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Doctrina y Convenios 135–13624 – 30 noviembre Él “ha sellado su misión y obras con su propia sangre”
En el verano de 1844, la tensión en Illinois había llegado a un punto insoportable. Nauvoo, la ciudad que los santos habían levantado de los pantanos bajo la dirección de José Smith, se había convertido en una potencia política, social y económica en el estado. Su crecimiento despertó sospechas entre los vecinos, quienes desconfiaban del liderazgo de José y temían la influencia de un pueblo unido bajo una sola fe. La publicación del Nauvoo Expositor, una hoja crítica y incendiaria contra la Iglesia, encendió el último conflicto. Cuando el ayuntamiento de Nauvoo —bajo facultad legal— ordenó destruir la imprenta por considerarla una amenaza pública, los enemigos de los santos encontraron el pretexto perfecto para exigir que José Smith fuera arrestado.
El gobernador Thomas Ford prometió protección estatal, pero sus garantías fueron huecas. José y su hermano Hyrum, acompañados por unos pocos amigos leales, se entregaron con la esperanza de detener la violencia. Fueron llevados a Carthage, una pequeña ciudad a unos kilómetros de Nauvoo, y encerrados en la cárcel bajo guardia de milicianos, muchos de ellos abiertamente hostiles.
La tarde del 27 de junio, cuando el sol comenzaba a descender, el silencio del calabozo fue roto por los pasos apresurados de una turba armada. Sin previo aviso, los asaltantes subieron las escaleras y descargaron sus armas contra la puerta donde se encontraban José, Hyrum, John Taylor y Willard Richards. Hyrum cayó primero, herido de muerte por un disparo que atravesó la puerta. José, tratando de defender a sus amigos y de encontrar una salida, fue alcanzado por varias balas y cayó desde la ventana norte. En cuestión de minutos, los dos hermanos que habían guiado a la Iglesia desde su juventud fueron asesinados.
John Taylor, gravemente herido pero sobreviviente del ataque, escribió poco después un tributo que se convertiría en Doctrina y Convenios 135. Fue un himno de dolor y homenaje, una declaración solemne de que José y Hyrum habían sellado su testimonio con su sangre. Sus palabras capturaron el sentimiento de miles de santos que, al recibir la noticia del martirio, sintieron que el cielo mismo se había oscurecido. Para ellos, el sacrificio de los dos hermanos no solo marcaba el final de una era, sino también la confirmación más profunda de la veracidad de la Restauración.
Con la muerte de José, las amenazas no cesaron. La persecución se intensificó, y pronto quedó claro que los santos no podrían permanecer en Illinois. Bajo la dirección del Quórum de los Doce Apóstoles, encabezado por Brigham Young, comenzó el largo y doloroso éxodo hacia el Oeste. En 1846, las familias se esparcieron por los campos de Iowa, marchando entre tormentas, barro, enfermedad y hambre, hasta que, al borde del río Missouri, establecieron un asentamiento temporal: Winter Quarters.
Allí, en chozas de madera, tiendas de lona y casas excavadas en la tierra, los santos soportaron uno de los inviernos más crudos de su historia. La muerte era común; el sacrificio, constante. Pero en medio de esa realidad difícil, Brigham Young buscaba la guía del Señor para preparar el viaje definitivo hacia la tierra prometida del Valle del Lago Salado.
El 14 de enero de 1847, mientras los vientos helados barrían las planicies, Brigham Young recibió la revelación que hoy conocemos como Doctrina y Convenios 136. Era una instrucción directa del Señor para organizar a los pioneros en compañías, establecer normas de conducta, y fortalecer espiritualmente a un pueblo que estaba a punto de emprender uno de los viajes más emblemáticos de la historia estadounidense.
Y casi al final de esa revelación, en los versículos 37 al 39, el Señor volvió a hablar de José y Hyrum. Con palabras firmes y solemnes, declaró que los dos hermanos habían sido llamados a sellar su testimonio con su sangre, y que su sacrificio sería recordado y reivindicado. Era como si, tres años y medio después, el Señor ofreciera una explicación divina a un pueblo que aún llevaba la herida abierta del martirio. Les aseguró que la sangre de los profetas no había sido derramada en vano y que la justicia celestial, tarde o temprano, caería sobre los responsables.
Así, D&C 135 y D&C 136:37–39 se convierten en un solo relato: el final trágico de dos líderes escogidos y el comienzo de una nueva era para un pueblo guiado por la fe hacia una tierra desconocida. Una parte es el lamento de los santos; la otra, la voz del Señor que da sentido al dolor y abre el camino hacia adelante. Entre ambas, queda grabada para siempre la certeza de que la Restauración continuaría, incluso después de la caída de sus primeros mártires.
Doctrina y Convenios 135:3
“José Smith fue un profeta y un testigo de Jesucristo.”
Cuando el versículo 3 de Doctrina y Convenios 135 declara que José Smith “ha hecho más, salvo Jesús solamente, por la salvación de los hombres en este mundo”, no es una frase para la comparación, sino para la comprensión. Es un intento solemne de John Taylor por describir, con el lenguaje humano más elevado posible, la magnitud de lo que José Smith fue para la Restauración. Detrás de esas palabras hay historia, dolor y un testimonio ardiente: José Smith fue un profeta y un testigo de Jesucristo, y toda su vida —y su muerte— lo certifican.
Desde su juventud, José proclamó haber visto al Padre y al Hijo, no como un símbolo, ni como una metáfora, sino como una realidad viva. Aquella visión lo definió para siempre. A partir de ese momento, todo en él se convirtió en un acto de testimonio: la traducción del Libro de Mormón, las revelaciones recibidas, la restauración del sacerdocio, la organización de la Iglesia, los testimonios públicos y privados, y su disposición final a enfrentar el martirio. No vivió protegido por circunstancias cómodas; vivió perseguido, acosado, calumniado y finalmente asesinado por causa de aquello que afirmó haber visto con sus propios ojos.
