Capítulo 10
Enseñe el amor y el servicio a su familia
Hace algún tiempo me encontraba haciendo pan un lunes por la tarde, mi día libre (mi esposa me había enseñado cómo hacerlo), para luego ir como familia y regalar una o dos hogazas a alguien de nuestro vecindario que tuviese necesidad. Una tarde en particular pensamos en visitar a cierta viuda y darle una hogaza de pan para animarla. Fuimos hasta su casa pero no la encontramos allí, así que decidimos irnos y visitar a otra persona, a quien tampoco pudimos encontrar en casa.
Nos reíamos entre nosotros por nuestra supuesta falta de inspiración en cuanto a dónde ir. Antes habíamos hecho una oración para saber a quién darle el pan, y estábamos divirtiéndonos diciendo cosas como: «Quizás debamos ir a casa y comer el pan nosotros mismos».
Emprendimos rumbo a casa mientras pensábamos: «Bueno, intentamos darle el pan a alguien»; pero uno de nosotros sintió la impresión de decir: «Vayamos a ver al hermano Jones. Ha enviudado hace más o menos un año y debe sentirse muy solo. Quizás le gustaría recibir una hogaza de pan». Mientras nos dirigíamos hacia su casa, le dije a nuestros hijos que debíamos cantar para él, a lo cual ellos se resistieron.
Cuando abrió la puerta y vio allí a toda nuestra familia, se quedó bastante sorprendido. Le dijimos que habíamos ido a saludarle y expresarle nuestro amor. Pasamos a la sala y hablamos con él por unos minutos.
Entonces dije: «¿Por qué no cantamos para el hermano Jones?» Los niños no estaban muy dispuestos, mas mi esposa pensó en algunas canciones y finalmente sugirió que cantásemos «You Are My Sunshine» («Eres mi rayo de sol»). Mientras cantábamos, nos dimos cuenta de que al principio el hermano Jones se sentía un poco incómodo, aunque después le embargaron la emoción y la gratitud.
Nos dijo que nos amaba y añadió: «Hoy, en este mismo día, se cumplen cuarenta y cinco años de nuestra boda. Nadie lo sabía, y nadie se ha acordado de mí. El que ustedes hayan venido esta noche y hayan cantado esta canción me ha emocionado profundamente. Quiero que sepan cuánto aprecio el que hayan venido. Disfrutaré de este pan pero, por encima de todo, nunca olvidaré el regalo de amor que me han hecho al venir a verme esta noche».
Cuán cierto es aquello de que es más bendecido el que da que el que recibe. A pesar de lo importante que fue para él, no creo que el hermano Jones recibiera tanto de esa visita como recibimos nosotros. Al salir de su casa sabíamos que había ocurrido algo especial. Resultaba difícil describir el gozo que teníamos al partir. Nuestro amor por él era incluso más profundo. Cuando meses más tarde el hermano Jones falleció, nos sentimos agradecidos por haber tenido aquella experiencia con él y por saber que habíamos contribuido en algo a su felicidad.
Siempre nos ha sorprendido el que nunca podemos ayudar a otra persona a sentir el Espíritu del Señor sin recibir a cambio una bendición cien veces mayor. Jesús dijo a Sus discípulos: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13:34-35).
En otras palabras, si de verdad amamos al Señor, desearemos amarnos los unos a los otros, tanto en nuestra familia como fuera de ella.
El señor dice también: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14:15). Además de amar a nuestra familia y a quienes nos rodean, mostramos nuestro amor por el Señor al guardar Sus mandamientos, en especial la fe, el arrepentimiento, así como las ordenanzas y los convenios básicos del Evangelio.
De hecho, el Señor explicó claramente que el amor por Él y por los demás conforman los dos grandes mandamientos:
«Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?
«Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas» (Mateo 22:35-40).
Resulta evidente que si somos obedientes al amar a Dios y a nuestro prójimo, tanto dentro como fuera de nuestra familia, podremos criar una familia celestial, ya que toda la ley depende de estos principios.
EL MATRIMONIO, UN COMPAÑERISMO DE TRES
En cualquier familia recta el matrimonio no consiste únicamente de dos cónyuges sellados por esta vida y por la eternidad en el templo del Señor, sino que, además, se le incluye a Él como tercer integrante de esa unión. La mejor manera de que usted aumente su amor por su cónyuge, y el amor de él o ella por usted, es acrecentando su amor por el Señor. Si ustedes acrecientan su amor por el Señor, tendrán mayor amor el uno por el otro.
Mi esposa ha sabido desde el principio de nuestro matrimonio que yo amo al Señor más de lo que la amo a ella. Y también entiendo que ella ama al Señor más de lo que ella me ama a mí. Debido a este compromiso con Dios, el amor entre nosotros ha aumentado considerablemente. El presidente Joseph F. Smith dijo: «Un hogar no es tal, desde el punto de vista del Evangelio, a menos que en él existan confianza y amor perfectos entre marido y mujer. El hogar es un lugar de orden, amor, unión y descanso, donde no puede entrar la más mínima insinuación de infidelidad, donde la mujer y el hombre tienen una confianza implícita en el honor y la virtud de ambos» [Cospel Doctrine, pág. 302).
Esto mismo se aplica al amor por nuestros hijos. Tal como dijo el rey Benjamín: «Mas les enseñaréis a andar por las vías de la verdad y la seriedad; les enseñaréis a amarse mutuamente y a servirse el uno al otro» (Mosíah 4:15).
EVITE LA CONTENCIÓN Y MANTENGA LA PAZ EN EL HOGAR
Del mismo modo que el Señor nos ha mandado amarnos los unos a los otros, también nos ha mandado que no contendamos unos con otros. El Señor ha dicho muy claramente quién es el autor de la contención y por qué debemos estar precavidos contra ella: «Aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo, que es el padre de la contención, y él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con otros. He aquí, ésta no es mi doctrina, agitar con ira el corazón de los hombres, el uno contra el otro; antes bien mi doctrina es ésta, que se acaben tales cosas» (3 Nefi 11:29-30).
Si como padres permitimos que haya contención en nuestra familia, somos culpables. No debe haber lugar en la familia para burlas, peleas ni cualquier otra cosa por el estilo que genere contención entre los miembros de la misma. Esto también se nos aplica si permitimos que nuestros hijos compitan negativamente unos con otros, algo que sólo puede ocasionar sentimientos heridos y contención en nuestro hogar. Lo mismo sucede si permitimos que nuestros hijos sean demasiado aficionados a la fuerza física. En ocasiones, uno de los hijos que es más fuerte que los demás empleará la fuerza contra ellos. No debemos tolerar tal comportamiento, ya que es fuente de contención.
Si continuamos trabajando para llevar el Espíritu a nuestro hogar, con el tiempo veremos muy poca contención. Los padres deben asegurarse especialmente de que sus hijos no se peleen entre ellos: «Ni permitiréis que vuestros hijos… contiendan y riñan unos con otros y sirvan al diablo, que es el maestro del pecado, o sea, el espíritu malo de quien núestros padres han hablado, ya que él es el enemigo de toda rectitud» (Mosíah 4:114).
