BYU Conferencia de Mujeres

“…Mi alma se deleita en
los convenios del Señor.” 2 Nefi 11:5

Wendy Watson Nelson
Este discurso fue pronunciado el jueves 30 de abril de 2015


¡Buenos días, hermanas! Y qué mañana tan gloriosa es esta. ¡Las amo! Y amo lo que se siente cuando nos reunimos como hermanas bajo la dirección del Señor.

Amo la Conferencia de Mujeres de BYU. Los dos años que serví como presidenta de la conferencia dejaron esta conferencia grabada en mi corazón para siempre.

Ahora, sé que es primavera, pero para mí se siente como Navidad. ¡Estar aquí con ustedes hoy es tan maravilloso como abrir regalos en la mañana de Navidad! Si lo pensamos bien, nuestros convenios son un regalo—un regalo de Dios diseñado para llevarnos de manera segura de regreso a casa con Él. ¡Y qué regalo es ese! Mis queridas hermanas, a pesar de cualquier situación angustiosa que podamos estar viviendo actualmente, cada día puede sentirse como Navidad si realmente recibimos el regalo de nuestros convenios cada día.

Claramente, Nefi sentía un gozo profundo y pleno por el regalo de nuestros convenios. Sus palabras son el tema de la conferencia de este año: “Mi alma se deleita en los convenios del Señor.”

Mis hermanas, oro para que el Espíritu Santo sea el Verdadero Maestro mientras consideramos el regalo de nuestros convenios con el Señor.

A menudo nos referimos a nosotras mismas como “mujeres del convenio” o como “mujeres de convenio”. Pero, ¿qué significa realmente eso? Me he hecho esa pregunta una y otra vez en los últimos meses. También he preguntado a otras mujeres qué significa para ellas. Una amiga lo expresó así: “Significa que le he prometido a Dios que seguiré a Su Hijo en lo que hago, pienso y digo. Y he hecho esas promesas al entrar en convenios sagrados que me unen tanto al Padre como al Hijo.”

Ahora, antes de seguir adelante, pongamos nuestra atención en los convenios dentro del contexto de los días en que vivimos. La gente a menudo nos pregunta a mi esposo y a mí: “¿Cuál es uno de sus lugares favoritos que hayan visitado?” Normalmente respondemos al unísono: “Nuestro patio trasero… ¡un lugar al que no podemos ir tan a menudo como nos gustaría!”

Pero hablando en serio, uno de mis lugares favoritos es Moscú, Rusia. ¿Por qué? Por lo que experimenté allí en un período de 24 horas, que comenzó el sábado 15 de junio de 2013. Mientras mi esposo enseñaba a los líderes del sacerdocio del área, yo tuve el privilegio de estar con algunas de las hermanas. Amo a nuestras hermanas rusas. ¡Son espectaculares!

Ese sábado resultó ser uno de esos raros días de siembra de primavera en Rusia, así que nos reunimos menos de 100 personas. Cuando me acerqué al púlpito, me encontré diciendo algo que nunca había anticipado: “Me gustaría conocerlas por linaje. Por favor, pónganse de pie cuando se nombre la tribu de Israel a la que pertenecen, tal como se declara en su bendición patriarcal.”

Estas mujeres se conocían entre sí, pero no conocían el linaje unas de otras. A medida que se anunciaban los nombres de las doce tribus de Israel, desde Aser hasta Zabulón, y las mujeres se ponían de pie, todas nos sentíamos emocionadas por lo que experimentábamos, veíamos y aprendíamos. ¡Estábamos recibiendo una lección sobre la realidad de los días en que vivimos ahora!

Pregunta: ¿Cuántas de las doce tribus de Israel crees que estaban representadas en ese pequeño grupo de menos de 100 mujeres aquel sábado en Moscú? ¡Once! ¡Once de las doce tribus! Todas, excepto la tribu de Leví.

Ahora, otra pregunta: ¿Qué tan rápido viajan las noticias donde vives? ¿Muy rápido? Pues, ciertamente viajan rápido en Europa del Este. Fui directamente de esa reunión inolvidable al aeropuerto para encontrarme con mi esposo. Luego volamos a Armenia, donde él crearía el primer estaca de Sion en ese país al día siguiente. Las primeras personas que nos recibieron al bajar del avión fueron el presidente de misión y su esposa. Y lo primero que ella me dijo fue: “¡Tengo a Leví!”

