
Adán el Hombre
Larry E. Dahl
Editado por Joseph Fielding McConkie y Robert L. Millet
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La revelación del evangelio a Adán:
El significado de la Expiación
Robert J. Matthews
Cuánto tiempo transcurrió desde que Adán y Eva fueron arrojados del Jardín de Edén y separados de la presencia de Dios hasta que les fue revelado el evangelio, no lo sabemos. Resulta poco probable que haya sido un período prolongado. Por la forma particular en que se relatan los hechos en Moisés 5 y 6, parecería que Adán y Eva ya eran abuelos antes de que se les revelara el evangelio (véase Moisés 5:1–12). No obstante, esta impresión podría deberse solo a la manera en que se ha redactado el relato. Por mi parte, no considero que la secuencia de los hechos sea una prueba concluyente para afirmar que hubo un período prolongado de ignorancia por parte del padre Adán.
Aprendemos por las Escrituras que Adán y su posteridad fueron separados de la presencia del Señor y sometidos a la muerte física como resultado de la Caída. De no existir la expiación infinita a través de Jesucristo, Adán, Eva y toda su posteridad hasta la última generación estarían sujetos para siempre a la muerte física, sin esperanza de resurrección. Sus cuerpos se descompondrían y volverían al polvo, y nunca serían redimidos. Lo que es peor: los espíritus de todos los hombres se volverían diablos, miserables por siempre jamás, sin esperanza de redención o liberación. ¡Tan poderosa fue la Caída de Adán!
A la revelación de los últimos días le debemos la clarificación de estos conceptos. La Biblia nos dice qué ocurrió en cuanto a la Caída y la Expiación, pero la revelación de los últimos días describe los motivos por los cuales estos hechos son tan importantes. Gracias a esta claridad revelada, junto con la valiosa información bíblica, los Santos de los Últimos Días deberían ser reconocidos por todas las personas por su comprensión sobre Adán y Jesucristo. A ambos les debemos gratitud eterna.
El valor del libro de Moisés respecto de las enseñanzas sobre Adán
En este capítulo enfatizaremos ciertos aspectos de la Expiación que nos han sido particularmente revelados por el libro de Moisés, contenido en la Perla de Gran Precio, y que se refieren fundamentalmente a la revelación del evangelio al padre Adán. En la Perla de Gran Precio encontramos una ampliación y elaboración de estos temas que no hallamos en ninguna otra fuente. Por ejemplo, en las escrituras convencionales aprendemos que el evangelio fue enseñado a los antiguos patriarcas y que ellos sabían de la existencia de Cristo.
Pero el libro de Moisés es un registro detallado de cómo sucedió esto realmente, y ofrece detalles y conceptos que no figuran en ningún otro relato. El libro de Moisés es un extracto de la traducción del Génesis realizada por José Smith y, por tanto, presenta de forma más clara y moderna lo que Moisés escribió originalmente (véase Moisés 1:40–41). Incluso describe con mayor precisión que cualquier otro documento disponible actualmente lo que figuraba en las planchas de bronce de los nefitas (1 Nefi 5:10–11).
Al referirnos al tema de la revelación del evangelio a Adán, con un énfasis especial en lo que dicha revelación nos enseña acerca de la Expiación, nos centraremos principalmente en Moisés 5:1–12 y 6:51–62.
El primero de estos pasajes relata las palabras pronunciadas por un ángel a Adán y el significado del sacrificio de animales, en tanto que prefigura la misión y la persona de Jesucristo. También registra la respuesta de Adán a la enseñanza que recibió. El segundo pasaje se refiere a la enseñanza de Enoc, siete generaciones después de Adán. Pero por medio de Enoc —quien aparentemente recopiló y citó declaraciones del antiguo “libro de recuerdos” de Adán— conocemos otra revelación hecha a Adán respecto de por qué los hombres deben arrepentirse, ser bautizados y recibir el evangelio de Jesucristo para ser salvos.
En ambos pasajes, el enfoque está especialmente centrado en Adán. Esto es particularmente significativo porque Adán, después de su Caída, es el prototipo de todos los hombres mortales. Y dado que fue a través de él (y de Eva) que la mortalidad se introdujo en la tierra, se hace hincapié en su estado especial y en su situación histórica. De ese modo, el libro de Moisés nos ofrece un relato más detallado del evangelio, tal como se le enseñó a Adán, que cualquier otro registro al que hayamos tenido acceso hasta el momento. Como se mencionó antes, probablemente su contenido sea similar al de las planchas de bronce. El libro de Moisés no solo es un testimonio de la antigüedad del evangelio, sino que también enseña un concepto único de la Expiación en relación con Adán, que no se encuentra en ninguna otra fuente con tanta minuciosidad, especialmente en lo que concierne a la situación singular de Adán antes y después de su transgresión en el Jardín de Edén.
EL PLAN DE SALVACIÓN ES SIEMPRE EL MISMO
Con el objeto de poder apreciar que Adán recibió la totalidad del evangelio, junto con los primeros patriarcas de la tierra, debemos comprender que el evangelio y el plan de salvación son más antiguos que la tierra. El plan era conocido y conversado entre las huestes del cielo desde hace muchos años, estando presente en la mente de Dios y en las mentes de millones de Sus hijos e hijas mucho antes de que la tierra fuera creada. De hecho, sabemos que la tierra fue creada para cumplir con el plan. Las creaciones, las predeterminaciones, los albedríos y todo lo relacionado con la Caída y la redención de la tierra fueron conocidos y preparados antes de que ésta fuera formada.
