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“No Tendrás Otros Dioses”
El primer mandamiento —“No tendrás dioses ajenos delante de mí”— nos invita a mirar siempre hacia Dios, ponerlo en primer lugar en nuestras decisiones, familias, servicio y discipulado, para vivir y servir con fortaleza espiritual.
Recuerdo mis días en el ejército, hace ya mucho tiempo, cuando nuestro pelotón escuchaba los gritos de un sargento: “¡Firmes!” “¡A la derecha, ya!” “¡A la izquierda, ya!” “¡Media vuelta, ya!” Aprendimos a responder a esas órdenes con precisión instantánea. En retrospectiva, no recuerdo haber escuchado jamás su orden de “¡miren hacia arriba!” Sin embargo, las Escrituras nos dicen: “Mirad a Dios y vivid.”
Mi tema de hoy se relaciona con el primero de los Diez Mandamientos del Señor: “No tendrás dioses ajenos delante de mí.” Este mandamiento puede ser más conocido que obedecido. ¿Puedo compartir una sugerencia que he encontrado útil para poner a prueba mi propia lealtad a este mandamiento? Cuando me enfrento a una decisión difícil, me pregunto: “¿Hacia dónde estás mirando?”
La vida sin mirar a Dios
Lamentablemente, muchas personas no saben dónde encontrar a Dios y lo excluyen de sus vidas. Cuando surgen necesidades espirituales, pueden mirar a la izquierda, a la derecha o alrededor. Pero mirar a otras personas en el mismo nivel no puede satisfacer las carencias espirituales. Cuando el espíritu inmortal está hambriento, persiste el anhelo de algo más nutritivo. Aun cuando llegue el éxito material, queda un vacío interno—si vivir bien no se acompaña de vivir dignamente. La paz interior no puede encontrarse en la abundancia acompañada de privación espiritual.
Invitación a venir al Señor
Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días invitan a todos a venir a Cristo y disfrutar del festín espiritual que Su evangelio proporciona. Los Santos saborean un dulce alimento espiritual que los sostiene a lo largo de la vida. Ese sustento viene porque han hecho convenios de tomar sobre sí el nombre del Señor y se esfuerzan por obedecer Sus preceptos. La fortaleza llega al reconocer y agradecer los dones del Señor: la inmortalidad y la oportunidad de la vida eterna.
Ciudadanos leales
Estos dones están disponibles para todos. Ciudadanos de muchos países afirman su pertenencia a la Iglesia. Sin importar su bandera o su forma de gobierno, descubren que la lealtad al Señor no les impide ser ciudadanos leales de sus naciones. La fidelidad a Dios permite desarrollar una lealtad patriótica más profunda y llegar a ser mejores ciudadanos.
Además de su ciudadanía nacional, los miembros de la Iglesia son también ciudadanos del reino de Dios. Sin embargo, su compromiso con este puede ser variable. La gran mayoría procura “buscar primeramente edificar el reino de Dios y establecer su justicia.” Algunos permiten que su lealtad a Dios y a Su reino quede por debajo de otros intereses de la vida. Todavía no han determinado hacia dónde miran.
Representantes del Señor
Percibí tal confusión en la mente de un reportero de un periódico que preguntó a uno de nuestros líderes cuándo un representante de tal o cual país llegaría a ser una Autoridad General. Mientras esa pregunta era respondida, pensé en nuestros amados Autoridades Generales nacidos en países de Asia, de Europa, de Norte, Centro y Sudamérica, y de las islas del mar. Aunque estos Hermanos provienen de muchas naciones y hablan diversos idiomas, ninguno de ellos fue llamado para representar a su país natal. Los quórumes presidentes de la Iglesia no son asambleas representativas. Cada líder ha sido llamado para dirigirse al pueblo como representante del Señor, y no al revés.
Las Autoridades Generales son “llamadas por Dios, por profecía y por la imposición de manos de aquellos que tienen autoridad.” Son llamados como “testigos especiales” para todo el mundo, para enseñar y testificar de Jesucristo, el Señor.