El élder F. Enzio Busche explicó durante la conferencia general de abril de 1982 que la oración es una de las mejores maneras de evitar la contención: «Oré con fervor para que mi Padre Celestial me ayudara a saber cómo tratar la situación [un problema con un hijo]. Me sobrevino una gran paz. Ya no estaba enfadado… Cuando le expresé mi confianza, él se echó a llorar, confesando su falta de dignidad y condenándose en mayor medida» («Love Is the Power That Will Cure the Family», Ensign, mayo de 1982, pág. 70).
Cuando el rey Benjamín nos dijo que no debemos permitir que nuestros hijos se peleen, nos dio también la solución al problema: «Mas les enseñaréis a andar por las vías de la verdad y la seriedad; les enseñaréis a amarse mutuamente y a servirse el uno al otro» (Mosíah 4:15).
Este consejo ha sido muy beneficioso para nuestra familia. El diablo es la fuente de la contención y no parece importarle mucho si usted es la parte inocente o no. Si usted participa o agrava la contención, entonces también es culpable.
Hace unos años me encontraba viajando en avión desde Salt Lake City a Houston, Texas, y no me habían asignado la plaza con antelación, por lo que terminé sentándome en la sección de fumadores.
No había nadie fumando cerca de mí, así que estaba bastante cómodo. Sin embargo, una persona sentada en el asiento delantero del otro lado del pasillo, en la sección de no fumadores, comenzó a fumar, y el humo venía hacia atrás.
Le pedí a la azafata que hablase con aquel hombre para que dejara de fumar, pero como le daba un poco de vergüenza, me dijo: «¿Por qué no se intercambian los asientos?, así él estará en la sección de fumadores y usted no». Estuve de acuerdo. Casi todas las personas de la sección de fumadores oyeron gran parte de la conversación y yo también comencé a sentirme un poco incómodo.
Nada más sentarme en mi nuevo asiento, la pareja que estaba directamente detrás de mí comenzó a fumar y a dirigir el humo hacia adelante. Con el transcurso de los minutos, me sentía más enfadado, especialmente porque acababa de leer unos artículos sobre el cáncer en los fumadores pasivos. El humo continuaba viniendo por encima del asiento y pensé: «¿Por qué tengo que tolerar esto? ¿Por qué que no puedo tomar una bocanada de aire fresco? ¿Por qué estas personas no son más disciplinadas y dejan de fumar?»
Terminé por dirigir los conductos del aire acondicionado hacia atrás para que el humo fuese hacia ellos, pero el hombre se molestó un poco y me dijo: «¿A qué viene eso? Hace frío y mi esposa se está acatarrando».
Entonces me volví y dije: «Bueno, cuando ustedes dejen de fumar, yo apagaré el aire acondicionado. No quiero respirar el humo». Hubo alguna contención entre nosotros y resultaba bien evidente que el hombre estaba muy enfadado.
Me giré y entonces me sobrevino un momento de inspiración. Mis ojos se detuvieron sobre los versículos que acababa de leer, 3 Nefi 11:29-30, los cuales dicen que el diablo es el padre de la contención. Y ahí estaba yo, siendo causa de contención, aun cuando estuviese en mi derecho y fumar fuese perjudicial. Comencé a tener sentimientos del tipo: «La contención no es mía. No debes crearla ni, en caso de existir, contribuir a ella. Te estás convirtiendo en elemento de contención». Me sentí arrepentido, y me volví para decirle al hombre: «Apagaré el aire. No quiero respirar el humo, pero apagaré el aire acondicionado para que ustedes no se enfermen. Siento haber hablado tan duramente».
El hombre dijo de inmediato: «No. Es culpa mía. Sé que ni siquiera debo fumar. Lo siento».
Resulta interesante que en el momento mismo en que eliminé la contención de esa situación, ambos nos tranquilizamos. Tanto él como su esposa dejaron inmediatamente de fumar y no creo que volvieran a hacerlo hasta que llegamos a Houston.
Me di cuenta de que no es correcto ser la causa de contención alguna. Mormón escribió a Moroni: «Hijo mío, temo que los lamanitas destruyan a los de este pueblo; porque no se arrepienten, y Satanás de continuo los está provocando a la ira unos contra otros» [Moroni 9:3).
Definitivamente, la contención es del diablo y hace que surja la ira en el corazón de las personas. Puede que yo fuese la parte inocente de aquella situación, pero fui también el causante de las desagradables palabras que hubo entre nosotros, y de ese modo terminé por convertirme en fuente de la contención. Me sentía particularmente mal porque en ese mismo momento me hallaba leyendo las Escrituras.
Cuando estemos hablando de la contención en el entorno familiar, los padres necesitan dejar bien clara la premisa de que simplemente no habrá contención alguna. Si los hijos entienden con claridad lo que ustedes quieren decir —que no habrá palabras altaneras ni malsonantes, ni nada parecido—, aceptarán tal regla. Si no lo hacen, entonces debe aplicarse algún tipo de disciplina.
Recuerdo a un muchacho que, cuando se le dijo que no era muy inteligente, respondió: «¿Ah, sí? Entonces les repetiré el alfabeto al revés». Todos sabíamos que podía hacerlo al derecho, pero no estábamos tan seguros de que fuera capaz en sentido inverso. Dio unos pasos hacia atrás, giró y recitó el alfabeto dándonos la espalda. Todos nos echamos a reír y se redujo la tensión del momento.
Debemos asegurarnos de nunca permitir que ningún pequeño incidente adquiera proporciones desmedidas. No debemos comportarnos como si de un caso del Tribunal Supremo se tratase cuando en realidad no estamos más que ante una pequeña multa de tráfico,- aunque eso es exactamente lo que ocurre cuando el incidente nos sorprende en mitad de nuestros propios problemas. Algunos principios que quizás nos gustaría tener presentes en esos momentos son:
- La contención trae desacuerdo y falta de armonía a la familia.
- No contienda con la persona enfadada, o no hará sino agravar el problema.
- El amor y la paz son el cimiento de un hogar justo, donde no se permite la contención.
- La persona contenciosa debe alejarse de inmediato de su presencia, para que usted no se vea implicado en la contención.
Un día le dije a uno de mis hijos, tras ver sus notas escolares, que si que no era capaz de controlar lo que pasaba en la escuela, entonces yo lo haría. Por supuesto que dicho comentario le ofendió mucho. Ambos estábamos enfadados y cruzamos algunas palabras duras, así como ciertas exigencias y ultimatos. Como resultado, terminó yendo a la escuela triste y enfadado, y yo me fui a trabajar con el mismo espíritu.
De camino al trabajo, y mientras meditaba profundamente en lo ocurrido, acudieron a mi mente las palabras de la traducción de José Smith de Lucas 6:29-30, que mi esposa y yo acabábamos de leer en nuestro estudio de las Escrituras:
«Al que te hiera en una mejilla, preséntale también ía otra; o, en otras palabras, es mejor presentar la otra que injuriar otra vez,- y al que te quite la capa, ni aún la túnica le niegues.
«Pues mejor es permitir que tu enemigo haga estas cosas, que contender con él. De cierto os digo que vuestro Padre en los cielos, quien ve en lo secreto, traerá juicio sobre los malvados» (JST, Luke 6:29-30, traducción libre).
