Adán el Hombre

Adán el Hombre
Larry E. Dahl
Editado por Joseph Fielding McConkie y Robert L. Millet

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Adán: Según lo Entendieron
los Cuatro Hombres que dieron Forma
a la Cristiandad Occidental

Roger R. Keller


El objetivo original de este capítulo era analizar a Adán según se lo comprendía en la cristiandad occidental tradicional, desde el Concilio de Nicea en el año 325 de la era cristiana hasta la Restauración, que se inició en el año 1820. Pero ¿cómo es posible relatar quinientos años de pensamiento teológico sobre Adán en las tradiciones católica y protestante? Dado lo extensa que sería la lista de escritores que podrían haberlo tratado, no existía posibilidad de realizar un estudio exhaustivo al respecto.

Debería haber un modo de transmitir al lector cuál fue la creencia de la mayoría de los cristianos, sin tener que recurrir al pensamiento de una docena de destacados teólogos.

Finalmente, la respuesta resultó relativamente sencilla. En el período que nos ocupa, hay cuatro teólogos —gigantes de su época— a los cuales todo autor posterior debía remitirse. Mientras dichos autores trabajaban sobre el tema, añadieron algunas nuevas interpretaciones a la obra de estos cuatro. Por lo tanto, es preferible analizar cuidadosamente el pensamiento de estos cuatro formadores de la cristiandad occidental: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Martín Lutero y Juan Calvino, ya que la mayor parte del pensamiento teológico occidental sobre Adán —tanto entre católicos como protestantes— fue moldeada por ellos.

Agustín sentó las bases sobre las cuales se desarrolló toda la teología sistemática occidental tradicional. Fijó el modelo para los temas que serían analizados, así como también el método mediante el cual habrían de examinarse.

Tomás de Aquino dio forma a la teología católica durante siglos. Su Summa Theologiae fue el manual de estudios teológicos para prácticamente todo sacerdote católico hasta el Concilio Vaticano II en los años sesenta. Incluso ahora, no se considera serio a ningún teólogo católico que no tome en cuenta a Aquino.

Martín Lutero fue el puente entre el catolicismo y el protestantismo. Enseñó que las personas debían volver a las Escrituras y permitir que los registros hablasen nuevamente. Sus escritos son profundamente alentadores, lejos de ser áridos, y su humanidad se refleja en cada línea.

Juan Calvino fue el teólogo sistemático par excellence de la Reforma. Ordenó cada doctrina en su debido lugar. Y si bien la obra de Calvino no posee la calidez de Lutero, sí ofrece la coherencia que muchas veces falta en los escritos de este último.

Así, el catolicismo fue —y sigue siendo— profundamente influenciado por Agustín y Aquino. Incluso Lutero y Calvino tuvieron que basar sus obras sobre los cimientos que aquellos establecieron. Del mismo modo, la teología protestante no puede abrir una gran brecha entre Lutero y Calvino, sin importar la afiliación denominacional. Los escritores protestantes pueden continuar con el pensamiento de estos dos reformadores o rechazar violentamente sus posiciones, pero no podrán jamás escapar de su influencia.

Por estos motivos, exploraremos la comprensión de la cristiandad occidental sobre Adán a través de los ojos de estos cuatro hombres.

A medida que avancemos, descubriremos que cada autor estuvo influenciado por ciertos temas y supuestos contextuales que dieron forma a su manera de abordar el tópico de Adán. Agustín, por ejemplo, fue influenciado por la filosofía platónica y neoplatónica, y dedicó gran espacio en sus obras a los temas de la procreación y los castigos por el pecado. Aquino, por otra parte, utilizó a Aristóteles como el filósofo de referencia, y se enfocó fundamentalmente en explicar los conceptos de la “imagen de Dios”, la tentación y los castigos consiguientes.

En contraste, Lutero y Calvino se dedicaron principalmente a explicar la historia bíblica versículo por versículo, y así abordaron un conjunto de temas mucho más amplio. Lutero comentó extensamente sobre la “imagen de Dios”, el significado de los árboles del jardín, el matrimonio, la procreación, la tentación, las excusas de nuestros primeros padres y los castigos impuestos por su pecado. Calvino, por su parte, centró su obra principalmente en el matrimonio y los castigos divinos.

Al analizar las posturas de estos cuatro hombres, esperamos que los lectores no se limiten a buscar únicamente las diferencias entre nuestra tradición teológica de los Santos de los Últimos Días y las tradiciones de los autores aquí considerados. Es preferible reconocer las verdades sagradas que el Señor ha preservado en las tradiciones que precedieron a la Restauración. El Padre nunca deja a sus hijos sin luces de guía. La inspiración y la guía recibidas por los hombres que han escrito las obras que a continuación analizaremos sentaron las bases que permitieron que se produjera la Restauración, manteniendo ante los hijos del Señor la expiación de Jesucristo, que respondió a la transgresión de Adán y dio esperanza a la familia humana.

Para poder ver con claridad lo que hicieron estos cuatro hombres con las narraciones de las Escrituras respecto de Adán, examinaremos las opiniones de cada autor en forma individual. Como ya advertimos, no todos tratan todos los elementos del relato de Adán. Por lo tanto, abordaremos aquellos temas que, según cada autor, eran de suma importancia para su época.

SAN AGUSTÍN (354–430, ERA CRISTIANA)

De la nada

Para Agustín, Dios siempre existió, y hasta que Él creó, nada hubo además de Él. Todas las entidades creadas provinieron de la nada, por gracia de Dios, por lo que toda la creación es diferente de Dios. Dios es independiente de su creación y no requiere de su existencia para completarse. Cuántos años transcurrieron hasta que se creó al hombre, Agustín no lo sabe, pero da a entender que cuestiona la obra de creación llevada a cabo en seis días. Se pregunta si los ángeles asistieron en la Creación, pero dice que, nuevamente, no lo sabe, y por lo tanto le atribuye toda la actividad creadora a Dios. La creación es buena porque Dios ha situado todas las cosas en su lugar adecuado y les ha dado su propia armonía interna.

La creación del hombre

Al referirse a la creación del hombre, la primera preocupación de Agustín es declarar su comprensión de la “imagen de Dios” en el hombre. Así como lo hacen todos los autores que consideraremos, Agustín no concibe la imagen en términos físicos. De hecho, la imagen de Dios debe encontrarse en un alma dotada de inteligencia y razón. En esto, el hombre se asemeja a Dios y es absolutamente diferente de los demás seres creados.

Agustín deja abierta la pregunta de si esta alma fue creada antes de que Dios “la soplara” dentro del cuerpo o si fue creada en el momento mismo de “soplar el aliento”.

El tema central de Agustín se refiere al alma, y por ello sus comentarios sobre el cuerpo son limitados. No obstante, aclara que no cree que Adán haya sido creado con un cuerpo espiritual que degeneró en un cuerpo animal cuando pecó. El cuerpo fue creado del polvo de la tierra y fue vivificado por el alma, lo que lo convirtió en un “cuerpo animado por el alma”. Finalmente, podría convertirse en un “cuerpo animado por el espíritu”, preparado para vivir ante la presencia de Dios.

Mientras el alma se mantuviera relacionada con Dios, era inmortal —no por naturaleza, sino por su relación con su Creador. Por lo tanto, el alma que Dios creó de la nada, y que en consecuencia no provenía de su naturaleza divina, no estaba sujeta a la muerte en el estado original de perfección de Adán y Eva. En dicha perfección, ellos tenían el amor perfecto de Dios, no sentían deseos de pecar ni de ninguna otra cosa que no tuvieran. Deseaban lo que Dios deseaba y vivían en genuina felicidad ante Su presencia. Todo esto lo hacían por amor, y no por temor al castigo.

Eva

En preparación para su comentario sobre el tema central de la procreación, Agustín se ocupa de la relación entre Adán y Eva, y trata sobre la creación de Eva a partir de la costilla de Adán, una creación que no se llevó a cabo carnalmente, sino por el invisible poder de Dios. Eva no fue creada como Adán —es decir, del polvo de la tierra— sino del mismo material de Adán. Esto se hizo con el fin de que hubiera una unión en sociedad, un vínculo armonioso de afecto familiar entre toda la progenie de Adán.

Al crear a Eva a partir de Adán, Dios demostró cuán estrecho debía ser el vínculo entre marido y mujer. La esposa es la asistente indispensable de Adán, sin la cual no podría haber generación de ningún tipo.

