Cómo criar una Familia Celestial


Capítulo 1
La persona, la familia y la Iglesia


Hace algunos años, se declaró un incendio en mitad de la noche, el cual destruyó por completo la residencia de una familia. Un vecino intentó consolar al pequeño de siete años, sin saber que estaba a punto de aprender un gran prin­cipio: «Johnny, qué pena que tu hogar se haya quemado», le dijo.

Johnny pensó por un momento y luego contestó: «Bueno, ahí es donde usted se equivoca. Ése no era nuestro hogar, sino nuestra casa. Todavía tenemos un hogar, aunque por el momento no tengamos sitio alguno donde ponerlo».

Qué gran principio enseñó ese niño sobre el hogar. ¿En qué le hace pensar la palabra hogar7. Para algunos es un lugar donde comer, un lugar para dormir, un lugar en el cual guardar las pertenencias personales. Para otros, con inclina­ciones más espirituales, es el lugar en el que está la familia, el corazón; un lugar sagrado, tranquilo,- un refugio ante un mundo inicuo.

La voz suave y apacible nos susurra un significado toda­vía más profundo: nuestro hogar es el cielo. Somos extranje­ros en la tierra,- mi verdadero hogar no está aquí, sino allá. Mi desafío es aprender cómo hacer que mi hogar en la tie­rra sea semejante al que dejé en el cielo. El Señor dice que fuimos enseñados «aun antes de nacer». Que «[recibimos nuestras] primeras lecciones en el mundo de los espíritus y [fuimos] preparados para venir… a obrar en su viña en bien de la salvación de las almas de los hombres» (D&C 138:56).

Buena parte de esta enseñanza —quizás la parte más importante—puede haber sido el saber cómo obrar en nues­tro hogar. Fuimos enseñados por el Señor, el mejor de todos los maestros, y nuestra tarea durante la mortalidad puede ser el volver a aprender en la carne lo que una vez supimos en el espíritu.

¿Cómo podría yo recordar y redescubrir lo que supe una vez? El Señor responde: «Ora y te haré ‘saber [cosas]… desde la fundación del mundo… según [tu] fe y… tus obras santas’ » (Alma 12:30). «Yo ‘os [recordaré] todo lo que yo os he dicho’ » (véase Juan 14:26; Alma 12:30), «y ensancharé la memoria de este pueblo» (véase Alma 37:8).

LA CONSTITUCIÓN DE LA VIDA FAMILIAR

Este capítulo es uno de los más importantes de todo el libro, pues intenta fundar una constitución o fundamento doctrinal en base al cual fluyan todas las responsabilidades de cada persona, las familias y la Iglesia. Aborda con cierto detalle la perspectiva eterna de la familia y de un hogar celestial según se halla en las Escrituras mismas. Si pode­mos entender con claridad el papel divino y la relación que existe entre nosotros individualmente, como familia y como Iglesia, tendremos una mejor comprensión de lo que el Señor espera de nosotros, de las cosas por las que, en defi­nitiva, se nos hará responsables tanto a nosotros como a nuestras familias. Quizás se sienta tentado a leer este capí­tulo con rapidez u omitir parte de su contenido, puesto que en él se hace bastante hincapié en aspectos de doctrina. Por favor, no lo haga, y descubrirá que más adelante en el libro, esta información le será de gran beneficio.

TODOS SOMOS MIEMBROS DE UNA FAMILIA

A veces, cuando hablamos del hogar y de la familia, algunas personas solteras o viudas pueden sentir que estas enseñanzas no se aplican a ellas. Mas cuando el Señor nos envió aquí para que progresásemos espiritualmente, nos envió a vivir con una familia y a ser nutridos espiritual y temporalmente por ella. El Señor organizó toda la tierra de esta manera, y no hay otra forma de acceder a la mortali­dad.

Aún así usted puede decir: «Yo no tengo una familia; estoy solo». Permítame recordarle que siempre fue y siem­pre será miembro de la familia de Dios. Usted es Su hijo o hija. No importa si sus padres, su cónyuge, sus hermanos, sus hermanas o sus hijos son o no miembros, si viven o están muertos; todavía son integrantes de su familia. Y si usted es una persona justa y fiel hasta el fin, sin importar su estado civil actual, en última instancia será bendecido al ser parte de una unidad familiar. Recuerde además que cuando en las Escrituras se emplea la palabra familia, pueden estar haciendo alusión no sólo a la familia inmediata, sino a los demás parientes: abuelos, bisabuelos, etc. Debemos tener presente esta visión de la familia para poder entender las instrucciones que el Señor ha dado (especialmente aquéllas que tienen que ver con la autoconfianza).

Tanto si somos padres, abuelos, hermanos, hermanas, tíos, primos o hijos —tanto si estamos casados como solte­ros—, debemos entender que a los ojos del Señor somos parte de una familia. Sin importar nuestra situación fami­liar, debemos aprender y vivir, en nuestra medida, los prin­cipios que gobiernan la vida familiar como preparación para la Exaltación.

 EL CONSEJO FAMILIAR PRETERRENAL

Cuando intento explicar los principios eternos que gobiernan la vida familiar, el Espíritu da testimonio de que vivimos como familia antes de venir aquí, y que estos prin­cipios «están grabados» en nuestra alma. «Estás en el camino correcto», nos susurra. «Sigue adelante. Descubre y vive estos principios relacionados con la familia, y con el tiempo crearás un hogar en la tierra semejante a aquél en el que antes viviste en el cielo».

Si estamos dispuestos a escuchar, el Señor nos enseñará lo sagrado de esta organización celestial a la que llamamos familia u hogar.

Imagínese por un momento que está en la vida preterre-nal, en aquel concilio de los cielos, sí, el concilio de la pro­pia familia del Padre. ¿Acaso no podría Él habernos dado un consejo semejante a éste?: «Hijos míos, hijos míos, el matri­monio en la tierra será ordenado por Dios a los hombres [véase D&C 49:15-16; 131:1-4].

«Mediante decreto divino, seréis copartícipes con Dios en traer hijos a la tierra [véase Génesis 1:22, 28; 2 Nefi 2:22-23; D&C 132:56-63].

«La familia será el instrumento principal para el sus­tento espiritual y temporal del individuo [véase Mosíah 4:14-15; D&C 68:25, 28].

«Cuando vayáis a la tierra, enseñad a vuestros hijos a amar al Señor vuestro Dios con todo vuestro corazón [Deuteronomio 6:5-7], y a amarse y servirse mutuamente [véase Mosíah 4:15].

«Orad siempre en vuestras familias, tanto por la mañana, como al mediodía y al atardecer, y estimularé vuestro recuerdo de estas enseñanzas [3 Nefi 18:21; Alma 34:21, 27; D&C 68:28].

«Enseñad a vuestros hijos el arrepentimiento, la fe en Cristo, el bautismo, el don del Espíritu Santo, los convenios del sacerdocio y las ordenanzas del templo [véase D&C 68:25, 27; 132:19]. Abuelos, tíos y tías, también vosotros podéis ayudar.

«Consagrad los recursos de vuestra familia al Señor, sed liberales con vuestros bienes [véase D&C 42:30-31; Jacob 2:17; D&C 119:1-7].

«No provoquéis a vuestros hijos a la ira [véase Efesios 6:4], ni permitáis que se peleen entre ellos, para que no planten las semillas de la contención [véase Mosíah 4:14].

