Capítulo 3
Enseñe a su familia a orar
Mientras nuestra familia estaba viviendo en Montevideo, Uruguay, un día salimos a pasear en coche y pasamos por delante de un lugar donde vendían animalitos domésticos. Nuestros hijos habían estado insistiéndonos durante cierto tiempo para que comprásemos un perro, pues en Montevideo los perros podían ir sueltos, no tenían que estar atados ni encerrados. Hablamos del asunto por un rato y finalmente entramos. Nos vimos rodeados por montones de perros de todas clases. Tras echar un vistazo, finalmente encontramos una perrita de pelo rizado y dorado. Parecía ser la mascota ideal para nuestra familia. La compramos y fuimos a casa en medio de un gran alborozo y excitación.
Nuestro hijo mayor, que por aquel entonces tenía ocho años, se convirtió pronto en el cuidador del animal. La perrita respondía a todos los miembros de la familia, pero en especial a él. Le daba de comer, la sacaba a dar largos paseos, la escuchaba aullar por la noche, y hacía todas las demás cosas del orgulloso dueño de un cachorro, al que llamó Dixie. Parece que los perros existen para mover la colita y hacer feliz a la gente, pero Dixie hizo mucho más que eso, y pronto se convirtió en una parte importante de la familia.
Una tarde, al volver del trabajo, me encontré con mi hijo mayor que estaba llorando porque Dixie llevaba gran parte del día perdida y no podía encontrarla. La búsqueda se había extendido durante dos o tres horas. Mi esposa había llevado en coche a varios de nuestros hijos, quienes habían estado orando gran parte del tiempo, para buscar por el vecindario y en las calles de los alrededores. Para cuando yo llegué a casa, ellos casi habían perdido toda esperanza, ya que en la zona había un número elevado de robos y existían bastantes probabilidades de que alguien se hubiese llevado a nuestra hermosa perrita.
Sin embargo, la fe de nuestro hijo mayor no disminuyó. Me dijo entre lágrimas que había orado y orado, pero que el Señor aún no le había ayudado a encontrar a Dixie,- mas me dijo con fe y confianza: «Papá, sé que si tú oras con el resto de la familia, todos juntos en una oración familiar, nuestro Padre Celestial nos mostrará dónde está Dixie».
Mientras nos dirigíamos a la sala de estar para hacer la oración, mi propia fe necesitaba ser fortalecida. ¡Cómo oré para que el Señor le contestara a ese muchacho y fortaleciese su fe en la oración! Debido a que la situación era seria, y ya que se me daba una oportunidad para enseñar a nuestros hijos sobre el poder de la oración, cada miembro de la familia (los seis), desde el mayor hasta el más joven, oró en voz alta para que el Señor nos mostrase dónde estaba Dixie. Nuestro hijo mayor, guiado por el Espíritu, oró para que Dixie estuviese protegida allí donde se encontrase, y que si alguien se la había llevado para no devolverla, que la amase y cuidase bien de ella.
Tras la oración hablamos de la necesidad de hacer todo lo que estuviese en nuestro poder para encontrar a Dixie si esperábamos que el Señor nos ayudase. Toda la familia se subió al coche y emprendimos otra búsqueda. Cuando el coche llegó a la calle, vimos a una vecinita que corría hacia nosotros. Para nuestro gozo, venía gritando: «¡Tengo a Dixie!» La perrita había quedado atrapada en el garaje de los vecinos durante todo ese tiempo. Todos los niños la abrazaron, y mi esposa y yo sentimos mucha gratitud en nuestro corazón porque el Señor había contestado nuestras oraciones en el momento mismo en que las estábamos ofreciendo.
Cuando las cosas se tranquilizaron y llevamos a Dixie a casa, uno de los niños más pequeños habló de lo agradecido que estaba y dijo que debíamos darle gracias a nuestro Padre Celestial. Una vez más, de rodillas, toda la familia dio gracias de manera individual al Señor por haber contestado nuestras oraciones.
Aun cuando estaba contento por haber encontrado al animal perdido, me alegró mucho más el que nuestro hijo tuviese la inclinación natural de orar cuando la perrita se perdió, y que supiese que si podía hacer que toda la familia orase por algo, tal cosa acontecería.
Muchas familias creen que no es necesario orar por este tipo de pequeños problemas temporales tales como un perro perdido. Quizás piensen que la oración debiera utilizarse únicamente para los problemas serios o para asuntos meramente espirituales, pero yo creo que los pequeños incidentes como el que experimentó nuestra familia, proporcionan gran fe a los niños (y a los padres). Luego, cuando vengan los problemas mayores, sabrán cómo obtener respuestas por medio de la oración.
ENSEÑE A SUS HIJOS A ORAR
Ninguna otra enseñanza parece tener mayor efecto en los jóvenes (y en la gente no tan joven también) como la de la oración personal y la oración familiar. Ello no debiera sorprendernos, pues las Escrituras están llenas del mandato de orar. La instrucción del Señor a los padres es: «Y… enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor» (D&C 68:28).
El Señor enseñó en el Libro de Mormón: «Orad al Padre en vuestras familias, siempre en mi nombre, para que sean bendecidos vuestras esposas y vuestros hijos» (3 Nefi 18:21). ¿Y si no oramos en nuestras familias? Puede que nuestra familia no sea bendecida, al menos en la medida en que podría serlo.
Por medio del profeta José Smith, el Señor dio este consejo a uno de Sus siervos: «Newel K. Whitney, obispo de mi iglesia, también tiene necesidad de ser reprendido, y de poner en orden a su familia, y procurar que sean más diligentes y atentos en el hogar, y que oren siempre, o serán quitados de su lugar» (D&C 93:50). Evidentemente, el obispo Whitney, al igual que muchos de nosotros, no tenía su casa en buen orden en lo que orar al Señor concierne.
Una de las cosas mayores que podemos hacer por nuestros hijos es enseñarles a confiar más plenamente en el Señor por medio de la oración. Qué bendición para ellos es saber que el Señor vive y que dará respuesta a sus oraciones. Qué bendición sería saber cómo orar con Dios y cuáles son algunas de las leyes y condiciones para que reciban respuestas a sus oraciones. Tales bendiciones pueden ser lo mejor que podamos darles.
La mejor manera de que nuestros hijos aprendan a orar y a conocer el poder de la oración es llevarla a la práctica en su propia familia. Si ven que sus padres se arrodillan humildemente en oración, ellos harán lo mismo. Si ven que sus padres, al hacer frente a un problema, se vuelven de inmediato al Señor, lo mismo harán los hijos. Nuestros hijos necesitan vernos cada día dar gracias a Dios por medio de la oración. Vuelvo a decir, si los hijos ven a sus padres ser agradecidos de verdad, ellos también lo serán.
Un padre debe tomar las riendas de su casa, como patriarca, a la hora de dar el ejemplo de orar y pedir a otros miembros de la familia que oren. Puede que lo que digan al orar no sea tan importante como lo que sientan. Los hijos necesitan oír que mencionamos sus nombres cuando tengan un problema con un amigo, en la escuela o en el trabajo. Con el transcurso de los años necesitaremos orar por ellos para que sean bendecidos y sirvan una misión, y luego debemos orar con fervor cuando estén en la misión. Con esta actitud, los padres pueden orar para que todos sus hijos sirvan en el campo misional.