Cuando John Taylor escribe esta sección, lo hace como un amigo herido y como un apóstol que había estado al lado de José en las horas finales. Él sabía, mejor que nadie, que José no solo enseñaba de Cristo: vivía y sufría como testigo de Cristo. Cada proyecto, cada sacrificio, cada paso de su vida llevaba la huella de ese llamado profético. José hablaba de Jesucristo como alguien real porque así lo experimentó. Lo obedeció, lo siguió, y su vida se convirtió en una invitación para que otros lo conocieran.
El versículo 3 resalta que José “selló su misión con su sangre,” un lenguaje que evoca a los antiguos profetas que entregaron la vida por su testimonio. Su muerte no fue un accidente histórico; fue el último acto de fidelidad a la misión que el Señor le había encomendado. En Carthage no murió un político, ni un líder ambicioso, ni un agitador social. Murió un profeta, y su muerte fue el sello final de que su obra no era humana, porque ninguna obra humana habría sobrevivido a Carthage. Su sacrificio fortaleció la fe de los santos y confirmó ante el mundo que la Restauración no dependía de un hombre, sino del Cristo resucitado que la había iniciado.
Así, este versículo no solo honra a José Smith, sino que apunta directamente a Jesucristo. Es un recordatorio de que detrás de toda revelación, todo templo, toda ordenanza, toda doctrina restaurada, está la mano del Salvador. José fue la voz, pero Cristo fue el mensaje. José fue el mensajero, pero Cristo fue el autor. Y en ese equilibrio sagrado descansa la verdad profunda del versículo: el valor de José proviene de Aquel a quien representó.
Por eso, cuando leemos D&C 135:3, no estamos recordando simplemente la grandeza de un hombre, sino la grandeza del testimonio que dio de Jesucristo. En su vida, José declaró que Cristo vive; en su martirio, lo confirmó. Y hoy, cada vez que repetimos su historia, volvemos a oír el eco de su misión profética: “Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”
Puntos clave de Doctrina y Convenios 135:3
1. José Smith dedicó toda su vida a dar testimonio de Cristo El versículo muestra que José no fue un líder común ni un reformador más: desde la Primera Visión hasta su martirio, su vida fue un testimonio viviente de Jesucristo. Todo lo que hizo —traducciones, revelaciones, predicación, organización de la Iglesia— lo realizó porque estaba convencido de que Cristo lo había llamado personalmente.
2. Su obra restauradora apuntó siempre al Salvador El pasaje recuerda que José hizo “más, salvo Jesús solamente”, por la salvación de los hombres. Estas palabras subrayan que el gran valor de José proviene de la misión que Cristo le dio: restaurar Su Evangelio, Su autoridad y Su Iglesia. Su obra dirige la mirada del mundo hacia Cristo, no hacia sí mismo.
3. Su sacrificio final confirma la veracidad de su testimonio José selló su misión “con su sangre”. No murió por ambición, poder o conveniencia; murió defendiendo aquello que había dicho haber visto: al Padre y al Hijo. Su martirio se convierte en la evidencia última de su sinceridad y lealtad a Jesucristo. Un impostor no muere por su mentira; un testigo verdadero sí está dispuesto a morir por su verdad.
4. El legado de José acerca al mundo al Jesucristo viviente El versículo destaca que gracias a la obra de José, millones han llegado a conocer al Salvador con más claridad:
- un Cristo con autoridad real,
- un Cristo que dirige Su Iglesia,
- un Cristo que habla hoy,
- un Cristo que salva con poder.
La vida de José se convierte en un puente hacia el Cristo resucitado.
5. Su misión demuestra que Cristo sigue actuando en la tierra La frase del versículo implica que la Restauración no es un evento humano, sino evidencia de que Jesucristo sigue revelándose, guiando y edificando Su obra. José es un testigo porque su ministerio confirma que Cristo está activo y cercano, no distante ni silencioso.
Doctrina y Convenios 135:3 nos recuerda que José Smith vivió, trabajó, predicó y murió como testigo de Jesucristo. Su vida fue un reflejo de la realidad del Salvador, y su sacrificio un sello final que confirma que la Restauración es verdadera. Gracias a él, comprendemos mejor al Cristo vivo que guía a Su pueblo hoy.
¿De qué manera han influido esas cosas en mí y en mi relación con el Padre Celestial y Jesucristo?
Cuando reflexiono en las verdades que enseña Doctrina y Convenios 135—especialmente sobre José Smith como profeta y testigo de Jesucristo—algo cambia en mí. No se trata solo de admirar a un líder religioso del pasado, sino de sentir, casi como un eco, la invitación a mirar más de cerca a Jesucristo mismo.
Las experiencias de José, su fidelidad, su valentía, su sacrificio y su disposición a sellar su testimonio con su propia vida, hacen que mi relación con el Salvador se vuelva más clara y más centrada. Me recuerdan que:
- Cristo realmente vive, porque José lo vio y dio su vida sin negar lo que afirmó haber presenciado.
- Cristo realmente dirige Su Iglesia, porque José no actuaba por cuenta propia, sino como instrumento.
- Cristo realmente salva, porque todo lo que José restauró apunta hacia Él, no hacia sí mismo.
Pensar en estas cosas hace que yo mismo quiera acercarme a Jesucristo con más intención. Me mueve a reflexionar sobre mi propio testimonio:
¿Estoy dispuesto a defender lo que creo?
