
Adán el Hombre
Larry E. Dahl
Editado por Joseph Fielding McConkie y Robert L. Millet
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Adán: La Perspectiva de
los Santos de los Últimos Días
Robert L. Millet
Hace aproximadamente veinte años, leí un libro escrito por un notorio psicoanalista que trataba en profundidad el episodio del Edén. En el primer capítulo, el autor detallaba la historia del Génesis, y particularmente se centraba en la tentación de Adán y Eva por parte de la serpiente. “¿Conque Dios os ha dicho?”, preguntó la serpiente, “No comáis de todo árbol del huerto?” Y la mujer respondió a la serpiente: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto, dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis”. Entonces la serpiente dijo a la mujer: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” (Génesis 3:1-5). El ilustrado escritor dedicó el resto del libro a tratar la decisión de Adán y Eva de probar el fruto prohibido, como los pasos iniciales y la representación simbólica de la pasión extrema de la humanidad por el poder y el dominio. “Imaginen”, dice el autor, “al hombre buscando saber y ser semejante a Dios”. En realidad, ¡la sola idea de ello es impensable y blasfema!
Unos años más tarde, me encontraba conduciendo mi automóvil por el campo, escuchando la radio mientras viajaba. Disfruto especialmente al escuchar los canales religiosos para comprender con mayor profundidad la perspectiva de nuestros amigos protestantes y católicos. En un canal, el conductor de un programa de gran popularidad atendía llamados de la audiencia que solicitaba información sobre cuestiones religiosas. Un oyente le preguntó: “Reverendo, ¿por qué motivo Adán y Eva tomaron el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal?” La respuesta del ministro fue sencilla: “No lo sé”, dijo. “¡Es un hecho tonto por demás! Porque, si Adán y Eva no hubieran sido tan egoístas, no hubieran tenido tanta ansia de poder, ¡ahora nosotros podríamos estar en el Paraíso!” En ese momento, la respuesta me causó gracia. A partir de entonces he vuelto a pensar repetidas veces en esa pregunta y esto me ha hecho considerar con mayor seriedad y compasión el mundo cristiano, que desesperadamente busca lo que nosotros, como Santos de los Últimos Días, podemos ofrecer.
Gran parte de lo que tenemos para ofrecer nos llegó a través del Profeta José Smith. En el Libro de Mormón podemos leer: “Y dijo el rey [el rey Limhi] que un vidente es mayor que un profeta. Y Amón dijo que un vidente es también revelador y profeta; y que no hay mayor don que un hombre pueda tener, a menos que posea el poder de Dios, que nadie puede tener; sin embargo, el hombre puede recibir gran poder de Dios. Mas un vidente puede saber de cosas que han pasado y también de cosas futuras; y para este medio todas las cosas le serán reveladas, o mejor dicho, las cosas secretas serán manifestadas, y las cosas ocultas saldrán a luz.” (Mosíah 8:15-17; agregado de letra cursiva). Hasta cierto punto, podría decirse que José Smith el Vidente, habiendo sido instruido y guiado por el Señor, reveló tanto elementos de épocas y dispensaciones pasadas, como lo hizo respecto a nuestro tiempo y al futuro. Consideremos lo que ahora sabemos, gracias al ministerio del Profeta, sobre Enoc y Noé y Melquisedec; sobre Abraham, José y Moisés: verdades preciosas y conocimientos sagrados de la revelación moderna respecto de algunos de los más importantes de los antiguos nobles y grandes.
¿Y sobre Adán? A través del vidente moderno, es decir, de José Smith, aprendemos que Adán fue el primer cristiano de la tierra. A él se le predicó por primera vez el evangelio. A él y a su posteridad les llegaron la doctrina y la proclamación, el mandamiento de que debemos hacer todo lo que hacemos en nombre del Hijo, y de que debemos arrepentirnos e invocar a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás (Moisés 5:8). Adán: su mismo nombre significa hombre o humanidad. Adán: su verdadero título implica el primero de todos los hombres, que significa muchos (Moisés 1:34). De hecho, según las palabras del Presidente Brigham Young: “El nombre que se le dio a Adán es anterior a él.”
