“No Temas, Sino Habla”

Jane Clayson Johnson
Discurso pronunciado el viernes 27 de abril de 2012
Hace varios años me causó gracia el resultado de una encuesta sobre las actitudes de los estadounidenses hacia ciertas profesiones. La pregunta decía: “¿Cómo se sentiría si un médico, abogado, banquero, policía, contador, mecánico, etc., se mudara a vivir a la casa de al lado?”
La encuesta reveló que los reporteros de noticias de televisión quedaban muy abajo en la lista, ¡empatando en último lugar con los abogados! Espero que mis días en las noticias de televisión hayan quedado lo suficientemente atrás como para que hoy me reciban como su vecina mientras pasamos un tiempo juntas en el Marriott Center.
Aunque menciono esta encuesta con humor, las preguntas que plantea realmente valen la pena reflexionar. ¿Y si invertimos la situación y la nueva vecina es usted? ¿Es posible que sus vecinos guarden algún resentimiento simplemente porque usted es maestra, doctora, ama de casa o incluso reportera de noticias? Tal vez a sus vecinos no les importe mucho su profesión, pero sí les importen sus creencias religiosas.
Lo que me lleva a preguntarme cómo serían los resultados de esta encuesta: “¿Cómo se sentiría si un mormón se mudara a la casa de al lado?” Algunas posibles respuestas:
- “¡Encantado! Los mormones realmente saben cómo tratar a sus vecinos”.
- “Indiferente. Y es curioso que lo pregunte. La semana pasada me enteré de que mis vecinos de hace 15 años son mormones. ¡No tenía idea!”
- “¡Molesto! Pienso ir directamente a hablar con ellos para iluminarlos. ¿Se da cuenta de lo opresiva que es su religión?”
- “¡Horrorizado! Los mormones están entre las personas menos caritativas que conozco.”
Hoy deseo abordar estas respuestas ficticias, pero no poco realistas.
¿Cómo podemos mantenernos firmes y hablar con valentía acerca de quiénes somos como Santos de los Últimos Días? ¿Cómo podemos ser firmes e inamovibles frente a la presión social y, al mismo tiempo, evitar la autojustificación?
Antes de empezar, veamos rápidamente qué sabe la gente acerca de nosotros. El encuestador Gary Lawrence realizó un sondeo a nivel nacional entre adultos estadounidenses y descubrió que el 98 % ha oído hablar de nuestra fe. Sin embargo, sus conocimientos sobre nosotros como pueblo y como Iglesia iban desde lo correcto hasta lo alarmante, principalmente porque más de la mitad de los estadounidenses declaró que no conoce personalmente a un miembro activo de la Iglesia.
El simple hecho de ser mormón nos expone a cierto grado de juicio. Estoy segura de que la mayoría de las personas en esta audiencia no son etiquetadas por sus vecinos como “la persona menos caritativa” que conocen. Pero, ¿sus vecinos saben que usted es miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días? ¿Vive de tal manera que ellos puedan ver que usted es, al menos, un poco diferente del resto del mundo?
¿Y qué hace si ellos le expresan su lástima —por supuesto, equivocadamente— porque usted pertenece a “una iglesia que ve a las mujeres como ciudadanas de segunda clase” y “restringe tantas de sus libertades”? Comentarios como esos me los hizo una exvecina.
Puede ser difícil defender y proclamar la verdad, especialmente si uno está en la minoría, y es visto como “anticuado” o incluso “de mente cerrada”. A veces es más fácil vivir “camuflado”, como dijo el élder Quentin R. Cook, sin que la gente sepa quiénes somos o en qué creemos.
Esto es, por supuesto, exactamente lo que Satanás quiere que hagamos.
El élder Jeffrey R. Holland lo dijo de manera muy directa: “Satanás no puede quitar la vida directamente. Esa es una de las muchas cosas que no puede hacer. Pero, al parecer, sus esfuerzos para detener la obra tendrán bastante éxito si logra simplemente atar la lengua de los fieles… Pido una voz más fuerte y más devota, una voz no solo contra el mal… sino una voz a favor del bien, una voz a favor del evangelio, una voz a favor de Dios” (“Todos estamos enlistados”, Liahona, noviembre de 2011).
