
Adán el Hombre
Larry E. Dahl
Editado por Joseph Fielding McConkie y Robert L. Millet
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Adán en el Edén: La Creación
Robert L. Millet
A fin de comprender cabalmente la naturaleza de la Creación, debemos partir de la base de que, en realidad, existieron tres creaciones.
- La primera creación es la denominada creación del espíritu y corresponde al nacimiento de nuestros espíritus en la preexistencia.
- La segunda, la creación espiritual, se refiere a la naturaleza de la vida en la tierra antes de que nuestros primeros padres fueran arrojados del Edén.
- La tercera creación, u organización natural de las cosas, fue consecuencia de la Caída. Esta, la creación natural, abrió las puertas a la mortalidad, a la corrupción y a la muerte.
Ahora me ocuparé brevemente de la creación del espíritu, luego de lo cual me extenderé sobre la naturaleza del estado espiritual de la vida en el Edén. La vida después de la Caída será objeto de otro capítulo.
LA CREACIÓN DEL ESPÍRITU
La primera creación del hombre de la que hablan los profetas —es decir, la creación del espíritu— dio lugar a la organización de nuestros espíritus como inteligencias individualizadas (véase Abraham 3:22). Esto significa que, en un pasado anterior, en la preexistencia, hombres y mujeres fueron engendrados como entidades espirituales individuales y, a causa de ello, se convirtieron en hijos de un Padre y una Madre en el cielo.
La doctrina de los Santos de los Últimos Días es clara al respecto: el hombre es hijo de Dios en el sentido más puro y literal, y hemos heredado de nuestro elevado Señor las facultades, los atributos y las capacidades para poder llegar, con el tiempo, a ser como Él.
El élder Lorenzo Snow explicó:
“…que somos los hijos de nuestro Padre en el cielo, y que poseemos en nuestras organizaciones espirituales las mismas capacidades, facultades y poderes que nuestro Padre, si bien, de un modo infantil, requiriendo atravesar un determinado hecho o prueba severa en virtud de los cuales estos poderes se desarrollen y se mejoren de acuerdo con el cumplimiento que hagamos de los principios que hemos recibido…
Nacemos a imagen y semejanza de Dios nuestro Señor; Él nos engendró de esta forma. La naturaleza de la Deidad forma parte de nuestra organización espiritual; en nuestro nacimiento espiritual, nuestro Padre nos transmitió las capacidades, poderes y facultades que Él mismo poseía, del mismo modo en que, si bien en un estado todavía no desarrollado por completo, el hijo en el seno de su madre posee las facultades, poderes y capacidades de su padre.”
A esta altura del tratamiento del tema, cabe destacar que, tal como lo explicó el presidente Joseph Fielding Smith:
“No hay ningún registro de la creación del hombre o de otras formas de vida cuando fueron creados como espíritus. Solo contamos con la sencilla declaración de que así fueron creados antes de la creación física. Las declaraciones que figuran en Moisés 3:5 y en Génesis 2:5 son interpolaciones referidas a la creación física, explicando allí que, primero, todas las cosas fueron creadas en la existencia espiritual en el cielo antes de ser ubicadas en este mundo. Hemos tenido edades incalculables antes de haber sido situados en esta tierra.”
PERSONALIDADES DE LA CREACIÓN
El profeta José Smith comprendió, como resultado de sus estudios de papiros egipcios, que “tres personajes realizaron un pacto sempiterno antes de la organización de esta tierra, y que se refiere a su dispensación de las cosas a los hombres en la tierra. Estos personajes, según el registro de Abraham, son: el Primero, Dios, el Creador; el Segundo, Dios, el Redentor; y el Tercer Dios, el Testigo o Testador.”
Dios Padre, Elohim Todopoderoso, es quien se denomina el Creador. De hecho, en el sentido más profundo, toda la creación se lleva a cabo por su poder, a través de Él y bajo su dirección divina. Por lo tanto, sabemos “que hay un Dios en el cielo, infinito y eterno, de eternidad en eternidad, el mismo Dios inmutable, el organizador de los cielos y de la tierra, y de todo cuanto en ellos hay” (DyC 20:17).