A través de la obra de la Restauración, se dio a conocer el conocimiento de la antigüedad y la comprensión del trato de Dios con los primeros profetas de la tierra y con los Apóstoles, quienes fueron los testigos de sí mismo y de su mensaje.
Gracias a que Dios volvió a hablar en nuestra época sobre Adán y Eva es que conocemos cosas acerca de nosotros mismos, acerca de nuestra naturaleza y de nuestra verdadera relación con la Deidad, que de otro modo no sabríamos. Por ejemplo, a través de la inspirada traducción de José Smith de los primeros capítulos del Génesis, parte de los cuales constituyen “Las selecciones del Libro de Moisés” de nuestra Perla de Gran Precio, llegamos a saber lo siguiente:
1. Adán y Eva eran elementos vitales del objetivo y del plan de Dios (el plan de salvación), que existía desde los días en que comenzaron a caminar sobre la faz de la tierra. En la actualidad, los Santos y todos los que deseen escuchar, tienen acceso a una verdad fundacional acerca del evangelio eterno de Cristo: el conocimiento de que los profetas cristianos enseñaron la doctrina cristiana y administraron los sacramentos cristianos desde los días del Edén.
2. Los actos de Adán y Eva en el Edén no deben caer en un vacío espiritual. Y las acciones de Lucifer en el jardín deben considerarse como parte de su malévolo engaño que se inició en los consejos premortales. Sencillamente, la Batalla del Cielo continúa en la tierra. (Ver Moisés 4.)
3. La caída de Adán y Eva constituía una parte fundamental del plan de Dios. Así, los Santos de los Últimos Días consideran la Caída con un optimismo que no es característico de la Cristiandad tradicional. Dicho de manera más sencilla, Adán y Eva fueron colocados en el jardín para que se produjera la caída. En realidad, el hecho de que probaran el fruto prohibido ha sido parte del plan predeterminado, al igual que lo fue la expiación de Cristo. “Por motivo de que Adán cayó”, explicó Enoc, “nosotros existimos” (Moisés 6:48; comparar con 2 Nefi 2:25).
4. Dios perdonó a Adán y a Eva su transgresión en el Jardín de Edén. Si bien los niños son “en pecado concebidos”, aunque la concepción resulta ser el vehículo a través del cual se transmiten los efectos de la Caída al hombre, son libres de todo pecado o culpa original. Los niños pequeños son limpios desde la fundación del mundo. Estas bendiciones son el resultado de los beneficios incondicionales de la expiación de Jesucristo (Moisés 6:53-55).
5. A través de las obras redentoras de Cristo y de su propio arrepentimiento, a Adán y a Eva se les perdonó sus pecados, renacieron, pasaron de un estado carnal y caído a uno de rectitud, fueron justificados, santificados y preparados para su entrada a la presencia eterna (Moisés 6:57-60). Por medio de los sacramentos de salvación, Adán, Eva y su posteridad “fueron vivificados en el hombre interior”, nacieron del espíritu, y por tanto son los hijos y las hijas de Cristo (Moisés 6:64-68). Luego, por haber recibido las bendiciones del nuevo y sempiterno pacto del matrimonio, estos Santos podrán finalmente convertirse en hijos e hijas de Dios el Padre y recibir, como co-herederos de Cristo, todo lo que el Padre posee.
En resumen, gran parte de lo que sabemos acerca de la Creación, de la Caída y de la Expiación, los tres pilares de la eternidad, lo sabemos por lo que nos ha revelado Dios, fundamentalmente durante los Últimos Días, respecto de nuestros primeros padres.
Adán ocupa un papel de sacerdocio crucial en relación con su posteridad. También se erige como ejemplo, como un modelo para toda la humanidad. Sabiendo, como lo sabemos, que el plan de salvación se enseñó y se comprendió en los primeros tiempos de la tierra; que “se empezó a predicar el Evangelio desde el principio, siendo declarado por santos ángeles enviados de la presencia de Dios, y por su propia voz, y por el don del Espíritu Santo” (Moisés 5:58), y teniendo conocimiento de que la apostasía, un evangelio espurio y órdenes de sacerdocio falsas también eran vigentes desde el principio (ver Moisés 5:16-55; Abraham 1:21-27), no debería sorprendernos que los elementos de verdad respecto de Adán y Eva, verdad mezclada con equivocaciones, o las semblanzas de los sacramentos o rituales, se evidencien en la bibliografía antigua o entre los pueblos y las culturas de todo el planeta.