¿Por qué es tan difícil? ¿Y cómo lo hacemos?
Tomando prestadas las palabras de una conocida canción de la Primaria: “Sigue al Profeta”. Escuchen lo que el presidente Thomas S. Monson llamó una “fórmula sencilla pero de gran alcance”:
“Llenen su mente de la verdad. Llenen su corazón de amor. Llenen su vida de servicio” (“Escogeos hoy”, Liahona, noviembre de 2004).
Llenen su mente de la verdad
El mejor lugar que conozco para encontrar la verdad es en las Escrituras, que están llenas de historias de personas como usted y como yo, que rápidamente —y tal vez con un poco de falsa humildad— dicen: “Oh, yo no puedo hacer eso. No, yo no”. Cuando en realidad lo que están pensando es: “¡Estoy muerto de miedo de ponerme de pie y hablar!”.
Consideremos la historia de Gedeón en el Antiguo Testamento. El Señor llamó a Gedeón para liberar a los hijos de Israel de la esclavitud después de siete años de cautiverio. Le dijo: “Ve con esta tu fuerza… salvarás a Israel… ¿No te envío yo?”. Claramente, el Señor ve algo especial en Gedeón. Pero, ¿cuál es la respuesta de Gedeón? “Mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre” (Jueces 6:14–15).
¿Le suena familiar? “¿Yo? ¿Una voz para Dios? ¿En serio? Soy solo una persona común, que asiste a la Iglesia, hace lo mejor que puede, pero que no es nadie importante, ¿verdad?”. Pues Gedeón también pensaba que era débil e incapaz. Pero Dios vio en él a un hombre valiente e inspirador —un hombre que había llenado su corazón de verdad y que, con un pequeño empujón, proclamó esa verdad y liberó al pueblo del Señor de la esclavitud.
Recientemente, mi esposo y yo conocimos a una radiante joven que había llenado su mente de verdad, lo que le daba seguridad. Estaba por graduarse de BYU–Idaho y se encontraba en un escenario esperando para hablar sobre sus planes para el futuro. Era pequeña, de cabello rubio rizado, y antes de que hablara pensé: “Vaya, esta muchacha está ‘iluminada desde adentro’”.
Cuando llegó su turno, habló de descubrir su potencial. Luego, con una gran sonrisa, dijo en voz baja pero muy clara: “Quiero que sepan que estoy aprendiendo muchas cosas aquí. Pero lo más importante que he aprendido es a ser una ‘discípula de Cristo’”. Esa joven no se avergonzaba en absoluto de su fe, ni de su dedicación a buscar la verdad, y se podía sentir.
Cada uno de nosotros puede obtener esa misma confianza llenando nuestra mente de verdad. Porque, para poder proclamar la verdad, primero debemos tenerla grabada en nuestra mente y en nuestro corazón. Y entonces, como se le enseñó a Pablo: “No temas, sino habla” (Hechos 18:9). No temas, sino habla.
El élder M. Russell Ballard advirtió que “muchos malentendidos y falsa información acerca de la Iglesia son, en parte, culpa nuestra por no explicar claramente quiénes somos y en qué creemos” (“Fe, familia, hechos y frutos”, Liahona, noviembre de 2007). Si cada uno de nosotros en esta sala pudiera superar sus temores y explicar con claridad y conocimiento “quiénes somos y en qué creemos”, ¿se imagina el impacto?
Muchos han estado dispuestos a dar su vida por defender la verdad. Otro ejemplo del Antiguo Testamento: recordemos al infame rey Nabucodonosor. Él erigió un glorioso y enorme ídolo de oro y lo colocó en medio de la ciudad con instrucciones para que todo el pueblo del reino se reuniera y se inclinara ante él. Las Escrituras dicen que estaban presentes “los sátrapas, los magistrados, capitanes, oidores, tesoreros, consejeros, jueces y todos los gobernadores de las provincias”. Y se les ordenó que cuando “oyerais el son de la bocina, de la flauta… y de todo instrumento de música… os postréis y adoréis la estatua de oro que… el rey ha levantado; y cualquiera que no se postre y adore, en el acto será echado dentro de un horno de fuego ardiendo” (Daniel 3:3–6).
