“Fortalezcámonos unos a otros en el Señor”
Élder Gerrit W. Gong
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Discurso pronunciado el viernes 4 de mayo de 2018 en la Conferencia de Mujeres de BYU.
Gracias, Susan, querida.
Justo cuando me preparaba para venir hoy, nuestro querido presidente Russell M. Nelson me dijo:
“Gerrit, por favor dile a nuestras hermanas cuánto las amo.”
Queridas hermanas, mi padre y mi madre dedicaron sus carreras profesionales a la enseñanza. Mi madre enseñó kínder y primer grado. Mi padre enseñó ciencias naturales en la universidad.
Cuando llego a una escuela o a una clase, a veces me imagino que es hora de clases y que un hijo le está diciendo a su madre por qué no quiere ir.
—Mamá —dice—, no quiero ir a la escuela hoy.
—Lo sé, hijo.
—Mamá, me duele el estómago.
—Lo sé, hijo.
—Mamá, hay dos razones por las que no quiero ir hoy a la escuela: todos los niños me odian y todos los maestros también.
—Lo sé, hijo, pero hay dos razones por las que debes ir hoy a la escuela: primero, tienes 45 años y, segundo, eres el director de la escuela.
En la escuela de la vida mortal, el Señor nos invita a aprender y progresar de manera continua y eterna, amándolo a Él primero y fortaleciéndonos unos a otros en Su amor.
Fortalecernos unos a otros en el Señor y en Su amor está incorporado en los dos grandes mandamientos. Como enseñó recientemente una carta de la Primera Presidencia:
“El ministerio del Salvador ejemplifica los dos grandes mandamientos: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente’, y ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’”.
La carta de la Primera Presidencia continuaba:
“Con ese mismo espíritu, Jesús también enseñó: ‘Vosotros sois a quienes he escogido para ministrar a este pueblo’”.
El canto del amor redentor de nuestro Salvador resucitado celebra la armonía de los convenios (que nos conectan con Dios y entre nosotros) y la Expiación de Jesucristo (que nos ayuda a despojarnos del hombre o la mujer natural y a ceder a las persuasiones santificadoras del Espíritu Santo).
Esa armonía se expresa en el plan de felicidad, donde aprendemos y progresamos mediante el ejercicio diario de nuestro albedrío moral. No se nos deja vagar por nuestra cuenta, sino que se nos da una senda de convenios y el don del Espíritu Santo. Alfa y Omega, el Señor Jesucristo, está con nosotros desde el principio. Y está con nosotros hasta el fin, cuando “Dios enjugará toda lágrima de [nuestros] ojos”, excepto nuestras lágrimas de gozo.
Nuestros convenios nos conectan con Dios y entre nosotros. Destinados a ser eternos, nuestros convenios incluyen a Dios nuestro Padre Eterno y a Su Hijo Jesucristo. Los convenios eternos pueden traer el poder del amor de Dios: dar esperanza y aumentar el amor; elevar y transformar; edificar y santificar; redimir y exaltar.
En la revelación de nuestro verdadero yo divino, a través de nuestros convenios con Dios, aprendemos a reconocer y amar a nuestros hermanos y hermanas como Él lo hace. Este amor y conocimiento más profundos nos invitan, fortalecen y santifican para conocerlo y, a nuestra manera, llegar a ser más como Él.
La armonía de nuestros convenios y la Expiación de Jesucristo se percibe en las melodías y contrapuntos, ya que al recurrir a la Expiación de nuestro Salvador se nos ayuda a cumplir nuestros convenios de una manera nueva y más santa. Juntos, nuestros convenios y la Expiación de nuestro Salvador pueden moldear lo que deseamos, percibimos y experimentamos en la vida mortal diaria y prepararnos para la sociabilidad del cielo.
Por medio de la Expiación de Jesucristo encontramos la fe, la fortaleza y la confianza para venir a Cristo, sabiendo que la perfección está en Él. Esto nos ofrece una vía de escape de la incesante y ansiosa carrera del perfeccionismo. Tal vez haya algo de verdad en la canción infantil “Libre soy” —si “libre soy” significa “dejar ir” las expectativas mundanas autoimpuestas que nunca podrán satisfacernos, y si también significa “aferrarse” a las esperanzas y promesas celestiales que el Señor nos ofrece.