Imagínense: ¡uno de sus misioneros, nada menos que de Gilbert, Arizona, pertenecía a la tribu de Leví!

Cuando yo era una niña que asistía a la Primaria en Raymond, Alberta, Canadá, me enseñaron que, en los últimos días antes de la Segunda Venida del Salvador, las doce tribus serían reunidas. Siempre fue emocionante y, a la vez, un poco abrumador pensar en ello. Así que imaginen lo que fue para mí estar con hijos de las doce tribus de Israel en un período de 24 horas. Fue mucho más que emocionante; fue profundamente sobrecogedor.

Mis queridas hermanas, ¡estos son los últimos días! ¡Nunca ha habido un tiempo como este en la historia de esta tierra, jamás! Nunca ha habido un momento más importante que ahora para comprender el regalo que nuestro Padre nos ha dado al permitirnos hacer convenios con Él.

Una joven madre expresó muy bien nuestro privilegio. Ella dijo: “Poder hacer un convenio con Dios personalmente me hace sentir que realmente importo. En verdad tengo un propósito en el gran plan de todo. No hay un tercero o un representante que ‘firme’ en mi nombre o en el del Señor. La promesa, el convenio que hago, es directamente con el Señor.”

Hermanas, nunca ha habido un momento más importante que ahora para comprender el poder al que tenemos acceso gracias a nuestros convenios. Y cuando entendamos el regalo de nuestros convenios y el poder de Dios que fluye hacia nosotras a través de ellos, nosotras, como Nefi, verdaderamente nos deleitaremos en los convenios del Señor.

Durante los últimos meses, he estado pensando sin parar en los convenios. Me he sumergido en las Escrituras; he estudiado las palabras de profetas, videntes y reveladores; he escuchado con más atención que nunca las palabras de nuestros convenios bautismales, del templo y de la Santa Cena. He preguntado a grandes mujeres de varios lugares del mundo—desde Preston, Inglaterra, hasta Tokio, Japón—qué significa para ellas haber hecho convenios con Dios.

Además, al sumergirme en la investigación de historia familiar, he sentido la inconfundible urgencia de aquellos que ahora viven al otro lado del velo y que están desesperados por hacer convenios con Dios, ahora.

Después de todo eso, he llegado a la siguiente conclusión: cuando se trata de hacer y guardar convenios con Dios, nada es más importante, y nada está más lleno de poder.

Nunca olvidaré un fascinante intercambio que tuve con una joven amiga a la que llamaré Amy. Tarde en la noche de un sábado, mientras trabajaba contra reloj para terminar un proyecto importante, recibí un correo electrónico de Amy, quien estaba angustiada. Escribió: “Me pidieron que hablara, a último momento, en la actividad de la Sociedad de Socorro de mi barrio este miércoles. El tema es el estrés. Anoche envié una encuesta a 75 de las mujeres aquí en los apartamentos para matrimonios de estudiantes de BYU para averiguar qué les está causando estrés. Después de recibir sus respuestas, ¡me doy cuenta de que NECESITO AYUDA!!!!”

Al leer las respuestas de la encuesta, estas jóvenes esposas y madres informaban que estaban experimentando estrés, depresión, ansiedad y problemas de intimidad matrimonial. Enumeraron como causas de sus problemas los estudios, las finanzas, la falta de sueño, las tareas del hogar, las tareas académicas, la sensación de fracasar en todo y la incapacidad de equilibrar todas sus responsabilidades.

Me pregunté cómo debería responder. ¿Qué realmente haría una diferencia para estas mujeres? ¿Y qué podría ofrecerse, en un mensaje de la Sociedad de Socorro de 22 minutos, que pudiera posiblemente reducir la angustia real de estas jóvenes madres?

Mientras pensaba en la difícil asignación de Amy, vinieron a mi mente mis experiencias con la historia familiar y la obra del templo. Por más contradictorio que pudiera parecer, sentí, de una manera que no podía negar, el impulso de animar a Amy a ofrecer un experimento de 21 días a sus hermanas de la Sociedad de Socorro.

Así que le respondí por correo electrónico: “Invita a las hermanas a hacer un sacrificio de tiempo para el Señor, aumentando su tiempo en la obra de historia familiar y en la obra del templo durante los próximos 21 días.”