Procreación

Pero, ¿podría esa generación producirse en el jardín antes de que el hombre cayera? La respuesta de Agustín es un rotundo ¡sí! A Adán y a Eva no se les ordenó hacer lo que no podían cumplir cuando se les dijo que se multiplicaran y llenaran la tierra. Dios creó dos sexos con el objeto de la procreación. Los hijos formaban parte de la gloria del matrimonio, y Adán y Eva podrían haber tenido descendencia sin pasar por dolores de parto ni por la muerte. Si alguien dijera que esa generación no podría haber tenido lugar antes de la Caída, estaría afirmando que el pecado era necesario para completar la totalidad de santos que Dios deseaba que existieran.

El acto procreativo podría haberse realizado sin lujuria. Habría sido un acto motivado por la voluntad y por la razón, aquellas facultades en las que el hombre ostenta la imagen de Dios. La fertilización se habría producido de manera distinta a la actual, ya que la mujer habría permanecido virgen. “Para asegurarse, la semilla podría introducirse por la misma vía por donde se despide la menstruación.” Así, la procreación fue un objetivo fundamental por el cual el hombre y la mujer fueron creados.

La tentación

Habiendo establecido cómo habría sido la vida si Adán no hubiera caído, Agustín se refiere a lo que ocurrió con la vida humana como resultado de la Caída. Al tratar la tentación de nuestros primeros padres, su preocupación fundamental es proteger a Dios de toda sospecha de haber creado a Adán y Eva como seres imperfectos o viles. Ellos no pecaron por ser viles por naturaleza, sino porque el ataque de Satanás fue diseñado para instilar en ellos insatisfacción respecto de lo que poseían, conduciéndolos así al pecado.

No obstante, la voluntad de pecar fue inducida en ellos por Satanás, no por Dios. Lo que convirtió a la voluntad en vil —y, a su vez, en pecado— fue su separación de la voluntad de Dios. Adán y Eva se volvieron orgullosos y se alejaron de Dios: se antepusieron a Él. Escucharon complacidos la promesa de Satanás: “Serás como un dios.”

Satanás atacó primero a Eva porque no creía que Adán pudiera ser persuadido fácilmente de manera directa. Así, se acercó al más débil de los dos, pensando que sería más sencillo corromper a Adán a través de Eva. Eva fue engañada por la incitación de Satanás, a diferencia de Adán. No obstante, Adán no pudo soportar la idea de estar separado de su esposa y, por lo tanto, pecó, siendo engañado únicamente respecto al juicio que se seguiría a su acción. Incluso así, también cayó, porque fue corrompido en secreto, encerrándose en sí mismo.

El pecado

El aspecto más terrible del primer pecado, según Agustín, fue que no existía razón alguna para que ocurriera. Todas las necesidades posibles de nuestros primeros padres estaban satisfechas, y el mandamiento de abstenerse de un solo árbol en todo el jardín era mínimo. “La iniquidad de violarlo fue mayor en proporción a la facilidad con la que hubieran podido cumplirlo.”

Sin embargo, tras haber ingerido el fruto, Adán y Eva llegaron a discernir entre el bien que habían perdido y el mal en el que habían caído. Reconocieron que ahora estaban desnudos de la gracia que Dios les había otorgado, y esto los condujo a la vergüenza ante su desnudez corporal —una desnudez ahora motivada por la lujuria.

Al enfrentarse con Dios por su desobediencia, no llegaron tan lejos como Caín al negar sus acciones. Por el contrario, intentaron culpar a otros por lo que ellos mismos habían hecho. En realidad, no asumieron la responsabilidad. El Señor, sin embargo, no aceptó tal racionalización. Él les había advertido cuál sería el resultado de su desobediencia, y la palabra del Señor siempre se cumple.

Los castigos

Como resultado del pecado, afirma Agustín, Dios abandonó al hombre a sus propios deseos. La carne de Adán y Eva, que antes obedecía sus voluntades, comenzó a atormentarlos con su insubordinación. Además, se decretó la pena de muerte. Originalmente, el hombre podía pasar de la vida a la inmortalidad sin tener que experimentar la muerte.

Sin embargo, al haber pecado, el hombre muere tanto en el alma como en el cuerpo. Agustín no considera estas dos muertes como simultáneas. El alma murió de inmediato, debido a su separación de Dios —por eso el Señor pregunta a Adán dónde se encuentra, para llevarlo a considerar su estado sin Dios. La muerte corporal vino más tarde (“de polvo eres…”), pero la muerte anunciada por Dios si desobedecían fue la muerte de toda la persona: cuerpo y alma.

Aunque estas muertes sean secuenciales, el juicio completo de la muerte es abarcador. Los niños pequeños están sujetos solo a la primera muerte, no a la maldición eterna:

“Y si los niños son liberados de este vínculo de pecado por gracia del Redentor, solo pueden sufrir esta muerte que separa al alma del cuerpo; pero, habiendo sido redimidos de la obligación del pecado, no pasan a la segunda muerte, infinita y penal.”

Nada de esto fue casual

Nada de esto fue casual. Dios lo previó todo. Pero Él permitió que el hombre cayera, sabiendo que la semilla del hombre, asistida por la gracia divina, conquistaría algún día a Satanás, trayendo una gloria aún mayor a toda la posteridad de Adán. Junto con la posible gloria, Adán también transmitió su maldición a su descendencia. Puesto que una cosa produce otra de su misma naturaleza, una vez que Adán cayó, su posteridad cayó también. La armonía básica de una sociedad producida a partir de un solo individuo se violó con la Caída, y así el legado de Adán se convirtió en un legado de violencia. Pero aun así —según lo considera Agustín— no es un legado sin esperanza.

Ni siquiera los leones o los dragones han entablado guerras contra los de su misma especie como lo ha hecho el ser humano. Pero Dios también previó que, por Su gracia, un pueblo sería llamado a la adopción; y que ellos, habiendo sido justificados por la remisión de sus pecados, se unirían por medio del Espíritu Santo a los ángeles santos en paz eterna, habiendo destruido al último enemigo: la muerte. Y Él sabía que su pueblo se beneficiaría al considerar que Dios hizo que todos los hombres procedieran de uno, para demostrar cuán altamente valora la unidad de una multitud.

La esperanza del hombre

Así, Agustín concluye que la verdadera esperanza de la humanidad reside en Jesucristo. Él es el último Adán, que emplea el cuerpo espiritual para que podamos tener esperanza mientras vivamos. Ya llevamos la imagen celestial mediante la gracia y el perdón del Mediador, Jesucristo, aunque esto es solo un estado previo al que vendrá. Recibiremos cuerpos en la resurrección que superarán en gloria a los cuerpos de nuestros primeros padres, aun cuando estos fueran perfectos. Sin embargo, en el estado de resurrección, habiendo sido creados a imagen del segundo Adán, no necesitaremos alimento, sino que viviremos por el Espíritu de Dios:

“Puesto que ni el poder ni la necesidad de comer y beber proviene de estos cuerpos [resucitados]. Por lo tanto, serán espirituales, no porque dejen de ser cuerpos, sino porque subsistirán por el estimulante espíritu.”

De este modo se completa el ciclo: el hombre atraviesa la etapa de perfección creada, pasando por el estado del hombre caído, para regresar finalmente a la presencia de Dios, perfeccionado por Jesucristo.

Santo Tomás de Aquino (1225–1274 d.C.)

La imagen de Dios

Tomás de Aquino creía, al igual que Agustín, que la “imagen de Dios” en el ser humano se relaciona con su racionalidad o inteligencia. Según Aquino, solo puede afirmarse con seguridad que las criaturas inteligentes llevan consigo la imagen de Dios, y los ángeles la portan de manera más perfecta que los hombres. Esta imagen se aplica tanto al hombre como a la mujer, y reside en el alma en la medida en que esta se mantenga relacionada con Dios.

La única imagen verdadera de Dios se encuentra en el Primogénito de Dios, Jesucristo. La imagen en el ser humano no se halla tan próxima a Dios como la de Cristo. Ciertamente, el hombre ha sido creado a imagen de Dios, pues contiene una similitud con el original, pero también se parece a esa imagen de manera imperfecta. Por lo tanto, no debe pensarse que dicha imagen implica igualdad con Dios; muy por el contrario, refleja una aproximación distante con el original. Es Dios quien colocó la imagen espiritual en el hombre, y por eso este es subordinado a Él.

Aquino también considera la forma en que la imagen de Dios puede relacionarse con el cuerpo. Llega a la conclusión, citando a Agustín, de que la forma del cuerpo humano y su postura erguida son más adecuadas para la contemplación de los cielos que otras formas corporales. Así, el cuerpo contiene una huella de la imagen de Dios, aunque esta reside fundamentalmente en el alma.

