Cómo criar una Familia Celestial


Capítulo 4
Enseñe a su familia mediante el estudio de las Escrituras


Nunca olvidaré la vez que estaba leyendo unos relatos del Libro de Mormón a nuestro pequeño de cinco años. Le hablé de cuando Nefi tuvo que regresar a Jerusalén para obtener las planchas, con la intención de enseñarle sobre la importancia de hacer que sus héroes sean los siervos del Señor que aparecen en las Escrituras, hombres como Nefi.

Tras leerle el relato, pensé que debía comprobar su com­prensión del mismo, así que le pregunté: «Hijo, ¿por qué crees que Nefi tuvo que volver a Jerusalén para conseguir las planchas?»

Se quedó pensando por un momento y dijo: «Bueno, papá, creo que porque tenían la ropa muy arrugada».

Me quedé boquiabierto. Ahí estaba yo hablando de las planchas de bronce, y las únicas planchas que este niño de cinco años conocía eran las de planchar. Este padre apren­dió una gran lección ese día sobre el verificar la compren­sión de las personas y ser cuidadoso en no enseñarles más allá de su nivel de entendimiento.

Pocos días después, cuando uno de mis hijos oyó el inci­dente, me dijo: «Papá, creo que sabes por qué los lamanitas siempre tenían dolor de cuello, ¿verdad?».

«¿Por qué?», le pregunté.

Su respuesta fue: «¡Porque eran gente de cerviz muy dura!».

Algunas familias parecen pensar que leer juntos las Escrituras debe ser algo tedioso y aburrido. Eso es una gran equivocación. Leer las Escrituras juntos puede ser algo divertido y edificante en muchas maneras.

 LOS BENEFICIOS DE LA LECTURA FAMILIAR DE LAS ESCRITURAS

Algunos de los grandes beneficios que emanan de la lec­tura familiar de las Escrituras son:

  1. Hallar a Jesucristo y aprender sobre Su Expiación.
  2. Aprender cómo obtener respuesta a nuestras ora­ciones.
  3. Aprender cómo ser humildes.
  4. Aprender cómo ejercer fe.
  5. Aprender cómo arrepentirse.
  6. Ayudar en el establecimiento de los valores fami­liares.
  7. Aprender a resolver los problemas de la vida.
  8. Mantener a toda la familia centrada en el Señor.

La lista podría continuar. Podemos aprender muchas cosas valiosas a través de la lectura de las Escrituras, pues verdaderamente son las instrucciones del cielo para noso­tros, que vivimos en la tierra. Si las leemos con el espíritu apropiado, el Señor nos enseñará cómo regresar a nuestro hogar celestial.

EL VALOR DE LAS PALABRAS DEL SEÑOR

¿Qué piensa el Señor sobre el valor de Sus propias pala­bras? La respuesta está en las Escrituras. Estos pasajes expli­can el propósito y el valor de Su santa palabra:

Las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer (2 Nefi 32:3).

Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para ense­ñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea per­fecto, enteramente preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3:15-17).

[Las Escrituras] leerá… él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra (Deuteronomio 17:19).

Y se darán las Escrituras, tal como se hallan en mi propio seno, para la salvación de mis escogidos (D&C 35:20).

Y orarán siempre para que yo… aclare [las Escrituras] a su entendimiento (D&C 32:4).

Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhorta­ros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo; y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas (Moroni 10:4-5).

Porque es mi voz la que os las declara,- porque os son dadas por mi Espíritu, y por mi poder las podéis leer los unos a los otros,- y si no fuera por mi poder, no podríais tenerlas. Por tanto, podéis testi­ficar que habéis oído mi voz y que conocéis mis palabras (D&C 18:35-36).

Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? (Lucas 24:32).

Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios (Romanos 10:17).

Todo aquel que quiera, puede asirse a la palabra de Dios, que es viva y poderosa, que partirá por medio toda la astucia, los lazos y las artimañas del diablo, y guiará al hombre de Cristo por un camino estrecho y angosto, a través de ese eterno abismo de miseria que se ha dispuesto para hundir a los inicuos ¡Helamán 3:29).

Cuantos de ellos… son conducidos a creer las Santas Escrituras… [son conducidos] a la fe en el Señor y al arrepentimiento, esa fe y arrepenti­miento que efectúan un cambio de corazón en ellos; por lo tanto, cuantos han llegado a ese punto, sabéis por vosotros mismos que son firmes e inmu­tables en la fe, y en aquello con lo que se les ha hecho libres (Helamán 15:7-8).

 UN PROFETA MODERNO HABLA SOBRE EL VALOR DE LAS PALABRAS DEL SEÑOR

Un profeta moderno, el presidente Ezra Taft Benson, ha explicado con frecuencia el valor de las Escrituras. Lea cui­dadosamente estas citas suyas, pues le darán una aprecia­ción nueva y más profunda del valor de la palabra del Señor:

Nosotros, [los Santos de los Últimos Días], no hemos estado utilizando el Libro de Mormón como debiéramos. Nuestros hogares no serán fuertes a menos que lo empleemos para traer a nuestros hijos a Cristo. Nuestras familias pueden verse corrompidas por las modas y las enseñanzas del mundo a menos que sepamos cómo utilizar el libro para dar a conocer y combatir la falsedad [Liahona, julio de 1975).

