BYU Conferencia de Mujeres 2024

“Señor, ¿a Quién [Iré]?
Tú Tienes Palabras de Vida Eterna” (Juan 6:68)

Por la hermana Tracy Y. Browning
Segunda Consejera de la Presidencia General de la Primaria
Conferencia de Mujeres de BYU, 2 de mayo de 2024


Introducción

“Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?

“Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.

“Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

“Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

“Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.”

Me encantan estos pasajes de las Escrituras en Mateo. Creo que una de las principales razones por las que estos versículos me impactan tanto es por la manera abierta en que el Salvador consulta a Sus discípulos. Él hace una pregunta que compara Su identidad errónea —vista desde la perspectiva de los hombres del mundo— con la revelación personal recibida por Sus seguidores, que testifica con seguridad de Su misión y Su majestad.

También me resulta notable que, en los versículos siguientes, Jesús enseña a Sus discípulos que establecerá una iglesia —una iglesia que Él califica como Su iglesia. Y que tendrá llaves del sacerdocio y poder del sacerdocio, e incluso el poder de sellar todo convenio, “todo contrato, toda obligación, todo acto que pertenezca al evangelio de Jesucristo, el cual es sellado por el Espíritu Santo de la promesa.” Una iglesia llena del nuevo y sempiterno convenio. ¡Qué exquisita cantidad de conocimiento puede venir de una pregunta tan sencilla!

El presidente Russell M. Nelson enseña que “todos los convenios están destinados a ser vinculantes” y que “crean una relación con lazos eternos.” Él enseña además que nosotros, como miembros de la Iglesia restaurada de Dios, somos hijos del convenio. Y en el centro de nuestros convenios están el Padre Celestial y Jesucristo. Ellos son la fuente del convenio. Es a Ellos a quienes nos unimos en una relación que no puede medirse por ninguna duración de tiempo que se encuentre en nuestro mundo natural. Todo lo temporal presupone que su existencia inevitablemente llegará a su fin. La naturaleza es temporal. Pero la calidad de nuestra relación de convenio con el Padre Celestial y con nuestro Salvador es eterna.

Al considerar la pregunta y las respuestas que el Salvador da en estos pasajes de Mateo, he llegado a comprender mejor algunas cosas. Específicamente: (1) la interconexión entre quién es nuestro Salvador y cuál es Su misión; (2) nuestra necesidad de estar cerca de Su Espíritu; (3) el conocimiento de que el Salvador ha establecido Su Iglesia; y que (4) a través de nuestros convenios, Jesucristo nos sella como “suyos, para que [seamos] llevados al cielo [y] tengamos salvación eterna y vida eterna.” Estas enseñanzas me han permitido enmarcar mi testimonio, algunas de mis experiencias personales, e incluso las incertidumbres y aspectos desconocidos que aún puedan persistir en mi entendimiento del evangelio, a través del lente de estos principios. Me han permitido soportar conmociones personales que han surgido en mi vida y me han ayudado a mantenerme firme y bien arraigada cuando ráfagas repentinas de viento fuerte comienzan a soplar.

Jesucristo, el Salvador

Mi esfuerzo por llegar a conocer a Jesucristo ha sido un ejercicio continuo de aprender y responder por mí misma a las preguntas que el Salvador ha hecho a Sus discípulos a lo largo de las Escrituras. Esto ha permitido que el Espíritu de Dios me revele Su naturaleza, Su carácter, Su propósito y la relación que Él desea tener conmigo, mientras estudio Su doctrina, escucho y respondo al consejo de Sus profetas, participo de Sus ordenanzas y me uno a Él mediante convenios divinos. Cada vez que me acerco más al Salvador mediante estas herramientas, he escuchado al Espíritu susurrar Su pregunta silenciosamente a mi espíritu dispuesto: “¿Quién decís que soy yo?” Y a través de mi propia experiencia, he llegado a reconocerlo, sin lugar a dudas, como “el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”

En una bella simetría, mi exploración personal de las preguntas del Salvador me ha permitido también reconocer un aspecto importante de mi propia identidad como discípula de Jesucristo. Cada respuesta que doy a Sus preguntas, como Su discípula, también ha permitido que el Espíritu me revele en quién me estoy convirtiendo y me ha impulsado a reflexionar sobre mi fe, mi entendimiento y mi compromiso de seguirle. He descubierto que las preguntas del Salvador en las Escrituras son profundamente instructivas. Y otras veces, las he encontrado más introspectivas.