Amy aceptó esta sugerencia, y los resultados fueron notables. Aquí hay solo tres ejemplos de lo que sucedió:

Una joven esposa y madre escribió: “Durante los 21 días en que aumenté mi asistencia al templo y mi obra de historia familiar, no solo me sentí más feliz, sino que sentí alivio. Sentí que me habían quitado un peso del pecho. Cuando me tomé el tiempo para hacer estas cosas—lo cual es difícil porque todas estamos ocupadas—descubrí que, de alguna manera, tenía más tiempo para hacer otras cosas que necesitaban hacerse.”

Otra mujer pudo dejar de tomar su medicación para la ansiedad. Sus cambios positivos en el estado de ánimo, energía e inspiración fueron tan notables que escribió: “Mi esposo comenzó a orar agradeciendo por el aumento del Espíritu en nuestro hogar desde que he estado haciendo sacrificios de tiempo para el Señor en la obra del templo y de historia familiar.”

Y otra hermana más informó: “Tengo un hijo de dos años y acabo de tener un bebé la semana pasada. El experimento de 21 días me ayudó en la etapa final de mi embarazo. El sacrificio de tiempo para hacer historia familiar era algo que podía hacer sentada, que era productivo y ¡traía el Espíritu! Me dio más propósito y me ayudó a no concentrarme en las incomodidades del final de mi embarazo.”

Hermanas, mi sugerencia a un grupo de jóvenes madres sobrecargadas y exhaustas puede parecer contradictoria, y los resultados, altamente improbables. Incluso podría parecer cruel pedirle a una mujer que siente que apenas sobrevive que haga un sacrificio de tiempo para el Señor. Pero estas jóvenes madres demostraron que funciona. Funciona para las mujeres que han hecho convenios con Dios. ¿Por qué? Porque cuando las mujeres de convenio guardan sus convenios, tienen mayor acceso al poder de Dios. El poder de Dios fluye hacia ellas, y ese poder, Su poder, produce una disminución del estrés, un aumento de la energía, más y más clara revelación para sus vidas, un enfoque renovado, valor para hacer cambios necesarios, un aumento de la paciencia y más tiempo para lo que realmente importa. Eso es lo que estas jóvenes madres me enseñaron al guardar su convenio de sacrificio.

El élder D. Todd Christofferson enseñó que el aumento del poder espiritual llega a nosotros cuando guardamos nuestros convenios. Fue explícito en su consejo al decir: “En tiempos de aflicción, que tus convenios sean lo primordial, y que tu obediencia sea exacta.”

¡Eso es exactamente lo que hicieron estas jóvenes mujeres de convenio! Estaban en aflicción, se enfocaron en su convenio de sacrificio, dejaron que ese convenio fuera “lo primordial” y fueron exactamente obedientes. ¿Y qué pasó? ¡Su aflicción desapareció!

¿Estarías dispuesta a probar un experimento? ¿Qué pasaría si, de aquí a la Navidad, cada una de nosotras escogiera un período de 21 días y luego hiciera lo que fuera necesario para ofrecer un sacrificio de tiempo al Señor, aumentando el tiempo que dedicamos a la obra del templo y a la obra de historia familiar durante esos 21 días? ¿Qué bendiciones, milagros y otros cambios positivos llegarían a nuestra vida?

Hermanas, así como guardar nuestro convenio de sacrificio traerá el poder de Dios a nuestras vidas, he aprendido de mujeres de convenio que el poder de Dios también fluye hacia ellas cuando guardan su convenio de servicio.

Mientras que el mundo les diría a las mujeres que la mejor manera de rejuvenecerse es tomarse unas vacaciones, irse de compras o visitar un spa, creo que las mujeres de convenio tienen muchas más probabilidades de rejuvenecerse mediante el servicio, especialmente si pueden deleitarse en ese convenio junto con otras mujeres.

Aprendí ese principio hace 16 años, aquí mismo en la Conferencia de Mujeres de BYU, en 1999. Yo servía como presidenta de la Conferencia de Mujeres, y durante los meses de planificación, varias de nosotras tuvimos la idea de que añadir un proyecto de servicio a la conferencia sería algo poderoso. La idea nos pareció inspirada. ¡Pensamos que otros lo celebrarían! Pero estábamos equivocadas. Muy equivocadas.

Algunas integrantes del comité sentían firmemente que un proyecto de servicio saldría mal. Una declaración hecha durante un intercambio lleno de energía quedó grabada en mi memoria desde entonces:
“¡Las mujeres no vienen a la Conferencia de Mujeres para servir; vienen para relajarse y alejarse de todo!”

