Para Llegar Incluso a Ti

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La familia de la Iglesia


Al pensar en cómo involucrar a todos los adultos solteros de la Iglesia en alguna fase significativa de la actividad de la Iglesia, recordamos que estamos hablando de aproximadamente un tercio de la población adulta de la Iglesia. Entre aquellos que no tienen compañeros en sus hogares podemos incluir a miembros de las Autoridades Generales, Representantes Regionales y a más de seiscientos mil más. Las cifras parecen ir en aumento. En los Estados Unidos, un tercio de la población adulta masculina es soltera. El cuarenta por ciento de las mujeres adultas son solteras o están separadas.

No pretendo comprender todas las complejas razones por las cuales el número de adultos solteros está aumentando. Sé que una de ellas es el incremento del divorcio, pero esto es sólo parte de la causa. Es un hecho sociológico que el porcentaje de personas en los Estados Unidos que nunca se han casado se ha duplicado desde 1960. Siento que esto ha ocurrido en gran medida porque, en la llamada “nueva moralidad”, hay muchos que no desean asumir las obligaciones y cargas del matrimonio ni hacer compromisos duraderos.

En contraste con la situación en el mundo, donde muchos más están eligiendo permanecer solteros, debe reconocerse que los adultos solteros fieles de la Iglesia aceptan de buen grado el principio del matrimonio, la paternidad y la maternidad, aunque sus circunstancias personales hayan sido tales que no hayan podido recibir esta bendición. Debemos reconocer la importancia de hacer que tanto los divorciados como aquellos que, siendo fieles, nunca se han casado, sientan que tienen un lugar en la Iglesia.

En las más de dos décadas en que ejercí la abogacía, observé de cerca que el divorcio es una tragedia personal para todos los involucrados. Debe evitarse a casi cualquier costo. Es una tragedia de la mayor magnitud para todas las partes implicadas. Parece que ninguna de las partes queda alguna vez plenamente libre del dolor o la desilusión. Debido a esta tragedia y al inmenso sufrimiento que conlleva, la Iglesia debe seguir alzando la voz contra los males del divorcio y continuar instando a nuestro pueblo a ser responsables y maduros en el matrimonio: honestos, castos y plenamente comprometidos con las lealtades de esa relación y con los votos que han hecho el uno al otro.

En mi experiencia, no recuerdo una sola persona que estuviera plenamente preparada para afrontar los problemas del divorcio. Este produce sentimientos de culpa e insuficiencia y, con demasiada frecuencia, una amargura extrema. Quienes atraviesan por esta tragedia se encuentran terriblemente solos.

Una amiga muy especial que compartió sus sentimientos con nosotros recordó que no existen manuales para las personas divorciadas. Habiendo pasado recientemente por un divorcio, dijo: “Ha sido mi experiencia que recibí buenos consejos de mis líderes del sacerdocio, pero los consejos comunes y corrientes fueron muy pobres. Mi familia mostró resentimiento y amargura. Escuchaban mis desahogos y luego me decían: ‘haz esto’ o ‘haz aquello’. La razón por la cual la mayoría de los consejos que se les da a las personas divorciadas no son buenos es porque tienen la motivación equivocada. Generalmente están motivados por el deseo de castigar, vengarse o destruir, en lugar del simple deber cristiano de ser útiles.”

Nuestra querida amiga además afirma: “A menudo, las personas divorciadas sienten que quieren apartar a la Iglesia y resolver el problema con otros métodos de logros personales. Tuvimos vecinos maravillosos. Cuando nos separamos, nadie quería venir a visitarnos. Era como si tuviéramos una enfermedad contagiosa y pudieran contagiarse. Nunca se acercaron. La mayoría de nuestros amigos eran así. Simplemente no sabían qué hacer. Creo que la gente se siente culpable porque se alegra de que no sean ellos. No entienden. Además, la gente piensa que debe emitir un juicio. Y creen que si te aceptan, también deben aceptar el divorcio.”

Como miembros de La Iglesia de Jesucristo, espero que seamos lo suficientemente maduros para separar a las personas del accidente del auto destrozado, en particular a los niños, que son víctimas inocentes. Ellos necesitan maestros orientadores que puedan ver los problemas y luego ofrecer ayuda para resolverlos. Necesitan presidentas de la Sociedad de Socorro. Necesitan obispos que se interesen.

Es sumamente importante que mantengamos a los padres solteros y a sus familias dentro de la corriente principal de la Iglesia y que los incluyamos mediante la actividad y la actitud, porque ciertamente no desean una existencia separada y especial para ellos o sus hijos. Su situación es sumamente solitaria y dolorosa. Los líderes del sacerdocio no deben tratar de tomar todas las decisiones por las personas con problemas; más bien, deben ayudarlas a tomar sus propias decisiones.

Uno de nuestros mejores presidentes de estaca admite con franqueza que, en una etapa temprana de su vida, todo lo que necesitaba era un poco de aliento tierno de quienes lo amaban para dar el paso del matrimonio. El Señor ciertamente no va a hacer una aparición personal y señalar con el dedo a la persona con la que debemos casarnos. También se debe enseñar que quizás no sonarán todas las campanas del mundo ni se escucharán todas las sirenas cuando encontremos a nuestro compañero eterno. Deben saber que la ansiedad y la preocupación son sentimientos comunes de quienes toman este gran paso, pero que aquí, como en todas las demás fases del esfuerzo humano, andamos por fe. Las inquietudes son naturales al considerar la importancia trascendental de esta decisión eterna.

El presidente Spencer W. Kimball dijo recientemente: “Al animar el matrimonio, no estamos instando a matrimonios frenéticos e irreflexivos. Todo joven que alcance la madurez debe hacer del matrimonio un asunto básico y primordial en su vida. No tiene por qué elegir entre matrimonio y educación. El mismo esfuerzo adicional de terminar sus estudios como hombre casado con mayores responsabilidades financieras probablemente aumentará su poder.”

Debemos reconocer que algunos pueden no tener compañeros según su propio calendario. A estos, el presidente Kimball ha dicho:

“Soy consciente de algunos… que aparentemente no han tenido éxito en alcanzar un cumplimiento total. Algunos han servido en misiones; han completado su educación. Y sin embargo, han pasado el período de su mayor oportunidad para el matrimonio. El tiempo ha pasado, y aunque son atractivos, deseables y capaces, se encuentran solos.

“A este gran grupo de jóvenes mujeres en esta situación, sólo podemos decirles: ustedes están haciendo una gran contribución al mundo al servir a sus familias, a la Iglesia y al mundo. Deben recordar que el Señor las ama y que la Iglesia las ama. No tenemos control sobre los latidos del corazón ni sobre los afectos de los hombres, pero oren para que puedan hallar plenitud. Y mientras tanto, les prometemos que, en lo que a la eternidad concierne, ningún alma será privada de ricas, elevadas y eternas bendiciones por algo que no haya podido evitar; que el Señor nunca falla en sus promesas; y que toda persona justa recibirá finalmente todo aquello a lo que tenga derecho y que no haya perdido por alguna falta propia.” (Ensign, octubre de 1979, pág. 5).

Que el Señor bendiga a cada adulto soltero en la Iglesia —a cada uno que nunca se haya casado, o que haya enviudado, o que se haya divorciado— para que encuentre gozo y felicidad en servirle y en guardar Sus mandamientos. Grandes promesas esperan a quienes permanezcan valientes en esta vida, aunque no tengan la situación o las circunstancias familiares que desearían.

Doy testimonio de que Dios es un Dios justo, y que recuerda a cada miembro individual de Su Iglesia que lo ama y lo sirve.

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