Por lo tanto, no fue ninguna sorpresa para el cielo que Adán y Eva comieran del fruto prohibido y se volvieran mortales. La Caída ya había sido predeterminada antes de la fundación del mundo. Por supuesto, sabemos que Jesús fue llamado y predeterminado antes de la creación para llevar a cabo la Expiación, como se infiere de los siguientes pasajes:
“Cristo [es] como un cordero sin mancha y sin contaminación: ya destinado desde antes de la fundación del mundo” (1 Pedro 1:19–20)
“[Jesús es] el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8; véase también Moisés 7:47)
“He aquí, yo soy el que fui preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo” (Éter 3:14)
“Porque no querían… creer en su Hijo Unigénito… que fue preparado desde antes de la fundación del mundo” (Moisés 5:57)
La Caída y la Expiación van juntas. Ambas fueron conocidas en el mundo premortal, y ambas son necesarias para el progreso de la humanidad desde su estado espiritual hasta el estado de resurrección final. La Caída hizo necesaria la Expiación, y así como fue predeterminada la expiación de Cristo, también lo fue la Caída de Adán.
El plan de salvación es más antiguo que la tierra y no ha sido modificado desde entonces. Esto se observa en los siguientes pasajes:
“Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa.” (Doctrina y Convenios 130:20–21)
“Porque todos los que quieran recibir una bendición de mi mano han de obedecer la ley que fue decretada para tal bendición, así como sus condiciones, según fueron instituidas desde antes de la fundación del mundo.” (Doctrina y Convenios 132:5)
“¿Y te enseñaré algo, dice el Señor, que no sea por ley, tal como yo y mi Padre decretamos para ti antes que el mundo fuese?” (Doctrina y Convenios 132:11)
En esta misma línea, el profeta José Smith enseñó: “Se celebró un pacto entre tres personajes antes de la organización de esta tierra, y esto se relaciona con su dispensación de las cosas para el hombre en la tierra: estos personajes, según el registro de Abraham, se llamaban el primer Dios, el Creador; el segundo Dios, el Redentor; y el tercer Dios, el Testigo.”
El élder Orson Pratt expresó su punto de vista acerca de la antigüedad y la inmutabilidad del plan de la siguiente manera: “El comportamiento de Dios hacia sus hijos… es un modelo sobre el cual todos los demás mundos se basan… La creación, la Caída y la redención de todos los mundos futuros, con sus habitantes, se realizarán de acuerdo con dicho plan general… El Padre de nuestros espíritus solo ha hecho lo que sus Progenitores hicieron antes que Él.”
El élder Pratt añade que cuando se forman nuevos mundos, sus habitantes “son redimidos por el modelo según el cual han sido redimidos mundos más antiguos”.
El motivo por el cual las declaraciones del élder Pratt tienen sentido doctrinal es que el plan de Dios es perfecto, y la perfección es inmutable. Si el plan de redención variara de época en época, de mundo en mundo, o de persona en persona, los hombres se habrían salvado por diversos medios, y la salvación perdería credibilidad. La “similitud” del plan de salvación no implica que cada mundo sea una copia exacta, monótona y sin imaginación de otro, o que en cada mundo exista el mismo número de habitantes. Significa que se aplican los mismos principios eternos, el mismo tipo de mortalidad y la misma clase de salvación, en donde haya dioses, diablos y hombres.
JESÚS ES EL EJEMPLO PERFECTO DE UN SER SALVADO
A esta altura, cabría la pregunta: ¿Qué es la verdadera salvación? La salvación, en su sentido más amplio, significa convertirse en un ser semejante a Dios. Lo que conduce a ese estado son los principios de salvación. Jesús es el prototipo o el mejor ejemplo de una persona “salvada”. Leemos en Discursos sobre la fe:
“Para poder dejar en claro este tema en nuestras mentes, preguntémonos en qué situación debe encontrarse una persona para ser salvada, o bien, cuál es la diferencia entre un hombre salvado y uno que no lo es.”
…Pero para ser un poco más específicos, preguntémonos: ¿Dónde encontraremos un prototipo cuya semejanza podamos imitar, para poder participar de la vida y de la salvación? O, en otras palabras, ¿dónde encontramos a un ser salvado? Porque si podemos encontrar a un ser salvado, tendremos la certeza de que todos los demás también pueden serlo.
Creemos que no debe ser motivo de conflicto que dos seres distintos entre sí puedan ser igualmente salvados. Porque lo que constituye la salvación de uno, constituirá la salvación de toda criatura que haya de ser salvada. Y si hallamos un solo ser salvado en toda la existencia, podremos comprender quiénes serán salvos y quiénes no. Entonces, nos preguntamos: ¿Dónde está el prototipo? ¿Dónde se encuentra el ser salvado? Y llegamos a la conclusión, en cuanto a la respuesta a esta pregunta, de que no habrá conflicto entre quienes creen que es Cristo, según lo afirma la Biblia. Todos estaremos de acuerdo en esto: que Él es el prototipo o la norma de la salvación, o, dicho de otro modo, que Él es un ser salvado.
Y si seguimos con los interrogantes, y nos preguntamos por qué fue salvado, la respuesta sería: porque Él es un hombre justo y santo. Si fuera diferente de quien es, no habría sido salvado. Su salvación depende de ser precisamente quien es. Porque si le fuera posible cambiar, aunque más no fuera un poco, con seguridad no sería salvado, y perdería todo su dominio, poder, autoridad y gloria, que constituyen la salvación.
Porque la salvación comprende la gloria, la autoridad, la majestad, el poder y el dominio que posee Jehová, y que ningún otro posee. Ningún ser puede poseerlo más que Él o alguien como Él. Así dice Juan en su primera epístola, capítulo 3, versículos 2 y 3:
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como es.
Y todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro.” ¿Por qué se purifican a sí mismos, así como Él es puro? Porque si no lo hacen, no podrán ser como Él.