«Futuros padres, aprenderéis que el verdadero liderazgo espiritual se lleva a cabo principalmente en el hogar y no tanto en el mundo. Futuras madres, vuestro es el sagrado llamamiento sin igual de criar a vuestros pequeñitos, para que un día lleguen a ser como Yo. Y a menos que todos vosotros seáis como niños pequeños, no podréis volver a casa conmigo.

«Aprended vuestro deber de los profetas vivientes y de las Escrituras.

«Por último, debido a la naturaleza sagrada de la pater­nidad, os enseñaré personalmente, por medio del Espíritu Santo, aquellas cosas que son más importantes. Estad cerca de mí; pedid ayuda humildemente».

ADVERTENCIAS DEL PADRE

Quizás el Padre nos advirtió con palabras semejantes a éstas:

«Hijos míos, la influencia del mundo será fuerte y ten­dréis serias presiones para que vuestras familias sean peque­ñas. Sin embargo, recordad: ‘Como saetas en mano del valiente, así son los hijos… Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos’ [Salmos 127:4-5].

«Recordad el mantener vuestras responsabilidades fami­liares como una prioridad. Habrá muchos que querrán usur­par vuestra responsabilidad de enseñar y proporcionar actividades para vuestra familia. Nunca olvidéis que la res­ponsabilidad principal es vuestra, y que el éxito definitivo en todas las demás facetas estará en proporción directa con la atención que les deis a estas relaciones divinamente asig­nadas [véase D&C 88:119].

«Esforzaos por estar juntos. Evitad las actividades que os separen. Recordad que allí donde el amores intenso, también lo son los sentimientos y las disensiones cuando el amor se frustra [véase 2 Nefi 1:14, 21].

«Cuando seáis hijos, aseguraos de dar oído a las palabras de vuestros padres, recordando que yo, el Señor, los he puesto sobre vosotros. Honradles [véase Éxodo 20:12].

«Recordad que, una vez que seáis padres, lo seréis para siempre, tanto si sois abuelos, bisabuelos o un padre como yo soy. Vuestras responsabilidades para presidir se extien­den por generaciones, para ayudar a volver los corazones de los hijos a sus padres. Resistid la tentación de no asumir vuestra responsabilidad, de alejaros de vuestra familia y de seguir únicamente vuestros propios intereses. Como abue­los, vuestra sabiduría y visión os permitirá mantener unida a toda vuestra familia, la cual yo, el Señor, os he dado [véase Mosíah 2:5]».

Quizás haya concluido de la siguiente manera: «Hijos míos, no os preocupéis en exceso por recordar estas cosas. Cuando os sean enseñadas, os resultarán asom­brosamente familiares, como si ya las supieseis. Así será, porque las habéis aprendido en vuestro hogar celestial [véase 1 Nefi 15:8, 11].

«Tendréis aflicciones con vuestros hijos al permitirles crecer y desarrollarse, tal como yo he sufrido con vosotros [véase D&.C 133:42-53]. Pero no temáis; os he puesto a cargo de mis ángeles. Os los enviaré desde mi presencia, para sosteneros [véase D&C 84:42, 88; 133:53]. Ésta es vues­tra oportunidad de experimentar lo que os he enseñado. Seguid las impresiones de mi Espíritu y recordad que os amo».

EL CONCEPTO EXALTADO DEL HOGAR

Padres, no importa lo que estén haciendo, vuelvan a casa.

Hijos, dondequiera que se encuentren, no importa cuál sea su falta, problema o pecado, su familia siempre les amará. Vayan a casa.

Abuelos, hermanos, hermanas, tíos y tías, reúnan a sus familias. Regresen a casa. Ensalcemos el concepto del hogar, pues el Señor así lo organizó en el principio.

Rindo honores a mis abuelos, padres, y en especial a mi esposa e hijos, por haber hecho de mi hogar el mejor lugar de todo el mundo. No hay otro lugar en el que quisiera estar que no fuese mi hogar.

Finalmente, deseo que llegue el día en que juntos ento­naremos esta alabanza al hogar y a la familia:

Oh mi Padre, tú que moras en el celestial hogar,
¿cuándo volveré a verte y tu santa faz mirar?
¿Tu morada antes era de mi alma el hogar?
En mi juventud primera, ¿fue tu lado mi altar?
¿Hay en los cielos padres solos? Clara la verdad está;
la verdad eterna muestra: madre hay también allá.
Cuando deje esta vida y deseche lo mortal,
Padre, Madre, quiero veros en la corte celestial.
Sí, después  que yo  acabe  cuanto  tenga  que cumplir,
permitidme ir al cielo con vosotros a vivir.
(«Oh mi Padre», Himnos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1992, número 187).

LA FUNCIÓN DE LA PERSONA, LA FAMILIA Y LA IGLESIA

Aun con este entendimiento divino del hogar, algunas personas se sienten confusas al intentar hallar un equilibrio entre lo que deben hacer en casa, individualmente, y en la Iglesia. Para tener éxito con nuestra familia, debemos entender claramente nuestra función individual y la que desempeña la Iglesia como apoyo de la persona y de la familia.

El diagrama número 1 ilustra el modo incorrecto en que algunas personas gobiernan su familia. Fíjese en cómo las líneas indican que la Iglesia está conectada al Señor y es dirigida por Él, y en cómo circunvala a la familia y está bien conectada con las personas.

En este diagrama, la relación de la familia con la per­sona y con el Señor es débil, al igual que el enlace de la per­sona a la familia y al Señor,- y puede que la persona no tenga un entendimiento apropiado del valor del Señor en su vida ni del apoyo que la familia puede ser para él o para ella. Este enfoque está más centrado en la capilla, significando con ello que el acercamiento de una persona a una vida espiri­tual gira en torno a la Iglesia.

El diagrama 2 muestra la relación que debiera existir entre el Señor, la persona, la familia y la Iglesia. El vínculo es mayor entre la persona y el Señor, pues todos nos salva­mos de manera individual y no como integrantes de un grupo. La familia tiene una fuerte relación con el Señor y con la persona, a quien apoya en la búsqueda de la Exaltación. Las personas no son exaltadas por separado, sino como unidades familiares. De manera apropiada, la Iglesia proporciona todas las llaves del sacerdocio y las ordenanzas necesarias para la salvación del hombre. Es, también, dirigida directamente por el Señor en su debida función de apoyo a la familia y a la persona.

A continuación hay algunos principios específicos que reflejan las funciones de la persona, de la familia y de la Iglesia. Puede verse tentado a leerlos por encima, mas creo que es necesario entenderlos antes de avanzar en el resto del libro. Por favor, considérelos con cuidado; quizás desee buscar algunas referencias de las Escrituras para ampliar su entendimiento.

