Ven y Toma Tu Lugar
como Mujeres de Convenio
Presidenta Camille N. Johnson,
hermana J. Anette Dennis, hermana Kristin M. Yee
Conferencia de Mujeres de BYU 1 de mayo de 2024
Me encanta servir con estas queridas mujeres, y me encanta estar con ustedes. Queridas hermanas y jovencitas, qué bendición es estar con ustedes esta noche. Hemos estado pensando en ustedes, orando por ustedes y reflexionando sobre lo que el Señor querría que les dijéramos para que puedan recibir las bendiciones que Él desea darles. Sé que Ellos las aman, y la profundidad y dimensión de ese amor va más allá de nuestra comprensión terrenal. Creo que seguiremos aprendiendo por mucho tiempo sobre el amor eterno e inmenso que nuestro Padre Celestial tiene por cada uno de Sus hijos.
Esta noche, me gustaría aprender junto con ustedes sobre dos cosas:
Primero, la bendición prometida del descanso del convenio;
y segundo, cómo confiar en Dios y seguir Su Espíritu nos ayudará a tomar nuestro lugar en Su plan.
La Bendición del Descanso del Convenio
Queridas hermanas, sabemos que tienen muchas demandas y prioridades importantes que equilibrar en sus vidas. Puede parecer que encontrar el tiempo para hacer todo lo que desean hacer es algo siempre esquivo.
Como mujeres de convenio, podemos buscar la sabiduría y el consejo del Señor para saber qué sería más beneficioso en nuestras vidas y qué se puede dejar de lado. Qué necesita hacerse hoy y qué puede esperar para otro momento.
Hace unas semanas, mientras estaba en la Sociedad de Socorro, una querida hermana compartió que el término “ansiosamente comprometida” hace que su alma, ya ansiosa, se sienta aún más ansiosa. Lo entiendo. Es una hermana increíble que ya está haciendo mucho bien y se preocupa profundamente por muchas personas.
Sus sentimientos resuenan en el corazón de muchas buenas hermanas, que se preguntan si están haciendo lo suficiente y si su ofrenda es aceptable. Sé que el Señor las ve y ve todo el bien que hacen, tanto lo que se nota como lo que no. Él ama sus buenos corazones y desea que estén en paz.
He estado reflexionando desde hace un tiempo sobre la urgencia de estar ansiosamente comprometidas en la obra del Señor y sobre la bendición de encontrar descanso en nuestros convenios, y cómo ambas cosas pueden coexistir.
No creo que estar ansiosamente comprometidas signifique que debemos añadir una cantidad insuperable de buenas obras a nuestra interminable lista de cosas por hacer. Tampoco creo que signifique que debemos ir frenéticamente por la vida tratando de resolver los problemas del mundo, o incluso todos los problemas dentro de nuestra propia esfera.
El presidente Russell M. Nelson pronunció estas bendiciones especiales sobre nosotras recientemente, en el devocional mundial de la Sociedad de Socorro:
“Las bendigo con mayor discernimiento espiritual y la capacidad de encontrar gozo al brindar alivio a los demás. Las bendigo con la sabiduría para discernir lo que es necesario y para no correr más rápido de lo que les sea posible.”
Como mujeres de convenio, tenemos la bendición del poder del sacerdocio de Dios que recibimos al honrar nuestros convenios. Su poder puede ayudarnos a recibir mayor capacidad y sabiduría para saber lo que es necesario y para aprender a “no correr más rápido de lo que [nos sea] posible.”
Es fácil estar ocupadas sin siquiera intentarlo, correr, correr, correr. Lo sé. En primer grado corrí los 50 metros planos y ¡gané el primer lugar de todo el grado! Es algo de lo que he estado orgullosa toda mi vida. Desde entonces he estado aprendiendo a ir más despacio.
He pensado en cómo se ve estar ansiosamente comprometida en mi vida. Para mí, se ve como esforzarme por amar a Dios y desarrollar conscientemente mi relación de convenio con Él. Se ve como buscar Su sabiduría para saber dónde invertir mi tiempo, energía y afectos, y escuchar y buscar a “la una” a quien Él desearía que ministrara y llevara Su alivio. También se ve como llenar mi “pozo” con relaciones significativas y experiencias que me rejuvenezcan, para tener algo de dónde sacar mientras me esfuerzo por hacer Su obra. Se ve como estar quieta y conocer a Dios.
Un día, una amiga considerada vino a visitarme para saber cómo estaba y ministrar a mi alma. Me dijo: “Hay tantas personas que necesitan ayuda que sé que me estoy perdiendo a muchas.” Yo le respondí: “Pero hoy hiciste una diferencia para mí. No estás perdiéndote a todos; estás encontrando a la una.”
