
Adán el Hombre
Larry E. Dahl
Editado por Joseph Fielding McConkie y Robert L. Millet
4
La Caída del Hombre
Roben J. Matthews
Este capítulo está basado en la creencia en las cuatro obras fundamentales que la Iglesia considera como Escritura revelada y sagrada. Partimos de la convicción de que estas Escrituras son correctas y que transmiten una impresión precisa respecto de los objetivos de Dios en la creación de la tierra, el origen divino del hombre, la realidad de la Caída del hombre y la provisión de la Expiación después de la Caída.
No es intención de este capítulo armonizar las opiniones conflictivas de quienes recurren a fuentes no pertenecientes a las Escrituras —sean seculares o filosóficas— para encontrar información sobre la Caída, o que desean racionalizar o buscar un compromiso para hacer que las piezas encajen en un marco de referencia no escritural. Estoy convencido de que las Escrituras son coherentes consigo mismas, y que aunque los detalles no se conozcan por completo, contienen suficiente información como para comprender qué ocasionó la Caída, cuáles fueron sus consecuencias y qué papel cumple en los propósitos divinos. Ya se nos ha revelado lo suficiente como para ilustrarnos acerca del propósito práctico y útil que cumple la Caída en el progreso del hombre hacia la salvación. También se nos permite entender que ni Adán ni Dios se arrepintieron de que la Caída ocurriera. De hecho, este acto es motivo de regocijo.
Puesto que partimos de la base de que el relato de las Escrituras es preciso (aunque no necesariamente completo), no nos ocuparemos aquí en debatir si la narración es correcta, sino en aprender lo que realmente dicen las Escrituras y las interpretaciones ofrecidas por los profetas de los últimos días.
Existe un buen motivo para considerar y confiar en las Escrituras como nuestra fuente principal de información sobre el origen de las cosas, incluso de las raíces del hombre. Hasta que sepamos cuáles son esos orígenes, es imposible tener una visión completa. Ninguno de nosotros recuerda haber estado presente en la Caída. Ninguno recuerda, por experiencia propia, las condiciones ni los temas tratados antes, durante o después de la Creación o de la Caída. Dependemos por completo de fuentes externas a nosotros para obtener información sobre estos eventos. Como ningún otro ser humano sobre la tierra posee recuerdos personales de estos asuntos, la revelación proveniente de quien sí los recuerda es absolutamente esencial para tener el conocimiento necesario.
Se cuenta que Diógenes de Sinope, el educador griego que vivió aproximadamente 300 años a.C., presenció el discurso de un filósofo que hablaba con gran certeza sobre cosas eternas. Ante ello, Diógenes se acercó y le preguntó: “¿Cuándo regresaste del cielo?”
De forma similar, el profeta José Smith, al comentar sobre nuestra necesidad de revelación si deseamos obtener información correcta, dijo:
“Los hombres de la actualidad [hablan] del cielo y de la tierra, y no los han visto; y diré que ningún hombre conoce estas cosas sin [la revelación].”
Y también expresó: “Nunca podremos comprender las cosas referidas a Dios y al cielo sino por medio de la revelación. Podemos espiritualizarnos y expresar opiniones sobre toda la eternidad, pero sin ninguna autoridad.”
El profeta agregó: “Si observaran el cielo durante cinco minutos, conocerían más que si leyeran todo lo que se ha escrito sobre el tema.”
Por lo tanto, el objetivo de este capítulo es presentar y comentar lo que el Señor —quien estuvo presente y recuerda las circunstancias— ha revelado acerca de la Caída del hombre y sus efectos sobre la humanidad y sobre toda la creación.
EL PLAN DE SALVACIÓN: UN MARCO DOCTRINAL DE PRINCIPIOS FIJOS
Una contribución especial de la revelación de los últimos días es el concepto de que existe un plan de salvación que ha estado en la mente de Dios desde antes de la creación del mundo, un concepto sobre el cual el actual registro bíblico no ofrece declaraciones definitivas. Si bien la Biblia no es suficiente por sí sola para demostrar que Dios tiene tal plan, después de leer sobre el plan en las Escrituras de los últimos días, se pueden hallar rastros del mismo en la Biblia.
El plan del Padre exige la Caída del hombre como una etapa y proceso indispensables dentro de Su propósito de “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Así, la Creación, la Caída y la Expiación son partes necesarias del gran plan del Señor. Todas fueron planeadas, y cada una es fundamental para el éxito de las otras.
Que Dios tiene un plan para la humanidad se menciona al menos veintiocho veces en las Escrituras de los últimos días. Dichas Escrituras se refieren al plan divino con diversos nombres, entre ellos:
- “Gran y eterno plan” (Alma 34:16)
- “Gran plan de felicidad” (Alma 42:8)
- “Gran plan de redención” (Jacob 6:8; Alma 34:31)
- “Plan de redención de la muerte” (2 Nefi 11:5)
- “Plan de la misericordia” (Alma 42:15)
- “Plan de nuestro Dios” (2 Nefi 9:13)
- “Plan de redención” (Alma 12:25–33; 17:16; 18:39; 22:13–14; 29:2; 39:18; 42:11, 13)
- “Plan de la restauración” (Alma 41:2)
- “Plan de salvación” (Jarom 1:2; Alma 24:14; 42:5; Moisés 6:62)
- “Plan del Dios eterno” (Alma 34:9)
- “Plan del gran Creador” (2 Nefi 9:6)
- “Su plan (de los Dioses)” (Abraham 4:21)
El plan de Dios requiere una creación, una caída que conlleve dos tipos de muerte, un período de probación, una serie de mandamientos y ordenanzas, una expiación infinita realizada por Dios, una resurrección, un juicio, y una asignación al destino eterno correspondiente.
Si se cambiara u omitiera cualquier parte o cualquiera de las etapas, el plan se destruiría (véase Alma 42:8). El plan es un todo: nada en él es superfluo, nada es optativo. Su totalidad está “bien concertada y unida entre sí” por “todas las coyunturas que se ayudan mutuamente” (Efesios 4:16).
El profeta José Smith nos ha enseñado que hay leyes inmutables que gobiernan las existencias preterrenales, terrenales y posmortal. Él las denominó “principios inmutables”.
“Solo podemos comprender que ciertas cosas existen y que las podremos adquirir por medio de determinados principios inmutables. Si los hombres obtuvieran la salvación, deberían estar sujetos, antes de dejar este mundo, a determinadas reglas y principios que fueron establecidos por un decreto inalterable antes de que existiera el mundo…
La organización de los mundos espirituales y celestiales, y de los seres espirituales y celestiales, se realizó en el más perfecto orden y armonía. Sus límites y fronteras fueron establecidos irrevocablemente, y ellos mismos los suscribieron voluntariamente en su estado celestial, al igual que nuestros primeros padres sobre la tierra. De allí la importancia de que todos los hombres de la tierra que esperen la vida eterna abracen y suscriban los principios de verdad eterna.
Les aseguro a los santos que la verdad, en cuanto a estos temas, puede conocerse a través de las revelaciones de Dios.”
Y nuevamente dice el profeta:
“Dios realizó determinados decretos que son fijos e inmutables. Por ejemplo, Dios situó al sol, a la luna y a las estrellas en los cielos, y les dio sus leyes, condiciones y límites, que no pueden transgredir salvo por Su mandamiento. Todos se mueven en perfecta armonía en su esfera y orden, y son como luces, signos y señales para nosotros.
