“Por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas” (Alma 37:6–7)
Élder David A. Bednar
Este discurso fue pronunciado el viernes 29 de abril de 2011 en la Conferencia de Mujeres de BYU.
Susan y yo estamos encantados de estar hoy con ustedes en el campus de la Universidad Brigham Young. Confiamos en que su experiencia esta semana haya sido tanto significativa como memorable. Las amamos y estamos agradecidos de adorar con ustedes hoy.
Ruego que, durante nuestro tiempo juntos esta tarde, el Espíritu Santo enseñe a cada uno de nosotros las cosas que son necesarias para nuestra vida individual y para nuestras familias.
En una revelación dada por medio del Profeta José Smith en junio de 1831, el Señor declaró: “Os daré un modelo en todas las cosas, para que no seáis engañados; porque Satanás anda por la tierra, y sale a engañar a las naciones” (DyC 52:14). Les invito a considerar una frase específica de este versículo: “un modelo en todas las cosas”.
Un modelo es una guía, un patrón o un ejemplo. Los modelos se usan en costura, tejido, carpintería, metalurgia y en una amplia variedad de otros oficios, actividades y trabajos productivos. Los modelos ayudan a evitar el desperdicio y las desviaciones innecesarias, y facilitan una uniformidad apropiada y beneficiosa. Imaginen la dificultad de coser una blusa o construir una mesa sin un modelo adecuado.
Los modelos espirituales esenciales son evidentes en la vida del Salvador, en las Escrituras y en las enseñanzas de profetas y apóstoles vivientes. Estos modelos espirituales son, ahora y siempre, importantes ayudas para el discernimiento, así como fuentes de dirección y protección para los Santos de los Últimos Días fieles. Y, como acabamos de aprender, los modelos espirituales son esenciales para evitar el engaño tan generalizado en el mundo actual.
Un modelo poderoso que el Señor usa para llevar adelante Su obra y para instruir a los hijos del Padre Celestial en la tierra es el tema de esta Conferencia de Mujeres: “por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas” (Alma 37:6). Permítanme explicar brevemente lo que quiero decir.
Muchas personas en nuestro mundo contemporáneo se sienten atraídas por las promesas de grandes resultados que ocurren rápidamente y de una sola vez. Consideren, por ejemplo, todo el dinero que se gasta en boletos de lotería. Recuerden las afirmaciones de los anuncios publicitarios que han recibido y que prometen pérdida de peso inmediata, salud instantánea, crecimiento rápido del cabello y una apariencia más juvenil en tan solo 14 días. Constantemente somos bombardeados con mensajes de diversas fuentes que promueven la gratificación instantánea, el aumento rápido y extraordinario, y un rendimiento sobresaliente que impresionará a nuestras familias y amigos.
De manera similar, el adversario hizo afirmaciones impresionantes acerca de grandes resultados en la vida premortal:
“Y yo, el Señor Dios, hablé a Moisés, diciendo: Aquel Satanás, a quien tú has mandado en el nombre de mi Unigénito, es el mismo que fue desde el principio; y vino delante de mí, diciendo: He aquí, aquí estoy, envíame, seré tu hijo y redimiré a todo el género humano, para que no se pierda ni una sola alma; y ciertamente lo haré; por tanto, dame tu honra” (Moisés 4:1).
La grandiosa promesa de Lucifer, sin embargo, era hueca y vacía porque él “procuró destruir el albedrío del hombre” (Moisés 4:3).
En contraste con lo que tan a menudo observamos en el mundo, el Señor ministra “uno por uno” (3 Nefi 11:15). Él nos permite aprender “línea por línea, precepto por precepto; un poquito aquí, un poquito allí” (2 Nefi 28:30). Y Él lleva a cabo Su obra realizando grandes cosas por medio de medios pequeños y sencillos.
Creo que muchos, si no todos, de los logros más satisfactorios y memorables en nuestros hogares, en la Iglesia, en nuestros trabajos y profesiones, y en nuestras comunidades, serán el producto de este importante modelo espiritual: cosas pequeñas y sencillas. Debemos hallar gran consuelo en el hecho de que personas comunes, que con fidelidad, diligencia y constancia hacen cosas sencillas que son correctas ante Dios, obtendrán resultados extraordinarios.