Las Escrituras también dan testimonio de que Jehová fue y es el creador de mundos incontables (Moisés 1:32–33); que el Señor Omnipotente, actuando bajo la dirección de su Padre Eterno, dio existencia a los mundos a partir de materia caótica, y que luego formó y preparó dichos orbes para que los habitara la vida inteligente y sensible. En otras palabras, Dios Padre “creó todas las cosas por medio de Jesucristo” (Efesios 3:9).
“En el principio”, escribió el apóstol Juan, “era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” (Juan 1:1–3)
Del mismo modo, Pablo testificó ante los santos hebreos que el Padre “nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:2; comparar con DyC 76:24). Y el mismo Cristo declaró a los nefitas:
“He aquí, soy Jesucristo, el Hijo de Dios… Yo creé los cielos y la tierra, y todas las cosas que en ellos hay.” (3 Nefi 9:15)
Además, “Adán contribuyó a la formación de esta tierra,” expresó el presidente Joseph Fielding Smith. “Trabajó junto a nuestro Salvador Jesucristo. Tengo la absoluta visión o convicción de que hubo otros que les ayudaron. Quizás Noé y Enoc; ¿y por qué no José Smith, y aquellos designados a gobernarnos antes de haberse formado la tierra?”
Ayudándonos a tener un panorama aún más amplio respecto de quiénes pudieron haber participado en el trabajo de la creación —incluyendo quizás a algunos miembros de ese grupo de hombres y mujeres designados como los nobles y los grandes—, el élder Bruce R. McConkie observó lo siguiente:
*Cristo y Adán eran compañeros y socios en la preexistencia. Cristo, amado y elegido por el Padre, fue predeterminado para ser el Salvador del mundo; Adán, como el gran Miguel, condujo las fuerzas del cielo cuando Lucifer y un tercio de las huestes de los espíritus se rebelaron.
Jesús, el Señor, reinó luego como el Señor Jehová, fue el primer Hijo Espiritual, descrito como “uno que era semejante a Dios” (Abraham 3:24), y ascendió al trono del poder eterno. Y con Él, a su lado y bajo su dirección, estaba Miguel, que es Adán, y que luego fue predeterminado a ser el primer hombre y la cabeza de la raza humana.
Y no podemos dudar de que el más grande de los espíritus femeninos fuera el elegido y predeterminado para ser, “según la carne, la madre del Hijo de Dios” (1 Nefi 11:18). Ni tampoco podemos más que suponer que Eva estaba a su lado, regocijándose en su predeterminación por ser la primera mujer, la madre de todos los hombres, la consorte, compañera y amiga del poderoso Miguel.
Cristo y María, Adán y Eva, Abraham y Sara, y una gran cantidad de hombres poderosos y mujeres igualmente gloriosas fueron los integrantes de ese grupo de los nobles y los grandes, a quienes el Señor Jesús dijo: “Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de estos materiales y haremos una tierra sobre la cual estos puedan morar” (Abraham 3:22–24).
Esto es lo que sabemos: Cristo, por debajo del Padre, es el Creador; Miguel es su compañero y socio, que dirigió gran parte del trabajo de la creación; y junto a ellos, como lo vio Abraham, se encontraban muchos de los nobles y de los grandes. ¿Acaso podemos llegar a otra conclusión que no sea que María, Eva, Sara e innumerables hermanas leales se encontraban en ese grupo?
Por cierto, estas hermanas trabajaron en forma tan diligente en ese momento, y lucharon con tanto valor en la batalla del cielo, como lo hicieron los hermanos. Aún hoy, del mismo modo, defienden con firmeza —en la mortalidad— la causa de la verdad y del bien.
CERCA DEL TRONO DE DIOS
Luego de describir la visión de Abraham de los nobles y los grandes, después de una significativa declaración sobre su predeterminación y el propósito de la mortalidad (“y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”), y tras una breve reseña de la rebelión de Lucifer (Abraham 3:22–28), el registro escritural continúa:
“Entonces el Señor dijo: Descendamos. Y descendieron en el principio, y ellos, esto es, los Dioses, organizaron y formaron los cielos y la tierra.” (Abraham 4:1)
Es posible que aquellos a quienes aquí se denomina los Dioses —los que participaron en la preparación de la tierra para recibir plantas, animales, y lo más importante: al hombre— sean los mismos a quienes anteriormente se hacía referencia como los nobles y los grandes. De ser así, son dioses no en el sentido de que sean seres resucitados que han recibido la plenitud de la gloria y el poder del Padre (véase DyC 132:19–20), sino porque han participado en la obra creativa del Padre; son miembros de la familia de Dios, hijos e hijas de Dios; y son aquellos a quienes les llegó la palabra de Dios y quienes la difundieron (Juan 10:34–35).
