Logrando lo imposible

PAZ
puede venir a todos los que eligen
andar en los caminos del Maestro.

Su invitación se expresa en
tres amorosas palabras:
“Ven, sígueme.


Capítulo 2

Él nos bendice con paz y amor


Cuando enfrentamos dificultades en nuestra vida, a veces puede parecer imposible que lleguemos a encontrar paz. Pero la paz es posible gracias a ese don trascendente de nuestro Padre Celestial: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.”

Enfocarnos en el Señor y en la vida eterna puede ayudarnos a atravesar todos los desafíos de la mortalidad. Personas imperfectas comparten el planeta Tierra con otras personas imperfectas. El nuestro es un mundo caído, marcado por deudas excesivas, guerras, desastres naturales, enfermedades y muerte.

También vienen desafíos personales. Un padre puede haber perdido su trabajo. Una joven madre puede haber recibido el diagnóstico de una enfermedad grave. Un hijo o una hija puede haberse descarriado. Sea lo que fuere lo que cause preocupación, cada uno de nosotros anhela encontrar paz interior.

Hay solo una fuente de paz verdadera y duradera: Jesucristo, nuestro Príncipe de Paz. Ese título lo llevó, además de otros para los cuales fue preordenado.

Él fue ungido por Su Padre para ser el Salvador del mundo. Estos dos títulos —el Mesías y el Cristo— designaban Su responsabilidad como el Ungido.

Bajo la dirección de Su Padre, Jesús fue el Creador de este y otros mundos. Jesús es nuestro Abogado ante el Padre. Jesús fue el prometido Emanuel, el gran Yo Soy y Jehová de los tiempos del Antiguo Testamento.

Fue enviado por Su Padre para llevar a cabo la Expiación, el acto central de toda la historia humana. Gracias a Su Expiación, la inmortalidad se convirtió en una realidad para todos, y la vida eterna en una posibilidad para quienes eligen seguirle. Estos propósitos son la obra y la gloria del Dios Todopoderoso.

Como nuestro gran Ejemplo, Jesús nos enseñó cómo vivir, amar y aprender. Nos enseñó cómo orar, perdonar y perseverar hasta el fin. Nos enseñó a preocuparnos por los demás más de lo que nos preocupamos por nosotros mismos. Nos enseñó acerca de la misericordia y la bondad, a realizar cambios verdaderos en nuestra vida mediante Su poder. Nos enseñó cómo encontrar paz en el corazón y en la mente. Un día, estaremos ante Él como nuestro justo Juez y Maestro misericordioso.

Estas responsabilidades sagradas del Señor nos llevan a adorarle como nuestro Príncipe de Paz personal y eterno. Lo alabamos por nuestro privilegio de ser padres, abuelos y maestros de niños. Él enseñó: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.”

Él puede traer paz a quienes han visto sus vidas devastadas por la guerra. Las familias afectadas por el servicio militar conservan recuerdos de la guerra, que en mi propia mente quedaron grabados durante la Guerra de Corea. Las guerras de nuestra era son más sofisticadas, pero siguen siendo igual de desgarradoras para las familias. Quienes sufren así pueden volverse al Señor. Su mensaje consolador es el de paz en la tierra y buena voluntad para con los hombres.

La paz puede llegar a quienes no se sienten bien. Algunos tienen cuerpos heridos. Otros sufren espiritualmente por la ausencia de seres queridos u otro trauma emocional. La paz puede llegar a tu alma al edificar fe en el Príncipe de Paz.

“¿Hay alguno entre vosotros que esté enfermo? Traedlo aquí. ¿Hay alguno que sea cojo, o ciego, o manco, o lisiado, … o que esté afligido de alguna manera? Traedlo aquí y yo lo sanaré.”

“Veo que vuestra fe es suficiente para que yo os sane.”