El Señor parece estar diciendo que debemos dar a otros nuestra túnica para evitar la contención, que es mejor perder la túnica que pelear por ella. De este modo mostró Su desacuerdo con la contención.
Cuando la gente se enfada, generalmente endurece el corazón de otras personas al provocarlas a la ira. Ése es uno de los grandes instrumentos del diablo: hacer que contendamos unos con otros. El diablo se deleita en aquello que hace endurecer nuestro corazón hacia lo que es bueno, hacia las demás personas y hacia el Señor mismo. Cuando nuestro corazón está endurecido, es muchísimo más difícil que el Espíritu nos instruya y nos guíe.
El Salvador enseñó que en la antigüedad se decía que la gente no debía cometer adulterio, y añadió que el hecho de mirar a una mujer para desearla hace que cometamos adulterio en nuestro corazón. El estaba enseñando la ley de Moisés, pero añadiéndole la ley mayor de Cristo. De igual modo, en la antigüedad se enseñaba que no debíamos matar, mas Jesús volvió a añadir la ley de Cristo, diciendo que aquel que se enoja con su hermano, está en peligro del fuego del infierno. Estas palabras del señor nos enseñan que la ira es una grave dolencia espiritual (véase Mateo 5:21-28).
A la mañana siguiente me disculpé con mi hijo durante la lectura de las Escrituras, y también con otro hijo con quien había tenido un entredicho la noche anterior, y les dije a ambos que el problema era culpa mía por haberles provocado a la ira.
Hay una manera de tratar los problemas sin enfadarse ni endurecer el corazón. Si yo hubiese ejercido un mejor control de mí mismo, probablemente habría influido en mi hijo para que actuase igual.
Él reaccionó con ira a mi enfado, debido a su falta de madurez, mas si yo hubiese tomado el control, probablemente él lo hubiera hecho también; en caso contrario podría haberle dicho fácilmente: «Vete a tu cuarto, quédate allí y ora hasta que tu corazón esté en orden. Entonces vuelve y terminaremos de hablar. No podemos hablar cuando estamos enfadados. No hay lugar en esta casa para la ira».
Es imposible tener un espíritu de contención y al mismo tiempo disfrutar del Espíritu del Señor. Requiere una gran disciplina para que el diablo no influya en nosotros. Él solo puede hacerlo si se lo permitimos. Tal como el Señor dice de la caída: «El diablo tentó a Adán, y éste comió del fruto prohibido y transgredió el mandamiento, por lo que vino a quedar sujeto a la voluntad del diablo por haber cedido a la tentación» (D&cC 29:40). No estaremos sujetos a la voluntad de Satanás a menos que cedamos a la tentación; de otro modo, él no puede tener poder sobre nosotros.
EVITE LA CONTENCIÓN: LAS DIFERENCIAS ENTRE MUCHACHOS Y CHICAS
Una mañana, una de nuestras hijas no acudió a la lectura de las Escrituras. En muchas ocasiones hablamos durante el desayuno de lo más importante que hemos aprendido durante la lectura de las Escrituras esa mañana. Mientras lo hacíamos, noté que ella se sentía algo culpable. Le pregunté cautelosamente dónde había estado y por qué no había venido.
«No pude decidir qué ponerme», me respondió.
Yo dije sin demasiada sensibilidad: «¿Durante veinte minutos?».
Ella contestó: «Sí. EstLive delante del armario por veinte minutos y no pude tomar una decisión, ya que mi hermana mayor se puso lo que yo me iba a poner».
Todos los chicos se rieron y creo que eso le hizo sentirse peor, pero le ayudamos a reírse con nosotros cuando le dije: «Yo no tengo tanto que elegir. O me pongo un traje negro o uno azul. Eso es todo».
Los dos hijos más jóvenes dijeron: «A nosotros no nos importa. Nos ponemos lo primero que encontramos». A ellos no les importaba si la ropa combinaba o si tenían que tomar una prenda del montón de la ropa sucia. Los chicos se limitan a ponerse «lo primero que encuentran».
Nos reímos mucho, especialmente mi esposa. Una vez más el humor hizo desaparecer la contención que había en el ambiente y la situación terminó por convertirse en una experiencia agradable que al mismo tiempo nos enseñó un poco más sobre las diferencias entre muchachos y chicas.
Aquella hija me escribió la siguiente carta:
Querido papá:
No he hecho esto durante mucho tiempo, pero espero poder recordarlo con más frecuencia. Quiero decirte lo mucho que significas para mí, cuánto me enseñas. También estoy agradecida por lo bien que conoces las Escrituras que compartes con nosotros. Aprendo mucho cuando las leemos gracias a ti. Verdaderamente espero poder encontrar un esposo que sea como tú. Te quiero mucho. Espero que tengas un buen viaje. Me encanta saber de tus viajes. ¡Adiós!
Todos necesitamos que se nos recuerde que gran parte de nuestros problemas no son sino pequeños, y que muchos de ellos tienen el potencial de convertirse en grandes, a menos que los tratemos de la manera correcta. Permanezcamos cerca de nuestros hijos y enseñémosles a evitar la contención, y entonces no habrá disputas sino amor en el hogar.
OFREZCA SU AMOR A LOS DEMÁS
Uno de los grandes beneficios de servir es enseñar a las personas a dar más de sí mismas, a no ser egoístas, a ayudar al prójimo y rendir servicio cristiano. Debemos buscar a las personas necesitadas, debemos ser prestos para responder a las necesidades de los miembros de la familia y otros que puedan tener impedimentos físicos, enfermedades y necesidades emocionales o mentales especiales.
Cuando ponemos en práctica los principios verdaderos del servicio cristiano, nuestra compasión se extiende más allá de nosotros mismos. Entonces crece nuestro amor por los demás y por Dios. Puede que en todo el Nuevo Testamento no haya otro mensaje más poderoso que el del amor que Jesús tenía por las personas. Siempre dio el ejemplo de ministrar a los demás sin importar qué otra cosa estuviera haciendo en ese momento. Si nosotros vamos y hacemos de igual modo, y ministramos a nuestro prójimo con amor, la gente percibirá el espíritu de Cristo en nosotros y seguirán nuestra guía por motivo del amor que tenemos por ellos.
Aunque las actividades recreativas son importantes, el experimentar amor y gozo divinos puede hacer que nuestra familia se acerque más al Señor que de ninguna otra manera. Si las familias quieren experimentar ese amor, deben cultivar el espíritu de los siguientes pasajes:
Lo que será de mayor valor para ti será declarar el arrepentimiento a este pueblo, a fin de que traigas almas a mí, para que con ellas reposes en el reino de mi Padre (D&C 15:6).
¡Y cuán grande es su gozo por el alma que se arrepiente! Así que, sois llamados a proclamar el arrepentimiento a este pueblo. Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre! Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande no será vuestro gozo si me trajereis muchas almas! (D&C 18:13-16).
No hay mayor gozo que el de colaborar en la salvación de un alma. Esto no se limita a dar a conocer el Evangelio a alguien que no sea miembro de la Iglesia o a ayudar en el perfeccionamiento de un Santo. A veces podemos traer personas a Cristo por medio de cosas muy pequeñas, como el animar a alguien, visitar a quien esté enfermo, compartir una sonrisa o un abrazo, ser un buen oyente, animar a un niño, etcétera. A mi juicio, todo acto pequeño de amabilidad forma parte de traer un alma a Cristo.