¿Estoy dispuesto a seguir a Cristo incluso cuando es difícil?
¿Estoy dispuesto a confiar en que Él dirige mi vida?
Y en cuanto al Padre Celestial, la vida de José me ayuda a sentir que Él es un Dios real, cercano, que escucha, responde y guía a Sus hijos. La Primera Visión, las revelaciones, los mandamientos y hasta las pruebas que José enfrentó testifican que el Padre sigue actuando en la vida de las personas que Lo buscan sinceramente.
Al considerar todo eso, siento que mi relación con el Padre se vuelve más confiada. Es más fácil creer que Él me entiende, que me ve, que tiene un propósito para mí, igual que lo tuvo para José. Su plan se vuelve más personal, más cercano y más lleno de esperanza.
En resumen, las verdades enseñadas en D&C 135 no solo hablan de un profeta.
Hablan de mi relación con Dios, porque me recuerdan que:
- Dios está presente.
- Cristo ama y dirige.
- La verdad vale cualquier sacrificio.
- Los convenios son reales.
- Mi vida tiene un propósito en el plan divino.
Y con cada una de esas ideas, siento que mi corazón se vuelve un poco más humilde, más agradecido y más dispuesto a seguir al Salvador con fe, como José lo hizo.
¿Qué dirías a fin de fomentar la fe en Cristo y en Su Evangelio restaurado?
Si pudiera ofrecer una sola invitación para fortalecer la fe en Jesucristo, sería esta: vuélvete a Él tal como eres, y permite que Él te muestre quién puede ayudarte a llegar a ser.
No necesitas una vida perfecta para comenzar a creer. No necesitas un entendimiento total para dar un paso inicial. Cristo no pide que traigamos pureza; pide que traigamos honestidad. Él no requiere fortaleza previa; promete darnos fortaleza conforme confiamos en Él. Su gracia no llega cuando terminamos el viaje, sino cuando lo empezamos.
La fe en Cristo crece cuando hacemos cosas pequeñas pero constantes:
- Abrimos el corazón en oración, aunque no sepamos qué decir.
- Leemos una página de las Escrituras, aunque al principio parezcan difíciles.
- Escuchamos la voz del Espíritu, aunque sea suave.
- Servimos a alguien, aunque sea un gesto humilde.
En esas cosas sencillas, Cristo se hace presente. Y cuando Él se hace presente, la fe deja de ser un concepto y se convierte en relación.
Y respecto al Evangelio restaurado, diría esto:
La Restauración no se trata solamente de historia, ni de doctrinas profundas, ni de eventos milagrosos del siglo XIX. Todo eso es importante, pero su esencia es más simple y más personal: Dios sigue hablando hoy.
Eso cambia todo.
Significa que el cielo no está cerrado, que las oraciones no van al vacío, que las preguntas tienen respuestas, que el propósito existe, que la verdad no se ha perdido.
Significa que Cristo no es un recuerdo, sino un guía.
Significa que el Padre no está distante, sino atento.
La Restauración es la evidencia moderna de que Dios sigue siendo Dios: cercano, amoroso, paciente y profundamente interesado en cada uno de Sus hijos.
Si alguien quiere comenzar o renovar su fe, le diría:
Prueba. Vuelve a intentarlo. Acércate un paso. Cristo hará el resto.
La fe en Él no se construye de una vez; se teje día a día, oración a oración, experiencia a experiencia. Y a quienes perseveran, Él les concede una certeza que no depende de circunstancias, sino de Su presencia viva.
¿Qué verdades han captado tu atención?
Varias verdades espirituales destacan con fuerza y claridad cuando reflexiono en Jesucristo, en la Restauración y en el sacrificio de José Smith. Cada una tiene un peso propio, pero juntas forman un mensaje poderoso de esperanza y redención.
1. Jesucristo está vivo y continúa guiando a Sus hijos.: No es solo un personaje histórico ni una figura simbólica. Es real, personal, cercano. La Restauración —desde la Primera Visión hasta nuestros días— grita esta verdad: Cristo no terminó Su obra en los días de los apóstoles; la continúa hoy.
Esa idea, simple y profunda, transforma todo.
2. Dios habla todavía.: La Primera Visión no fue un evento aislado, sino la declaración explícita de que los cielos están abiertos. Cada revelación en Doctrina y Convenios es evidencia de un Dios que no ha dejado de comunicarse.
Saber que Dios aún tiene voz me llena de confianza: no estamos solos, no estamos sin guía, no estamos sin luz.
3. José Smith realmente vio lo que dijo haber visto.: El precio que pagó —su vida misma— es un testimonio fuerte y silencioso de su sinceridad. Su constancia, incluso frente al martirio, refuerza una verdad impresionante:
los profetas verdaderos sufren, perseveran y mueren por lo que han visto.
Eso hace que su testimonio apunte, no a él, sino a Cristo.
4. La verdad llega en respuesta a la búsqueda sincera.: Santiago 1:5 y la experiencia de José enseñan un principio eterno:
cuando el ser humano pregunta con humildad, Dios responde con poder.
Esta verdad me inspira a creer que cualquier persona que busque a Dios lo encontrará—no por casualidad, sino por promesa.
5. El Evangelio restaurado es profundamente coherente con el amor de Dios.: Las ordenanzas, los templos, el plan de salvación, la revelación moderna… todo tiene un hilo común: nuestro Padre Celestial está haciendo todo lo posible para acercarnos a Él.
Esa verdad cambia la manera en que veo la vida: no como una prueba fría, sino como un proceso guiado por un Padre amoroso.
6. La fe se fortalece al actuar, no solo al creer.: Este principio, repetido en las revelaciones modernas, enseña que la fe se enciende cuando la ejercemos.
