Perfección Pendiente

Parte 3
Cristo y el Convenio


15
Jesucristo: Nuestro Maestro y Más


Los múltiples oficios y títulos de Jesucristo (Creador, Jehová, Abogado, Emanuel, Hijo de Dios, Ungido, Salvador-Redentor, Juez, Ejemplo y Mesías Milenario) y el llamado a un discipulado testificador centrado en Él.


Mi interés de toda la vida en el corazón humano tomó un giro inesperado en abril de 1984, cuando fui llamado a dejar la sala de operaciones del hospital y entrar al salón superior del templo. Allí fui ordenado Apóstol del Señor Jesucristo. No busqué tal llamamiento, pero he tratado humildemente de ser digno de esa confianza y del privilegio de ser Su representante, esperando ahora sanar corazones espiritualmente como antes lo hice quirúrgicamente.

Como alguien que ha sido llamado, sostenido y ordenado—uno de los Doce testigos especiales de nuestro Señor y Maestro—deseo seguir un tema vital del Libro de Mormón: “Hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo [y] profetizamos de Cristo.”

Lo honramos como el individuo más importante que jamás haya vivido en este planeta tierra. Él es Jesucristo—nuestro Maestro y más. Tiene numerosos nombres, títulos y responsabilidades, todos de significado eterno. Bajo el encabezado “Jesucristo”, la Guía de Tópicos en la edición SUD de la Biblia del Rey Santiago abarca dieciocho páginas (páginas 240-258) llenas de referencias bajo cincuenta y siete subtítulos. No podemos considerar ni comprender plenamente todas estas facetas importantes de Su vida. Pero me gustaría repasar, aunque sea brevemente, diez de esas poderosas responsabilidades de Jesucristo. No quiero dar a entender ningún orden de prioridad—porque todo lo que Él realizó fue igualmente sublime en alcance.

Creador

Bajo la dirección del Padre, Jesús llevó la responsabilidad de Creador. Su título era el Verbo, escrito con “V” mayúscula. En el idioma griego del Nuevo Testamento, esa palabra era logos, o “expresión divina”. Era otro nombre para el Maestro. Esa terminología puede parecer extraña, pero es completamente razonable. Usamos palabras para expresar y comunicar nuestro sentir a los demás. Así, Jesús fue el “Verbo” o la “Expresión” de Su Padre para el mundo.

El evangelio de Juan comienza con esta importante proclamación:

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios…
“El mismo era en el principio con Dios.
“Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.”

El libro de Helamán registra un testimonio similar, declarando que “Jesucristo [es]… el Creador de todas las cosas desde el principio.”

Otra cita esclarecedora proviene de Moisés:

“Y el Señor Dios dijo a Moisés: Para mi propio propósito he hecho estas cosas…
“Y por la palabra de mi poder, las he creado, que es mi Hijo Unigénito, que está lleno de gracia y de verdad.
“Y mundos incontables he creado; y también los creé para mi propio propósito; y por el Hijo los creé, que es mi Hijo Unigénito.”

En la revelación moderna se afirma nuevamente la responsabilidad de Jesús como Creador de muchos mundos:

“Por tanto, en el principio existía el Verbo, porque él era el Verbo, aun el mensajero de salvación;
“La luz y el Redentor del mundo; el Espíritu de verdad, que vino al mundo, porque el mundo fue hecho por él, y en él estaba la vida de los hombres y la luz de los hombres.
“Los mundos fueron hechos por él; los hombres fueron hechos por él; todas las cosas fueron hechas por él, y por medio de él, y de él.”

Este sagrado Creador proveyó que cada uno de nosotros pudiera tener un cuerpo físico, individualmente único y, sin embargo, en muchos aspectos comparable con todos los demás cuerpos humanos. Así como un músico instruido puede reconocer al compositor de una sinfonía por su estilo y estructura, de igual manera un cirujano experimentado puede reconocer al Creador de los seres humanos por la semejanza, el estilo y la estructura de nuestra anatomía. No obstante las variaciones individuales, esta semejanza proporciona evidencia adicional y una profunda confirmación espiritual de nuestra creación divina por el mismo Creador. Esto amplía la comprensión de nuestra relación con Él:

“Y descendieron los Dioses para organizar al hombre a su propia imagen; a imagen de los Dioses lo formaron; varón y hembra los formaron.
“Y los Dioses dijeron: Los bendeciremos.”