Esta tierra fue creada en un entorno diferente, con una atmósfera completamente distinta a la que conocemos ahora. Fue creada cerca de Kolob, en proximidad al lugar donde mora Dios mismo. Hablando de la renovación y regeneración del planeta en que vivimos, José Smith dijo sencillamente:
“Esta tierra volverá ante la presencia de Dios, y será coronada con la gloria celestial.”
El presidente Brigham Young explicó:
“Cuando se estructuró y creó la tierra y se colocó al hombre en ella, esto sucedió próximo al trono de nuestro Padre en el cielo. Y cuando el hombre pecó —si bien eso constituía un designio divino— nada de ello fue misterioso o desconocido para los Dioses; lo comprendieron todo, todo estaba planeado. Pero cuando el hombre pecó, la tierra cayó en el espacio y tomó su lugar en el sistema planetario, y el sol se convirtió en nuestra fuente de luz…
Esta es la gloria desde donde provino la tierra, y cuando sea glorificada, volverá a estar frente al Padre, y morará allí.”
En una ocasión anterior, el presidente Young expresó:
“Esta esfera terrestre, esta pequeña substancia opaca arrojada al espacio, constituye solo una partícula en el gran universo; y cuando arribe a un nivel celestial, volverá a estar ante la presencia de Dios, donde fue generada por vez primera.”
En una de sus enseñanzas a una de las hijas de la Iglesia, John Taylor se refirió a sus orígenes divinos:
“¿Sabes tú que, no hace mucho tiempo, tu espíritu, puro y sagrado, vivió en el seno del Padre Celestial, y en Su presencia, y que tu madre, una de las reinas del cielo, se encontraba rodeada por tu hermano y tu hermana espirituales en el mundo de los espíritus, entre los Dioses?
Tu espíritu guarda esas escenas, y tú has crecido en inteligencia; has visto mundos organizados sobre otros mundos, y personas con espíritus afines al tuyo que asumieron tabernáculos, murieron, resucitaron y recibieron su exaltación en los mundos redimidos en los que alguna vez vivieron.
Tú, que deseosa y ansiosa has intentado imitarlos, esperando obtener un cuerpo, una resurrección y también la exaltación… ansiaste, suspiraste y le oraste a tu Padre Celestial para que llegara el momento en que pudieras venir a esta tierra —que se había trasladado y había sido arrojada del lugar en que fue organizada en primer lugar, cerca del planeta Kolob—. Dejando el seno de tu Padre y de tu Madre y a todos los espíritus hermanos, llegaste a la tierra, tomaste un tabernáculo e imitaste lo hecho por quienes fueron exaltados antes de ti.”
Además, puesto que la Caída aún no se había producido y dado que la tierra fue creada próxima al lugar donde habita Dios, la tierra se encontraba bajo un sistema de tiempo diferente durante la mañana de la creación. En el relato de Abraham acerca de la creación, los Dioses instruyeron a Adán y a Eva:
“De todo árbol del jardín podrás comer libremente, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás de él, porque en la ocasión en que de él comieres, de seguro morirás.
Ahora, yo, Abraham, vi que era según el tiempo del Señor, que era según el tiempo de Kolob, porque hasta entonces los Dioses aún no le habían señalado a Adán su manera de contar el tiempo.” (Abraham 5:12–13)
LA CREACIÓN PARADISÍACA
Reconocemos como artículo de nuestra fe que en el Milenio “la tierra se renovará y recibirá su gloria paradisíaca” (Artículos de Fe 1:10). Mediante razonamiento inverso, y con el conocimiento de que durante los mil años de paz la tierra existirá en una gloria terrestre, podemos concluir que la vida en la tierra edénica fue de orden terrestre. De hecho, este estado fue paradisíaco.