LA IMPORTANCIA DE SABER QUE EL PLAN ES MÁS ANTIGUO QUE LA TIERRA
Continuando con el tema de la antigüedad del plan del evangelio, nos referiremos a una de las explicaciones más claras que se encuentran en las Escrituras, dada por Alma, acerca de por qué todo el plan de salvación debía conocerse antes de la creación del mundo.
Cuando su hijo estaba preocupado por entender por qué debía conocerse el evangelio tanto antes del advenimiento mortal de Jesús, Alma le dijo:
“Y ahora tranquilizaré un poco tu mente sobre este punto. He aquí, te maravillas de por qué se deben saber estas cosas tan anticipadamente. He aquí, ¿no es un alma tan preciosa para Dios ahora, como lo será al tiempo de su venida?
¿No es tan necesario que el plan de redención se dé a conocer a este pueblo, así como a sus hijos?
¿No le es tan fácil al Señor enviar a su ángel en esta época para declarar estas gozosas nuevas, tanto a nosotros como a nuestros hijos, como lo será después del tiempo de su venida?” (Alma 39:17–19)
Cuando contemplamos la antigüedad y la naturaleza eterna del plan de salvación, podemos concluir que el Gran Consejo del Cielo —como a veces se lo denomina— no fue una única reunión, sino una serie de encuentros, una educación, por así decirlo, en la que nosotros, como hijos e hijas de Dios, aprendimos el evangelio y nos familiarizamos con los principios eternos y con los grandes y nobles personajes que en el futuro serían los líderes del reino de Dios sobre la tierra. Primero conocimos a Jesús y a los grandes profetas y patriarcas en la vida premortal, y ahora estamos reaprendiendo esos mismos principios y leyes que conocimos en aquella antigua esfera, pero que olvidamos a causa de nuestra mortalidad. El Salvador, los profetas, las esposas y madres de los profetas, y otros nobles y grandes, fueron todos seleccionados en ese mundo premortal de acuerdo con su obediencia al plan de salvación—el mismo plan que ahora se nos enseña en la tierra por medio de las Escrituras y de los profetas vivientes.
LA BATALLA DEL CIELO NUNCA TERMINÓ
Para estudiar la revelación del evangelio a Adán, será de gran utilidad analizar un breve relato de lo que aconteció antes de dicha revelación. No solo se presentó el plan de salvación a los espíritus hijos de Dios y se les mostró la perspectiva de la vida eterna, sino que también se produjo una batalla entre los espíritus acerca del principio de cómo se salvaría la familia humana. El profeta José Smith explicó: “La guerra en el cielo se produjo. Jesús dijo que habría determinadas almas que no se salvarían, y el diablo dijo que las podría salvar a todas.” El élder Bruce R. McConkie escribió: “Lucifer quería… imponer la salvación a todos los hombres sin ningún esfuerzo de su parte, algo imposible de lograr, puesto que no puede avanzarse sin el empuje de la obediencia a la ley.”
Como resultado de la rebelión de Lucifer, con la intención de obtener para sí el trono y el poder de Dios, él y los espíritus que lo siguieron fueron arrojados a la tierra sin el privilegio de nacer y obtener cuerpos mortales de carne, hueso y sangre (véanse Moisés 4:1–4; TSJ Apocalipsis 12:1–17). “Y fueron arrojados abajo, y así llegaron a ser el diablo y sus ángeles.”
(Doctrina y Convenios 29:37)
Lucifer ha continuado esta batalla en la tierra entre la humanidad. Prevalecen los mismos temas, los mismos participantes y los mismos resultados inevitables, solo que en un entorno diferente.⁶
¿QUÉ HUBIERA SUCEDIDO DE NO HABER EXISTIDO CRISTO?
Una explicación de la redención resultaría incompleta si no considerara las consecuencias de que no hubiera habido una expiación por medio de Cristo. ¿Qué habría ocurrido si se hubiera producido la Caída pero no hubiera habido redención? ¿Cuál habría sido el estado y el destino de la familia humana —incluyendo a Adán— si no se hubiese pagado mediante la Expiación la transgresión del Jardín de Edén y los pecados propios del hombre? ¿Se podría haber salvado un individuo o un grupo de individuos? La enseñanza de las Escrituras es un rotundo no a estas preguntas vitales. Leemos lo siguiente en las enseñanzas de Jacob:
“Por tanto, es preciso que sea una expiación infinita; pues a menos que fuera una expiación infinita, esta corrupción no podría revestirse de incorrupción. De modo que el primer juicio que vino sobre el hombre tendría que haber permanecido infinitamente. Y siendo así, esta carne tendría que descender para pudrirse y desmenuzarse en su madre tierra, para no levantarse jamás.
¡Oh, la sabiduría de Dios, su misericordia y gracia! Porque he aquí, si la carne no se levantara más, nuestros espíritus tendrían que estar sujetos a ese ángel que cayó de la presencia del Dios Eterno y se convirtió en el diablo, para no levantarse más. Y nuestros espíritus habrían llegado a ser como él, y nosotros seríamos diablos, ángeles de un diablo, para ser separados de la presencia de nuestro Dios y permanecer con el padre de las mentiras, en miseria como él.” (2 Nefi 9:7–9)
La misma doctrina la enseña Lehi, según se registra en 1 Nefi 10:6 y 2 Nefi 2:8; el rey Benjamín, en Mosíah 3:11–17; y Aarón, según se lee en Alma 21:9.
También está implícita en las palabras de Jesús: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.”