Así que, empieza la música y, en el momento señalado, la multitud se arrodilla. Todos se inclinan… excepto tres hombres: Sadrac, Mesac y Abed-nego. Ellos, únicamente ellos, permanecen de pie. Presa de la ira, el rey manda que los arrojen al horno de fuego. Claramente, ¡un desenlace aterrador!
Afortunadamente, hoy en día es muy poco probable que se nos pida estar frente a un enorme ídolo de oro para inclinarnos o ser arrojados a las llamas. Pero existen otros ídolos, invisibles o meramente simbólicos, ante los cuales suena la música y todos a nuestro alrededor comienzan a cambiar su postura.
Estos ídolos pueden presentarse en forma de corrección política, presión social, promesas de éxito mundano, sorprendentes avances tecnológicos, y la lista podría seguir, al igual que nuestros temores, si creemos que permanecer firmes significa quedar aislados en un mar de enemigos inclinados, listos para arrojarnos al fuego. Pero no podemos ni debemos temer quedarnos solos.
Hemos hecho un convenio, como lo hizo el pueblo de Alma, de “estar como testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas, y en todo lugar” (Mosíah 18:8). Eso significa incluso cuando se vuelve un poco incómodo.
Recientemente, tuve la oportunidad de tomar una decisión pública: ¿Me quedo sentada, “camuflada”, mientras otros definen un tema o una conversación? ¿O me levanto para defender mis creencias, proteger mis valores y expresar una posición que no solo está en la minoría, sino que tampoco es bien recibida e incluso es “políticamente incorrecta”?
Ocurrió en una reunión con personas inteligentes e influyentes que tomaban decisiones. En un momento, la conversación giró hacia cómo fomentar la “diversidad” en esa institución. Lo que comenzó como una discusión sobre ser más inclusivos rápidamente se convirtió en un intento algo frenético de asegurar que ciertos grupos y proyectos favoritos recibieran más que su parte justa de atención. Los comentarios parecían dejar completamente de lado la diversidad de fe y cultura en favor de expresiones de diversidad más populares y modernas. Y, francamente, no estaba preparada para algunos de los comentarios que siguieron.
Me quedé sentada, pensando muy cuidadosamente en lo que iba a hacer, cómo podría articular mi posición de forma contundente y clara, pero también reflexiva y respetuosa. Finalmente, levanté la mano para responder. Fui medida, algo torpe en ocasiones —podía sentir cómo temblaba por dentro—, pero logré incluir algunos comentarios sobre la fe de nuestra familia y sobre la importancia de incluir a personas de todas las creencias si realmente buscamos una “verdadera diversidad”. Volví a casa sintiéndome un poco inquieta, pero agradecida de no haberme quedado en silencio. Y, para ser completamente honesta, me pregunté si ahora sería “etiquetada” o incluso marginada por este grupo.
Entonces llegaron los correos electrónicos. Uno decía: “Tu comentario en la reunión sobre los muchos matices de la diversidad fue más que bienvenido para mí”. Otra mujer escribió que este tema en particular “a menudo se tergiversa bastante. Gracias por ponerlo sobre la mesa y de manera tan correcta. ¿Puedo sentarme a tu lado la próxima vez?”
Aunque me sentí como la única voz en esa reunión, resultó que no estaba sola. Aquellos que no dijeron nada, pero pensaban como yo, se sintieron validados y escuchados. Y tengo la sensación de que la próxima vez ellos también se sentirán con la capacidad de expresarse.
Llenen su corazón de amor
Ese día aprendí otra lección importante. Lo que decimos es importante, pero cómo lo decimos es fundamental. Tendremos más éxito y lograremos mayor aceptación y comprensión de nuestro mensaje si nuestros corazones están llenos de amor y respeto por los demás.