¿Han notado que cada ordenanza nos llama por nuestro nombre y nos conecta, mediante nuestro nombre, al nombre de Jesucristo?
Las ordenanzas son universales y, al mismo tiempo, particulares (o individuales). Hace años, cuando servía como sumo consejero responsable de los bautismos de estaca, observé que estos eran exteriormente iguales, pero espiritualmente distintos. La ordenanza del bautismo era la misma para cada persona, pero individualmente única, ya que cada uno de los bautizados era llamado por su nombre, y su nombre quedaba unido por convenio al nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
La asombrosa gracia es tan universal y única como nuestro propio Salvador. Un Cordero sin mancha, Él estableció el modelo al ser bautizado para “cumplir con toda justicia” (Mateo 3:15). Las Escrituras lo llaman, y nuestros misioneros lo enseñan, como la doctrina de Cristo. La doctrina de Cristo incluye “seguir el ejemplo de Jesucristo al ser bautizado por alguien que posea la autoridad del sacerdocio de Dios”. Entramos por la puerta del arrepentimiento y el bautismo por agua, “y luego viene la remisión de [nuestros] pecados por fuego y por el Espíritu Santo” (2 Nefi 31:17). La senda estrecha y angosta —la senda de los convenios— conduce a la vida eterna. Esto forma parte de cómo cada uno de nosotros es fortalecido en Su amor.
Nuestros convenios y la Expiación de Jesucristo se conectan de otras maneras también.
Pertenecemos los unos a los otros. Por convenio divino, pertenecemos a Dios y los unos a los otros.
La pertenencia por convenio es un milagro. No es posesiva. “El amor es sufrido, es benigno” (1 Corintios 13:4). No tiene envidia, no se jacta, no se envanece. La pertenencia por convenio da raíces y alas. Libera mediante el compromiso. Se agranda mediante el amor.
En la pertenencia por convenio, nos fortalecemos mutuamente en Su amor y, de ese modo, llegamos a amar más a Dios y a los demás. Esto es, en parte, porque la pertenencia por convenio “no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor” (v. 5). “No se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (v. 6). La pertenencia por convenio es llegar y ver cara a cara, sabiendo así como somos conocidos (v. 12). Nuestra fidelidad al convenio es firme e inquebrantable (v. 7).
La pertenencia por convenio es esperar todas las cosas, soportar muchas cosas y tener la esperanza de poder soportar todas las cosas. Es mantener la fe. Es no rendirse con nosotros mismos, con los demás ni con Dios.
La pertenencia por convenio es alegrarse con los que se alegran y regocijarse con los que tienen motivo de regocijo, y estar como testigos de las tiernas misericordias de Dios y de los milagros cotidianos en todo momento, en todas las cosas y en todo lugar (Mosíah 18:9).
Pertenecer a Dios y a los demás por convenio es sonreír en lugares inesperados cuando vemos con ojos para ver y oímos con oídos para oír. Él cambia nuestro ser y nuestras relaciones para que lleguen a ser más como Él y como las Suyas.
Cuando nos fortalecemos mutuamente en Su amor, participamos activamente de lo que León Tolstói llamaba el heroísmo de la vida cotidiana.
En una clase sobre relaciones matrimoniales, una estudiante casada finalmente levantó la mano y dijo al maestro:
“Perdón, usted sigue diciendo que el matrimonio es difícil. No es el matrimonio lo que es difícil; la vida es difícil, y el matrimonio, con sus altibajos, puede ser una bendición donde tenemos la oportunidad de enfrentar juntos las alegrías y los desafíos de la vida”.
Si bien el matrimonio eterno es nuestro ideal, las infidelidades, el abuso de cualquier tipo o incompatibilidades insalvables pueden requerir una acción protectora inmediata, así como la separación e incluso el divorcio. Sabemos que los convenios son vinculantes y eternos solo con el consentimiento mutuo de las partes involucradas y cuando son confirmados por una manifestación misericordiosa del cielo mediante el Espíritu Santo, que las Escrituras describen como el Espíritu Santo de la Promesa. Existe consuelo, paz y esperanza en la seguridad del Señor de que las personas dignas recibirán todas las bendiciones prometidas. Esto forma parte de Su promesa de fortalecernos a cada uno en Su amor, a Su manera y en Su tiempo.
Cuando era un obispo joven, una experiencia en nuestro barrio nos enseñó sobre la pertenencia por convenio manifestada en el fortalecimiento mutuo en Su amor.