El hombre conocía a su Dios, y caminaba y hablaba con Él. Según nos enseñó José Smith:
“Adán era señor o amo de todas las cosas que había sobre la tierra… disfrutando, al mismo tiempo, de la comunicación y del intercambio con su Creador, sin que nada se lo impidiera.”
El Profeta también declaró:
“Los designios del Señor… han tenido el objetivo de promover el bien universal del mundo universal; de establecer la paz y la benevolencia entre los hombres; de promover los principios de la verdad eterna… y de originar la gloria milenaria, cuando ‘la tierra muestre su crecimiento, reanude su gloria paradisíaca y se convierta en el jardín del Señor’.”
Como ya hemos mencionado, los relatos de la Creación según Moisés y Abraham describen la ubicación de Adán, Eva y todas las formas de vida en un estado físico. Tenían substancia. Eran tangibles. Y, aun así, eran lo que las Escrituras describen como seres espirituales. Es decir, eran inmortales, no estaban sujetos a la muerte.
Versando sobre el cuerpo en la resurrección, Pablo escribió:
“Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción;… se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual” (1 Corintios 15:42, 44).
Asimismo, Amulek testificó que: “Este cuerpo terrenal se levanta como cuerpo inmortal, es decir, de la muerte, sí, de la primera muerte a vida, de modo que no pueden morir ya más; sus espíritus se unirán a sus cuerpos para no ser separados nunca más; por lo que esta unión se torna espiritual e inmortal, para no volver a ver corrupción” (Alma 11:45).
Finalmente, una revelación moderna testifica que, aunque los justos mueran, “también ellos se levantarán cuerpos espirituales” (DyC 88:27).
Por lo tanto, se puede describir la naturaleza de las cosas en el Edén antes de la Caída como físico-espirituales: físicas y tangibles en su apariencia exterior, pero no sujetas a los efectos del deterioro y la destrucción de la muerte.
Joseph Fielding Smith resume lo siguiente:
“La narración de la creación en el Génesis no fue una creación de espíritu, pero, en un sentido particular, sí fue una creación espiritual. Por supuesto, esto merece una explicación.
Los capítulos uno y dos del Génesis narran la creación de la tierra física. El relato de la ubicación de toda la vida sobre la tierra, hasta el pecado de Adán, en un sentido, constituye la narración de la creación espiritual de toda esa vida, pero también fue una creación física.
Cuando el Señor dijo que iba a crear a Adán, no tenía ninguna referencia a la creación de su espíritu, porque habían transcurrido años y años desde que estuvo en el mundo de los espíritus y se lo conocía como Miguel.
El cuerpo de Adán fue creado con el polvo de la tierra, pero en ese momento se trataba de una tierra espiritual. Adán tuvo un cuerpo espiritual hasta que se volvió mortal por haber violado la ley que lo regía, pero también tenía un cuerpo físico de carne y hueso.”
El élder Orson Pratt explicó con más detalle:
“El hombre, cuando fue colocado por primera vez en la tierra, era un ser inmortal, capaz de tener resistencia eterna; su carne y sus huesos, al igual que su espíritu, eran inmortales y eternos por naturaleza; y fue del mismo modo con toda la creación inferior…; todos eran inmortales y eternos por naturaleza; y la tierra misma, como un ser viviente, era inmortal y eterna en su naturaleza.”
Joseph Fielding Smith también se refirió al tema en forma más específica:
“Adán (y por extensión, toda la creación animal) no tenía sangre en sus venas antes de cometer el pecado. La sangre es la vida del cuerpo mortal.”
Una vez que Adán probó del fruto prohibido, la sangre se convirtió en “el fluido que le daba vida al cuerpo de Adán, y fue heredado por su posteridad. La sangre no solo era la vida del cuerpo mortal, sino que también contenía en ella las semillas de la muerte que conducen al cuerpo mortal a su fin.
Previamente, la fuerza vital en el cuerpo de Adán, que es similar al poder de sostén de cada cuerpo inmortal, fue el espíritu.”