Cuando usted actúe como hizo Cristo con las demás personas, éstas le verán a Él en usted y desearán seguir las instrucciones y enseñanzas que usted les dé. Verdaderamente no hay mayor gozo que llevar felicidad a los demás y ayudarles a salvar su propia alma. Este principio básico de amor debe ser el punto principal de las enseñanzas y el ejemplo que demos a nuestros hijos si deseamos educarles de manera celestial.
El presidente David O. McKay enseñó que el amor contribuía a que los hogares fuesen más permanentes y duraderos: «Los hogares son más estables gracias al amor. Hagamos entonces que éste abunde. Aunque ustedes carezcan de algunos aspectos materiales, estudien, trabajen y oren para preservar el amor de sus hijos. Establezcan y aparten siempre un tiempo para estar con su familia. Permanezcan cerca de sus hijos. Oren, jueguen, trabajen y adoren juntos. Éste es el consejo de la Iglesia» [Family Home Evening Manual, 1968-1969, pág. iii).
Sí, hagamos que el amor abunde en nuestro hogar, y dejemos entonces que se extienda por nuestros vecindarios para bendición de nuestro prójimo.
LOS DONES TEMPORALES DEL AMOR
La única manera de adquirir estos atributos es hacer que nuestros hijos los experimenten, y el mejor lugar para practicarlos con ellos es el hogar, bajo la dirección de los padres. Con el paso de los años hemos ido descubriendo que fijarse algunas metas en cuanto a quién y cuándo podríamos ayudar en nuestro vecindario, nos ha sido de gran ayuda. Hemos empleado muchas de las actividades de las noches de hogar, y seguro que usted también, para salir y servir de modo tal que pudiéramos experimentar más gozo y, quizás, un poco menos de entretenimiento. Ha sido grato poder planear por adelantado a quién podríamos ayudar y sentir así la gratitud de los demás.
LA RETIRADA DE NIEVE
Hace algunos años, durante el día de Acción de Gracias, cuando nuestros hijos eran pequeños, hubo una buena tormenta de nieve en Utah, donde vivíamos. A mí particularmente no me gusta la nieve, en especial cuando está en la entrada del garaje. Esa mañana miré por la ventana y vi que había unos treinta centímetros de nieve. Reuní a dos de mis hijos, de siete y cinco años de edad, y les convencí de lo felices que serían al ayudar a su padre a retirar toda esa nieve. Como usted sabe, eso requiere algo de trabajo, pero los padres podemos hacer que éste sea divertido. De hecho, el trabajo realmente útil es una de las verdaderas fuentes de felicidad. Los llevé conmigo y retiramos la nieve de toda la entrada.
Al concluir teníamos frío y estábamos listos para volver a casa, pero descubrí un momento apropiado para la enseñanza, por lo que dije: «Me pregunto si no deberíamos retirar la nieve de la entrada de Bill, nuestro vecino».
Me alegré cuando uno de los pequeños dijo: «Me parece bien, papá». El otro dijo: «Tengo frío».
Intentando sacar partido de este momento de enseñanza, dije: «Me pregunto cómo se sentiría Bill esta mañana si abriera la puerta y viera toda la entrada limpia de nieve». Entonces mi otro hijo captó por dónde iba el asunto y dijo: «Estaría muy feliz, ¿verdad?».
Ése era el momento apropiado para decir: «Bueno, ¿qué es lo que nuestro Padre Celestial desea que hagamos?».
Él respondió: «Creo que querría que le limpiásemos la entrada». Cuando terminamos, estábamos cansados, y el hijo más joven dijo: «Llamemos a la puerta y digámosle a Bill lo que hemos hecho». Este joven quería tener un pequeño momento de reconocimiento, ¿verdad?
De nuevo había otra buena oportunidad para enseñar y entonces dije: «No, creo que sería mejor si no le dijéramos nada y le diéramos una sorpresa. A nuestro Padre Celestial le gusta que hagamos las cosas de manera anónima». Tuve que explicarle el significado de esta última palabra: es decir, hacemos las cosas sin que nadie sepa que las estamos haciendo. Supe de inmediato que mi otro hijo había captado mi intención y dijo: «Bueno, ¿y qué tal la entrada de los Smith?». Antes de terminar la mañana habíamos limpiado la entrada de otras tres familias.
Entramos en casa con gran satisfacción para contarle a mamá todo lo que habíamos hecho. Tomamos chocolate caliente, nos reímos y gastamos bromas sobre lo cansados que estábamos, el frío que habíamos pasado y lo bien que nos sentíamos por dentro.
Durante la hora siguiente recibimos dos o tres llamadas dándonos las gracias por lo que habíamos hecho. Especialmente nos reímos cuando una de las personas nos dijo: «No me lo explico. Esta mañana había tres ángeles en nuestro vecindario. No estoy seguro de sus nombres, pero eran verdaderos ángeles que hicieron lo que habría hecho el Señor de haber estado aquí. Si alguna vez los ven, por favor, denles las gracias de nuestra parte».
Aquel día nos sentimos muy dichosos, pues disfrutamos de algunos de los sentimientos que el Señor nos promete cuando hacemos el bien. Estos hijos experimentaron la dicha que recibe el corazón al hacer algo bueno de manera desinteresada y que posteriormente sale a la luz. En cierta forma, retirar la nieve de aquellas entradas fue algo pequeño. Lo que nuestros vecinos apreciaron más fue el detalle amable.
El presidente Joseph F. Smith dijo:
Permitan que el amor, la paz y el Espíritu del Señor, la amabilidad, la caridad y el sacrificio por los demás abunden en sus hogares. Prohiban la entrada a las palabras duras, la envidia, el ocio, la crítica, el lenguaje obsceno, la blasfemia, y permitan que el Espíritu del Señor tome posesión de sus corazones. Enseñen estas cosas a sus hijos con espíritu y poder, apoyándose y fortaleciéndose mediente su puesta en práctica. Háganles saber que ustedes son serios, y practiquen lo que predican. No lleven a sus hijos a especialistas en estas materias, sino enséñenles mediante el precepto y el ejemplo de ustedes, en su propio hogar. Sean ustedes especialistas en la verdad [Gospel Doctrine, pág. 302).
Lo más divertido de enseñar la doctrina a sus hijos es ponerla en práctica. El poder ver el crecimiento, el desarrollo y la alegría que sienten a medida que aprenden los principios que usted ha aprendido, es una gran felicidad.
UN BUEN SAMARITANO EN MÉXICO
Conozco a un buen samaritano que caminó la segunda milla para ayudar a un completo extraño y de ese modo demostró que era un discípulo de Cristo. Es a través de los actos de amabilidad que las personas llegan a saber que somos Sus discípulos. Un presidente de misión me contó la siguiente experiencia:
Ricardo, mi primer consejero, es dueño de un negocio de maquinaria, el cual estaba pasando por un mal momento económico. El negocio iba despacio, los intereses eran elevados, y él estaba realmente afligido por las responsabilidades y temía verse obligado a declararse en bancarrota. Se había estado esforzando sin éxito durante dos años para obtener un contrato de una compañía que le proporcionase más trabajo. Nuestra conversación fue más o menos así:
«Presidente, ¡estoy tan feliz! ¡Me siento tan bien! ¡No puedo explicarle lo feliz que me siento!».