La luz llega caminando, no esperando.
El testimonio crece sirviendo, no observando.
En conjunto, estas verdades me enseñan que:
- Dios está cerca.
- Cristo vive y guía.
- La Restauración es real.
- La revelación continúa.
- La verdad se recibe mediante el deseo sincero.
- El sacrificio de los profetas tiene un propósito eterno.
Y todo esto me invita a una conclusión simple pero transformadora:
vale la pena creer, vale la pena buscar, vale la pena seguir a Jesucristo.
¿De qué modo nos ayudan esas verdades a entender al Salvador y a acercarnos más a Él?
Cada una de esas verdades actúa como una especie de puente espiritual que nos lleva directamente a Jesucristo. No son ideas aisladas ni doctrinas frías; son ventanas que revelan Su carácter, Su amor y Su forma de obrar entre nosotros.
1. Saber que Cristo vive hace que la relación se vuelva personal: Cuando comprendemos que Jesucristo está vivo, no solo resucitó hace dos mil años sino que actúa hoy, nuestra fe deja de ser teoría y se convierte en relación.
Él no es un recuerdo; es un Compañero.
No es un símbolo; es un Salvador real que oye, guía y responde.
Esa simple verdad cambia la manera de orar, la manera de obedecer y la manera de confiar.
2. Saber que Dios habla todavía demuestra que Cristo tiene algo que decirnos hoy: La revelación continua nos enseña algo precioso sobre el Salvador:
Él no ha terminado de hablarnos.
No dependemos de ecos del pasado; tenemos Una Voz viva que se interesa por nuestras luchas actuales, nuestras preguntas actuales, nuestras familias actuales.
Eso nos acerca porque nos hace sentir vistos, conocidos y profundamente amados.
3. El testimonio de José Smith ilumina la identidad divina de Cristo: Cuando José afirma haber visto al Padre y al Hijo, y cuando está dispuesto a morir antes que negar esa experiencia, su vida se convierte en un faro que apunta directamente hacia Jesús.
Su sacrificio confirma que Cristo realmente es quien dijo ser:
- el Hijo del Padre,
- el Redentor,
- el Dios Viviente.
Eso fortalece nuestra confianza en Él, porque no seguimos un mito, sino un Señor real.
4. La verdad revelada crece al actuar, igual que le ocurría a los discípulos del Nuevo Testamento:
Las revelaciones enseñan que la fe se fortalece caminando.
Al actuar, Cristo nos envía luz.
Al obedecer, Él multiplica la fe.
Al dar un paso, Él abre un camino.
Así aprendemos que el Salvador no solo salva del pecado: salva del miedo, del estancamiento, de la duda, del desánimo, y lo hace mientras caminamos con Él.
Eso lo vuelve cercano, no distante.
5. El plan del Evangelio restaurado revela que Cristo es constante, misericordioso y progresivo: Cada doctrina restaurada —el templo, los convenios, el plan de salvación, la moral eterna— pinta un retrato más completo del Salvador:
- Un Cristo que no abandona a nadie.
- Un Cristo que quiere elevarnos, no solo perdonarnos.
- Un Cristo que nos acompaña en un proceso, no en un instante.
Cuanto más entendemos Su obra, más sentimos Su amor.
Al final, estas verdades nos acercan a Cristo porque nos revelan quién es Él:
- Un Dios vivo.
- Un Maestro paciente.
- Un Salvador cercano.
- Un Guía que continúa hablando.
- Un Amigo que no nos deja solos.
- Un Redentor dispuesto a caminar con nosotros paso a paso.
Y cuando entendemos quién es Él, entonces entendemos quiénes podemos llegar a ser nosotros.
Estas verdades nos acercan porque nos permiten confiar. Y confiar es el corazón mismo de la fe.
Conclusión Final
Al contemplar Doctrina y Convenios 135:3, la figura de José Smith emerge no solo como un profeta de otro siglo, sino como un testigo vivo cuya voz aún resuena en el corazón de quienes buscan a Jesucristo. Su vida, marcada por revelaciones, sacrificio y una fidelidad inquebrantable, no pretende glorificarlo a él, sino señalar al Salvador con una claridad que transforma. Cada página que tradujo, cada doctrina que restauró, cada paso que dio hacia Carthage, declara lo mismo: Cristo vive, Cristo habla, Cristo guía.
El impacto de estas verdades no se queda en la historia. Toca la vida personal. Comprender que José entregó todo por lo que dijo haber visto—y que nunca retrocedió—hace que la realidad del Salvador se vuelva más cercana. Su sacrificio ilumina al Cristo resucitado que extiende Su mano hacia cada uno de nosotros hoy. Y en ese reconocimiento, nuestra fe se despierta, nuestra confianza se profundiza y nuestro deseo de seguir a Cristo se vuelve más genuino.
Las verdades de la Restauración—cielos abiertos, revelación continua, convenios reales, un Dios que responde—no solo enseñan sobre lo divino: nos conectan con lo divino. Nos muestran a un Salvador vivo que nos acompaña, que nos instruye, que nos perdona y que nos invita a caminar con Él, paso a paso.
Así, D&C 135:3 no es solo un homenaje al profeta que dio su vida, sino un recordatorio vivo de Aquel por quien él vivió y murió. Es un llamado suave pero firme a mirar a Jesucristo, a confiar en Su poder, a escuchar Su voz y a permitir que Su luz transforme nuestro propio camino.
En última instancia, la Restauración y la vida de José Smith convergen en un solo mensaje poderoso: Jesucristo es real, Su Evangelio es verdadero, y Él sigue invitándonos a venir a Él.