Puesto que la sangre no formó parte de la organización física de la vida animal hasta después de la Caída, la muerte se mantuvo en suspenso. Las revelaciones demuestran que, por causa de la transgresión, se produjo la Caída, la cual trajo la muerte (Moisés 6:59; comparar con 2 Nefi 9:6). Además, como la sangre es el medio de la mortalidad y, por lo tanto, la forma de propagación de la vida mortal, antes de la Caída no hubo procreación. Es decir, el mandato a nuestros primeros padres y a todas las formas de vida de fructificar y multiplicarse para henchir la tierra (véase Moisés 2:22, 28), no podía obedecerse hasta que el hombre hubiera caído y hasta que la sangre hubiera ingresado a los sistemas humano y animal.
Así, Lehi le explicaba a su hijo Jacob: “Si Adán no hubiera transgredido, no habría caído, sino que habría permanecido en el Jardín de Edén”.
Él y Eva, y toda la vida vegetal y animal, habrían permanecido en su estado espiritual, ¡y aún hoy estarían en el jardín, luego de aproximadamente seis mil años!
“Y todas las cosas que fueron creadas —hombre y mujer, plantas y animales— tendrían que haber permanecido en el mismo estado (inmortal, espiritual, paradisíaco) en que se hallaban después de ser creadas; y habrían permanecido para siempre, sin tener fin.
Y no hubieran tenido hijos; por consiguiente, habrían permanecido en un estado de inocencia, sin sentir gozo, porque no conocían la miseria; sin hacer lo bueno, porque no conocían el pecado” (2 Nefi 2:22–23; comparar con Moisés 3:9).
Luego de la Caída, y con una perspectiva más amplia de los hechos acontecidos en el Edén, Eva, en lo que ciertamente es una de las declaraciones más profundas de las Escrituras, expresó:
“De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido posteridad, ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes” (Moisés 5:11).
Habiendo comprendido esto, estamos en mejores condiciones de entender las palabras de Dios —que de otra manera serían enigmáticas— referentes a la creación del hombre. Una vez descritos los seis días (períodos o eras) de la creación y los eventos particulares de cada uno, incluyendo la ubicación del hombre en la tierra, Moisés registró las palabras del Señor del siguiente modo:
“Estos son los orígenes del cielo y de la tierra, cuando fueron creados, el día en que yo, Dios el Señor, hice el cielo y la tierra; y toda planta del campo antes de que existiese en la tierra, y toda hierba del campo antes de que creciese.
Porque yo, Dios el Señor, había creado todas las cosas, de las que había hablado, espiritualmente, antes de que estuvieran naturalmente sobre la superficie de la tierra.” (Moisés 3:4–5; énfasis agregado)
No debemos olvidar que la Creación es un hecho del pasado. Por lo tanto, como escribió el élder Bruce R. McConkie, estas declaraciones son:
“Interpolativas; están insertas en la narración histórica para brindarnos la profundidad de su significado e importancia en su verdadera magnitud. No son relatos cronológicos, sino comentarios acerca de lo que [el Señor] había dispuesto en orden y secuencia.”
Partes de estos versículos —especialmente los citados en cursiva— pueden aplicarse a la creación físico-espiritual. Como ya se ha mencionado, la creación espiritual —la ubicación de todas las cosas en un estado físico y espiritual a la vez (tangible pero inmortal, no sujeto a la muerte)— precedió a la creación natural o mortal, que fue la organización de las cosas en su estado caído, a consecuencia de la transgresión.
El relato continúa:
“Porque yo, Dios el Señor, no había hecho llover sobre la faz de la tierra…”
Luego, Jehová hace una referencia explícita a la creación espiritual, es decir, a la creación preterrenal del hombre y de todas las formas de vida:
“Y yo, Dios el Señor, había creado a todos los hijos de los hombres; y no había hombre todavía para que labrase la tierra, porque los había creado en el cielo.” (Moisés 3:5)
“El trabajo se ha terminado; el relato se ha revelado”, escribió McConkie, “pero solo se lo puede comprender cabalmente si se exponen otras verdades. Estas se relacionan con la existencia preterrenal de todas las cosas y con la naturaleza paradisíaca de la tierra y de todas las cosas creadas en el momento en que provinieron por vez primera de la mano del Creador. Ambos conceptos se entrelazan en las mismas oraciones, y en algunos casos las palabras empleadas tienen un significado doble, aplicándose tanto a la vida preterrenal como a la creación paradisíaca.”