LA PERSONA

  1. Nuestro Padre Celestial es un ser individual (D&.C 130:22).
  2. Cada uno de nosotros, como hijos Suyos, es un ser individual (Moisés 2:27; Abraham 3:22-23).
  3. Cada uno de nosotros tiene ciertas aptitudes y talen­tos divinos, los cuales son atributos necesarios para la Exaltación (Abraham 3:24-26; Moisés 1:6, 13).
  4. La vida eterna es el mayor de los dones de Dios (D&C 14:7).
  5. El don de la vida eterna es posible mediante la expiación de Jesucristo ¡Mosíah 5:7, 15).
  6. Los siguientes son dones incondicionales que Dios ha dado a todos liberalmente:
    (a) La capacidad para discernir el bien del mal mediante la luz de Cristo (D&C 84:46; 93:2; Moroni 7:15-16).
    (b) La capacidad para escoger (albedrío) (2 Nefi2:15-16).
    • La habilidad para resistir la tentación fl Corintios 10:13).
    • La habilidad para vivir los mandamientos (1 Nefi 3:7).
    (c) La vida mortal (2 Nefi 2:22-25).
    • Un cuerpo físico (D&C 93:33-35).
    • La oportunidad de ser probados (Abraham 3:25).
    • La facultad de procrear (Moisés 2:28).
    • La facultad de morir (1 Corintios 15:21-22).
    (d) La resurrección (Alma 11:42-44; 2 Nefi 9:22; 3 Nefi 26:4-5).
  7. Debido a que somos investidos con estas habilidades y talentos, tenemos en nosotros, a modo de embrión, la facultad de recibir la Exaltación (D&C 132:19-20; Moisés 1:39).
  8. Para recibir la Exaltación debemos emplear estas habi­lidades y talentos divinos de tal modo que podamos recibir talentos, privilegios y facultades adicionales. Algunos de los dones condicionados que logramos mediante el esfuerzo personal son:
    a. Fe en el Señor Jesucristo (3 Nefi 27:19).
    b. El perdón (a través del arrepentimiento personal) (3 Nefi 27:20; D&C 19:15-19).
    c. Guía personal de Dios (revelación) (D&C 42:61; 43:16).
    d. Dones del Espíritu (Moroni 10:8, 17).
    e. El sacerdocio (Alma 13:1-9; D&C 84:17-21).
    • Los hombres poseen el poder del sacerdocio (D&C 113:7-8).
    • Las mujeres disfrutan de la bendiciones y de la influencia del sacerdocio.
  9. Debemos recibir ciertas ordenanzas específicas para obtener la Exaltación:
    a. Bautismo por inmersión para la remisión de los pecados por alguien que tenga la autoridad (3 Nefi 11:33-34).
    b. Confirmación por un miembro de la Iglesia verda­dera de Jesucristo y recepción del don del Espíritu Santo (D&C 33:15; Juan 3:5).
    c. La investidura del templo (D&C 105:11-12, 33; 110:9).
    d. El matrimonio por esta vida y por toda la eternidad (D&C 131:1-4).
  10. Además de las ordenanzas necesarias, hay muchos mandamientos que debemos obedecer para ser mere­cedores de la Exaltación. Algunos de los más impor­tantes son:
    a. Ejercer fe en el Señor Jesucristo (Alma 5:15).
    b. Arrepentirse de los pecados (D&C 29:49; 19:16-17).
    c. Orar (3 Nefi 13:6; 2 Nefi 32:8-9; D&C 10:5).
    d. bedecer la voluntad de Dios tal como se nos revela a través del profeta viviente (D&C 28:2).
    e. Escudriñar, entender y aplicar los principios de las Escrituras, tal como los revela el Espíritu Santo (Juan 5:39; 2 Nefi 32:3).
    f. Renovar los convenios al participar de la Santa Cena (D¿kC 59:9; 3 Nefi 18:6-7).
    g. Compartir el Evangelio [Marcos 16:15; D&.C 133:8-11; 88:81).
    h. Guardar apropiadamente registros personales y hacer una relación de nuestros antepasados falleci­dos (Moisés 6:5, 8, 45-46).
    i. Consagrar nuestro tiempo, talentos y medios al Señor (D&C 42:30-34; Mosíah 2:34; D&C 58:35, 36; Omni 1:26).
    j. Desarrollar el amor puro de Cristo (caridad) (Moroni 7:47; 10:21).
    k. Guardar todas las leyes de Dios y perseverar hasta el fin (D&C 14:7; Mosíah 2:22, 41).

Resulta evidente que la persona es el centro y el propósito del plan de salvación, y que el Salvador y Sus enseñanzas son el centro de todo lo que se lleva a cabo para que la persona pueda recibir la Exaltación.

LA FAMILIA

  1. El matrimonio es ordenado por Dios como el cimiento para la relación procreadora entre el hombre y la mujer (D&C 49:15-16).
  2. El matrimonio eterno, o sellamiento, es consagrado por nuestro Padre como la relación básica en la unidad familiar eterna (D&C 131:1-4).
  3. Mediante decreto divino, el hombre y la mujer son copartícipes con Dios en proporcionar cuerpos para Sus hijos espirituales (Génesis 1:22, 28; D&.C 132:63).
  4. El Señor ha ordenado que la unidad familiar sea el recurso principal para nutrir a la persona tanto espiri­tual como temporalmente (Mosíah 4:14-15; D&G 68:25, 28; Deuteronomio 6:4, 7).
  5. Las personas reciben su exaltación como integrantes de unidades familiares (D&C 132:16-17; 128:18).
  6. Nuestro Padre Celestial ha planeado que, por medio del sacerdocio, cada unidad familiar tenga el derecho y la facultad de lograr:
    a. El matrimonio por esta vida y por la eternidad (D&C 131:1-4; 132:19-21).
    b. Ser sellados como una familia eterna [tanto los integrantes de la familia misma como los parientes lejanos) (D&C 123:18-19: 131:1-4; 132:19-21).
    c. La Exaltación (D&C 132:19-21, 37).
  7. Muchas de las responsabilidades familiares ayudan a las personas a prepararse para la Exaltación. Algunas de las más importantes son:
    a. La enseñanza de las ordenanzas y los convenios del Evangelio en el seno familiar.
    b. Enseñar los principios del Evangelio dentro de la familia (D&C 68:25-28; Efesios 6:4; Alma 39:12; D&C 93:40-50).
    c. Enseñar a los niños a orar individualmente y como familia (D&C 68:28; 3 Nefi 18:21).
    d. Proveer para las necesidades básicas de la familia (D&C 83:2, 4; 75:28; 1 Timoteo 5:8).
    e. Compartir el Evangelio como familia (Mosíah 18:8-10; D&C 52:36).
    f. Preparar a la familia para ser digna de ser sellada por esta vida y por la eternidad (D&C 88:22; 132:19).
    g. Consagrar los recursos de la familia al Señor (D&C 42:30-31; 119:l-7; 51:3).
    h. Fortalecer a los miembros de la familia en la obe­diencia de todos los mandamientos (D&C 68:25-28; 93:41-43; Proverbios 22:6).

La familia es la unidad más importante de esta vida y de la eternidad; es por medio de ella que recibimos nuestra exaltación.

LA IGLESIA

  1. Tal como nuestro Padre Celestial diseñó la unidad familiar para ayudar en la exaltación del ser humano, del mismo modo organizó la Iglesia para ayudar en la exaltación tanto de la persona como de las familias (D&C 1:17, 22, 23, 30, 36; 20:1-2, 14).
  2. La Iglesia cumple con este propósito a través de dos dimensiones, las cuales han sido diseñadas para alcan­zar una meta común:
    a. Dimensión doctrinal (principios, doctrinas, orde­nanzas).
    • El Señor dirige Su Iglesia mediante la revelación de Su voluntad y doctrina a los profetas (Amos 3:7; D&C 28:2).
    • A través del profeta viviente, Dios da Su sacerdo­cio con las llaves de autoridad para enseñar la doctrina y llevar a cabo las ordenanzas de salva­ción (D&C 84:19-21; 107:65, 67).
    b. Dimensión institucional (programas, servicios, métodos e instalaciones).
    • La institución ayuda a enseñar y a poner en prác­tica la doctrina, mediante el suministro de pro­gramas de apoyo, servicios, métodos y edificios (D&C 38:34-36; 5:4; 70:11-12; 94:14-15).
    • La institución proporciona a sus miembros una oportunidad de servir a Dios de una manera orga­nizada (D&C 59:5; 75:28-29).
  3. Las doctrinas de la Iglesia están basadas en verdades eternas que han sido reveladas. La puesta en práctica de estas doctrinas es revelada por Dios a través de Su profeta viviente (D&C 132:59, 34; 124:39).
  4. Las instituciones de la Iglesia están diseñadas para ayudar en la enseñanza de las doctrinas. Los progra­mas institucionales están sujetos a cambios y ajustes para poder satisfacer las necesidades de las personas y de las familias. Dichos cambios se realizan a través de la línea de autoridad del sacerdocio mediante la utili­zación de procedimientos prescritos (D&C 61:22; 62:5, 7-8).