La paz puede llegar a quien sufre en la tristeza. Ya sea que esa tristeza provenga de errores o de pecados, todo lo que el Señor requiere es un arrepentimiento verdadero. Las Escrituras nos suplican: “Huye también de las pasiones juveniles; … y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor.” Entonces, Su apaciguador “bálsamo en Galaad” puede sanarnos.

Piensa en el cambio de Juan Newton, nacido en Londres en 1725. Se arrepintió de su vida pecaminosa como comerciante de esclavos para convertirse en clérigo anglicano. Con ese poderoso cambio de corazón, Juan escribió las palabras del himno “Sublime Gracia” (Amazing Grace):

¡Sublime gracia del Señor!
Que a un infeliz salvó.
Fui ciego mas hoy miro yo,
Perdido y Él me halló.

“Habrá gozo en el cielo por un pecador que se arrepienta.”

La paz puede llegar a quienes están agobiados por duras labores: **“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.

“Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.”**

La paz puede llegar a quienes lloran. El Señor dijo: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.” Cuando afrontamos la partida de un ser querido, podemos llenarnos de la paz del Señor mediante las susurrantes impresiones del Espíritu.

“Los que mueren en mí no gustarán de la muerte, pues les será dulce.”

“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”

**“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.

“Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.”**

La paz puede llegar a todos los que buscan con sinceridad al Príncipe de Paz. Ese es el dulce y salvador mensaje que nuestros misioneros llevan por todo el mundo. Ellos predican el evangelio de Jesucristo, tal como Él lo restauró por medio del Profeta José Smith. Los misioneros enseñan estas palabras transformadoras del Señor: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.”

La paz puede venir a todos los que elijan andar en los caminos del Maestro. Su invitación se expresa en tres amorosas palabras: “Ven, sígueme.”

Una manera en que hallamos paz al seguir a Cristo es viviendo los atributos que Él ejemplificó. La mayoría de los cristianos están familiarizados con los atributos de Jesucristo tal como se registran en la Biblia. Se maravillan del amor que demostró por los pobres, los enfermos y los oprimidos. Aquellos que se consideran Sus discípulos también procuran emular Su ejemplo y seguir la exhortación de Su amado apóstol: “Amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama es nacido de Dios, y conoce a Dios… Porque Dios es amor.”

Este concepto se aclara en el Libro de Mormón. Allí se describe cómo uno nace de Dios y cómo obtiene el poder de amar como Él lo hace. Identifica tres principios fundamentales que traen el poder del amor de Dios a nuestra vida.

Primero, el Libro de Mormón enseña que ejercer fe en Cristo y entrar en un convenio con Él para guardar Sus mandamientos es la clave para nacer espiritualmente de nuevo. A un pueblo del Libro de Mormón que había hecho tal convenio, el rey Benjamín les dijo: “Y ahora, a causa del convenio que habéis hecho, seréis llamados hijos de Cristo, sus hijos e hijas; porque he aquí, este día os ha engendrado espiritualmente; porque decís que vuestros corazones están cambiados por medio de la fe en su nombre; por tanto, habéis nacido de él y habéis llegado a ser sus hijos y sus hijas.”

Segundo, el mismo Salvador enseña que el poder para llegar a ser más como Él viene mediante recibir las ordenanzas del evangelio: “Y ahora bien, este es el mandamiento: Arrepentíos, todos los términos de la tierra, y venid a mí y bautizaos en mi nombre, a fin de que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, para que os presentéis sin mancha ante mí en el postrer día.”

Tercero, Él nos exhorta a seguir Su ejemplo: “¿Qué clase de hombres habéis de ser?” pregunta. Su respuesta: “De cierto os digo, aun como yo soy.” En verdad, Él quiere que lleguemos a ser más como Él.

Algunos de los ejemplos más sublimes de Su amor están registrados en el Libro de Mormón. Estos ejemplos pueden aplicarse en nuestra propia vida al esforzarnos por llegar a ser más semejantes al Señor.

Fue Su amor por Lehi y la familia de Lehi —y el amor de ellos por Él— lo que los trajo a las Américas, su tierra prometida, donde prosperaron.