Agradecidamente, la Presidencia General de la Sociedad de Socorro vio la sabiduría en la idea y, finalmente, se llevó a cabo el primer evento de servicio en una Conferencia de Mujeres de BYU. ¡Ese esfuerzo pionero de 1999 fue emocionante! Fue exitoso más allá de lo que cualquiera de nosotras imaginó, aunque ahora palidece en comparación con el alcance del servicio que se presta aquí cada año.

Dieciséis años después, estoy aún más convencida de que las mujeres de convenio cansadas son revitalizadas a medida que el poder de Dios fluye a sus vidas cuando guardan su convenio de servicio.

¿A qué más tenemos acceso al guardar nuestros convenios? José Smith declaró que si nosotras, como mujeres de convenio, “vivimos de acuerdo con (nuestro) privilegio”, los ángeles no podrán ser restringidos de ser nuestros compañeros. Nuestro “privilegio” incluye nuestros convenios. ¡Nuestros convenios son un “privilegio”! Por lo tanto, cuando vivimos de acuerdo con nuestros convenios, los ángeles no podrán ser restringidos de ser nuestros compañeros.

Podríamos decirlo también de esta manera: al guardar nuestros convenios, podemos pedir que los ángeles nos ayuden. ¡Literalmente!

Fue durante el discurso del élder Jeffrey R. Holland en la conferencia general de abril de 2010 que aprendí por primera vez esta verdad. Él dijo: “Pidan que los ángeles les ayuden.” Lo dijo con tal claridad, y sin embargo de una manera que implicaba que todos lo sabíamos. Pero para mí fue un principio completamente nuevo. Quise gritar: “¡Espera! ¡Espera! ¿Qué? ¿Quieres decir que podría haber estado pidiendo que los ángeles me ayudaran todo este tiempo?”

Sin querer sonar demasiado dramática, puedo decir con total franqueza que esas seis palabras del élder Holland cambiaron mi vida: “Pidan que los ángeles les ayuden.” Ese consejo cambió mis oraciones, cambió mi comprensión de la ayuda muy real del cielo que siempre está disponible para nosotros cuando guardamos nuestros convenios.

Desde ese momento comencé a pedir asistencia a aquellos que están al otro lado del velo. Ahora bien, no estoy hablando de orar por ángeles de fantasía con alas para que mágicamente espolvoreen polvo de hadas sobre nuestros problemas. No estoy hablando de orar a los ángeles. Estoy hablando de orar a tu Padre Celestial, en el nombre de Jesucristo, para que aquellos que están al otro lado sean “enviados” (la palabra del élder Holland) para ayudarte. Tal vez un ser querido, o dos, podría ser enviado para ayudarte con lo que necesites.

¿Puedes imaginar el esfuerzo que hicieron aquellos ángeles que empujaban desde atrás los carromatos a mano mientras ayudaban a los pioneros a cruzar el terreno empinado, nevado, ventoso, helado y lleno de rocas de Rocky Ridge? Si los ángeles pudieron hacer eso, ciertamente pueden ayudarte a ti y a mí a cruzar nuestras actuales “Rocky Ridges”. Sabemos que el Señor lleva a cabo Su obra con la ayuda de Sus ángeles. Entonces, ¿podrías usar un poco más de ayuda en tu vida? Si es así, guarda tus convenios con más exactitud que nunca. Y luego pide que los ángeles te ayuden con lo que necesites. O pide que sean enviados para ayudar a quienes amas.

¿Tu hijo necesita ayuda? ¿Tu esposo está en problemas? ¿Tu tía necesita consuelo? ¿Tu mejor amiga necesita dirección? Pide que los ángeles sean asignados para ayudarles. Como mujer que guarda convenios, ¡puedes hacerlo!

Una de mis antiguas alumnas del instituto, llamémosla Bárbara, siguió adelante con esa sugerencia con resultados emocionantes. Bárbara ha servido como representante de muchas de mis antepasadas. Durante algunas sesiones en particular en el templo, Bárbara tuvo experiencias especiales con una mujer llamada Genevieve y con las hermanas de Genevieve. Bárbara sintió una conexión profunda con ellas. Así que oró y pidió que Genevieve y sus hermanas, que ahora viven al otro lado del velo, pudieran ser enviadas para ayudar a la hermana de Bárbara, que vive de este lado del velo. La hermana de Bárbara no había sido activa en la Iglesia durante años y estaba pasando por dificultades desgarradoras debido a eventos de la vida muy exigentes.