Verdaderamente, la Iglesia existe para servir a la per­sona y a la familia.

TEMAS DE ATENCIÓN EN LAS PERSONAS Y LAS FAMILIAS

Para delinear de manera apropiada las funciones de la persona, la familia y la Iglesia, puede que le resulte útil la siguiente descripción de responsabilidades individuales y de las familias. Esto se ofrece para ayudar a ambas partes a seleccionar metas, establecer prioridades y obedecer los mandamientos. Se presta especial atención al ayudar a las familias a adorar, orar, compartir, servir, trabajar y diver­tirse juntos. (Esta información no tiene el propósito de ser del todo completa.)

 BIENESTAR ESPIRITUAL

  1. Poner en práctica los principios básicos del Evangelio.
    a. Ejercer fe en el Señor Jesucristo.
    b. Arrepentirse de los pecados y mantenerse dignos.
    c. Orar regularmente de manera personal y familiar.
    d. Ayunar con regularidad y según sea necesario.
  2. Escudriñar las Escrituras.
    a. Llevar a cabo un estudio diario, personal y familiar, de las Escrituras.
    b. Estudiar y cumplir con los mensajes del profeta y de las demás Autoridades Generales.
  3. Ofrecer servicio cristiano (sacrificio de tiempo, talen­tos y medios al servicio del Señor).
    a. Considerar al cónyuge y a la familia como una prioridad sagrada.
    b. Magnificar los llamamientos de la Iglesia.
    c. Ayudar en la reactivación, el hermanamiento y el fortalecimiento de aquellos que lo precisen.
  4. Prepararse y recibir las ordenanzas y las bendiciones del sacerdocio.
    a. Bendición de los niños.
    b. Bautismo.
    c. Confirmación.
    d. Ordenaciones al sacerdocio.
    e. Investidura del templo.
    f. Matrimonio por esta vida y por la eternidad.
    g. Santa Cena, para la renovación de todos los conve­nios.

 BIENESTAR TEMPORAL

  1. Mantenerse en buena condición física.
    a.  Tener una dieta equilibrada.
    b.  Dormir lo suficiente.
    c.  Realizar el ejercicio apropiado.
  2. Incrementar la autosuficiencia (preparación personal y familiar).
    a.  Mantener la independencia económica.
    • Pagar un diezmo y ofrendas íntegros.
    • Evitar los gastos innecesarios.
    • Ahorrar con regularidad.
    • Desarrollar destrezas laborales (por ejemplo, a través de la capacitación educativa o vocacional).
    b.  Proveer de las necesidades básicas.
    • Alimentos (plantar un huerto familiar).
    • Ropa.
    • Combustible.
    • Vivienda.
    • Obtener y mantener una provisión de comida y otros artículos de primera necesidad para un año.

 OBRA MISIONAL

  1. Preparar a los hijos para que sirvan una misión.
  2. Prepararse uno mismo para servir una misión.
  3. Amistar frecuentemente a alguien para que escuche el Evangelio.
  4. Brindar apoyo económico a un misionero y al Fondo General Misional de la Iglesia.

HISTORIA FAMILIAR

  1. Completar los registros personales.
    a.  Registro de grupo familiar de cuatro generaciones.
    b.  Historia personal y familiar.
  2. Participar en un programa familiar de extracción de nombres cuando se le invite.
  3. Llevar a cabo las ordenanzas del templo en la medida de lo posible.

Toda persona puede llegar a entender la declaración pro-fética del presidente Spencer W. Kimball cuando dijo: «Sólo al ver con claridad las responsabilidades de cada persona así como el papel de las familias y el hogar, podemos entender correctamente que los quórumes del sacerdocio y las orga­nizaciones auxiliares, incluso los barrios y las estacas, exis­ten principalmente para ayudar a los miembros a vivir el Evangelio en sus hogares». El presidente Kimball dijo ade­más que nuestro éxito «será determinado en gran medida por la manera fiel en que nos concentremos en vivir el Evangelio en el hogar».

 CÓMO AYUDAR A LOS PADRES A PERSEVERAR EN SUS FUNCIONES

Hace algunos años la Iglesia publicó una declaración de trece principios, la cual siempre me ha ayudado a mantener la visión de mi función como padre. Obviamente, estos mismos principios podrían aplicarse de manera general a una hermana que cría a sus hijos sin la ayuda de su esposo, o a una hermana casada con un hombre que no es miembro de la Iglesia. Estos principios tienen el propósito de ayudar a los padres a distinguir con claridad su función de la persona y de la Iglesia:

  1. La familia es una unidad eterna que suministra la base para una vida recta.
  2. El padre es la autoridad presidente en el hogar, patriarca y cabeza de familia.
  3. La madre es una buena compañera, consejera.
  4. La función de padre es inseparable de la de madre, ambos son uno, sellados por esta vida y por la eternidad.
  5. El quórum del sacerdocio está organizado para ense­ñar, inspirar y fortalecer al padre en su responsabilidad, y como tal, debe permitirle aprender su deber.
  6. Si el padre falla en su responsabilidad, el represen­tante del sacerdocio (el maestro orientador) debe trabajar con él para fortalecerlo y ayudarle a cumplir con su deber.
  7. El padre es responsable por el desarrollo y el creci­miento físico, mental, social y espiritual propio, de su esposa y de cada uno de sus hijos.
  8. Un padre no puede ser exceptuado de sus responsa­bilidades.
  9. El padre es responsable de guiar a su familia mediante su ejemplo, oraciones, amor e interés.
  10. El ejemplo de paternidad es nuestro Padre Celestial. Para saber cómo el Señor obra con Sus hijos, el cabeza de familia tendrá que saber algo del Evangelio, el gran plan del Señor.
  11. El padre debe anhelar que su familia sea bendecida. Debe acudir al Señor, meditar sobre las palabras de Dios y vivir por el Espíritu para conocer la mente y la voluntad del Señor y lo que debe hacer para guiar a su familia.
  12. La Iglesia existe para ayudar al padre a conducir a su familia de regreso a la presencia de nuestro Padre Celestial.
  13. El padre y todos los líderes solucionarán sus proble­mas a la manera del Señor.

 ADORACIÓN PERSONAL Y FAMILIAR

La misión de la Iglesia está bien definida en las Escrituras: traer a todos a Cristo mediante la proclamación del Evangelio (D&C 133:37), el perfeccionamiento de los Santos (Efesios 4:12) y la redención de los muertos (D&C 138:54). La misión de la familia también está claramente declarada en las Escrituras. El Señor ha señalado que un hombre y una mujer unidos en matrimonio llegan a ser una sola carne (Génesis 2:24), por lo que esta nueva unidad eterna debe convertirse en una familia. Cuando una pareja es sellada, tanto el hombre como la mujer llegarán a ser finalmente exaltados como dioses y tendrán una continui­dad de su familia para siempre (D&C 132:19-20).