Soy de la opinión de que debemos enseñar a nuestros hijos a orar por las «cosas pequeñas», para que cuando tengan que orar por las cosas más importantes y que requieran una mayor fe, arrepentimiento y sacrificio por su parte, sepan cómo hacerlo. Si consiguen desarrollar la actitud, el hábito y la destreza para orar por todas las cosas, cuando necesiten una respuesta crucial, estarán preparados para obtenerla.
RESPUESTAS A LOS PROBLEMAS TEMPORALES
Otra experiencia que nuestra familia tuvo con la oración nos hizo reconocer que el Señor nos ayuda con todos nuestros problemas, tanto temporales como espirituales.
Hace un par de años, uno de mis hijos y dos de sus amigos, uno sentado en el asiento delantero y el otro en el trasero, iban en coche por una carretera en Bountiful, Utah, en dirección hacia la autopista, cuando de repente otro automóvil que iba a cierta distancia hizo un giro inesperado. El conductor del coche que iba delante de mi hijo clavó los frenos y pudo detener el coche sin mayor percance, al igual que hizo mi hijo. Pero el joven que iba detrás miraba en otra dirección y no vio que los coches que iban delante se habían detenido, por lo que chocó contra la parte trasera de nuestro viejo Honda, aplastando el parachoques y el maletero. El vidrio trasero estalló en miles de pedazos, los cuales fueron a parar al asiento de atrás del coche de mi hijo, lastimando a su amigo en la espalda y el cuello. El impacto hizo que nuestro coche chocara a su vez con el de delante, rompiendo así los faros y la parte izquierda del Honda.
Al poco rato llegó la policía. Nuestro hijo me llamó y me dirigí al lugar del accidente, donde encontré un gran revuelo. Después de tomar declaración a los implicados, la policía citó al otro conductor y nos dio autorización para manejar nuestro coche, lo cual afortunadamente pudimos hacer; y entonces nos fuimos todos, dejando el asunto en manos de las compañías aseguradoras.
Nuestro coche estuvo en el garaje durante casi una semana. No vino ningún perito, como se nos había prometido, y tras numerosas llamadas vino uno que se pasó casi dos horas examinando el coche de arriba a abajo; y a los pocos días supimos que lo había declarado siniestro total ¡No podíamos creerlo! Pensábamos que habría una manera de reparar los golpes y de pintarlos por menos de mil dólares, pero la compañía de seguros dijo que nos daría unos 3.500 dólares para comprar un coche nuevo, o una cantidad mucho menor si persistíamos en reparar el viejo.
Pasé la mayor parte del día siguiente averiguando en los concesionarios de venta de coches si la cantidad que la compañía nos había ofrecido era justa, pues a nosotros nos parecía pequeña. Encontré tres vendedores de coches que estuvieron dispuestos a confirmar que el valor de nuestro vehículo era de unos 4.500 dólares. Pedí a la compañía de seguros que se pusiera en contacto con estos vendedores y les dije que no íbamos a aceptar su oferta.
Con el paso de las semanas, la idea de que teníamos un coche destrozado en el garaje y que tendríamos que gastarnos al menos unos 1.000 dólares para comprar otro nos produjo una gran ansiedad, idea que tuvimos que descartar a la vista de nuestro presupuesto.
Durante ese tiempo llevé el coche a cuatro o cinco talleres de reparación para saber cuánto costaría arreglarlo. Dos de esos sitios dijeron que el coche estaba totalmente inservible y que no querían tener nada que ver con él. Otros dos sitios pensaban que podrían repararlo, pero el precio era tan elevado que no merecía la pena. Un hombre, muy práctico él, me dijo: «Su coche tiene 200.000 kilómetros. Sería mejor que invirtiese el dinero en otro, pues éste podría estropeársele la semana que viene y habría perdido todo el dinero».
Mi esposa y yo le dimos vueltas y vueltas al asunto día tras día, pero para empeorar las cosas, la máquina de cortar el césped se estropeó en esos mismos días y tuvimos que comprar una nueva, lo cual afectó nuestro presupuesto. Nuestras dos aspiradoras dejaron de funcionar en la misma semana, al igual que mi maquinilla de afeitar eléctrica. Las cosas iban de mal en peor. Los problemas temporales parecían haberse cebado en nosotros, algo que raras veces habíamos permitido que ocurriese.
Un par de días antes de que mi esposa se fuese durante una semana a un campamento femenino, ambos estábamos sentados en el sofá intentando decidir qué hacer. Yo no quería que se fuera antes de tomar una decisión, pues sabía que la compañía de seguros nos iba a llamar para conocer nuestra decisión. Habíamos escrito las alternativas, los pros y los contras de cada una, pero todavía seguíamos confusos. Cada alternativa parecía ser mediocre.
Al tratar el problema, fue como si se encendiera una luz. Nos preguntamos: «¿Realmente hemos preguntado al Señor?» La respuesta fue: «Sí, hemos estado orando por el problema, mas no lo hemos hecho de manera muy específica ni con verdadera intención. Hemos estado confiando demasiado en nuestra propia fuerza». Inclinamos juntos la cabeza y oramos con fervor para que el Señor nos inspirase en ese mismo momento, para que nos dijese qué hacer.
Al término de la oración, vino a mi mente el nombre de un miembro de nuestro barrio. Recordé que el día del accidente, mi hijo me había hablado de ese hermano, quien solía trabajar en un taller de reparaciones. Lo llamé por teléfono y su esposa me dijo que ya no hacía ese tipo de trabajo, pero que su hijo, que también vivía en nuestro barrio, era tan habilidoso como el padre.
Lo llamé y diez minutos más tarde estábamos en su casa, mostrándole el Honda y preguntándole qué se podía hacer. Para nuestro asombro nos dijo que el coche no estaba completamente destruido, y que con algo de trabajo y muy poco dinero, podría volver a funcionar y tener buen aspecto.
Cuando mi hijo llegó del trabajo, fuimos juntos a la casa del vecino. El joven y su padre nos enseñaron cómo doblar los salientes para volverlos a su posición original. Mi hijo escuchó con gran interés y esa misma noche él y su amigo pasaron varias horas dando martillazos a la parte trasera del maletero. Varios días más tarde, tras muchas horas de martillar, de doblar el metal y de recibir consejo de nuestro vecino, pudimos volver a dar forma al coche.
Además, yo fui en un buen número de ocasiones a comprar piezas sueltas en los talleres de repuestos usados. En el servicio técnico de Honda querían 300 dólares por una ventanilla trasera nueva, pero yo compré una de segunda mano por cincuenta y tres. El del servicio técnico quería 189 dólares por los faros, y yo los conseguí por treinta y cinco. Llevó algún tiempo buscar las piezas; de hecho, tuve que llamar a cuarenta y tres lugares para encontrar algunas de las que necesitábamos, pero valió la plena pues al final del proyecto sólo habíamos gastado 300 dólares.
Como resultado de todo ello pudimos conservar nuestro coche. No tuvimos que gastar mucho dinero para arreglarlo, ni tuvimos que poner una gran cantidad para conseguir un coche nuevo. Recibimos el dinero de la compañía de seguros y lo pusimos en el banco hasta que tuviéramos que comprar otro coche.