Estas son las palabras de Bárbara: “Oré para que mi hermana pudiera encontrar paz en este mundo; para que pudiera encontrar el camino de regreso al Padre Celestial; para que las hermanas de Genevieve pudieran ayudarla a encontrar su camino de regreso y cuidarla en este proceso. Unas semanas después, mi hermana me dijo que estaba llevando a sus tres hijos a la iglesia. Más tarde me preguntó cómo obtener su bendición patriarcal. El hijo mayor cumplió ocho años este verano y se bautizó. Y ahora mi hermana está asistiendo a las clases de preparación para el templo.”

¿Cómo podemos explicar tales milagros? Mormón nos dice: “Mis amados [hermanos], ¿han cesado ya los milagros? He aquí os digo que no; ni han cesado los ángeles de ministrar a los hijos de los hombres… Y el oficio de su ministerio es llamar a los hombres [y mujeres] al arrepentimiento, y cumplir y llevar a cabo la obra de los convenios del Padre.”

Ahora cambiemos de tema y hablemos del poder de la perspectiva que nuestros convenios pueden proporcionar. Sabemos que nuestros convenios con Dios no comenzaron aquí en la tierra, y no terminarán aquí. Sabemos que hicimos convenios con Dios en la vida premortal. Quizá esa sea una de las razones por las que “aclamamos de gozo”.

Hermanas, estamos agradecidas por el velo del olvido. Este realza el aspecto de prueba de nuestra probación mortal. Y vaya, ¡qué prueba está resultando ser para cada una de nosotras! Pero si el velo se levantara y pudiéramos mirar hacia atrás, nos veríamos como Sus hijas espirituales haciendo convenios premortales con Dios, nuestro Padre Celestial.

El élder Neal A. Maxwell enseñó que hicimos convenios premortales acerca de asignaciones, llamamientos y misiones específicas que cumpliríamos aquí en la tierra. Quizá por eso algunos llamamientos traen un sentimiento tan reconfortante al mismo tiempo que nos sentimos tan poco preparadas.

Cumplir las maravillosas misiones para las que fuimos enviadas a la tierra es una de las maneras más seguras de encontrar paz y gozo en este “pasadizo del susto” que es la vida mortal. El élder John A. Widtsoe enseñó que hicimos convenio premortal de ser socias con el Padre y el Hijo en Su obra de “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.” Cuando hicimos ese convenio premortal, ¿nos imaginamos cuánto tiempo necesitaríamos dedicar a pastorear y rescatar a otros? ¿Cuántas horas enseñando y predicando el evangelio? ¿Teníamos idea de la cantidad de horas que necesitaríamos pasar en FamilySearch y Family Tree? ¿Y de las numerosas horas que deberíamos dedicar en el templo, todo para poder cumplir con este impresionante convenio premortal?

¿Teníamos idea de cuántas cosas necesitaríamos dejar de hacer para tener tiempo de ayudar a otros a regresar al Hogar y recibir todo lo que el Padre tiene?

Mis queridas hermanas, esto es lo que creo firmemente sobre el poder de la perspectiva que nos darían nuestros convenios premortales: creo que si pudiéramos vernos a nosotras mismas haciendo nuestros convenios premortales con el Padre Celestial, toda nuestra angustia, dolor y pesar desaparecerían. Y diríamos: “¡Oh, ahora lo recuerdo! ¡Esta experiencia desgarradora tiene sentido ahora!”

He aquí otro ejemplo. Piensa en esta verdad: comenzando con Adán y Eva, todos los hombres y mujeres justos que aman al Señor y han aceptado Su evangelio han hecho convenios con Él. Piensa en cualquiera de las mujeres de convenio a lo largo de los siglos a quienes amamos y admiramos—desde Sara y Raquel hasta Saria y Rebeca, desde Loida hasta Abis, desde la hermana de Noé hasta la hermana de Daniel, desde la hermana de Pedro hasta las hermanas de Santiago y Juan, desde Eva hasta Emma y Eliza. Cada una de estas mujeres hizo exactamente los mismos convenios con Dios que tú y yo hemos hecho. Por lo tanto, nuestros convenios con Dios nos conectan con otras mujeres que han hecho convenios con Él. ¡Me encanta pensar en eso!

El mero hecho de que los convenios y las ordenanzas del templo parezcan tan diferentes de nuestras reuniones dominicales es otro testimonio de su veracidad. ¡Son antiguos! Literalmente, el “Anciano de Días”—es decir, Adán—junto con Eva recibieron esos convenios—nuestros propios convenios—de parte de Dios.