Por último, Aquino identifica tres etapas en la imagen de Dios en el ser humano:

“Así, la imagen de Dios puede considerarse en el hombre en tres niveles:

  1. El primero es la aptitud natural del hombre para comprender y amar a Dios, una aptitud implícita en la verdadera naturaleza de la mente, común a todos los hombres.
  2. El segundo es el deseo efectivo de conocer y amar a Dios, aunque de forma imperfecta; en este nivel poseemos la imagen por el cumplimiento de la gracia.
  3. El tercero es el conocimiento y amor perfecto de Dios; esta es la imagen por semejanza a la gloria…

Por tanto, la primera etapa se encuentra en todos los hombres, la segunda solo en los justos, y la tercera solo en los bienaventurados…

…La imagen de Dios se halla tanto en el hombre como en la mujer, en lo que respecta al punto en el que la idea de ‘imagen’ se realiza de forma fundamental, es decir: una naturaleza inteligente…

…Pero, en un aspecto secundario, la imagen de Dios está en el hombre de una forma que no se halla en la mujer; porque el hombre es el principio y fin de la mujer, así como Dios es el principio y fin de toda la creación.”

La creación del hombre

Habiendo tratado el tema de la imagen de Dios en el hombre, Aquino pasa a ocuparse del ser humano en sí. Advierte que el hombre es una creación especial de Dios y, por lo tanto, el resultado de la actividad de toda la naturaleza divina (“Hagamos…”). No obstante, a pesar de ello, el hombre no es santo de los cielos. Su alma está compuesta de substancias espirituales, pero su cuerpo está conformado por los elementos más inferiores de la creación, es decir, tierra y agua, o “barro”. Así, en su verdadera esencia, es un microcosmos del universo creado, combinando en sí mismo lo espiritual y lo terrenal.

Agustín dejó sin responder la pregunta de si el alma fue creada antes que el cuerpo y luego soplada dentro de él, o si fue creada en el momento del “aliento” de Dios. Por otro lado, Aquino responde afirmando que el cuerpo y el alma están íntimamente vinculados. Es naturaleza del alma tomar la forma del cuerpo, por lo tanto, no podría haber sido creada separada del lugar donde debía actuar. Debió haber sido creada en el cuerpo. El “aliento” de Dios significa la creación de un espíritu o alma, pero únicamente en conjunción con el cuerpo.

Asimismo, el cuerpo fue creado para servir al alma racional, y es terrenal porque el alma —cuya materia celestial no es afectable— necesita de los sentidos para conocer la verdad.⁵¹ Si bien concuerda con Agustín en que los ángeles pudieron haber prestado alguna ayuda en la creación del hombre, reuniendo las substancias con las cuales se lo formó, Aquino afirma enfáticamente que solo Dios creó el cuerpo y el alma del hombre. Solo Dios pudo crear una forma de la materia sin contar con una forma previa que le sirviera de modelo.

Las perfecciones del hombre

Según Aquino, el hombre fue creado perfecto. Contaba con todo el conocimiento que era naturalmente posible adquirir. Por ejemplo, conocía todo lo que había que saber acerca de los animales, ya que él los nombraba. Adán no habría crecido en el conocimiento intelectual o “académico”. No obstante, habría incrementado su conocimiento a partir de las experiencias del mundo natural. Así, nada que estuviera bajo su dominio podría habérsele opuesto.

En contraposición a esto, habría continuado creciendo en el conocimiento sobrenatural mediante la revelación, al igual que los ángeles aumentan su conocimiento. El cuerpo de Adán era inmortal, pero no debido a alguna característica natural, sino porque la inmortalidad de Adán surgía del hecho de haber sido creado con un alma dotada de una fuerza capaz de preservar el cuerpo del deterioro, siempre que esa alma fuera obediente a Dios. Además, el hombre era perfectamente virtuoso, porque las virtudes no son más que una serie de perfecciones producidas cuando la razón o el alma se encuentran sometidas a Dios, y cuando los poderes inferiores del hombre se someten a la razón.

El Paraíso

Aquino considera a continuación el Jardín de Edén —o el Paraíso, como él lo llama— como el lugar más noble del mundo. Puesto que el Este está a la derecha del cielo, según Aristóteles, y el lado derecho es más noble que el izquierdo, Dios ubicó adecuadamente el Edén en el Este. El motivo por el cual ningún geógrafo ha mencionado jamás al Edén es que su acceso se ve obstruido por montañas y desiertos, lo que impide conocer su verdadera ubicación.

En el jardín, al hombre se le encomendó la regocijante tarea de cuidarlo. Esta labor habría sido buena para el hombre, ya que el Paraíso fue creado para su beneficio. En el jardín se encontraba el árbol de la vida, que fortificaba el cuerpo. Si bien no podía conferir la inmortalidad, sí podía mantener la vida del hombre durante un período prolongado, aunque finito.

Eva

Aquino indica que fue también en el jardín donde se le presentó Eva a Adán, habiendo sido ella tomada de su costilla. Dios creó a Eva de este modo, en primer lugar, para enfatizar la dignidad del hombre. En su semejanza con Dios, Adán es el único a partir del cual surgirán otros hombres, así como Dios es el único de quien procede toda la creación.

En segundo lugar, al crear a Eva a partir de la costilla de Adán, Dios aseguró que el hombre amaría a la mujer y permanecería con ella, un hecho de gran importancia, puesto que las parejas humanas permanecen unidas de por vida. En tercer lugar, fue apropiado que Eva fuera creada de una costilla porque esto enfatizaba su relación de esencial igualdad con el hombre. No era ni su superior ni su esclava, como podría haberse considerado si hubiera sido creada a partir de la cabeza o de los pies de Adán.

En cuarto lugar, existe una referencia tipológica en la creación de Eva a la creación de la Iglesia, la cual surgió de los sacramentos: la sangre y el agua que fluyeron del costado de Cristo.

Eva debía servir como ayudante de Adán en la tarea de la procreación, puesto que cualquier otro papel podría haber sido cumplido por un hombre con mayor eficacia. Esta última afirmación muestra la creencia de Aquino de que la mujer, por naturaleza, estaba sometida al hombre, ya que el poder de discernimiento racional era más fuerte en el hombre que en la mujer. Así, incluso en el jardín, Adán estaba a la cabeza de la mujer.

La procreación

Ya que Aquino propone que Eva fue creada para ser asistente de Adán en la procreación, examina cuál hubiera sido su significado en el jardín. Sostiene, como lo hizo Agustín, que la procreación era posible en el jardín durante la inocencia de nuestros primeros padres. Parte del razonamiento de que la misma presencia de los órganos sexuales indica que el hombre podía ver y oír. Además, creer que el hombre no podría procrear en estado de inocencia hubiera hecho que el pecado fuera urgentemente necesario. La procreación era esencial, y esto se ve enfatizado por la doble bendición dada a Adán y a Eva. Estas bendiciones acentúan el hecho de que, a través de la actividad procreativa de Adán y Eva, se lograría la cantidad de los elegidos. Asimismo, las bendiciones alejarían toda sugerencia de que podrían haber pecado al engendrar hijos. Al dar a luz a dicho primogénito, no debería existir dolor. Además, la relación sexual no pudo haber sido motivada por la lujuria, en la cual la razón no atempera el deseo.

Sin embargo, la ausencia de lujuria no significaría la pérdida de la sensación placentera de la relación sexual. En realidad, esta se habría incrementado, debido a la pureza de la naturaleza humana y de las inmaculadas sensibilidades del cuerpo.

La tentación

Luego de tratar la condición de Adán y Eva en su estado prístino, Aquino considera su caída y castigo. En esencia, concuerda en casi todos los puntos con lo sostenido por Agustín. El orgullo interno de Adán y Eva precedió al pecado exterior, y por lo tanto el primer pecado fue el de la soberbia. Buscaron su propia superioridad, pero esta no fue el resultado de la carne en oposición al espíritu, sino de que el espíritu anhelaba intensamente un bien inmaterial por encima de su naturaleza. El deseo de Adán y Eva de “conocer” ocasionó un ansia excesiva por lograr la superioridad. Aquino expresa que ellos no pecaron por querer ser como Dios, sino por desear contar con el conocimiento de los dioses, por medio del cual podrían discernir por sí mismos entre el bien y el mal. Buscaban lograr la felicidad por sus propios poderes. “El pecado no consiste en el mero hecho de querer ser como Dios en conocimiento, sino en ansiarlo excesivamente, es decir, sin medida alguna.”

¿Cuál pecado fue peor, el de Adán o el de Eva? Si se considera la pregunta desde una base individual, razona Aquino, entonces el de Adán fue peor, porque era el más fuerte de los dos. Si se lo considera a nivel genérico, el pecado fue equivalente, puesto que ambos pecaron por soberbia. No obstante, si se consideran las consecuencias del pecado, entonces el de Eva fue peor. Además, ella buscó directamente la imagen de Dios contra la voluntad de Dios, mientras que Adán la buscó por su propio poder. Asimismo, Eva no solo pecó por sí misma, sino que también incitó a Adán a pecar, ofendiendo así a Dios y al hombre. Por último, al igual que lo sugirió Agustín, Adán pecó por “buena voluntad de amigo”, prefiriendo ofender a Dios antes que separarse de su compañera.