Tomemos, por ejemplo, la ocasión en la que el Salvador alimentó a una multitud de más de 5,000 personas con “cinco panes de cebada y dos pececillos”, descrita en el Evangelio de Juan. Esta gran congregación de personas, que no solo fue testigo de este milagro realizado por el Salvador, sino que además llenó su estómago gracias a este acto divino, poco tiempo después se sintió confundida y molesta, y —irónicamente— pidió señales cuando Él les declaró una verdad divina. Al identificarse como “el pan de vida” y declarar repetidamente Su identidad y propósito, la multitud, que se había sentido cómoda cuando Sus bendiciones coincidían con sus necesidades temporales y por eso deseaban hacerle rey, se apartó rápidamente de Él cuando Su doctrina no coincidía con su entendimiento o sus expectativas. Las Escrituras lo dicen claramente: “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él.”

Entonces viene la pregunta del Salvador. Tras presenciar la deserción de muchos, Jesús se vuelve hacia Sus apóstoles y les pregunta: “¿Queréis acaso iros también vosotros?”

Pero la respuesta de Simón Pedro expresa la profundidad del sentimiento dentro de mi propia alma cuando he sentido la tentación de apartarme o cuando me he enfrentado a los límites de mi propio entendimiento. Es una expresión de mansedumbre y profunda humildad: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” Y otra vez, un apóstol afirma con confianza la identidad y el propósito de Jesús, diciendo: “Y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”

El presidente M. Russell Ballard explica estos versículos de la siguiente manera: “En ese momento, cuando otros se enfocaron en lo que no podían aceptar, los apóstoles eligieron enfocarse en lo que sí creían y sabían, y como resultado, permanecieron con Cristo.”

Y además enseña que “al final, cada uno de nosotros debe responder a la pregunta del Salvador: ‘¿También vosotros queréis iros?’ Todos tenemos que buscar nuestra propia respuesta a esa pregunta. Para algunos, la respuesta es fácil; para otros, es difícil.”

En mi búsqueda personal de una respuesta a la pregunta del Salvador, he llegado a comprender que una lección importante que se desprende del milagro que Jesús realizó al alimentar a la multitud de los 5,000 es reconocer profundamente que lo que sea que nos falte, Jesucristo lo tiene. Lo que necesitemos, Él lo puede suplir. Y esto no es solo una verdad sobre Su capacidad omnisciente en general, sino que también es verdad en cuanto a la relación muy personal, íntima y específica que puede existir entre Él y nosotros aquí y ahora.

Si bien buscamos escuchar con claridad y atención las verdaderas dificultades y preguntas expresadas por quienes se apartan, la decisión de quedarse —ya sea para quienes permanecen o para quienes regresan— puede no haber sido fácil. Pero su convicción, ganada con esfuerzo y en silencio, es poderosa de todos modos.

El título sagrado de nuestro Salvador, “el Cristo”, es una señal que puede dirigir nuestra mente a reflexionar sobre la salvación que solo Él puede ofrecer. Podemos recordar que Él es el Mesías prometido, ungido para ser nuestro Libertador. Llegar a entender el propósito y la misión del ministerio de nuestro Salvador nos invita a saber en quién depositar nuestra confianza y a quién aferrarnos cuando nos sentimos inestables o cuando los desafíos oscurecen el camino que debemos seguir.

El Espíritu Revela—Nosotros Respondemos

Hace varios años, tuve un sueño que me afectó profundamente de tal manera que aún recuerdo vívidamente los detalles y las intensas emociones que sentí mientras mi mente desplegaba varias escenas ante mí.

En este sueño, en un día brillante y hermoso, mi esposo y yo, junto con nuestros dos hijos, íbamos tranquilamente manejando por una larga carretera en buen estado. Después de un tiempo, mi esposo y yo notamos la figura de una persona parada al costado del camino. Esta figura estaba completamente cubierta con ropa oscura, con una larga capucha que ocultaba su rostro. Mi esposo se detuvo al costado del camino cerca de esta figura, y de inmediato sentí una pesadez en el estómago que me transmitía una fuerte advertencia. Pero no dije nada sobre esa poderosa impresión, y pronto esa figura estaba sentada en el asiento trasero de nuestro vehículo familiar.

Recuerdo la intensidad de la ansiedad que crecía dentro de mí mientras miraba continuamente y con nerviosismo por el retrovisor del auto, tratando de ver el rostro de esa persona. Buscaba algún tipo de consuelo e intentaba, sin éxito, convencerme de que era más un amigo que un enemigo, para calmar la fuerte sensación de peligro que aumentaba en mí. Pronto, mis peores temores se confirmaron: la figura hizo movimientos amenazantes hacia mis hijos y mi esposo, y nuestro automóvil salió del camino y se detuvo de forma abrupta e inesperada.