El Señor nos invita a hacer Su obra a Su manera, que es diferente a la del mundo—diferente al ritmo frenético que muchas veces recibe los elogios de un mundo sobreestimulado, sobreproductivo y agotador. En 3 Nefi y en Isaías, el Señor describe la recogida de Israel, y luego sabiamente instruye sobre cómo debe hacerse esta obra. Él dice:
“Porque no saldréis apresuradamente [ni con precipitación], ni iréis huyendo; porque Jehová irá delante de vosotros, y el Dios de Israel será vuestra retaguardia.”
El no salir con apresuramiento nos enseña que el evangelio del Salvador está diseñado para traer paz, tranquilidad a nuestros corazones, incluso un descanso de convenio que viene por guardar las leyes más elevadas de Jesucristo, como lo ha enseñado el presidente Nelson. Ese descanso y paz vienen cuando confiamos en que esta es la obra del Señor, que Él está consciente de nosotros, que nos ama y nos ayudará. Nunca estamos solas en lo que Él nos pide hacer y llegar a ser.
Mientras he procurado entender este descanso prometido, he aprendido que no necesariamente se ve como tres horas extras de sueño por noche, aunque eso siempre se agradece.
El presidente Nelson nos anima y enseña sobre este descanso del convenio. Él ha dicho:
“La recompensa por guardar convenios con Dios es poder celestial—un poder que nos fortalece para sobrellevar mejor nuestras pruebas, tentaciones y pesares. Este poder nos facilita el camino. Quienes viven las leyes más elevadas de Jesucristo tienen acceso a Su poder más elevado. Así, los que guardan sus convenios tienen derecho a una clase especial de descanso que les llega por medio de su relación de convenio con Dios. …
“… A pesar de las distracciones y distorsiones que nos rodean, ustedes pueden encontrar un descanso verdadero—es decir, alivio y paz—aun en medio de sus problemas más difíciles.”
Sé que este tipo especial de descanso viene cuando no hacemos esta obra solas. Llega cuando nos asociamos de forma intencional con Jesucristo y accedemos a Su poder al honrar nuestros convenios.
El descanso llega cuando le permitimos a Él llevar nuestras cargas y cuando escogemos arrepentirnos sinceramente. El descanso llega cuando confiamos en Él nuestras necesidades y preocupaciones, y cuando elegimos una perspectiva más elevada y más santa. El descanso llega cuando decidimos juzgarnos menos unas a otras y amarnos más.
El descanso llega cuando sabemos que Dios nos conoce y nos ama. Su descanso llega cuando encontramos gozo al llevar el alivio del Salvador a los demás, y al permitir que otros nos traigan Su alivio a nosotras. El descanso llega cuando adoramos en la Casa del Señor. El descanso llega cuando recordamos y reflexionamos sobre las hermosas bendiciones que Dios nos concede misericordiosamente cada día.
Este descanso del convenio descrito ofrece renovación y alivio, como puestos de Gatorade colocados misericordiosamente a lo largo del maratón de la vida.
El presidente Nelson nos ha invitado a hacer del templo “[nuestro] lugar de refugio y de reajuste.” Un lugar donde encontramos descanso.
Ir a la Casa del Señor nos ayuda a pensar de manera diferente. Usualmente llego congestionada con desafíos y preocupaciones, y salgo con paz, claridad y esperanza. La vida se siente vivible. Las cosas de menor importancia se desvanecen, y tengo más claridad sobre dónde invertir mi tiempo y energía. Salimos de Su casa investidas con Su poder y perspectiva, y con “ángeles alrededor de [nosotras], para sostener[nos].”
El descanso del convenio que buscamos proviene de Jesucristo. Él te invita a ti y a mí:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí; … y hallaréis descanso para vuestras almas.”
Hermanas, sé que Dios cumple Sus promesas. Y sé que Él desea que ustedes reciban Su descanso prometido, Su “paz y alivio.” Él quiere que sean felices ahora, no solo más adelante cuando hayan completado una meta o alcanzado un hito. A veces se me olvida eso, pero se me ha recordado una y otra vez que podemos encontrar felicidad y descanso en el presente al asociarnos con Jesucristo y desarrollar nuestra relación de convenio con Dios, un día a la vez.
Tomamos Nuestro Lugar al Aprender a Confiar en Dios y Seguir Su Espíritu
Jovencitas, esa relación de convenio también se aplica a ustedes. Cuando tenía su edad, soñaba con ser artista para Disney. A menudo dibujaba y pintaba como una forma de servir a los demás. Esta es una pintura que hice con la ayuda del Señor para un programa de Nuevos Comienzos. Recuerdo que pensé, cuando milagrosamente terminé esta pintura en un solo día, que tal vez el Señor realmente podría obrar a través de mí para cumplir Su voluntad. Tal vez de verdad tenía un lugar para mí en Su plan.
