Infertilidad… y Otras Oportunidades
Por la Hermana Andrea Muñoz Spannaus
Segunda Consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes
Conferencia de Mujeres de BYU, 3 de mayo de 2024
Hermana Andrea Muñoz Spannaus:
“El Señor ama el esfuerzo, porque el esfuerzo trae recompensas que no pueden llegar sin él.” Esta es una maravillosa verdad que nuestro querido profeta nos enseñó recientemente.
¿Te has preguntado cuánto esfuerzo es suficiente?
¡Yo me he hecho esta pregunta muchas veces a lo largo de mis desafíos! Aquí hay otras preguntas que podríamos considerar: ¿Cómo pueden verse diferentes nuestros esfuerzos, aun cuando enfrentamos el mismo desafío? ¿Qué pensamientos pueden cambiar nuestra perspectiva? ¿Cuál es el ingrediente secreto que podría cambiar nuestra actitud? ¿Cómo podemos aumentar nuestro deseo de estar “completamente comprometidos”? ¿Qué pasa cuando no se cumplen nuestras expectativas?
Voy a explorar estas preguntas usando uno de los desafíos de mi vida, el cual me ha enseñado mucho. Espero que también pueda ser útil para ti en tus propios desafíos, sean cuales sean.
Cuando tenía 12 años, me diagnosticaron un tipo de cáncer de ovario. Después de una cirugía y en medio de los tratamientos, los médicos les dijeron a mis padres que me quedaban aproximadamente tres meses de vida. En ese momento, también recibí una bendición del sacerdocio en la que el Padre Celestial me dijo que los médicos se asombrarían con el resultado. Y aquí estoy.
Después de eso, descubrí con tristeza que nunca podría quedar embarazada.
Mientras me preparaba para este mensaje, pensé en muchos de los desafíos únicos que enfrentamos como mujeres, y mi esperanza es que, por medio del Espíritu, podamos recibir fortaleza juntas sin importar las pruebas que enfrentemos individualmente.
En mi experiencia, a veces era fácil añadir pensamientos adicionales encima del desafío principal. Veamos si puedes identificarte con esto:
- Pensar que no era digna de la bendición que esperaba
- Pensar que había hecho algo mal
- Pensar que mis deseos eran una tontería
- Sentirme sola, triste, enojada, avergonzada o castigada
¿Te has sentido así? A veces incluso nos preguntamos: “¿Está Jesucristo ahí para mí?”
Esto me recuerda la conversación entre el Salvador y Pedro, después de que muchos de los discípulos de Jesús decidieron no seguirlo más. “¿También vosotros queréis iros?”, preguntó Jesús. Y Pedro respondió: “¿A quién iremos? … Tú eres el Hijo del Dios viviente.”
Cuando conocí a Alin, mi futuro esposo, y le compartí mi situación, él estuvo completamente comprometido. Así que nos casamos y, durante nuestro primer año de matrimonio, comenzamos el proceso de adopción.
El proceso duró cuatro años muy largos y, debido a nuestra inexperiencia, fue más de lo que habíamos anticipado.
Durante esos años, tuve altibajos: preguntas, dudas, ilusiones y desilusiones, tristeza y, por supuesto, muchas expectativas. La mayoría del tiempo, las cosas no fueron como queríamos o esperábamos. Fue una experiencia de aprendizaje—una de esas “lecciones personales” del cielo, hechas a la medida para nosotros.
Queridas hermanas, al mirar atrás toda mi experiencia, creo que Jesucristo, por medio del Espíritu Santo, estuvo cerca todo el tiempo. Pero en ese momento, no era tan claro para mí. No lo sentía. En algunos momentos, no sentía que Jesucristo estuviera a mi lado.
José Smith experimentó lo mismo cuando estuvo en la cárcel de Liberty. Su súplica fue: “¡Oh Dios, ¿en dónde estás? ¿Y dónde está el pabellón que cubre tu morada escondida?”
Cuando estábamos a punto de adoptar a nuestra primera hija, algo salió mal en el último momento, justo cuando estábamos por abordar el avión para ir a recogerla. El teléfono de mi esposo sonó, y fuimos notificados. Salimos del avión con los brazos vacíos. Como puedes imaginar, fue un viaje en auto de regreso a casa muy triste, doloroso y desgarrador, lleno de lágrimas y una profunda desilusión. Mi propio “¿Dónde estás Tú?” comenzó en ese preciso momento.
Esperamos casi tres meses hasta que todas las personas involucradas estuvieron de acuerdo y todos los papeles fueron firmados. Debido a la incertidumbre, esos meses fueron los más largos, dolorosos y difíciles para mí. Mi pensamiento era: “Tengo una hija, y no puedo estar con ella.” A causa de ese pensamiento, sentía injusticia, enojo, tristeza y desesperación.