El sueño terminó, y desperté a la mañana siguiente profundamente perturbada. Nunca había experimentado un sueño como ese, así que, en cuanto tuve la oportunidad, le conté todos los detalles a mi esposo y compartí la profundidad de mis sentimientos. Sentí con fuerza que no era solo una pesadilla pasajera. Reconocí un mensaje, comunicado mediante símbolos, que contenía significados dentro de un conjunto de circunstancias comunes en nuestras vidas.

Mientras mi esposo y yo conversábamos y orábamos acerca de este sueño, sentimos que el Señor estaba ampliando nuestra visión. Sentí resonar en mi interior un recordatorio claro tomado de Proverbios que dice: “Donde no hay visión, el pueblo perece.” Así que seguimos adelante, examinando y buscando la visión del Señor en nuestro consejo.

En nuestra conversación, mi esposo y yo hablamos primero de cómo la escena inicial parecía reflejar la paz relativa de la vida espiritual de nuestra familia en ese momento. Estábamos avanzando cómodamente por la senda del convenio y caracterizábamos nuestro hogar como un lugar donde nos sentíamos seguros juntos, y que era el vehículo para nuestro recorrido por dicha senda. Luego, dirigimos nuestra atención a algo que había invitado el peligro dentro del espacio seguro de nuestra familia. El peligro en el que estábamos no se veía con claridad, pero podía sentirse. Y aun así, ignoramos las fuertes impresiones de peligro que persistían con la esperanza de que tal vez estuviéramos equivocados. Y entonces, cuando la amenaza quedó indiscutiblemente al descubierto, nuestro viaje se descarriló. Fuimos llevados al costado del camino—fuera de la senda—y el progreso de nuestra familia se detuvo.

Reconocimos la advertencia implícita en ese mensaje: una advertencia que nos instaba a tener cuidado con lo que permitimos entrar en el santuario de nuestra familia. También fue evidente que necesitábamos tener la compañía del Espíritu Santo con nosotros para poder discernir cosas que pudieran ser confusas u oscuras. Sin duda, se nos advirtió que nunca debemos tardar en responder a las impresiones que provienen del Espíritu. Ignorar las instrucciones—especialmente las señales de advertencia—que el Espíritu nos envía, conduce a consecuencias desastrosas.

El presidente Nelson, al enseñar sobre las distracciones que atrapan y destruyen, brinda una instrucción poderosa que siento resume lo que aprendí de este sueño. Él dijo: “La lección es obvia. Su seguridad definitiva radica en no dar jamás ni siquiera el primer paso tentador en una dirección a la que no desean ir.”

Reconocí que en este sueño, aunque sabía que nos dirigíamos hacia el peligro y que, finalmente, ese peligro había logrado entrar en el lugar seguro de nuestra familia, permanecí en silencio y permití que nos moviéramos en una dirección que nos alejaba de la buena senda por la que íbamos, lo que terminó llevándonos a un lugar donde no queríamos estar.

Mi esposo y yo decidimos reunir a nuestros hijos y, en lugar de contarles los detalles del sueño, celebramos un consejo familiar en el que hablamos sobre formas de fortalecer y proteger a nuestra familia siendo cuidadosos con mantener el Espíritu en nuestro hogar. Hablamos sobre los tipos de medios que permitiríamos en casa, los tipos de comportamientos personales que intentaríamos eliminar, e incluso nuestro nivel de orden y otras cosas que podrían parecer inofensivas en la superficie pero que, desde nuestra perspectiva, podrían disminuir la luz y el gozo del Salvador dentro de nuestro hogar. También conversamos sobre qué cosas podríamos hacer más para invitar la protección y la paz en nuestra vida familiar. Planeamos aumentar el tiempo que pasábamos en casa disfrutando de la compañía mutua: jugar, compartir comidas, tener conversaciones significativas, estudiar y orar juntos.

Todos estuvimos de acuerdo en que mantener nuestro hogar como un lugar de refugio, alivio y renovación, lleno de tantas cosas buenas como pudiera proporcionar el Espíritu de Dios, era una prioridad para nuestra familia. En consecuencia, cada uno decidió hacer su mayor esfuerzo personal para ser intencional con lo que traíamos y lo que dejábamos fuera de nuestro hogar. Nuestra familia no era, ni es, perfecta, pero estábamos dispuestos, y a lo largo de los años hicimos esfuerzos reflexivos para poner en práctica lo que sentíamos que era correcto para nosotros.

