6
SUS AÑOS DE ESCUELA
Cuando se habla del presidente Monson, se habla de un hombre que se interesa en el joven que no tiene un abrigo en el invierno; o en el obrero que llegó a su casa anoche habiendo perdido su empleo; o en la viuda que vive sola. Ésos han sido los dones y mensajes del presidente Monson durante toda su vida, y da la casualidad de que ése es el clima o ambiente en el que nos encontramos hoy. Yo creo que el presidente Monson es, realmente, el profeta de nuestros días.
Élder Ronald A. Rasband Presidencia de los Setenta
En la escuela primaria grant, Tommy había jugado béisbol en un terreno de grava, cayéndosele invariablemente la pelota del guante o fallando al tratar de batear. A él se le asignaba al campo abierto más bien que a las bases.
Pero en la Escuela Secundaria Horace Mann, Tom llegó a ser un buen deportista que sorprendió a todos, incluso a sí mismo. De niño, había encarado la decepción y la humillación de ser elegido siempre el último para cualquier equipo que formaban. Quizás era porque su padre nunca tuvo tiempo para ir a jugar con él, o porque sólo necesitaba que le crecieran los brazos y las piernas. Sabía lo que significaba que el capitán del equipo lo enviara al campo abierto, donde se hallaba el día en que ocurrió un “milagro”. Tenía un guante de béisbol con el nombre de Mel Ott, el mejor jugador de aquella época, pero que no había mejorado la habilidad de Tom. Ese día en particular, sin embargo, Red Sperry bateó la pelota lejos al centro del campo. Cuando Tom corrió para atraparla, oyó que Red gritaba: “Estoy a salvo; Tom la dejará caer”.
Aquella burla era todo lo que necesitaba. Aunque corría muy deprisa, Tom vio que la pelota estaba fuera del alcance de su guante. Entonces extendió la mano desnuda, hizo una oración y atrapó la pelota. Tal hazaña produjo un nuevo sentido de confianza, y un nuevo Tom.
Al saber que podía atrapar la pelota, comenzó a basarse en ese éxito: batear bien y después ser un buen lanzador. Con el tiempo, lo elegían primero cuando se formaban equipos y luego como capitán. Llegó a tener mucho éxito como lanzador en soft-bol, demostrando que cuando se trabaja con ahínco, “el Señor nos bendice y tendremos éxito”1.
Él, sus amigos y su hermano jugaban al béisbol en el callejón de tierra detrás de sus casas. El campo de juego era restringido, pero igual servía, siempre y cuando batearan la pelota en línea recta. Si la pelota iba hacia la derecha, eso pronosticaba desastre. La Sra. Shinas vivía en una casita entre la de los Monson y la del tío John y la tía Margaret—justo donde los niños colocaban la primera base—y ella los veía jugar desde la ventana de la cocina. Era una persona de mal genio con la que no era fácil llevarse bien y solía aprovechar cada oportunidad para regañar a los muchachitos cuando jugaban en el callejón o en la calle. Ella y su esposo no tenían hijos y era muy raro que salieran de su casa o que se relacionaran con sus vecinos. Cuando la pelota caía cerca de su porche, la Sra. Shinas salía apresurada, la recogía y la llevaba adentro, rengueando, ya que tenía una pierna rígida; a veces el perro las recogía. Naturalmente, la acumulación de pelotas en su casa hacía de ella un excelente objetivo para travesuras.
Cierto día, Tommy decidió interrumpir el acoso. Hacía tiempo que los jóvenes ya no jugaban a la pelota en el callejón pues ya no tenían pelotas de béisbol. Cuando él regaba el césped del frente de su casa, decidió regar también el césped a la Sra. Shinas. Cuando regaba los rosales de su casa, regaba también las plantas de la Sra. Shinas. Él siguió con su programa de riegos durante todo el verano y hasta principios del otoño. Con el chorro de agua quitaba las hojas secas del césped de los Shinas, amontonándolas al borde de la calle para quemarlas o recogerlas.
En aquél verano u otoño, él no había visto ni una sola vez a la Sra. Shinas. Entonces, una tarde, ella abrió la puerta y lo llamó con una seña mientras él cumplía con sus tareas. Tommy saltó el pequeño cerco y ella lo invitó a pasar a la sala donde le ofreció leche y galletas. Entonces fue a la cocina y regresó con una caja grande llena de pelotas de varias temporadas. “Tommy, quiero devolverte estas pelotas de béisbol y agradecerte que seas tan bondadoso conmigo”, le dijo. Se hicieron amigos, pero más que eso, Tommy aprendió una gran lección para toda su vida, de tratar a los demás como deseamos que se nos trate2.