Un día, estaba leyendo el mensaje de la enseñanza visitante en la revista Ensign cuando leí una cita del élder Neal A. Maxwell que cambió toda mi experiencia: “Sin paciencia, aprenderemos menos en la vida. Veremos menos. Sentiremos menos. Oiremos menos. Irónicamente, la prisa y el deseo de más suelen significar menos.”
Ese fue un momento de enseñanza personal para mí—una lección celestial. Esas palabras llegaron a mi mente y a mi corazón con tanta fuerza que comencé a cambiar mis pensamientos y mis sentimientos respecto a toda la situación. Mi perspectiva también cambió. Realmente quería aprender más, ver más y sentir más con esta experiencia. ¡No quería desperdiciar mi sufrimiento! Como dijo Luis Rosales, un poeta español: “Nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo.”
Esa bebé por la que esperamos tanto tiempo finalmente fue nuestra. Era nuestra hijita.
Ahora escuchemos a mi esposo, Alin, compartir sus pensamientos sobre no tener hijos biológicos antes de proponerme matrimonio y luego al conocer a nuestra primera hija adoptiva.
Hermano Alin Spannaus: Recuerdo un día en que iba manejando mi auto y este pensamiento vino a mi mente: “Está bien, no tendrás hijos biológicos. Los niños no se parecerán a ti ni a tu esposa.” Y esos pensamientos—no diría que eran pensamientos oscuros, pero sí tristes, de alguna manera—llegaron a mi mente. Entonces, decidí, mientras conducía, hablar con el Señor sobre ello. Esa tristeza desapareció, y dije: “Está bien, entonces adoptaremos, ¡y será maravilloso!” Ese fue el único momento en mi vida en que esto fue un problema, y se resolvió mediante una oración simple y sincera.
Con nuestra primera hija, cuando fuimos a recogerla, ella estaba durmiendo muy tranquila. Y recuerdo que esa noche la tomé en mis brazos, ya en nuestro hogar. Y entonces abrió los ojos, y fue en ese momento cuando conectamos. El amor que sientes en ese momento es inolvidable y eterno. Lo mismo sucedió con mi hija menor. Le pasa a todo padre o madre que conecta por primera vez con su hijo. Así que, honestamente, aunque no sé qué es ni cómo se siente tener un hijo biológico, no creo que sea muy diferente de lo que sentimos cuando las tuvimos por primera vez en nuestros brazos.
Hermana Spannaus: Es muy interesante notar, a través de la experiencia, que la lección del Señor para mi esposo fue ligeramente diferente a la mía. Para Alin, fue confiar en los designios de Dios. Para mí, fue la paciencia.
En los años siguientes, a medida que la medicina fue avanzando, pudimos intentar algunos tratamientos de fertilidad en tres ocasiones distintas. Sin embargo, no tuvieron éxito. Intentamos varias veces adoptar más hijos sin suerte, y finalmente, tres años después, pudimos adoptar a otra niña, nuestra segunda hija.
En 2003, alguien le preguntó a la expresidenta general de las Mujeres Jóvenes, Ardeth Kapp:
“¿Podemos encontrar gozo en esta vida mientras esperamos en el Señor por bendiciones demoradas?” La hermana Kapp también luchó con la infertilidad. De hecho, nunca adoptó ni tuvo hijos propios.
Al responder, la hermana Kapp declaró: “No sé cuánto tiempo será para ti… para nosotros fueron años. Pero un día obtuvimos una perspectiva eterna, y sentimos paz, no dolor; esperanza, no desesperación. Me habría gustado mucho haber recibido esa comprensión años antes, pero sé que me habría privado del crecimiento que proviene de ser consolada por el testimonio del Espíritu después de la prueba de mi fe. Si tengo algún mensaje de consuelo para los demás, es este: la paz mental proviene de mantener una perspectiva eterna.”
Queridas hermanas,
Esa perspectiva eterna de la que hablaba la hermana Kapp puede sonar familiar, ya que nuestro querido profeta nos animó recientemente a “pensar de forma celestial”.
Ahora veamos un video de mi querida amiga Mindy Booth Baxter. Servimos juntas en el consejo asesor general de la Sociedad de Socorro bajo la presidencia de Jean B. Bingham. Permítanme contarles un poco de su historia. Mindy se casó a los 42 años, y después de eso pasó por cinco años de tratamientos de infertilidad. Escuchemos a Mindy mientras sostiene en sus brazos a su hermosa bebé, Eliza.