«Ricardo, ¿qué ha pasado?».
«¿Recuerda aquel hombre de la compañía con la que he intentado conseguir trabajo?».
«Sí».
«Me llamó el otro día porque su esposa le preguntó cómo nos iba y él no supo qué decirle. Le dije que no le había llamado porque estaba muy ocupado intentando encontrar trabajo. Entonces me preguntó si todavía necesitaba trabajar y yo le dije que sí. Luego nos pusimos a hablar de otras cosas.
«Presidente, me llamó la semana pasada y me hizo un pedido que me mantendrá ocupado doce horas diarias durante tres meses. Se trata de una especie de prueba para ver si realmente podemos hacernos cargo del trabajo. Si podemos hacerlo, nos ha prometido mantener una máquina funcionando todo el tiempo. ¡Presidente, mis empleados están de acuerdo y sé que podremos hacerlo! Con este pedido podré reponer el camión que vendí el otro día. Soy muy feliz y me siento muy bien».
Entonces comenzó a explicarme que tendría que viajar a Ciudad de México esa misma noche, para llegar a eso de las dos de la mañana, para hacer los arreglos para los materiales que necesitaba. Le advertí de los peligros de conducir de noche por esas autopistas y del riesgo de quedarse dormido al volante, pero él me aseguró que todo estaría bien. «Tengo mucha energía y ánimo», me dijo. «Estaré bien».
¿Energía? Esta palabra me llevó a recordar una reunión de consejo de área a la que había asistido el día anterior en Ciudad de México. Así que le pregunté: «Ricardo, ¿qué es la motivación divina? ¿Qué es lo que hace que el Señor esté disponible en cada momento para escuchar y perdonar?»
Respondió sin dudar: «El servir a los demás», las mismas palabras que nos habían sido enseñadas en la reunión espiritual del día anterior. Me quedé tan sorprendido por su inmediata y exacta respuesta, que la única cosa que pude articular fue: «¿Por qué dice eso?»
Entonces me contó el siguiente relato:
«Estaba tan hundido, me sentía tan rechazado, tan desanimado por los negocios, las obligaciones financieras, los compromisos, las necesidades de mi familia y de mis empleados, que acudí al Señor como jamás lo había hecho. Me humillé y realmente le derramé mi corazón.
«Confesé mis pecados, expresándole que en realidad no estaba confesando nada puesto que Él lo sabía todo; pero aun así le pedí perdón y le hice ciertas promesas. Tuve una excelente experiencia con el Señor.
«A los pocos días, cuando regresaba a casa, vi a unas personas que parecían tener problemas. Había un pequeño grupo de gente y me detuve a investigar. Averigüé que un camión habría atropellado a un niño de diez años llamado Miguel mientras él y su familia estaban recogiendo cartones de los contenedores de basura.
«Toda la familia estaba allí, pero no sabían cómo se encontraba el niño. Sólo sabían que la Cruz Roja se lo había llevado y que estaba inconsciente.
«Viendo que no tenían medios para ir con su hijo, les llevé en mi camión y fuimos a la Cruz Roja. No nos dejaron entrar, pero me escabullí y pude escuchar al médico. Le oí decir que no había esperanza: Tenía el cráneo fracturado y huesos rotos por todas partes. Estaba literalmente aplastado. El médico dijo que no podían hacer nada. Pregunté si había alguien que pudiese hacer algo y él respondió que probablemente el programa de la Seguridad Social del gobierno.
«Pasé casi el resto del día intentando que la Seguridad Social se hiciese cargo al permitirme contratar al padre y pagar sus contribuciones de impuestos, cualquier cosa con tal de que se hicieran cargo del niño, pero rechazaron todos los intentos. Pregunté en la Seguridad Social si habría algún médico particular que pudiera ayudar al niño y me dijeron que posiblemente un neurocirujano podría hacer algo por él.
«Fui a ver al neurocirujano, quien me dijo que era muy caro, y me preguntó si yo era tío del muchacho.
«Le contesté: ‘No, ni siquiera lo conozco, pero correré con los gastos. Haga lo que pueda’.
«Él respondió: ‘Siendo así, podemos hacerlo de cierta manera que no le resulte muy costoso’.
«Acordé pagar al neurocirujano, pero estaba gastando un dinero que ni siquiera tenía. Mi esposa me preguntó qué estaba pasando, así que le conté lo sucedido. Ella me entendió y me apoyó en todo momento. Tuve que vender el camión y algunas otras cosas, pero presidente, ¡el chico se va a poner bien! Está respondiendo bien al tratamiento. ¡Presidente, se va a recuperar!».
Mientras le escuchaba, descubrí una vez más que:
- Nuestras aflicciones nos hacen descender al polvo de la humildad.
- Entonces abrimos nuestro corazón al Señor.
- Él prueba nuestra fe.
- Nos bendice más allá de nuestras expectativas.
¿No es increíble? He aquí un relato moderno de un buen samaritano, un hombre que encuentra a alguien totalmente extraño accidentado en la carretera y vende su propio camión para pagar la operación. Por experiencia propia sé cómo el Señor bendijo a ese hombre en tan poco tiempo en su negocio y le dio la oportunidad de comprar otro camión. Ciertamente, ese hecho enseñó a la familia de aquel muchacho, y a todos los que supimos de él, lo que significa ser un verdadero discípulo de Cristo.
Hay muchos dones temporales de amor, entre los que se pueden contar el dinero en efectivo, una Navidad especial para una familia necesitada, 40 kilos de habas o de trigo en la puerta de alguien, etc.
También mi familia ha recibido con frecuencia el servicio amoroso de otras personas. Nunca olvidaré la ocasión en que un desconocido llamó a un sastre y me pagó un traje nuevo. Nunca he sabido la identidad del discípulo del Señor que nos ayudó en un momento de necesidad. Ruego que siempre demos lo mejor de nosotros mismos para actuar de igual modo y ser así verdaderos discípulos de Jesucristo.
LOS DONES ESPIRITUALES DEL AMOR
También podemos dar otros dones significativos que son de naturaleza espiritual y proceden directamente del Señor, aunque también nosotros podemos ser un instrumento en Sus manos para proporcionarlos.
En una ocasión yo era la Autoridad General visitante a una conferencia de estaca en Montana. Tras las actividades y reuniones de esa tarde, el presidente de la estaca, su esposa y yo estuvimos conversando durante casi una hora. Habían estado pasando por verdaderas dificultades, especialmente de carácter económico, y no estaban seguros de qué hacer. Compartimos algunos pasajes de las Escrituras, testimonios y relatos, y pasamos un buen rato juntos.
Esa noche, antes de dormir, tuve un interesante sentimiento mientras oraba. Percibí que el presidente de estaca debía recibir una bendición del sacerdocio. Pensé si debía ir y dársela en ese mismo momento, mientras disfrutaban del espíritu de la velada, o si debía hacerlo a la mañana siguiente. Opté por hacerlo por la mañana y me fui a la cama.