Ahora, por un momento, imagina dos espejos gigantes colocados paralelamente uno frente al otro, con sus superficies reflectantes mirándose entre sí. Imagina a más de 15.000 de nosotras aquí hoy, de pie frente a uno de los espejos y mirándolo, con el otro espejo paralelo detrás de nosotras. ¿Qué veríamos? Veríamos incontables imágenes de mujeres, extendiéndose hasta el infinito. ¿Puedes verlo en tu mente? Congela esa imagen. Al mirar esa escena, estás viendo el número de mujeres de convenio con las que tú y yo estamos conectadas cada vez que hacemos un convenio con Dios. Y cada vez que guardamos esas obligaciones sagradas.

Se ha dicho que la actual fascinación que algunas mujeres tienen con las redes sociales está relacionada con la necesidad que tenemos de estar conectadas con otras mujeres, de apoyarnos mutuamente, de saber lo que está sucediendo en la vida de las demás, de que otras mujeres sepan y aprueben lo que estamos haciendo. ¡Queremos “testigos” para nuestras vidas!

Con la imagen de los dos espejos paralelos en mente, consideremos esta pregunta: ¿Necesitamos, como mujeres de convenio, más amigas en Facebook? ¿O necesitamos experimentar más de ese sentimiento tan familiar y, sin lugar a dudas, divino, de estar conectadas—o quizás sería más exacto decir, reconectadas—con millones de otras mujeres que han hecho convenios con Dios?

En un día en que pensamos que a nadie le importamos, que a nadie le importan nuestras luchas o todo lo que hemos estado tratando de hacer, ¿qué pasaría si nos tomáramos un momento para mirar con los ojos de la mente hacia esos dos espejos paralelos y ver la verdad? Porque la verdad es que cada día que tú y yo dejamos que nuestros convenios influyan en nuestros pensamientos, palabras y acciones, estamos inseparablemente conectadas con millones y millones de mujeres de convenio—mujeres desde el principio de los tiempos hasta cada una de las dispensaciones del evangelio. ¡Y eso sí que son “amigas” que esperamos que nos den un “me gusta”!

Y ahora, para hablar de otra perspectiva, permítanme contarles acerca de un viaje inesperado en el que he estado durante los últimos dos años y medio. Después de estudiar más de 100 veces el discurso de la conferencia general de octubre de 2012 del élder Richard G. Scott, titulado “El gozo de redimir a los muertos”, he pasado de ser una mujer que básicamente entraba en coma cada vez que oía las palabras “historia familiar” a ser una que ahora siente una urgencia incontenible por encontrar un registro de nacimiento, matrimonio, defunción o censo que identifique de forma única a un antepasado más. Ahora soy una mujer impulsada desesperadamente por el deseo de no desperdiciar el tiempo que podría dedicar a ayudar a aquellos que están desesperados por recibir convenios. Y ahora, para mí, investigar como una detective el apellido de soltera de una madre supera a cualquier película de misterio que antes me gustaba ver. ¡Y nadie está más sorprendida que yo misma!

¿Cómo ocurrió esto? Cuando el élder Scott me dijo, junto con otros 15 millones de oyentes, “Esta es una obra espiritual”, le creí. Y me encontré orando: “Por favor, guíame hacia aquellos que están listos para hacer convenios Contigo y recibir sus ordenanzas.” ¡Esa oración abrió los cielos para mí!

Cuando el élder Scott enseñó que habría que hacer “algún sacrificio”, le creí. Pero no podía pensar en nada que pudiera sacrificar. Pensaba que ya usaba mi tiempo muy bien en cosas que realmente importaban. Y entonces pensé en el tiempo que dedicaba a jugar Scrabble sola en mi iPad. Dejé el Scrabble por dos meses. Puede que eso no parezca un gran sacrificio, pero para mí fue dejar de lado un poco de diversión inofensiva.

En las dos primeras semanas, aprendí tres cosas que nunca podré olvidar:
Primero, que los que están al otro lado del velo están muy vivos, y no demasiado contentos de que los llamemos “muertos”.
Segundo, que están ansiosos—no, en realidad, desesperados—por hacer convenios con Dios, recibir sus ordenanzas esenciales por medio de representantes y ser liberados de la prisión espiritual.

Los convenios, y solo los convenios con sus ordenanzas asociadas, tienen el poder de abrir las puertas tras las cuales viven nuestros antepasados.

