Porque el Poder Está en Nosotras:
El Señor Ama el Esfuerzo
Por la Presidenta Susan H. Porter
Presidenta General de la Primaria
Conferencia de Mujeres de BYU, 3 de mayo de 2024
Presidenta Susan H. Porter: ¡Qué bendición es estar aquí con cada una de ustedes hoy! Es viernes por la tarde de una conferencia de dos días y medio. ¿Cómo se sienten? Estoy segura de que se sienten colmadas con los mensajes que han escuchado y con el espíritu que han sentido. Así que esperamos que aún tengan un poco de espacio para más revelación, para lo que sea que el Señor quiera enviarles.
Me encanta estar en reuniones de mujeres. Me encanta la fortaleza que siento de cada una de ustedes con sus corazones consagrados. Siempre que estoy en una reunión de mujeres como esta, recuerdo la gran profecía que el presidente Spencer W. Kimball dio hace años a las mujeres de la Iglesia. En su profecía, una de las cosas que mencionó fue que “las mujeres ejemplares de la Iglesia serán una fuerza significativa tanto en el crecimiento numérico como espiritual de la Iglesia en los últimos días.” Hermanas, esas somos nosotras. ¡Tenemos una gran obra que realizar!
Nuestro título de hoy tiene dos partes: “El poder está en nosotras” y “El Señor ama el esfuerzo.” La hermana Spannaus acaba de compartir con nosotras de una manera hermosa su travesía con la infertilidad y el esfuerzo que realizó para llegar a conocer a Dios a través de esa experiencia. Yo voy a compartir con ustedes algunos pensamientos sobre la primera parte de nuestro título, que es: “El poder está en nosotras.”
En Doctrina y Convenios 58:27–28, el Señor reveló Su voluntad para todos nosotros:
“De cierto os digo, [debemos] estar deseosos de emprender una causa buena, y hacer muchas cosas de [nuestra] propia voluntad, y llevar a cabo mucha justicia; Porque el poder está en [nosotros].”
O, en otras palabras, Su poder, el poder de Dios, puede estar en nosotras.
Hermanas, podemos estar “deseosas de emprender una causa buena”. Pero estar deseosas no significa estar ansiosas. ¡Las únicas que deberían estar ansiosas en este momento somos la hermana Spannaus y yo, porque ambas hablamos en la conferencia general en abril y luego inmediatamente tuvimos que preparar mensajes para hoy! Sin embargo, estoy notando que la hermana Spannaus se ve bastante tranquila ahora.
Estar deseosas de emprender una buena causa tal vez no signifique estar ansiosas, pero sí significa avanzar, depositando nuestra confianza en el Señor y en Su poder para bendecirnos.
Tal vez sientas que la frase “llevar a cabo mucha justicia” no podría aplicarse a ti, porque piensas que tu esfera de influencia es pequeña. Pero espero que llegues a saber, profundamente en tu alma, que puedes llevar a cabo mucha justicia al ayudar aunque sea a una sola persona a sentir el amor de Dios por ella. Eres necesaria e invitada a participar en la gran obra del Padre Celestial de llevar “a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.” Puedes reunir almas para el Salvador, una alma preciosa a la vez.
Pensemos en dos preguntas: ¿Cómo podemos recibir más del poder de Dios? y ¿cómo podemos usar ese poder sagrado para llevar a cabo mucha justicia?
Al meditar en cómo se ve esto para nosotras como mujeres de Dios, imaginé en mi mente la vasta congregación de espíritus justos en el mundo de los espíritus que esperaban la visita del Salvador mientras Su cuerpo yacía en la tumba. El presidente Joseph F. Smith registró que “entre los grandes y poderosos que se hallaban congregados en esa inmensa asamblea de los justos estaban el padre Adán, el Anciano de Días y padre de todos, y nuestra gloriosa madre Eva, con muchas de sus hijas fieles que habían vivido a través de las edades y adorado al Dios verdadero y viviente.”
Al pensar en esas “hijas fieles [nuestras antepasadas] que habían vivido a través de las edades,” muchos ejemplos de mujeres en las Escrituras vinieron a mi mente. Hice una larga lista, pero para este discurso de hoy, tuve que acortarla para que ustedes pudieran llegar a su próxima clase a tiempo.
Al considerar a cada una, las invito a reflexionar sobre qué poder les fue dado para llevar a cabo mucha justicia, y pregúntense cómo han sentido ese poder en su propia vida o en la vida de otras personas que conocen.
