14
Las Puertas de la Muerte
La muerte vista con perspectiva eterna dentro del plan de salvación—duelo, paraíso, resurrección, juicio y sellamientos del templo—que transforman el temor en paz y esperanza.
En el funeral de un amigo, conversé con dos distinguidos hermanos —antiguos colegas míos en cirugía— cuyas amadas compañeras habían fallecido. Dijeron que estaban pasando por el período más difícil de sus vidas, adaptándose a la pérdida casi insoportable de sus esposas. Estos hombres maravillosos me contaron que cocinaban el desayuno el uno para el otro una vez por semana, compartiendo esa rotación con su hermana, tratando de aliviar la soledad impuesta por las puertas de la muerte.
La muerte separa “el espíritu y el cuerpo [que] son el alma del hombre”. Esa separación provoca punzadas de dolor y conmoción entre quienes permanecen. El sufrimiento es real. Solo varía su intensidad. Algunas puertas son más pesadas que otras. El sentido de tragedia puede estar relacionado con la edad. Generalmente, mientras más joven es la víctima, mayor es el dolor. Sin embargo, incluso cuando a los ancianos o enfermos se les concede un alivio misericordioso, sus seres queridos rara vez están preparados para dejarlos partir. La única duración de vida que parece satisfacer los anhelos del corazón humano es la vida eterna.
El Duelo
Independientemente de la edad, lloramos por quienes amamos y hemos perdido. El duelo es una de las expresiones más profundas del amor puro. Es una respuesta natural en completa armonía con el mandamiento divino: “Vivirás en amor, tanto que llorarás por la pérdida de los que mueran.”
Además, no podemos apreciar plenamente los alegres reencuentros futuros sin las dolorosas separaciones presentes. La única manera de quitar el dolor de la muerte sería quitar el amor de la vida.
Perspectiva Eterna
La perspectiva eterna brinda paz “que sobrepasa todo entendimiento”. Al hablar en el funeral de un ser querido, el profeta José Smith ofreció esta amonestación: “Cuando perdemos a un amigo cercano y amado, en quien hemos puesto nuestro corazón, debería sernos una advertencia… Nuestros afectos deben ponerse más intensamente en Dios y en Su obra que en nuestros semejantes.”
La vida no comienza con el nacimiento, ni termina con la muerte. Antes de nuestro nacimiento, moramos como hijos espirituales con nuestro Padre Celestial. Allí, con ansias, anticipamos la posibilidad de venir a la tierra y obtener un cuerpo físico. Con pleno conocimiento, aceptamos los riesgos de la mortalidad, que permitirían el ejercicio del albedrío y la responsabilidad. “Esta vida [había de convertirse] en un estado de probación, un tiempo para prepararse para comparecer ante Dios.”
Pero considerábamos el regreso al hogar como la mejor parte de ese tan esperado viaje, tal como lo hacemos ahora. Antes de emprender cualquier viaje, nos gusta tener cierta seguridad de un boleto de ida y vuelta. Regresar de la tierra a la vida en nuestro hogar celestial requiere pasar —y no rodear— por las puertas de la muerte. Nacimos para morir, y morimos para vivir. Como retoños de Dios, apenas brotamos en la tierra; florecemos plenamente en el cielo.
La Muerte Física
El escritor de Eclesiastés dijo: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora: tiempo de nacer, y tiempo de morir.”
Piensa en la alternativa. Si los 69 mil millones de personas que han vivido en la tierra todavía estuvieran aquí, ¡imagina el embotellamiento! Y prácticamente no podríamos poseer nada ni tomar decisiones responsables.
El Plan de Felicidad
Las Escrituras enseñan que la muerte es esencial para la felicidad: “Ahora bien, no era conveniente que el hombre fuese redimido de esta muerte temporal, porque eso destruiría el gran plan de felicidad.”
Nuestra perspectiva limitada se ampliaría si pudiéramos presenciar el reencuentro al otro lado del velo, cuando las puertas de la muerte se abren para quienes regresan al hogar. Tal fue la visión del salmista que escribió: “Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos.”
La Muerte Espiritual
Pero hay otro tipo de separación conocida en las Escrituras como muerte espiritual. Se define como “un estado de alejamiento espiritual de Dios.” Así, uno puede estar muy vivo físicamente pero muerto espiritualmente.