El éxito del club local de béisbol, las “Abejas” de Salt Lake, en la Liga Pionera, llegó a ser casi una obsesión para Tom. El iba a todos los partidos, conocía el nombre de cada jugador, seguía los promedios de bateo y, después de los juegos, corría alrededor de las bases imaginando ser un jugador profesional. En ese entonces, correr entre las bases y completar una carrera parecía ser una gran distancia.
Sus amigos de la Preparatoria West recuerdan a Tom como una persona leal e industriosa, divertida y amigable. El y su amigo Earl Holding, quien llegaría a ser un adinerado empresario, creen que fueron los únicos que nunca vieron un partido de fútbol americano en la preparatoria West. No era que carecieran de interés, sino que tenían que trabajar.
Tommy tenía doce años de edad cuando comenzó a trabajar después de la escuela y los sábados en la imprenta donde trabajaba su padre. Allí barría los pisos, limpiaba el lavabo, hacía mandados y colaboraba cuando necesitaban ayuda adicional, ganando cinco dólares por semana. Una tarde estaba muy distraído y guardó su sueldo en el bolsillo de su pantalón vaquero y se olvidó de retirarlo. “Horror de horrores”, el lunes llevó los pantalones a la lavandería. Cuando se dio cuenta, se arrodilló “en ese preciso momento y lugar” y oró pidiendo que de una u otra manera ese billete de cinco dólares volviera a él. Esperó con ansia que llegara el jueves cuando recibiría la ropa lavada. Abrió la bolsa y colocó cada prenda sobre la mesa de la cocina. Cuando encontró su pantalón, metió la mano en un bolsillo y en él encontró el billete de cinco dólares, mojado, pero intacto. Con frecuencia comenta ocurrentemente: “Ese fue el primer dinero lavado que había visto”.
Esa noche, le agradeció a su Padre Celestial el haberle contestado su oración3.
Gradualmente, Tom fue progresando y llegó a ser un aprendiz en la imprenta, Western Hotel Register. Por las tardes visitaba todos los restaurantes de la ciudad y recogía los cambios necesarios para los menús del día siguiente. Sólo una vez alguien le ofreció algo de comer, aún cuando entraba en la cocina de todos los establecimientos. Desde tales comienzos, él progresó hasta llegar a ser el gerente general de la Imprenta Deseret, presidente del directorio de la Compañía Editorial Deseret News, miembro del directorio de la editorial Deseret Book, y presidente de la Asociación de Impresores de Utah.
Su compañero de clase, Earl Holding, al igual que Tom, comenzó desde abajo, cortando el césped de los apartamentos Covey, que sus padres administraban. Tiempo después, él compró los apartamentos y luego adquirió el Hotel Little America en el estado de Wyoming, el cual expandió hasta que llegó a ser una cadena de hoteles de cuatro y cinco estrellas. Con el tiempo, adquirió la compañía petrolera Sinclair, el centro turístico Sun Valley en Idaho, y Snowbasin, en el cañón de Ogden, Utah. “Trabajar no nos perjudicó en lo más mínimo”, dijo Tom cuando fue nombrado a integrar el salón de la fama de la Preparatoria West, en el año 20 064.
Cuando Tom era un adolescente, había tres escuelas preparatorias en la ciudad: la West, la South y la East (Oeste, Sur y Este). La más antigua era la West. East era su más prominente rival y la South se hallaba entre ellas geográficamente. Los estudiantes asistían durante dos años, y algunos podían optar por un tercero. En la clase de Tom en la Preparatoria West había 384 alumnos. Tom era el presidente del Club de Español, miembro del consejo estudiantil y del comité de elegibilidad y reconocimientos, y un sargento en el programa de adiestramiento militar del colegio.
Se distinguió en sus clases de inglés, geografía e historia. Una vez comentó que si pudiera regresar a aquellos días para redefinir su profesión, consideraría llegar a ser profesor de historia. En su oficina tiene un librero lleno de libros sobre la Segunda Guerra Mundial que describen diferentes aspectos del conflicto armado.