Primero, la Madre Eva. Eva actuó con el poder de elegir. Cuando el presidente Russell M. Nelson habló de Eva, dijo —y la presidenta Johnson lo citó esta mañana—: “Con su visión de largo alcance del plan de nuestro Padre Celestial, [ella] inició lo que llamamos ‘la Caída.’”
Rut actuó con el poder de quedarse. Después de que su esposo murió, la elección más fácil habría sido regresar con su propio pueblo, pero ella eligió quedarse con su suegra, Noemí, y mudarse a Belén, permaneciendo con un pueblo de convenio.
Recuerden a la viuda de Sarepta, que estaba recogiendo leña para preparar una última comida para ella y su hijo durante una hambruna. Ella tuvo el poder de actuar con fe cuando tomó su último poco de harina y aceite e hizo una torta para el profeta Elías. Él prometió que si lo hacía, “la harina de la tinaja no escasearía, ni el aceite de la vasija disminuiría, hasta el día en que Jehová hiciera llover sobre la faz de la tierra.”
Ana actuó con el poder de orar. Ana estaba llena de tristeza porque no tenía hijos. Suplicó al Señor en el templo por los justos deseos de su corazón. Luego, como le había prometido al Señor, Ana llevó a Samuel, el hijo que le fue concedido, al templo para servir.
Piensen en el poder que dio a Ester la fortaleza para confiar en el Dios viviente, al invitar a su pueblo a ayunar y orar por ella durante tres días, y luego entrar al aposento del rey sin invitación. Su confianza llevó a cabo mucha justicia, pues salvó a su pueblo de la destrucción.
En el Nuevo Testamento, miramos a María, quien aceptó la voluntad del Señor, no como una observadora pasiva, sino como alguien que avanzó con el poder que proviene de la fe, para dar a luz y criar al Unigénito Hijo de Dios, el Señor Jesucristo.
Más adelante, María, quien estaba esperando a Jesús, fue a visitar a su prima Elisabet, quien esperaba a Juan. Al ver a María, Elisabet fue “llena del Espíritu Santo” y exclamó con gran voz: “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.” María respondió con estas hermosas palabras: “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.” Ambas mujeres hablaron con el poder del Espíritu Santo.
Después de que el Salvador enseñó a la mujer samaritana junto al pozo, ella creyó que Él era el Cristo y testificó a los de su aldea con tal poder que muchos creyeron en sus palabras.
Piensen en Sariah, en el Libro de Mormón, quien tuvo el poder de cambiar y luego de soportar. Cuestionó la visión de Lehi cuando sus hijos no regresaron de Jerusalén con las planchas de bronce en el tiempo esperado. Al regresar ellos, ella recibió su propio testimonio del deseo del Señor de que su familia huyera al desierto. Luego viajó en ese desierto durante más de siete años, soportando hambre y fatiga, comiendo carne cruda y dando a luz a dos hijos en su vejez. Enfrentó desafíos familiares difíciles y sufrió por las decisiones de algunos de sus hijos.
Las madres de los jóvenes guerreros tuvieron el poder de enseñar de tal manera que sus mensajes se arraigaron profundamente en los corazones de sus hijos.
Sara, junto con su esposo Abraham, recibió poder para “esperar contra toda esperanza” cuando se le prometió una gran posteridad, pero no tenía hijos. Su esperanza no era un simple deseo, sino fe en el Señor, quien había hecho la promesa. El Señor cumplió Su promesa y le dio poder para dar a luz a un hijo cuando tenía 90 años.
Finalmente, Emma, la esposa del profeta José Smith, recibió invitaciones y el poder para hacer muchas cosas, entre ellas, exponer las Escrituras, exhortar a la Iglesia, aprender mucho, dejar de lado las cosas del mundo, y fue invitada a aferrarse firmemente a los convenios que había hecho.
Hermanas, observen esta hermosa lista de poderes que pueden ser dados a nosotras por Dios, nuestro Padre Celestial: para actuar, para llevar a cabo mucha justicia. Nosotras también podemos hacerlo.
Habiendo considerado a mujeres que actuaron con el poder de Dios en ellas, exploremos ahora cómo podemos recibir más del poder de Dios en nuestras vidas para hacer las cosas que necesitamos hacer.