Nuestro barrio contaba con muchas familias e individuos extraordinarios. Entre ellos estaban la familia de Hans y Fay Ritter y la familia de Larry y Tina O’Connor. Los Ritter y los O’Connor, junto con muchos otros, servían constantemente a los demás y eran queridos por todos.
Un día, nuestro presidente de estaca me pidió amablemente que visitara a los Ritter. Cuando llegué a su casa, me invitaron a pasar y tuvimos una buena conversación. Noté que el piso estaba hundido en algunas partes y vi una tetera muy usada. El hermano Ritter me dijo:
“Obispo, es así: nuestro calentador de agua tuvo una fuga, y el agua caliente se filtró por el piso. Vinieron termitas. Por eso el piso se hunde un poco. Tuvimos que apagar el calentador de agua, y por eso calentamos el agua en una tetera”.
Les pregunté al hermano y la hermana Ritter si podía comentar su situación con nuestro consejo de barrio. Al principio se mostraron reacios, pero finalmente aceptaron. Siempre enfocados en los demás, en esta ocasión el regalo que nos dieron fue permitir que otros se unieran para servir juntos. Nuestro consejo de barrio fue increíble: todos conocían a alguien que podía ayudar con pisos, paredes, alfombras, electrodomésticos y pintura. Muchos vinieron y ayudaron de innumerables maneras generosas. Entre ellos estaba Larry O’Connor, un constructor experto que, junto con muchos otros, estaba con frecuencia en la casa de los Ritter.
Hace poco, Tina O’Connor, la esposa de Larry, recordó:
“Larry, Jack Schwab y otros miembros del quórum a veces iban a casa de los Ritter el viernes y se quedaban toda la noche”.
Tina dijo:
“Una mañana de sábado les llevé desayuno, y ahí estaba Larry saliendo del baño con herramientas de plomería. Él y Jack estaban felices de trabajar juntos, aunque claramente se les notaba que habían estado toda la noche en ello”.
Tina agregó:
“Fue gracias a hombres como Hans Ritter y Larry Chandler que mi esposo aprendió a convertirse en un hombre: amable, considerado, tierno. Al servir junto con hombres tan buenos, incluso en la guardería —dijo Tina—, Larry llegó a ser un esposo y padre aún más maravilloso”.
Cuando la casa estuvo terminada, todos nos regocijamos.
Hans y Fay Ritter han partido hace ya algún tiempo, pero recientemente hablé con dos de sus hijos, Ben y Stephen, quienes viven con sus familias en Utah y Virginia.
Ben y Stephen recuerdan que el servicio silencioso de los demás preservó la dignidad de su padre, quien trabajaba incansablemente —”a veces en dos y tres turnos”— para cuidar de su familia. Ambos dijeron: “Había un sentimiento maravilloso. Estábamos trabajando y sirviendo juntos con amor”.
Stephen y Hans fueron maestros orientadores de Susan y míos por un tiempo. Stephen me contó: “Le he dicho a mi quórum de élderes que fui maestro orientador de alguien que fue llamado al Quórum de los Doce”. Y se rió: “Cuando sonó el teléfono y usted dijo que era el hermano Gong, estaba seguro de que era uno de mis compañeros de quórum bromeando conmigo”.
No mucho después de que se terminara la casa de los Ritter, sucedió algo inesperado. Durante una actividad de barrio, Larry y Tina O’Connor recibieron un mensaje de emergencia: su casa estaba en llamas. Corrieron inmediatamente a su hogar y, al llegar, vieron ventanas rotas (para ventilar el humo) y paredes perforadas con hachas de bomberos (para buscar llamas ocultas). Tina dijo: “Estábamos destrozados”.
Pero entonces llegó el barrio. Larry y Tina recuerdan: “Todos ayudaron. Pudimos volver a poner todo en su lugar. Todo el barrio se unió con amor. Estábamos allí como una familia”.
¿Y quiénes estuvieron entre los primeros en llegar y los últimos en irse mientras se reconstruía la casa de los O’Connor? Sí, el hermano Hans Ritter y su familia. Ben y Stephen, aunque modestos, recuerdan que su familia acudió a ayudar a los O’Connor. “Estábamos todos allí juntos —dicen Ben y Stephen—. Así es como funciona el servicio. Todos cuidamos de los demás, a veces ayudando y otras veces permitiendo que nos ayuden”.