Fue el amor de Dios por nosotros lo que lo motivó, siglos atrás, a mandar a los profetas nefitas a guardar un registro sagrado de su pueblo. Las lecciones de ese registro se relacionan con nuestra salvación y exaltación. Estas enseñanzas están ahora disponibles en el Libro de Mormón. Este texto sagrado se erige como evidencia tangible del amor de Dios por todos Sus hijos en todo el mundo.

Fue el amor de Cristo por Sus “otras ovejas” lo que lo trajo al Nuevo Mundo. Del Libro de Mormón aprendemos que grandes desastres naturales y tres días de tinieblas ocurrieron en el Nuevo Mundo después de la muerte del Señor en el Viejo Mundo. Entonces el Señor glorificado y resucitado descendió del cielo y ministró entre el pueblo del Nuevo Mundo.

“Yo soy la luz y la vida del mundo,” les dijo, “y he bebido de aquella amarga copa que el Padre me ha dado, y he glorificado al Padre tomando sobre mí los pecados del mundo.”

Entonces Él les concedió una de las experiencias más íntimas que alguien pudiera tener con Él. Los invitó a palpar la herida de Su costado y las marcas de los clavos en Sus manos y pies, para que supieran con certeza que Él era “el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y [había] sido muerto por los pecados del mundo.”

Jesús entonces dio a Sus discípulos la autoridad para bautizar, conferir el don del Espíritu Santo y administrar la santa cena. Les dio el poder de establecer Su Iglesia entre ellos, dirigida por doce discípulos.

Les entregó algunas de las enseñanzas fundamentales que había dado a Sus discípulos en el Viejo Mundo. Sanó a sus enfermos. Se arrodilló y oró al Padre con palabras tan poderosas y sagradas que no podían ser registradas. Tan poderosa fue Su oración que quienes lo oyeron fueron sobrecogidos de gozo. Conmovido por Su amor por ellos y por su fe en Él, el mismo Jesús lloró. Profetizó acerca de la obra de Dios en los siglos previos a la prometida venida de Su Segunda Venida.

Luego les pidió que le llevaran a sus niños:

**“Y tomó a sus niños, uno por uno, y los bendijo, y oró al Padre por ellos.

“Y cuando hubo hecho esto, lloró otra vez;

“Y habló a la multitud, y les dijo: He aquí a vuestros pequeñitos.

“Y al alzar la vista para contemplarlos, volvieron sus ojos hacia el cielo, y vieron los cielos abiertos, y vieron ángeles que descendían del cielo como en medio de fuego; y descendieron y rodearon a aquellos pequeñitos… y los ángeles les ministraron.”**

Tal es la pureza y el poder del amor de Dios, como se revela en el Libro de Mormón.

En estos últimos días, nosotros, que tenemos el privilegio de poseer el Libro de Mormón, de ser miembros de la Iglesia del Señor, de tener Su evangelio y de guardar Sus mandamientos, sabemos algo del amor infinito de Dios. Sabemos cómo hacer que Su amor sea nuestro. Al convertirnos en Sus verdaderos discípulos, obtenemos el poder de amar como Él ama. Al guardar Sus mandamientos, llegamos a ser más semejantes a Él. Ampliamos nuestro círculo personal de amor al extendernos a personas de toda nación, tribu y lengua.

¡Cantaremos hosanna al Príncipe de Paz y de Amor! Porque Él vendrá otra vez. Entonces “se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá.” Como el Mesías Milenario, reinará como Rey de reyes y Señor de señores.

Al seguir a Jesucristo, Él nos conducirá a vivir con Él y con nuestro Padre Celestial, junto con nuestras familias. A través de nuestros muchos desafíos en la mortalidad, si permanecemos fieles a los convenios hechos, si perseveramos hasta el fin, seremos dignos de recibir el más grande de todos los dones de Dios: la vida eterna.

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