El mar también tiene límites que no puede traspasar. Dios ha colocado muchas señales en la tierra, así como también en los cielos. Por ejemplo, el roble del bosque, el fruto del árbol, la hierba del campo: todos presentan una señal de que allí se plantó una semilla, porque existe un decreto de que cada árbol, planta y hierba que tenga semillas deberá producir fruto según su especie, y no podrán transgredir ninguna ley ni principio.”
LO QUE DEBERÍAMOS SABER ACERCA DE LA CAÍDA
La razón por la cual es importante saber que Dios tiene un plan para la salvación de la humanidad —y que dicho plan incluye la Caída del hombre— es que ese conocimiento dignifica la Caída y otorga al hombre un sentido de seguridad, al eliminar la idea de que todo ocurrió por azar o por una circunstancia fortuita. La idea de un plan divino nos lleva a la conclusión de que la Caída:
- Fue necesaria.
- No fue una sorpresa para Dios.
- No fue una rebelión.
- Es una parte esencial del trayecto del hombre hacia la perfección.
Es probable que haya otras dimensiones en relación con la Caída, pero estas conclusiones son, desde un punto de vista filosófico y doctrinal, de importancia fundamental para el hombre mientras vive en la tierra como ser mortal. Si no fuera por la noción de que se está llevando a cabo un plan completo e inteligente en beneficio de la tierra y del hombre, sería imposible tomar la distancia necesaria y tener la fe requerida en la redención de Jesucristo. Las revelaciones nos proveen un marco de referencia doctrinal para la comprensión, a fin de poder tener fe en las cosas justas.
El presidente Ezra Taft Benson nos ha dado una excelente razón para comprender la Caída:
“En el Libro de Mormón, los santos supieron que el plan de redención debía comenzar con el relato de la Caída de Adán. En palabras de Moroni:
‘Por Adán vino la Caída del hombre. Y por causa de la Caída del hombre, vino Jesucristo… y a causa de Jesucristo vino la redención del hombre’ (Mormón 9:12).
Del mismo modo que un hombre no desea comer hasta que siente hambre, no desea la salvación de Cristo hasta que no sabe por qué necesita a Cristo.
Nadie sabe, con total convicción, por qué necesita a Cristo hasta que comprende y acepta la doctrina de la Caída y su efecto sobre toda la humanidad. Y ningún otro libro en el mundo explica esta doctrina vital como lo hace el Libro de Mormón.”
DECLARACIONES ACERCA DE LA CAÍDA
Existen sobradas evidencias en el mundo de que la humanidad se encuentra en un estado de decadencia. Sabemos que la familia humana es hija de la Deidad, no solo una de sus creaciones, sino literalmente sus hijos espirituales: sus hijos e hijas. Por lo tanto, el hombre tiene una relación con Dios distinta a la de los animales, la tierra, los planetas y las estrellas. Aquellas cosas son obra de Sus manos; el hombre es Su descendencia.
Y aun así, a pesar de su linaje divino, el hombre ha manifestado odio, egoísmo, codicia, guerras, enfermedades y otras características que no se condicen con la majestad y el carácter moral de un Dios lleno de sabiduría, conocimiento, perfección y benevolencia. Una breve reflexión sobre la historia de la humanidad y la naturaleza de la sociedad humana nos llevaría a concluir que, o bien el hombre no desciende de una Deidad noble, o el hombre se ha apartado de los caminos de Dios y ha caído desde una posición sagrada y justa que una vez sostuvo.
De cualquier manera, el hombre mortal —pasado o presente— no ha manifestado coherentemente las características de virtud ni la perfección física, moral, espiritual e intelectual que naturalmente esperaríamos de la familia de un Dios perfecto y glorioso.
El Señor ha explicado, por medio de sus profetas, cómo se produjo esta condición. Es el resultado de la Caída de Adán, o la Caída del hombre.
En Doctrina y Convenios leemos: “Sabemos que hay un Dios en el cielo, infinito y eterno, de eternidad en eternidad el mismo Dios inmutable…; y que creó al hombre, varón y hembra, según su propia imagen y a su propia semejanza él los creó; y les dio mandamientos de que lo amaran y lo sirvieran a él, el único Dios verdadero y viviente… Pero por transgredir estas santas leyes, el hombre se volvió sensual y diabólico, y llegó a ser hombre caído” (DyC 20:17–20).
Aarón, hijo de Mosíah, enseñó esta misma doctrina:
“Y aconteció que, al ver que el rey creería sus palabras, Aarón empezó por la creación de Adán, leyendo al rey las Escrituras, de cómo creó Dios al hombre a su propia imagen, y que Dios le dio mandamientos, y que, a causa de la transgresión, el hombre había caído.
Y Aarón le explicó las Escrituras, desde la creación de Adán, exponiéndole la caída del hombre, y su estado carnal, y también el plan de redención que fue preparado desde la fundación del mundo, por medio de Cristo, para cuantos quisieran creer en su nombre.
Y en vista de que el hombre había caído, este no podía merecer nada de sí mismo; mas los padecimientos y muerte de Cristo expían sus pecados mediante la fe y el arrepentimiento” (Alma 22:12–14).
Hay muchas otras declaraciones en las Escrituras, particularmente en las Escrituras de los Últimos Días, que describen los efectos de la Caída. El relato de la Caída de Adán se narra en Génesis, capítulo 3, y en Moisés, capítulo 4. El relato también aparece en el Libro de Mormón, donde se nos dice que Lehi, habiendo recibido las planchas de bronce, leyó acerca “de Adán y Eva, nuestros primeros padres” (1 Nefi 5:10–11; véase también 2 Nefi 2:17–20).
Además, el Libro de Mormón contiene numerosas referencias a la tentación de Adán y Eva por parte de Satanás en el Jardín de Edén.
Es evidente que los profetas nefitas estaban familiarizados con el relato escritural sobre la creación, Adán, Eva, el árbol de la vida, el árbol de la ciencia, Lucifer, la tentación, la transgresión, la expulsión del Edén y los efectos de la Caída sobre Adán, Eva y toda su posteridad. Estos temas, en particular, son tratados con detalle por Lehi, Jacob, Benjamín, Abinadí, Alma, Amulek, Aarón, Ammón, Samuel el Lamanita y Moroni. Incluso el apóstata Antíona muestra cierta familiaridad con el contenido de la escritura nefita cuando le pregunta a Alma sobre la espada encendida, el Jardín de Edén y el libro de la vida (véase Alma 12:20–21).
A partir de los detalles que figuran en el Libro de Mormón, podemos concluir que el relato de la Caída contenido en las planchas de bronce era más completo que el de nuestro libro del Génesis. Evidentemente, las planchas de bronce contenían un registro similar al que se encuentra en el libro de Moisés, que es un extracto de la traducción inspirada del profeta José Smith del relato del Génesis. Es evidente que al relato bíblico de la Caída le faltan algunas partes “preciosas y sencillas”, lo cual ha causado una distorsión y debilitamiento de su mensaje.
LA CAÍDA FUE UN HECHO REAL
Para tener valor eterno, es necesario que la Caída de Adán sea un hecho histórico que ocurrió realmente, en un momento y lugar específicos. Aceptamos a Adán y Eva como personas reales que vivieron, transgredieron y condujeron su propia caída, así como la consiguiente caída de toda la humanidad. Si contáramos con un registro completo, podríamos marcar en un calendario el momento preciso en que se produjo la Caída. Del mismo modo, si tuviéramos un mapa adecuado, podríamos señalar el lugar exacto donde ocurrió la transgresión.