En verdad, nos han bendecido a cada uno de nosotros. Nuestros cuerpos pueden repararse y defenderse a sí mismos. Regeneran nuevas células para reemplazar las viejas. Nuestros cuerpos llevan semillas que permiten la reproducción de nuestra propia especie con nuestras características individuales únicas. No es de extrañar que a nuestro Creador también se le conozca como el Gran Médico: capaz de sanar a los enfermos, devolver la vista a los ciegos, abrir los oídos de los sordos y resucitar a los muertos. Y en estos últimos días, Él ha revelado un código de salud conocido como la Palabra de Sabiduría, que ha bendecido la vida de todos los que han obedecido esas enseñanzas con fe.

Así honramos a Jesús, nuestro Creador, divinamente dirigido por Su Padre.

Jehová

Jesús fue Jehová. Este título sagrado aparece registrado solo cuatro veces en la versión King James de la Santa Biblia. El uso de este nombre santo también se confirma en la escritura moderna. Jehová se deriva de la palabra hebrea hayah, que significa “ser” o “existir”. Una forma de la palabra hayah en el texto hebreo del Antiguo Testamento fue traducida al inglés como “I AM” (“YO SOY”). De manera notable, YO SOY fue usado por Jehová como un nombre para Sí mismo.

Escuchemos este diálogo fascinante del Antiguo Testamento. Moisés acababa de recibir una designación divina que él no había buscado: una comisión para guiar a los hijos de Israel fuera de la esclavitud. La escena ocurre en la cima del monte Sinaí:

“Y Moisés dijo a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón y saque de Egipto a los hijos de Israel? …” [Sin duda, Moisés se sentía inadecuado para su llamamiento, así como tú y yo podemos sentirnos cuando se nos da una asignación desafiante.]

“Y dijo Moisés a Dios: He aquí, que llego yo a los hijos de Israel y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros; si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?”

“Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.
“Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre.”

Jehová había revelado así a Moisés este mismo nombre que Él, con mansedumbre y modestia, había escogido para Su propia identificación premortal: YO SOY.

Más tarde, durante Su ministerio terrenal, Jesús repitió ocasionalmente Su nombre. ¿Recuerdan Su breve respuesta a los inquisidores que lo acosaban? Noten el doble significado en Su respuesta:

“El sumo sacerdote le preguntó: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?
“Y Jesús le dijo: Yo soy.”

Estaba declarando tanto Su linaje como Su nombre.

Otro ejemplo ocurrió cuando Jesús fue cuestionado respecto a Su relación con Abraham:

“Le dijeron entonces los judíos: ¿Aún no tienes cincuenta años, y has visto a Abraham?
“Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, YO SOY.”

Jehová—el Gran YO SOY, Dios del Antiguo Testamento—se identificó claramente cuando el Jesucristo resucitado apareció personalmente en Su gloria al profeta José Smith y a Oliver Cowdery en el Templo de Kirtland, el 3 de abril de 1836. Cito de su testimonio escrito:

“Vimos al Señor de pie sobre el barandal del púlpito, delante de nosotros; y debajo de sus pies había un pavimento de oro puro, de color semejante al ámbar.”

“Sus ojos eran como llama de fuego; el cabello de su cabeza era blanco como la nieve pura; su semblante resplandecía más que el brillo del sol; y su voz era como el estruendo de muchas aguas, aun la voz de Jehová, diciendo:
‘Yo soy el primero y el último; yo soy el que vive, yo soy el que fue muerto.’”

Jesús cumplió Su responsabilidad como Jehová, “el Gran YO SOY”, con consecuencias eternas.

Abogado ante el Padre

Jesús es nuestro Abogado con el Padre. La palabra abogado proviene de raíces latinas que significan “voz a favor de” o “aquel que ruega por otro”. En las Escrituras se usan otros términos relacionados, como intercesor o mediador.

Del Libro de Mormón aprendemos que esta responsabilidad fue prevista antes de Su nacimiento:

“[Jesús] intercederá por todos los hijos de los hombres; y los que crean en él serán salvos.”

Esta misión se manifestó claramente en la compasiva oración intercesora de Jesús. Imagínenlo en su mente, arrodillado en ferviente súplica. Escuchen el hermoso lenguaje de Su oración. Sientan Su profundo sentido de responsabilidad como mediador:

“He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.
“Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti;
“Porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
“Yo ruego por ellos.”