No sentía que encajara mucho en la secundaria o preparatoria. Sentía que necesitaba estar en otro lugar, así que me gradué anticipadamente al final de mi segundo año de preparatoria y comencé a trabajar y a asistir a un colegio local mientras ahorraba para ir a una escuela de arte en la costa oeste. Cuando tenía 16, por cumplir 17 años, me mudé a San Francisco y comencé mis estudios de arte. Es un milagro que mis padres me hayan dejado ir… y que siga viva hoy. ¡Benditos sean mis padres!
Vivía en una mansión que era considerada residencia universitaria, y albergaba a otras 49 jóvenes de mi edad de todo el mundo. Era emocionante y desafiante. Pero después de un par de semanas de clases, y de estar rodeada de estilos de vida muy variados, todo se sentía oscuro. Sabía que necesitaba Su luz. Fui a mis Escrituras, y se abrieron en Josué 1:9:
“Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.”
Supe que mi Padre Celestial y mi Salvador me conocían y que sabían dónde estaba y qué necesitaba.
Entonces busqué en las páginas amarillas la dirección de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. No existían los teléfonos celulares en ese entonces (y si no saben qué son las páginas amarillas, pregunten a sus líderes). Encontré solo dos entradas en todo San Francisco, y uno de los edificios de la Iglesia estaba justo a unas cuadras de donde yo vivía.
Ese domingo, me puse mi vestido y mis zapatos y me dirigí a la Iglesia. Mis compañeras de cuarto me preguntaron si iba a una fiesta. Les respondí que sí, pero que era un tipo diferente de fiesta: iba a la Iglesia. Algunas de esas jóvenes terminaron tomando las charlas misionales.
Bajé la colina hasta llegar a un edificio blanco rodeado de palmeras. Al entrar al vestíbulo, escuché un himno familiar sonando suavemente de fondo: “Yo sé que vive mi Señor.” Estaba en casa. En ese momento, supe que quería a mi Padre Celestial y a mi Salvador en mi vida más que a nadie o a cualquier otra cosa. Desde ese instante, los invité a formar parte de mi vida de manera más plena. Quería Su consejo sobre adónde debía ir y qué debía hacer. Y después de largas noches de oración entre lágrimas, supe que no debía quedarme en San Francisco.
Me había dirigido a esa ciudad con un propósito muy diferente del que imaginaba—uno mucho más importante. Más allá de una educación y una carrera emocionante, se trataba de adquirir un conocimiento más profundo de quién era yo como hija de un Padre Celestial amoroso y atento. De que Jesucristo era mi Salvador y Redentor personal, y que Él vive. Y que mi vida saldría bien si ponía mi confianza en Dios.
Entonces, ¿qué debía hacer ahora? Acababa de renunciar a mis sueños. Sentí la impresión de asistir a BYU–Idaho, que fue el primer lugar al que mi madre me dijo que fuera, y el último en el que yo quería estar. Y lo amé—todo el crédito para ella. Después asistí a BYU–Provo, donde obtuve mi licenciatura en ilustración.
Unos meses antes de graduarme, recibí una pasantía en arte y más tarde un empleo en un estudio que eventualmente fue adquirido por Disney. Esta oportunidad llegó en un momento en que Cristo estaba en el centro de mi vida, así que, con gratitud, todo ocupó su lugar correcto.
Después de 13 años como artista y productora, nuevamente sentí el conocido sentimiento de que necesitaba estar en otro lugar. Y tras una serie de decisiones profundas y estiradoras del alma para seguir Su voluntad, he sido misericordiosamente guiada hasta este lugar, sirviendo al Señor en la Presidencia General de la Sociedad de Socorro durante esta época sobre la tierra.
Testifico que, al poner nuestra confianza en Dios y al poner nuestra relación de convenio con Él en primer lugar, todas las oportunidades y desafíos que lleguen a nuestra vida obrarán conjuntamente para nuestro bien.
Aun si sientes que tu vida está hecha un caos en este momento y no puedes ver con claridad hacia dónde vas, si entregas tu vida al Señor, todo saldrá hermosamente. Él tiene un plan específico para ti.
Tomamos nuestro lugar cuando llegamos a confiar en Dios, a elegirlo a Él y a amarlo con todo nuestro corazón.