(Juan 3:16)
Esta dependencia total en la Expiación de Jesucristo fue, sin duda, conocida en el mundo premortal por los espíritus que vendrían a la tierra a obtener cuerpos mortales, y representó una prueba para aquellos que no tenían una fe sólida en Jesucristo ni un testimonio de Él. No cabe duda de que fue un factor que llevó a algunos a alinearse con la seducción “garantizada”, “sin esfuerzo”, “sin responsabilidad individual” de Lucifer. Nuestra relación con Jesucristo es así de vital y crítica. Él es nuestro Redentor, y sin Él nada podríamos hacer (véase Juan 15:1–6). Es cierto que, a fin de recibir todas las bendiciones ofrecidas mediante la Expiación, debemos hacer nuestros más grandes esfuerzos. Pero sin Él, nadie podría obtener ni una partícula de la salvación. De allí el significado de la palabra evangelio: ¡buenas nuevas! Jesús es una buena nueva para toda la humanidad.
OFRECER SACRIFICIO ES UNA PRUEBA DE LA FE DE ADÁN
Cuando Adán y Eva se encontraban en el Jardín de Edén, el diablo, Satanás, los tentó y tuvo éxito al hacerlos probar del fruto prohibido, logrando que fueran arrojados del Jardín al mundo. Habiéndose convertido en mortales, Adán y Eva necesitaban que se les enseñara el evangelio—el mismo plan de salvación que ya conocían de antemano, pero que ahora habían olvidado porque estaban en la tierra.
El Señor le ordenó a Adán que ofreciera ciertos sacrificios. El siguiente es el relato del tema en el libro de Moisés:
“Y Adán y Eva, su esposa, invocaron el nombre del Señor, y oyeron la voz del Señor que les hablaba desde la dirección del Jardín de Edén, y no lo vieron, porque se encontraban excluidos de su presencia.
Y les mandó que adorasen al Señor su Dios y ofreciesen las primicias de sus rebaños como ofrenda al Señor. Y Adán fue obediente a los mandamientos del Señor.” (Moisés 5:4–5)
En este pasaje se destaca que Adán y Eva cayeron porque fueron excluidos de la presencia de Dios. La información sobre el sacrificio animal es particularmente aleccionadora debido al mandato de ofrendar “las primicias de sus rebaños”. La palabra primicias tiene ciertas connotaciones y restricciones, e incluso determina la calidad de fe que se aplica al ofrendar el sacrificio. El término primicia no necesariamente denota al mayor del rebaño, sino al primogénito de su madre. Una primicia es un macho, el primero “en abrir la matriz” de su madre (véanse Éxodo 34:19; 13:2). Cada madre podía producir una sola primicia, pero un rebaño de ovejas podía dar a luz varias primicias por año. Para saber qué ovejas eran aceptables para el sacrificio, el dueño debía conocer bien a su rebaño. Debía tener conocimiento de las madres y de sus crías. De otro modo, ¿cómo podría saber qué madres habían dado a luz a su primogénito? No hay manera de que un hombre—Adán o cualquier otro—pudiera saber qué machos eran los primogénitos sin llevar algún tipo de registro o identificación al respecto.
Este requisito elimina el elemento de azar, de casualidad o de obediencia superficial. No solo se demuestra fe en el deseo de ofrecer un sacrificio, sino también en el cuidado y preparación previa para seleccionar el animal adecuado.
El siguiente pasaje de las Escrituras ilustra el concepto de que los mandamientos de Dios requieren la atención inteligente y deliberada de aquellos que buscan la salvación. Esto concuerda con Pablo, quien escribió que “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6), ya que sin fe nadie llevaría un registro ni tendría siquiera una indicación (aunque fuese mental) de qué animales eran los adecuados para el sacrificio.
El pasaje en Moisés continúa:
“Y después de muchos días, un ángel del Señor se apareció a Adán y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor?
Y Adán le contestó: No sé, sino que el Señor me lo mandó.
Entonces el ángel le habló, diciendo: Esto es una semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, el cual es lleno de gracia y de verdad.
Por consiguiente, harás todo cuanto hicieres en el nombre del Hijo, y te arrepentirás, e invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás.” (Moisés 5:6–8)
Adán actuó por fe, no por comprensión, y debido a su obediencia vino un ángel del Señor que le explicó el sacrificio futuro de Jesucristo. La naturaleza simbólica del sacrificio se enfatiza en las palabras: “Esto es una semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, el cual es lleno de gracia y de verdad”. No cabe duda de que el derramamiento de sangre de animales no puede redimir el pecado del hombre, salvo que se realice como representación de algo mayor, tal como el derramamiento de la sangre de Jesucristo.
Uno de los conceptos más importantes de este pasaje es la clara declaración de que Adán debía hacer todo “en el nombre del Hijo”, arrepentirse e “invocar a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás”. Esta doctrina también se enseña en muchos otros pasajes de las Escrituras. A continuación, algunos ejemplos:
“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:12)
“Jesucristo [es] el único nombre que se dará debajo del cielo, mediante el cual vendrá la salvación a los hijos de los hombres.” (Moisés 6:52)
“No se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual la salvación pueda llegar a los hijos de los hombres, sino en y por medio del nombre de Cristo, el Señor Omnipotente.” (Mosíah 3:17; véase también 2 Nefi 31:20–21)
“Y no hay otra salvación aparte de esta de que se ha hablado; ni hay tampoco otras condiciones según las cuales el hombre puede ser salvo, sino por las que os he dicho.” (Mosíah 4:8)
“He aquí, Jesucristo es el nombre dado por el Padre, y no hay otro nombre dado mediante el cual el hombre pueda ser salvo; así que, todos los hombres deben tomar sobre sí el nombre dado por el Padre.” (Doctrina y Convenios 18:23–24)
Así vemos que esta, la más fundamental de todas las doctrinas—que solo existe un plan de salvación con un único Salvador—fue enseñada a Adán desde el principio. Estos pasajes también especifican que no existen planes ni salvadores alternativos. Es importante notar que de los pasajes citados, solo dos (Hechos 4:12 y Doctrina y Convenios 18:23–24) fueron revelados después de que Jesús llevara a cabo la Redención. Todos los demás fueron expresados siglos antes de Su nacimiento, lo que demuestra que nunca existió un plan ni un Salvador alternativo.