Por tanto, los padres ayudan a sus hijos mortales a lle­gar a conocer al Padre y al Hijo, y les enseñan el camino que conduce a la vida eterna, proceso que los hijos comienzan al nacer en el convenio o al ser sellados a sus padres. La misión del Padre es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre, y los padres también participan especí­ficamente en esa misión, aunque a grandes rasgos, al esfor­zarse por enseñar a sus hijos a «seguir adelante con firmeza en Cristo… y [perseverar] hasta el fin… [para de este modo obtener] la vida eterna» (2 Nefi 31:20).

 EL ESTUDIO DE LA JUVENTUD

A medida que contemplamos el verdadero significado del hogar y la función de la persona, de la familia y de la Iglesia, bien pudiéramos preguntarnos: «De todos los debe­res, responsabilidades y mandamientos que se espera que los padres enseñen a sus hijos, ¿cuál tiene una mayor priori­dad?».

Hace algunos años, la Iglesia llevó a cabo el denominado «Un estudio de la juventud». Creo que en este estudio se encuentra la respuesta principal a qué es lo que hace que tanto las personas en forma individual como las familias se tornen al Señor. El estudio se centró exclusivamente en los jóvenes varones, pero los principios espirituales relaciona­dos con la adoración al Señor de cierto que se aplican tam­bién a las jovencitas. En el estudio se hacían algunas pregunta directas sobre lo que constituye el éxito a la hora de criar una familia, y se descubrieron cuatro efectos rela­cionados con el Evangelio, los cuales indicaban, en cierta medida, que los padres habían tenido éxito. Estos efectos eran:

          1. Ordenación al sacerdocio de Melquisedec.
          2. Servir una misión regular.
          3. Recibir la investidura del templo.
          4. Casarse en el templo.

Quizás cualquier padre cuyo hijo haya alcanzado estos cuatro efectos del Evangelio pueda sentirse, de algún modo, exitoso como tal. Al menos podría sentir que ha lanzado a su hijo al camino que conduce a la vida eterna. Puede que no haya otros efectos del Evangelio que superen a los ante­riormente mencionados.

Una vez determinados dichos efectos, cientos de jóve­nes fueron entrevistados en todos los Estados Unidos para determinar si había factores comunes que decidían el que un joven llegara a alcanzar esos efectos o no. Se entrevistó a jóvenes que habían recibido el sacerdocio, que habían ido al templo y que habían servido una misión, así como a otros jóvenes que no habían hecho tales cosas. Los resultados fue­ron sorprendentes,- los motivos eran tan simples que quizás algunos de nosotros los hemos pasado por alto.

El estudio sacó a luz que había dos factores críticos a la hora de decidir si estos jóvenes lograrían alcanzar esos efec­tos del Evangelio: la oración personal y el estudio personal de las Escrituras.

No debe sorprendernos que’ para lograr los frutos desea­dos del Evangelio, la adoración personal al Señor fuera algo preeminente. La persona que se ha vuelto por completo al Señor en la oración y ha escudriñado Sus palabras para aprender lo que Él espera que haga, es conducida de manera natural a dichos frutos. De hecho, la relación entre los fru­tos del Evangelio y la práctica regular de orar y estudiar las Escrituras presentaba un índice muy alto, unas de las correlaciones más elevadas de cualquier estudio realizado por la Iglesia.

Podemos concluir que si nuestros hijos oran y leen las Escrituras de verdad, ello puede ser la mejor certeza de que en última instancia alcanzarán los resultados antes mencio­nados.

La siguiente pregunta lógica es: «¿Qué debehacerse para que los jóvenes oren y lean las Escrituras?» En el caso de los hombres jóvenes, ¿qué era lo que les motivaba a hacer lo que hacían? Una vez más, la respuesta era tan simple que algunos de nosotros hemos estado buscando algo más com­plicado. Los factores más influyentes eran:

          1. La oración familiar.
          2. El estudio familiar de las Escrituras y la noche de hogar.
          3. Los acuerdos familiares con respecto a los valores.

Si queremos que nuestros hijos oren, debemos darles el ejemplo a través de la oración familiar. Si queremos que nuestros hijos lean las Escrituras, tienen que ver que la familia las lee. El factor de mayor efecto en el comporta­miento privado de la familia es la adoración familiar, que­riendo decir con ello que la familia debe hacer la oración familiar, debe tener el estudio familiar de las Escrituras y debe efectuar la noche de hogar habitualmente.

LA TRANSMISIÓN DE VALORES ESPIRITUALES

El tercer factor que influye en los hijos para orar y leer las Escrituras es el acuerdo sobre cómo se transmiten los valores de padres a hijos. Un ejemplo podría darse cuando su hija le pregunta: «¿Por qué somos la única familia en todo el barrio que nunca [hace tal o cual cosa] los domingos?». Usted podría verse tentado a decir: «Porque lo digo yo», o «porque lo dice la Iglesia». Pero un padre más inspirado diría: «Bueno, tú sabes que el santificar el día de reposo no es algo que hayamos inventado nosotros. Déjame enseñarte algo». Entonces podría abrir Doctrina y Convenios en la sección 59 y leer estos hermosos versículos:

Y para que más íntegramente te conserves sin mancha del mundo, irás a la casa de oración y ofre­cerás tus sacramentos en mi día santo; porque, en verdad, éste es un día que se te ha señalado para descansar de tus obras y rendir tus devociones al Altísimo; sin embargo, tus votos se ofrecerán en rectitud todos los días y a todo tiempo (versículos 9-11).

A continuación podría explicarle: «Como puedes ver, el Señor nos enseña que el domingo es un día santo, y no un día para que hagamos lo que nos plazca. Es un día para des­cansar de las labores cotidianas y «rendir [nuestras] devocio­nes al Altísimo», es decir, para ir a las reuniones de la Iglesia, participar de la Santa Cena, cumplir con nuestros deberes para con la Iglesia, y visitar a los enfermos, a los pobres y a los necesitados. Es un día consagrado al Señor, y te doy mi testimonio, querida hija, de que esto es verdad y de que el Señor nos ha bendecido enormemente al santifi­car el día de reposo. Éstas son algunas de las bendiciones que nos promete:

Y si hacéis estas cosas con acción de gracias, con corazones y semblantes alegres, no con mucha risa, porque esto es pecado, sino con corazones felices y semblantes alegres, de cierto os digo, que si hacéis esto, la abundancia de la tierra será vuestra, las bes­tias del campo y las aves del cielo, y lo que trepa a los árboles y anda sobre la tierra; sí, y la hierba y las cosas buenas que produce la tierra, ya sea para alimento, o vestidura, o casas, alfolíes, huertos, jar­dines o viñas; sí, todas las cosas que de la tierra salen, en su sazón, son hechas para el beneficio y el uso del hombre, tanto para agradar la vista como para alegrar el corazón,- sí, para ser alimento y ves­tidura, para gustar y oler, para vigorizar el cuerpo y animar el alma. Y complace a Dios haber dado todas estas cosas al hombre,- porque para este fin fueron creadas, para usarse con juicio, no en exceso, ni por extorsión (versículos 15-20).

«¿Puedes ver, hijita, que el Señor nos dio estas cosas para nuestro beneficio? Éstas son unas promesas muy her­mosas sobre el día de reposo, ¿verdad?»

Después de esto, podría compartir su testimonio diciendo: «Sé que las bendiciones del día de reposo son rea­les, y ése es el motivo por el cual lo hacemos».