Así que, por maravilloso que sea conocer historias sobre la abuela—por ejemplo, que amaba los duraznos y la poesía—, si no hacemos lo que sea necesario para asegurarnos de que tenga el privilegio de hacer convenios con Dios y recibir sus ordenanzas esenciales, ¿adivina qué? La abuela seguirá en prisión. ¡Y no estoy segura de cuánto tiempo seguirá contenta con eso!

La tercera cosa que aprendí es que somos la única Iglesia en el planeta con el poder y la autoridad de Dios para efectuar estas ordenanzas.

Oh, y en realidad aprendí otra cosa más: ¡la historia familiar es muy divertida! ¡Incluso más divertida que el Scrabble!

Así que, si quieres un poco más de gozo en tu vida, un poco más de propósito, más conexiones de corazón a corazón, más enfoque, energía, motivación, y más de tantas cosas maravillosas, dedica tiempo para ayudar a aquellos que están al otro lado a hacer convenios con Dios. El poder de Dios fluirá a tu vida al hacerlo.

¿Qué más podemos hacer para conservar e incrementar el fluir del poder de Dios en nuestras vidas? El presidente Gordon B. Hinckley enseñó una gran verdad en la dedicación del Centro de Conferencias en octubre del año 2000. En la sesión de clausura de esa conferencia general, las palabras finales del presidente Hinckley incluyeron este consejo: “El gran saludo de ‘Hosanna’ en el que participamos esta mañana debe permanecer como una experiencia inolvidable. De vez en cuando, podemos repetir en silencio, en nuestra mente, cuando estemos a solas, esas hermosas palabras de adoración.”

Mis queridas hermanas, si es bueno repetir en silencio, en nuestra mente, cuando estamos a solas, las hermosas palabras de adoración del saludo de “Hosanna”, ¿no sería bueno que siguiéramos ese mismo patrón con otras hermosas palabras de adoración?

¿Qué tal con las hermosas palabras de nuestros convenios bautismales y del templo, y otras sublimes palabras pronunciadas en el templo? Hay poder espiritual en las palabras de nuestros convenios. ¿Conocemos esas palabras? ¿Sabemos lo que dijimos que haríamos? ¿Sabemos lo que el Señor ha prometido? A veces, cuando escuchamos palabras con frecuencia, pueden convertirse en ruido de fondo en lugar de ser el enfoque principal que nos ayude a adorar. Pero podemos cambiar eso. Podemos hacer un plan personal para aprender y recordar las palabras de nuestros convenios. Requerirá algo de esfuerzo, ¡pero podemos hacerlo!

¿Cómo cambiaría nuestra experiencia con la Santa Cena si imagináramos que el Salvador es quien bendice el pan y el agua, tal como lo hizo con Sus Doce Apóstoles? ¿Puedes imaginarlo? Y luego, si el Salvador estuviera delante de nosotros y, al ofrecernos los emblemas, mirándonos directamente a los ojos, dijera: “¿Estás dispuesto a tomar sobre ti mi nombre esta semana? ¿Estás dispuesto a recordarme siempre? ¿Estás dispuesto a guardar mis mandamientos esta semana?” ¿Experimentaríamos entonces, verdaderamente y de una vez por todas, una limpieza de nuestro espíritu y que “las heridas de [nuestro] espíritu [sean] sanadas, y [nuestras] cargas… aliviadas”?

¿Y qué hay de nuestros convenios del templo? ¿Qué puede cambiar para nosotras cuando aprendemos, sentimos profundamente y recordamos las palabras de nuestros convenios del templo?

Permíteme hablarte de otra joven amiga. Llamémosla Jean. Jean tuvo que guardar reposo durante su segundo embarazo y no pudo asistir al templo por un tiempo. Jean escribió: “Estaba luchando sinceramente con sentimientos de estar tironeada en muchas direcciones y de entrar en una nueva etapa de la vida que en ese momento simplemente no me permitía asistir al templo semanalmente. Fue en respuesta a esos sentimientos y súplicas en oración que las palabras entraron en mi mente: ‘Puede que no siempre puedas pasar por el templo, pero siempre puedes dejar que el templo pase por ti.’ Esa fue mi respuesta y la que tanto necesitaba.”

Jean continuó: “Ahora, repito diariamente las palabras que decimos en el templo (en mi mente, por supuesto) todas las mañanas mientras me preparo para el día. Digo esas palabras en mi mente con reverencia y con poder. Vuelvo a hacer convenio y me rededico cada nuevo día.”