Hermana Mindy Booth Baxter: En particular, tenía una amiga a quien, de hecho, se me asignó ministrar, y luego ella me ministró a mí. Estaba pasando por una situación muy similar a la nuestra, y en realidad conocía a algunos de los mismos médicos. Así que pudimos hablar y compartir nuestras experiencias, y eso terminó siendo una de las mayores bendiciones de los cinco años que esperamos a nuestra hija, porque ella sabía exactamente por lo que yo estaba pasando. Había tenido los mismos sentimientos, había pasado por los mismos dolores, conocía los mismos medicamentos que estábamos tomando para poder tener un hijo.
Y fue una gran bendición tener a alguien que escuchara, alguien que hiciera seguimiento, que supiera las fechas y ciertos detalles del proceso, que pudiera preguntar y supiera exactamente lo que necesitaba oír. Y solo puedo dar gracias al Señor por haberme dado esa querida amiga para ese proceso.
Hermana Spannaus: ¡Una maravillosa historia de amistad! Todas necesitamos a alguien que pueda comprendernos y escucharnos, y con frecuencia, nuestras propias dificultades nos dan la comprensión necesaria para llegar a otras personas de formas que nunca hubiéramos imaginado.
Scharman Grimmer es otra querida amiga. Actualmente sirve en nuestro consejo asesor general de las Mujeres Jóvenes. Conozcamos su experiencia.
Hermana Scharman Grimmer: El fin de semana en que estaba pasando por mi primer aborto espontáneo, era pleno invierno y el día estaba oscuro y lúgubre. Mi esposo y yo estábamos sentados en una capilla oscura en Syracuse, Nueva York, viendo la conferencia general. Y mientras mirábamos, el élder Holland subió al púlpito y comenzó su discurso hablando sobre las madres. Dio el discurso “Porque ella es madre”, y en ese mensaje encontré un gran consuelo, aunque físicamente y emocionalmente estaba sufriendo, y mi corazón sentía que se rompía en mil pedazos por la pérdida de ese bebé que tanto nos emocionaba esperar.
El élder Holland prometió que, en última instancia, toda bendición y toda cosa buena prometida por el Señor nos será dada, y que si seguimos confiando y aferrándonos a esa fe, esas bendiciones llegarán a su debido tiempo. También me aconsejó—sentí que me hablaba a mí personalmente—que me apoyara en los dones que se me han dado para nutrir y amar a Sus hijos, incluso si no eran mis propios hijos biológicos o adoptivos. Eso fue muy sanador para mi corazón.
Hermana Spannaus: Scharman es un gran ejemplo de cómo escuchar a los profetas de los últimos días y encontrar consuelo en sus palabras.
Nuestras experiencias nos preparan para el futuro.
Entre otras cosas, aprendí que necesitamos aceptación para poder avanzar.
Como nos razona Jacob: “El Espíritu habla la verdad y no miente. … Habla de las cosas como realmente son, y de las cosas como realmente serán.” Algunas de las cosas que enfrentamos no las podemos cambiar. No siempre controlamos los resultados, no podemos decidir por otros, y ciertamente no podemos decidir por Dios.
(¡Qué alivio!)
Entonces, ¿qué podemos aprender de nuestras experiencias únicas? ¿Qué está tratando de enseñarnos el Señor? Como Lehi aconseja a su hijo Jacob: “Tú conoces la grandeza de Dios; y él consagrará tus aflicciones para tu provecho.” Consagrar es hacer sagrado. Dios tiene el poder de hacer que nuestro sufrimiento sea una experiencia sagrada, y en nuestro sufrimiento llegamos a conocer mejor a Dios y a Jesucristo.
Queridas hermanas, la fe siempre mira hacia el futuro. Alma pregunta: “¿Miráis hacia adelante con el ojo de la fe?”
Mi aceptación de este desafío en particular llegó muchos años después, cuando tenía 40 años. En un momento les contaré más sobre ese punto de inflexión.
¿Qué más podemos hacer mientras procesamos estas situaciones? Bueno, podemos seguir este excelente consejo de una amiga: Necesitamos tratarnos a nosotras mismas como tratamos a nuestra mejor amiga. Hay ciertas cosas que nos decimos a nosotras mismas que normalmente no le diríamos a una amiga.
¡A veces esto es difícil para mí! Necesito prestar atención a mi diálogo interno. Así que, en cuanto me doy cuenta, trato de corregir mi actitud y me pregunto: “¿Qué necesitas, Andrea? ¿Qué necesitas?” Por lo general, la respuesta es muy realizable: Necesito un momento de silencio. Necesito salir a caminar. Necesito comer. Necesito dormir. ¡Necesito tomar más agua! Necesito confiar. Estoy aprendiendo.