Jovencitas, ustedes tienen la oportunidad de elegir a Jesucristo cada día, de confiar en Él y en Su voluntad, de ponerlo en el centro de sus vidas y dejar que Dios prevalezca. De priorizar hábitos espirituales que nos acerquen a Él: servir y ministrar a otros, orar y estudiar, estar quietas, adorar frecuentemente en la Casa del Señor y ser Sus discípulas en todo lo que hagan.
Mis amigas y sobrinas de las Mujeres Jóvenes me compartieron que ir regularmente al templo es para ellas “un descanso del mundo. Hace que mi semana sea más pacífica y me ayuda a sentirme más cerca del Salvador.” “Me siento más feliz.” “Me ayuda a mantener una perspectiva eterna.”
Estas son algunas de las bendiciones del convenio y del poder de Dios que recibimos al guardar nuestros convenios y adorar en la Casa del Señor.
El presidente Nelson describió otra bendición del convenio que tenemos: “Como hija de Dios que ha hecho convenios, tienes receptividad al Espíritu y una brújula moral afinada que te dan la capacidad de recibir revelación personal y discernir la verdad del error.”
El Espíritu Santo puede ayudarte a ti y a mí a ser intencionales con lo que permitimos entrar en nuestro corazón y en nuestra mente. El profeta Jacob describió los sentimientos y la naturaleza de las hijas de Dios como tiernas, castas y delicadas, “lo cual es agradable a Dios.”
Los medios de comunicación tienen un efecto tremendo en sus espíritus receptivos y afectan sus pensamientos, los cuales afectan sus acciones, lo cual afecta en quiénes se están convirtiendo. Las invito a ver, escuchar y leer aquello que las ayude a parecerse más a Jesucristo.
Presten atención a cómo se sienten y a lo que el Espíritu les dice cuando escuchan cierta música, sintonizan ciertos podcasts, ven ciertas series o leen ciertas publicaciones o mensajes. Incluso cuando el contenido sea bueno y edificante, puede haber momentos en los que el Espíritu les indique enfocarse en otra cosa, o tal vez simplemente les inspire a estar quietas.
Recientemente sembré algunas áreas de tierra desnuda en mi jardín con semillas de césped. Me ha emocionado ver pequeños brotes de pasto verde asomarse por la tierra mientras las riego.
Por simple que parezca, planté intencionalmente semillas de césped para que creciera césped. Y lo que plantamos, eso es lo que crecerá. ¿Estamos tú y yo sembrando intencionalmente nuestras mentes y corazones con cosas que nos ayuden a crecer y llegar a ser más como el Salvador?
Sembrar nuestras mentes y corazones con la palabra de Dios, a través de las Escrituras y de las enseñanzas de Sus profetas, hará brotar la muy necesaria revelación personal, paz y protección en nuestras vidas. Las Escrituras, las palabras de los profetas y el Espíritu son fuentes de verdad pura y no están destinadas a ser complementarias. Ellas anclarán firmemente nuestro testimonio en Jesucristo y Su evangelio. Nos ayudarán a ver con claridad a través de los engaños del mundo y a ver “las cosas como realmente son.” Nos ayudarán a marcar claramente cuando el adversario intente “llamar al mal bien, y al bien mal.”
Queridas hermanas, queridas jovencitas, testifico que nuestro Padre Celestial y el Salvador las conocen y que las aman. Ustedes han entrado en una relación de convenio con Ellos, y Ellos les han dado las bendiciones de convenio de Su poder del sacerdocio y del Espíritu Santo para guiarlas a cumplir su importante propósito aquí en la tierra y llevarlas de regreso sanas y salvas a casa.
Testifico que Jesucristo vive, que Él es el Redentor de toda la humanidad. Él es el Hijo de Dios, y mediante Su sacrificio expiatorio resucitaremos y podemos ser redimidas, si nos arrepentimos. Él vive y dirige Su Iglesia mediante Su profeta, el presidente Nelson, y testifico de esto en el nombre de Jesucristo. Amén.
Queridas hermanas, vengan y tomen su lugar como hijas del convenio de Dios y como discípulas de Jesucristo. Debido a nuestro conocimiento del gran plan de felicidad del Padre Celestial, deberíamos ser las más amorosas y compasivas, y las menos críticas de todas las hijas de nuestros Padres Celestiales.
Podemos ser lugares seguros unas para otras, sin importar nuestros antecedentes, nuestra raza, el idioma que hablemos o el acento que tengamos; sin importar qué enfermedades o discapacidades tengamos; y sin importar en qué punto estemos en nuestro trayecto de fe o las experiencias de vida que estemos viviendo ahora o hayamos vivido en el pasado.