Los siguientes tres ejemplos ilustran esta verdad.
Ejemplo n.º 1
Hace varios años, el élder L. Tom Perry describió en un discurso devocional de BYU el legado de Gustavus Adolphus Perry, el primer miembro de la familia Perry que se unió a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (véase “The Value of a Good Name”, en Brigham Young University 1996–97 Speeches, [1997], págs. 179–185). Gustavus, su esposa, Eunice, y sus siete hijos vivían en una hermosa granja en el norte del estado de Nueva York. La familia Perry escuchó por primera vez el mensaje del Evangelio restaurado en 1830 y fue bautizada en 1832.
Después de unirse a la Iglesia, la familia se mudó de Nueva York a Ohio, de Ohio a Misuri, de Misuri a Illinois, y de Illinois a través de las planicies hasta llegar al Valle del Gran Lago Salado. La ciudad de Perry, Utah, lleva el nombre del hijo mayor de Gustavus y Eunice, el primer obispo que sirvió en esa comunidad.
En 1997, la familia Perry celebró el 200.º aniversario del nacimiento de Gustavus Perry. En preparación para esa celebración, el hermano del élder L. Tom Perry realizó una amplia investigación e identificó a todos los descendientes de Gustavus y Eunice que pudo encontrar.
Ahora, en su mente, traten de adivinar cuántos descendientes encontró el hermano del élder Perry. No lo digan en voz alta, solo piensen en un número. ¿Listos? La respuesta: más de 10,000 miembros de la familia provenían de este hombre y mujer fieles.
El élder Perry declaró en su mensaje devocional:
“La cifra me dejó abrumado. No podía creer que pudiera haber más de 10,000 descendientes de Gustavus Adolphus Perry… En siete u ocho generaciones, su familia tenía suficientes miembros para organizar tres estacas de [la Iglesia]” (The Value of a Good Name, pág. 180).
En esta ilustración vemos el poder de un modelo espiritual profundo: cosas pequeñas y sencillas que producen grandes resultados. Un esposo y una esposa fieles hicieron todo lo posible por criar a sus hijos en rectitud; el testimonio y la conversión profunda a Cristo persistieron a través de las generaciones hasta hijos, nietos, bisnietos y miles más. Muchas oraciones familiares aparentemente ordinarias, experiencias comunes trabajando juntos, conversaciones sobre el Evangelio, tragedias y triunfos, y días de reposo significativos en decenas de familias a lo largo de las generaciones produjeron un legado de fidelidad. Por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas.
Ejemplo n.º 2
Luke Syphus y Christiana Long nacieron, respectivamente, en 1827 y 1832, y vivían en Inglaterra. Tanto Luke como Christiana recibieron y estudiaron el Evangelio restaurado de Jesucristo y fueron bautizados. Tras su conversión, se conocieron, comenzaron un noviazgo y se casaron el día de Navidad de 1851. Aproximadamente un año después de su matrimonio, abordaron el barco Java y zarparon rumbo a Australia.
Durante el viaje de cinco meses, Luke y Christiana entablaron una buena amistad con Joseph y Adelaide Ridges, quienes también emigraban a Australia desde su país natal, Inglaterra. Cuando el barco llegó a su destino en abril de 1853, las familias Syphus y Ridges vivieron y trabajaron juntas en Pennant Hills, aproximadamente a 24 kilómetros al noroeste de Sídney.
Luke y Christiana presentaron a Joseph y Adelaide el Evangelio restaurado de Jesucristo. Durante el trayecto desde Inglaterra, los Ridges habían llegado a admirar a Luke y Christiana por sus buenos hábitos, su trato amable y su ejemplo de fortaleza y devoción, especialmente cuando los Syphus afrontaron la pena por la muerte de su primogénito. Luke prestó a Joseph un ejemplar del Libro de Mormón y un texto con las enseñanzas del élder Orson Pratt. Finalmente, tanto Joseph como Adelaide se convencieron de la veracidad del Evangelio y fueron bautizados en 1853 (véase “Pioneer Organ Builder’s Story”, Deseret Evening News, 16 de febrero de 1901, pág. 9).