La Caída es un hecho real y absoluto. Un hombre real y una mujer real transgredieron, en un momento particular y en una ubicación geográfica concreta, un mandamiento divino, lo cual trajo consigo la caída del hombre. Fue un hecho que no solo afectó a toda la humanidad, sino también a toda la creación. La Caída es un hecho histórico, un evento real, un hecho absoluto, y no simplemente una verdad filosófica o una noción “religiosa”.
LAS CONDICIONES DE VIDA EN EL JARDÍN DEL EDÉN
¿Qué tipo de vida llevaban el hombre y los animales en el Jardín del Edén antes de la Caída? Según las Escrituras y las interpretaciones ofrecidas por muchos Hermanos, las condiciones eran las siguientes:
- No existía la muerte para el hombre ni para los animales en el jardín. El padre Lehi declara que no había muerte entre todas las creaciones de Dios en esta tierra hasta el momento en que Adán comió del fruto prohibido:
“Pues he aquí, si Adán no hubiese transgredido, no habría caído, sino que habría permanecido en el jardín de Edén. Y todas las cosas que fueron creadas tendrían que haber permanecido en el mismo estado en que se hallaban después de ser creadas; y habrían permanecido para siempre, sin tener fin” (2 Nefi 2:22).
- Del mismo modo, leemos en el libro de Moisés:
“Y de la tierra yo, Dios el Señor, hice crecer físicamente todo árbol que es agradable a la vista del hombre; y el hombre podía verlos. Y también se tornaron en almas vivientes. Porque eran espirituales el día en que los creé, porque permanecen en la esfera en que yo, Dios, los creé, sí, todas las cosas que preparé para el uso del hombre; y este vio que eran buenas como alimento” (Moisés 3:9).
Estas declaraciones no se refieren solo al hombre, sino a toda la creación. Lehi habla de “todas las cosas que fueron creadas” y el pasaje del libro de Moisés menciona la tierra, al hombre y a todo lo que hay sobre ella. No existía la muerte, y todas esas cosas habrían permanecido para siempre, sin fin, si la muerte no hubiera ingresado mediante la transgresión de Adán.
Esto nos recuerda la declaración en Doctrina y Convenios de que para Dios todas las cosas son espirituales, y que no ha dado ningún mandamiento temporal ni mortal (véase DyC 29:34–35). Es decir, Dios es sempiterna e infinitamente un ser espiritual, y lo que Él hace es espiritual, no mortal ni temporal. Según las Escrituras, fue Adán —no Dios— quien trajo la muerte. La muerte no era parte de la creación original del Señor para esta tierra ni para ninguna de las cosas que hay sobre su faz.
- No nacería ningún niño en el jardín. Lehi es directo en su explicación de que, sin la Caída, Adán y Eva no habrían tenido hijos (2 Nefi 2:23). Y Lehi no es el único que menciona que Adán y Eva no hubieran tenido hijos si no hubiera existido la Caída. Eva entendió la situación y dijo con gozo: “De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido posteridad”. Esta maravillosa declaración no figura en nuestra Biblia actual. El profeta José Smith la dio a conocer por medio de su traducción inspirada de la Biblia. No cabe duda de que esta verdad estaba escrita en las planchas de bronce, las cuales serían la fuente de comprensión de Lehi. Además, tenemos la confirmación mediante las palabras del profeta Enoc:
“Por motivo que Adán cayó, nosotros existimos, y por su caída vino la muerte” (Moisés 6:48). - No había sangre en los cuerpos de Adán y Eva en el jardín.
El hecho de que no hubiera sangre en los cuerpos de Adán y Eva antes de la Caída, y de que la sangre llegara como resultado de la Caída, no se afirma categóricamente en ninguna Escritura. Sin embargo, importantes maestros doctrinales como el presidente Joseph Fielding Smith y el élder Bruce R. McConkie enseñaron que así fue. Esta conclusión se basa en las Escrituras, considerando que la sangre es la vida mortal del cuerpo (véase Génesis 9:2–6; Levítico 17:10–15).
Otro punto que apoya esta conclusión es que el profeta José Smith declaró que los seres resucitados no poseen sangre, sino cuerpos de carne y hueso, “teniendo espíritu en sus cuerpos, pero no sangre”. El profeta también expresó:
“Cuando el Espíritu da vida a nuestra carne, no habrá sangre en este tabernáculo”.
Al referirse al lugar donde mora Dios, el profeta afirmó:
“La carne y la sangre no pueden ir allí; pero la carne y los huesos, estimulados por el Espíritu de Dios, sí pueden”
(véase también 1 Corintios 15:50).
Esto es lo que sabemos sobre la sangre:
a) Es parte vital de nuestra vida mortal y esencial para el proceso reproductivo de los mortales.
b) Fue el agente de la redención en la Expiación de Jesucristo, quien derramó Su sangre para redimir a toda persona de los efectos de la Caída y, bajo condición de arrepentimiento, de sus pecados personales.
c) La sangre no existirá en los cuerpos de los seres resucitados.
Conociendo estos hechos, resulta evidente que la sangre es una insignia de la mortalidad, y puesto que no existirá en los cuerpos inmortales de Adán, Eva y su posteridad en la resurrección, podemos concluir razonablemente que no existió sangre en sus cuerpos inmortales y pre-mortales antes de la Caída.
- No existió pecado en el Jardín del Edén hasta la transgresión cometida por Adán y Eva.
Este hecho no presenta controversia alguna. Todo el concepto de la Caída se basa en él. Lehi declaró que sin la Caída, Adán y Eva “habrían permanecido en un estado de inocencia… sin hacer lo bueno, porque no conocían el pecado” (2 Nefi 2:23). - Adán y Eva estuvieron ante Dios en el Jardín de Edén.
Si bien el Padre no estaba constantemente en el jardín con Adán y Eva, los visitaba con frecuencia, y ellos podían verlo y hablar con Él. No obstante, luego de la Caída y de haber sido arrojados del jardín, pudieron oír la voz de Dios: “y no lo vieron, porque se encontraban excluidos de su presencia” (Moisés 5:4).
Las cinco condiciones descritas anteriormente, que fueron características del Edén, ya no existen en la tierra. Han sido eliminadas y reemplazadas por la muerte física, la reproducción, la sangre, el pecado y la separación de Dios. Este es el mundo mortal, temporal y decadente en el que hemos nacido.
Desde la Caída, el mundo ha provenido directamente del mundo de los espíritus pre-mortales, mediante el proceso de nacimiento, hacia un mundo de mortalidad. Sin embargo, Adán, Eva y los animales —aquellos primeros seres en habitar la tierra— fueron trasladados del estado pre-mortal, al Jardín, y de allí hacia la mortalidad.
DEFINICIÓN DE PALABRAS CLAVE
Sería de gran utilidad examinar y definir algunos términos que se emplean con frecuencia en las Escrituras y que se relacionan con el tema de la Caída.
Alma
Las Escrituras definen al alma como la combinación de un cuerpo espiritual y un cuerpo físico (DyC 88:15; véase también Génesis 2:7; Moisés 3:7, 9, 19; Abraham 5:7).
Los hombres, los animales, los árboles y la misma tierra son todas almas vivientes. Todos son creados primero como espíritus, y se convierten en almas vivientes al recibir un tabernáculo físico —el cual, desde la Caída de Adán, ha sido un tabernáculo mortal o temporal.