Puede que entonces su hija diga: «Nunca lo entendí de ese modo, pero creo que es verdad. Gracias. Ahora puedo ver por qué debo santificar el día de reposo».

A través de esta interacción se transfiere un valor de una generación a otra, valores que suelen captarse más bien que enseñarse, a medida que los niños ven cómo son pues­tos en práctica en la familia. Si la oración familiar, la lec­tura familiar de las Escrituras y la noche de hogar, así como el compartir valores, ocupan su lugar en la familia, todos ellos tenderán a producir hombres y mujeres jóvenes que orarán y leerán las Escrituras por si mismos. De este modo lograrán resultados en el Evangelio tales como servir-misiones, recibir sus investiduras y casarse en el templo. Ello no debiera sorprendernos pues el verdadero papel de la familia es el de apoyar y fortalecer a la persona.

 INSTRUCCIONES DE LAS ESCRITURAS PARA LOS PADRES

Seguro que Moisés tenia una visión más clara de la fun­ción propia de ser padres cuando transmitió las siguientes instrucciones importantes a la casa de Israel:

Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, uno es. Y ama­rás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón,- y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.

Y las atarás como una señal en tu mano, y esta­rán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas. Cuando lehová tu Dios te haya introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob que te daría, en ciudades grandes y buenas que tú no edifi­caste, y casas llenas de todo bien, que tú no lle­naste, y cisternas cavadas que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, y luego que comas y te sacies, cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. A Jehová tu Dios temerás, y a él sólo servirás (Deuteronomio 6:4-13).

Parece obvio que el enfoque de estos versículos reside en el amor al Señor, y ése parece ser el cimiento y el secreto para criar una familia celestial. Resulta también evidente que los padres deben enseñar diligentemente la palabra del Señor a sus hijos, no en momentos formales, sino, citando el pasaje anterior, «estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes». Se desprende también que aun en esos días se escribía la palabra y la gente la llevaba consigo en sus tareas cotidianas (véase el versículo 8). Hasta ponían estos escritos en un pequeño recipiente colocado en la puerta, en el quicio o en los pos­tes (véase el versículo 9), para ayudarles a recordar al Señor.

El Señor describió las bendiciones que dio, las cuales prometió dar a Abraham, a Isaac y a Jacob, que sus casas estarían llenas de toda cosa buena, que tendrían abundan­cia de agua, de viñedos y de olivos. Entonces, el Señor hizo una gran advertencia: «Cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto… A Jehová tu Dios teme­rás, y a él sólo servirás y por su nombre jurarás».

Todos tendemos a olvidar al Señor y a no hacerle pleno partícipe de nuestras familias. El significado de estas pala­bras no puede ser mal interpretado. Ciertamente, una familia eterna debe tener su fundamento en el amor de Dios, para que el Espíritu del Señor la circunde, ya que una familia celestial, una familia eterna, sólo puede apoyarse en estos principios.

Estos conceptos han sido verdaderos a lo largo de los años. De Adán y Eva aprendemos: «Y poseyendo un len­guaje puro y sin mezcla, enseñaban a sus hijos a leer y a escribir… Por tanto, te doy el mandamiento de enseñar estas cosas sin reserva a tus hijos» (Moisés 6:6, 58).

Isaías nos dice: «Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y se multiplicará la paz de tus hijos» (Isaías 54:13).

El libro de Proverbios contiene lo que probablemente sea la instrucción mejor conocida sobre la enseñanza de los hijos: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6).

¡Qué gran responsabilidad descansa sobre los padres! Si pueden enseñar a sus hijos cuando éstos son jóvenes, inspirar­les a ser enseñados por el Señor, como dijo Isaías, realmente, cuando sean mayores no se apartarán de la verdad. De una manera que no llegamos a comprender del todo, el Espíritu del Señor es plantado en el corazón de ellos, y aunque se apar­ten de él por un momento, al final volverán, porque son hijos del convenio. El Señor ha escrito Su palabra en su corazón y en última instancia los traerá de regreso a Él.

El Libro de Mormón nos enseña el poderoso ejemplo de la mala influencia que los padres pueden tener sobre los hijos si les enseñan incorrectamente:

Debéis recordar a vuestros hijos, cómo habéis afligido sus corazones a causa del ejemplo que les habéis dado; y recordad también que por motivo de vuestra inmundicia podéis llevar a vuestros hijos a la destrucción, y sus pecados serán acumulados sobre vuestra cabeza en el postrer día (Jacob 3:10).

He aquí, habéis cometido mayores iniquidades que nuestros hermanos los lamanitas. Habéis que­brantado los corazones de vuestras tiernas esposas y perdido la confianza de vuestros hijos por causa de los malos ejemplos que les habéis dado; y los sollozos de sus corazones ascienden a Dios contra vosotros. Y a causa de lo estricto de la palabra de Dios que desciende contra vosotros, han perecido muchos corazones, traspasados de profundas heri­das (Jacob 2:35).

El poder del ejemplo bueno o malo puede tener un impacto duradero en los niños, y por ello nos ha dicho el Señor: «Pero yo os he mandado criar a vuestros hijos en la luz y la verdad» (D&C 93:40).

Las inspiradas Autoridades Generales también han hablado sobre el sagrado papel de los padres:

El Señor organizó la unidad familiar en el prin­cipio; Su intención era que el hogar fuese el centro de enseñanza, que el padre y la madre fuesen maes­tros.

El Señor estableció las familias para dar a los padres una mayor influencia sobre los hijos que cualquier otra cosa, y hay seguridad en esta manera de disponer las cosas. Se otorga a los padres el pri­vilegio, el asombroso privilegio de moldear la vida y el carácter de un niño, a pesar de la influencia que sobre él puedan ejercer elementos externos.

La paternidad lleva implícita una responsabilidad singular, pues no sólo los padres debemos inculcar cosas buenas en la mente de los hijos, sino también mantener alejado de ellos lo que sea malo. Por este motivo se nos ha advertido contra la invasión sin límites de nuestro hogar por parte de los medios de comunicación. Mientras que algunos elementos que influyen en nuestros hijos son buenos, otros no lo son. La vigilancia de los padres debe ser constante. Protejan a sus hijos de todo aquello que procura su destrucción.

Padres, ¿cómo harían frente a la prueba si su familia estuviese aislada de la Iglesia y ustedes tuvieran que proporcionar toda la instrucción reli­giosa? ¿Han llegado a ser tan dependientes de los demás que hacen poco o nada en su hogar? Díganme, ¿cuánto sabrían sus hijos del Evangelio si todo su conocimiento procediese de lo que se les enseña en casa? Piensen en ello. Repito, ¿cuánto sabrían sus hijos del Evangelio si todo su conoci­miento procediese de lo que se les enseña en casa? (Élder A. Theodore Tuttle).

Quizás todas nuestras responsabilidades como padres se puedan resumir en las siguientes tres citas de los profetas modernos:

«La obra más grande que pueden llevar a cabo se halla dentro de las paredes de su propio hogar» ¡Presidente Harold B. Lee).

«Debiéramos estar enseñando una y otra vez a los miembros, que la posición más importante de liderazgo en esta vida y en la eternidad es la de padre [y madre]» (Presidente Spencer W. Kimball).

«Ningún éxito en la vida puede compensar el fracaso en el hogar» (Presidente David O. McKay).