En los últimos años, hemos aprendido mucho sobre el poder de Dios que podemos recibir al “aferrarnos firmemente a los convenios” que hemos hecho en las aguas del bautismo y en los santos templos.
La hermana J. Anette Dennis testificó el mes pasado en la conferencia general: “Al honrar nuestros convenios, permitimos que Dios derrame la multitud de bendiciones prometidas asociadas con esos convenios, incluido el poder incrementado para cambiar y llegar a ser más como nuestro Salvador.”
Me gustaría compartir con ustedes las experiencias de dos mujeres que, al igual que las mujeres de las Escrituras que hemos considerado, enfrentaron desafíos abrumadores en sus vidas. Pero mediante sus esfuerzos llenos de oración por honrar sus convenios, recibieron no solo el poder para actuar, sino “una multitud de bendiciones.”
Primero, mi cuñada, Bryna, quien enfrentó un obstáculo mientras actuaba según una impresión.
Bryna: Cuando mi último hijo comenzó la secundaria, me volví al Padre Celestial para preguntarle: “¿Cuál es el siguiente paso?” Él me hizo saber que quería que me convirtiera en abogada, lo cual realmente me sorprendió porque no sabía nada de leyes. Pero seguí adelante, solicité ingreso a la facultad de derecho, y fui aceptada.
Durante mi primer año, estaba en una clase y mi profesor se esforzó por avergonzarme, humillarme y ponerme en evidencia. Estaba devastada. Salí del aula y me quedé de pie en un pequeño corredor con vista al tráfico de la ciudad. Me sentía sin esperanzas y desanimada, y pensé para mí: “No puedo hacer esto. No soy lo suficientemente inteligente.” Y mientras estaba allí, oré al Padre Celestial, y el Espíritu vino a mí y me llenó de esperanza, de visión y de posibilidades. Me sentí alentada. Yo había sido fiel al Padre Celestial, y Él me llenó con Su poder. Así que regresé a clase y me quedé en la facultad de derecho. Estudié mucho e ingresé a la lista del decano. Me gradué de la facultad de derecho, tomé el examen profesional, y lo aprobé. Recientemente me retiré de una carrera de 15 años como defensora pública, que es el tipo de trabajo más semejante a Cristo que puedo imaginar. Testifico que cuando guardamos nuestros convenios con el Padre Celestial, Él nos da poder para tener éxito.
Presidenta Porter: A veces podemos pensar que si el Señor nos pide hacer algo, el camino será fácil. Pero sabemos, por Eva, Sara, Sariah y otras, que tendremos que depender continuamente del poder de Dios para ayudarnos a lograr lo que Él nos pide. La oración humilde y sincera de Bryna en una esquina fue un punto de inflexión en su vida.
A continuación, mi amiga Paula experimentó muchos de los desafíos que enfrentó Sariah: un cambio repentino en sus circunstancias, salud y situación familiar.
Paula: Hace algunos años, me diagnosticaron cáncer, y pensé que eso ya era bastante malo. Pero pronto me sorprendí al encontrarme en medio de una traición y un divorcio realmente espantoso. De repente, mi salud, mi autoestima, mi familia y mis finanzas fueron devastadas una tras otra, en lo que para mí se sintió como una serie de explosiones nucleares. Tengo hijos, y sabía que había demasiado en juego como para confiar esto a alguien más que al Señor. Así que tuve que apoyarme con todas mis fuerzas en mis convenios. Tuve que trabajar para ensanchar el camino en mi relación con mi Padre Celestial. Dios también cumple Sus convenios. A medida que seguía Sus instrucciones, un paso a la vez, Él envió milagros y ángeles, y me ayudó a sobrevivir un día más, y luego otro día más, y otro día más, hasta que pude mantenerme en pie por mí misma.
Al final de la prueba, es realmente tentador preguntarse si tal vez lo lograste sola, en secreto, pero yo no tengo ese lujo. Sé que estaba tan por encima de mi capacidad que no podría haber sobrevivido sola. Aprendí, a través de todo esto, que al asociarme con el Señor, realmente podía mover montañas. Sé que es verdad porque estoy sentada aquí, y eso es prueba de que Dios me ayudó a mover una.
Presidenta Porter: Paula dijo que, porque tenía hijos que estaban en medio de estas pruebas, no podía confiarse a nadie más que al Salvador. Para enfrentar sus desafíos, necesitaba “ensanchar el camino” en su relación con su Padre Celestial. Ella acudió a Él y siguió Sus impresiones, un día a la vez. Se asoció con el Señor, y Él la ayudó a mover una montaña.