Espíritu y Espiritual
Un espíritu es un ser, compuesto de materia espiritual demasiado refinada y sutil para que el ojo de los mortales la perciba naturalmente o para que la mano de los mortales pueda tocarla (véase DyC 129:6–8; 131:7–8). Todas las cosas que pertenecen a esta tierra fueron creadas como espíritus antes de ser creadas físicamente. A este acto se le denomina correctamente “la creación espiritual”. Luego, Dios creó las cosas en su aspecto físico, pero aún no existían la muerte ni el pecado. Por lo tanto, la creación física (como se describe en Génesis 1 y 2) era tangible en su naturaleza, pero espiritual en sus condiciones.
Un cuerpo resucitado es un tabernáculo físico y tangible, tanto como lo son nuestros cuerpos mortales actuales; pero un cuerpo resucitado no está sujeto a la muerte, por lo que se lo denomina cuerpo espiritual (no “cuerpo de espíritu”). En este sentido, las Escrituras se refieren a los cuerpos físicos y tangibles resucitados como espirituales (véase Alma 11:45; DyC 88:26–28; 1 Corintios 15:42–49). No cabe duda, por el contexto de estos pasajes, de que se habla de un cuerpo físico, en contraste con un cuerpo de espíritu, aunque se emplea el término “espiritual”.
Habiendo determinado cómo se usa el término espiritual en diversas Escrituras que hablan de la muerte y de la resurrección, podemos comprender mejor la condición de la tierra y de todo lo que habitaba en ella al momento de su creación. Los relatos de la creación en seis días, que se encuentran en Génesis, Moisés y Abraham, son registros de la creación espiritual, que era una creación física bajo condiciones inmortales. No obstante, no contamos con relatos detallados acerca de la creación del espíritu, que ocurrió antes de la creación espiritual; sin embargo, debemos saber que tuvo lugar.
Carne
La palabra carne tiene diversas connotaciones en las Escrituras, una de las cuales es la mortalidad. Repetidamente se nos advierte que no confiemos en “el brazo de la carne” (2 Nefi 4:34; 28:31; Jeremías 17:5), y se nos recuerda que “la carne es hierba” (Isaías 40:6). Las Escrituras también hablan de “las concupiscencias de la carne” (1 Nefi 22:23; Gálatas 5:19; 1 Juan 2:16). Todos estos pasajes se refieren al hombre en su condición mortal y decadente.
También hay referencias a la carne de los seres resucitados, como en el Evangelio según San Lucas, donde Jesús dice:
“Porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:39).
No obstante, en la mayoría de los casos, el término carne hace referencia al hombre en su estado mortal. Por lo tanto, cuando se dice que Adán “es la primera carne sobre la tierra”, se está indicando que fue el primero en volverse mortal (Moisés 3:7). En este contexto, carne equivale a mortal. En la creación física, el hombre fue situado sobre la tierra después de los animales. Pero en el proceso de la Caída, el hombre se volvió mortal antes que los animales. Siendo así, el hombre no pudo haber descendido de los animales, ya que no existía la mortalidad antes de la Caída de Adán, y sin mortalidad no podían haber ni nacimientos ni muertes sobre la faz de la tierra.
El proceso de tres etapas mediante el cual el hombre y la tierra se volvieron mortales se ilustra en el cuadro incluido en este capítulo.
Muerte
La palabra muerte significa literalmente “separación” o “estar separado de”. Así, la muerte física es la separación del cuerpo y del espíritu. La muerte espiritual es la separación de la presencia de Dios, o estar dividido de Él o del bien.
LOS EFECTOS DE LA CAÍDA
Una vez definidos los términos pertinentes, ahora estamos preparados para considerar los efectos de la Caída. Una de las declaraciones más claras sobre dichos efectos es la de Jacob, hijo de Lehi:
“Yo sé que vosotros no ignoráis que nuestra carne tiene que perecer y morir; no obstante, en nuestro cuerpo veremos a Dios… Porque así como la muerte ha pasado sobre todos los hombres, para cumplir el misericordioso designio del gran Creador, también es menester que haya un poder de resurrección, y la resurrección debe venir al hombre por motivo de la caída; y la caída vino a causa de la transgresión; y por haber caído el hombre, fue desterrado de la presencia del Señor” (2 Nefi 9:4, 6).
En este pasaje, Jacob aborda el tema de las dos muertes que fueron consecuencia de la Caída. Un castigo impuesto por el Señor por haber comido del fruto prohibido fue que “el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Lo primero que ocurrió fue la muerte espiritual, o dicho de otro modo, el alejamiento de la presencia de Dios. Esto es descrito por Alma como “una muerte eterna respecto de las cosas pertenecientes a la rectitud” (Alma 12:32).
Adán experimentó esta muerte luego de haber comido del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Qué tan rápido fue este proceso, no lo sabemos, pero fue una consecuencia directa de su transgresión, y todo indica que ocurrió relativamente pronto.
La muerte física no llegó con la misma rapidez. El registro indica que Adán vivió 930 años luego de haberse convertido en mortal (Moisés 6:12). Aun así, la muerte física de Adán ocurrió dentro de un día del Señor, que equivale a mil años según nuestro tiempo, ya que, como declara Abraham, en el momento en que se anunció el castigo de muerte, Adán y la tierra aún se regían por el tiempo del Señor (véase Abraham 5:13; 3:4).
Así, el primer juicio que recibió el hombre fue la muerte —ambos tipos de muerte, según la advertencia del Señor. En el contexto de la Expiación, Jacob define cuidadosamente los efectos de la Caída:
“Por tanto, es preciso que sea una expiación infinita; pues a menos que fuera una expiación infinita, esta corrupción no podría revestirse de incorrupción. De modo que el primer juicio que vino sobre el hombre tendría que haber permanecido infinitamente. Y siendo así, esta carne tendría que descender para pudrirse y desmenuzarse en su madre tierra, para no levantarse jamás.
¡Oh, la sabiduría de Dios, su misericordia y gracia! Porque he aquí, si la carne no se levantara más, nuestros espíritus tendrían que estar sujetos a ese ángel que cayó de la presencia del Dios Eterno, y se convirtió en el diablo, para no levantarse más.
Y nuestros espíritus habrían llegado a ser como él, y nosotros seríamos diablos, ángeles de un diablo, para ser separados de la presencia de nuestro Dios y permanecer con el padre de las mentiras, en miseria como él” (2 Nefi 9:7–9).
Estas muertes —la física y la espiritual— son reales, terribles, y sin la expiación de Cristo serían destructoras para la felicidad de la humanidad, siendo la separación de Dios especialmente aterradora. Jacob las llama “un terrible monstruo”: “¡Oh, cuán grande es la bondad de nuestro Dios, que prepara un medio para que escapemos de las garras de este terrible monstruo, sí, ese monstruo, muerte e infierno, que llamo la muerte del cuerpo y también la muerte del espíritu!”
Y luego repite: “¡Oh, la grandeza de la misericordia de nuestro Dios, el Santo de Israel! Pues él libra a sus santos de ese terrible monstruo: el diablo, y la muerte, e infierno, y de ese lago de fuego y azufre, que es tormento sin fin” (2 Nefi 9:10, 19).
Debido a la Caída de Adán, la muerte física es inevitable para todos. El deterioro y la muerte son la herencia literal de toda cosa viva sobre esta tierra. La ciencia médica y el adecuado cuidado físico pueden posponer el día de la muerte física, pero nada puede evitarla. Si una enfermedad o accidente no la causa, el inexorable paso del tiempo y el “desgaste” de la carne la producirán finalmente.