También es conocido como el Mediador del nuevo testamento o convenio. Comprenderlo como nuestro abogado–intercesor–mediador ante el Padre nos da la seguridad de Su incomparable entendimiento, justicia y misericordia.

Emanuel

Jesús fue preordenado para ser el prometido Emanuel. Recuerden la notable profecía de Isaías:

“He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.”

El cumplimiento de esa profecía no solo era improbable, ¡era humanamente imposible! ¡Increíble! Todos sabían que una virgen no podía concebir un hijo. Y que a ese niño se le diera un nombre tan majestuoso era doblemente audaz.

El nombre hebreo que Isaías anunció—Emanuel—literalmente significa “Dios con nosotros”. Ese nombre sagrado fue posteriormente dado a Jesús en el Nuevo Testamento, en el Libro de Mormón y en Doctrina y Convenios.

Emanuel podía ser tal únicamente por la voluntad de Su Padre.

Hijo de Dios

Jesús, y solo Él, llevó la responsabilidad de ser el Hijo de Dios, el Unigénito del Padre. Jesús fue literalmente “el Hijo del Altísimo”. En más de una docena de versículos de las Escrituras, la solemne voz de Dios el Padre da testimonio de que Jesús fue verdaderamente Su Hijo Amado. Ese solemne testimonio muchas veces estuvo acompañado de la súplica de Dios para que la humanidad escuchara y obedeciera la voz de Su Hijo reverenciado. Mediante la condescendencia de Dios, aquella profecía tan poco probable de Isaías se había cumplido.

La paternidad única de Jesús también fue anunciada a Nefi, quien fue instruido por un ángel de esta manera:

“He aquí, la virgen que ves es la madre del Hijo de Dios, según la carne…
“He aquí, el Cordero de Dios, sí, aun el Hijo del Padre Eterno.”

De Su madre, Jesús heredó Su potencial para la mortalidad y la muerte. De Su Padre Celestial, Jesús heredó Su potencial para la inmortalidad y la vida eterna. Antes de Su crucifixión, pronunció estas palabras de aclaración:

“Yo pongo mi vida, para volverla a tomar.
“Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.”

Aunque separado de Su Padre Celestial en cuerpo y espíritu, Jesús es uno con Su Padre en poder y propósito. Su objetivo supremo es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.”

Algunos podrían preguntarse por qué ocasionalmente se hace referencia al Hijo como “el Padre”. El título que se da a cualquier hombre puede variar. Todo hombre es un hijo, pero también puede ser llamado “padre”, “hermano”, “tío” o “abuelo”, dependiendo de la circunstancia. Así que no debemos confundirnos respecto a la identidad divina, propósito o doctrina. Debido a que Jesús fue nuestro Creador, se le conoce en las Escrituras como “el Padre de todas las cosas”. Pero recordemos bien: “Jesucristo no es el Padre de los espíritus que han tomado o que aún tomarán cuerpos en esta tierra, porque Él es uno de ellos. Él es el Hijo, al igual que ellos son hijos e hijas de Elohim.”

Comprendemos claramente esta distinción cuando oramos a nuestro Padre Celestial en el nombre de Su Hijo, Jesucristo, mediante el poder del Espíritu Santo. Y al hacerlo con regularidad, honramos nuestra paternidad celestial y terrenal, tal como Jesús honró la Suya como el Hijo de Dios.

El Ungido

“Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret.” Así, Jesús fue el Ungido. La palabra hebrea para ungido es Mesías, y la traducción griega es Cristo. Por tanto, “Jesús es llamado el Cristo y el Mesías, lo cual significa que es el ungido del Padre para ser Su representante personal en todas las cosas que conciernen a la salvación de la humanidad.”

Las Escrituras declaran que Cristo es el único nombre bajo el cielo por medio del cual viene la salvación. Así que podemos añadir cualquiera de estos títulos para expresar nuestra adoración por Jesús: como “el Cristo” o como “el Mesías, ungido por Dios para esa responsabilidad suprema.”