Mientras mi hijo y yo contemplábamos el coche recién reparado y limpio, apenas podíamos creer que casi había sido llevado a un taller de desguace. Tenía tan buen aspecto como antes del accidente y probablemente tenía el mismo valor. Verdaderamente sentíamos que el Señor nos había bendecido e inspirado, y que habíamos aprendido algunas cosas de gran valía. Estábamos tan felices con nuestro trabajo que dimos una vuelta por el vecindario, maravillándonos de nuestra buena fortuna y sintiéndonos agradecidos por todo lo que había pasado.
Le testifico que en muchos de nuestros problemas, no pedimos de manera bastante específica ni con verdadera intención. El Señor desea enormemente poder bendecirnos, pero muchos de nosotros ni siquiera se lo pedimos, por lo que no puede bendecirnos tanto como quisiera. Qué hermosas son las palabras del Señor cuando se lamenta en cuanto a esto: «Porque, ¿en qué se beneficia el hombre a quien se le confiere un don, si no lo recibe? He aquí, ni se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que le dio la dádiva» (D&C 88:33). Mas si reconocemos la mano del Señor en nuestra vida, pidiendo y recibiendo toda cosa buena de Él, entonces el Señor responderá.
Una vez más le testifico que el Señor responde a las oraciones que Sus hijos le ofrecen con fe. Él dará respuesta a cada cuestión que sea de interés para el que ora, pues Él tiene un gran amor por cada uno de Sus hijos. Es mi deseo que cada uno de nosotros ore de manera más específica y con verdadera intención, para que los cielos puedan respondernos de manera más eficaz.
El Señor nos ha mandado orar por todas las cosas, sin importar lo triviales que éstas puedan parecemos:
Por tanto, hermanos míos, Dios os conceda empezar a ejercitar vuestra fe para arrepentimiento, para que empecéis a implorar su santo nombre, a fin de que tenga misericordia de vosotros; sí, imploradle misericordia, porque es poderoso para salvar. Sí, humillaos y persistid en la oración a él.
Clamad a él cuando estéis en vuestros campos, sí, por todos vuestros rebaños.
Clamad a él en vuestras casas, sí, por todos los de vuestra casa, tanto por la mañana, como al mediodía y al atardecer.
Sí, clamad a él contra el poder de vuestros enemigos.
Sí, clamad a él contra el diablo, que es el enemigo de toda rectitud.
Clamad a él por las cosechas de vuestros campos, a fin de que prosperéis en ellas.
Clamad por los rebaños de vuestros campos para que aumenten.
Mas esto no es todo,- debéis derramar vuestra alma en vuestros aposentos, en vuestros sitios secretos y en vuestros yermos.
Sí, y cuando no estáis clamando al Señor, dejad que reposen vuestros corazones, entregados continuamente en oración a él por vuestro bienestar, así como por el bienestar de los que os rodean (Alma 34:17-27).
EL PODER DE LA ORACIÓN FAMILIAR
He preguntado a diversas familias y miembros de la Iglesia por qué no oran por las cosas mencionadas en este capítulo, y algunos se han sorprendido ante esta idea. Otros simplemente no han pensado en orar al respecto, mientras que los demás, sencillamente, ni siquiera lo han intentado. Pero los niños necesitan ver la oración puesta en práctica. Al ser testigos de lo que puede suceder gracias a la oración familiar, desarrollan la fe y el conocimiento de orar de manera individual por aquellas cosas que necesiten.
Quizás nuestro desafío más grande sea el tener de manera fiel nuestra oración familiar por la mañana y por la noche. Muchos Santos de los Últimos Días todavía no han establecido esta tradición. Cuando pregunto a las personas el motivo por el cual no hacen la oración familiar de manera regular, éstas son las razones que recibo como respuesta:
- No tenemos tiempo por la mañana.
- Todavía no hemos adquirido el hábito.
- Nuestros hijos se levantan a horas diferentes en las mañanas.
- Nuestras respectivas familias no oraban, y nosotros tampoco hemos desarrollado el hábito de hacerlo.
- Nuestros hijos no quieren hacer la oración familiar. Se resisten y, a veces, tenemos verdadera contención a la hora de orar.
- Me cuesta admitirlo, pero no creo que la oración familiar tenqa mucho efecto.
Creo que todas estas respuestas no son sino excusas o, para decirlo de manera osada, son mentiras. Es el diablo el que intenta que nosotros no oremos. Nefi enseñó este principio con mucha claridad:
Amados hermanos míos, percibo que aún estáis meditando en vuestros corazones; y me duele tener que hablaros concerniente a esto. Porque si escuchaseis al Espíritu que enseña al hombre a orar, sabríais que os es menester orar; porque el espíritu malo no enseña al hombre a orar, sino le enseña que no debe orar.
Mas he aquí, os digo que debéis orar siempre, y no desmayar; que nada debéis hacer ante el Señor, sin que primero oréis al padre en el nombre de Cristo, para que él os consagre vuestra acción, a fin de que vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas (2 Nefi 32:8-9).
Está claro que debemos orar por todas las cosas; al hacerlo, éstas serán consagradas para nuestro beneficio. Lo opuesto a esto también es verdad. Si no oramos por todas las cosas que estamos haciendo, éstas no serán consagradas para nuestro beneficio ni para el bienestar de nuestra alma. También se desprende claramente del pasaje quién es el que nos enseña a no orar. Creo que algunos de los emisarios mejor capacitados de Satanás nos ofrecen mentiras sencillas como éstas: «Estás demasiado cansado». «Puedes hacerlo mañana». «La oración no da resultado. ¿No recuerdas la ocasión en que oraste y no pasó nada?»
A mi entender, todas las excusas pueden solucionarse fácilmente si tan sólo creemos que la oración va a dar un resultado favorable, si decidimos que debemos orar, y nos ponemos de acuerdo en cuanto a cómo y cuándo lo haremos. Si estamos demasiado ocupados para orar, entonces estamos demasiado ocupados.
El tener la oración familiar por la mañana puede requerir que hagamos dos oraciones por separado, una con nuestros hijos más jóvenes y otra con los mayores. Pero la alternativa inaceptable es no orar. Si no tenemos el hábito, ya va siendo hora de adquirirlo. Si no creemos que la oración vaya a dar frutos, es hora de estar más inmersos en ella y así descubrir el poder de las grandes verdades que el Señor nos ha enseñado.
¿POR QUÉ DEBEMOS ORAR?
Quizás la razón más importante para orar sea que el Señor nos lo ha mandado. Orar es una manera de comunicarnos con nuestro Padre Celestial. Cuando Él nos envió a la tierra, nos dio la oportunidad de vivir por la fe, y una de las principales maneras de recibir instrucción, consejo y dirección es mediante la oración.
¿CUÁNDO DEBEMOS ORAR?
Las familias deben orar, sin duda alguna, por la mañana y por la noche, cada día sin falta. También se deberán ofrecer oraciones familiares en ocasiones especiales. A veces, simplemente cuando una familia siente dicha y felicidad, bien podría arrodillarse y hacer una oración. Cuando un hijo está pasando por un momento difícil, qué gran oportunidad es el poder decir: «Oremos juntos». Cuando los integrantes de una familia estén pasando por una crisis, una oración familiar especial podría ser de gran ayuda a la hora de solucionarla, a la par que estamos enseñando a los hijos a orar. Si cuando hay contención en el hogar, uno o más miembros de la familia dijera: «Hagamos una oración especial», el espíritu de contención desaparecería de inmediato, y sería reemplazado por el Espíritu del Señor.