Diálogo de Doctrina y Convenios 135:3
Tema: “José Smith fue un profeta y un testigo de Jesucristo.”
Juan: Marta, estaba leyendo Doctrina y Convenios 135:3 y me sorprendió la frase que dice que José Smith “ha hecho más, salvo Jesús solamente, por la salvación de los hombres”. Siempre me pregunté qué significa realmente eso.
Marta: Mucha gente piensa que es una comparación, pero no lo es. Es una forma de expresar la magnitud de lo que José Smith hizo para que la Restauración ocurriera. Su vida entera fue un testimonio de Jesucristo.
Juan: ¿A qué te refieres cuando dices que toda su vida fue un testimonio?
Marta: Desde la Primera Visión, José vivió para declarar lo que había visto: al Padre y al Hijo. Todo lo que vino después—el Libro de Mormón, las revelaciones, el sacerdocio, la Iglesia, los templos—fue parte de ese testimonio. Nunca retrocedió, ni siquiera cuando fue perseguido o finalmente asesinado.
Juan: Entonces su vida no fue cómoda, ¿verdad?
Marta: Nada cómoda. Fue una vida de sacrificio constante. Pero ese mismo sacrificio confirma que él creía profundamente en lo que decía.
Juan: La frase “selló su misión con su sangre” siempre me impresionó. ¿Por qué es tan importante?
Marta: Porque solo alguien absolutamente sincero moriría antes que negar su testimonio. José no murió por ambición ni por política; murió defendiendo lo que afirmó haber visto. Su muerte da peso, profundidad y verdad a su misión profética.
Juan: Es como los profetas antiguos, ¿no? Muchos dieron la vida por su testimonio.
Marta: Exactamente. José se suma a esa larga línea de testigos fieles.
Juan: Pero algo me llamó la atención: este versículo parece hablar mucho de José, ¿no crees?
Marta: A primera vista sí, pero en realidad apunta directamente a Cristo. José fue el mensajero; Cristo fue el autor. Todo lo restaurado—las ordenanzas, los templos, el sacerdocio—son evidencia de que Jesucristo vive y dirige Su Iglesia.
Juan: Entonces hablar de José es, en realidad, hablar de Cristo.
Marta: Exacto. El valor de José proviene de Aquel a quien representó.
Juan: ¿Y cómo nos afecta todo esto a ti y a mí?
Marta: Para mí, fortalece mi relación con el Salvador. Me hace sentir que Cristo es real, porque José dio su vida sin negarlo. Y también me ayuda a confiar más en el Padre Celestial: si Él guió a José, también puede guiarnos a nosotros.
Juan: A mí me inspira a querer tener un testimonio más firme. Me pregunto si estaría dispuesto a defender mis creencias como él lo hizo.
Juan: ¿Y qué dirías a alguien que quiere aumentar su fe en Cristo?
Marta: Que empiece donde esté. Que busque a Cristo con sinceridad: orando, leyendo, sirviendo. La fe crece al actuar, no solo al pensar.
Juan: Eso me gusta… es sencillo pero profundo.
Marta: Así es el Evangelio restaurado: sencillo, pero lleno de luz.
Juan: De lo que hemos hablado, ¿qué verdades te parecen las más importantes?
Marta: Muchas… pero destacaría estas:
• Cristo vive y sigue hablando.
• Dios responde al que busca con humildad.
• El Evangelio restaurado es real y coherente con el amor del Padre.
• La fe crece cuando actuamos.
• El sacrificio de los profetas apunta siempre a Cristo.
Juan: Entonces todas esas verdades son como caminos que nos llevan directamente al Salvador.
Marta: ¡Exactamente! Eso es lo hermoso: entender estas verdades nos acerca más a Él.
Juan: En resumen, este versículo me hace ver que José Smith no solo fue un líder religioso, sino un verdadero testigo de Jesucristo.
Marta: Y que su vida y su muerte nos recuerdan que Cristo vive, que Su Evangelio es verdadero y que el cielo sigue abierto para quienes lo buscan.
Juan: Gracias, Marta. Creo que entender esto hace que mi fe se sienta más real, más viva.
Marta: Esa es la invitación del Evangelio restaurado: volvernos a Cristo y permitir que Él nos transforme.
Doctrina y Convenios 136
“Puedo ayudar a cumplir la voluntad del Señor al seguir Su consejo”
Doctrina y Convenios 136 es mucho más que una simple instrucción logística para un pueblo que debía cruzar las planicies hacia un nuevo hogar; es un modelo espiritual para todos los que, en su propio camino, desean cumplir la voluntad del Señor. En este mandamiento dado por medio del profeta Brigham Young, el Señor revela un principio eterno: Su obra avanza cuando Su pueblo escucha Su consejo y lo pone en práctica con fe, humildad y unidad.
Desde el primer versículo, el Señor establece un patrón:
“El modo de proceder de mi pueblo… será organizado.”
No es casualidad que el primer mandamiento sea la organización. El Señor enseña que Su obra se realiza mejor cuando nos alineamos con Su orden, no con nuestras improvisaciones. Seguir Su consejo significa confiar en Su sabiduría para dirigir nuestros pasos, incluso cuando no entendemos plenamente el camino por delante. Así como los pioneros no sabían con exactitud lo que enfrentarían, nosotros tampoco siempre conocemos las pruebas o bendiciones que se aproximan.
El Señor también instruye a Su pueblo a cuidar los unos de los otros, a cargar las cargas de forma compartida, a hacer convenios de ayuda y apoyo mutuo. Este consejo es profundo: cumplimos la voluntad del Señor no sólo al obedecer personalmente, sino al ayudar a otros a vivir y perseverar en esa misma obediencia.