Salvador y Redentor

Jesús nació para ser el Salvador y Redentor de toda la humanidad. Él fue el Cordero de Dios, que se ofreció a sí mismo sin mancha ni defecto como sacrificio por los pecados del mundo. Más tarde, ya como el Señor resucitado, relacionó esa responsabilidad sagrada con el significado del evangelio, el cual describió en un pasaje poderoso:

“He aquí, os he dado mi evangelio, y este es el evangelio que os he dado: que vine al mundo para hacer la voluntad de mi Padre, porque mi Padre me envió.
“Y mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz.”

Así, Jesús definió personalmente el evangelio. Este término proviene del inglés antiguo godspell, que literalmente significa “buenas nuevas”.

“Las buenas nuevas son que Jesucristo ha hecho una expiación perfecta por la humanidad que redimirá a todos los hombres de la tumba y recompensará a cada individuo de acuerdo con sus obras. Esta expiación fue preparada por Su designación en el mundo premortal, pero fue realizada por Jesús durante Su vida terrenal.”

Su expiación había sido anunciada mucho antes de que Jesús naciera en Belén. Los profetas habían profetizado Su advenimiento por muchas generaciones. Leamos un ejemplo del libro de Helamán, escrito unos treinta años antes del nacimiento del Salvador:

“Recordad que no hay otro medio por el cual el hombre pueda ser salvo, sino únicamente mediante la sangre expiatoria de Jesucristo, que ha de venir; sí, recordad que Él viene a redimir al mundo.”

Su expiación bendice a cada uno de nosotros de una manera muy personal. Escuchemos atentamente esta explicación del mismo Jesús:

“Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan si se arrepienten;
“Pero si no se arrepienten, deberán padecer así como yo;
“Padecimiento que me hizo a mí, Dios, el más grande de todos, temblar a causa del dolor y sangrar por cada poro, y sufrir tanto en cuerpo como en espíritu; y hubiera querido no beber la amarga copa y retraerme;
“Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí y concluí mis preparativos para con los hijos de los hombres.”

Jesús cumplió Su gloriosa promesa hecha en los concilios preterrenales al expiar incondicionalmente la caída de Adán y Eva, y al expiar nuestros pecados bajo la condición de nuestro arrepentimiento.

Su responsabilidad como Salvador y Redentor estuvo indisolublemente entrelazada con Su responsabilidad como Creador. Para arrojar más luz sobre esta relación, deseo compartir una cita notable que encontré un día en un raro libro en Londres, mientras investigaba en la biblioteca del Museo Británico. Fue publicada como una traducción al inglés del siglo XX de un antiguo texto copto. Fue escrito por Timoteo, Patriarca de Alejandría, quien murió en el año 385 d.C. Este registro se refiere a la creación de Adán. El Jesús premortal habla acerca de Su Padre:

“Él… hizo a Adán conforme a Nuestra imagen y semejanza, y lo dejó tendido durante cuarenta días y cuarenta noches sin poner aliento en él. Y suspiraba sobre él diariamente, diciendo: ‘Si pongo aliento en este [hombre], deberá sufrir muchos dolores.’
“Y yo dije a mi Padre: ‘Pon aliento en él; yo seré su abogado.’
“Y mi Padre me dijo: ‘Si pongo aliento en él, Hijo mío amado, estarás obligado a descender al mundo y sufrir muchos dolores por él antes de haberlo redimido y de hacerlo volver a su estado original.’
“Y yo dije a mi Padre: ‘Pon aliento en él; yo seré su abogado, y descenderé al mundo, y cumpliré tu mandamiento.’”

La responsabilidad de Jesús como Abogado, Salvador y Redentor fue predeterminada en los reinos preterrenales y cumplida mediante Su expiación. Tu responsabilidad es recordar, arrepentirte y ser recto.

Juez

Estrechamente relacionada con la condición del Señor como Salvador y Redentor está Su responsabilidad como Juez. Jesús reveló esta interrelación después de haber declarado Su definición del evangelio, que acabamos de citar:

“Y de la manera que he sido levantado [en la cruz] por los hombres, así serán los hombres levantados por el Padre, para comparecer ante mí, para ser juzgados por sus obras, sean buenas o sean malas.
“…Por tanto, conforme al poder del Padre, atraeré a mí a todos los hombres, para que sean juzgados según sus obras.”

El Libro de Mormón arroja más luz sobre cómo ocurrirá ese juicio. También lo hace la investidura del templo. Cuando nos acerquemos al umbral de la corte eterna de justicia, sabemos quién presidirá personalmente:

“El guardián de la puerta es el Santo de Israel; y allí no emplea a ningún siervo; y no hay otra manera sino por la puerta; porque no puede ser engañado, porque el Señor Dios es su nombre.
“Y al que llame, a él se le abrirá.”