Para mí, puede haber un círculo maravilloso, virtuoso y armonioso cuando nos fortalecemos mutuamente en Su amor. Los O’Connor ayudan a los Ritter, los Ritter ayudan a los O’Connor, y todo el tiempo se va estableciendo una comunidad de Santos de los Últimos Días. Cada día, de incontables maneras, todos necesitamos y podemos brindar amor y apoyo ministrante de formas pequeñas, simples, poderosas y que cambian vidas.
Y así experimentamos un doble milagro de panes y peces: primero, que una comunidad de Santos puede unirse en magnífica unidad desinteresada para atender una necesidad dramática; y segundo, que al mismo tiempo una hermandad de Santos puede entrelazarse en amor mediante un ministrar diario y amoroso en muchas circunstancias silenciosas (como en una familia, un barrio, una rama o una comunidad a lo largo de muchos años), independientemente de que exista o no una necesidad urgente.
Todo esto nos lleva de nuevo al punto donde comenzamos: los dos grandes mandamientos y la invitación a ser fortalecidos y a fortalecernos mutuamente en el amor del Señor. El presidente Russell M. Nelson nos invita con gran poder:
“Nuestro mensaje al mundo es sencillo y sincero: Invitamos a todos los hijos de Dios, a ambos lados del velo, a venir a su Salvador, recibir las bendiciones del santo templo, tener un gozo perdurable y prepararse para la vida eterna”.
Al deleitarnos en las palabras de Cristoxxiii y poner a Dios en primer lugarxxiv, el Señor fortalece y bendice todos los aspectos de nuestra vida. Hay una armonía y resonancia divinas en la pertenencia por convenio cuando somos fortalecidos en Su amor y cuando fortalecemos a otros en el Señor.
Las palabras del apóstol Pablo reflejan la armonía de nuestros convenios y la Expiación del Señor Jesucristo:
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? …
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,
ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Tal es también mi solemne testimonio. Testifico de Dios, nuestro Padre Celestial Eterno, y de Su Hijo, Jesucristo. Ellos nos conocen mejor y nos aman más de lo que nosotros mismos nos conocemos o nos amamos. Por eso podemos confiar en el Señor con todo nuestro corazón y no apoyarnos en nuestro propio entendimiento.
En 159 Casas del Señor, en 43 países, podemos ser fortalecidos en el Señor mediante nuestros convenios y la Expiación de Jesucristo.
Somos bendecidos con la autoridad del sacerdocio y la revelación profética continua desde el profeta José Smith hasta nuestro querido presidente Russell M. Nelson hoy. Los acontecimientos de los últimos días me han dado aún más certeza y humildad ante la realidad de la doctrina, llaves, ordenanzas y convenios restaurados en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días como el “reino del Señor una vez más establecido en la tierra, preparatorio para la segunda venida del Mesías”.
El Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo y todas las Santas Escrituras son la palabra de Dios.
Queridas hermanas, al regresar a vuestros hogares, ya sea cerca o lejos, que lo hagan con la certeza de que el Señor las ama, a cada una de ustedes, uno por uno. Él conoce su bondad, sus justas esperanzas y deseos, sus inmensos talentos y consagración, así como sus preocupaciones y alegrías.
Donde haya enfermedad o inquietud, en el oficio de mi llamamiento y con toda humildad, las bendigo con paz y seguridad, salud y fortaleza, y con las necesidades de esta vida, conforme a la voluntad del Señor.
Las bendigo para que las verdades espirituales que han sentido en estos últimos días profundicen su conversión y aumenten su fe y confianza en nuestro Padre Celestial y en nuestro Salvador Jesucristo y Su Expiación.
Que puedan saber, por el poder del Espíritu Santo, la verdad de los frutos y bendiciones continuos de la restauración, tal como se evidencian en el profeta José Smith, en el Libro de Mormón y en nuestro querido presidente Russell M. Nelson.
Que cada uno de nosotros pueda llegar a conocer mejor a nuestro Salvador y llegar a ser aún más como Él, al ser fortalecidos en el Señor y al fortalecernos unos a otros en el Señor y en Su amor, es mi humilde oración, en el sagrado y santo nombre de Jesucristo. Amén.

