Sin embargo, Aquino deja en claro que fue Satanás el verdadero agente de la tentación. La mujer solo fue su instrumento en el proceso.

Los castigos

Como consecuencia de su pecado, ¿cuáles fueron los castigos de Adán y Eva? En respuesta a esta pregunta, Aquino dice que la sumisión del cuerpo al alma no fue otorgada a nuestros primeros padres por su naturaleza en el jardín, sino que dicha sumisión se mantenía por gracia divina, y la pérdida de esta precipitó la pérdida de la primera.

Además, Adán y Eva perdieron el Paraíso. Fueron expulsados y obligados a trabajar bajo una naturaleza humana ya no asistida por la gracia divina. La mujer sentiría cansancio durante el embarazo y dolor en el parto. Asimismo, estaría sometida a la dominación del hombre, subordinando su voluntad a la de él. Al hombre se le impuso enfrentar la esterilidad del suelo y el fatigoso trabajo con el que ganaría el pan, así como los diversos problemas del cultivo (por ejemplo, la maleza).

Ambos debían enfrentar la enfermedad y los defectos del cuerpo, debido a la rebelión de la carne contra la razón. La muerte también entró en escena. En un sentido, era natural, puesto que el cuerpo estaba hecho de materiales perecederos; pero en otro sentido fue un verdadero castigo. Adán y Eva perdieron el don divino de la gracia que preservaba sus cuerpos inmaculados antes de pecar.

Aun así, Dios no los abandonó del todo, porque les proveyó de vestiduras, en parte para protegerlos, en su estado disminuido, de los elementos, y en parte para cubrir aquellas partes del cuerpo donde la rebelión de la carne frente al espíritu se hace más evidente.

La posteridad

Según Aquino, el pecado de Adán y Eva y los consiguientes castigos no solo los afectaron a ellos, sino también a toda su posteridad, incluso hasta el grado de que un niño pequeño, ante la necesidad de curarlo de alguna infección, necesita ser bautizado. El motivo por el cual participamos del pecado de Adán es que todos nos encontramos contaminados por la voluntad de nuestro primer padre, una contaminación que se transmite por vía del semen masculino de generación en generación. Pablo dice que a través de un solo hombre el pecado ingresó al mundo. La mujer no traspasa el pecado original; solo lo hace el hombre. Así, Jesús no fue contaminado con el pecado original, puesto que, si bien toma para sí el cuerpo material de Adán, no recibe la mácula del pecado original, ya que su Padre es Dios y su madre no puede transmitírselo. Por lo tanto, Cristo puede ser el segundo Adán que elimina el pecado del primer Adán en aquellos que consideran a Cristo su Señor.

MARTÍN LUTERO (1483–1546 ERA CRISTIANA)

El Sabbat

Para Lutero, el mundo fue creado en seis días, junto con el hombre, la última creación, hecha únicamente para el conocimiento y la adoración de Dios. La institución del Sabbat lo prueba, porque si Adán no hubiera pecado, habría enseñado a su familia acerca de la voluntad y la adoración a Dios en ese día. En el Sabbat, habría glorificado a Dios, lo habría adorado y le habría ofrecido sacrificios. Estaría ocupado con la palabra de Dios.

“Hagamos…”

La especial naturaleza del hombre, según la opinión de Lutero, hizo que Dios buscara consejo en sí mismo y entonces dijera: “Hagamos…”. El hombre es producto del plan y de la providencia especiales de Dios. Lutero interpreta la frase “Hagamos…” como una alusión a la pluralidad dentro de la esencia divina. Aquí se encuentra el misterio de la fe. Tenemos un solo Dios, que es a la vez Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta frase es un testimonio y una prueba de la doctrina de la Trinidad.

Mientras Lutero está en desacuerdo con Agustín respecto de que el mundo no fue creado en un momento, agrega un comentario personal de gran interés al considerar la creación del hombre. Cuando Dios dijo: “Hagamos…”, dicha palabra incluía todo lo que Dios tenía intención de crear, aunque no pudiera verse todo de inmediato. Todas las cosas están presentes ante Dios. No existe pasado, ni presente ni futuro. Dios está más allá del alcance del tiempo. Esto sugiere que, según la opinión de Lutero, al menos desde la perspectiva del hombre, podría haber existido un lapso durante el cual existimos antes de nuestras vidas mortales.

La imagen de Dios

El enfoque de Lutero respecto de la imagen de Dios en el hombre también difiere del que se observa en los escritos de Agustín o de Aquino. A él no le preocupa tanto cómo se aloja la imagen en el hombre, sino cómo esta afecta al hombre en su relación con Dios. Así, comienza su análisis con la declaración de que, puesto que somos hombres caídos, no podemos comprender cabalmente la imagen de Dios en nuestro estado actual. Únicamente cuando comenzamos a experimentar la redención en Jesucristo —y, por lo tanto, el inicio de la restauración de la imagen de Dios en nosotros— podemos ver débilmente la esencia de la imagen tal como afectó a Adán.

Habiendo expresado esta opinión, Lutero, sin embargo, indica que podemos establecer algunas características de Adán y Eva que reflejaban la imagen divina. Conocían a Dios y creían que era un Dios completo. Estaban satisfechos con los favores de Dios. Poseían la vida eterna, se encontraban completamente sometidos a la bondad y justicia de Dios, y tenían una comprensión cabal del cielo, de la tierra y de toda la creación. Fueron creados para vivir finalmente con Dios en el cielo, y mientras tanto debían testificar ante Él, agradecerle y obedecer su palabra.

Dicha justicia no provenía de fuentes externas a ellos: formaba parte de su naturaleza. Para ellos, creer en Dios, amarlo y conocerlo era tan natural como lo es la vista para los ojos. Por último, la imagen de Dios en Adán y Eva fue una indicación de que Dios se revelaría en Jesucristo, la verdadera imagen de Dios.

La creación del hombre

Sin embargo, Adán no fue un hombre eliminado de la tierra, sostiene Lutero. Fue un ser humano compuesto por lo terrenal de las bestias y lo espiritual de los ángeles. En su forma corporal, no era más que un puñado de tierra antes de haber sido formado por el Señor como la más bella de las criaturas que compartieron la inmortalidad. Su cuerpo era semejante al de los animales. Él habría comido, bebido y procreado en el jardín. Habría existido una conversión de los alimentos, “pero no de una manera tan desagradable como lo es ahora”. No hubiera emanado hedor de los excrementos. Todo habría sido hermoso y no habría ofendido ninguno de los sentidos. Aun así, habría seguido siendo una vida física.

Además, Adán tenía un gran conocimiento sobre las estrellas y la astronomía. Su visión habría excedido la del lince o la del águila, y habría tenido tanta fuerza que podría haber tratado a los leones o tigres como a cachorros. Vivía en paz con todas las criaturas, y su cuerpo le obedecía, sin rastro alguno de inclinaciones viles o de lujuria. El árbol de la vida habría preservado la juventud perpetua de nuestros primeros padres, y habrían tenido cuerpos protegidos de cualquier herida o enfermedad hasta que fueran transportados de una vida física a una espiritual y corporal.

Pero, pese a todo esto, Adán fue creado en un estado intermedio, a medio camino entre los ángeles y los animales. Se habría vuelto inmortal porque se encontraba libre de pecado, y así habría sido trasladado a una vida sin muerte. Por otra parte, podría caer dentro de la maldición de Dios, en el pecado y en la muerte, que, según la perspectiva de Lutero, fue lo que ocurrió. Aquí, Lutero agrega una de sus advertencias típicas: dice que no es nuestro derecho ni nuestro rol inquirir demasiado acerca de por qué Dios deseó crear al hombre en tal estado intermedio.

El Paraíso

Luego de su tratamiento sobre el hombre, Lutero se vuelca a la relación entre Adán y su lugar en el jardín, en particular en relación con la ubicación del árbol de la ciencia del bien y del mal, y del árbol de la vida en dicho lugar. Su tratamiento y comprensión de los árboles es único. Él considera que el árbol de la ciencia del bien y del mal fue creado para proveer al hombre de un modo de expresión de su reverencia y adoración a Dios, obedeciendo la palabra e ingiriendo el fruto. El árbol es el altar de Adán: es el lugar de la obediencia, del reconocimiento de la palabra y de la voluntad de Dios, de manifestar su agradecimiento a Dios y de invocarlo para que lo asista a resistir la tentación. Así, dice Lutero:

“Comprendamos que alguna forma exterior de adoración y una obra definitiva de obediencia le eran necesarias al hombre, quien fue creado para tener a todas las otras criaturas vivientes bajo su control, para conocer a su Creador y para agradecerle.”