De este modo, al considerar la responsabilidad que el Señor ha depositado en los padres desde el principio, reco­nocemos cuán asombroso es que intentemos guiar a una familia en rectitud. ¿Puede alguien hacerlo sin la plena cola­boración y guía del Señor? Podemos ver claramente la nece­sidad de tener con nosotros el Espíritu del Señor para guiarnos o, de otro modo, no podríamos llevar esto a cabo.

En resumen, el comportamiento religioso privado ¡tal como la oración personal o el estudio personal de las Escrituras) es mucho más poderoso que la vida religiosa pública (el asistir a reuniones, clases, acontecimientos sociales, competiciones deportivas, etc.) a la hora de determinar si obtendremos o no los resultados deseados del Evangelio.

 EL PAPEL DIVINO DE LA IGLESIA

Entonces, ¿qué papel juega la Iglesia en la consecución de estos resultados? Uno muy importante de apoyo, tanto a la persona como a la familia. La Iglesia ayuda en la enseñanza de los niños sobre la oración, la lectura de las Escrituras y los valores del Evangelio, pero tiene mucha menos influen­cia sobre los jóvenes en comparación con la familia.

En algunas familias, la Iglesia es la única influencia en estos aspectos, mas no debemos dar por sentado que la Iglesia puede por sí sola enseñar a los niños a orar y a leer las Escrituras. No convierta a la Iglesia en la piedra angular de lo que espere de sus hijos. Hacerlo conllevaría mucho riesgo. Usted tiene la responsabilidad de enseñarles princi­pios correctos, con la ayuda de la Iglesia.

Algunas personas han preguntado: «¿Qué impacto tienen en los jóvenes las clases, las actividades sociales, la asisten­cia a las reuniones, las actividades deportivas, el programa Scout y demás, a la hora de obtener los resultados esperados del Evangelio?». La respuesta es que sí son de ayuda, pero tie­nen un impacto menor que el de la familia misma.

Otro elemento importante que reveló el estudio de la Iglesia es que cuando los jovencitos llegan a la edad de die­ciséis años, más o menos, un consejero adulto (normal­mente no el obispo, sino otro hombre bueno) tiene tanta influencia sobre ellos como los padres del joven. Como pro­bablemente sabrá, hay momentos en que los niños no pueden o no quieren recibir consejos de sus padres; mas un consejero adulto que pueda compartir ese mismo mensaje de los padres y ser así un «segundo testigo», puede resultar de gran ayuda, especialmente en los años finales de la ado­lescencia, al ayudar a los jóvenes a alcanzar esos frutos del Evangelio.

Estos consejeros adultos tienen mucho más potencial a la hora de conseguir dichos resultados del que tienen los amigos, los obispos, los programas de la Iglesia o aun la pro­pia familia del joven. El estudio descubrió que la edad, la educación o la ocupación de dicho consejero no eran muy importantes, que lo que realmente importaba era si el joven sentía que esa persona era confiable, respetuosa y cariñosa, características del consejero mismo.

No debemos sobrestimar ni mal interpretar la función de la Iglesia. Lo que hace la participación en la misma es reforzar los cimientos espirituales que se ponen en el hogar. Mas la mera asistencia a las actividades de la Iglesia no es el fin en sí mismo, ni garantiza que los jóvenes estén avan­zando hacia los resultados deseados. Sin embargo, si una actividad está diseñada para hacer avanzar espiritualmente a estos jóvenes hacia dichos resultados, el impacto será real, una contribución a aquello que se esté haciendo en el hogar.

Al considerar la información proporcionada por el «estudio de la juventud», podríamos preguntarnos: «Si todo lo mencionado más arriba es cierto, ¿cómo podemos ense­ñar a las familias de esta manera? ¿No puede todo ello lle­varse a cabo a través de las reuniones y actividades de la Iglesia y, más concretamente, a través de los maestros orientadores? ¿No es ésa la función divina que tienen en lo que se refiere a las personas y las familias?».

El deber de los maestros orientadores es «visitar la casa de todos los miembros, y exhortarlos a orar vocalmente, así como en secreto, y a cumplir con todos los deberes familia­res» (D&C 20:47).

Cuando pienso en este pasaje siempre me impresiona que, cuando el Señor habla acerca de los poseedores del sacerdocio y de sus visitas a los hogares de los Santos, bien podría haberles dado una larga lista de mandamientos,- pero simplemente les dijo: «Visitar la casa de todos los miembros, exhortándolos a orar vocalmente, así como en secreto, y a cumplir con todos los deberes familiares» (D&.C 20:51). Fíjese que el hincapié principal reside en que los miembros oren. La oración acercará a las personas al Señor y les inspirará a atender sus deberes familiares.

Algunos han preguntado: «¿Cuáles son esos deberes familiares?» Se ha sugerido que dichos deberes pueden encontrarse en el cumplimiento de la misión de la Iglesia de convertir personas al Señor mediante la proclamación del Evangelio, el perfeccionamiento de los Santos y la redención de los muertos, toda una enseñanza digna de meditarse. Puede que otra buena descripción se halle en el manual publicado por la Iglesia y titulado Guía para la organización familiar. Hará bien en obtener un ejemplar del mismo. El siguiente es un resumen de su contenido:

          • Celebrar la noche de hogar por lo menos una vez a la semana.
          • Tener las oraciones familiares y personales al menos dos veces al día.
          • Bendecir los alimentos (en cada comida).
          • Dedicar tiempo a las actividades familiares.
          • Estudiar las Escrituras como familia.
          • Conversar durante las comidas.
          • Hablar del Evangelio mientras se trabaja en unión.
          • Emplear las festividades y las ocasiones especiales para enseñar el Evangelio.
          • Enseñar el pago del diezmo y otras ofrendas mediante el ejemplo.
          • Enseñar el Evangelio a través de pequeños relatos antes de irse a la cama.
          • Tener entrevistas de carácter privado.

Todas estas actividades ayudan a los padres a ser verda­deros líderes espirituales en el hogar. Si los padres estuvie­ran concentrados en la oración, la lectura de las Escrituras y estas responsabilidades familiares, de seguro que tendrían éxito en criar una familia celestial.

Si los maestros orientadores, tras aconsejarse con el cabeza de la familia, pudieran ayudar en estas responsabili­dades básicas, tendrían un impacto mucho mayor al tratar de ayudar a los padres en el fortalecimiento de sus familias.

Sin duda alguna, los padres, las madres y los hijos inspira­dos les recibirían en sus hogares. Sí, los maestros orientado­res inspirados representan el papel divino de ayudar a que tanto los padres como sus familias se vuelvan más plena­mente al Señor.

La guía mencionada anteriormente describe las bendi­ciones y las ordenanzas que se pueden llevar a cabo en el hogar:

          1. Consagración del aceite.
          2. Uniones.
          3. Sellamiento de la unción.
          4. Bendiciones especiales.

 EL CONSEJO DE LOS PROFETAS VIVIENTES

Siempre me han impresionado las enseñanzas de los profetas, pues no sólo hablan a las personas que viven en su época, sino a las de la siguiente generación. Sus declaracio­nes proféticas preparan a las familias para los desafíos y los problemas que enfrentan tanto la Iglesia como el mundo.

Por ejemplo, el presidente Heber J. Grant habló tanto sobre la Palabra de Sabiduría, que la gente se preguntaba: «¿Es ése el único discurso que tiene?». Conferencia tras conferencia hablaba a los Santos sobre la importancia de obedecer la Palabra de Sabiduría. En aquellos días, algunos miembros eran bastante perezosos en lo tocante a guardar-este mandamiento, por lo que se necesitaba hacer gran hin­capié en él. Un hombre escribió al presidente Grant para decirle: «¿No tiene otro discurso? Por favor, hable de otra cosa que no sea la Palabra de Sabiduría». La respuesta del presidente Grant a su secretario fue: «Bueno, hay un hom­bre que ciertamente necesita este discurso», y en la siguiente conferencia volvió a hablar de la Palabra de Sabiduría.