¿SOBRE QUÉ DEBEMOS ORAR?
El Señor nos ha mandado orar por todas las cosas. Algunos piensan que sólo deben orar por asuntos graves o respecto a problemas espirituales, mas el Señor nos ha dicho que oremos por cualquier cosa de que tengamos necesidad, y que debemos asegurarnos de dar gracias a Dios por todas las cosas. Debemos orar por nuestra familia, por nuestros vecinos, por los asuntos personales, por ayuda para vencer nuestras debilidades, por ayuda en los estudios, etcétera.
¿DÓNDE DEBEMOS ORAR?
Algunas familias tienen problemas con algo tan nimio como dónde orar. Puede que todavía no hayan decidido qué lugar sería el mejor. Realmente, podemos orar en cualquier parte: en nuestro corazón, de rodillas, solos o juntos. Siempre que sea posible, los miembros de la familia deben orar tanto de manera individual como en familia. Algunas familias se arrodillan alrededor de la cama en un cuarto tranquilo, otras se arrodillan alrededor de la mesa antes de desayunar o de cenar, mientras que para otras es más sencillo orar en la sala de estar, después de haber leído juntos las Escrituras.
¿QUIÉN DEBE ORAR?
Un padre recto debe dar el ejemplo en la oración, al igual que una madre justa, pero también se deben dar amplias oportunidades de orar a cada uno de los hijos. La mayoría de las familias han descubierto que les resulta útil el que cada persona siga un turno. Incluso se puede ayudar a los más pequeños a repetir las palabras de sus padres o de un hermano mayor, para que también ellos aprendan a orar.
El tomar o seguir un turno no es un requisito. Puede que en ocasiones alguien que esté pasando por problemas necesite orar aun cuando no sea su turno. Lo importante es que todos tengan la oportunidad de orar.
A algunos padres les ayuda recordar a la familia que hay cierta persona por la cual podrían orar, o mencionan alguna otra necesidad especial de la que deban ser conscientes.
El cómo, cuándo o dónde tiene que orar una familia no es tan importante como el hecho de orar. Orar juntos con regularidad traerá grandes bendiciones a toda la familia.
UNA ORACIÓN EN BUSCA DE PAZ
Cuando uno de nuestros hijos tenía diez años, experimentaba cierta dificultad para dormir. Con frecuencia estaba tan excitado que no podía dormir en absoluto. Una noche estaba tan animado por su primer día de escuela, que llevaba cerca de hora y media en su habitación y todavía no había logrado dormir para cuando yo estaba listo para irme a la cama. Le oí llorar en su cuarto, por lo que entré para hablar con él.
Me dijo que estaba teniendo problemas y que no podía dormir. Estaba muy molesto y tenso. Le pregunté si había orado al respecto, asegurándole que nuestro Padre Celestial le ayudaría a dormir, y él me dijo: «Ya he orado cuatro veces».
Entonces le dije que el Señor no podría ayudarle a menos que él hiciese su parte, y pasé a comentarle qué era lo que podría hacer:
- Calmarse y no estar tan exaltado.
- No estar tan tenso al pensar que tenía que irse a dormir.
- Concentrarse en el hecho de que su cuerpo estaba acostado y descansando, lo cual no era tan bueno como dormir, pero sí era algo muy positivo. Si dejaba de estar tan preocupado, terminaría por quedarse dormido.
Pareció recibir bien el consejo y se calmó bastante. Me arrodillé con él para orar y ejercer mi fe con la suya en que podría dormirse rápidamente.
A la mañana siguiente nos dijo durante la lectura de las Escrituras cómo había sido contestada su oración y que el Señor verdaderamente le había ayudado a quedarse dormido de inmediato. A los cinco minutos de nuestra oración ya estaba dormido, y durmió toda la noche de un tirón.
Resulta evidente que si alguien ejerce fe, especialmente un niño pequeño o nosotros, adultos, al intentar ser como niños pequeños, los cielos nos responden. El Señor presta atención y está deseoso de bendecir a Su pueblo si le piden con fe.
Estaba agradecido al Señor por responder a nuestra oración de manera tan inmediata. Algunos pueden pensar que esto es algo pequeño, pero no lo era para mi hijo. Lo más significativo para mí era que mi hijo supo que el Señor había contestado directamente su oración.
Resulta asombroso ver cómo el Señor puede dar paz y consuelo. Cuando El contesta oraciones, generalmente lo hace a través de un sentimiento de paz a nuestra mente y a nuestro corazón. Él le dijo a Oliver Cowdery: «Si deseas más testimonio, piensa en la noche en que me imploraste en tu corazón, a fin de saber tocante a la verdad de estas cosas.
¿No hablé paz a tu mente en cuanto al asunto? ¿Qué mayor testimonio puedes tener que de Dios?» (D&C 6:22-23).
El tener paz es un gran testimonio de que el Señor ha contestado nuestras oraciones, así como cualquier otra cosa que podamos recibir. Así fue con mi hijo aquella noche.
ORACIONES PARA HALLAR UN HOGAR
Déjeme contarle otra experiencia que vivió toda la familia y que fortaleció enormemente nuestra fe en que el Señor escucha y contesta nuestras oraciones.
Cuando volvimos a casa tras haber vivido en Sudamérica, nuestra familia había aumentado de seis a ocho personas, por lo que decidimos vender nuestra pequeña casa. Al principio intentamos venderla por nuestra cuenta y luego a través de dos agencias inmobiliarias diferentes.
Aquéllos eran momentos de dificultad económica. Los intereses de las hipotecas estaban a un 20% y casi no había casas en venta. El vender nuestra casa y comprar otra parecía ser algo imposible. Algunas personas vinieron a verla, pero durante año y medio no recibimos ningún tipo de oferta concreta.
Ninguna de las agencias trajo a nadie para ver la casa, aun cuando la limpiamos muy bien para hacerla más atractiva, pusimos moqueta nueva, pintamos, etcétera. Oramos una y otra vez sobre la venta de la casa y para poder encontrar otra, mas nada parecía tener éxito.
Durante esa época encontramos una casa en venta en los límites de nuestro barrio, y luego apareció otra casa más. Llegamos a hacer una oferta a ambas casas dependiendo de la venta de la nuestra. Sin embargo, ninguna agencia quiso tomar nuestra casa a cambio, y debido a que no pudimos venderla, el trato con las otras dos casas no siguió adelante. Nos sentíamos como si todas las puertas estuviesen cerradas.
Seis meses más tarde comenzamos a tener unas fuertes impresiones respecto a tener otro hijo,- pero nos decíamos:
«¿Cómo puede ser, si ni siquiera tenemos lugar para poner al bebé, excepto en nuestra cómoda?» Aun cuando sentíamos que la casa estaba terriblemente abarrotada, decidimos ejercer la fe y tener otro hijo.