Obedeciendo los mandamientos del Señor
No importa dónde vivamos o en qué posición sirvamos, todos necesitamos determinar hacia dónde miramos. Los mandamientos de Dios sirven como norma con la cual medir nuestras prioridades. Nuestro respeto por el primer mandamiento da forma a nuestros sentimientos hacia todos los demás. Consideremos, por ejemplo, el mandamiento de santificar el día de reposo. Vivimos en una época en que muchas personas en todo el mundo han transferido su lealtad en el día de reposo de los lugares de adoración a los lugares de diversión. Nuevamente pregunto: “¿Hacia dónde miras?”
Las Escrituras nos dan aliento para obrar rectamente:
“Si retraes del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras,
“Entonces te deleitarás en Jehová.”
La autoestima también se obtiene mediante la obediencia a los mandamientos de Dios respecto a la castidad. Sin embargo, en nuestros días, esos mandamientos han sido atacados y trivializados. La moralidad de la autodisciplina con la debida “negación o restricción ha sido popularmente presentada como algo insalubre y deshumanizante.” La verdad es que “es deshumanizante definirnos únicamente por nuestros deseos.” Cada ser humano es un hijo de Dios—creado a Su imagen—con apetitos naturales que debe controlar.
Si quebrantamos el primer mandamiento de Dios, no podremos escapar a la retribución. Si permitimos que cualquier otra persona o causa ocupe el primer lugar por encima de nuestra lealtad a Él, cosecharemos una amarga recompensa. Pablo previó la “perdición” para aquellos “cuyo dios es el vientre” (yo podría incluir aquí todas las formas de afectos corporales). Cualquiera que escoja servir “a la criatura antes que al Creador” se priva de la recompensa espiritual.
Por lo tanto, nuestras prioridades deben ser evaluadas con honestidad a la luz de ese primer mandamiento. Si se necesita un cambio de dirección, tal vez debamos emitirnos a nosotros mismos la orden de “¡media vuelta, ya!” Hacerlo agradaría al Señor, quien dijo: “Arrepentíos, y apartad vuestros ídolos; y apartad vuestros rostros de todas vuestras abominaciones.”
Los árboles se elevan hacia la luz y crecen en el proceso. Así también nosotros, como hijos e hijas de padres celestiales. Mirar hacia arriba nos brinda una perspectiva más elevada que mirar a la derecha o a la izquierda. Elevar la mirada en busca de santidad edifica fortaleza y dignidad como discípulos de la Deidad.
De cara a nuestras familias
Mirar hacia arriba es crucial para lograr una paternidad exitosa. Las familias merecen guía del cielo. Los padres no pueden aconsejar a sus hijos adecuadamente solo a partir de la experiencia personal, el temor o la simpatía. Pero cuando los padres se dirigen a sus hijos como lo haría el Creador que les dio la vida, reciben sabiduría más allá de la propia. Madres y padres sabios enseñarán a los miembros de su familia cómo tomar decisiones personales basadas en la ley divina.
Les enseñarán que “esta vida es el tiempo… para prepararse para comparecer ante Dios.” Les enseñarán que las decisiones de carácter moral y espiritual no pueden basarse en la libertad de elegir sin la responsabilidad ante Dios por esas decisiones. Con ese entendimiento, padres e hijos serán recompensados con fortaleza de carácter, paz mental, gozo y regocijo en su posteridad.
De cara a nuestros prójimos
De manera similar, las relaciones con los vecinos, amigos y asociados se verán fortalecidas cuando los tratemos con “el amor puro de Cristo.” El deseo de emular al Señor provee una motivación poderosa para obrar bien. Nuestro anhelo de compasión nos llevará a actuar de acuerdo con la Regla de Oro. Al hacerlo, encontraremos gozo en alimentar al pobre, vestir al desnudo o realizar labores de voluntariado que tengan valor.
El servicio a los vecinos adquiere una nueva dimensión cuando primero miramos hacia Dios. En la Iglesia, cuando los líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares se dirigen a sus congregaciones, cuórums y clases como lo haría el Señor, aprenden que no importa dónde sirvan, sino cómo. La posición en la Iglesia no exalta a nadie, pero la fidelidad sí. Por otro lado, aspirar a una posición visible—esforzarse por ser un amo en lugar de un siervo—puede destruir el espíritu tanto del obrero como de la obra.