¡Cuán inspirado fue el presidente Grant! Podemos ver en la actualidad el ataque que Satanás está realizando contra la Palabra de Sabiduría, pues el mundo está lleno de alcohol, tabaco y drogas. Cuán importante es que el profeta pudiera ver una generación más allá de la suya e instruir a los padres que enseñasen a sus hijos que ellos podrían estar preparados para la masacre que se iba a producir. De no haber hecho eso se habría perdido toda una generación de la Iglesia.

Piense en el presidente David O. McKay. ¿Cuál era su enseñanza principal? La importancia del hogar, de la fami­lia, del matrimonio, incluyendo el deber del esposo y de la esposa de amarse y apreciarse mutuamente. ¿Qué ocurrió en la generación siguiente? Divorcio, separación y destruc­ción de la unidad familiar. Una vez más, si los padres no hubiesen obedecido el consejo del profeta, se habría perdido toda una generación de la Iglesia.

¿Y qué hay de otro profeta del Señor que, conferencia tras conferencia, recalcaba la importancia de leer el Libro de Mormón? Ciertamente que no estaba hablando sólo a la generación de aquel momento, sino a la que vendría después. Si seguimos el consejo de ese profeta, nuestros hijos serán capaces de soportar la batalla que está a punto de venir. Tengo el sentimiento de que sólo los jóvenes que hayan sido criados con este tipo de alimento espiritual, serán capaces de soportar los vientos y los torrentes que descenderán sobre el mundo en las generaciones posteriores a la nuestra. Cuán importante es que nos aseguremos de que nuestras familias sean criadas bajo este consejo tan inspirado.

El presidente Benson dijo una vez: «Cualquier hombre que no enseñe a su familia a leer las Escrituras y a hacer lo que le ha sido mandado concerniente al Libro de Mormón, está en tan grave peligro como los hombres y mujeres que no quisieron entrar en el arca en los días de Noé». Qué con­sejo tan solemne procedente de un profeta del Señor.

De este modo podemos ver claramente que, si los padres enseñan a sus hijos estos elementos básicos relativos a la oración y a la lectura de las Escrituras, habrán abordado dos de las piedras angulares principales de la conversión al Evangelio. Estarán en un buen lugar por haber ayudado a sus familias a convertirse al Señor y a permanecer conver­tidos durante el resto de la vida.

A medida que continúe leyendo este libro, tenga a bien recordar los importantes principios de lo que significan el hogar y la familia, así como su responsabilidad ante el Señor de criar una familia en rectitud. Recuerde las verda­deras funciones de la persona, de la familia y de la Iglesia, y en especial la importancia de la adoración individual y familiar en los resultados descritos en el estudio de la juventud. Podemos criar una familia celestial sobre estos cimientos.

 CONCLUSIÓN

Finalicemos este capítulo volviendo una vez más a los inspirados principios dirigidos a los padres, que se encuen­tran en la sección 68 de Doctrina y Convenios, y alrededor de los cuales se estructura el resto de este libro:

 LOS PADRES DEBEN ENSEÑAR LA DOCTRINA DEL ARREPENTIMIENTO, LA FE EN CRISTO, EL BAU­TISMO Y EL DON DEL ESPÍRITU SANTO

«Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres. Porque ésta será una ley para los habitantes de Sión, o en cualquiera de sus estacas que se hayan organizado» (versículos 25-26).

 LOS NIÑOS DEBEN SER BAUTIZADOS Y RECIBIR LA IMPOSICIÓN DE MANOS

«Y sus hijos serán bautizados para la remisión de sus pecados cuando tengan ocho años de edad, y recibirán la imposición de manos» (versículo 27).

 LOS PADRES DEBEN ENSEÑAR A SUS HIJOS A ORAR Y A ANDAR EN RECTITUD

«Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar recta­mente delante del Señor» (versículo 28).

 SE DEBE ENSEÑARA LOS SANTOS (NIÑOS INCLUIDOS) A SANTIFICAR EL DÍA DE REPOSO

«Y los habitantes de Sión también observarán el día del Señor para santificarlo» (versículo 29).

 LOS SANTOS (NIÑOS INCLUIDOS) DEBEN TRABAJAR CON FIDELIDAD Y NO SER OCIOSOS NI CODICIOSOS

«Y en vista de que se les manda trabajar, los habitantes de Sión también han de recordar sus tareas con toda fideli­dad, porque se tendrá presente al ocioso ante el Señor. Ahora, yo, el Señor, no estoy bien complacido con los habitantes de Sión, porque hay ociosos entre ellos,- y sus hijos también están creciendo en la iniquidad,- tampoco bus­can con empeño las riquezas de la eternidad, antes sus ojos están llenos de avaricia» (versículos 30-31).

 ESTAS COSAS DEBEN SER ENSEÑADAS A TODOS LOS SANTOS (NIÑOS INCLUIDOS)

«Estas cosas no deben ser, y tienen que ser desechadas de entre ellos; por consiguiente, lleve mi siervo Oliver Cowdery estas palabras a la tierra de Sión» (versículo 32).

 LOS SANTOS (NIÑOS INCLUIDOS) DEBEN HACER SUS ORACIONES

«Y un mandamiento les doy: Quien no cumpla con sus oraciones ante el Señor en el momento debido, hágase memoria de él ante el juez de mi pueblo» (versículo 33).

ESTAS COSAS SON VERDADERAS Y FIELES PARA TODOS (NIÑOS INCLUIDOS)

«Estas palabras son verdaderas y fieles; por tanto, no las violéis, ni tampoco quitéis de ellas. He aquí, soy el Alfa y la Omega, y vengo pronto. Amén» (versículos 34-35).

Es interesante que el Señor diga en este mandamiento que los padres tienen que enseñar a sus hijos un conjunto de doctrinas antes de que sus pequeños tengan ocho años de edad o el pecado recaerá sobre la cabeza de los padres.

Siempre me ha impresionado el que tengamos que ense­ñar estas doctrinas a nuestros hijos antes de que cumplan ocho años. No es algo nimio el que Satanás no pueda tentar a los niños antes de esa edad. Quizás tenga que ver más con «un tiempo divino» y con la oportunidad de los padres para enseñar, que con otras cosas imaginables. Las doctrinas específicas que el Señor menciona son:

          • La fe en Cristo.
          • El arrepentimiento.
          • El bautismo.
          • El don del Espíritu Santo.
          • La oración.
          • El caminar rectamente delante del Señor.
          • El observar el día de reposo para santificarlo.
          • El trabajar con total dedicación, sin ser ocioso.
          • El evitar que los niños crezcan siendo inicuos o teniendo los ojos puestos en la codicia.
          • El buscar las riquezas de la eternidad.

En la conclusión del versículo 34 el Señor destaca que estas cosas son verdaderas y fieles, refiriéndose a toda la sec­ción, pero creo que también a los versículos seleccionados. Él dice, además, que no debemos violar estas cosas ni quitar de ellas. Creo que se está refiriendo a que si seguimos estos prin­cipios y los enseñamos a nuestros hijos por el Espíritu, sere­mos capaces de criar una familia celestial, por lo que el resto de este libro está principalmente edificado sobre los principios mencionados por el Señor en estos versículos clave.