Queríamos tener una casa más grande no sólo por el tamaño de nuestra familia, sino porque queríamos tener un lugar en el cual plantar un huerto, con árboles frutales y espacio suficiente para que los jóvenes pudiesen jugar, un lugar al que pudieran traer a sus amigos. Comenzamos a considerar en serio la opción de mudarnos a otra ciudad.
Pocos meses más tarde, mi esposa y yo íbamos en dirección a otra parte de la ciudad, y le hablé de la fuerte impresión que había tenido el día antes sobre dejar de preocuparnos por mudarnos a otra ciudad, comprar una casa nueva o construirla. Le relaté un sueño que había tenido, en el cual vivíamos en una casa grande y antigua, con jardín y árboles maduros, y sentía fuertemente que nos iba a ser concedida con el tiempo. Estas impresiones parecieron tranquilizar su corazón.
Seis meses más tarde contactamos nuevamente con las agencias inmobiliarias para la venta de nuestra casa, y esta vez comenzamos a orar con verdadera intención, sabiendo que sólo estábamos a seis semanas del nacimiento del nuevo bebé. Tanto nosotros como nuestros hijos, oramos mañana, tarde y noche en las oraciones familiares y en nuestras oraciones personales, para que el Señor nos mostrarse la casa que debíamos comprar y que trajese a alguien para comprar la nuestra. La dificultad de vender nuestra casa residía en el hecho de que la teníamos en propiedad desde antes de ir a Sudamérica, y que por tal motivo no había hipoteca alguna que asumir. Además, queríamos el dinero en efectivo y en aquellos días, cuando casi nadie podía obtener un préstamo, la venta de una casa al contado parecía casi imposible. Cualquiera que tuviera esa cantidad de dinero la emplearía para comprar una parcela mucho mejor que la nuestra. Sin embargo, continuamos orando con verdadera intención durante dos o tres semanas.
Para entonces, nos llamó la atención una casa situada en una zona muy bonita de la ciudad. Había estado en venta por un par de años a través de los propietarios y tenía un gran patio con árboles frutales. Entramos y echamos un par de vistazos, y tras orar sentimos fuertemente que ésa era la casa que debíamos comprar, aunque nos sentíamos un tanto inquietos por tener que hacerlo sin haber vendido previamente nuestra vieja casa. Pero tras un poco más de oración, tomamos la determinación de tener fe y comprarla.
Comenzamos a negociar con los propietarios. Al principio decidieron incluir nuestra casa en el trato, aunque luego acordaron incluir sólo una parcela que teníamos en propiedad. Ahora estábamos realmente comprometidos, y toda nuestra familia comenzó a orar con mayor fervor para que el Señor pudiera traer a alguien que quisiera comprar nuestra casa antes de que naciera el bebé.
Parece que al Señor le gusta probarnos hasta el último minuto, y para nuestro deleite, justo antes del nacimiento de nuestro bebé, unos miembros de la Iglesia que se iban a mudar desde California vinieron a ver la casa. La esposa estaba especialmente impresionada con ella. Nos hicieron una oferta y pagaron al contado, algo casi increíble.
Sentimos que el Señor había intervenido de manera directa a causa de la fe de nuestros hijos, junto con la del resto de la familia, para ayudarnos a encontrar una casa con árboles frutales, una parcela llana (algo difícil de encontrar en una ciudad situada en una colina), con habitaciones amplias y todo el espacio que quisiéramos tanto dentro como fuera. La casa iba a proporcionarnos trabajo para los hijos y bastante terreno como para ser autosuficientes, con espacio de sobra para el nuevo bebé. ¿Qué más podríamos haber pedido?
Sin duda alguna, el Señor dará respuesta a las oraciones sinceras de una familia, sin importar su situación. Nunca debemos emplear la excusa de que no tenemos una familia normal o que nuestra familia no es del todo activa. Percibo que muchos de nosotros seguimos intentando dar solución a nuestros propios problemas espirituales, temporales o emocionales, sin acudir al Señor como debiéramos. Podemos tener casi cualquier bendición que deseemos recibir del Señor, pero debemos pedirla, y debemos hacerlo con fe.
Una familia unida en oración puede ejercer un poder espiritual real. Creo que si una familia está orando por algo que es bueno y correcto, tiene todo el derecho a creer que el Señor responderá y les bendecirá con lo que desean de Él, o aun con algo mejor, dándoles alguna indicación de por qué no pueden tener lo que quieren o haciéndoles saber que deben dejar de orar por algo que no van a recibir. Fue muy gratificador para nuestra familia el que nuestras oraciones fuesen contestadas de ese modo.
LOS PRINCIPIOS DE LA ORACIÓN
Las Escrituras nos dan un buen número de principios que, al ser obedecidos, nos ayudan a recibir respuestas a nuestras oraciones. Estos principios son:
- Humíllese (véase D&C 112:10).
- Arrodíllese para orar (véase D&C 5:24).
- Ore con fervor.
- Ore con fe, creyendo que recibirá ¡véase D&C 18:18; 29:6; Alma 32:28).
- Ore sinceramente y con un sincero deseo de corazón (véase D&C 5:24).
- Busque un lugar tranquilo para orar (véase D&C 6:22-23).
- Discipline su mente para concentrarse en la oración (véase Jacob 3:1).
- Medite, estudie sus sentimientos e ideas en su propia mente (véase D&.C 9:7-9).
- Ore de antemano por el Espíritu Santo para saber por qué orar (véase D&C 46:30).
- Utilice el poder del ayuno (véase D&C 88:76).
- Obtenga el Espíritu por la oración de fe (véase D&C 42:14).
- Confiese sus pecados; reconozca las cosas que haya hecho mal (véase D&C 5:28).
- Obedezca los mandamientos; sea digno (Mosíah 2:41).
- Despréndase de las disputas, contenciones, codicia y de todo deseo impuro (véase 4 Nefi 1:1-2; D&C 88:123).
- Prepárese para tener pruebas (véase D&C 58:3; 101:16).
- Reconozca la mano del Señor en todas las cosas (véase D&C 59:21).
- Demuestre agradecimiento (véase D¿kC 46:32).
- Permita que el Señor ilumine su mente (véase D&C 11:12-13; 6:15-16).
- Ore para conocer la voluntad de Dios. Ore para estar sujeto a Su voluntad, para conocerla de antemano (véase Romanos 8:26-28; Mateo 6:8).
- Ore por los demás, quizás mucho más de lo que ora por usted mismo (D&C 112:11-12).
- Aumente su deseo de hablar con el Señor (véase 3 Nefi 19:24; D&C 11:17).
- Céntrese en la comunicación y no tanto en la cantidad de palabras.
- Haga pausas, aguarde, escuche.
- No multiplique las palabras (véase 3 Nefi 19:34).
- Ore sin cesar (véase D&C 10:5).
- Utilice la forma familiar de la segunda persona del singular (tú, tuyo, etcétera; véase Mateo 6:9).
- Ejercítese mediante la oración (véase 2 Nefi 32:8-9).
- Sea específico. Pida de manera específica aquello que necesite (véase D&C 103:31).
- Reconozca que es usted un hijo o una hija de Dios, siervo del Señor. Ore: «Habla, porque tu siervo oye» (véase 1 Samuel 3:10).