El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “El verdadero evangelio de Jesucristo [nunca ha conducido] al fanatismo. Nunca ha llevado a la autojustificación. Nunca ha llevado a la arrogancia. El verdadero evangelio de Jesucristo conduce a la hermandad, a la amistad, a la apreciación de los demás, al respeto, a la bondad y al amor” (“The BYU Experience”, discurso devocional en BYU, 4 de noviembre de 1997).
El mismo Salvador dijo: “Amaos unos a otros; como yo os he amado” (Juan 13:34). No hay excepciones, condiciones o dispensas en ese mandamiento. Si queremos marcar la diferencia, debemos amar verdaderamente a nuestros vecinos, abrirnos a ellos y dejar que vean nuestro mundo. Y les prometo que se sorprenderán de la cantidad de aliados que encontrarán. No estamos solos en el deseo de cambiar el mundo para bien.
Hace poco participé en un panel en la Universidad de Tufts, en Boston. Éramos tres en el escenario: una mujer judía, una mujer musulmana y yo, una mujer mormona. Nos pidieron que habláramos sobre nuestra fe y cómo define nuestra identidad como mujeres. Hubo muchos puntos interesantes de discusión sobre nuestras doctrinas religiosas y cómo el mundo a veces las ve —y nos ve— como inusuales, incluso peculiares. A medida que la conversación se profundizó, me pareció fascinante que las tres tuviéramos tanto en común —no doctrinalmente, sino por el simple hecho de que la fuerza de nuestras creencias nos había llevado a la bondad.
¡Imaginen lo que podría lograrse en el mundo si nos uniéramos en amistad y trabajáramos verdaderamente con personas afines que no son de nuestra fe, pero que defienden lo que es correcto!
El élder M. Russell Ballard nos recuerda las enseñanzas del Salvador: “que todos somos prójimos y que debemos amarnos, estimarnos, respetarnos y servirnos mutuamente a pesar de nuestras diferencias más profundas, incluidas las diferencias religiosas, políticas y culturales. … De todas las personas sobre la faz de la tierra”, dijo, “deberíamos ser las más amorosas, las más amables y las más tolerantes a causa de [nuestra] doctrina” (“Doctrina de inclusión”, Liahona, noviembre de 2001).
Pensemos en cómo mejorarían nuestras vidas si nuestra principal preocupación no fuera “quién tiene la razón”, sino “¿cómo puedo ser un amigo?”. ¿Cómo podemos encontrar un terreno común? ¿Cómo formamos amistades fuera de nuestros círculos culturales y religiosos?
Hay muchas respuestas, pero la que más me gusta es que siempre es prudente comenzar en pequeño.
Nunca olvidaré el consejo de una perspicaz maestra visitante. Yo me lamentaba de la interminable tarea de limpiar una casa dejada en caos por los niños pequeños. “Empieza en una esquina”, me dijo. Empieza en una esquina.
Hermanas, tomen una pequeña esquina de su mundo y pruébenlo. Intenten primero acercarse a quienes viven en su calle, o en su oficina, o en el parque. A medida que desarrollen amistades nuevas y verdaderas, las barreras caerán. No sentirán la necesidad de ponerse ningún camuflaje. Compartirán su fe con tanta naturalidad como cualquier otra parte de su corazón.
En 1999, el élder Marlin K. Jensen dijo: “Consideren el poder de cada uno… de nosotros, 10 millones de personas, que por nuestro propio albedrío y decisión nos acerquemos a quienes no son… de nuestra fe con amistad incondicional” (Friendship: A Gospel Principle, Liahona, mayo de 1999).
¡Sí, imaginen el poder! Amistad incondicional. Hablar la verdad sin sonar arrogantes. Ser considerados y respetuosos con los sentimientos de los demás. Como enseñó Pablo a los corintios, es mejor decir cinco palabras que edifiquen que diez mil en lengua desconocida que puedan impresionar, pero no edifican.