Todas queremos sentir que tenemos un lugar, que pertenecemos y que somos necesarias en la Iglesia restaurada de Jesucristo. Y podemos ayudar a cada una de nuestras hermanas y hermanos, sin importar su edad o circunstancia, a sentir que también tienen un lugar, que pertenecen y que son necesarios. Todos somos hijos de Padres Celestiales, por lo tanto, somos hermanas y hermanos espirituales. Esas conexiones entre nosotros son de vital importancia.
Cuando entramos en una relación de convenio con Dios, no solo se profundiza y se fortalece nuestra relación con Él, sino que también afecta nuestra relación con Sus otros hijos—nuestros hermanos y hermanas espirituales. Los convenios que hacemos con Dios, comenzando con el bautismo, llevan implícita la responsabilidad de amarnos y cuidarnos unos a otros.
En mayo pasado, el director general de sanidad de los Estados Unidos dijo lo siguiente: “Nuestra epidemia de soledad y aislamiento ha sido una crisis de salud pública subestimada que ha perjudicado la salud individual y social. Nuestras relaciones son una fuente de sanación y bienestar que ha estado escondida a plena vista. … Dadas las consecuencias significativas para la salud de la soledad y el aislamiento, debemos priorizar la creación de conexiones sociales del mismo modo que hemos priorizado otros problemas de salud pública. … Juntos, podemos construir un país más sano, más resiliente, menos solitario y más conectado.”
Hermanas, juntas podemos ayudar a construir una hermandad mundial de mujeres de todas las edades que sea más saludable, más resiliente, menos solitaria y más conectada gracias a nuestra relación de convenio con Dios y nuestra responsabilidad mutua como discípulas de Cristo.
Me encanta esta cita de la Madre Teresa: “Podemos curar enfermedades físicas con medicina, pero la única cura para la soledad, la desesperación y la falta de esperanza es el amor.”
Nuestra experiencia en la Iglesia está diseñada para proporcionarnos esas conexiones vitales con el Señor y entre nosotras, conexiones que son tan necesarias para nuestro bienestar físico, emocional y espiritual. Esperamos que todos se sientan bienvenidos y abrazados en nuestras congregaciones, pero sabemos que hay algunos que no lo experimentan así.
Veamos lo que dijo el élder D. Todd Christofferson al respecto:
[Video: “¿Hay un lugar para mí?”]
Hermanas, hay gran fortaleza en la unidad y belleza en la diversidad; todos somos necesarios en el cuerpo de Cristo. Así como los gigantescos árboles de secuoya entrelazan sus raíces y pueden resistir las fuerzas de la naturaleza porque se mantienen unidos, nosotras también debemos unir nuestros brazos, permanecer juntas y fortalecernos mutuamente durante las tormentas de la vida.
Nuestros edificios de la Iglesia son casas de adoración dedicadas al Señor. Toda persona debería sentirse bienvenida allí: miembros, miembros que regresan y amigos de otras religiones por igual. No hay requisitos de dignidad para entrar a nuestras casas de adoración. Todos los que deseen unirse a nosotros para adorar al Señor deben sentirse bienvenidos. Y podemos crear un ambiente seguro y acogedor sin necesidad de comprometer nuestra doctrina ni nuestras creencias.
Podemos ayudar a desacelerar la epidemia de soledad al crear espacios acogedores y seguros dentro de nuestras congregaciones y, especialmente, dentro de nuestras Sociedades de Socorro, donde todos puedan sentir el amor del Señor porque están rodeados por nuestro amor.
El élder Marvin J. Ashton enseñó una vez: “El mejor y más claro indicador de que estamos progresando espiritualmente y acercándonos a Cristo es la manera en que tratamos a otras personas.”
Y como dijo nuestro Salvador: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros.”
Veamos lo que dijo el élder Patrick Kearon sobre esto:
[Video: “Amarlos a Todos”]
Cuando nos tomamos el tiempo para conocer verdaderamente a quienes sentimos que son diferentes de nosotros, quizás descubramos que tenemos mucho más en común de lo que pensábamos. Cada persona tiene tanto que aportar, tantas experiencias de vida hermosas y diversas que pueden bendecir nuestras vidas. Escuchar las historias de otros y procurar comprenderlos cambiará nuestros corazones, y el juicio y temor que tal vez sentíamos hacia algunos puede ser reemplazado por sentimientos de gratitud por tenerlos en nuestras vidas.
En su libro Almas Silenciosas que Lloran (Silent Souls Weeping), la hermana Jane Clayson Johnson relata la historia de dos hermanas biológicas: “La primera hermana ha luchado con enfermedades mentales durante toda su vida y recientemente fue hospitalizada nuevamente por depresión mayor. La segunda hermana acababa de recibir un diagnóstico de cáncer en etapa cuatro. Las reacciones de los demás hacia cada hermana fueron completamente distintas.”
