Joseph: Explorando la vida y Ministerio del Profeta

Capítulo 37
“Que adoren cómo, dónde o lo que deseen”

Fred E. Woods


“Es uno de los primeros principios de mi vida, y uno que he cultivado desde mi niñez, habiendo sido enseñado por mi padre,” escribió José Smith, “permitir a cada persona la libertad de conciencia.”

La misma sangre que corrió por las venas de los padres fundadores de América y de los primeros patriotas también pulsó en la ascendencia de Nueva Inglaterra de José. Esta herencia le infundió un profundo respeto por la libertad religiosa y un amor por la libertad, no solo para él mismo, sino para todos. Este paradigma de tolerancia religiosa, que comenzó como herencia, fue asegurado en los principios fundacionales establecidos en la Constitución de los Estados Unidos de América. José Smith llegó a ser un hombre que no podía separar la bandera de su Dios de la bandera de su país. Su defensa de la Constitución respaldaba la libertad de conciencia que él defendía. Declaró con valentía:

“Soy el mayor defensor de la Constitución de los Estados Unidos que existe sobre la tierra.”

El profeta José también recibió instrucción directa del Señor respecto a la sanción divina de la Constitución. Una de esas ocasiones fue en la víspera del 6 de agosto de 1833, justo cuando los santos de los últimos días estaban siendo expulsados del condado de Jackson, Misuri. José fue instruido:

“La ley del país que sea constitucional, que respalde ese principio de libertad en el mantenimiento de los derechos y privilegios, pertenece a toda la humanidad, y es justificable delante de mí. Por tanto, yo, el Señor, os justifico a vosotros, y a vuestros hermanos de mi iglesia, en apoyar esa ley que es la ley constitucional del país” (D. y C. 98:5–6).

Irónicamente, apenas cuatro meses después, tras haber sido expulsados ilegalmente los fieles mormones de sus hogares en Misuri, el Señor reiteró a José que la Constitución había sido divinamente establecida “y debe mantenerse para los derechos y protección de toda carne, conforme a principios justos y santos” (D. y C. 101:77). Ante semejante desprecio y abuso de estos principios, el Señor volvió a afirmar a José:

“Establecí la Constitución de esta tierra por medio de hombres sabios a quienes levanté para este mismo propósito” (D. y C. 101:80).

Estas seguridades divinas sin duda ayudaron a José a mantener su lealtad a los principios del gobierno de los Estados Unidos—un gobierno que no brindó auxilio ni a él ni a sus seguidores. Esta lealtad se evidenció dos años más tarde en la oración dedicatoria del Templo de Kirtland:

“Que aquellos principios, que fueron tan honrosa y noblemente defendidos, a saber, la Constitución de nuestra tierra, por nuestros padres, se establezcan para siempre” (D. y C. 109:54).

Palabras proféticas sobre la  Libertad Religiosa

Los escritos del Profeta son coherentes con sus declaraciones públicas en defensa de la libertad religiosa. Después de pasar varios meses en una fría cárcel de Misuri por sus creencias religiosas, José escribió en la primavera de 1839:

“Tengo los sentimientos más liberales y sentimientos de caridad hacia todas las sectas, partidos y denominaciones; y los derechos y libertades de conciencia los considero sagrados y queridos, y no desprecio a ningún hombre por diferir de mí en cuestiones de opinión.”

Escribió al obispo Edward Partridge y a los santos en el extranjero:

“Debemos estar siempre conscientes de esos prejuicios que a veces se presentan tan extrañamente, y que son tan afines a la naturaleza humana, contra nuestros amigos, vecinos y hermanos del mundo, que eligen diferir de nosotros en opinión y en asuntos de fe. Nuestra religión es entre nosotros y nuestro Dios. Su religión es entre ellos y su Dios.”

Poco después de haber sido liberado de su injusto confinamiento en la cárcel de Liberty, José escribió:

“Todas las personas tienen derecho a su albedrío, porque Dios así lo ha ordenado. Ha constituido a la humanidad como agentes morales, y les ha dado el poder de escoger el bien o el mal; de buscar lo que es bueno, siguiendo el camino de la santidad en esta vida, lo cual trae paz mental y gozo en el Espíritu Santo aquí, y una plenitud de gozo y felicidad a Su diestra en la vida venidera; o de seguir un camino de maldad, continuando en el pecado y la rebelión contra Dios, trayendo así condenación a sus almas en este mundo y una pérdida eterna en el venidero. Puesto que el Dios del cielo ha dejado estas cosas al albedrío de cada individuo, no deseamos privarlos de ello. Solo deseamos actuar como centinelas fieles, de acuerdo con la palabra del Señor a Ezequiel el profeta… y dejar que los demás hagan como les parezca bien.”

La redacción de la Sección Uno de la Carta de Nauvoo, escrita en 1840, demuestra una vez más la gran preocupación del Profeta por preservar la libertad religiosa:

“Sea decretado por el concejo municipal de la ciudad de Nauvoo que los católicos, presbiterianos, metodistas, bautistas, santos de los últimos días, cuáqueros, episcopales, universalistas, unitarios, mahometanos, y todas las demás sectas y denominaciones religiosas, cualesquiera que sean, tendrán libre tolerancia e iguales privilegios en esta ciudad; y si alguna persona fuera hallada culpable de ridiculizar, abusar o de cualquier otra manera denigrar a otra debido a su religión, o de perturbar o interrumpir cualquier reunión religiosa dentro de los límites de esta ciudad, será considerado perturbador de la paz pública al ser condenado ante el alcalde o la corte municipal, y multado con una suma no mayor de quinientos dólares, o encarcelado por un período no mayor de seis meses, o ambas cosas, a discreción del mencionado alcalde y corte.”