- Ore mientras ayude a las personas: «Ábreme su corazón». «¿Cómo puedo ayudar a esta persona?». «¿Cómo puedo aligerar las cargas de esta persona?»
- Escuche intensamente durante y después de la oración.
- Ore por todas las cosas, para que el Señor las consagre para su beneficio (véase 2 Nefi 32:8-9; D&C 46:7).
Podemos aprender muchos otros principios de las Escrituras y de nuestras propias experiencias con la oración.
UNA ORACIÓN POR UN MISIONERO
Cuando era un joven misionero en Uruguay, aprendí por experiencia propia sobre el poder que pueden tener las oraciones de otras personas, a pesar de las grandes distancias. Durante mi misión tuve bastantes problemas digestivos, los cuales eran tan graves que el presidente de la misión consideró la idea de enviarme a casa. Por si fuera poco, un día mientras estaba caminando noté un fuerte dolor en el pie izquierdo. Ni siquiera pude caminar hasta la charla que mi compañero y yo teníamos planeado enseñar. Nos fuimos al médico, el cual me dijo: «Se trata de artritis, causada por el tiempo húmedo. Si puede dejar de poner peso sobre el pie durante dos o tres días, el dolor disminuirá».
Lo hice, y también recibí una bendición del sacerdocio, pero el pie no mejoró. Yo era líder de distrito, y mi distrito estaba empezando a bautizar en una ciudad en la que hacía tiempo que no había bautismos. No podía entender cómo el Señor permitía que estuviese inmovilizado esos días en los que mi distrito comenzaba a tener éxito.
Pasó una semana, luego pasaron dos y tres, y finalmente pasé un mes en cama. Seguía incapacitado, sin cambio alguno en el dolor del pie. Al final me llevaron a la casa de la misión, en la capital, donde había una mayor disponibilidad de equipos médicos.
Los rayos X mostraron que uno de los huesos del pie había estado roto y que luego se había soldado de manera incorrecta. Los médicos hablaron de romper el hueso nuevamente o darme un tratamiento eléctrico con el propósito de fusionar el hueso en la forma debida, mas cualquiera de los dos tratamientos duraría otro mes. Comencé a recibir tratamiento eléctrico dos veces al día, pero no parecía haber diferencia alguna. Ese problema, sumado a otros de salud, terminó por desanímame.
Una mañana, después de casi tres meses de luchar con aquella aflicción, me levanté de la cama para descubrir que no tenía dolor alguno en el pie. Caminé con cuidado, luego apoyé el pie del todo y terminé por correr un kilómetro con mi compañero y con el pie totalmente curado. Ni que hablar que volví a mis labores misionales de inmediato y con un gran gozo.
Pasaron dos semanas y recibí una carta de mis padres, la cual decía: «Querido hijo», seguido de uno o dos párrafos de amonestación por no haberles dicho nada de mis problemas. Decían que se habían enterado de mi situación gracias a otro misionero, amigo mío, que había escrito a casa. Mis padres me dijeron con mucho amor: «Hemos comenzado a ayunar y a orar de manera constante como familia por tu bienestar. También hemos puesto tu nombre en la lista de oración del templo y esperamos que todo ello pueda serte de ayuda».
Cuando con lágrimas en los ojos leí la carta y examiné mi diario, descubrí que había sido curado el mismo día en que mis padres escribieron la carta, el día exacto en que pusieron mi nombre en el templo y comenzaron a orar y a ejercer su fe en favor del hijo y hermano distante.
Para mí eso era una muestra clara de que la fe de los Santos, aún a pesar de una gran distancia, puede tener un impacto real en la persona que necesita ayuda. Los médicos no podían hacer nada, pero el Señor tomó parte y en un instante, en gran medida gracias a la fe de otras personas, mi pie fue curado. No hay nada imposible para el Señor, de hecho, cuanto más imposible sea una cosa tanto más parece interesarse en ella si ejercemos fe al respecto.
EL ESCUCHAR LA VOZ APACIBLE Y DELICADA
Cuando estamos intentando obtener respuestas a nuestras oraciones y ser guiados por el Señor, por cierto que debemos aprender a seguir las impresiones del Espíritu. Estas impresiones vendrán a nosotros para ayudarnos a solucionar el problema por el que estemos pasando, nos ayudarán a saber cómo debemos orar y, por qué cosas debemos orar. De hecho, las Escrituras nos dicen que debemos orar para tener el Espíritu Santo y de tal modo saber por qué cosas debemos orar: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos» (Romanos 8:26-27). Fíjese también que el Espíritu mismo intercederá por nosotros cuando oremos.
Además, las impresiones del Espíritu nos dirán cuánta fe necesitamos ejercer. Quizás recibamos impresiones acerca de aquello de lo que tenemos que arrepentimos y demás. En resumen, el Señor nos guiará a través de nuestras propias experiencias si buscamos Su guía.
Ciertamente, si oramos de manera constante, oiremos la voz del Espíritu con mayor facilidad. Debemos concentrarnos para poder oír la voz, pues más que oirse, se siente. Por este motivo, si estamos demasiado ocupados, preocupados o con nuestra sensibilidad endurecida, puede que no percibamos las palabras. Tal como Nefi les dijo a Laman y Lemuel: «Sois prontos en cometer iniquidad, pero lentos en recordar al Señor vuestro Dios. Habéis visto a un ángel; y él os habló; sí, habéis oído su voz de cuando en cuando,- y os ha hablado con una voz apacible y delicada, pero habíais dejado de sentir, de modo que no pudisteis sentir sus palabras; por tanto, os ha hablado como con voz de trueno que hizo temblar la tierra como si fuera a partirse» (1 Nefi 17:45).
En verdad la voz del Espíritu es dulce y apacible. El Libro de Mormón describe la voz del Señor de esta manera: «No era una voz de trueno, ni una voz de un gran ruido tumultuoso, mas he aquí, era una voz apacible de perfecta suavidad, cual si hubiese sido un susurro, y penetraba hasta el alma misma» (Helamán 5:30).
Para mí es muy claro que el Espíritu habla con una voz dulce y apacible, y que realmente nosotros tenemos que escuchar y confiar en poder oírla, o de otro modo no podremos hacerlo. Si queremos incrementar nuestra facilidad para oír la voz, podremos hacerlo muy bien al aprender cómo orar sin cesar. Es mi experiencia que cuanto más oremos a lo largo del día, tanto más recibiremos las impresiones que nos indicarán lo que debemos hacer.
Ciertamente he visto ese don manifestarse muchas veces en mi esposa, quien ha tenido sentimientos o impresiones respecto a cosas que nuestros hijos necesitaban. Cuando hemos seguido esas impresiones, éstas nos han conducido a experiencias adicionales de fe, llegando a veces incluso a salvar a uno de nuestros hijos de una situación que amenazaba su vida. En otras ocasiones se ha tratado de experiencias más sencillas, donde nuestros hijos habrían salido victoriosos por sí solos, pero debido a que escuchamos al Espíritu, las cosas salieron mucho mejor de lo que habrían sido de otro modo.