Cuando era niño en Inglaterra, Joseph Ridges se había sentido fascinado por una fábrica de órganos cercana a su casa. Pasaba largas horas observando y aprendiendo cómo se construían los órganos. En su tiempo libre, ya en Australia, y utilizando las habilidades adquiridas en Inglaterra, Joseph comenzó a construir un pequeño órgano de tubos con siete registros. El presidente de misión, Augustus Farnham, sugirió al hermano Ridges donar el órgano a la Iglesia en Salt Lake City. Joseph aceptó, y con la ayuda de miembros y misioneros desmontó el órgano, empacó las piezas en seis grandes cajas de hojalata y lo almacenó en la bodega de un velero, el Jenny Lind.
En 1856, un grupo de aproximadamente 120 personas zarpó rumbo a Utah, incluyendo las familias Ridges y Syphus, y el órgano que Joseph había construido.
Tras llegar a California, el órgano fue transportado por el desierto en carretas tiradas por mulas y llegó a Salt Lake City en junio de 1857. El hermano Ridges instaló el pequeño órgano en el antiguo tabernáculo de adobe en la Manzana del Templo, donde hoy se encuentra el Salón de Asambleas. Ese sencillo instrumento fue el precursor de un gran órgano que el hermano Ridges construiría más tarde.
En la década de 1860 comenzó la construcción del Tabernáculo que hoy se alza en la Manzana del Templo. Brigham Young preguntó a Joseph, quien en ese momento se dedicaba a la agricultura en Provo, si podía construir un gran órgano para el nuevo edificio. El hermano Ridges respondió que sí, y el trabajo comenzó. Eventualmente, el órgano tendría dos teclados, 27 pedales y 35 registros, con aproximadamente 2,000 tubos, y mediría 6 metros de ancho por 9 metros de profundidad por 12 metros de altura. La construcción del órgano tomó más de 10 años.
Nuevamente, en este ejemplo vemos el poder de un modelo espiritual profundo: cosas pequeñas y sencillas que producen grandes resultados. Los actos de bondad, de influencia recta y de compasión cristiana de Luke y Christiana fueron decisivos para lograr la conversión de Joseph y Adelaide. Un pequeño y sencillo órgano en Australia ayudó a dar lugar al gran órgano del Tabernáculo que hoy es uno de los símbolos icónicos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. No hubo grandes resultados de forma rápida o instantánea; más bien, por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizaron grandes cosas.
Ejemplo n.º 3
Las lecciones que aprendí de mi tatarabuelo, Luke Syphus, acerca del poder de las cosas pequeñas y sencillas para dar un ejemplo recto, cobraron mayor significado para mí en 1980, después de terminar mis estudios en la Universidad Purdue. La hermana Bednar, nuestros hijos y yo nos mudamos a Fayetteville, Arkansas. Susan y yo estábamos entusiasmados por comprobar si realmente existía vida después de la escuela de posgrado. Anticipábamos con gran entusiasmo la aventura de un nuevo comienzo para nuestra familia en una comunidad maravillosa.
Uno de nuestros hijos tuvo una experiencia difícil en su escuela primaria cuando, un día, varios niños le dijeron que no podían jugar con él durante el recreo porque era mormón y no cristiano. Este pequeño regresó a casa después de la escuela y preguntó por qué los demás niños habían dicho y hecho esas cosas. Simplemente le dijimos que ellos no sabían mucho acerca de nuestras creencias y de la Iglesia, y que él tendría una gran oportunidad de ser misionero.
En los meses y años que siguieron, este hijo y sus dos hermanos, junto con un pequeño número de otros jóvenes fieles Santos de los Últimos Días que vivían en la zona, procuraron ser buenos ejemplos mientras participaban en una amplia variedad de actividades escolares, innumerables competiciones deportivas y muchos eventos comunitarios. Ciertamente, nuestros hijos no eran perfectos, como ya he descrito en una conferencia general. Eran muchachos normales, alegres y, por lo general, traviesos. Pero se esforzaban por vivir el Evangelio y ser ejemplos de los creyentes “en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12). Rechazaban invitaciones para jugar en equipos deportivos de élite si las prácticas o partidos eran los domingos. Y no participaban en actividades o eventos que comprometieran sus normas.