Incluso aquellos que son trasladados deberán experimentar un tipo de muerte, un cambio, aunque sea instantáneo. No sentirán el “sabor” de la muerte, pero deberán pasar por ese cambio para poder ser resucitados (véase 3 Nefi 28:6–8, 17, 36–40; Juan 21:21–23).
La otra muerte, que también se hereda de Adán, es la separación de Dios. Ninguno de nosotros ha experimentado la muerte física todavía, pero todos hemos experimentado la muerte espiritual. Solo por el hecho de haber nacido como descendientes de Adán, no estamos en la presencia de Dios, y esa es una forma de muerte espiritual. Este estado se inicia con el nacimiento mortal, y se intensifica después de los ocho años, a menos que experimentemos el renacimiento espiritual.
Jacob describe con fuerza y claridad cuál sería la condición de la humanidad sin redención. No habría resurrección de los cuerpos muertos, y los espíritus humanos se volverían como los del diablo, miserables para siempre, alejados de la presencia de Dios, condenados a vivir con Satanás eternamente. Esta es la consecuencia última, legal y justa, de la Caída, si no existiera la redención.
En palabras de Jacob:
“El primer juicio que sobrevino al hombre fue de duración infinita.”
¿Cuál fue ese primer juicio?
“Ciertamente morirás” (Génesis 2:17; Moisés 4:17).
La razón por la que hay dos tipos de muerte es que la Caída afectó tanto al cuerpo como al espíritu. Jacob explicó esta situación con más exactitud que nadie en las Escrituras. No podríamos reconocer a Jesucristo como nuestro Salvador sin entender qué se pierde y qué es lo que Él salva de nosotros, y Jacob nos proporciona esa información esencial.
Samuel el Lamanita también enseñó que hay dos muertes como consecuencia de la Caída:
“Hallándose desterrados de la presencia del Señor por la Caída de Adán, todos los hombres son considerados muertos, tanto en lo que respecta a cosas temporales como a cosas espirituales” (Helamán 14:16).
El hermano de Jared, expresando humildemente su sentido de debilidad e indignidad, suplicó misericordia al Señor, diciendo:
“Por causa de la Caída, la naturaleza se torna mala continuamente” (Éter 3:2).
En nuestra dispensación, el Señor también habló sobre el efecto de la Caída sobre Adán y su posteridad. Debe advertirse que ambos tipos de muerte son mencionados en el siguiente pasaje:
“Aconteció, pues, que el diablo tentó a Adán, y este comió del fruto prohibido y transgredió el mandamiento, por lo que vino a quedar sujeto a la voluntad del diablo, por haber cedido a la tentación.”
¿Te gustaría que compile todo el capítulo 4 de “La Caída del Hombre” por Robert J. Matthews, ya revisado y corregido, en un solo documento Word? Puedo incluir índice, portada, subtítulos organizados y formato editorial para facilitar su consulta o distribución.
Por tanto, yo, Dios el Señor, hice que fuese echado del Jardín de Edén, de mi presencia, a causa de su transgresión; y en esto murió espiritualmente, que es la primera muerte, la misma que es la última muerte, que es espiritual, y la cual se pronunciará sobre los inicuos cuando yo diga: “Apartaos, malditos”.
Mas he aquí, os digo que yo, Dios el Señor, le concedí a Adán y a su posteridad que no muriesen, en cuanto a la muerte temporal, hasta que yo, Dios el Señor, enviara ángeles para declararles el arrepentimiento y la redención mediante la fe en el nombre de mi Hijo Unigénito (DyC 29:40–42).
Pablo, en el Nuevo Testamento, declara sucintamente: “Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22).
Otros pasajes de las Escrituras nos ayudan a comprender claramente que lo expresado por Pablo se refiere a algo más que a la muerte física. También se aplica a la muerte espiritual. Todos los seres atraviesan la muerte espiritual y la muerte física debido a Adán. Del mismo modo, por causa de Cristo (como se demostrará en el siguiente capítulo), todo ser será redimido de la muerte espiritual y de la muerte física, ambas heredadas de Adán. A partir de ese momento, los hombres serán juzgados por sus propios pecados y no por la transgresión de Adán (véase Helamán 14:15–18).
CUANDO ADÁN CAYÓ, TAMBIÉN CAYÓ TODA LA CREACIÓN
Llegados a este punto del capítulo, habiendo tratado los efectos de la Caída de Adán, hemos enfatizado el impacto que tuvo sobre la humanidad. No obstante, observamos anteriormente que las Escrituras aplican la Caída a “todas las cosas que fueron creadas” (2 Nefi 2:22; Moisés 3:9). Las enseñanzas de muchos líderes y profetas a lo largo de los años explican que cuando Adán cayó, lo hizo toda la creación.
Vemos evidencias de esta caída universal en la muerte y en la naturaleza temporal y mortal de todas las plantas, animales y aves. La muerte es la ley actual de esta creación en la que vivimos.
Las Escrituras afirman que hasta la tierra perecerá y será vivificada:
“La tierra soporta la ley de un reino celestial… así que será santificada; sí, a pesar de que morirá, será vivificada de nuevo” (DyC 88:25–26).
Esto da mayor sentido al décimo Artículo de Fe, que declara que la tierra “será vivificada y recibirá su gloria paradisíaca”.
Entre los líderes que enseñaron la doctrina de la caída de toda la creación se encontraba el élder Orson Pratt, quien enseñó:
“Los cielos y la tierra fueron contaminados, es decir, los cielos materiales y todo lo que se relaciona con nuestro planeta; todos cayeron cuando el hombre cayó, y se volvieron sujetos a la muerte cuando el hombre se volvió sujeto a ella.”
Del mismo modo, el élder Parley P. Pratt escribió: “Tengo el penoso deber de rastrear algunos de los cambios importantes que se produjeron y las causas que conspiraron para reducir la tierra y sus habitantes a su estado actual. En primer lugar, el hombre cayó de su presencia frente a Dios por dar lugar a la tentación, y esta caída afectó a toda la creación, así como también al hombre, y ocasionó varios cambios. Se lo separó de la presencia de su Creador; un velo los dividió, y el hombre fue arrojado del Jardín de Edén para labrar la tierra, que había sido maldecida por su causa y que debía comenzar a producir espinas y cardos, y con el sudor de su frente debería ganarse el pan, y con dolor, comer de él todos los días de su vida, y finalmente volver al polvo…
Ahora bien, lector, observe el cambio. Esta escena, que antes había sido tan hermosa, se había convertido ahora en una morada de dolor, de muerte y de duelo; la tierra rugía con su producción de espinas y cardos maldecidos; y el hombre y la bestia eran enemigos; la serpiente arrastrándose astutamente, temiendo que su cabeza recibiera el golpe fatal; y el hombre, asombrado, en medio del camino lleno de espinas, temiendo que los dientes de la serpiente mordieran su talón; mientras el cordero derramaba su sangre sobre el altar humeante.
Al poco tiempo, el hombre comienza a perseguir, a odiar y a asesinar a sus semejantes, hasta que finalmente la tierra se llena de violencia, la carne se corrompe, y los poderes de las tinieblas prevalecen.”
En tiempos más recientes, el élder Bruce R. McConkie escribió sobre la caída universal:
“A Adán le llegó la orden: ‘Maldita será la tierra por tu culpa; con pena comerás de ella todos los días de tu vida. Las espinas y también los cardos llegarán a ti’.
Así, fue maldecida la tierra paradisíaca; así cayó; y así se llegó al estado en que ahora se encuentra.”3
En otra declaración, McConkie también dijo: “Cuando llegó la Caída, se produjeron cambios radicales para el hombre, la tierra y todas sus formas de vida. […] Cuando Adán cayó, también lo hizo la tierra y se convirtió en una esfera mortal, en la que las personas carnales y terrestres vivirían.”