A la hermana con cáncer le llegó un derrame de amor y apoyo en muchas formas, tanto para ella como para su familia. Pero hacia su hermana hospitalizada por depresión, no hubo un derrame de amor y apoyo, sino más bien sentimientos de juicio y frustración hacia ella.
La hermana con depresión confesó que desearía tener cáncer terminal en lugar de una enfermedad mental, porque así las personas no la juzgarían y se acercarían a ella y a su familia con bondad y amor, como lo estaban haciendo con la familia de su hermana.
Esta historia es desgarradora, pero sucede con más frecuencia de lo que quisiéramos admitir, tanto en quienes padecen enfermedades mentales como en otros que viven experiencias difíciles. Como hijas del convenio de Dios y discípulas de Jesucristo, estamos llamadas a tender la mano a todos con amor y apoyo, tal como lo haría nuestro Salvador.
La hermana Reyna I. Aburto dijo: “Al compartir nuestras luchas con otros, nos damos cuenta de que no estamos solos. Las cosas que atravesamos pueden darnos esa fortaleza, esa compasión y esa empatía que nos permitirán ayudarnos mutuamente en nuestro trayecto.”
Hermanas, nos necesitamos unas a otras. No sabemos qué cargas están llevando los demás, y rara vez podemos comprenderlas del todo, aun cuando las conozcamos. Es difícil entender los efectos devastadores de la depresión mayor y otras enfermedades mentales si no los hemos experimentado. Es difícil comprender lo que viven las personas con atracción hacia personas del mismo sexo o con diferencias de identidad de género si no hemos vivido esa experiencia. Es difícil entender el dolor de una crisis de fe o lo que se siente cuando un hijo o un cónyuge deja la Iglesia si no hemos pasado por ello.
Pero cuando nos tomamos el tiempo de estar con otros y escucharles, nuestras vidas se bendicen, y podemos entender mejor sus vivencias. El Señor puede ayudarnos a ver a las personas como Él las ve, y puede llenar nuestro corazón de amor, capacitándonos para levantar, consolar, reír, llorar y fomentar un sentido de pertenencia en quienes nos rodean. Él nos ayudará a saber qué es lo necesario y cómo ser una bendición en el trayecto de otros.
Por supuesto, solo hay Uno que puede comprender plenamente y empatizar perfectamente: Aquel que fue “adelante, sufriendo dolores y aflicciones y tentaciones de toda clase; … [tomando] sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo” como parte de Su sacrificio expiatorio, para que podamos tener la seguridad de que nunca estamos verdaderamente solas.
Cada una de nosotras está llamada a amar y ministrar a los hijos de nuestro Padre Celestial como lo haría el Salvador y a asociarnos con Él para bendecir a los demás, de modo que tanto ellos como nosotras podamos sentir más plenamente el amor de nuestro Salvador.
Mis queridas hermanas, jóvenes y mayores, vengan y tomen su lugar como hijas del convenio de Dios y como discípulas de Cristo. Porque todas pertenecemos al Padre Celestial y a Jesucristo, todas pertenecemos juntas. Enlacemos nuestros brazos y caminemos gozosamente unas con otras rumbo a casa. Testifico que esta es una obra sagrada a la que todas estamos llamadas. En el nombre de Jesucristo. Amén.
Hermanas, por favor recuerden conmigo la dirección profética del presidente Russell M. Nelson con respecto a nuestra identidad. Él dijo que, primero, somos hijas de Dios. Segundo, como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, somos hijos del convenio. Y tercero, somos discípulos de Jesucristo.
El primer identificador—y el presidente Nelson dijo que es el más importante—es uno que poseen todas las personas. Todos somos hijas e hijos de Padres Celestiales.
Los segundo y tercero son identificadores que elegimos.
Elegimos hacer convenios con Dios al bautizarnos y al entrar en la Casa del Señor, y nos convertimos en mujeres del convenio.
Elegimos ser discípulas de Jesucristo al seguir el ejemplo del Salvador. Sus discípulas se mantienen en lugares santos y no se mueven.
Pasemos nuestro tiempo juntas esta noche enfocándonos en lo que significa ser una hija del convenio. ¿Cómo se ve? ¿Cómo se siente? Y lo que es más importante, ¿cuáles son las bendiciones asociadas con ser una hija del convenio de Dios?
¡Hermanas, vengan y tomen su lugar como mujeres del convenio!
Como Eva, entramos al sendero del convenio al bautizarnos.