Su interés, indudablemente, deriva del hecho de haber crecido en tiempos de guerra y de la responsabilidad que más tarde desempeñó por el área europea, escenario de muchos campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial. Él “no se destacó tanto en zoología”, y su clase de español fue toda una decepción. Ese primer año aprendió cómo pedir un vaso de agua y memorizó algunas conversaciones “empaquetadas”. En el segundo año, su profesora de español, la “más destacada en el valle”, contrajo matrimonio y dejó de enseñar. La administración de la preparatoria la reemplazó con un profesor mayor quien el primer día confesó: “No he estudiado español desde que tenía diecinueve años”. Pese a ello, Tom tenía varios amigos hispanos y adquirió destrezas básicas en ese idioma que lo han ayudado en sus asignaciones de la Iglesia en muchos países latinos.
Su madre le aconsejó que tomara una clase de taquigrafía en la preparatoria. Ella imaginaba que quizás algún día él tomaría parte en la guerra y que, por tener habilidades para un empleo de oficina, eso lo mantendría alejado del frente de batalla, donde había estado su hermano Pete en la Primera Guerra Mundial. Sorprendentemente, a Tom le gustaba la taquigrafía y era muy bueno en su uso. Tampoco le molestaba que las “chicas más bonitas” de la preparatoria West estuvieran en esa clase, entre ellas LaR.ee Teuscher, Jean Moon, Jackie Devereaux yjoy Timpson.
Los estudiantes bailaban en una sala de baile en la calle principal, compraban bizcochos de chocolate en una panadería próxima a la escuela, contigua al edificio de seminario, y comían en un puesto de hamburguesas al otro lado de la calle de la escuela, la que hoy se ve exactamente como en los días cuando Tom asistía a ella5.
La estatura y la fuerza de Tom lo habrían hecho un jugador natural de básquetbol, pero su trabajo después de la escuela limitaba sus oportunidades para practicar y sólo tenía acceso a la pequeña cancha de la capilla. En un partido de la Iglesia, el entrenador mandó a Tommy a la cancha después de que comenzó el segundo tiempo. Recibió un saque de costado, dribleó la pelota hacia la llave y lanzó un tiro. Cuando la pelota partía de sus manos se dio cuenta de por qué los defensas del otro equipo no intentaron contenerlo: ¡porque Tom apuntaba hacia el cesto equivocado! Inmediatamente, ofreció una oración en silencio: “Por favor, Padre, no permitas qne acierte”. La pelota giró alrededor del aro y cayó afuera, pero los espectadores no mostraron ninguna misericordia y empezaron a gritar: “¡Queremos a Monson, queremos a Monson, queremos a Monson… fuera!”
Muchos años después, como miembro del Quorum de los Doce, se unió a un pequeño grupo de Autoridades Generales para visitar una capilla recién terminada en el norte de Utah donde, como un experimento, el Departamento de Propiedades de la Iglesia estaba probando una alfombra especial para el piso del gimnasio.
“Mientras varios de nosotros examinábamos el piso, el Obispo J. Richard Clarke, quien entonces integraba el Obispado Presidente, inesperadamente me tiró una pelota y, desafiándome, dijo: “¡No creo que pueda encestar desde donde está!”.
El se hallaba bastante detrás de lo que hoy es la línea de tres puntos para los profesionales. Nunca en su vida había encestado desde tal distancia. El élder Mark E. Petersen, de los Doce, les dijo a los demás: “¡Creo que sí puede!”.
Los pensamientos del élder Monson retornaron al vergonzoso incidente de su juventud cuando lanzó un tiro al cesto equivocado. “Sin embargo, apunté, disparé, y llegó al fondo de la red sin tocar siquiera el aro”.
El obispo Clarke volvió a pasarle la pelota y repitió el desafío: “¡Estoy seguro de que no puede hacerlo por segunda vez!”. El élder Petersen volvió a pronosticar: “¡Por supuesto que puede!”.
Él describe las palabras del poeta que llegaron a su mente y resonaron en su corazón:
Sácanos de las sombras, de los hombres gran Protector, para que sigamos nuevamente intentando con fervor.
Lanzó la pelota, la cual se elevó hacia el canasto y entró como por un tubo6.
Otra cosa de la que Tom disfrutaba era cazar patos. Él no tenía una escopeta—su madre no quería tener armas en su casa—pero convenció a su tío “Veloz” para que comprara una vie-ja escopeta de doble cañón por treinta y cinco dólares.