Es triste constatar que la mayor parte de la sociedad vive en la ignorancia respecto del rol de Adán. Un gran segmento de la población mundial lo desecha, como si fuera un mito y una metáfora. Otros, como mi amigo el Ministro, menosprecian sus actos en el Edén y lo consideran un rebelde. Pero aun así, otros, aunque poco informados y mal guiados, lo adoran como a un dios. No comprender a Adán equivale a no comprender nuestra propia identidad, así como nuestra relación con el Señor y con su plan. La luz del evangelio ya ha brillado, y no es necesario que las personas deambulen en las tinieblas en busca de quiénes son, a quién pertenecen y en qué pueden convertirse. La búsqueda de las revelaciones y nuestra armonización con los oráculos vivientes en nuestros días nos prepararán para una época en la que se nos otorgará una mayor luz y un mejor conocimiento sobre la dispensación adámica (DyC 107:57). Será el momento en que los fieles sabrán “cosas que han pasado y cosas ocultas que ningún hombre conoció; cosas de la tierra, mediante las cuales fue hecha, y su propósito y estado final; cosas sumamente preciosas” (DyC 101:33-34). El conocimiento del origen y del destino del hombre… ese es el legado de los Santos de los Últimos Días.
CONCLUSIÓN
El capítulo sobre Adán desde la perspectiva de los Santos de los Últimos Días revela una comprensión profunda y enriquecida de su papel en el plan de salvación, gracias a la revelación restaurada que recibió a través del Profeta José Smith. Mientras que muchas tradiciones cristianas ven a Adán de manera negativa, como el origen del pecado y la caída, los Santos de los Últimos Días lo consideran un protagonista clave en la historia de la redención, tanto en la vida pre-mortal como en la terrenal.
A través de la revelación moderna, aprendemos que Adán no solo fue el primer hombre, sino también el primer cristiano, el primero en recibir el evangelio de Jesucristo y en arrepentirse de su transgresión en el Jardín de Edén. Este entendimiento nos permite ver la Caída de Adán bajo una luz diferente: no como un error o una tragedia sin esperanza, sino como una parte esencial del plan de Dios para que los seres humanos pudieran experimentar la mortalidad, aprender, y finalmente llegar a ser semejantes a Él.
El sacrificio de Adán y Eva, al comer del árbol prohibido, es interpretado como un paso necesario en el plan de salvación, que permitió la entrada de la humanidad en la mortalidad y la oportunidad de redención a través de Jesucristo. En este contexto, la Caída no es vista como una tragedia irremediable, sino como un acto divinamente orquestado que dio paso al plan de la Expiación y la Resurrección.
Adán también juega un papel esencial como el portador de las llaves del sacerdocio, que ha sido transmitido de generación en generación. Su rol como líder espiritual es fundamental para comprender cómo el evangelio fue enseñado y las ordenanzas del sacerdocio fueron administradas desde el principio de los tiempos. A través de la Restauración, los Santos de los Últimos Días tienen acceso a un conocimiento más pleno sobre Adán y su influencia en el plan divino, lo que nos ayuda a comprender nuestra propia identidad y nuestro propósito eterno.
El conocimiento revelado por José Smith nos invita a ver a Adán no solo como el primer hombre, sino como un ejemplo de obediencia y redención, un modelo para toda la humanidad que, al igual que nosotros, debe caminar por el sendero de la fe, el arrepentimiento y la obediencia. Comprender el papel de Adán en el plan de salvación es crucial para entender nuestro propio viaje espiritual, y es un recordatorio de la importancia de seguir el ejemplo de aquellos que, a través de su obediencia, recibieron las bendiciones de la salvación.

Adán el Hombre
Larry E. Dahl
Editado por Joseph Fielding McConkie y Robert L. Millet
