Ahora, al reflexionar sobre mi experiencia durante esos años y considerar qué fue lo que más me ayudó, mi mente vuelve a la respuesta de Pedro:
“¿A quién iremos?”
Hermanas, ¿a quién iremos?
Él es el Hijo del Dios viviente.
Una noche, después de enterarme de que nuestro tercer tratamiento de fertilidad había fallado, me sentía muy triste y buscaba consuelo del Señor. Al abrir mis escrituras, encontré lo que sentí que era mi respuesta: “En la medida en que confiéis en Dios, en esa misma medida seréis librados de vuestras pruebas, y de vuestras tribulaciones, y de vuestras aflicciones, y seréis enaltecidos en el postrer día.”
Tener fe en Jesucristo, confiar y tener esperanza fue lo que marcó toda la diferencia para mí. Y cuando me sentía triste, las palabras de Nefi venían a mi mente: “Yo sé en quién he confiado.”
Este pensamiento tiene un poder significativo: el poder de inspirarnos a tener esperanza en el futuro, sentirnos amadas y encontrar paz.
Porque Jesucristo es la solución para todo, nuestro querido profeta dijo: “¡Ruego que vengan a Él para que Él los sane! Él los sanará del pecado si se arrepienten. Él los sanará de la tristeza y del temor. Él los sanará de las heridas de este mundo.”
Tener paz o sentir calma también es una respuesta.
Doctrina y Convenios 100:17 fue una respuesta después de otro tratamiento fallido:
“Todos los que invoquen el nombre del Señor y guarden sus mandamientos serán salvos.”
En esos días, realmente necesitaba esa seguridad de parte de mi Padre.
Cada prueba que superamos o soportamos con fidelidad nos embellece interiormente—nos convierte en mejores personas, mejores hijas de Dios, mejores amigas, mejores seres humanos.
Esa es la intención del plan de Dios. Estas experiencias nos moldearán, si se lo permitimos.
Y con el tiempo, la paciencia, el amor y una perspectiva eterna, una vez que realmente aceptamos estos desafíos, también podremos ayudar a los demás—ser un instrumento útil en las manos del Señor, capaces de aliviar el dolor de otros, una forma amorosa de ministrar tal como Jesucristo nos lo mostró.
Queridas hermanas, al confiar en Dios, les prometo que nuestros corazones serán transformados; comprenderemos mejor la vida, conoceremos mejor el carácter de Dios y encontraremos más gozo en nuestra vida diaria.
Como en la hermosa tradición japonesa de reconstruir y pintar con oro los jarrones rotos, pintemos nuestros desafíos con oro. Cristo es el oro.
Él hace que todo sea posible y que cada desafío valga la pena.
Él tiene el poder de hacer todo bello dentro de nuestras almas.
Si superamos nuestros desafíos caminando de la mano con Dios, creceremos espiritualmente y desarrollaremos nuestro potencial divino.
Hoy, después de todos esos años, puedo asegurarles que Él estuvo allí. Lo encontré en mis desilusiones, en mi tristeza y en mis lágrimas. Lo encontré en mis oraciones sinceras, en la casa del Señor, en las escrituras, en el servicio a los demás, en largas conversaciones con mi esposo, en las bendiciones del sacerdocio, en el amor de mi familia y en la comprensión y abrazos de mis queridas amigas.
El punto de inflexión en mi proceso de aceptación llegó cuando me di cuenta de que Él estaba allí, porque Él siempre está allí. Estuvo en Getsemaní y en la cruz. Estuvo y está siempre allí, aunque no lo percibamos. Él está siempre allí con Su entendimiento perfecto, Su amor perfecto, Su tiempo perfecto, Sus lecciones perfectas y personales para cada uno de nosotros.
Como enseñó el élder Patrick Kearon en la última conferencia general: “Él no rechazó a la mujer con flujo de sangre; no se apartó del leproso; no condenó a la mujer sorprendida en adulterio; no rechazó al penitente, sin importar su pecado. Y no los rechazará a ustedes ni a quienes aman cuando le lleven sus corazones quebrantados y sus espíritus contritos. Ese no es Su propósito ni Su intención, ni Su plan, ni Su deseo, ni Su esperanza.
“No, Él no pone obstáculos ni barreras; Él los quita. Él no los mantiene fuera; Él los recibe con los brazos abiertos.”
Hermanas, las invito a encontrar al Salvador a través de sus desafíos y, con Él, el amor y la paz.
Que puedan llegar a decir: “Oh Señor, en ti he confiado, y en ti confiaré para siempre.”
¡Qué poderoso es confiar en nuestro Dios!
En el nombre de Jesucristo. Amén.


