Probablemente, el árbol era en realidad un bosque de árboles, adonde pudieran ir los sábados Adán y sus descendientes, primero para reanimarse con el árbol y luego para alabar a Dios y agradecerle haberles dado el dominio sobre la creación. En todo esto no se requería nada laborioso ni difícil de parte de Adán.

La presencia del árbol de la ciencia del bien y del mal demuestra que la Iglesia fue creada antes que el hogar, ya que Eva no había sido creada aún. Lutero sugiere que, luego de la creación de Eva, durante el primer Sabbat en el jardín, Adán habló con Eva y le dijo que debía obedecer la palabra dada por Dios a ellos; y quizás incluso la atrajo al árbol mientras hablaban. Por naturaleza, el árbol de la ciencia no era mortal, sino que tenía una naturaleza mortal para el hombre, puesto que Dios, a través de su palabra, le había conferido esa propiedad.

De forma semejante al árbol de la ciencia, el árbol de la vida no tenía poder propio para otorgar vida, salvo cuando dicho poder le fue otorgado por la palabra de Dios. Para Lutero, la palabra es un concepto poderoso, que representa el poder creativo y activo de Dios. Lo que declara la palabra tiene que ver con dar la vida o con la muerte. Al final, la palabra, en la teología de Lutero, es Jesucristo, la Palabra Encarnada.

Lutero no formula especulaciones acerca de la ubicación del jardín, puesto que, aunque fuera conocido (si bien inaccesible) a los descendientes de Adán durante un lapso, el jardín ya no existe. El diluvio lo destruyó, junto con todo lo que existía sobre la faz de la tierra. Así, mientras Aquino menciona que el jardín fue alejado del hombre por medio de montañas y desiertos, Lutero niega su existencia actual. En su estado original, el Paraíso era el jardín de Dios o el templo de Adán.¹²⁰ Contaba con alimentos más deliciosos, ricos y mejores que el resto de la tierra, que, si bien era igualmente hermosa, proveía de alimentos a los animales.

Así, el Paraíso era un lugar diseñado únicamente para el hombre y su bienestar. Para Adán, el Paraíso no solo era un lugar, sino también un estado: un estado de paz y de falta de temor, así como también el lugar en donde Dios le daría todos los dones asociados con la ausencia de pecado. Pero la vida en el jardín no dejaba de lado el trabajo, puesto que la vida no ha sido diseñada para el ocio. La vida “ociosa” de los monjes y las monjas, según lo expresaba Lutero, debía ser condenada. Adán habría cultivado un pequeño terreno de hierbas aromáticas, un acto que debía ser tan regocijante como lo es el juego para nosotros.

Eva

Luego de la secuencia del Génesis, Lutero se ocupa de Eva y de su rol en el plan de Dios. Afirma que Eva contaba con el total conocimiento de Dios en su propia naturaleza y que estaba preparada para vivir el mismo tipo de vida que Adán llevaba en el jardín. No era inferior a Adán en sus cualidades de la mente o del cuerpo. Fue creada para servir a la procreación.

Lutero advierte que en hebreo Adán es ish (hombre) y Eva es ishah (mujer), un “hombre femenino”, una mujer heroica, que realiza hechos masculinos. No obstante, Lutero también sostiene que, mientras la mujer era semejante al hombre en cuanto a justicia, sabiduría y felicidad, no lo era en cuanto a gloria y prestigio. El hombre es como el sol, la mujer, como la luna, y los animales como las estrellas. Ella no está excluida de la gloria de la naturaleza humana, pero es inferior al hombre.

¿Entonces, cuál es el papel de la mujer? Es la compañera del hombre, un pensamiento que Lutero considera sumamente importante frente a la práctica del celibato en la Iglesia Romana.

Eva fue creada de la misma forma maravillosa en que lo fue Adán, puesto que ambos fueron creados a través de la palabra de Dios. Adán fue creado del polvo de la tierra, y Eva fue creada a partir de una costilla de Adán que aún tenía carne en ella, puesto que Adán dice que ella es “carne de mi carne y hueso de mis huesos”. Ese conocimiento no le era natural, sino que le fue conferido por el Espíritu Santo. Fue un conocimiento espiritual. Así, con la creación de Eva, se estableció el hogar, porque Dios le entregó una esposa al solitario Adán, un ser que necesitaba para incrementar la familia humana.

Casamiento

Es interesante ver cómo Lutero revisó las percepciones del matrimonio en su época. Los siguientes son sus comentarios personales al respecto:

“¿Qué existía en las mentes de las herramientas de Satanás y de los enemigos de Cristo? Habían negado que hubiera castidad en el casamiento, y declararon que los más adecuados para el ministerio de una congregación eran los célibes, porque las Escrituras dicen (Lev. 11:44): ‘Serás puro’. ¿Son los esposos impuros? ¿Es Dios el autor y el creador de la impureza cuando Él mismo le entrega a Eva a Adán?…

Cuando yo era un niño, la práctica maliciosa e impura del celibato convertía al casamiento en algo tan desprestigiado que yo creía que nunca podría siquiera pensar en la vida de los seres casados sin pecar… De ese modo, muchos que habían sido esposos se convirtieron en monjes o en sacerdotes luego de haber fallecido sus esposas. Por lo tanto, fue una obra necesaria y útil para la Iglesia cuando los hombres se dieron cuenta de que, a través de la Palabra de Dios, el casamiento volvió a ocupar su lugar respetable y recibió las alabanzas que merecía.”

Lutero le da un nuevo significado teológico al casamiento al tratar la unión de Adán y Eva. Advierte que Dios trajo a Eva hacia Adán. El primer casamiento no tuvo rastros de la “lujuria epiléptica y apopléjica del matrimonio actual”. Fue un asunto casto y delicioso, y aún en su “encuentro” habría honor y santidad. Puesto que Adán no raptó a Eva, sino que esperó a que el Señor se la trajera, el casamiento no es algo que deba parecer desdeñable. Lo que Dios unió no podrá ser separado ni denigrado por el hombre. Cuando hay una unión legal entre un hombre y una mujer, allí se encuentra una ordenanza divina y una institución.

Así, por medio del matrimonio, marido y mujer comparten todas las cosas. No existe diferencia entre el hombre y la mujer, salvo en lo sexual. La mujer es el ama de la casa, así como el hombre es el amo. Juntos se ocupan del hogar, de engendrar hijos y de preocuparse por ellos. En realidad, las esposas intensifican a sus esposos. En contraposición a esto, el divorcio es un indicio de la horrible depravación que afecta al hombre, porque contradice totalmente la intención de Dios respecto del casamiento. En Lutero, la Iglesia encuentra un defensor de la santidad de los pactos matrimoniales. Eleva el estado matrimonial a la posición de honor y respeto que este merece.

El estado matrimonial fue también el estado adecuado en el que se concibieron los niños. Como ya se mencionó, no habría lujuria en el acto de procreación. Cuando Adán y Eva quisieran tener hijos, se unirían sin pasión, admirando a Dios y obedeciéndolo sin limitaciones, “así como ahora nos unimos para escuchar la Palabra y para adorarlo”. En este sentido, parecería ser que la unión sexual casi tendría la forma de un acto de adoración. El parto se produciría sin dolor y los niños serían justos desde su nacimiento. Habrían conocido a Dios de inmediato.

Dominio

Lutero también afirma que, además de la relación que se profesaban entre sí, a Adán y Eva también se les confirió el dominio sobre el resto de la creación. Así como Dios gobernaba a Adán y Eva, ellos gobernarían todo lo que habitara en el aire, bajo el agua o sobre la faz de la tierra. En el dominio del hombre se ve parte de la imagen divina, porque el hombre desnudo, sin armas ni ropajes, gobernaba todo. Los animales le servirían a Adán en todo lo que él deseara.

Por esto, Adán no habría ingerido carne, sino la dieta más saludable de granos y frutos. Para los Santos de los Últimos Días, el siguiente comentario de Lutero les resultará familiar:

“Asimismo, Adán no habría ingerido los aversos tipos de carne, como la comida menos deliciosa, prefiriendo los manjares de los frutos de la tierra, mientras que para nosotros no hay nada más sabroso que la carne. Mediante la ingesta de dichos frutos, no se hubiera producido obesidad, sino belleza física, salud y un sólido estado de los humores.