Al seguir Su consejo—servir, compartir, caminar juntos—el pueblo avanzó hacia Sion.
En los versículos 31–33, el Señor recuerda la razón de Su consejo:
“Mi pueblo debe ser probado en todas las cosas, para ver si permanecen en mi convenio.”
No es prueba por castigo, sino por preparación. Los mandamientos del Señor no limitan; protegen. No complican; guían. El Señor da consejo para que Su pueblo no naufrague en el desierto de la vida, sino que avance seguro hacia su tierra prometida.
Así, Doctrina y Convenios 136 nos enseña que la voluntad del Señor se cumple cuando yo tomo Su consejo como guía diaria, cuando confío más en Su sabiduría que en mis impulsos, cuando sigo Su orden en lugar de mis atajos, y cuando apoyo a Sus hijos como parte de mis propios convenios.
Hoy, igual que los pioneros, cada uno de nosotros camina hacia su propio “Valle de Sion”—un hogar, una familia, un testimonio firme, una vida consagrada. Ese viaje sólo se logra si seguimos Su consejo con fe constante. Cuando lo hacemos, no solo hallamos la voluntad del Señor: nos convertimos en instrumentos para cumplirla.
Puntos claves de Doctrina y Convenios 136
1. El Señor guía a Su pueblo cuando este está dispuesto a escuchar Su consejo: El Señor siempre está dispuesto a revelar Su voluntad, pero la clave es nuestra disposición a escuchar. En esta sección, Él no improvisa ni deja a los santos a su suerte: les entrega instrucciones específicas para su jornada. Esto enseña que el Señor no sólo inspira, sino que dirige con claridad cuando Su pueblo lo busca humildemente. Al igual que los pioneros, yo recibo dirección cuando estoy atento a Sus impresiones, a las palabras de los profetas y al susurro del Espíritu. Cumplir Su voluntad empieza al inclinar el corazón para escuchar.
2. Seguir el consejo del Señor requiere orden, obediencia y unidad: El Señor pide que la compañía sea organizada en grupos de cien, cincuenta y diez, con responsabilidades claras. Para Él, el orden no es una preferencia estructural, sino una ley celestial. Este principio nos muestra que la obediencia no es accidental, sino intencional, y que Su obra progresa cuando dejamos a un lado la improvisación y adoptamos Su orden. Asimismo, la unidad se convierte en un requisito: sólo un pueblo unido puede soportar las pruebas del camino. Cuando trabajo con otros en armonía y me someto al consejo divino, contribuyo a que la voluntad del Señor se cumpla sin impedimentos.
3. El Señor manda que Su pueblo se cuide mutuamente: En esta revelación, el Señor habla del deber de compartir cargas: cuidar a los débiles, ayudar a los pobres, consolar a los que lloran. Servir es parte del patrón divino. El Señor no concibe un discipulado aislado. Cumplo Su voluntad no solo al obedecer personalmente, sino al facilitar que otros también puedan obedecer. Cada acto de apoyo, cada esfuerzo por levantar a otro, se convierte en un acto de consagración. En la travesía hacia la Sion prometida, nadie avanza solo; y para el Señor, ayudar a un hermano a caminar es tan importante como caminar uno mismo.
4. El Señor enseña que las pruebas forman parte del camino hacia Sus promesas: “Mi pueblo debe ser probado en todas las cosas”, dice el Señor. Esta frase redefine las dificultades: las convierte en oportunidades de crecimiento, refinamiento y revelación personal. El Señor no envía pruebas para destruir, sino para pulir. Cuando recibo una prueba como una experiencia instruida por Dios, descubro verdades sobre mí mismo, sobre mi fe y sobre Cristo. Seguir el consejo del Señor durante la tribulación convierte el desierto en un aula espiritual.
5. Cumplimos Su voluntad cuando caminamos con fe, no con miedo: Los pioneros avanzaron hacia lo desconocido, confiando únicamente en las revelaciones recibidas. Así ocurre también conmigo: a menudo no conozco el resultado, pero sí conozco la voz que me guía. Caminar con fe significa actuar incluso cuando el camino es incierto, confiando en que el Señor ya está en el futuro preparando bendiciones. El miedo paraliza, pero la fe mueve montañas. Cada paso dado con confianza en Su consejo demuestra que deseo verdaderamente cumplir Su voluntad.
6. El consejo del Señor no sólo guía el viaje físico, sino el viaje espiritual: Aunque esta sección instruye sobre la migración a través de las planicies, los principios que contiene trascienden lo geográfico. El Señor da consejos aplicables a la vida diaria: cómo relacionarnos, cómo organizarnos, cómo perseverar, cómo mantenernos espiritualmente fuertes. Esto enseña que el Señor no solo guía “grandes viajes” sino el día a día de nuestro discipulado. Al seguir Su consejo en decisiones pequeñas —cómo trato a mi familia, cómo guardo convenios, cómo uso mi tiempo— transformo mi vida ordinaria en un recorrido sagrado.
7. La voluntad del Señor se cumple cuando yo pongo en práctica Sus mandamientos: Escuchar Su consejo no es suficiente; la diferencia está en actuar. El Señor bendice a los que hacen, no sólo a los que oyen. Los santos lograron llegar a su destino porque ejecutaron lo que Él mandó: organizarse, caminar, compartir, perseverar. Siguiendo su ejemplo, cumplo la voluntad del Señor cuando traduzco Sus palabras en acciones concretas: servir, orar, arrepentirme, consagrar tiempo, guardar convenios. Cada acto de obediencia, por pequeño que parezca, abre espacio para que el Señor realice Su obra en mí.