Una tarde, a fines de la temporada, Tom y su primo Richard Cárter fueron a un club privado a practicar. No eran miembros del club, sino intrusos. No sólo eso, Tom no había comprado una licencia para cazar, sino que había pedido una prestada a su amigo Reo Williamson. Caminaban por un terraplén en medio de la bruma del anochecer, casi a oscuras, y los dos vieron una bandada de patos. Aunque el permiso para cazar legalmente ese día ya había terminado, ellos no pudieron resistir la tentación. Se detuvieron y empezaron a disparar, aunque erraron todos sus intentos. Cuando regresaron al automóvil, les aguardaba un oficial federal de caza, quien le dio una multa a Tom pero no a Richard, por ser demasiado joven. Los muchachos tuvieron que presentarse ante un juez de paz, quien les dio un sermón, advirtiéndoles que nunca más debían cazar fuera de las horas autorizadas. Por último, les puso una multa de diez dólares.
Unos días después apareció en el periódico local una lista de todos los que habían sido arrestados por violar las leyes de caza y pesca en Utah: “Caza después de horas, Reo L. Williamson: multa $10”. Tom nunca le mencionó a Reo “su” encuentro con la ley7.
La guerra estalló en Europa en 1939. Para Tom, la vida seguía su curso normal, excepto por la nube de incertidumbre y angustia que se cernía sobre su hogar y vecindario. Los ejércitos alemanes invadieron Polonia en septiembre de 1939 y luego marcharon a través de una y otra frontera de vecinos europeos. Japón bombardeó Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, un día domingo. Tom y su padre volvían a su casa en su automóvil tras visitar familiares cuando escucharon las noticias; su padre se detuvo al costado del camino al escuchar el grave comunicado. Ambos permanecieron en silencio, anonadados. El ataque empujó a los Estados Unidos a entrar en el conflicto. Tom pasó de ser un niño de la Depresión a un joven de la guerra. En la escuela, la administración anunció un concurso de la mejor oración patriótica escrita por un alumno. La presentación de Tom, titulada: “Nuestra Bandera: El Símbolo de América”, obtuvo el primer lugar.
Reconociendo que la Iglesia tenía congregaciones en todo el mundo, en abril de 1942 la Primera Presidencia emitió una declaración oficial sobre la guerra: “El odio no puede tener lugar en el alma de los justos… Vivan limpios, cumplan los mandamientos del Señor, ruéguenle constantemente que los preserve en la verdad y la rectitud, vivan conforme a aquello por lo que oran, y entonces, no importa lo que les acontezca, el Señor estará con ustedes y nada les sucederá que no sea para el honor y la gloria de Dios y para la salvación y la exaltación del hombre… Entonces, cuando el conflicto haya terminado y vuelvan a sus hogares, habiendo vivido con rectitud, grande será su felicidad—ya sea que se hallen entre los vencedores o entre los derrotados—por haber vivido como el Señor lo mandó”8. Aquellas palabras se reflejarían en el servicio del élder Monson entre los santos de Alemania años después de terminada la guerra.
La economía de la Guerra proporcionó empleo a muchos de los vecinos de Tom que desesperadamente necesitaban trabajo, pero el racionamiento hizo que resultara particularmente difícil conseguir gasolina, azúcar, zapatos, carne, mantequilla, huevos y dulces. En esos años, él aprendió mucho en cuanto a pesares, soledad y angustia al observar cómo el conflicto bélico destrozaba la vida de personas que conocía y amaba.
Su amigo Arthur Patton se había alistado. “El era rubio, de cabello rizado y una sonrisa cautivadora”, recuerda Tom. “Era el más alto de la clase, y supongo que fue por eso que, en 1940, cuando el gran conflicto armado que se convirtió en la Segunda Guerra Mundial fue apoderándose de gran parte de Europa, Arthur consiguió engañar a los oficiales reclutadores y se alistó a la tierna edad de 15 años. Para Arthur y para la mayoría de los muchachos, la guerra era una gran aventura. Recuerdo cuán impactante lucía en su uniforme de la marina. Cuánto anhelábamos ser mayores para alistarnos también”.
Cuando Tom pasaba frente a la casa de Arthur, la señora Patton solía abrir la puerta y le hacía señas para que se acercara a escuchar las últimas noticias de su hijo. Siguiendo la tradición de la época, ella colgó en honor a él una estrella azul en la ventana de la sala, la cual indicaba a todo el que pasara por allí que su hijo estaba al servicio de la patria.
