desde la tierra del norte”. A continuación, Elías (Elias) confirió “la dispensación del evangelio de Abraham”. Finalmente, en cumplimiento de la profecía de Malaquías, Elías (Elijah) confirió “las llaves de esta dispensación” en preparación para “el grande y terrible día del Señor” (DyC 110:1, 8, 11–12, 16; véase también Malaquías 4:5–6 y DyC 2).

Gracias a las llaves de sellamiento restauradas por Elías, las ordenanzas del sacerdocio realizadas en la tierra pueden ser “ligadas” o “selladas” en el cielo; además, los santos de los últimos días pueden efectuar ordenanzas salvadoras en favor de sus seres queridos que murieron sin la oportunidad de aceptar el evangelio en esta vida. De esta manera, el corazón de los hijos se vuelve hacia sus padres. Al reflexionar sobre los significativos acontecimientos del 3 de abril, el élder Harold B. Lee concluyó que la restauración de estas llaves vitales era “justificación suficiente para la edificación de [este] templo”.

Menos de dos años después de estos gloriosos acontecimientos, las fuerzas de la persecución y de la apostasía obligaron a José Smith y a otros fieles santos a dar la espalda a sus hogares y al templo en Kirtland. Pero eso no fue el fin de los templos para José Smith. Revelaciones posteriores mandaron la construcción de otros templos. En Nauvoo se revelaron ordenanzas sagradas y el privilegio de realizarlas tanto por los vivos como por los muertos. En el siglo veintiuno, a medida que los templos se multiplican por toda la tierra, podemos sentir gratitud por los cimientos que se establecieron mediante el profeta José Smith en la casa del Señor en Kirtland.

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