A la mañana siguiente todavía estaba vacilante respecto a darle una bendición. No estaba seguro de si iba a quererla, pero la impresión parecía fuerte en cuanto a que realmente debía recibirla. Hice a un lado lo que había planeado hacer esa mañana, me vestí y bajé para encontrarle en la cocina con su familia.
Me lo llevé aparte y me ofrecí a darle una bendición del sacerdocio. Pareció bastante sorprendido; no se mostraba reacio pero parecía estar pensando si realmente la necesitaba. Llamamos a la familia e hicimos una oración. Entonces le di una bendición de ánimo y consuelo para ayudarle a sostener a su familia en los momentos difíciles por los que estaba pasando.
Después de la bendición su esposa estaba llorando. Fui a tomar mi maletín para que pudiésemos ir a las reuniones y cuando regresé me dijo (su esposa no podía hablar causa de la emoción) que, sin que yo ni su esposo los supiésemos, ella había estado orando toda una semana para que la Autoridad General pudiese percibir la necesidad de una bendición y se la diese a su esposo.
Más tarde me comentó: «Nunca se me ocurriría molestar a una Autoridad General para pedir una bendición para mí ni para mi esposo. Ni siquiera quise molestar a mi esposo sugiriéndole que debería recibir una bendición. Pero oré para que, si estaba bien, la Autoridad General percibiera la necesidad y le diese una bendición».
Entonces salimos para las reuniones del domingo por la mañana. Llamé a ciertas personas de entre la congregación para compartir sus testimonios y cuando estábamos a punto de terminar, le pregunté al presidente de estaca si su esposa había testificado recientemente en una conferencia. Dijo que nunca lo había hecho, así que la llamamos y ella compartió un hermoso testimonio que conmovió a todos los presentes.
Mientras el presidente me llevaba al aeropuerto, me dijo: «Mi esposa no se lo diría, pero usted debe saber que hace tres días me comentó que tenía la impresión de que iba a ser llamada para hablar en la conferencia. Ciertamente tengo una esposa fiel. Resulta evidente que el Señor obra a través de Sus siervos».
En esa estaca había una gran cantidad de amor que emanaba de las personas, especialmente del presidente, su esposa y su familia. Me sorprende la manera en que el Señor hace que Su pueblo y Sus siervos respondan a necesidades reales.
¡Qué gran regalo de fe dio aquella mujer a su esposo! Él tenía una necesidad real, la cual desconocía o puede que no quisiera ser lo suficientemente humilde como para pedir ayuda. Su esposa, a través de su rectitud, influyó tanto en su esposo como en mí. Alguien sabio dijo: «Al grado que una madre sea espiritual, así será su familia». Ese fue ciertamente el caso de aquella buena mujer.
Podemos ver que si estos de padres enseñan sobre los poderosos efectos del amor, sus hijos aprenderán rápidamente de su ejemplo.
EL DON DEL SEÑOR: LA CURACIÓN DE UN HOMBRE FIEL
A veces el Señor ministrará a Su pueblo a través de uno de Sus siervos, aunque el siervo no lo sepa. Del mismo modo, el Señor bendecirá al que tenga necesidad en la manera en que Él escoja hacerlo.
Hace unos pocos años, mi esposa y yo asistimos a una conferencia de estaca en una ciudad de Guatemala. En aquella ocasión yo tenía tres costillas fracturadas y durante la reunión el presidente de estaca habló a la congregación sobre mi condición y les pidió que me permitiesen irme sin los acostumbrados abrazos y apretones de mano. Los miembros fueron muy considerados e hicieron lo que se les pidió.
Sin embargo, cuando estaba a punto de salir de la capilla y a sugerencia de mi esposa, me di la vuelta y me dirigí a la parte delantera del salón. Me acerqué hasta el hermano que había dirigido el coro, le di la mano y le agradecí por la música. Derramamos algunas lágrimas y nos despedimos con un abrazo, y entonces me fui.
Un año más tarde volvimos a asistir a una conferencia de estaca en la misma ciudad, y aquel mismo hermano se acercó a mí y me dijo que el breve encuentro del año anterior había cambiado su vida. En la primera conferencia de estaca, él padecía de una enfermedad en la columna vertebral que le había causado ciertos estados de parálisis. No podía caminar más de un paso o dos sin las muletas y sin sentir un dolor inmenso. De hecho, llevaba las muletas mientras dirigía el coro. Cuando nos dimos la mano, percibió cómo el Espíritu del Señor pasaba a través de él y le llenaba de un sentimiento cálido y maravilloso.
Me dijo que había salido de la capilla hacia el pasillo, donde se encontró con el presidente de misión y sólo entonces se dio cuenta de que había caminado aquella distancia sin la ayuda de las muletas. Antes no habría estado en condiciones de dar más de dos pasos sin sentir gran dolor. Y no sólo había caminado sin las muletas sino que también había caminado sin dolor.
Dijo todo asombrado: «¡He olvidado las muletas!»
El presidente de misión añadió: «Bueno, si ha llegado hasta aquí sin ellas, olvídelas; ya no las necesita».
El buen hermano me dijo que de algún modo, cuando nos dimos la mano el año anterior, el Señor le había sanado, y nunca, desde entonces, había vuelto a necesitar las muletas. El estaba muy emocionado mientras me contaba el relato y me testificó que su curación procedía del Señor.
Ciertamente, el Señor derrama Su amor sobre quien desea. Aquel hombre debe haber sido lo suficientemente digno y tenido bastante necesidad como para que el Señor lo sanase en un instante y de manera muy poco frecuente. Vuelvo a preguntar: ¿Acaso no nos ha dado el Señor a cada uno grandes dones de amor, y no debemos nosotros hacer lo mismo con los demás?
UN HOMBRE SOLITARIO EN MÉXICO
Cuando vivíamos en México conocimos a un hombre a quien llamaré hermano Clark, un americano que había vivido en dicho país durante mucho tiempo y tenía más de 80 años de edad. Puede que debido a que no tenía familia ni seres queridos, se hubiese convertido en una persona excéntrica con la que resultaba difícil relacionarse. También es posible que debido al amor de mi esposa, pudiera vencer esa actitud, y tras un cierto número de visitas finalmente le invitó a venir a cenar a nuestra casa.
El aceptó con gusto, con la condición de que pudiera llevar consigo su tablero de ajedrez y jugar unas partidas con mis hijos y conmigo. Tuvimos una cena deliciosa y disfrutamos de su visita. Había pasado por ciertas pruebas graves en la vida, algunas de las cuales compartió con nosotros en esa primera noche. Tras la cena jugó al ajedrez conmigo y con mi hijo simultáneamente, y nos ganó a los dos. Sin duda alguna la mente del hermano Clark estaba todavía muy activa. Cantamos, hablamos, oramos con él y disfrutamos de una agradable velada.
Después de acompañarle de regreso a su casa, nos llamó por teléfono y dijo: «Hermano Cook, quiero que sepa que ésta fue la mejor noche que he pasado con una familia en toda mi vida. Había olvidado que había familias como la suya, y quiero que sepa que nunca olvidaré esta velada». Tras colgar, compartí sus comentarios con la familia,- todos estábamos muy emocionados. Ya antes habíamos amado al hermano Clark, pero ahora lo amábamos mucho más.