Las Escrituras indican que el Señor recibirá asistencia apostólica al ejercer juicio sobre la casa de Israel. Tu encuentro personal en el juicio estará acompañado de tu propio “brillante recuerdo” y “perfecta remembranza” de tus hechos, así como de los deseos de tu corazón.

Ejemplo

Otra responsabilidad del Señor es la de ser nuestro Ejemplo. A las personas de la Tierra Santa, Él dijo: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.”

A las personas de la antigua América, nuevamente enfatizó Su misión como Ejemplo: “Yo soy la luz; he dado el ejemplo para que hagáis lo que me habéis visto hacer.”

En Su Sermón del Monte, Jesús desafió a Sus seguidores con esta admonición: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”

Sin pecado y sin mancha como fue Jesús en la mortalidad, debemos recordar que Él mismo consideró Su estado de perfección física aún como algo futuro. ¡Aun Él tuvo que perseverar hasta el fin! ¿Podemos tú y yo esperar hacer menos?

Cuando el Señor crucificado y resucitado se apareció al pueblo en la antigua América, recalcó nuevamente la importancia de Su ejemplo. Pero ahora se incluyó a Sí mismo como un ser perfeccionado: “Quisiera que fueseis perfectos así como yo, o como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”

¿Te atormentan tus propias imperfecciones? Por favor, no te desanimes por la expresión de esperanza del Señor sobre tu perfección. Debes tener la fe de saber que Él no requeriría desarrollo más allá de tu capacidad.

Por supuesto, debes esforzarte en corregir hábitos o pensamientos impropios. ¡Vencer la debilidad trae gran gozo! Puedes alcanzar cierto grado de perfección en algunas cosas en esta vida. Y puedes llegar a ser perfecto en guardar diversos mandamientos. Pero el Señor no estaba necesariamente pidiendo un comportamiento sin error en todas las cosas. Estaba suplicando algo más que eso. Sus esperanzas son que tu pleno potencial sea realizado: ¡llegar a ser como Él es! Eso incluye la perfección de tu cuerpo físico, cuando sea transformado en un estado inmortal que no puede deteriorarse ni morir.

Así que mientras te esfuerzas con empeño por una mejora continua en tu vida aquí, recuerda que tu resurrección, exaltación y perfección te esperan en la vida venidera. Esa preciosa promesa de perfección no hubiera sido posible sin la expiación del Señor y Su ejemplo.

Mesías Milenario

La responsabilidad suprema del Señor aún yace en el futuro: Su majestuoso papel como el Mesías Milenario. Cuando llegue ese día, el rostro físico de la tierra habrá cambiado:

“Todo valle será alzado, y todo monte y collado será abatido; lo torcido será enderezado, y lo áspero allanado.”

Entonces Jesús regresará a la tierra. Su segunda venida no será un secreto. Será ampliamente conocida.

“Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá.”

Entonces, “el principado sobre su hombro estará; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.” Él gobernará desde dos capitales mundiales—una en la antigua Jerusalén y la otra en la Nueva Jerusalén, edificada sobre el continente americano. Desde estos centros dirigirá los asuntos de Su Iglesia y Su reino. Entonces “reinará por los siglos de los siglos.”

En ese día llevará nuevos títulos y estará rodeado de santos especiales. Será conocido como “Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados, y elegidos, y fieles” a su confianza aquí en la mortalidad.

Él es Jesucristo, nuestro Maestro y más. Hemos considerado solo diez de Sus muchas responsabilidades: Creador, Jehová, Abogado con el Padre, Emanuel, Hijo de Dios, el Ungido, Salvador y Redentor, Juez, Ejemplo y Mesías Milenario.

Como Sus discípulos, tú y yo también llevamos poderosas responsabilidades. En mi vida he visitado los cincuenta estados de los Estados Unidos de América. También he puesto pie en la tierra de 107 países más. Dondequiera que camino, es mi llamamiento divino y mi sagrado privilegio dar testimonio ferviente de Jesucristo. ¡Él vive! Lo amo. Con entusiasmo lo sigo y de buena voluntad ofrezco mi vida en Su servicio. Como Su testigo especial, enseño de Él solemnemente. Testifico de Él.

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