8. Al seguir Su consejo, recibo fortaleza, protección y dirección divina: El Señor prometió a Su pueblo que Su presencia iría con ellos, que los fortalecería y que los sostendría en aflicción. Esa promesa sigue vigente hoy. Cuando sigo Su consejo, me coloco debajo de Su amparo. Las decisiones guiadas por revelación traen paz, claridad y poder espiritual. Así como los pioneros fueron guiados a través de desiertos, yo también soy guiado a través de mis propias pruebas y caminos inciertos. La obediencia me conecta con el poder divino, y ese poder me transforma.
¿Qué consejo encuentras que pueda ayudar a convertir una prueba difícil de tu vida “en una importante experiencia espiritual”?
Un principio poderoso que surge de Doctrina y Convenios 136 es este: “Recibid todas las cosas con paciencia y con fe en que el Señor obra para vuestro bien.” (Ver D. y C. 136:31)
Ese versículo contiene un consejo que transforma pruebas en experiencias espirituales:
- Recibir la prueba en vez de resistirla: El Señor dijo: “Mi pueblo debe ser probado en todas las cosas.”
No porque Él disfrute del dolor, sino porque cada prueba tiene potencial divino. Cuando acepto que una prueba no es sólo un obstáculo sino un maestro, mi corazón se abre a aprender lo que el Señor quiere enseñarme. - Ver la mano del Señor en medio de la dificultad: El consejo del Señor en la sección 136 enfatiza Su cercanía:
Él promete guiar, proteger, consolar y fortalecer a Su pueblo.
Cuando yo me detengo y pregunto:
“¿Qué está haciendo el Señor por mí en este momento?”, mi perspectiva cambia. En vez de ver la prueba como castigo, la veo como una oportunidad para sentir Su presencia. - Mantener la fe mientras persevero: El consejo no es “entiéndelo todo”, sino “camina con fe”.
La fe permite que incluso una experiencia dolorosa se convierta en algo sagrado porque me obliga a depender menos de mí y más de Cristo. Las pruebas que me llevan a orar, buscar revelación y confiar en Él siempre se vuelven espiritualmente significativas. - Servir y apoyar a otros aun en la aflicción: Un principio clave de la sección 136 es el apoyo mutuo:
“Ayudaos los unos a los otros.”
Sorprendentemente, servir durante la prueba cambia mi corazón. El servicio suaviza el dolor, amplía la perspectiva y hace que el Espíritu repose más abundantemente. Una aflicción vivida en amor deja huellas eternas. - Recordar que las pruebas son temporales, pero el crecimiento es eterno: El Señor enseñó a los pioneros que Sus mandamientos —y sus pruebas— los estaban llevando a la “tierra prometida”.
Del mismo modo, cuando entiendo que la prueba es un puente y no un destino, encuentro esperanza.
Las experiencias más duras suelen ser las que más me han moldeado espiritualmente.
La clave para convertir una prueba difícil en una experiencia espiritual importante es recibirla con fe, buscar la mano del Señor, perseverar con paciencia, servir a otros y recordar que Dios está moldeando mi alma, no destruyéndola.
Conclusión final:
Doctrina y Convenios 136 nos recuerda que el Señor no sólo dirige grandes movimientos de Su pueblo, sino también los movimientos íntimos del corazón de cada discípulo. Esta revelación, dada en un momento de incertidumbre y cansancio, revela un Dios que guía paso a paso, que organiza, que consuela, que instruye y que camina junto a Su pueblo mientras este avanza hacia su propia tierra prometida.
En estas palabras encontramos un modelo eterno: cuando seguimos el consejo del Señor, Su voluntad se cumple en nosotros y a través de nosotros. No exige perfección, sino disposición; no demanda fuerza, sino fidelidad. Él nos pide orden, obediencia, unidad, servicio y fe. A cambio, ofrece Su presencia, Su protección y Su poder.
Los pioneros cruzaron desiertos físicos; nosotros cruzamos desiertos espirituales. Ellos enfrentaron vientos, frío, hambre y pérdidas; nosotros enfrentamos pruebas, dudas, temores y desafíos personales. Pero el mensaje es el mismo: quien sigue al Señor, llega al lugar donde el Señor quiere que esté.
Al vivir los principios de esta sección, nuestra vida se convierte en un viaje sagrado. Cada paso de fe, cada acto de servicio, cada obediencia humilde nos acerca más a Cristo y nos transforma en instrumentos para cumplir Sus designios.
Así como el Señor llevó a Su pueblo al valle de Sion, también puede guiarnos a nuestra propia Sion personal—un estado de paz, firmeza espiritual y comunión con Él—si confiamos en Su consejo y caminamos a la luz de Su palabra.
En Doctrina y Convenios 136 descubrimos que el Señor siempre abre camino para aquellos que están dispuestos a caminar con Él.
Historia: “El Sendero hacia la Colina de la Luz”
Daniel era un joven que llevaba meses sintiendo que su vida estaba estancada. Había perdido a un ser querido, enfrentaba dificultades económicas y, aunque oraba, todo parecía silencioso. Una noche, cansado de su propia incertidumbre, salió a caminar por el bosque detrás de su casa. Allí, sentado sobre una roca, suspiró:
—Señor… ¿qué quieres que haga?
Mientras observaba las sombras de los árboles, recordó una invitación del presidente de su rama: estudiar Doctrina y Convenios 136 y pedir al Señor dirección personal. Decidió hacerlo al día siguiente.
Cuando abrió la revelación y comenzó a leer, cada versículo parecía hablarle directamente:
Daniel comprendió que no podía seguir viviendo al azar, esperando que las cosas cambiaran sin poner orden en su vida. Decidió establecer prioridades espirituales y temporales: oración, estudio constante y un plan de acción para sus responsabilidades.