Una vez aprendimos una gran lección durante un viaje de Utah a Arizona. Después de la oración familiar, salimos una mañana temprano en la furgoneta y manejamos durante una hora hacia el sur de Utah, cuando de repente nos dimos cuenta de que habíamos dejado atrás la maleta que tenía toda nuestra ropa. La única alternativa que teníamos era regresar por ella, lo cual hicimos. Luego emprendimos rumbo nuevamente hacia el sur con lo cual perdimos más de dos horas. Ninguno se sentía molesto, aunque sí un poco decepcionados pues habíamos perdido parte del tiempo que íbamos a disfrutar nadando en el lago Powell. Teníamos un poco de presión adicional, ya que mi esposa y yo íbamos a tomar un avión a la mañana siguiente en Phoenix para un vuelo internacional y debíamos que llegar a tiempo.
Mi esposa conducía y, aparentemente, no se percató de que el coche llevaba puesta la segunda marcha. Cuando me llegó el turno de conducir, al cabo de pocos minutos me di cuenta de que el motor estaba recalentado. De inmediato nos hicimos a un lado del camino y afortunadamente (creo que fue más que afortunadamente), nos detuvimos al lado de un río. Podríamos haber estado en un buen número de otros lugares donde el coche se habría quemado, pero estábamos precisamente allí. Tratamos de echar un poco de agua en el conducto del radiador, pero éste se negaba a aceptarla. Sentí que no quedaba más opción que desmontar la parte superior del radiador. (Más tarde aprendí que no es posible echar agua en el radiador mientras está caliente.)
Y para que las cosas estuvieran un poco más tensas, mientras intentaba retirar la parte superior del radiador, una de mis hijas puso a funcionar el aire acondicionado, lo cual me sobresaltó. Luego, otro hijo hizo sonar el claxon accidentalmente mientras yo estaba debajo del capó, lo cual me asustó y al incorporarme me golpeé la cabeza. Tuve que dar una vuelta para no enfadarme demasiado con él. Por último, otro hijo mío lanzó una piedra a la cabeza de su hermano y le hizo llorar. Las cosas iban de mal en peor.
Finalmente logré quitar la tapa del radiador, con lo cual perdí gran parte del líquido refrigerante. Eché agua del río para llenar y enfriar el radiador, y cuando intenté hacer arrancar el motor, éste parecía estar completamente muerto. Ni siquiera se escuchaba el contacto del arranque.
Después de calmarnos, hicimos una oración para que el Señor nos salvase y que el coche volviese a funcionar. Intenté arrancar de nuevo, pero sin éxito alguno.
Justo entonces llegó un hombre con un camión, que se encontraba «casualmente por la zona», admirando el río. Él tenía unos cables para hacer una conexión, mas al ver que las luces funcionaban, desechamos la idea de que se tratase de un problema con la batería.
Finalmente dijo que nos iba a remolcar hasta la ciudad más cercana, a unos treinta minutos de distancia. Enganchó una cadena a nuestro coche y comenzó a remolcarnos colina arriba. Era difícil, pero continuó remolcándonos. De repente dijo: «¿Sabe?, he oído que no se debe remolcar un coche de transmisión automática». Entonces recordé que hay que levantar las ruedas traseras para poder hacerlo.
Le dije: «Bueno, mi hija mayor y yo iremos con usted a la ciudad y volveremos con la grúa». Aún cuando pudiéramos encontrar una grúa, este hombre no creía que podríamos conseguir que un mecánico le echase un vistazo al coche siendo sábado por la tarde.
Estábamos muy hartos de toda esta situación y teníamos la impresión de que íbamos a arruinar nuestro viaje familiar. Nos imaginamos perdiendo todo un día o dos en ese pequeño pueblo del sur de Utah. Pensé en qué podríamos hacer si tuviésemos que dormir en un hotel y perder el avión del día siguiente.
Justo cuando estábamos entrando en la ciudad, el hombre preguntó en un momento de inspiración: «¿Podríamos intentar hacer el acoplamiento de todos modos ya que estamos aquí y tengo los cables?» (No creo que el Señor pudiera darme a mí ese pensamiento porque todavía estaba enfadado por la situación. Es difícil recibir inspiración cuando uno está enfadado.)
Le respondí: «Bueno, sí, hagámoslo ya que estamos aquí». Conectamos los cables y, para nuestro asombro, la furgoneta arrancó en el momento. Dimos las gracias al hombre del camión por su gran ayuda y reanudamos el viaje.
Uno de nuestros hijos dijo inmediatamente: «Tenemos que hacer una oración para dar gracias», y así lo hicimos. Entonces, en vez de pasar todo el día y el siguiente allí, continuamos nuestro camino. Gradualmente, el motor volvió a recalentarse durante la hora siguiente hasta pasar la última colina previa a la próxima ciudad. Continuó recalentándose durante varios minutos, mas decidimos continuar. De nuevo, «afortunadamente», encontramos un mecánico honrado que nos dijo: «Pondremos líquido refrigerante». Entonces descubrió que la correa del alternador estaba rota, por lo cual la batería no había estado recargándose. Cargó la batería, puso una correa nueva y añadió el líquido refrigerante,- todo ello le llevó unos 45 minutos, y después volvimos a estar en camino.
Por seguro que nos sentimos bendecidos de que el problema fuera solucionado. Condujimos rumbo a Phoenix, donde llegamos bien entrada la noche, y nos sentimos muy agradecidos de que a la mañana siguiente pudiésemos tomar nuestro vuelo internacional.
Pregunta: Cuando nuestro coche se recalentó, ¿por qué estábamos tan cerca de un río? ¿El hombre del camión estaba allí por casualidad? ¿Tenía él los cables por mera coincidencia? ¿Fue casualidad también que el mecánico fuese honrado y tuviera la correa apropiada para nuestra furgoneta? Más importante aún, ¿por qué el primer hombre dijo: «Podríamos utilizar los cables antes de entrar en la ciudad»? De no haber hecho la pregunta, habríamos perdido un día entero o más. Esto ciertamente nos muestra que el Señor conduce a las personas de maneras muy diferentes para solucionar un problema. Él es muy amable con nosotros, incluso en los momentos en que podemos no merecerlo.
El Señor cuidó de nosotros y nos bendijo en esa experiencia; El verdaderamente contesta las oraciones, aunque Su respuesta puede estar en un primer, un segundo o un tercer nivel de bendiciones, dependiendo de la atención que prestemos y de cómo ejerzamos la fe. Las cosas habrían sido muy diferentes si el Señor no hubiese contestado las oraciones de la familia y si el hombre del camión no hubiese hecho la pregunta. Podríamos habernos quedado toda la noche en aquel pueblo, y aún tendríamos que estar agradecidos por no haber tenido que pasarla al descampado. Podríamos haber estado en un nivel inferior, sin saber jamás que el problema podría haberse solucionado allí mismo tal como sucedió, si tan sólo hubiésemos ejercido un poco más de fe. Fue una experiencia interesante.
El prestar atención a la impresión de utilizar los cables para hacer la conexión salvó nuestro vuelo internacional, nos salvó de tener que regresar a la ciudad y nos ahorró una buena cantidad de dinero,- todo ello por prestar atención a la voz dulce y apacible en cuestión de segundos.
Ciertamente, esa experiencia hizo que nuestra familia estuviera muy agradecida y dejó impresa en nosotros, una vez más, la importancia de escuchar y esperar que el Señor nos ayude. En verdad creo que en eso consiste la fe, pues el Señor dijo: «Y cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, si es justa, creyendo que recibiréis, he aquí, os será concedida «(3 Nefi 18:20).