A medida que estos tres jóvenes progresaban en la secundaria y preparatoria, Susan y yo nos sorprendíamos al saber que los padres de los amigos de nuestros hijos solían preguntarles a sus hijos si los chicos Bednar asistirían a una fiesta o a otra actividad. Curiosamente, si la respuesta era que sí, entonces esos padres permitían que sus hijos asistieran. Si la respuesta era que no, muchos padres no les permitían participar. ¡Cuánto valoramos las relaciones y amistades que desarrollamos con los padres de los amigos de nuestros hijos! Eran hombres y mujeres buenos, temerosos de Dios, que no eran ni son hoy miembros de nuestra Iglesia.
En 1997 nos mudamos de Fayetteville a Rexburg, Idaho, para que yo asumiera mis nuevas responsabilidades como presidente del Ricks College, ahora Universidad Brigham Young–Idaho. Mientras nos preparábamos para mudarnos, visité y conversé con varios amigos con quienes habíamos compartido durante muchos años. Le pedí un favor a un buen amigo a quien anteriormente le había dado un ejemplar del Libro de Mormón y con quien a menudo había conversado sobre la Iglesia restaurada del Salvador. Le comenté que, en nuestra comunidad, a menudo circulaban falsedades sobre nuestra Iglesia y nuestras creencias. Él reconoció fácilmente que eso ocurría. Entonces le pedí su ayuda. Me respondió que con gusto la prestaría.
Le di un ejemplar del libro del élder M. Russell Ballard titulado Our Search for Happiness: An Invitation to Understand The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints (En busca de la felicidad: Una invitación a comprender La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días) y le pedí que lo leyera. Le expliqué que, como ya no estaría en posición de explicar nuestras creencias y defender nuestra Iglesia, necesitaba que él lo hiciera. Lo invité a convertirse en un defensor de nuestra fe en una comunidad donde, a menudo, los Santos de los Últimos Días eran ridiculizados y objeto de burlas.
Él hojeó la tabla de contenido del libro que le había dado, hizo una pausa por un momento y luego dijo con sinceridad: “Dave, lo haré”. Y añadió: “Hemos estado observando a los chicos SUD en las escuelas a lo largo de los años, y todos sabemos que ustedes, los Santos de los Últimos Días, tienen algo que nosotros no tenemos. Haré todo lo posible por ayudar a detener las falsedades”.
Qué cambio tan notable de perspectiva en tan solo unos pocos años: de un patio de escuela primaria, donde se burlaban de un pequeño niño SUD porque supuestamente no era cristiano, a que padres prominentes de nuestra comunidad reconocieran que “ustedes, los Santos de los Últimos Días, tienen algo que nosotros no tenemos”.
En este ejemplo, nuevamente vemos el poder de un modelo espiritual profundo: cosas pequeñas y sencillas que producen grandes resultados. Un pequeño grupo de jóvenes vivió el Evangelio de maneras pequeñas, sencillas y ordinarias. En innumerables ocasiones, cuando muchos otros jóvenes usaban un lenguaje vulgar e inapropiado, estos fieles discípulos jóvenes no lo hicieron. En innumerables ocasiones, cuando otros se involucraban en conductas impropias o inmorales, estos jóvenes discípulos no lo hicieron. En innumerables ocasiones, cuando muchos otros se encerraban en sí mismos por egocentrismo y egoísmo, estos jóvenes discípulos con frecuencia se volvían hacia afuera con compasión y en servicio. No hubo grandes resultados de forma rápida o instantánea; más bien, por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizaron grandes cosas.
Ahora les invito a reflexionar sobre dos preguntas importantes relacionadas con los principios que han aprendido esta semana en sus clases y conversaciones:
- ¿Por qué las cosas pequeñas y sencillas producen grandes cosas?