En una carta de 1842, escrita a petición del editor del Chicago Democrat, John Wentworth, José articuló las creencias de los santos de los últimos días, que más tarde serían canonizadas como los “Artículos de Fe.” En el undécimo artículo, declaró:

“Reclamamos el derecho de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra propia conciencia, y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio: que adoren cómo, dónde o lo que deseen.”

Ese mismo año, José equilibró la doctrina de la libertad con las responsabilidades y restricciones que deben acompañar la libertad. En una carta a James Arlington Bennett, explicó:

“Todos los hombres… deberían ser libres… para pensar, actuar y decir lo que deseen, mientras mantengan el debido respeto por los derechos y privilegios de todas las demás criaturas, sin infringir ninguno. Esta doctrina la suscribo y practico con todo mi corazón.”

En un discurso público pronunciado en Nauvoo en 1843, José confirmó su respeto universal por la libertad religiosa:

“Los santos pueden testificar si estoy dispuesto a dar mi vida por mis hermanos. Si se ha demostrado que estoy dispuesto a morir por un ‘mormón’, me atrevo a declarar ante el cielo que estoy igualmente dispuesto a morir en defensa de los derechos de un presbiteriano, un bautista o un buen hombre de cualquier otra denominación; porque el mismo principio que pisotearía los derechos de los santos de los últimos días, pisotearía también los derechos de los católicos romanos, o de cualquier otra denominación que sea impopular y demasiado débil para defenderse.”

“Es el amor a la libertad lo que inspira mi alma—libertad civil y religiosa para toda la raza humana. El amor a la libertad fue infundido en mi alma por mis abuelos mientras me mecían sobre sus rodillas.”

En ese mismo discurso, José explicó el curso correcto al enfrentar creencias diferentes:

“Si considero que la humanidad está en el error, ¿debo aplastarlos? No. Los levantaré, y también a su manera, si no puedo persuadirlos de que mi camino es mejor; y no procuraré obligar a nadie a creer como yo, sino solo mediante el poder del razonamiento, porque la verdad abrirá su propio camino.”

Palabras proféticas sobrela libertad religiosa puesta a prueba

El Profeta tuvo la oportunidad de poner en práctica lo que predicaba en la primavera de 1843, cuando Samuel A. Prior, un predicador metodista, habló en Nauvoo. El reverendo Prior escribió sobre esa experiencia:

“Por la noche me invitaron a predicar, y así lo hice. La congregación fue numerosa y respetable; prestaron la máxima atención. Esto me sorprendió un poco, ya que no esperaba encontrar ninguna clase de tolerancia religiosa entre ellos. Después de que terminé, el élder Smith, quien había asistido, se levantó y pidió permiso para discrepar de mí en algunos pocos puntos doctrinales, lo cual hizo con suavidad, cortesía y conmovido; como alguien que deseaba más bien diseminar la verdad y corregir el error, que disfrutar de una maliciosa victoria en el debate contra mí. Me edificaron mucho sus palabras, y me sentí menos prejuiciado contra los mormones que nunca. Me invitó a visitarlo, y le prometí hacerlo.”

La predicación del reverendo en la ciudad de Nauvoo respaldaba la doctrina de José de que “uno de los grandes principios fundamentales del mormonismo es recibir la verdad, venga de donde venga.” Asimismo, José también declaró que:

“Debemos recoger todos los principios buenos y verdaderos que haya en el mundo y atesorarlos, o no seremos verdaderos ‘mormones’.”

José mostró bondad hacia aquellos que prestaban servicio en otras religiones, como se ilustra bellamente en la historia de un sacerdote católico local. En 1841, el Padre John Alleman, un sacerdote originario de Francia, llegó a su puesto asignado en Fort Madison, Territorio de Iowa. Desde allí ministraba a varios católicos que vivían en comunidades vecinas. Durante sus labores, su colega el reverendo Padre John Farmer comentó:

“Por extraño que parezca, José Smith y los mormones líderes siempre profesaron el mayor respeto y amistad hacia el gran sacerdote francés, como lo llamaban. El Padre Alleman relató una vez al autor que no tenía medios para cruzar el río Misisipi, para atender a un católico enfermo en el condado de McDonough, pero cuando los mormones hicieron saber a José Smith que el sacerdote deseaba cruzar, este no solo hizo que lo llevaran en una barcaza, sino que le proporcionó un carruaje para llegar hasta el enfermo.”

Este acto de servicio tendió un puente de entendimiento y tolerancia religiosa entre los santos de los últimos días y sus vecinos católicos. Ese puente fue ampliado por el Profeta:

“Mientras una parte del género humano juzga y condena a la otra sin misericordia, el Gran Padre del universo contempla a toda la familia humana con cuidado paternal y afecto; los ve como su descendencia, y sin ninguno de esos sentimientos limitados que influyen en los hijos de los hombres, hace que ‘su sol salga sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos e injustos’. Él tiene en sus manos las riendas del juicio; es un Legislador sabio, y juzgará a todos los hombres, no conforme a las estrechas y limitadas nociones de los hombres, sino ‘según las obras hechas en el cuerpo, sean buenas o malas’, en Inglaterra, América, España, Turquía o la India.”

Conclusión

Los principios de libertad religiosa fueron presentados tanto en palabra como en acción por el profeta José Smith. Extendió tolerancia a quienes profesaban otras creencias, pero recibió muy poca tolerancia a cambio por parte de los demás hacia sus propias creencias. Le fueron negadas las mismas libertades que él defendía.

Para él, “el privilegio de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra propia conciencia, y conceder a todos los hombres el mismo privilegio” no era mera retórica. Era un principio fundamental, a pesar de cómo lo trataran los demás.

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