EL ORAR POR EL PROFETA
Permítame concluir este capítulo con una última experiencia en la cual aprendí una gran lección respecto a la importancia de que nuestros hijos oren por el profeta llamándolo por su nombre. Fue una experiencia muy graciosa, pero el presidente Spencer W. Kimball nos enseñó una gran lección sobre la oración familiar durante el proceso y, en concreto, sobre el orar por las Autoridades Generales.
Era la Navidad de 1973. Se respiraba el ambiente de la algarabía típica de esas fechas, particularmente en Salt Lake City, con el programa del Coro del Tabernáculo y otras actividades que tienden a incrementar ese espíritu.
Nuestra familia estaba especialmente complacida por haber sido invitada a una recepción navideña para los empleados de la Iglesia, celebrada en la sala de reuniones del Quórum de los Doce. Mi esposa, yo y nuestro hijo mayor habíamos entrado en el cuarto intentando no parecer demasiado nerviosos mientras veíamos a las Autoridades Generales dándose la mano e intercambiando saludos navideños. Tras estrechar la mano de algunos de ellos, cada uno de nosotros tomó un vaso de refresco y unas galletas, y nos fuimos a un rincón, para no interponernos en el camino y así permitir que otros empleados tuvieran la oportunidad de hablar con los líderes de la Iglesia.
Empezábamos a sentirnos cómodos cuando de repente se abrió una puerta en la esquina en la que estábamos, y entró el élder Spencer W. Kimball, por aquel entonces Presidente del Quórum de los Doce, quien nos saludó y tomó el rostro de nuestro hijo entre sus manos para preguntarle si iba a servir una misión. Nuestro hijo contestó que sí, y el presidente Kimball le dijo que iba a ser un buen misionero, lo cual nosotros consideramos como una declaración profética que se cumpliría mediante nuestra fe y la de nuestro pequeño.
Durante la conversación, le contamos al presidente Kimball una experiencia graciosa que había tenido lugar en nuestra familia la semana anterior. Nuestros hijos habían adquirido el hábito de orar por las Autoridades Generales llamándoles por su nombre. Nuestro segundo hijo dijo al orar: «Bendice al ‘pesidente Lii’, al ‘pesidente Tañe’ y al ‘pesidente Roni’ «. Siguió con su oración y se olvidó de orar por el presidente Kimball.
El hermano mayor le susurró: «Te olvidaste al presidente Kimball», a lo que el pequeño respondió: «A él no le hace falta esta noche».
El presidente Kimball se rió con la historia, pero luego nos señaló con el dedo a mí y a mi hijo y dijo en un tono muy serio: «Dígale a su hijo que nunca vuelva a olvidarse de mí. Necesitamos las oraciones de todos los niños de la Iglesia para sostenernos. Nunca podría cumplir con todo lo que tengo que hacer de no ser por sus oraciones». Entonces volvió a decirme: «Asegúrese de que sus hijos oren por mí cada noche».
Quedamos enormemente complacidos por ese breve momento con el presidente Kimball, y aún más por la lección que nos enseñó sobre el poder de las oraciones de los niños. Sus palabras fueron literalmente las palabras del Señor, pues poco sabíamos nosotros que en cuestión de días el presidente Harold B. Lee iba a cruzar el velo en dirección al mundo de los espíritus, y que el presidente Kimball sería el nuevo presidente de la Iglesia, haciendo que las palabras que nos dirigió adquiriesen un mayor significado profético. Tras ese acontecimiento intentamos asegurarnos de que nuestros hijos siempre oraran por las Autoridades Generales y reconocieran que lo que el presidente Kimball nos había dicho era verdad: los profetas, los apóstoles, los presidentes de estaca, los obispos y los cabezas de familia, verdaderamente precisan de las oraciones de los niños. La oración de un niño basta para obtener una respuesta del cielo. Oremos, por tanto, fielmente en favor de todas las Autoridades Generales de la Iglesia; por la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce, y por todos los demás. Oremos por los presidentes de estaca y por nuestros respectivos obispos. Confío en que si lo hacemos, nuestros líderes del sacerdocio serán enormemente bendecidos, así como los integrantes de la familia que oren por los ungidos del Señor.
CONCLUSIÓN
La oración es verdaderamente uno de los pilares fundamentales de la crianza de una familia celestial. Si oramos como familia, los niños aprenderán a orar por sí mismos y entonces será más probable que sirvan una misión, que obtengan el sacerdocio y que sean investidos y sellados en el templo.
No se ha dicho mucho en este capítulo sobre la oración individual, pues, debido a su naturaleza personal, no sería apropiado compartir experiencias respecto a la oración personal en un libro como éste. Aun así, es difícil compartir muchas de estas cosas de la familia, aunque todo lo dicho sobre la oración familiar se aplica también a la oración personal, la cual establece el ejemplo de la primera.
Tampoco se ha ilustrado el ayuno de manera amplia, como debiera ser el caso. Cuando haya tiempo, las familias deben ayunar para contribuir a su preparación espiritual, ya que hay una gran fortaleza y poder en el ayuno y la oración combinados.
Debemos enseñar a nuestros hijos cómo ayunar. A medida que intentan hacer frente a sus problemas en la vida, deben ver el ejemplo de sus padres, quienes ayunan con mayor frecuencia que tan sólo el mínimo de una vez al mes que requiere la Iglesia. Los miembros de la Iglesia tienen la libertad de ayunar con la frecuencia con que sientan que lo necesitan. Siempre hemos creído importante el enseñar este principio a nuestros hijos a temprana edad, para que supieran mejor cómo resolver sus problemas con la dirección del Señor. Hemos enseñado a nuestros hijos a abstenerse de una comida desde unos meses antes de cumplir los ocho años, y ya desde el bautismo hacen un ayuno de veinticuatro horas, absteniéndose de comida y de agua. Al principio resultó ser un poco difícil para algunos de ellos, pero han aprendido el principio rápidamente y pueden emplearlo con asiduidad a lo largo de la vida.
Permítame recordarle una vez más que Satanás hará todo lo que esté a su alcance para mantenerles a usted y a su familia alejados de la oración. Intentará traer contención a la familia, hará que se olviden de orar. Él sabe bien que si de alguna manera puede debilitar o destruir el enlace espiritual entre usted y su Padre Celestial, habrá logrado su mayor objetivo.
Para finalizar y para que no haya malas interpretaciones, nuestra familia ha tenido muchos problemas y desafíos. Las cosas no siempre han sido fáciles. Sin embargo, le testifico que cuando han surgido los problemas, la oración ha sido un ingrediente principal en la solución de los mismos. La oración regular, tanto de los hijos como de los padres, nos dará soluciones inspiradas a los problemas que enfrenta la familia.
Que el Señor nos bendiga a todos para que aprendamos mejor cómo emplear la oración para cambiar nuestro corazón y hacer humilde el corazón de nuestros hijos. La clave reside en hacer que los hijos se vuelvan al Señor, y al hacerlo usted los salvará a ellos y se salvará a sí mismo.
