La muerte espiritual es más probable cuando las metas se inclinan en exceso hacia lo físico. Pablo explicó este concepto a los Romanos: “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.”
Si la muerte física llegara antes de que los errores morales hayan sido corregidos, la oportunidad de arrepentimiento se habrá perdido. Así, “el [verdadero] aguijón de la muerte es el pecado.”
Ni siquiera el Salvador puede salvarnos en nuestros pecados. Él nos redimirá de nuestros pecados, pero solo a condición de nuestro arrepentimiento. Somos responsables de nuestra propia supervivencia o muerte espiritual.
Sobrellevar las Pruebas
Las pruebas físicas y espirituales representan desafíos continuos en la vida. Aquellos que están en el ocaso de la vida soportan días largos y difíciles. Conocen bien el significado de aquella exhortación divina de “perseverar hasta el fin”.
El Salvador del mundo pidió repetidamente que moldeáramos nuestra vida conforme a la Suya. Así debemos soportar pruebas—tal como Él lo hizo. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia.”
Cuando las dificultades cargan sobre nosotros con un peso agobiante, aún puede obtenerse algo bueno. Shakespeare lo expresó así:
Dulces son los frutos de la adversidad,
que, como el sapo feo y venenoso,
lleva sin embargo una preciosa joya en la cabeza.
La expresión del Señor es aún más explícita: “Después de mucha tribulación vienen las bendiciones.”
La Vida Postmortal
La mortalidad, por temporal que sea, se interrumpe en las puertas de la muerte. Entonces surgen preguntas en las mentes reflexivas de quienes quedan atrás: “¿Dónde está ahora mi ser querido?” “¿Qué sucede después de la muerte?” Aunque muchas preguntas no pueden ser respondidas plenamente con el conocimiento disponible, mucho sí se sabe.
El Paraíso
La primera estación en la vida postmortal se llama paraíso. Alma escribió:
“En cuanto al estado del alma entre la muerte y la resurrección… He aquí, se me ha manifestado… que los espíritus de todos los hombres, en cuanto salen de este cuerpo mortal… son llevados a esa casa de Dios que dio vida.
“Y los espíritus de los justos son recibidos en un estado de felicidad, que se llama paraíso, un estado de descanso, un estado de paz.”
Resurrección e Inmortalidad
Algunos dicen en tono de burla que nada es tan permanente como la muerte. ¡No es así! El poder de la muerte física es temporal. Comenzó con la caída de Adán; terminó con la expiación de Jesucristo. El período de espera en el paraíso también es temporal. Termina con la Resurrección. Del Libro de Mormón aprendemos que el “paraíso de Dios debe entregar los espíritus de los justos, y la sepultura entregar el cuerpo de los justos; y el espíritu y el cuerpo serán reunidos de nuevo, y todos los hombres se volverán incorruptibles e inmortales, y son almas vivientes.”
Hace algunos años, nuestro presidente de estaca y su esposa perdieron a un hijo maravilloso en la flor de su juventud a causa de un accidente automovilístico. Nos consuela el saber que las mismas leyes que no permitieron que su cuerpo quebrantado sobreviviera aquí son las mismas leyes eternas que el Señor empleará en el momento de la Resurrección, cuando ese cuerpo “será restaurado a su propio y perfecto estado.”
El Señor que nos creó en un principio ciertamente tiene poder para hacerlo de nuevo. Los mismos elementos necesarios que ahora conforman nuestro cuerpo aún estarán disponibles—a Su mandato. El mismo código genético único, ahora incrustado en cada una de nuestras células vivientes, aún estará disponible para dar forma a nuevas células entonces. El milagro de la Resurrección, por asombroso que será, está maravillosamente equiparado con el milagro de nuestra creación desde un inicio.
El Juicio
Nuestra resurrección no será un fin, sino un nuevo comienzo. Nos preparará para el juicio por parte del Señor, quien dijo: “Y de la manera que he sido levantado por los hombres [en la cruz], así serán los hombres levantados por el Padre, para comparecer ante mí, para ser juzgados por sus obras.”