Y de este modo se aclara la palabra del Señor en la revelación moderna. Él instruyó a los Santos de los Últimos Días que había creado todas las cosas:
“Por la palabra de mi poder, que es el poder de mi Espíritu. Porque por el poder de mi Espíritu las he creado; sí, todas las cosas, tanto espirituales como temporales: primero espirituales (la creación paradisíaca), en seguida temporales (después de la Caída), que es el principio de mi obra; y además, primero temporales (nueva referencia a esta creación mortal), y en seguida espirituales (el hombre y todas las formas de vida en la resurrección y luego de ella), que es el fin de mi obra.” (DyC 29:30–32)
LA UBICACIÓN DEL EDÉN
El profeta José Smith descubrió en su traducción del Libro de Mormón que la tierra de América es “una tierra de promisión”, un sitio sagrado y selecto, “porque es una tierra escogida… sobre todas las otras tierras” (1 Nefi 2:20; véase también 2 Nefi 10:19; Éter 2:9–10).
Más adelante, en su ministerio, el Profeta pudo llegar a apreciar, al menos en parte, por qué este continente es tan amado por el Señor: el drama que conocemos como el Edén se desarrolló en América. Wilford Woodruff relató que Brigham Young dijo en una ocasión:
“José, el Profeta, me dijo que el Jardín del Edén estaba ubicado en el condado de Jackson, Misuri. Cuando Adán fue arrojado, se dirigió al lugar que ahora denominamos Adam-ondi-Ahman, en el condado de Daviess, Misuri. Allí construyó un altar y ofreció sacrificios.”
Respecto del Edén, sólo debemos agregar que la palabra profética no hace distinción entre el estado de las cosas en el Edén y en el resto de la tierra. Es decir, tenemos motivos para creer que toda la tierra —no sólo unas pocas hectáreas del Jardín— existió en un estado físico-espiritual, paradisíaco y terrestre: ni la muerte, ni el deterioro, ni la procreación, ni el desarrollo, ni el crecimiento se produjeron en ningún lugar hasta la Caída universal.
LA CREACIÓN DEL HOMBRE
Moisés llamó días a los períodos creativos. Abraham los llamó tiempos. El élder Bruce R. McConkie explicó:
“¿Qué es un día? Es un período específico de tiempo; es una era, un eón, una división de la eternidad; es el lapso que transcurre entre dos hechos identificables.
Y cada día, o cualquier período, tiene la duración requerida para cumplir su objetivo.”
Y luego, en lo que constituye un profundo discernimiento, agregó:
“No existe ningún texto revelado que especifique que cada uno de los ‘seis días’ mencionados en la Creación tuviera la misma duración.”
A medida que progresaba la obra de la Creación, los Dioses prepararon los cielos y la tierra para la vida vegetal y animal; formaron la tierra a partir de materia caótica auto-generada; separaron la luz de las tinieblas; crearon una expansión o firmamento, dividiendo las aguas de la tierra de aquellas existentes en los cielos atmosféricos; situaron los grandes luminares (el sol, la luna y las estrellas) en sus lugares planetarios apropiados, para que estuvieran listos cuando la tierra cayera; y prepararon la vida animal en las aguas y en la tierra (véase Moisés 2; Abraham 4).
El trabajo de los Dioses —posiblemente algunos de los más nobles y más grandes— ha sido monumental, y sus tareas, ampliadas: todas las cosas estaban preparadas para la creación y la ubicación del hombre en la tierra. A partir de las Escrituras y de otras fuentes sagradas, el élder Bruce R. McConkie escribió:
“Sabemos que Jehová-Cristo, ayudado por muchos de los nobles y de los grandes (Abraham 3:22), de quienes Miguel es un ejemplo, en realidad creó la tierra y todas las formas de vida vegetal y animal de su superficie. Pero”, agregó, “cuando llegó el momento de colocar al hombre en la tierra, se produjo un cambio en los Creadores. Es decir, el Padre participó personalmente.
Todas las cosas fueron creadas por el Hijo, utilizando el poder que le delegara su Padre, salvo el hombre. En el espíritu y nuevamente en la carne, el hombre fue creado por el Padre. No hubo ninguna delegación de autoridad cuando llegó el momento de situar a la criatura de la creación.”¹⁹
En otro de sus escritos, McConkie afirmó:
“En el sentido más profundo y final de la palabra, el Padre es el Creador de todas las cosas. El hecho de que asignara a su Hijo y a otros la tarea de realizar muchos de los actos creativos, delegando en ellos sus facultades creadoras, no convierte a estos otros creadores, por derecho propio, en seres independientes de Él.