Por supuesto, un convenio es una promesa con Dios.
Pero no es una promesa transaccional—como “Te pagaré 50 dólares si me cortas el cabello.” Mi cabello volverá a crecer.
En cambio, pensemos en nuestros convenios como transformadores. En el bautismo, testificamos nuestra disposición de tomar sobre nosotras el nombre del Salvador, y prometemos servir a Dios y guardar Sus mandamientos. Y a cambio, Él promete que Su Espíritu estará siempre con nosotras.
La bendición prometida no es de corta duración ni limitada; es eterna. Su Espíritu siempre estará con nosotras; nos transformará.
El presidente Nelson ha explicado: “Una vez que hacemos un convenio con Dios, dejamos el terreno neutral para siempre. Dios no abandonará Su relación con quienes han forjado ese vínculo con Él. …
“Una vez que tú y yo hemos hecho un convenio con Dios, nuestra relación con Él se vuelve mucho más cercana que antes. Debido a nuestro convenio con Dios, Él nunca se cansará en Sus esfuerzos por ayudarnos, y nunca agotaremos Su misericordiosa paciencia para con nosotras. Cada una de nosotras tiene un lugar especial en el corazón de Dios. Él tiene grandes esperanzas puestas en nosotras…”
“Todo hombre y toda mujer que participa en ordenanzas del sacerdocio y que hace y guarda convenios con Dios tiene acceso directo al poder de Dios.”
Hermanas, este acceso directo al poder de Dios es un don que Él comparte generosamente con Sus hijos. Su poder divino fluye hacia todos aquellos que hacen y guardan convenios del sacerdocio.
Avanzamos por la senda de los convenios, fortaleciendo y profundizando nuestra relación con Dios, cuando hacemos convenios en la Casa del Señor—una parte esencial y gloriosa de nuestro regreso a casa.
El presidente Nelson ha declarado: “Aquellos que son investidos en la Casa del Señor reciben un don del poder del sacerdocio de Dios por virtud de su convenio. …
“Los cielos están tan abiertos para las mujeres que son investidas con el poder de Dios que fluye de sus convenios del sacerdocio como lo están para los hombres que portan el sacerdocio.”
Las bendiciones de guardar nuestros convenios del templo incluyen: amor y paciencia misericordiosa; aprender “cómo pedir que los ángeles de Dios nos acompañen”; aprender “a recibir mejor la dirección del cielo”; “poder que nos fortalece para resistir mejor nuestras pruebas, tentaciones y dolores”; y “poder que aligera nuestro camino”.
Hermanas, ¡eso es precisamente lo que necesitamos!
Recuerden, nunca debemos desconectar el poder de su fuente. Este poder del sacerdocio es el poder de Dios. Dios bendice a quienes guardan convenios del sacerdocio con fuerza y guía adicional, tal como se promete en el convenio.
No se trata de que yo tenga poder. Se trata de que Él tiene poder. Yo soy un alma redimida a quien el Salvador está transformando y usando para Su obra.
Soy la ordinaria Camille Johnson. Pero cuando guardo mis convenios, Dios me bendice. Mis dones y atributos espirituales se amplifican, y soy fortalecida para cumplir mis responsabilidades como esposa, madre, abuela, hermana, hija, amiga y presidenta general de la Sociedad de Socorro.
Hermanas, cada una de nosotras tiene la oportunidad de hacer convenios sagrados con el mismísimo Dios del cielo. Hacemos estos convenios al participar en ordenanzas del sacerdocio. Y al guardar esos convenios, Él nos bendice con Su poder.
¿Cómo se manifiesta ese poder, que fluye de guardar los convenios que hacemos mediante las ordenanzas del sacerdocio, en tu vida diaria?
¿Cómo accede una mujer del convenio a este poder divino?
Espero que un ejemplo personal les sea útil mientras realizan el trabajo espiritualmente vigorizante de aprender por ustedes mismas lo que significa estar investidas con el poder de Dios.
El 3 de abril recibí un mensaje de texto de mi nuera Amy: “Haz una oración por Dot.”
Dorothy, llamada así por mi mamá y cariñosamente conocida como Dot o Dottie, no había dormido la noche anterior. Amy había estado despierta toda la noche con ella. Y mi hijo Connor estaba de viaje por trabajo y no volvería con ellas hasta dentro de dos días. Amy me dijo que Dottie tenía fiebre. Le había quitado el pijama durante la noche y le había dado ibuprofeno, pero seguía caliente e inquieta.