- ¿Por qué el modelo espiritual de que las cosas pequeñas y sencillas produzcan grandes cosas es tan central para vivir el Evangelio de Jesucristo con fe y diligencia?
Podemos aprender mucho sobre la naturaleza e importancia de este modelo espiritual observando la técnica del riego por goteo que se utiliza en muchos huertos y áreas agrícolas en todo el mundo. El riego por goteo, a veces llamado riego localizado, consiste en dejar caer agua sobre el suelo a tasas muy bajas mediante un sistema de pequeños tubos de plástico equipados con salidas llamadas emisores o goteros. A diferencia del riego por superficie o por aspersión, que implica inundar o rociar grandes cantidades de agua donde tal vez no se necesite, el riego por goteo aplica el agua cerca de la planta de modo que solo una parte del suelo donde crecen las raíces se humedezca.
Con el riego por goteo, las aplicaciones de agua son más focalizadas y más frecuentes que con otros métodos. Las gotas constantes de agua penetran profundamente en la tierra y proporcionan un alto nivel de humedad en el suelo, lo que permite que las plantas prosperen. De manera similar, si tú y yo somos constantes y deliberados al recibir gotas regulares de alimento espiritual, entonces las raíces del Evangelio pueden hundirse profundamente en nuestra alma, establecerse firmemente y producir un fruto extraordinario y delicioso.
El modelo espiritual de que las cosas pequeñas y sencillas produzcan grandes cosas genera firmeza y constancia, una devoción más profunda y una conversión más completa al Señor Jesucristo y Su Evangelio. A medida que tú y yo lleguemos a ser cada vez más firmes e inamovibles, seremos menos propensos a ráfagas entusiastas y exageradas de espiritualidad seguidas por períodos prolongados de inactividad. Un “espiritual intermitente” es aquel que se deja llevar por un breve impulso de esfuerzo espectacular seguido de frecuentes y largos períodos de descanso.
Un gran impulso puede parecer impresionante a corto plazo, pero la constancia en las cosas pequeñas a lo largo del tiempo es mucho más eficaz, mucho menos peligrosa y produce resultados mucho mejores. Tres días consecutivos de ayuno, en última instancia, no serán tan espiritualmente eficaces como tres meses seguidos de ayuno y adoración apropiados en el domingo de ayuno designado —muchas cosas pequeñas y sencillas hechas consistentemente bien—. Un gran intento de orar una vez durante cinco horas probablemente no producirá los resultados espirituales de una oración significativa, por la mañana y por la noche, ofrecida de forma constante durante cinco semanas o cinco meses —muchas cosas pequeñas y sencillas hechas consistentemente bien—. Y una sola gran maratón de lectura de las Escrituras no puede producir el impacto espiritual de un estudio constante de las Escrituras a lo largo de muchos meses.
El presidente Spencer W. Kimball enseñó acerca de la importancia de las cosas pequeñas y sencillas en nuestro desarrollo y progreso espiritual. Al explicar la parábola de las diez vírgenes, dijo:
“Las [vírgenes] insensatas pidieron a las otras que compartieran su aceite, pero la preparación espiritual no puede compartirse en un instante. Las prudentes tenían que ir, de lo contrario el esposo no habría sido bien recibido. Necesitaban todo su aceite para ellas mismas; no podían salvar a las insensatas. La responsabilidad era de cada una.
Esto no fue egoísmo ni falta de bondad. El tipo de aceite que se necesita para iluminar el camino y disipar la oscuridad no es transferible. ¿Cómo se puede compartir la obediencia al principio del diezmo; una mente en paz por vivir rectamente; un cúmulo de conocimiento? ¿Cómo se puede compartir la fe o el testimonio? ¿Cómo se pueden compartir las actitudes o la castidad, o la experiencia de una misión? ¿Cómo se pueden compartir los privilegios del templo? Cada uno debe obtener ese tipo de aceite por sí mismo”.
El presidente Kimball continuó:
“Las vírgenes insensatas no se oponían a comprar aceite. Sabían que debían tener aceite. Simplemente procrastinaron, sin saber cuándo vendría el esposo.