Él es la fuente de todo el poder creador, y simplemente elige a otros para que actúen por Él en muchas de sus empresas creadoras.
Pero hay dos eventos creativos que le son propios: en primer lugar, Él es el Padre de todos los espíritus, incluyendo a Cristo; nadie fue creado por ningún otro. En segundo lugar, Él es el Creador del cuerpo físico del hombre.
Si bien Jehová, Miguel y muchos de los nobles y los grandes realizaron sus tareas asignadas en los diversos actos creativos, cuando llegó el momento de situar al hombre en la tierra, el mismo Dios, nuestro Señor, realizó los actos creativos.
‘Y yo, Dios, creé al hombre a mi propia imagen; a imagen de mi Unigénito lo creé; varón y hembra los creé.’” (Moisés 2:27)
De modo que podemos concluir que las referencias a Jesucristo en las Escrituras como el Creador del hombre (por ejemplo, Isaías 45:12; Mosíah 26:23; Éter 3:15–16) son ejemplos del Hijo hablando por el Padre, por investidura de autoridad divina.
Lucas, al referirse a la genealogía de Jesús, habló de Cainán, quien “era hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios” (Lucas 3:38). La Traducción de José Smith de este pasaje declara: “Adán, quien fue formado por Dios, y el primer hombre sobre la tierra” (TSJ, Lucas 3:45). En otro pasaje de dicha traducción inspirada leemos sobre la línea de grandes patriarcas desde Adán hasta Enoc:
“Y esta es la genealogía… de los hijos de Adán, quien era hijo de Dios, con quien Dios conversaba.” (TSJ, Génesis 6:23; Moisés 6:22)
En este libro, en el capítulo titulado “Nuestra gloriosa madre Eva”, se ofrece una reseña complementaria sobre la ubicación del hombre y la mujer en la tierra.
CONCLUSIÓN
Los relatos de la creación del hombre, de los animales y de todas las formas de vida constituyen un testimonio del poder todopoderoso del Padre y del Hijo para organizar y orquestar lo que es y lo que será.
Si pudiéramos medir su valor, estas gemas de las Escrituras valdrían más que su peso en oro. Pero son fragmentarias; son breves; entretejen lo literal con lo figurativo, y presentan la verdad de tal modo que requiere de nuestros mayores esfuerzos para llegar a esas realidades trascendentes —pero disponibles— que están al alcance de toda persona honesta que busca la verdad. El profeta José Smith declaró:
“Las cosas de Dios son de gran importancia, y solo se las puede descubrir con el tiempo, la experiencia y los pensamientos cuidadosos, solemnes y equilibrados.”
En este capítulo hemos tratado algunos de los misterios de la Creación. Hemos visto que los hombres y las mujeres fueron engendrados como espíritus antes de que comenzara la creación física.
Además, Jehová, Miguel y posiblemente otros nobles y grandes —todos actuando por virtud del poder y de acuerdo con las directivas del Primer Dios, el Creador— prepararon y organizaron la tierra misma, y situaron sobre ella la vida vegetal y animal.
Por este medio, nos enfrentamos cara a cara con la Creación, una organización espiritual de la vida en la tierra que casi supera la comprensión. Antes de la Caída y de la introducción de la creación natural o mortal, no había sangre, ni muerte, ni procreación.
Todas las cosas habrían permanecido así, si Adán y Eva no hubiesen probado del fruto prohibido.
Hombres y mujeres nacieron y crecieron en las mansiones celestiales como hijos espirituales de Dios, y tienen la capacidad de ascender, mediante los poderes de ascensión y regeneración de la redención de Cristo y mediante la justicia sostenida, a las alturas celestiales y volver a ocupar su lugar en la familia de los Dioses.
Así, la Creación abrió las puertas a posibilidades infinitas y eternas. Y con la Creación ya consumada, se situó en su lugar uno de los pilares de la eternidad.
