El Espíritu Santo se presentó ante Adán: “Y ese día descendió sobre Adán el Espíritu Santo, que da testimonio del Padre y del Hijo, diciendo: Soy el Unigénito del Padre desde el principio, desde ahora y para siempre, para que así como has caído puedas ser redimido, y también todo el género humano, sí, cuantos quieran” (Moisés 5:9).
Este pasaje es el registro más antiguo en que se menciona directamente a Adán en su estado mortal, donde se expresa que ha caído y que será redimido —no sólo él, sino toda la humanidad— a través de la mediación del Hijo Unigénito. Nuevamente, se asocia la Caída con la Expiación. Fue el Espíritu Santo quien hizo que Adán y Eva comprendieran cabalmente las consecuencias de su caída y los medios de su redención.
El pasaje continúa registrando la historia de Adán y Eva, y de cómo se regocijaron al conocer la esperanza de su redención:
“Y Adán bendijo a Dios ese día y fue lleno, y empezó a profetizar concerniente a todas las familias de la tierra, diciendo: Bendito sea el nombre de Dios, pues a causa de mi transgresión se han abierto mis ojos, y tendré gozo en esta vida, y en la carne de nuevo veré a Dios.
Y Eva, su esposa, oyó todas estas cosas y se regocijó, diciendo: De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido posteridad, ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes.
Y Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios, e hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas.” (Moisés 5:10–12)
La expresión de la alegría de Adán y la toma de conciencia de Eva —de que ella y Adán no hubieran podido procrear si no fuera por su transgresión— son corolarios de la explicación de Lehi, quien enseñó que sin la Caída “ellos [Adán y Eva] no hubieran tenido hijos” y que “Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:23, 25). Cuando Lehi pronunció estas palabras, estaba expresando el concepto que había leído en las planchas de bronce (véase 2 Nefi 2:17). Es evidente que el relato de dichas planchas es similar al que figura en la traducción de la Biblia de José Smith, del cual el libro de Moisés es un extracto.
Esta misma doctrina —de que Adán y Eva no hubieran tenido hijos si no fuera por la Caída— es también relatada por Enoc, quien aprendió este concepto del libro de recuerdos de Adán:
“Por motivo de que Adán cayó, nosotros existimos; y por su caída vino la muerte.” (Moisés 6:48)
Contamos, entonces, con tres pasajes sobre los cuales basarnos para llegar a la conclusión de que sin la Caída de Adán, la familia humana no hubiera nacido:
- 2 Nefi 2:23, 25
- Moisés 5:11–12
- Moisés 6:48
Esta es una doctrina desconocida por el mundo cristiano y no cristiano, pero que es fundamental para comprender la vida, el origen de la humanidad y el propósito de estar en la tierra. El libro de Moisés y el Libro de Mormón se apoyan mutuamente para sostener esta verdad tan importante y fundamental, y ambos arrojan luz sobre el relato bíblico.
Vemos, pues, que en la revelación inicial del evangelio a Adán se logró todo esto: se le enseñó la ofrenda del sacrificio, Adán aprendió a ser obediente, se le dio a conocer la doctrina de la redención del Hijo de Dios, y el Espíritu Santo le explicó a Adán y a Eva las consecuencias de su Caída y el gozo de la redención.
EL PLAN DE SALVACIÓN REVELADO A ADÁN
En algún momento posterior a la revelación inicial a Adán por parte del ángel y del Espíritu Santo, Adán recibió otras instrucciones, como lo explica Enoc:
“Y por su propia voz [Dios] llamó a nuestro padre Adán, diciendo: Yo soy Dios; yo hice el mundo y los hombres antes que existiesen en la carne.
Y también le dijo: Si te vuelves a mí y escuchas mi voz, y crees y te arrepientes de todas tus transgresiones, y te bautizas en el agua, en el nombre de mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad, el cual es Jesucristo, el único nombre que se dará debajo del cielo, mediante el cual vendrá la salvación a los hijos de los hombres, recibirás el don del Espíritu Santo, pidiendo todas las cosas en su nombre, y te será dado cuanto tú pidieres.” (Moisés 6:51–52)
Este pasaje es sumamente revelador y proporciona detalles acerca de Adán que no se encuentran expresados con tanta claridad en ninguna otra parte. Estamos familiarizados con la transgresión de Adán en el Jardín de Edén, que fue la causa de su caída a la mortalidad. Sin embargo, en este pasaje el Señor le instruye a Adán que “se arrepienta de todas [sus] transgresiones” (en plural), sin hacer referencia exclusiva al hecho acontecido en el Jardín, sino a otras transgresiones que Adán pudo haber cometido ya como ser mortal. No contamos con ningún registro específico de estas, pero podemos suponer que, al ser mortal, probablemente cometió algunas. Este pasaje deja claro que Adán no estuvo exento de cometer errores.
Que estas transgresiones (en plural) no incluyen la transgresión original en el Jardín de Edén se confirma en los siguientes versículos:
“Y nuestro padre Adán habló al Señor, y dijo: ¿Por qué es que los hombres deben arrepentirse y bautizarse en el agua?
Y el Señor le contestó: He aquí, te he perdonado tu transgresión en el Jardín de Edén.