Pero ahora la gente no se satisface con carnes, con verduras ni con granos, y con mucha frecuencia, debido a comer alimentos inadecuados, ponemos en peligro nuestra salud.”

Incluso en nuestro estado de caída, Dios le permitió al hombre retener parte del dominio que le otorgara a Adán y a Eva. En esto puede verse la preocupación y la bendición de Dios, porque si Satanás tuviera dominio sobre la tierra, habría tomado a los animales y los habría utilizado para aniquilar a la humanidad.

La tentación

Habiendo tratado qué hubiera ocurrido con el hombre si Adán no hubiera pecado, Lutero se ocupa de los cambios que se produjeron en el hombre debido al pecado. La tentación, dirigida en principio a Eva —quien era la más débil de los dos—, fue un ataque a la palabra de Dios. Cuando Moisés relata que “la serpiente dice…”, quiere significar que la palabra de Dios fue atacada por otra palabra: la de Satanás.

El principal objetivo de Satanás era sembrar dudas en la mente de Eva acerca de la veracidad de la palabra de Dios. En esencia, Satanás imitaba a Dios y le predicaba a Eva, preguntándole si realmente Dios significaba lo que decía o si Eva había percibido correctamente el mandamiento de Dios, puesto que Satanás sabía que la fuente de todo pecado era el escepticismo o el abandono respecto de la palabra de la verdad.

Eva y la Tentación

Eva, guiada por el Espíritu Santo, se resistió admirablemente al principio, pero luego comenzó a dudar cuando Satanás le preguntó si le parecía lógico que Dios les diera todas las gratificaciones que Él tenía y luego excluyera un árbol de esos regalos. Eva comenzó a titubear respecto a las palabras amenazadoras de Dios. Dios había dicho que si Adán y Eva comían del fruto del árbol, morirían. No obstante, Eva —como se refleja en el texto hebreo de la Biblia— dijo que Dios les había manifestado que no debían comer del fruto del árbol, “sino quizás moriríamos”. Satanás convenció a Eva de que Dios en realidad no los mataría por ingerir el fruto de ese árbol, y de ese modo envenenó a Eva, creando en ella otra palabra que negaba la palabra de Dios.

Cuando se pierde la palabra, puede ingresar la ira hacia Dios, y así Eva pudo pecar abiertamente contra el mandamiento divino de no ingerir el fruto. Esto implica que el verdadero pecado no fue el haber ingerido el fruto, sino el cambio espiritual que permitió el acto manifiesto.

¿Por qué permitió Dios que Satanás tentara a nuestros primeros padres? Lutero afirma que no podemos cuestionar a Dios, porque Él no tiene por qué dar cuentas de sus actos. Por último, la única respuesta satisfactoria es que el Señor deseaba tentar a Adán y a Eva y, de ese modo, probar sus poderes de obediencia.

El Pecado

Adán y Eva probablemente pecaron, supone Lutero, en el día séptimo, el Sabbat. Donde se encuentre la palabra de Dios, allí estará Satanás oponiéndose a ella, y por lo general es más activo durante el Sabbat, intentando destruir la palabra de Dios. A Satanás le aflige que, a través de la palabra, podamos convertirnos en ciudadanos del cielo.

Pero, para Adán y Eva, no era suficiente contar con el conocimiento de Dios; ellos también querían conocer el mal. Querían sentir más de lo que se les había dado. Por eso, comenta Lutero, el primer hombre se aleja de la palabra, “sintiéndose más sabio e inteligente”. Con esta disposición para adquirir conocimientos desautorizados, Adán y Eva pecaron deliberadamente a través de sus sentidos, al ingerir el fruto. Eva probó el fruto con placer y se lo ofreció a Adán, sin tener noción alguna de que había pecado, porque la naturaleza misma del pecado implica no sentirlo por un lapso.

Por último, Lutero cree que lo que Adán y Eva deseaban era convertirse en seres semejantes a Dios, igualar a su Creador.

Vestimentas

Habiendo pecado, Adán y Eva cubrieron su desnudez, como si se sintieran pudorosos. Pero, pregunta Lutero, ¿qué partes del cuerpo son más nobles y honorables que aquellas destinadas a procrear? La gloria básica del hombre era que no necesitaba pelaje, plumas o escamas para cubrirse, como lo hacían los animales, porque fue creado con una belleza tal que podía caminar con su piel desnuda y desprovista de cobertura.

Una desgracia mayor que la desnudez fue que ahora se había menoscabado la voluntad, se había degenerado el intelecto y la razón se había corrompido y modificado por completo. Una prueba de la caída de Adán es que comenzó a temerle al viento (la palabra de Dios) que precedía la llegada del Señor. El hombre le temía al mismo que lo había creado y se sentía más cómodo ante la presencia de Satanás.

Excusas

Adán demostró su recientemente adquirido temor cuando se le pidieron explicaciones, según expresa Lutero. Dios, o quizá un ángel enviado por Él, le preguntó a Adán dónde se encontraba, no porque no lo supiera, sino para demostrarle que no podía esconderse del Señor.

Enfrentados ante Dios, tanto Adán como Eva intentaron excusarse y cayeron dentro de las profundidades de la blasfemia. Adán trató de excusar su acto señalando que la mujer lo había engañado —la misma mujer que Dios había creado para él—. Por lo tanto, razonaba Adán, la culpa de su pecado era de Dios, porque de seguro él no lo hubiera hecho si Dios no hubiera creado a la mujer. Del mismo modo, la mujer intentó excusar su acción señalando que la serpiente —que había sido creada por Dios y no por ella— la había tentado.

En su intento de culpar a Dios por sus actos, llegaron al punto más lejano de desautorización de la palabra. Insultaron a Dios y lo culparon de ser el causante del pecado.

Los Castigos

Lutero indica que, en respuesta al pecado de Adán y Eva y a sus consiguientes intentos de excusarse, el Señor ejecutó los castigos que había prometido. Todo se volvió corrupto. El sol brilló con menos fuerza, el agua era menos clara, los árboles producían menos frutos y la tierra era menos fértil.¹⁶² La tierra fue maldecida, y la presencia de malezas y gusanos se volvió cotidiana, recordándonos nuestro estado de caída.

Si bien el poder de la creación permanece, está teñido de una lujuria apenas menor que la de las bestias. Pocos se casaban, advierte Lutero, sólo por deber. Junto con la procreación vino la enfermedad y la pérdida de fetos. La vida de la mujer corre peligro durante el parto. Del mismo modo, el hombre debe soportar los problemas que conlleva proveer lo que su familia necesita, al tiempo que debe regirla, dirigirla y enseñarla.

Adán y Eva después de la Caída

Adán y Eva fueron alejados del árbol de la vida porque la palabra de Dios aún se encontraba allí, y si hubieran comido de él, habrían retornado a su existencia anterior. Por último, la serpiente fue maldecida por Dios, y la criatura que antes había sido sumamente bella habría tomado su desagradable aspecto actual.

Además, la muerte entró en escena. Si Adán y Eva se hubieran mantenido en su estado de inocencia, la muerte habría sido hermosa, porque habría sido el proceso mediante el cual serían trasladados a la vida espiritual. Sin embargo, después de la Caída, se convirtió en una experiencia aterradora. Aun así, debido al prolongado sufrimiento de Dios, la muerte fue pospuesta. Este interludio, pleno de gracia para nuestros primeros padres, fue utilizado por Satanás para conducirlos a la vanidad, opinaba Lutero.

La esperanza del hombre

Pero, expresa finalmente Lutero, el Señor no dejó a Adán y a Eva sin esperanzas. Las vestiduras que les proveyó eran bendiciones mixtas: los protegían y a la vez les servían como recordatorio de su miserable estado. Las pieles de animales muertos les recordaban su propia mortalidad.¹⁷³

No obstante, la verdadera esperanza provino de la maldición de la serpiente. El Señor les explicó que la serpiente podía morder el talón de la simiente de la mujer, pero que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Lutero argumenta que, al no ser más preciso, Dios se burló de Satanás, haciéndole temer a la simiente de todas las mujeres.

Así, la primera expresión: “Implantaré enemistad entre tú y la mujer”, parecería referirse a todas las mujeres en general. Dios quería que Satanás sospechara de todas las mujeres. Por otro lado, Él quería dejarles a los devotos una cierta esperanza, para que aguardaran la salvación proveniente de todas aquellas que dieran a luz, hasta que llegara el verdadero. Del mismo modo, “su simiente” implicaría un caso más individual, si se me permite usar esta expresión, respecto de la Simiente que sólo nacería de María, de la tribu de Judá, esposa de José.