Aun antes de acercarnos a ese umbral de la corte eterna de justicia, sabemos quién presidirá personalmente: “El guardián de la puerta es el Santo de Israel; y allí no emplea a ningún siervo; y no hay otra manera sino por la puerta; porque no puede ser engañado, porque el Señor Dios es su nombre.
“Y al que llame, a él se le abrirá.”
Los Lazos Familiares
Las relaciones de amor continúan más allá de las puertas de la muerte y del juicio. Los lazos familiares perduran gracias al sellamiento en el templo. Su importancia no puede ser exagerada.
Recuerdo vívidamente una experiencia que tuve como pasajero en un pequeño avión de dos hélices. De repente, uno de sus motores estalló en llamas. La hélice del motor en llamas se detuvo bruscamente. Mientras caíamos en picada en una pronunciada espiral hacia la tierra, esperaba morir. Algunos pasajeros gritaban en pánico histérico. Milagrosamente, la picada precipitosa apagó las llamas. Luego, al encender el otro motor, el piloto pudo estabilizar el avión y llevarnos a tierra de manera segura.
Durante esa prueba, aunque “sabía” que la muerte se acercaba, mi sentimiento principal fue que no tenía miedo de morir. Recuerdo una sensación de regresar al hogar para encontrarme con antepasados por quienes había realizado la obra del templo. Recuerdo mi profundo sentimiento de gratitud de que mi amada y yo habíamos sido sellados eternamente el uno al otro y a nuestros hijos, nacidos y criados en el convenio. Me di cuenta de que nuestro matrimonio en el templo era mi logro más importante. Los honores que los hombres pudieran otorgarme no podían acercarse a la paz interior proporcionada por los sellamientos realizados en la casa del Señor.
Esa experiencia angustiosa duró apenas unos minutos, pero toda mi vida pasó rápidamente ante mi mente. Habiendo tenido tal recuerdo instantáneo al enfrentar la muerte, no dudo de la promesa escritural de un “recuerdo perfecto” al enfrentar el juicio.
La Vida Eterna
Después del juicio viene la posibilidad de la vida eterna, el tipo de vida que vive nuestro Padre Celestial. Su reino celestial ha sido comparado con la gloria del sol. Está disponible para todos los que se preparen para ello, cuyos requisitos han sido claramente revelados:
“Debéis avanzar con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza, y el amor de Dios y de todos los hombres. Por tanto, si avanzáis, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna.”
Tiempo para Prepararse
Mientras tanto, nosotros, que aún permanecemos aquí, tenemos unos pocos momentos preciosos restantes “para prepararnos para comparecer ante Dios”. El negocio inconcluso es nuestro peor negocio. La postergación perpetua debe ceder ante una preparación perceptiva. Hoy tenemos un poco más de tiempo para bendecir a otros—tiempo para ser más amables, más compasivos, más rápidos para agradecer y más lentos para reprender, más generosos al compartir, más bondadosos al cuidar.
Entonces, cuando llegue nuestro turno de pasar por las puertas de la muerte, podremos decir como lo hizo Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.”
No necesitamos ver la muerte como un enemigo. Con nuestra plena comprensión y preparación, la fe reemplaza al temor. La esperanza desplaza la desesperación. El Señor dijo: “No temáis, ni aun hasta la muerte; porque en este mundo vuestro gozo no es completo, pero en mí vuestro gozo es completo.” Él otorgó este don: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”
Como testigo especial de Jesucristo, testifico que ¡Él vive! También testifico que el velo de la muerte es muy delgado. Sé, por experiencias demasiado sagradas para relatar, que aquellos que han partido no son extraños para los líderes de esta Iglesia. Para nosotros y para ustedes, nuestros seres queridos pueden estar tan cerca como la habitación contigua—separados solo por las puertas de la muerte.
Con esa seguridad, hermanos y hermanas, ¡amen la vida! Atesoren cada momento como una bendición de Dios. Vivan bien—aun hasta su más alto potencial. Entonces la anticipación de la muerte no los mantendrá cautivos. Con la ayuda del Señor, sus hechos y deseos los calificarán para recibir gozo eterno, gloria, inmortalidad y vidas eternas.
