Nos entristeció que pensase que aquella sencilla noche hubiese sido una de las más grandes veladas de su vida. Quizás eso nos ayudó a intentar estar más cerca de él en las semanas y meses siguientes.
Vino a cenar y nos visitó en numerosas ocasiones. Durante esta época no fue a la iglesia pero permitió que los presbíteros y diáconos le llevasen la Santa Cena a su casa.
Finalmente llegó el momento en que tuvimos que regresar a los Estados Unidos y a poco de hacerlo, nos llegaron noticias de que el hermano Clark estaba asistiendo a las reuniones de la Iglesia. Más o menos un mes después oímos que este hermano iba a discursar en la reunión sacramental, y al poco tiempo se había convertido en un miembro de la Iglesia plenamente activo.
Meses más tarde llegaron las tristes noticias de que el hermano Clark había fallecido, mas cuán felices nos sentimos al saber que con nuestra ayuda y la de otros buenos Santos que le amaron, él se humilló y se volvió al Señor. Él contó sus bendiciones y nosotros contamos las nuestras gracias al amor que Dios compartió con todos nosotros.
UN DON DE AMOR Y PAZ GRACIAS A UN ABRAZO
Nunca olvidaré otra experiencia que tuvo lugar en México. Había ido a una conferencia de estaca y tuve las reuniones habituales. Durante la sesión general del domingo por la mañana, el joven presidente de estaca se puso en pie y dijo: «Quiero contarles la gran lección que he aprendido del élder Cook».
Empecé a darle vueltas a mi cabeza preguntándome qué iba a decir. «¿Qué aprendió?», me preguntaba. «¿Fe? ¿Arrepentimiento? ¿Servicio? ¿Doctrina?»
Esto fue lo que dijo: «Había oído que al élder Cook le gusta que las cosas se hagan con exactitud y de manera ordenada. Yo sabía que él quería ver los resultados del incremento de asistencia a las reuniones, de enviar a los jóvenes a la misión, de ayudar a las personas a pagar un diezmo íntegro, etc. Estaba bastante preocupado durante los días previos a esta conferencia. Había estado dándole vueltas al asunto durante cuatro o cinco noches y no pude dormir muy bien. Quería que todo fuese exacto.
«Cuando el sábado por la tarde la Autoridad General entró en el edificio y se dirigió hacia mí, la ansiedad se me multiplicó por cien. Para cuando llegó hasta donde yo estaba, me encontraba hecho un flan, aunque estoy seguro de que él no se dio cuenta. Me dio la mano y me saludó, y entonces se giró por un instante, puso el maletín en el suelo, extendió sus brazos y me dio un cálido abrazo.
«Testifico que toda mi ansiedad desapareció y fue reemplazada por el Espíritu del Señor. Sentí el amor que el Señor y este buen hermano tienen por mí. Testifico que quizás el mayor bien que podamos hacer los unos por los otros es amarnos». Ese buen presidente de estaca continuó con la enseñanza de una poderosa lección sobre amar y ministrar a los demás.
Qué amable fue el Señor con él y conmigo al petmitk-nos experimentar ese amor. Ruego que cada uno de nosotros haga de igual manera para administrar los dones del amor espiritual a las personas.
UN DON DE AMOR PARA UNA FAMILIA ESPIRITUALMENTE INDECISA
Hace unos pocos años, en Ciudad de México, los poseedores del sacerdocio habían estado visitando el hogar de los menos activos con resultados tremendos. Mi esposa, dado que era miembro de la mesa general del área, comenzó a enseñar a las maestras visitantes sobre cómo ser verdaderas pastoras y cómo invitar a una porción mayor del Espíritu del Señor en sus visitas.
Me acompañó a una conferencia de estaca a la que me habían asignado asistir, durante la cual se fue con una presidenta de la Sociedad de Socorro a realizar algunas visitas, y con gran éxito. A la mañana siguiente, y como resultado de sus visitas, asistieron a la sesión del domingo dos familias menos activas y una recién bautizada. Todos estábamos llenos de amor al ver la respuesta de esos Santos hacia el Señor y Sus siervos, incluidas las dos buenas hermanas que habían realizado las visitas.
Aproximadamente un año más tarde, en una parte diferente de la ciudad, me encontraba enseñando a un grupo de hermanos del sacerdocio sobre cómo hacer tales visitas. Hacia el final de la reunión, cuando íbamos a salir para visitar a las familias, un hombre me preguntó: «¿Me conoce?».
«No lo creo, hermano», le contesté.
Él dijo: «No se preocupe. Usted nunca me visitó». Sonrió y continuó: «Pero su esposa sí lo hizo».
Entonces recordé que él era el padre de la familia recién bautizada a la que mi esposa había visitado el año anterior.
Me dijo: «¿Me permite que le diga un secreto? Mi esposa, mis hijos y yo habíamos decidido, la semana misma que su esposa vino a visitarnos, que íbamos a dejar la Iglesia. Alguien del barrio nos había ofendido y adoptamos la firme decisión de que nos apartaríamos de la fe para nunca volver.
«Le testifico, hermano Cook, que su esposa nos tocó con el Espíritu del Señor. Sentimos el amor de Dios en ella. Sentíamos que el Señor nos hablaba por medio de ella y nos estimuló en el recuerdo de Dios, de nuestras ordenanzas y compromisos con Él. No estaríamos hoy aquí de no haber sido por ella».
Y entonces añadió con una sonrisa: «Le encantará saber que la semana pasada fui llamado a formar parte de un obispado. Por ese motivo me hallo hoy aquí, en esta reunión, para aprender acerca de cómo hacer estas visitas. ¡Cuánto deseo ahora que hubiese prestado mayor atención durante la visita de su esposa! Quisiera saber mejor lo que ella hizo para llevarnos el Espíritu con tanta fuerza».
LAS NECESIDADES DE LOS ANCIANOS
Hace algún tiempo decidimos como familia que dedicaríamos muchas de nuestras noches de hogar a servir a los demás. Una noche visitamos un hogar de ancianos cercano a nuestra casa. Hablamos con la enfermera jefe y le preguntamos si había alguien que no había recibido visitas durante mucho tiempo. Por su expresión supimos que estaba pensando: «Hay como un centenar. ¿Cuáles quiere?». Pero se limitó a darnos el nombre de dos o tres personas.
Visitamos a una mujer llamada Joyce y a una señora alemana de nombre Louise. Ambas tenían más de 70 años. Joyce apenas podía levantar la cabeza de la almohada.
Les dimos la mano y pudimos ver que, aunque sorprendidas por nuestra visita, se sentían bien de que estuviésemos allí. Les dijimos que habíamos pasado para decirles que las amábamos y ver si podíamos servirles de alguna manera.
Joyce nos habló de sus problemas, de las dificultades que tenía con la espalda. Louise nos habló de sus hijos y nos mostró una foto de ellos. Estábamos considerando qué hacer y después de hablar un rato sugerí que podíamos cantar una canción antes de irnos. Mi esposa dijo muy inspirada: «Cantemos ‘You Are My Sunshine’ (‘Eres mi rayo de sol’)». Cuando toda la familia comenzó a cantar, las dos mujeres se echaron a llorar. Creo que no les habían dicho por mucho tiempo que las amaban.