De allí que se extendió entre el pueblo el dicho: Que el Hijo de Dios ha expiado el pecado original, por lo que los pecados de los padres no pueden recaer sobre la cabeza de los niños, porque éstos son limpios desde la fundación del mundo.” (Moisés 6:53–54)
Este pasaje demuestra que a Adán no se le requirió arrepentirse por la transgresión que cometió en el Jardín. En el versículo 52, el Señor le promete perdón futuro; mientras que en el versículo 53, le dice que ya ha sido perdonado por esa transgresión. De allí el dicho de que el Hijo de Dios “ha expiado el pecado original”. Podríamos llegar a esa conclusión a partir de otras escrituras, pero este pasaje lo establece de forma explícita y directa.
En otras palabras, este pasaje —quizás más que ningún otro— demuestra que Adán, después de su Caída, se encontraba en la misma posición en que hoy se encuentra toda la humanidad. La Expiación cubre incondicionalmente el pecado original (tanto para Adán como para nosotros) y cubre nuestros pecados personales, a condición de que nos arrepintamos y nos bauticemos, lo cual trae consigo la promesa de la llegada del Espíritu Santo.
Luego, el Señor le explicó a Adán el proceso del renacimiento espiritual y su paralelo con el nacimiento mortal, que incluye el espíritu, el agua y la sangre (véase Moisés 6:58–61). Finalmente, dijo el Señor: “Y he aquí, ahora te digo: Este es el plan de salvación para todos los hombres, mediante la sangre de mi Unigénito, el cual vendrá en el meridiano de los tiempos.” (Moisés 6:62)
En el libro de Moisés encontramos un relato sumamente claro, revelador y extenso de cómo la totalidad del evangelio —con el plan de salvación y la doctrina de la sangre expiatoria de Jesucristo— fue dado a conocer a nuestro padre Adán, cómo él lo enseñó a sus hijos, y cómo pasó de generación en generación.
Aprendemos estas grandes verdades y estos hechos históricos a partir de los escritos de Moisés, quien registró las enseñanzas de Enoc, quien a su vez leyó estos temas en el “libro de recuerdos” que se inició en la época de Adán. Esta importante revelación del evangelio a Adán se menciona en otras escrituras (véanse, por ejemplo, 2 Nefi 2:15–26; Alma 12:22–37; Doctrina y Convenios 20:17–19; 29:40–44), pero únicamente se la describe con tanto detalle en la Traducción de José Smith del libro de Moisés, que forma parte de La Perla de Gran Precio.
También podemos comprender, a partir de otras escrituras y de declaraciones del profeta José Smith, que la totalidad del plan de salvación —todas las ordenanzas del templo, los fundamentos, los pactos y la comprensión completa de lo que conduce a la exaltación— fue dada a conocer a Adán y a Eva.
El profeta José Smith enseñó que Adán se encuentra próximo a Cristo, que preside toda la familia humana, y que tiene las llaves de todas las dispensaciones.
No existe nada respecto del evangelio, sus ordenanzas y sus bendiciones —tal como las conocemos hoy— que Adán no conociera.
VERDADERO ARREPENTIMIENTO A TRAVÉS DE LA EXPIACIÓN
Hemos advertido que Adán fue instruido para “invocar a Dios” y también para “arrepentirse de todas [sus] transgresiones”. Estas dos acciones son inseparables. Para que sea eficaz, el arrepentimiento debe dirigirse hacia la relación personal de uno con Dios.
Una persona puede lamentarse por haber perdido una bendición, o puede sentirse infeliz porque no se le permite “deleitarse en el pecado” (Mormón 2:13; véase también Alma 41:10). Puede que su pena provenga de la vergüenza al saberse descubierto. Este tipo de “arrepentimiento” no limpiará el alma del mal. De hecho, Pablo indicó que algunos arrepentimientos pueden no provenir de un cambio sincero, sino de una tristeza egoísta:
“Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte…
Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.
Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios, ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué ardiente afecto, qué celo y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto.” (2 Corintios 7:9–11)
El verdadero arrepentimiento se produce cuando una persona siente un profundo remordimiento por haber ofendido a Dios mediante la transgresión de sus leyes y la desobediencia a Su voluntad.
Siente dolor por la separación espiritual que el pecado ha producido en su vida. Entonces, su arrepentimiento es del “tipo divino”, y comprende que “la maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10). Porque el arrepentimiento requiere un corazón quebrantado y un espíritu contrito, nada más puede traer alivio duradero. Mormón se lamentaba de que los nefitas estuvieran afligidos por un motivo incorrecto: “Su aflicción no era para arrepentimiento, por motivo de la bondad de Dios; sino que era más bien el lamento de los condenados.” (Mormón 2:13) Aunque las Escrituras afirman que la sangre de Jesucristo “se derramó para la remisión de [nuestros] pecados” (Doctrina y Convenios 27:2), también declaran que sin remordimiento genuino, obediencia y escuchar Su voz, no hay perdón:
“Mi sangre no los limpiará, si no me escuchan.” (Doctrina y Convenios 29:17)
EL PAGO DE UNA DEUDA
Una de las dimensiones esenciales de la Expiación que fue enfatizada en la revelación del evangelio a Adán —y que debe ser comprendida— es que el derramamiento de la sangre del Salvador fue más que una muestra de Su dedicación y compromiso total (véase Moisés 6:59–60). Fue un pago, y el medio de intercambio fue la sangre —la sangre de Jesucristo, quien no pecó y quien no estaba completamente sujeto a la Caída de Adán. El derramamiento de la preciosa sangre de Jesús fue el precio necesario para que la misericordia no robara a la justicia. Fue el pago de un rescate, para que pudiera ser nuestro Salvador y Redentor, y para rescatar a toda la humanidad del alcance de la ley transgredida en el Jardín de Edén, así como también a todos los que se arrepintieran de los efectos de sus pecados personales. Así, el evangelio se convierte en un medio de redención, de salvación y de exaltación. Amulek, según se registra en el Libro de Mormón, lo expresó de la siguiente manera:
“Porque es necesario que se realice una expiación; pues según el gran plan del Dios Eterno, debe efectuarse una expiación, o de lo contrario, todo el género humano inevitablemente deberá perecer; sí, todos se han obstinado; sí, todos han caído y están perdidos, y, de no ser por la expiación que es necesario que se haga, deben perecer.