Esta experiencia volvió a mi mente recientemente cuando mi hija, al leer el Libro de Mormón, compartió conmigo algunos pensamientos que tuvo sobre esas palabras tan conocidas de 1 Nefi: “habiendo nacido de buenos padres.” Este año, en su estudio, esas palabras adquirieron un nuevo significado para ella. Me expresó que se sentía agradecida de ser contada junto a Nefi como alguien que había nacido de buenos padres, y anotó una pequeña nota en sus escrituras para recordarse esa verdad en su vida. Fue una tierna expresión de amor que enterneció mi corazón de madre y me impulsó a decirle que sus padres simplemente estaban tratando de ser “buenos”, y que esperábamos que, en nuestros esfuerzos, hubiera habido luz en su vida y en nuestro hogar. Ella respondió rápidamente: “Siempre hay luz en nuestro hogar.”

Fue con esa simple declaración que recordé el sueño, y me llené de gratitud adicional porque supe que los esfuerzos de nuestra familia habían dado frutos duraderos y que mi amada hija estaba respondiendo al sentimiento de luz dentro de nuestro hogar, impreso en ella por el Espíritu Santo. En mi gozo, podría haber repetido la respuesta del Salvador a Simón Bar-jona en el Evangelio de Mateo: “Bienaventurada eres, [mi amada hija], porque no te lo reveló carne ni sangre, sino [nuestro] Padre que está en los cielos.”

Sabía que ese mensaje de Dios, enviado a mí en un sueño tantos años atrás, fue ofrecido como preparación y protección para nuestra familia, lo cual nos permitió mantener la paz y preservar el refugio de nuestro hogar del mundo exterior.

En resumen, de esta experiencia aprendí algunas “P” que el evangelio de Jesucristo ofrece por medio del don del Espíritu Santo, y que vienen a medida que hacemos y guardamos convenios sagrados con Dios. Sé que el Espíritu de Dios protege, preserva, provee paz, y puede prepararnos para cosas en nuestro futuro que Dios ve, pero nosotros no. El Espíritu Santo puede expandir nuestra visión y evitar que perezcamos si respondemos a Sus mensajes e instrucciones.

El presidente Nelson ha suplicado: “Renuevo mi ruego para que hagan todo lo que esté a su alcance por aumentar su capacidad espiritual para recibir revelación personal.

“Hacerlo les ayudará a saber cómo seguir adelante con su vida, qué hacer en tiempos de crisis y cómo discernir y evitar las tentaciones y los engaños del adversario.”

Permanecer cerca del Espíritu de Dios es crucial para llegar a conocer a Jesucristo e invitar Su influencia en nuestra vida. Por medio del Espíritu Santo, Jesucristo se revela como el “Salvador de todos los hombres, especialmente de los que creen.” Y nuestra creencia puede manifestarse mediante nuestra obediencia a los susurros e impresiones de Su Espíritu, para que podamos experimentar la plenitud de Su capacidad de salvarnos personalmente y junto a aquellos que amamos.

La Iglesia Restaurada de Dios

También las invito a recordar que una parte de la enseñanza que nuestro Salvador dio a Sus apóstoles cuando les preguntó: “¿Quién decís que soy yo?” tenía que ver con el establecimiento de Su Iglesia. El Salvador proclamó: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.”

Esta conexión entre llegar a entender quién es nuestro Salvador y el hecho de que parte de Su obra fue formar Su Iglesia —edificada sobre la revelación a Sus profetas— también ha sido profundamente instructiva para mí. El milagro de Cristo de alimentar a los 5,000 se repite en los cuatro Evangelios. Pero un detalle único que se encuentra en el relato del Evangelio de Marcos me ha dado una comprensión adicional sobre el carácter del Salvador y por qué una iglesia puede ser importante para Él.

En el relato de Marcos aprendemos que el Salvador indicó a Sus apóstoles que hicieran que los 5,000 “se recostasen por grupos sobre la hierba verde.” El pasaje además explica que “se recostaron por grupos, de ciento en ciento y de cincuenta en cincuenta.” Solo después de que estuvieron organizados de esta manera, el Salvador bendijo y partió el pan, y los apóstoles lo distribuyeron a la multitud junto con los pocos peces.

Al reflexionar que la gran multitud recibió su bendición del Salvador de forma organizada y no al azar, reconozco una de las razones por las que nuestro Salvador también instituye y organiza Su Iglesia: para bendecir a los hijos de Dios mediante el principio del orden.