Finalmente, en un discurso del presidente Brigham Young, leemos: “[Adán y Eva] transgredieron un mandamiento del Señor, y por dicha transgresión el pecado ingresó al mundo. El Señor sabía que ellos lo harían, y así lo planeó. Luego llegó la maldición sobre los frutos, los vegetales y sobre toda la madre tierra; y sobre las cosas que se arrastran, sobre los granos del campo, los peces del mar y sobre todas las cosas pertenecientes a esta tierra, a causa de la transgresión del hombre.”
Y finalmente, contamos con esta breve declaración del presidente Joseph Fielding Smith acerca del efecto de la Caída de Adán sobre toda la creación:
“Luego de la Caída de Adán, el Señor ‘maldijo’ la tierra, y su condición mortal pasó a la tierra y a toda su faz.”
Evidentemente, los animales, las plantas y la tierra no tienen la responsabilidad moral que le corresponde al hombre, pero todos los otros efectos de la Caída pertenecen a toda la creación, y no solo al hombre. La importancia de advertir que la Caída de Adán trajo consigo la mortalidad a toda la creación consiste en que niega el concepto de que el hombre evolucionó de otras formas inferiores de vida por evolución orgánica. Adán fue el primero en volverse mortal, el primero en tener el poder de reproducirse.
EL TEMA DEL PECADO ORIGINAL
Puesto que los efectos de la Caída de Adán han sido transmitidos a toda su posteridad, desde el nacimiento hasta la inmortalidad, cada uno de los descendientes de Adán, excepto Jesucristo, ha participado de la Caída de Adán, y sufrirá tanto la muerte física como la muerte espiritual.
Jesús vino a este mundo como el Unigénito del Padre en la carne, y por lo tanto, la muerte no lo dominó como a la posteridad de Adán. Él tuvo prosapia divina, proveniente del Padre, más allá de la descendencia de Adán. Por ello, Jesús tenía “vida en sí mismo”, porque era el Hijo de Dios en la carne (Juan 5:26; 10:17–18). Así, pudo redimirse de la Caída y pagar la deuda causada por Adán.
Por tanto, lo que perdimos en Adán, lo recuperamos en Cristo. Si bien todos deben morir, Jesús levantará a los descendientes de Adán en la resurrección, de modo que nunca volverán a morir físicamente (Alma 11:45). Toda la posteridad de Adán fue separada de la presencia de Dios a causa de la Caída; pero gracias a la Redención realizada por Jesucristo, quien no había pecado, toda la posteridad de Adán será rescatada de la muerte espiritual y será regresada a la presencia de Dios para ser juzgada por sus hechos individuales (Alma 42:23; Helamán 14:17).
Si en ese juicio un individuo es hallado culpable de persistentes pecados, podrá ser separado nuevamente de la presencia de Dios por sus propios pecados, y no por la transgresión de Adán.
Puesto que el hombre hereda los efectos de la Caída de Adán, se plantea el tema del pecado original, y si los niños nacen pecadores por haber heredado el pecado de Adán. Los defensores del pecado original, un concepto enseñado por siglos en la cristiandad, se basan en su interpretación (o mala interpretación) de los escritos de Pablo para justificar sus opiniones.
Pablo es más específico que otros escritores bíblicos en lo referente a la Caída, y testifica que la Caída de Adán ha descendido sobre la naturaleza del hombre. Por ejemplo, escribió a los corintios:
“En Adán todos mueren” (1 Corintios 15:22), y a los santos de Roma declaró: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron… Porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo… Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:12, 15, 19).
Aunque Pablo describe la relación entre Adán y Cristo mejor que cualquier otro escritor de la Biblia, sus escritos no son tan claros como lo son el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios o la Perla de Gran Precio. Debido a las expresiones utilizadas en el pasaje de Romanos, algunos teólogos han llegado a la conclusión de que los niños heredan realmente el pecado de Adán. A esto lo denominan “pecado original”.
“Pecado original” es el concepto de que, puesto que la Caída de Adán trajo consigo la muerte y la enajenación de toda la familia humana, los niños pequeños nacen en pecado o con el castigo del pecado, y no reciben los favores de Dios. Por lo tanto, si muriesen en su primera infancia sin ser bautizados, quedarían para siempre separados de la presencia de Dios.
Esta creencia probablemente surgió como una forma de reconocer los efectos de la Caída, sin comprender completamente los resultados de la Redención. El concepto del pecado original es, sin duda, una doctrina falsa, porque reconoce la Caída y sus consecuencias (la muerte y el pecado), pero no reconoce la misión del Salvador al redimir a la humanidad de la Caída.
La doctrina del pecado original tendría parte de verdad si no existiera la redención por medio de Jesucristo; y no sólo se aplicaría a los niños, sino también a toda la familia humana. Pero como Cristo sí efectuó una expiación, la doctrina del pecado original, tal como ha sido tradicionalmente enseñada, es incorrecta.
Esta doctrina, sostenida durante grandes períodos de la cristiandad, se basa en el razonamiento de varios filósofos que vivieron durante la época de la Gran Apostasía. Fue especialmente desarrollada por Agustín, en el siglo V. Según este razonamiento, la posteridad de Adán pecó realmente en Adán.
Los defensores de esta doctrina citan Romanos 5:12, 15, 19 (citados anteriormente), interpretando que, a través de Adán, el pecado ingresó al mundo y fue transmitido a todos los hombres, convirtiéndolos en pecadores.
Sin embargo, hay una diferencia clara entre heredar el pecado real en sí y heredar únicamente las consecuencias del pecado. Los padres de la Iglesia entre los siglos II y IV d.C. enseñaban que los niños realmente pecaban en Adán.
Las revelaciones de los Últimos Días, sin embargo, enseñan que el hombre solo hereda las consecuencias, no el pecado en sí.
Puesto que se consideraba a los niños como pecadores reales desde el nacimiento, los filósofos mal inspirados concluyeron, sin demasiada base, que dichos niños no podían entrar en la presencia de Dios si morían sin ser bautizados. A partir de esta conclusión, se desarrolló el concepto del bautismo infantil, como intento de adaptarse a esa peculiar visión de la Caída de Adán.
La equivocada opinión del pecado original, que sostiene que los niños pequeños nacen en pecado, también condujo al desarrollo, en el catolicismo, de la doctrina de la “Inmaculada Concepción”. Esta doctrina no es, como muchos suponen, una referencia a la concepción de Jesús, sino que se refiere a la creencia de que María, madre de Jesús, fue concebida milagrosamente en el vientre de su madre, de modo que ella (María) no naciera con el estigma del pecado original, y así pudiera ser libre para concebir al Sagrado Niño Jesús.
No existe nada en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento que explique con claridad, y sin ambigüedad, cómo se aplica la Caída de Adán a los niños: si en realidad la humanidad pecó en Adán, o si el hombre sufre únicamente las consecuencias de la Caída. Tampoco encontramos en la Biblia una declaración que exprese claramente cómo se aplica la Redención específicamente a los niños.
No obstante, sí encontramos dicha declaración en el Libro de Moisés, revelado como parte de la traducción del Génesis por el profeta José Smith. En este pasaje, el profeta Enoc enseña al pueblo acerca de Adán, de cómo la muerte y el pecado ingresaron al mundo, y de lo que el Señor enseñó a nuestro primer padre:
“Y por su propia voz [Dios] llamó a nuestro padre Adán, diciendo: Yo soy Dios; yo hice el mundo y los hombres antes que existiesen en la carne.