Porque es preciso que haya un gran y postrer sacrificio; sí, no un sacrificio de hombre, ni de bestia, ni de ningún género de ave; pues no será un sacrificio humano, sino que debe ser un sacrificio infinito y eterno.
Y no hay hombre alguno que pueda sacrificar su propia sangre, la cual expiará los pecados de otro. Porque si un hombre mata, he aquí, ¿tomará nuestra ley, que es justa, la vida de su hermano? Os digo que no.
Sino que la ley exige la vida de aquél que ha cometido homicidio; por tanto, no hay nada que no sea una expiación infinita que pueda responder por los pecados del mundo…
Y he aquí, este es el significado entero de la ley, pues todo ápice señala a ese gran y postrer sacrificio; y ese gran y postrer sacrificio será el Hijo de Dios, sí, infinito y eterno.
Y así Él trae la salvación a cuantos crean en su nombre; ya que es el propósito de este último sacrificio poner por obra las entrañas de misericordia, que sobrepujan la justicia y proveen a los hombres la manera de poder tener fe para arrepentirse.
Y así la misericordia puede satisfacer las exigencias de la justicia, y ciñe a los hombres con brazos de seguridad; mientras que aquél que no ejerce la fe para arrepentimiento queda sujeto a todas las disposiciones de las exigencias de la justicia; por lo tanto, únicamente para aquél que tiene fe para arrepentirse se realizará el gran y eterno plan de la redención.” (Alma 34:9–12, 14–16)
Este pago es tema de nuestros himnos, cuando cantamos:
El gran Redentor murió
Para satisfacer una ley transgredida.
Muere un sacrificio por pecado,
Para que el hombre pueda vivir y la gloria ganar.
Murió, y ante esa horrible visión,
El sol, con vergüenza, escondió su luz.
La tierra tembló, y toda la naturaleza suspiró,
En una dolorosa respuesta: ¡Un Dios ha muerto!
Cuando Jesús murió, hubo grandes movimientos en la tierra, especialmente en el continente americano: “toda la faz de la tierra fue alterada” (3 Nefi 8:12). En 1 Nefi 19:12, leemos que el profeta Zenós, prediciendo el hecho, dijo que “los reyes de las islas del mar se verán constreñidos a exclamar por el Espíritu de Dios: ¡El Dios de la naturaleza padece!”
La idea del pago de Jesús a nuestro favor también la sugiere Pedro en sus palabras a la Iglesia primitiva: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, un pueblo peculiar.” (1 Pedro 2:9)
Peculiar en este caso no significa extraño, sino inusual, extraordinario y un tesoro especial. La palabra utilizada en los manuscritos griegos es peripoiesis, de donde se tradujo al inglés como peculiar, y significa adquisición. Un caso similar se encuentra en Éxodo 19:5, donde se emplea la palabra hebrea segullâ, que significa “un tesoro” o “una posesión especial”.
Esta compra de nosotros realizada por Jesús es mencionada por Pablo: “¿O ignoráis que… no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio.”
(1 Corintios 6:19–20)
Pedro, al hablar de los falsos maestros, también dijo que rechazan “al Señor que los rescató” (2 Pedro 2:1). Al igual que redimidos significa “ser rescatados por un precio”, Pedro enseñaba la misma doctrina cuando decía: “Sabiendo que fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles, como oro o plata… sino con la sangre preciosa de Cristo.” (1 Pedro 1:18–19)
El rescate, o redención, tiene que ver con el pago justo de una deuda incurrida por la transgresión de la ley divina. La deuda fue contraída en un momento y en un lugar, por una persona o personas. El pago debe ser tan estable, real y sustancial como la deuda. La Expiación —el pago con sangre— se efectuó en un momento y en un lugar, por una persona tan real como el deudor.
Cualquier otra interpretación le quitaría al evangelio su poder y legitimidad. Negar que Jesús haya realizado ese pago es negar la base legal de la salvación. ¡Y el caos reinaría en el universo!
POR QUÉ DEBÍA PAGARSE CON SANGRE
Las Escrituras enseñan claramente que hubo una ley transgredida que debió ser satisfecha para cumplir con la justicia. Lo que quizás no sea tan evidente para muchos es que el pago requirió sangre y que no podía hacerse de otro modo.
Cabe advertir que en todos los relatos del plan de salvación en las Sagradas Escrituras —ya sea a Adán, a Enoc, a Noé, a Abraham, a Moisés, a los Doce del meridiano de los tiempos, o en los registros del Libro de Mormón y Doctrina y Convenios— siempre se menciona la sangre de Jesús en relación con la Expiación (véanse Mosíah 3:11–10; DyC 45:4; 76:69).
Ya en la primera parte de este capítulo revisamos pasajes de Doctrina y Convenios que indican que el plan de salvación existía y funcionaba antes de la creación del mundo, y que nada le ha sido añadido desde entonces (DyC 130:20–21; 132:5, 11). También se demostró que Jesús es llamado “el Cordero asesinado desde antes de la fundación del mundo”.
Puesto que Jesús no vino a hacer Su propia voluntad, sino la del Padre que lo envió, y dado que los sacrificios con derramamiento de sangre comenzaron con la primera revelación del evangelio a Adán, como semejanza de Cristo, resulta evidente que el plan de salvación siempre requirió del derramamiento de la sangre de Jesucristo. Por tanto, no podía haber sido de otra manera.