Llenen su vida de servicio
A veces —muchas veces, de hecho— no necesitamos decir nada, porque nuestras acciones hablarán con más fuerza.
Un obispo maravilloso y muy eficaz en uno de los barrios de mi estaca desafió a su congregación a “vivir el Evangelio en su comunidad, no solo en su hogar y en su vida privada”.
Nuestro líder misional de barrio imagina que cada miembro de la congregación incorpore a un no miembro en su llamamiento. Él cuenta de una “coordinadora del pan sacramental” que pidió a su vecina no miembro que le enseñara a hornear pan para su congregación cada semana. Esa hermana luego buscó a otros vecinos que le enseñaran a hacer distintos tipos de pan para la adoración dominical. Y todos adquirieron un nuevo aprecio por esa ordenanza sagrada después de que muchos aceptaron las invitaciones a la Iglesia.
También me encanta la historia de unas mujeres en Irvine, California, que están ayudando a sus hijos a sentirse orgullosos de quiénes son y de lo que creen, sirviendo. ¡Literalmente sirviendo el almuerzo! Se le conoce como “Mormon Lunch” (Almuerzo mormón). Aproximadamente cada semana, estas madres preparan un bufé para hasta 60 adolescentes. Un banquete de sopa de tacos, nuggets de pollo, lasaña… ¡lo que sea, y mucho! Aproximadamente un tercio de los adolescentes que asisten son SUD. Dos tercios no lo son. ¿La única regla? Los primeros cinco chicos que entren por la puerta deben organizar la oración para bendecir los alimentos. Consistentemente son los jóvenes no miembros quienes llegan primero y, aunque a veces se tropiezan un poco al orar, lo hacen con gusto. El postre son las famosas “Sweet Treats” en una canasta junto a la puerta: un dulce con una escritura adjunta y un pensamiento sobre un principio del Evangelio que los jóvenes están estudiando en seminario.
Hablando de seminario, la asistencia en el “Día de Invitar a un Amigo” ha aumentado cuatro veces gracias a Mormon Lunch. Y muchos de los jóvenes no miembros ahora quieren ir a los bailes de la Iglesia. “¡No sabía que los mormones podían bailar!”, exclamó una de las chicas a sus amigas durante el almuerzo. Ella y algunas de las otras chicas incluso buscaron en línea los estándares de vestimenta SUD para asegurarse de estar preparadas adecuadamente.
Kym Henderson ayuda a mantener la tradición de Mormon Lunch junto con otras madres. Me dijo: “Podemos ver cómo esto envalentona a nuestros hijos. Ahora se sienten menos intimidados para hablar sobre lo que creen. Esos chicos están en nuestros hogares. Sienten nuestra bondad. En resumen, nuestros hijos no tienen que esconder quiénes son”.
Conclusión: El poder de la verdad, el amor y el servicio
¡Hermanas, ninguna de nosotras tiene que esconder quién es! ¿Requerirá esfuerzo quitarse el camuflaje y salir a la luz? ¡Absolutamente! Pero podemos hacerlo. Verdad. Amor. Servicio. No hay otra combinación que produzca tales recompensas.
¿Y cuáles son las recompensas? Propongo que entre ellas haya un pequeño cambio en los resultados de esa encuesta hipotética que mencioné antes: “¿Qué sentiría si un mormón se mudara a la casa de al lado?”
—”Pues me encantaría. Los mormones que conozco son firmes e inamovibles en su fe. Pero también son amorosos, amables, respetuosos y siempre dispuestos a marcar una diferencia positiva en su comunidad”.
Hermanas, quitémonos el camuflaje. Vivamos de tal manera que podamos hablar valientemente en favor de la verdad y la rectitud con humildad y respeto, comunicando las buenas nuevas del Evangelio de Jesucristo. Él vive. Nos ama. Esto lo sé con certeza y siempre estaré orgullosa de declararlo. En Su santo nombre, amén.
