Y también le dijo: Si te vuelves a mí y escuchas mi voz, y crees y te arrepientes de todas tus transgresiones, y te bautizas en el agua, en el nombre de mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad, el cual es Jesucristo, el único nombre que se dará debajo del cielo, mediante el cual vendrá la salvación a los hijos de los hombres, recibirás el don del Espíritu Santo, pidiendo todas las cosas en su nombre, y te será dado cuanto tú pidieres.
Y nuestro padre Adán habló al Señor, y dijo: ¿Por qué es que los hombres deben arrepentirse y bautizarse en el agua?
Y el Señor le contestó: He aquí, te he perdonado tu transgresión en el Jardín de Edén.
De allí que se extendió entre el pueblo el dicho: Que el Hijo de Dios ha expiado el pecado original, por lo que los pecados de los padres no pueden recaer sobre la cabeza de los niños, porque éstos son limpios desde la fundación del mundo.” (Moisés 6:51–54)
Este pasaje nos asegura por completo que Adán fue perdonado por su transgresión en el Jardín, y que su posteridad es libre de toda responsabilidad respecto de dicha transgresión. Solo somos responsables de nuestros propios pecados.
Si este pasaje hubiese permanecido en el libro del Génesis, o si la doctrina correcta hubiera sobrevivido en el Nuevo Testamento, se habría evitado el concepto erróneo del pecado original y el bautismo de niños, enseñado y practicado por muchos cristianos durante los últimos ochocientos años.
En un discurso registrado en el Libro de Mormón, el rey Benjamín explica que el hombre hereda su condición caída de Adán, pero también declara que la redención de Cristo protege a los niños y a los no conocedores de los efectos de la Caída:
“Pues he aquí, y también su sangre expía los pecados de aquellos que han caído por la transgresión de Adán, que han muerto no sabiendo la voluntad de Dios concerniente a ellos.” (Mosíah 3:11)
Y más adelante afirma: “Mas te digo que son benditos [los niños pequeños]; pues he aquí, así como en Adán, o por naturaleza, ellos caen, así también la sangre de Cristo expía sus pecados.” (Mosíah 3:16)
Asimismo, el Señor declaró: “Todos los espíritus de los hombres fueron inocentes desde el principio; y habiéndolo redimido Dios de la Caída, el hombre llegó a quedar de nuevo en su estado de infancia, inocente delante de Dios.” (Doctrina y Convenios 93:38)
Lo que está implícito en este pasaje es que todo hombre, por haber nacido en la mortalidad como descendiente de Adán, cae; pero por la expiación de Cristo, todos los niños pequeños en su estado infantil son inocentes ante Dios.
En nuestra era sofisticada e “iluminada”, muchos religiosos rechazan la idea del pecado original y la culpabilidad de los niños. Pero lo hacen por motivos equivocados. No lo rechazan porque tengan una comprensión cabal de la expiación de Jesucristo, sino porque también han rechazado la Caída de Adán y de la humanidad. Al adoptar un enfoque humanista, desechan la historia de Adán, y por consiguiente, la necesidad de una expiación.
En lugar de ser teólogos, muchos se convierten en sociólogos eclesiásticos o maestros de ética. Sin embargo, la palabra de Jesucristo proporciona las únicas respuestas correctas a las preguntas fundamentales de la vida, la muerte, el pecado y la inocencia. Estas respuestas se encuentran en la verdadera doctrina de la Caída de Adán y de la Expiación de Jesucristo.
Así, podemos comprender el poder y la importancia del Libro de Mormón y de otras revelaciones doctrinales que nos dio el profeta José Smith. También llegamos a valorar la energía con la que Mormón testificó contra el bautismo de los niños pequeños, según lo registra el Libro de Mormón.
Después de haber “preguntado al Señor respecto de esta práctica”, Mormón escribió a su hijo Moroni:
“Y la palabra del Señor vino a mí por el poder del Espíritu Santo, diciendo:
Escucha las palabras de Cristo, tu Redentor, tu Señor y tu Dios…
Los niños pequeños son sanos, porque son incapaces de cometer pecado; por tanto, la maldición de Adán les es quitada en mí, de modo que no tiene poder sobre ellos; y la ley de la circuncisión se ha abrogado en mí.” (Moroni 8:7–8)
“Y de esta manera me manifestó el Espíritu Santo la palabra de Dios; por tanto, amado hijo mío, sé que es una solemne burla a los ojos de Dios que bauticéis a los niños pequeños…
Mas los niños pequeños viven en Cristo, aun desde la fundación del mundo…
Los niños pequeños no pueden arrepentirse; por consiguiente, es una terrible iniquidad negarles las misericordias puras de Dios, porque todos viven en Él por motivo de su misericordia.
Y el que dice que los niños necesitan el bautismo niega las misericordias de Cristo y menosprecia su expiación y el poder de su redención.”
(Moroni 8:7–9, 12, 19–20)
Mormón no negó los efectos ni la realidad de la Caída, sino que, con inteligencia espiritual, ubicó tanto la Caída como la Expiación en la perspectiva correcta.
¿POR QUÉ EL SEÑOR NO CREÓ AL HOMBRE MORTAL?
Nuestro tratamiento de la Caída del hombre no estaría completo sin abordar un tema que surge con frecuencia al respecto:
¿Por qué el Señor no creó directamente al hombre como ser mortal, evitando así todos los conflictos y traumas derivados de la transgresión y del incumplimiento de mandamientos?
Aunque las Escrituras no proporcionan una respuesta directa a esta pregunta, sí se nos ha enseñado lo suficiente sobre el plan de Dios como para sugerir una posible respuesta.
Dios solo hace por la humanidad lo que ella no puede hacer por sí misma. El hombre debe realizar todo lo que pueda por su propia cuenta. Esta doctrina se resume en el principio:
“Somos salvos por la gracia, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23).
Reconocemos este principio tanto en la salvación de los vivos como en la obra vicaria por los muertos: se nos requiere actuar en todo lo que esté a nuestro alcance.
Si Adán y Eva hubiesen sido creados como seres mortales, se les habría negado la oportunidad de participar activamente en una etapa crucial del plan que podían llevar a cabo por sí mismos. Tal como leemos en el Libro de Mormón, el hombre: “…el mismo se había ocasionado su propia caída” (Alma 42:12).
Puesto que la Caída era una parte necesaria del plan de salvación, y dado que el hombre era capaz de producir esta condición por sí mismo, se le concedió el privilegio de dar esos pasos necesarios para su progreso eterno.
Si Dios hubiese creado al hombre como mortal, entonces la muerte, el pecado y todas las circunstancias de la mortalidad serían creación directa de Dios, y por tanto, eternas y permanentes por naturaleza. Sin embargo, al permitir que el hombre actuara como agente moral en la Caída, Dios conservó su posición justa y misericordiosa.
Al mismo tiempo, al ser Adán y Eva quienes llevaron a cabo la transgresión, se convierten en sujetos plausibles de castigo o recompensa, dependiendo de sus decisiones. Una reflexión cuidadosa sobre estos temas nos lleva a la conclusión de que la Caída se efectuó de la mejor manera posible, según el sabio plan del Señor.
Como testificó Lehi acerca de la Caída y de la Redención: “…todas las cosas han sido hechas según la sabiduría de aquel que todo lo sabe” (2 Nefi 2:24).