Consideren esta enseñanza del élder D. Todd Christofferson: “La Iglesia es la creación de Aquel en quien se centra nuestra espiritualidad: Jesucristo. Vale la pena detenerse a considerar por qué Él elige usar una iglesia —Su Iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días— para llevar a cabo Su obra y la de Su Padre ‘de llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre’ [Moisés 1:39].”

El élder Christofferson continúa diciendo: “En la meridiana dispensación del tiempo, Jesús organizó Su obra de manera que el evangelio pudiera establecerse simultáneamente en múltiples naciones y entre diversos pueblos. Esa organización, la Iglesia de Jesucristo, fue fundada sobre ‘apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo’ [Efesios 2:20].”

Nuestro Salvador nos ha provisto de una institución divinamente organizada, en la cual Él está a la cabeza y es la principal piedra del ángulo. Y al igual que en la alimentación de los 5,000, Jesucristo invita hoy a millones a reunirse con Él para poder ofrecernos Su mayor bendición: “la inmortalidad y la vida eterna del hombre.” Él invita a personas imperfectas a congregarse en Su Iglesia, a participar en Su obra de salvación y exaltación, y a unificarnos como el cuerpo de Cristo y llegar a ser perfeccionados en Él.

Su Iglesia es una iglesia viviente, en la que Jesucristo revela Su voluntad en Su debido tiempo. Esto se lleva a cabo por medio de la revelación dada a Sus profetas, videntes y reveladores, quienes han recibido las “llaves del reino de los cielos” prometidas por nuestro Salvador. Permanecer cerca de Su Iglesia nos mantiene avanzando hacia la vida eterna y puede ser una de las formas milagrosas mediante las cuales nuestro Salvador administra las bendiciones que sabe que necesitamos en nuestra vida.

Las Ordenanzas y los Convenios Importan

Por último, es solo a través de esta institución divinamente organizada —Su Iglesia, incluso la Iglesia restaurada de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días— que se encuentran esas llaves del sacerdocio prometidas, enseñadas en el Evangelio de Mateo. Por medio de esas llaves, nuestro Salvador nos une a Él y nos sella como Suyos mediante ordenanzas y convenios.

Esta fue la respuesta culminante que el Salvador dio a Su tan importante pregunta: “¿Quién decís que soy yo?” A menudo reflexiono sobre algo que el presidente Boyd K. Packer dijo una vez. Él comentó que “si entramos en nuestros convenios sin reservas ni disculpas, el Señor nos protegerá.” Luego compartió la promesa de que “recibiremos inspiración suficiente para afrontar los desafíos de la vida.”

Nuestro Salvador utiliza los convenios para ayudarnos a comprender Su naturaleza, carácter y la relación que desea tener con nosotros. Él es un Hacedor de convenios y el mejor Guardador de convenios de todos los tiempos—un Guardador de convenios eterno.

Hemos sido invitados a venir y ser reunidos en las aguas del bautismo, a venir y ser reunidos cada semana alrededor de la mesa del sacramento, a venir y ser reunidos en la Casa del Señor, a venir y ser reunidos mediante convenios del sacerdocio, a venir y ser atados en la tierra y en el cielo al Padre Celestial y a Su Hijo, Jesucristo. Y en todas estas formas, podemos venir y reclamar nuestras bendiciones.

Mis amadas hermanas, las invito a considerar las dos preguntas del Salvador. Primero: “¿Quién decís que soy yo?” Testifico que Jesús se revelará a ustedes como el Cristo, el Redentor, nuestro Señor y Salvador, el Creador de los confines de la tierra, nuestro Admirable Consejero, nuestro Dios Fuerte, nuestro Príncipe de Paz y nuestro Pan de Vida.

Él se revelará por medio de Su Espíritu, enviado para ser una guía, para prepararnos y protegernos. Se revelará a través del milagro de Su Iglesia restaurada y por medio de Su relación de convenio con nosotros.

Y cuando llegue el momento—cuando sientan que han alcanzado los límites de su comprensión o se vean tentadas a alejarse—surgirá Su segunda pregunta: “¿También vosotros queréis iros?”

Ruego que, al considerar todo lo que han llegado a saber y experimentar con Jesucristo, puedan responder con humildad, mansedumbre y una tranquila confianza:
“Señor, ¿a quién iré? Tú tienes palabras de vida eterna. Y [yo] creo y [estoy] segura de que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”

En el nombre de Jesucristo. Amén.