Joyce estaba tan emocionada que se sentó en la cama. Les gustó mucho nuestra canción. Había algunas personas en el pasillo que se acercaron para ver lo que estaba ocurriendo. Louise estaba especialmente emocionada y le pregunté: «¿Sabe usted alguna canción que podamos cantar?».
Dijo: «Conozco una alemana». Y entonces cantó para nosotros una hermosa canción de cuna en alemán. Tenía una voz hermosa y no hace falta decir que no sólo ellas estaban emocionadas sino que también el Espíritu nos tocó a nosotros. Podía percibir que algo estaba ocurriendo en nuestro corazón.
Cuando el resto de la familia se dirigía hacia la entrada, uno de mis hijos y yo fuimos a otro cuarto y visitamos a una mujer que se encontraba sentada en una silla de ruedas. La tomé de la mano, la saludé y le dije que habíamos pasado a ver cómo estaba. Ella asió fuertemente mi mano y no la soltó. Me preguntó por qué estábamos allí y si realmente la amábamos. Le dijimos que sí y que era muy guapa.
Otra mujer que estaba en el cuarto comenzó a hablarnos mientras se cepillaba el cabello. Estas mujeres solitarias no podían sobreponerse al hecho de que hubiésemos ido a visitarlas. Mientras estábamos allí, le gasté una broma a mi hijo al intercambiar su mano por la mía con la de la mujer en la silla de ruedas, quien la agarró fuertemente, quedando yo libre. Allí estaba él, prisionero de aquella mujer que no le soltaba la mano. Todos nos echamos a reír. Ellas no querían que nos fuésemos. Mi hijo me miraba como pidiendo ayuda, pero yo me limité a sonreír.
Cuando regresamos al recibidor, había una mujer que estaba silbando, así que le dijimos: «Señora, silba muy bien. Silbe una canción para nosotros». Ella silbó varias canciones de manera muy hermosa; silbaba mejor que cualquiera de nosotros.
Me emocioné al ver a mi esposa arrodillada al lado de una mujer que estaba en una silla de ruedas y que no podía hablar. Le estaba acariciando la mano y hablaba con ella. Y ésta estaba tan conmovida que, aunque no podía hablar, resultaba evidente que estaba recibiendo el amor de mi esposa. Yo pensé para mí: «Acabo de ver a un ángel. Hay un ángel de verdad arrodillado al lado de esa mujer necesitada. Verdaderamente mi esposa es una persona cristiana».
En una visita anterior a esta residencia de ancianos, cuando estábamos a punto de salir, vi a una mujer en una silla de ruedas y le dije a uno de mis hijos: «Vamos, digámosle adiós a esa señora». Estaba en una esquina oscura y no nos habíamos percatado de ella. Nos acercamos, la tomamos de la mano y le dijimos que sólo queríamos expresarle nuestro amor, y le preguntamos si podíamos ayudarle en algo.
Ella contestó: «Ah, gracias por darse cuenta de mí. Gracias por darse cuenta de mí. Gracias por darse cuenta de mí»— tres veces seguidas. Y añadió: «Estoy completamente sorda y no puedo oír nada de lo que me dicen, pero gracias por darse cuenta de mí». Creo que el simple hecho de tomarle de la mano nos hizo sentir que estábamos actuando como habría hecho el Salvador de haber estado allí.
Ruego que el Señor nos bendiga a cada uno de nosotros para que nos comprometamos de todo corazón a dar más, a olvidarnos de nosotros mismos, a extender a los demás los santos y sagrados dones que Cristo dio. Ruego que tengamos Su ejemplo siempre presente, que enseñemos con poder y convicción, no sólo en nuestras propias palabras sino a través del poderoso ejemplo que damos allí a donde vamos.
No puedo dar suficiente énfasis a la necesidad que los padres tienen de dar ejemplo a sus hijos en estos asuntos para luego, tanto padres como hijos, dar el ejemplo a otras familias. Todos nosotros, hijos y padres por igual, aprendemos mejor a través del ejemplo.
Testifico que los principios del Evangelio, los principios del amor, son verdaderos. Creo que todos estamos luchando por llegar a saber cómo ponerlos en práctica. Parece que nadie tiene todas las respuestas, pero recuerde el gran ejemplo que nos dio Jesús mediante Sus obras. Si lo estudian, encontrarán las respuestas en cuanto a qué hacer.
En muchas ocasiones, nuestra mayor dificultad para servir a los demás es tan simple como decidir cuándo y a quién acudir. Quizás pueda ser útil asignar a uno de sus hijos durante varias semanas o meses como coordinador de los proyectos de servicio de la familia. Puede que nosotros reconozcamos mejor las necesidades que ese hijo, pero aún así podría ayudarnos a planear las cosas para que podamos prestar servicio.
Las experiencias de servir a los demás ayudarán a los jóvenes a prepararse para el verdadero servicio que tendrán que prestar en el futuro y, especialmente, a servir como misioneros regulares. Además, estas experiencias llevarán más amor a su propia familia. Los celos, el negativísimo y la crítica se harán a un lado, y el amor reinará en el hogar a medida que sus hijos aprendan a servir no sólo a las personas ajenas a la familia, sino a servirse de igual modo entre ellos mismos.
El presidente Joseph F. Smith dijo:
Entiendo y creo que la ley y el mandamiento más grande de Dios es amar al Señor nuestro Dios con toda nuestra mente, alma y fuerza, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y que si observamos este principio en el hogar, los hijos se amarán mutuamente,- serán amables y serviciales los unos para con los otros, siendo ejemplos del principio de la amabilidad y prestando atención al bienestar de los demás. Bajo estas circunstancias, el hogar se parece mucho más a un pedacito de cielo en la tierra y los hijos criados bajo estas influencias nunca las olvidarán; y aunque puedan estar en lugares difíciles, el recuerdo les llevará de regreso a los hogares donde disfrutaron de esta influencia tan sagrada, y su naturaleza celestial los mantendrá firmes, sin importar las pruebas o tentaciones por las que estén pasando (Gospel Doctrine, pág. 295).
Si enseñamos a nuestros hijos a amarse unos a otros, ellos jamás olvidarán estas enseñanzas. Los recuerdos del servicio permanecerán con ellos sin importar las pruebas y las tentaciones que puedan enfrentar en el futuro.
En resumen, sigamos ministrando a los demás, haciendo el bien a todas las personas. Enseñemos a nuestra familia a disfrutar haciendo el bien, a dar amor por el placer de hacerlo y no como respuesta a un sentimiento de deber. Si todos damos amor de manera libre y anónima, el Señor nos bendecirá enormemente a nosotros y a aquellos a quienes ministremos.
Creo que al final, lo que más importará será el servicio que hayamos dado a los demás.
Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los Santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones,- y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis,- estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis,- en la cárcel, y vinisteis a mí.
Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuando te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?
Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (Mateo 25:31-40).
Ruego que el Señor nos bendiga para que sigamos el gran ejemplo de Cristo al ministrar a todos los necesitados, y que al hacerlo enseñemos a nuestros hijos cómo seguir a Jesús al amar más plenamente a Dios y a nuestro prójimo. Ruego que Él pueda decirnos a nosotros y a nuestra familia: «En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis».
