Esto lo tocó profundamente. En sus dificultades, se había replegado sobre sí mismo. Entendió que servir podía ser parte de su sanación. Ese mismo día se ofreció a ayudar a una familia que necesitaba mudarse. Al levantar cajas y escuchar a los niños reír, una luz suave empezó a llenar su corazón.
Al leer esto, Daniel no sintió reproche, sino consuelo. Su prueba no significaba abandono. Era un proceso, una escuela espiritual. Por primera vez en meses, aceptó su aflicción como una oportunidad para aprender del Señor.
Estas palabras se convirtieron en su lema. Daniel decidió confiar más en las impresiones del Espíritu, aun cuando el camino no estuviera completamente claro.
Con el paso de las semanas, Daniel sintió que el Señor lo estaba guiando, no con respuestas inmediatas, sino con pequeños impulsos diarios:
—Llama a tu obispo.
—Pregunta cómo puedes servir.
—Ve al templo.
—Perdona esa ofensa.
—Sé paciente hoy.
Poco a poco, su corazón se fue aclarando. El temor que lo atormentaba comenzó a disiparse. No habían desaparecido sus problemas, pero ahora tenía dirección. Estaba caminando con el Señor, no solo hacia Él.
Un domingo temprano, después de semanas siguiendo los pequeños consejos del Señor, Daniel decidió volver al bosque donde había orado aquella noche. Caminó hasta la misma roca, pero esta vez subió un poco más arriba, hasta una loma que no había explorado antes. Desde allí, el amanecer iluminaba todo el valle.
Sentado, sintió un pensamiento claro y suave:
“Porque seguiste mi consejo, he estado contigo. Este camino difícil se convirtió en tu sendero de luz.”
De repente, comprendió algo:
Lo que había cambiado no era su entorno, sino su corazón. El Señor lo había guiado exactamente como había guiado a Su pueblo en Doctrina y Convenios 136—paso a paso, con orden, con servicio, con paciencia y con fe.
Daniel se levantó, respiró profundamente y sonrió.
Había aprendido que:
- El Señor siempre da consejo cuando uno está dispuesto a escuchar.
- La ayuda a otros trae luz incluso en los propios desiertos.
- Las pruebas no destruyen cuando se viven de la mano del Salvador.
- La fe constante, aun en pasos pequeños, abre el camino hacia la paz.
Mientras descendía la colina, se sintió más ligero.
Ya no caminaba solo.
Estaba avanzando hacia su propia “Sion”, guiado por la voz suave del Señor.
Diálogo: “Caminar con Luz”
Marta y Juan están sentados en un banco del parque, conversando después de la reunión sacramental. Marta ha estado pasando por momentos difíciles y decidió pedir consejo.
Marta: Juan, he estado leyendo Doctrina y Convenios 136… pero no sé cómo aplicar eso de “seguir el consejo del Señor” cuando mi vida está tan llena de problemas. Siento que estoy caminando a oscuras.
Juan: Te entiendo más de lo que imaginas. ¿Conoces la historia de Daniel? La que mencionaron en la clase de hoy.
Marta: Sí… el joven que atravesaba una prueba fuerte y que encontró dirección al seguir los consejos del Señor. ¿Qué fue lo que más te llamó la atención?
Juan: La manera en que su camino no cambió de inmediato, pero su corazón sí. El Señor no le quitó las pruebas, pero lo guió paso a paso. Eso es exactamente lo que enseña Doctrina y Convenios 136: que Él nos da consejo suficiente para avanzar un tramo a la vez.
Marta: Me cuesta eso… siempre quiero ver todo el camino. Quiero saber cómo terminará todo.
Juan: A los pioneros tampoco se les mostró el camino completo. El Señor les dijo cómo organizarse, cómo ayudarse, cómo avanzar… y ellos simplemente obedecieron en pequeños pasos.
Y llegó un momento en que miraron hacia atrás y se dieron cuenta: “No estábamos solos.”
Marta: Entonces, ¿seguir Su consejo es confiar incluso cuando no estoy segura de nada?
Juan: Exacto. Y también significa hacer las cosas sencillas que Él pide: poner orden en tu vida, servir a otros, aceptar que las pruebas nos enseñan, mantenerte unida a los que te aman.
El Señor no te está pidiendo que corras… sólo que camines con Él.
Marta: Eso me gusta… caminar con Él. A veces siento que el camino es demasiado oscuro.
Juan: ¿Recuerdas la ilustración de Daniel?
Esa luz suave que nunca lo abandonó… no eliminaba todas las sombras, pero sí iluminaba lo suficiente para dar un paso más.
Así es el consejo del Señor. No siempre aclara todo, pero siempre te muestra lo próximo que debes hacer.
Marta: Entonces… si sigo esas impresiones, aunque sean pequeñas, ¿de verdad puedo cumplir la voluntad del Señor?
Juan: No sólo eso. Su voluntad se cumplirá en ti.
El Señor convierte cada paso de fe en un paso de luz.
Y un día, igual que Daniel, mirarás hacia atrás y dirás:
“Este camino difícil se convirtió en luz porque lo caminé con el Señor.”
Marta: Gracias, Juan. Me voy con más esperanza… Creo que puedo empezar con un solo paso.
Juan: Eso es lo que Él quiere. Un paso, luego otro. Y Él te guiará a tu propia Sion.
Un análisis de Doctrina y Convenios Seccion 135
Un análisis de Doctrina y Convenios Seccion 136
“Este Será Nuestro Convenio”: Brigham Young y Doctrina y Convenios 136


