En ocasiones existe confusión con respecto a siervos y amos. La Biblia relata que un grupo de hombres “disputaba entre sí, quién de ellos sería el mayor.” Jesús dijo: “Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos.”
¿Acaso pedía Jesús a Sus discípulos que respondieran a cualquier petición del gentío o que sirvieran mesas? ¡No! Él les pedía que sirvieran a Su manera. El pueblo no debía ser el amo de Sus discípulos. El Señor es su Maestro.
Al prestar servicio a los demás, ¿hacia dónde miramos? Desde la derecha o la izquierda, solo podemos empujar o tirar. Solo desde un plano superior podemos elevar. Para alcanzarlo, no miramos de lado; miramos hacia arriba, a nuestro Maestro. Así como debemos mirar a Dios para vivir bien, también debemos mirar a Dios para servir bien.
Actitudes del discípulo eficaz
Si somos llamados a posiciones de liderazgo, somos responsables ante el Salvador por los actos que realicemos en ese oficio. Esas acciones están moldeadas por las actitudes, y las actitudes se elevan cuando inclinamos la cabeza en humilde oración. Así lo expresan las palabras del himno: “Ante Ti, Señor, inclino mi cabeza”:
Mira arriba, oh alma mía; no te abatas.
No fijes tus ojos en la tierra.
Rompe las cadenas de lo terrenal.
Recibe, oh alma, el nacimiento del Espíritu.
Y ahora, al salir nuevamente
a convivir con mis semejantes,
quédate cerca, para guiar mis pasos,
a fin de que pueda permanecer en tu amor.
La oración nos ayuda a enfrentar las pruebas de la vida. La oración centra con precisión nuestras actitudes. Con ese enfoque, no vagamos hacia la derecha o hacia la izquierda a través de un terreno minado de trampas de tentación. Los discípulos no coquetean con el peligro en el filo dentado del desastre. Los alpinistas experimentados no se inclinan hacia el borde peligroso, sino hacia la seguridad, con cuerdas y otros seguros que los atan a aquellos en quienes confían. Así también nosotros. Cuando escalamos los desafíos montañosos de la vida, debemos inclinarnos hacia nuestro Maestro y estar unidos a Él, aferrándonos firmemente a la barra de hierro del evangelio, a la familia y a los amigos de confianza.
El presidente David O. McKay enseñó lo siguiente sobre los bordes: “Muchos de nosotros, por egoísmo, permanecemos cerca del borde de la selva animal, donde la ley de la Naturaleza nos exige hacer todo pensando en el yo.”
El Señor dijo: “Miradme en todo pensamiento; no dudéis, no temáis.” He aprendido que tal fe otorga poder liberador. Mirar primero a Dios nos permite decidir firmemente lo que no haremos; entonces somos libres de dedicarnos a lo que sí debemos hacer.
El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “El amor a Dios es la raíz de toda virtud, de toda bondad, de toda fortaleza de carácter, de toda fidelidad para hacer lo correcto. Amen al Señor su Dios y amen a su Hijo, y estén siempre agradecidos por Su amor hacia nosotros. Siempre que otro amor se desvanezca, quedará ese amor radiante, trascendente y eterno de Dios por cada uno de nosotros y el amor de Su Hijo, que dio Su vida por nosotros.”
La raza, la nacionalidad, la ocupación u otros intereses no tienen por qué interponerse en el camino. Todos pueden mirar al Señor. Todos pueden ponerlo a Él en primer lugar en sus vidas. Aquellos que lo hagan y permanezcan fieles serán merecedores de Su sublime promesa: “Y toda alma que abandone sus pecados y venga a mí, y clame a mi nombre, y obedezca mi voz, y guarde mis mandamientos, verá mi faz y sabrá que yo soy.” Este glorioso destino puede ser nuestro.
