Cuando por fin llegó la luz de la mañana, Amy notó que los labios de Dottie estaban azules. Sus manos también estaban azules y frías al tacto. Inmediatamente, Amy sintió la impresión: “Lleva a Dottie al pediatra de inmediato.” Sin dudarlo, siguió esa impresión y cargó a Dottie y a la pequeña Goldie, de cuatro años, en el coche. Llamó al consultorio del pediatra y le aseguraron que atenderían a Dottie de inmediato.
El consultorio está a solo cinco minutos de su casa y justo al otro lado de la calle de la casa de mi mamá. Amy sintió la impresión de detenerse un momento por el camino y encontró a mi mamá trabajando en el jardín, feliz de hacerse cargo de Goldie mientras Amy llevaba a Dottie al médico. Fue una respuesta directa a su preocupación por tener que cuidar a Goldie mientras atendía a Dottie.
El pediatra suspendió la atención de otros pacientes y se dedicó a Dottie, quien tenía neumonía, probablemente por haber aspirado agua de la bañera unos días antes. Dottie fue tratada con antibióticos y pasó el resto del día en brazos de su madre, elevada para abrir sus vías respiratorias y facilitar su respiración, evitando así una hospitalización de emergencia.
Yo fui de poca ayuda ese día, ya que estaba involucrada en la preparación de reuniones en torno a la conferencia general. Mi mamá, la mamá de Amy y mi nuera Lexi, todas ayudaron con Goldie durante el día para que Amy pudiera dedicarse a cuidar de la pequeña Dottie.
Me ofrecí a llevarles algo de cenar de camino a casa. Y Amy aceptó, por lo cual estuve agradecida. Me preguntaba cómo había logrado manejarlo todo Amy—una noche sin dormir, el estrés de tener una hija muy enferma, la preocupación al tener que mantenerla elevada todo el día, la necesidad de cuidar también de Goldie…
Entré a su casa con la bolsa de comida para llevar y encontré a Amy y a las niñas tranquilas. Había un resorte en el paso de Amy y luz en su semblante. Estaba serena, incluso sabiendo que le esperaba otra noche a solas con la pequeña Dottie enferma. No tenía miedo. Estaba segura. Era una paz que desafiaba toda comprensión. Solo quería quedarme en ese momento y absorberlo todo.
Amy se esfuerza por guardar sus convenios con Dios y es bendecida con Su poder fortalecedor. El Espíritu la había guiado a tomar las decisiones que tomó para cuidar de Dottie y atender a Goldie. Y el poder del Señor aumentó su capacidad para afrontar las necesidades de su familia con paciencia y amor, y con una serena seguridad de que todo estaría bien. Incluso su respuesta al mensaje de texto de Connor, quien escribió: “Me siento terrible por no estar allí”, fue tranquila y confiada. Amy respondió:
“¡No te sientas mal! Gracias a tu trabajo podemos conseguir la atención adecuada que [Dottie] necesita.”
Hermanas, esta es la bendición del poder del convenio de Dios. Está con nosotras. Nos transforma. Nos fortalece. Nos calma, nos da confianza, nos brinda paz y aumenta nuestra capacidad para cumplir nuestras responsabilidades divinamente asignadas como mujeres.
Ser mujeres del convenio es liberador, no limitante.
Mis queridas jovencitas y mujeres, las invito a guardar los convenios bautismales que han hecho. Permitan que la relación de convenio las transforme, mientras son bendecidas con receptividad al Espíritu y la capacidad de recibir revelación personal.
Las invito a prepararse para hacer convenios adicionales en la Casa del Señor, siendo investidas con Su poder. Si ya han hecho convenios allí, sean diligentes en guardarlos, y manténganse recomendadas al Señor con una recomendación vigente para el templo.
Adoren en el templo, realizando bautismos y las ordenanzas de iniciatoria e investidura. El tiempo en el templo nos ayudará a captar la visión de lo que significa ser mujeres del convenio.
En Su consejo a Emma Smith—y a todas nosotras—el Señor dijo:
“Alza tu corazón y regocíjate, y aférrate a los convenios que has hecho.”
Cuando nos aferramos a nuestros convenios, nos mantenemos fieles a las promesas que hemos hecho, y permanecemos fieles a Dios, quien siempre cumple Sus promesas.
Las amo, queridas hermanas. Sé que las bendiciones de una relación de convenio están disponibles para nosotras gracias al sacrificio expiatorio del Salvador. Es gracias a Jesucristo y Su infinita Expiación que nuestro Padre Celestial puede cumplir Sus promesas a cada una de nosotras—Sus hijas e hijos del convenio.
Testifico que Jesús es el Cristo, en Su sagrado nombre. Amén.





