Estamos familiarizados con la escena del Jardín de Getsemaní, donde Jesús imploró al Padre: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa.” (Mateo 26:39) La copa representa la dolorosa experiencia mediante la cual Jesús tomaría sobre sí los pecados de toda la humanidad y, como consecuencia, sufriría y sangraría por cada poro (véanse Lucas 22:44; Mosíah 3:7; DyC 19:16–20). Jesús exclamó con intensidad: “Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú.” (Marcos 14:36)
Este fue el ruego del Hijo Amado y Elegido del Padre, Su Hijo Unigénito, suplicando ser librado de esa experiencia. Aun así, el Padre no lo liberó ni buscó otro método. Si hubiera existido otra manera, ése habría sido el momento para utilizarla. Pero no fue así. El hecho de que no se haya ofrecido ninguna alternativa, ni siquiera ante la súplica del Hijo, indica de forma contundente que no había otra forma posible. Con toda certeza, si hubiera existido otra manera, el Padre habría escuchado el ruego de Su Hijo.
¿Pero por qué la sangre? ¿Por qué no otra sustancia? La sangre es la sustancia que simboliza la Caída. La sangre es “la vida de la carne” (véase Levítico 17:11–14). Es la insignia roja, por así decir, de la mortalidad. No existirá en los seres resucitados, porque éstos serán inmortales (véase 1 Corintios 15:50). En la sangre se encuentran las semillas de la vida mortal y de la muerte.
La Escritura declara: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” (1 Corintios 15:22)
En otras palabras, así como mediante el pecado de Adán vino la sangre (es decir, la muerte), así también mediante la sangre de Cristo vino la redención del pecado y de la muerte.
Lucas registró que en el Jardín de Getsemaní: “Puesto de rodillas, oró… Y se le apareció un ángel para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.” (Traducción de José Smith, Lucas 22:41–44) El élder Bruce R. McConkie postuló que ese ángel probablemente fue Adán.
Si dicho ángel fue Adán (y no parece haber motivos para dudarlo), allí estaba el Mesías en el Jardín de Getsemaní, en la más grande de Sus pruebas, derramando Su sangre para redimir a la humanidad de los efectos de la transgresión de Adán en el Jardín de Edén y también de los resultados de los pecados personales de cada individuo.
Adán, en persona, descendió del cielo para fortalecerlo. Él, el que trajo la mortalidad, la sangre, la muerte y el pecado al mundo. ¡La semejanza de los hechos es inequívoca! El plan de salvación, suscrito por Adán y por Jesucristo en el mundo premortal, se estaba llevando a cabo en el mundo de la posteridad de Adán.
Cada uno cumplía con su tarea predeterminada, y ahora los dos protagonistas estaban juntos, mientras Jesús vencía el pecado y la mortalidad.
Al día siguiente, Jesús moriría en la cruz, y tres días más tarde se levantaría de la tumba, totalmente triunfante—no sólo sobre la muerte física, sino también sobre la muerte espiritual, que es la separación del hombre respecto de Dios.
Aquel que fue “asesinado desde antes de la fundación del mundo” está vivo para siempre jamás, y la doctrina de la expiación por sangre, que mucho tiempo antes se le había revelado a Adán, se convirtió en una realidad.
Adán, y todos los hijos de los hombres desde él hasta la generación final, se hallan en el camino de la inmortalidad y de la vida eterna, tal como fue anticipado en el plan de salvación preparado en los consejos de Dios antes de que existiera el mundo.
CONCLUSIÓN
Este capítulo sobre la revelación del evangelio a Adán destaca la profundidad y eternidad del plan de salvación, que fue establecido mucho antes de la creación de la tierra. La Expiación de Jesucristo, que se reveló a Adán y sus descendientes, es el acto central de la redención, que transformó la caída de Adán de un evento catastrófico a una necesidad para el progreso de la humanidad. La revelación dada a Adán no solo explica el propósito de la mortalidad y la caída, sino que también establece que el sacrificio de Jesucristo fue predestinado y necesario para restaurar a la humanidad, dándoles la oportunidad de resucitar y ser reconciliados con Dios.
El sacrificio de Jesucristo, como «el Cordero de Dios», es la clave para la redención de la humanidad. Esta doctrina se reveló a Adán, quien fue instruido por el Espíritu Santo y un ángel, y se le enseñó que el sacrificio de animales en la antigüedad era una representación simbólica del sacrificio de Cristo. La Expiación de Cristo no solo es un acto de misericordia, sino un pago necesario para que la justicia divina se cumpla. La caída de Adán y la Expiación de Cristo van juntas; sin la caída no habría necesidad de redención, y sin la Expiación, no habría esperanza para la humanidad.
La enseñanza del evangelio a Adán fue la base para el plan de salvación, que ha sido consistente y eterno desde antes de la creación del mundo. A través de la obediencia a los principios del evangelio, como el arrepentimiento, el bautismo y la recepción del Espíritu Santo, Adán y todos los hombres pueden ser salvados. Este entendimiento resalta la importancia de la fe y el arrepentimiento genuino, así como el papel fundamental de Jesucristo como el Salvador de toda la humanidad.
El sacrificio de Cristo no solo proporciona la redención de la muerte física y espiritual, sino que establece la senda hacia la vida eterna. Los principios enseñados a Adán, y la revelación del evangelio en su totalidad, ofrecen a todos los hijos de Dios la posibilidad de ser salvos a través de Jesucristo, el único nombre dado bajo el cielo para la salvación.
