Lutero opinaba que Adán y Eva tenían una cabal comprensión de todo esto. Un futuro Redentor los liberaría de la muerte y del pecado, y les traería paz. Con esta esperanza en sus corazones, se volvieron justos. Esto se enfatizaría con la afirmación de Adán de que Eva era “la madre de todos los vivientes”. Ella fue la madre de la Simiente que redimiría a todos los que se perdieron. El hecho de que Adán la haya nombrado así es una profecía de gracia futura. Es un alivio para la vida cotidiana frente a todas las tentaciones de Satanás. Así, el primer Adán supo de la llegada del último Adán.

JUAN CALVINO (1509–1564 d. C.)

El objetivo del hombre

Calvino comienza por analizar el motivo por el cual el hombre fue creado. La respuesta básica es que el hombre fue creado para obedecer a Dios, para adorarlo y para reflexionar sobre una vida mejor: una vida con Dios. Dios le proveyó al hombre de todas las cosas necesarias para vivir, para que se dedicara únicamente a contemplar y amar a Dios.

Mediante el hecho de hacerlo atravesar la mortalidad, Dios lo condujo a meditar sobre la gloria celestial. En las bendiciones que Dios brinda, el hombre también podría aprender la benevolencia paternal divina hacia él. El Sabbat sólo magnifica este objetivo, porque es el día en que el hombre puede ocuparse por completo en contemplar a Dios. Dicha contemplación es, en realidad, el objetivo básico de toda la vida del hombre; pero si el hombre no deja un espacio cotidiano para pensar sobre su propósito en la vida, el Sabbat le permite hacerlo. El Sabbat aleja al hombre de las distracciones del mundo y le permite dedicarse por entero a Dios.

La creación del hombre

Calvino opina que, a medida que Dios se acercaba a su acto creativo más excelso, buscó consejo en su interior. En otros casos, meramente ordenaba la existencia de algo, pero en este, le otorgó una importancia especial a la creación con la frase: “Hagamos…”. Calvino advierte que los cristianos interpretan correctamente en esta declaración un argumento para una pluralidad de personas dentro de la naturaleza divina.

Para enfatizar aún más el sentido único del hombre, Adán no fue creado de una sola vez, sino que se lo formó gradualmente, por etapas. Primero, su cuerpo muerto fue creado a partir del polvo de la tierra, para que nadie se sintiera tentado a volverse orgulloso de la singularidad del hombre. El conocimiento de nuestro origen terrenal nos llevaría a ser humildes frente a Dios. Luego, el cuerpo fue vivificado por el alma, que le dio movimiento. Por último, Dios grabó en el alma su imagen, y a esa imagen le confirió la inmortalidad de Adán.

No obstante, Adán aún pertenecía a la tierra. Así, no es casual que Pablo realice una distinción entre Adán como un “alma viviente” y el “espíritu vivificante” que otorgaría el segundo Adán, es decir, Cristo (1 Corintios 15:45). Adán no fue perfeccionado. Ese es un beneficio conferido por Cristo, quien conduce a una vida celestial.

El Paraíso

Al considerar el Paraíso, o el Jardín de Edén, Calvino manifiesta que Moisés escribía para su propio pueblo, y por lo tanto concluye que el Paraíso debió de haber estado situado al este de Judea. Por lo tanto, debió estar ubicado en la tierra; de no ser así, la expresión de Moisés no tendría sentido. Además, si el hombre no hubiera pecado, todo el mundo se parecería al Paraíso.

Luego, Calvino se ocupa de la vida en el jardín, y especialmente de los dos árboles. Según su opinión, el árbol de la vida es un símbolo de la vida que Adán recibió de Dios. No podía dar vida —en contraposición a la teoría de Lutero— sino que le recordaría a Adán de dónde provenía toda vida. En ocasiones, Dios utiliza símbolos para extendernos su mano con el objeto de que podamos acercarnos mejor a Él. Cada vez que el hombre probara el fruto del árbol de la vida, recordaría que no vive por voluntad propia, sino por el designio de Dios. También es una figura de Cristo, a través de la cual Adán llega a comprender que dependería por completo del Hijo de Dios.

En contraposición, el árbol de la ciencia del bien y del mal le estaba prohibido al hombre, como su primera lección de obediencia. Calvino afirma: “La única regla para vivir bien y en forma racional, es que los hombres se ejerciten en sí mismos para obedecer a Dios”. Así, el árbol de la ciencia fue prohibido para que el hombre no buscara más de lo que se le había otorgado. No debía confiar en su propia comprensión ni en su juicio acerca de lo que era mejor para él. Debía dirigirse a su Dios.

Por supuesto, esta prohibición no le era en modo alguno intolerable. Después de todo, contaba con muchos otros árboles y frutos en el jardín, y Dios le había prohibido sólo uno. Luego, Dios declaró el castigo por haber violado el mandamiento, afirmando de ese modo la autoridad de la ley. Por último, el hombre sería juzgado como vil porque no pudo cumplir con su obligación de obedecer, y porque no existía motivo alguno para violar el mandamiento.

Además de su deber de obedecer a Dios, el papel del hombre en el Paraíso era cuidar del jardín. Adán y sus descendientes fueron creados para trabajar, no para vivir una vida ociosa e indolente. Junto con esto estaba el dominio que Dios le dio a Adán (y a su posteridad) sobre el resto del mundo. Los animales fueron separados, particularmente porque tienen voluntad propia. Al acercarle los animales a Adán, Dios le demostró que les había otorgado la disposición de obedecer, y que entonces ellos voluntariamente se ofrecían a servir al hombre.

Eva

Calvino se ocupa fundamentalmente del papel que Eva cumplió en el matrimonio y en el modelo que estableció para los casamientos en general. Comienza reflexionando sobre el origen de Eva a partir de Adán, y, al igual que nuestros tres escritores previos, interpreta en este acto creativo la intención de Dios de colocar el acento en la unidad y en el vínculo entre ambos. En Eva, Adán se veía a sí mismo, y, habiendo sido incompleto antes de su creación, el primer hombre se completó. Si los dos hubieran sido creados como individuos separados, habría existido la posibilidad de ira, envidia o enemistad entre ellos. Pero, como provenían de una misma fuente, debía haber una unión mutua.

Calvino continúa afirmando que Dios le dio a conocer a Adán, a través de su palabra o de una revelación, cómo fue creada Eva y cómo debían relacionarse entre sí. El hecho de que Eva proviniera del costado de Adán también se asemeja a la relación entre la Iglesia y el Hijo de Dios, quien permitió volverse débil para que los otros miembros de su cuerpo (la Iglesia) pudieran ser fuertes.

Casamiento

Una vez establecida la relación fundamental entre Adán y Eva, Calvino pasa a explicar sus opiniones sobre el casamiento. Puesto que la mujer procede del hombre, resulta claro que este está incompleto sin la mujer, quien fue creada para ser su compañera. Deben cultivar una “sociedad mutua”, porque el hombre ha sido creado para ser un ser social. Entonces, la mujer sería la compañera del hombre y su socia, quien le ayuda a vivir bien. Lejos de ser meros socios conyugales, los dos están asociados inseparablemente de por vida, y el casamiento se extiende a todos los aspectos de la misma.

Asimismo, el casamiento es una condición honorable porque Dios la creó. Calvino, al igual que Lutero, advierte que Adán no tomó a Eva, sino que la recibió de Dios, quien es el autor y defensor del casamiento. Nadie puede decir que algo que Dios haya creado sea impuro. Entonces, es dentro del vínculo del casamiento donde debe producirse la procreación divina o legítima. Adán y Eva y sus descendientes debían henchir la tierra, pero no por medio de relaciones promiscuas. El casamiento es el requisito previo para crear al primogénito sagrado.

Calvino también señala que Dios les dijo a Adán y a Eva que debían ser “una sola carne”. Para él, esto significa que sólo dos personas participan del casamiento, y por lo tanto, la poligamia se contrapone al decreto divino. Del mismo modo, el divorcio es una mácula en las leyes de la naturaleza. El marido debe preferir a su mujer por encima de su padre y, por lógica, de cualquier otra cosa.

La tentación

Calvino se refiere a la tentación y comienza señalando la ironía de toda la situación. Adán y Eva, teniendo un conocimiento cabal de que los animales y toda la creación estaban por debajo de ellos, sucumbieron a los engaños de la serpiente, que en realidad era uno de sus siervos. En lugar de castigar a la serpiente apóstata, que se rebelaba contra los mandatos de Dios, Adán y Eva se sometieron a ella. ¿Qué acto de mayor depravación podría existir?