Claramente, Jean había prestado mucha atención durante su asistencia semanal al templo antes. Para muchas de nosotras, podemos comenzar ahora. Cada vez que vayamos al templo, podemos enfocarnos de verdad y aprender las palabras de un convenio más, o tal vez las de una ordenanza asociada más. Y luego podemos hacer lo que aconsejó el presidente Hinckley: “De vez en cuando, podemos repetir en silencio, en nuestra mente, cuando estemos a solas, esas hermosas palabras de adoración.”

Una querida amiga hizo exactamente eso en un día en que no se sentía bien y, sin embargo, estaba a menos de una hora de una tarea importante y altamente estresante.
Ella escribió: “Mientras esperaba sola en mi automóvil antes del evento, y dado que físicamente no me sentía bien, decidí concentrarme en las palabras de la iniciatoria. Mientras esas palabras pasaban por mi mente, comencé a sentirme un poco mejor. Además, me dieron una sensación de paz y seguridad de que, de alguna manera, lograría cumplir con la asignación.”

¡Piensa en el poder que está disponible para nosotras en nuestras palabras sagradas de adoración!

Mi esposo enseñó esta profunda verdad: “El mayor cumplido es ser llamado guardador de convenios.”

Mis queridas hermanas, como guardadoras de convenios, nuestros convenios cambian todo en nuestra vida—para mejor. Cambian nuestra identidad y nuestro destino final. Cambian el camino por el que transitamos en esta vida—porque ahora estamos en la senda del convenio que conduce de regreso al Hogar. ¡Y ningún GPS del mundo puede encontrar ese camino!

Como guardadoras de convenios, lo que queremos de la vida, en qué estamos dispuestas a gastar nuestro tiempo, energía y dinero, lo que consideramos entretenido, lo que nos parece atractivo—todo cambia. Como guardadoras de convenios, nuestro deseo de ser alguien en quien el Señor pueda confiar aumenta exponencialmente, sin importar lo que Él nos pida hacer.

Como guardadoras de convenios, la manera en que sentimos hacia el Salvador cambia para siempre. Él es real para nosotras de una manera en que nunca lo había sido antes. La manera en que sentimos sobre Su Expiación cambia. Saboreamos el arrepentimiento. Y buscamos los dones del Espíritu, uno por uno, para convertir nuestras debilidades en fortalezas.

Como guardadoras de convenios, nuestras oraciones cambian—porque ahora estamos ligadas a nuestro Padre Celestial y más unidas que nunca a nuestro Salvador Jesucristo. La revelación personal se convierte en algo para lo que nos preparamos y que esperamos recibir.

Como guardadoras de convenios, nuestro pasado, presente y futuro pueden cambiar. Todo puede cambiar para mejor al guardar nuestros convenios, ¡incluyendo nuestra propia naturaleza!

Así que, en palabras del élder Holland: “Si han hecho convenios, guárdenlos. Si no los han hecho, háganlos. Si los han hecho y los han roto, arrepiéntanse y repárenlos.”

Mis queridas hermanas de convenio, estos últimos días son nuestros días. ¿Estamos listas? Podemos estarlo, si hacemos y guardamos nuestros convenios con Dios.

Podemos ser mujeres de convenio, moralmente fuertes, que resisten al pecado—mujeres que, gracias al tiempo pasado en el templo, saben cómo tratar con el adversario y cómo orar con poder.

Podemos ser mujeres de convenio diligentes, verdaderas discípulas de Jesucristo en esta era digital, que saben usar la tecnología con rectitud.

Podemos ser mujeres de convenio articuladas, que buscan consistentemente entender la doctrina de Jesucristo para no dejarse llevar por “todo viento de doctrina”¹¹ que sopla por un blog.

Podemos ser mujeres de convenio iluminadas, que procuran entender más sobre sus convenios—mujeres que entienden que, cuando le hacemos saber al Señor que estamos serias en aprender más, ¡Él nos enseñará!

Podemos ser mujeres de convenio sabias, que con gozo eliminan de sus vidas cualquier cosa que les impida recibir aún más del poder de Dios.

Es mi testimonio, mis queridas hermanas, que no hay nada más importante que hacer convenios con Dios y luego guardarlos con creciente exactitud, porque hacer convenios con Dios llama a lo divino que hay en nosotras. Y guardar nuestros convenios con Dios permite que Él derrame Su poder divino en nosotras.