El Señor también aclaró que Él no crea condiciones temporales o mortales, ni actúa en un nivel mortal: “…yo, el Señor Dios, doy mandamientos, y no hay ley temporal para mí; porque mis obras son espirituales, y no naturales ni temporales.” (Doctrina y Convenios 29:34–35)
El élder Orson F. Whitney ofreció una observación que amplía esta perspectiva:
“La Caída tenía un doble sentido: hacia abajo y hacia adelante.”
Y el profeta José Smith dijo:
“Adán fue creado para abrir el camino del mundo.”
Así, Adán y Eva tuvieron el privilegio de hacer que las cosas sucedieran mediante sus propias acciones, lo cual es mucho mejor que haber sido creados mortales y pecadores.
LA CAÍDA DE ADÁN FUE UNA BENDICIÓN
¿Cómo debemos considerar la Caída? ¿Cómo se sintieron Adán y Eva al respecto? No conocemos su reacción inmediata, pero una vez iluminados con la palabra y el discernimiento eterno, ambos se regocijaron por los beneficios finales de la Caída.
De Adán se registra: “Y Adán bendijo a Dios ese día y fue lleno [del Espíritu], y empezó a profetizar concerniente a todas las familias de la tierra, diciendo:
Bendito sea el nombre de Dios, pues a causa de mi transgresión se han abierto mis ojos, y tendré gozo en esta vida, y en la carne de nuevo veré a Dios.” (Moisés 5:10)
Y acerca de Eva está escrito: “Y Eva, su esposa,… se regocijó diciendo:
De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido posteridad, ni hubiéramos jamás conocido el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes.
Y Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios e hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas.”
(Moisés 5:11–12)
El presidente Brigham Young habló favorablemente acerca de Adán, Eva y la Caída:
“Algunos podrán lamentar que nuestros primeros padres hayan pecado. Esto es una tontería.
Si nosotros hubiésemos estado allí y ellos no hubiesen pecado, nosotros lo habríamos hecho.
No culparé a Adán y Eva. ¿Por qué? Porque fue necesario que el pecado ingresara en el mundo; ningún hombre podría haber entendido jamás el principio de exaltación sin su opuesto.
Nadie jamás podría recibir una exaltación sin familiarizarse con su opuesto.
¿Cómo pecaron Adán y Eva?
¿Se rebelaron directamente contra Dios y Su gobierno? No.
Pero transgredieron un mandamiento del Señor, y a través de esa transgresión el pecado ingresó al mundo.
El Señor sabía que lo harían, y Él planeó que lo hicieran.”
El presidente Brigham Young también expresó lo siguiente:
“La Madre Eva… [comió] el fruto prohibido. No deberíamos estar aquí si ella no lo hubiera hecho; nunca poseeríamos sabiduría e inteligencia si ella no lo hubiera hecho. Todo formaba parte del plan del cielo, y no es necesario que hablemos de ello; todo es correcto.
Nunca deberíamos culpar a la Madre Eva de ninguna manera.
Doy gracias a Dios por poder discernir entre el bien y el mal, entre lo amargo y lo dulce, entre las cosas de Dios y las cosas que no son de Dios.
Cuando observo el plan del cielo, mi corazón brinca de alegría, y si tuviera la lengua de un ángel, o las lenguas de toda la familia humana en una, alabaría a Dios por la grandeza de Su enorme sabiduría y condescendencia al hacer que los hijos de los hombres cayeran en el pecado en el que han caído.
Porque Él hizo que ellos, al igual que Jesús, descendieran por debajo de todas las cosas y luego, por fuerza propia, se elevaran por encima de todo.”
El presidente Joseph Fielding Smith también declaró que la Caída de Adán fue una bendición:
“Cuando Adán fue arrojado del Jardín de Edén, el Señor le dio una sentencia. Algunas personas han considerado esa sentencia como algo terrible. No lo fue. Fue una bendición.
No creo que siquiera pueda considerarse como un castigo oculto.”
También aclaró que la transgresión de Adán no involucró el pecado sexual, como falsamente enseñan algunos. Adán y Eva fueron casados por el Señor cuando aún eran inmortales, en el Jardín de Edén, antes de que la muerte ingresara al mundo.
Alabando nuevamente a Adán y a Eva, el presidente Smith declaró:
“Ahora, puedo abrir la Biblia, casi cualquier Biblia —quizás esta misma— y encontrar en ella, en el encabezamiento de la página (no en las palabras de las Escrituras, sino por interpretación de hombre), que Adán cometió un pecado terrible.
No, no lo hizo.
Adán no cometió un pecado. Hizo lo que se le ordenó hacer, lo que se le asignó hacer antes de haber llegado aquí…
Creo que lo he dicho antes, aquí mismo: estoy muy, muy agradecido a la Madre Eva.
Si alguna vez llego a verla, quiero agradecerle por lo que hizo, porque hizo la cosa más maravillosa que jamás ocurrió en este mundo, y eso fue ponerse en la posición en la que Adán tenía que hacer lo mismo que ella, o de lo contrario, serían separados para siempre…
Adán y Eva hicieron lo que debían hacer.
Les digo, me saco el sombrero ante la Madre Eva y me regocijo.
Quiero leer lo que ella dijo.
Cuando Eva comprendió la condición y el resultado de la Caída, predicó este discurso —el primer discurso registrado del que disponemos— [cita Moisés 5:11].”
El presidente Smith también ofreció una definición esclarecedora respecto al “fruto prohibido”. Explicó que lo “prohibido” no hacía referencia a su ingestión en sí, sino al hecho de que Adán y Eva no podrían permanecer en el Jardín si lo ingerían.
Esto sugiere que el Señor deseaba que la Caída ocurriera, dentro de los parámetros del albedrío. El presidente Smith lo expresó así:
“¿Por qué vino aquí Adán?
No estaba sujeto a la muerte cuando fue ubicado en la tierra, así que debía producirse un cambio en su cuerpo por medio de la ingestión de un elemento —llámenlo como quieran, el fruto— que introdujera la sangre en su cuerpo.
Y la sangre se convirtió en la sangre del cuerpo, en lugar del espíritu.
Y la sangre lleva en sí misma las semillas de la muerte.
¿Fruto prohibido? Si desean llamarlo así, pero creo que el Señor dejó muy en claro que no lo era.
Solo le dijo a Adán: ‘Si deseas permanecer aquí, esta es la condición. Si no, no lo comas.’”
CONCLUSIÓN
En este capítulo hemos presentado algunos de los principales factores doctrinales e históricos relativos a la Caída del hombre.
Se ha hecho énfasis particular en: la necesidad de la Caída dentro del plan eterno; su impacto en toda la creación; y la interconexión esencial entre la Caída y la Redención.
Como resultado de la Caída, el hombre y todas las cosas creadas se volvieron mortales y por tanto necesitaron la redención. La Caída no fue un accidente, sino una parte necesaria e integral del plan de salvación. En lugar de ser condenados, Adán y Eva deben ser vistos como héroes, merecedores de nuestro reconocimiento, gratitud y honra.
Si el relato de la Caída de Adán, tal como está registrado en las Escrituras modernas, es verdadero —y lo creemos—, entonces Adán no pudo haber llegado a esta tierra mediante un proceso de evolución orgánica desde formas inferiores de vida. Él y Eva fueron: los primeros en convertirse en mortales, y los primeros en poseer el poder de reproducción.
Así, mediante su fidelidad al plan divino, abrieron el camino para la experiencia terrenal de toda la humanidad.
