Luego de advertir esta ironía, Calvino se embarca en una explicación de la tentación, muy semejante a la de Lutero. Señala que Satanás temió abiertamente a Eva, preguntándole si Dios realmente les había dicho que no debían comer de cada uno de los árboles del jardín. Calvino expresa que es sumamente peligroso pensar que se debe obedecer a Dios sólo cuando sus mandamientos coinciden con la razón. Debemos contentarnos con la orden desnuda de Dios, sabiendo perfectamente que si proviene de Él, debe ser correcta y justa.

Eva no lo hizo, y comenzó a titubear, como también lo indicó Lutero, acerca de si Dios realmente quiso decir que morirían. Dijo que “quizás” morirían. Básicamente, Eva, según la opinión de Calvino, deseaba saber más de lo que Dios le permitía conocer.

Calvino también pregunta por qué Dios permitiría la tentación de Adán y Eva, pero su respuesta es algo más definida que la de Lutero. Argumenta que, habiendo creado al hombre libre en todo sentido, Dios escogió probar la obediencia de Adán. Al fin y al cabo, Adán no se sintió satisfecho con la prohibición de comer del árbol de la ciencia, y por lo tanto, pecó. Su perversión al rechazar el mandamiento quedó expuesta a la luz de la benignidad del mismo. No existía ninguna razón fundamental para no cumplirlo, ya que a Adán no le faltaba nada.

No obstante, la verdadera respuesta es que Dios quería que ocurriera la Caída, permitiendo que así fuera. Él había determinado cómo sería la condición futura del hombre. Preguntar por qué sucedió esto es formular una pregunta para la que no tenemos respuesta, porque reside en los misterios de Dios.

Vestimentas

Luego de su pecado, según Calvino, Adán y Eva comenzaron a darse cuenta de que habían desobedecido, pero no eran conscientes de la profundidad de su pecado. En consecuencia, sólo se sintieron avergonzados de su desnudez y no se humillaron como deberían haberlo hecho, ni temieron al juicio de Dios. Así, sus vestimentas constituyeron barreras entre ellos y Dios.

No obstante, cuando escucharon la voz de Dios, comprendieron que las hojas no tenían ningún valor. Luego, cuando se le preguntó por qué se escondía, Adán respondió que temía a la voz del Señor y que se avergonzaba de su desnudez. Por supuesto, esto sólo demuestra hasta qué punto había caído Adán, pues nunca antes había temido la voz del Señor ni se había avergonzado de su desnudez. No reconoció que el pecado era la raíz de su vergüenza, ni tampoco sintió su castigo al grado de desear confesar su falta.

En lugar de ello, culpó a Eva y a Dios por haberla creado. Del mismo modo, Eva no se responsabilizó de su comportamiento y culpó a la serpiente. Así, Adán y Eva fueron soberbios ante Dios, sin aún darse cuenta de la magnitud de sus actos en relación con ellos mismos y con su posteridad.

Los castigos

No obstante, Dios —según la opinión de Calvino— no niega su palabra y ejerce su castigo sobre el hombre. En primer lugar, maldice a la serpiente, porque ésta había sido creada para beneficio del hombre. Dios la regresó a su estado previo dentro del orden de la creación.

El hombre mismo se vio desprovisto de todo bien, cegado en su comprensión, perverso en su corazón y maldito por un decreto de muerte eterna. El hombre debía trabajar, y no sería un trabajo sencillo.

Adán y Eva también fueron excomulgados de la Iglesia, porque el árbol de la vida era el sacramento que se les había otorgado. Además, Eva fue maldecida con todos los problemas y dolores del embarazo, y se sometió al servicio de su esposo. Asimismo, se rompió el matrimonio.

Ahora Satanás ataca al casamiento de dos formas: en primer lugar, alienta la práctica del celibato; en segundo lugar, insinúa que las parejas casadas pueden adoptar el comportamiento que deseen. Así, la condición de Adán y Eva se tornó desesperanzada, a no ser que Dios les otorgara alguna esperanza.

El orden natural, según Calvino, también se ha visto influenciado por el pecado de nuestros primeros padres. La naturaleza del mundo se ha degenerado, convirtiendo a Dios en un vengador que crea orugas, pulgas y otros insectos. La escarcha, los truenos, las lluvias fuera de estación, la sequía, el granizo y las enfermedades son también producto de la Caída.

De este modo, en cualquier lugar que el hombre observe el mundo natural, verá que Dios le ha quitado sus favores y lo ha maldecido. A través de todos estos “desastres”, el Señor nos invita en parte al arrepentimiento, nos enseña en parte a ser humildes, y también nos hace más cuidadosos de no seguir violando Su palabra.

Por supuesto, la muerte es el castigo final. Pero para Calvino, la muerte significa mucho más que la simple muerte del cuerpo y el alejamiento del espíritu de Dios. Involucra todos los misterios de la vida. Adán fue arrojado para que él y su posteridad pudieran aprender qué significa vivir en la muerte, es decir, vivir una vida sin Dios.

Aun así, Dios no los abandonó del todo. Proveyó a Adán y a Eva vestiduras para su protección. En esto, Calvino sigue el mismo razonamiento que Lutero: las vestiduras están hechas de piel para que, al ser degradados, el hombre contemplara su propia vileza. Así, recordaría constantemente su pecado.

La esperanza del hombre

Al considerar la esperanza que Dios dio a nuestros primeros padres, Calvino se ocupa, más que ningún otro autor, de mantener el significado literal del texto y no buscar en él figuras de Cristo. Por lo tanto, no considera la promesa de que la serpiente morderá el talón de la simiente de la mujer, y que esta aplastará la cabeza de la serpiente, como una profecía de Cristo. Por el contrario, Calvino sostiene que, en un nivel, se trata de una declaración que refleja la realidad de que siempre existirá enemistad entre los humanos y las serpientes.

Pero, por otra parte, la promesa es un reconocimiento de que la serpiente es meramente la herramienta de Satanás, por lo que Calvino expresa que es parte inherente del ser humano huir de él. La simiente de la mujer, es decir, toda la familia humana, vencerá finalmente a Satanás, y el poder de ser victoriosos se otorga a los hombres fieles. Cuando Adán escuchó esta promesa, dio de inmediato a Eva un nombre que deriva de la palabra hebrea correspondiente a “vida”.

Además de esta esperanza, Dios también suavizó el exilio de Adán proveyéndole un hogar y una vida sobre la tierra, aunque debía trabajar para ello. De ese modo, Adán comprendió que no había sido separado por completo del Señor y que Él aún se preocupaba por el hombre. Asimismo, aunque Dios alejó a Adán del árbol de la vida, le otorgó un símbolo sustituto en la forma del sacrificio.

Posteridad

Desde la perspectiva de Calvino, toda la posteridad de Adán comparte su pecado, porque toda la humanidad estaba contenida en el hombre Adán. Las pruebas impuestas a Adán tenían como objetivo conducirlo al arrepentimiento, para que buscara en Cristo un remedio a su situación.

Fundamentalmente, Adán recibió una promesa de salvación que se activaría mediante su fe en la palabra de Dios, y que tenía sus raíces en Jesucristo. Antes de pecar, Adán había recibido la vida a través de su comunicación directa con Dios, pero a partir de su caída, estaba obligado a buscar la vida mediante la muerte de Cristo. Entonces, nosotros, la posteridad del primer hombre, podremos recuperar en Cristo lo que se perdió con Adán.

CONCLUSIÓN

Hemos examinado la forma en que cuatro de los más grandes teólogos de la cristiandad occidental tradicional consideraban a Adán. Podemos encontrar concordancias entre ellos. También cabe advertir que no están completamente de acuerdo unos con otros. Aun así, no podemos dejar de percibir y apreciar su lucha por comprender el texto bíblico y su deseo de explicarlo de modo tal que transformara las vidas de los cristianos.

Aquellos de nosotros que pertenecemos a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días podemos descubrir muchas verdades en común con nuestras propias creencias y formas de pensar en los escritos de estos hombres. Pero al mismo tiempo, podemos observar si estos autores tomaron un rumbo diferente del nuestro, o si se acercaron a nuestra comprensión y luego se detuvieron, porque no contaban con la información adicional que nosotros poseemos como resultado de la Restauración.

Habiendo leído las obras de San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Martín Lutero y Juan Calvino, resulta difícil dejar de lado la impresión de que fueron conducidos por Dios hasta donde les fue posible dentro de su marco histórico y con la mayor iluminación que poseían. Además, al leer sus escritos, uno percibe que apuntaban hacia algo más completo y más pleno, más allá de ellos mismos.

Los Santos de los Últimos Días saben qué es ese “algo”. Es el evangelio de Jesucristo, revelado a nosotros en los últimos días: un “algo” que hombres como nuestros cuatro autores, por virtud de su lealtad a las verdades que entonces conocían, ayudaron a preparar al mundo para que estuviera listo cuando llegara el momento oportuno de la Restauración.