Reflexionen sobre cómo se cumplieron las enseñanzas del presidente Nelson en la vida de Paula y Bryna. Él enseñó: “La recompensa por guardar los convenios con Dios es el poder celestial —poder que nos fortalece para soportar mejor nuestras pruebas, tentaciones y penas. … Quienes viven las leyes superiores de Jesucristo tienen acceso a Su poder superior.”
Al reflexionar sobre los ejemplos de Bryna, Paula y las mujeres de las Escrituras que actuaron con el poder de Dios en ellas, he pensado en el poder de la esperanza en nuestras vidas—no una ilusión o deseo superficial, sino una esperanza centrada en el Señor Jesucristo. A través de nuestra esperanza en Cristo, podemos actuar con el poder para elegir, testificar, permanecer, confiar, aceptar la voluntad del Señor, y cambiar y perseverar.
Hace años, tuve una experiencia con la esperanza que me ayudó a reconocer que nuestro Padre Celestial y Su Hijo son la verdadera fuente de esperanza. Es Su poder, no el nuestro.
Cuando mi esposo, Bruce, tenía 44 años, sus riñones dejaron de funcionar. Después de dos trasplantes fallidos, necesitaba tratamientos de diálisis varias veces por semana durante muchos años. Un día, después de quedarme con mi esposo durante una hora mientras recibía diálisis, manejé de regreso a casa para cuidar a mis hijos. Mientras conducía, vinieron a mi mente estas palabras con claridad: “Regocíjese ya todo; la noche pasó.” Sabía que esas palabras venían de un himno, pero no sabía cuál. Así que fui a casa, lo busqué, y encontré esas hermosas palabras: “Regocíjese ya todo; la noche pasó.” ¡Estaba llena de gozo! Habíamos estado orando durante años para que los riñones de Bruce se sanaran, porque los médicos ya no podían hacer nada más.
La impresión fue tan fuerte que esperé recibir una llamada en cualquier momento para que fuera a recoger a mi esposo al centro de diálisis porque ya no necesitaría más tratamiento. Como no llegó ninguna llamada, pensé que tal vez sería sanado esa misma noche porque decía: “Regocíjese ya todo; la noche pasó.” Cada día esperaba con gran anticipación la sanación de sus riñones. A medida que pasaban los días, semanas, meses y años, el recuerdo de esas palabras era tan claro en mi mente que sentí regocijo mientras esperaba. ¡El momento exacto no importaba! ¡Sentí esperanza en Cristo! Sabía lo que había escuchado en mi mente.
Con el paso de los años, parecía que su salud empeoraba, y se sometió a varias cirugías. A menudo, los amigos me preguntaban por qué parecía tan tranquila cuando las cosas se veían peor, no mejor. Simplemente respondía que sabía que todo saldría bien. Ocho años después de aquella impresión espiritual, gracias a algunos avances médicos, Bruce pudo recibir un trasplante de riñón de nuestro hijo David, lo cual restauró su salud.
La larga noche terminó cuando pudimos aceptar un llamamiento para servir en Rusia para la Iglesia. Disfrutamos de dos años y medio gloriosos sirviendo a los miembros de esa gran tierra.
Había sentido el poder de la esperanza. Me sostuvo y aún me sostiene, pues hay más bendiciones del convenio que me esperan a mí y a mi familia en las eternidades. Hay más bendiciones que les esperan a ustedes y a sus familias ahora y en las eternidades.
Les dejo mi testimonio de que cuando nos esforzamos con todo el corazón por guardar los convenios que hemos hecho con el Padre Celestial y Su Hijo en las aguas del bautismo y en los santos templos, recibiremos el poder que necesitamos para llevar a cabo mucha justicia.
Sentiremos el poder de Dios obrando en nosotras al hacer cosas que nunca podríamos hacer por nosotras mismas y recibiremos el gozo de sentirnos cada vez más cerca de nuestro sabio y eterno Amigo, Aquel que tiene todo poder.
En las palabras del himno “Cuán firme cimiento”:
Te fortaleceré, te ayudaré y haré que resistas,
Sostenido por mi justa … omnipotente mano.
De esto testifico, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.


