En marzo de 1944, el barco de Arthur fue atacado en el Pacífico. El fue uno de los que se perdieron en el mar, un mes antes de cumplir diecinueve años. Una estrella dorada reemplazó la azul en la ventana de su madre, anunciando la muerte de su hijo soldado. Aquello fue devastador para la Sra. Patton.
El presidente Monson nunca ha olvidado el día en que, siendo un joven que jamás había experimentado tal dolor, llamó a la puerta de la casa de la familia Patton, confiando en saber qué decir. La Sra. Patton abrió la puerta, extendió los brazos y lo abrazó como habría abrazado a Arthur si hubiera regresado a casa. Tommy sugirió que oraran, y la Sra. Patton le hizo saber que ella no pertenecía a ninguna iglesia y que no creía en nada. Dime, Tommy”, le dijo, “¿vivirá Arthur otra vez?”
Años después, Tommy, para entonces élder Monson, comenzó su mensaje en la conferencia general de 1969 dirigiéndose a la madre de Arthur: “Señora Patton, doquiera se encuentre, desde el fondo de mi experiencia personal me gustaría responder una vez más a su pregunta, ‘¿Vivirá Arthur otra vez?’”. Entonces enunció los elementos fundamentales del plan de salvación.
“Yo tenía poca o ninguna esperanza de que la Sra. Patton en realidad escuchara mi discurso”, dijo, puesto que no era miembro de la Iglesia. Pero tiempo después se enteró de que había sucedido un milagro. Unos vecinos de la Sra. Patton, que entonces residía en California, y quienes eran Santos de los Últimos Días, la invitaron a su hogar para escuchar una sesión de la conferencia. Ellos ciertamente no sabían lo que el élder Monson iba a decir. “Ella aceptó la invitación”, comentó, “y escuchó la sesión precisa en la que dirigí mis palabras personalmente a ella”.
Unas semanas después, se asombró al recibir una carta con el matasellos de Pomona, California, de la Sra. Terese Patton, quien había escrito:
Querido Tommy:
Espero que no le importe que le llame Tommy, pues así es como lo recuerdo. No sé cómo agradecerle el consuelo que me brindó.
Arthur tenía 15 años de edad cuando se alistó en la marina y perdió la vida un mes antes de cumplir los diecinueve, el 5 de julio de 1944.
Ha sido maravilloso que se acordara de nosotros. No sé como agradecerle sus palabras de consuelo, tanto cuando murió Arthur como en su discurso. Con el correr de los años, he tenido muchas preguntas, y usted las ha respondido. Ahora estoy en paz concerniente a Arthur. Dios lo bendiga y proteja siempre.
Con amor, Terese Patton9
Él no se imaginó, el día en que llamó a la puerta de la Sra. Patton, cuánto consuelo le ofrecería en el futuro.
Y así transcurrieron los años hasta que llegó el momento de egresar de la preparatoria. Cuando Tom se graduó, su familia estaba muy orgullosa de su logro. Su tía Blanche le escribió una nota que él ha conservado en su poder: “Cuán orgullosa estoy de ti. Te has graduado de la preparatoria, y no sólo eso, sino que con altas calificaciones. Con amor, tía Blanche”10.
Él nunca falta a las reuniones de ex alumnos; las clases de 1942, 1943 y 1944 celebran sus reencuentros juntas. Dice: “Los nuevos amigos son de plata, pero los viejos amigos son de oro”. Ésas se encuentran entre las pocas ocasiones en las que el Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días se coloca una etiqueta en la solapa que dice: “Tom Monson” y donde la gente aún lo llama “Tommy”. Resulta evidente que disfruta al reunirse con viejos amigos. No los ha olvidado ni reserva su atención sólo para los que comparten sus creencias religiosas. Jane Beppu Sakashita, una amiga de hace mucho tiempo, se asombró al recibir una carta suya después de que falleció su hermano. “Yo soy budista”, explicó ella. “Cuán agradecida me sentí al saber de él; que una persona de su posición me recuerde y dedique tiempo para enviarme una carta de pésame”. Ella le contestó, felicitándolo por su nueva posición como Presidente de la Iglesia. “Contestó mi carta y yo le escribí otra vez, diciéndole: “Te conozco sólo como Tommy. ¿Es apropiado que te llame Tommy?”.
El presidente Monson le contestó, firmando la carta: «Tommy”11. La persona que fue en aquel entonces es todavía gran parte de la persona que es hoy.
