En la parábola, el aceite puede comprarse en el mercado. En nuestra vida, el aceite de la preparación se acumula gota a gota al vivir rectamente. La asistencia a las reuniones sacramentales añade aceite a nuestras lámparas, gota a gota, a lo largo de los años. El ayuno, la oración familiar, la enseñanza en el hogar, el control de los apetitos físicos, la predicación del Evangelio, el estudio de las Escrituras: cada acto de dedicación y obediencia es una gota añadida a nuestro depósito. Los actos de bondad, el pago de ofrendas y diezmos, los pensamientos y acciones castos, el matrimonio en el convenio eterno: todos estos contribuyen de manera importante al aceite con el que, a medianoche, podemos reabastecer nuestras lámparas agotadas” (Faith Precedes the Miracle [1972], págs. 255–256).
La lección clave que debemos aprender de la parábola de las diez vírgenes es que la preparación y el desempeño deliberados y constantes proporcionan el aceite esencial para nuestras lámparas. “Por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas”.
El élder Neal A. Maxwell explicó:
“La constancia medida es más eficiente que los impulsos seguidos de una disminución. Además, es menos probable que nos ‘desgastemos’ en una persistencia prudente que en una combinación de agitación y descanso. A veces podemos recompensar nuestra agitación con un respiro que se convierte en un reposo permanente; hacemos esto al reflexionar sobre todo lo que hemos hecho hasta ahora y cómo, sin duda, ahora le toca a otro” (Wherefore, Ye Must Press Forward [1977], pág. 74).
En un sentido del Evangelio, tú y yo necesitamos convertirnos en irrigadores por goteo inteligentes y evitar los impulsos espirituales esporádicos y superficiales. Podemos evitar o superar estos impulsos insostenibles al emplear el modelo del Señor de las cosas pequeñas y sencillas, y llegar a ser verdaderamente irrigadores inteligentes.
Concluyo ahora donde comenzamos. El Señor declaró en los primeros días de esta dispensación: “Os daré un modelo en todas las cosas, para que no seáis engañados; porque Satanás anda por la tierra, y sale a engañar a las naciones” (DyC 52:14). En un mundo de creciente iniquidad, en un mundo donde lo bueno se llama malo y lo malo se llama bueno, en un mundo que pone tinieblas por luz y luz por tinieblas (véase 2 Nefi 15:20), ustedes pueden y serán bendecidos con “la esperanza de la justicia” (Gálatas 5:5), “la luz del Señor” (Isaías 2:5) y con protección contra el engaño (véase 1 Nefi 15:24; Helamán 5:12).
Como declaró el Salvador: “Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las que son grandes” (DyC 64:33; énfasis añadido).
Y que siempre recordemos la imagen que se sugiere en la sección 123 de Doctrina y Convenios:
“Vosotros sabéis, hermanos, que un barco muy grande recibe mucha ayuda de un timón muy pequeño en tiempo de tormenta, si se mantiene en su curso con el viento y las olas.
Por tanto, amados hermanos míos, hagamos animosamente todas las cosas que estén a nuestro alcance; y entonces quedémonos tranquilos, con la mayor seguridad, para ver la salvación de Dios y que se manifieste su brazo” (versículos 16–17; énfasis añadido).
Declaro mi testimonio apostólico de que Jesucristo es la luz y la vida del mundo. Él vive; yo sé y testifico que vive. Testifico que la plenitud de Su Evangelio ha sido restaurada a la tierra en estos últimos días. Y también testifico que Él habla y dirige los asuntos de Su Iglesia viva y restaurada por medio de Sus siervos designados y ungidos.
Invoco la bendición sobre ustedes para que, de acuerdo con su deseo, su fidelidad y su diligencia, tengan ojos para ver y la capacidad de seguir adelante y perseverar en el poderoso modelo espiritual de las cosas pequeñas y sencillas que producen grandes cosas, en sus vidas personales, en sus familias y en sus empeños justos. De estas cosas testifico y estas bendiciones invoco sobre ustedes en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.

