Utilicemos [el Libro de Mormón] como medida para juzgar lo que leemos, la música que escucha­mos, los programas que vemos y los pensamientos que tenemos (Liahona, julio de 1986).

Hijos, apoyen a sus padres en los esfuerzos de éstos por tener el estudio diario de las Escrituras. Oren por ellos del mismo modo que ellos oran por ustedes. El adversario no quiere que estudiemos las Escrituras en nuestra casa y, si puede, causará algu­nos problemas,- pero nosotros debemos perseverar (ibídem).

Les bendigo con un mayor discernimiento para juzgar entre Cristo y el anticristo. Les bendigo con un mayor poder para hacer el bien y resistir el mal. Les bendigo con una mayor comprensión del Libro de Mormón. Les prometo que desde este momento en adelante, si ustedes se nutren de sus páginas y se ciñen a sus preceptos, Dios derramará sobre cada hijo de Sión y sobre la Iglesia una bendición hasta ahora desconocida, y empezaremos a suplicar al Señor que retire la condenación, el castigo y el jui­cio. De esto doy solemne testimonio (ibídem).

No tratemos a la ligera las grandes cosas que hemos recibido de manos del Señor. Su palabra es uno de los dones más valiosos que nos ha dado. Renueven su compromiso de estudiar las Escrituras, sumérjanse en las Escrituras cada día… Léanlas con sus familias y enseñen a sus hijos a amarlas y atesorarlas. Entonces, con denuedo y en unión, busquen toda manera posible de motivar a los miembros de la Iglesia a seguir el ejemplo de ustedes (Liahona, julio de 1986).

Hay tres grandes razones por las que los Santos de los Últimos Días deben hacer del estudio del Libro de Mormón un objetivo para toda la vida

a.  Es la clave de nuestra religión
• Es la clave de nuestro testimonio de Cristo.
• Es la clave de nuestra doctrina.

b.  El Libro de Mormón fue escrito para nuestra época. Nos da un modelo a seguir para prepa­rarnos para la Segunda Venida. La mayor parte del libro se centra en unas pocas décadas pre­vias a la venida de Cristo a América. Se nos dice porqué algunas personas fueron destrui­das y otras estaban en el templo cuando Cristo vino.

c.  Nos ayuda a acercarnos más a Dios (véase Liahona, enero de 1987).

Si [los autores de Libro de Mormón] vieron nues­tra época y escogieron aquellas cosas que serían de mayor valor para nosotros, ¿no es así como debiéra­mos estudiar el Libro de Mormón? Debemos pre­guntarnos constantemente: «¿Por qué el Señor inspiró a Mormón (o a Moroni o a Alma) a incluir esto en su registro? ¿Qué lección puedo aprender de esto que me ayude a vivir en esta época?» (ibídem).

En el Libro de Mormón encontramos un modelo a seguir para prepararnos para la Segunda Venida (ibídem).

No sólo el Libro de Mormón nos enseña la ver­dad, aunque de hecho lo hace. No sólo el Libro de Mormón testifica de Cristo, aunque también lo hace. Hay algo más. Hay un poder en el libro que comenzará a fluir en la vida de ustedes desde el momento en que empiecen a estudiarlo seria­mente. Hallarán mayor poder para resistir la tentación y tendrán poder para evitar el engaño (ibídem).

Estos dos grandes libros de Escrituras de los últi­mos días [el Libro de Mormón y Doctrina y Convenios] son las revelaciones que el Dios de Israel ha dado con el propósito de recoger y prepa­rar a Su pueblo para la Segunda Venida del Señor (Véase Liahona, enero de 1987).

En la página del título del Libro de Mormón se expone que el propósito del mismo consta de tres partes: Mostrar las grandes cosas que el Señor ha hecho, enseñarnos los convenios del Señor y con­vencer tanto al judío como al gentil de que Jesús es el Cristo.

Doctrina y Convenios es el único libro del mundo que tiene un prefacio escrito por el Señor mismo (ibídem).

Debemos honrar [el Libro de Mormón] leyén­dolo, estudiándolo, viviendo sus preceptos y transformando nuestra vida en la de verdaderos seguido­res de Cristo (ibídem).

Ningún miembro de esta Iglesia puede ser aceptado en la presencia de Dios si no ha leído cuidadosa y seriamente el Libro de Mormón (ibídem).

El Libro de Mormón es el instrumento que Dios ha diseñado para inundar «la tierra como con un diluvio, a fin de recoger a [Sus] escogidos» (Moisés 7:62). Este sagrado volumen de Escrituras tiene que ser un elemento más central en nuestra predica­ción, nuestra enseñanza y nuestra obra misional (Véase Liahona, enero de 1989).

Una de las cosas más importantes que se aprenden al leer las Escrituras es cómo oír la voz del Señor comunicán­dose con nosotros. La enseñanza no sólo se recibe al leer las palabras; cuando meditamos fielmente en ellas, el Señor puede hablarnos «entre líneas». En otras palabras, puede hablarnos de nuestros problemas actuales mientras estamos leyendo las Escrituras. De hecho, el acto mismo de leerlas (sin importar qué parte leamos) parece abrir la puerta para recibir dirección del Señor si tan sólo leemos con humildad. Las Escrituras son una de las herramientas más grandes que tenemos para comunicarnos con el Señor. El élder Bruce R. McConkie me dijo una vez que había recibido más revela­ción mientras leía las Escrituras que en ninguna otra oca­sión. Le testifico que lo mismo ha ocurrido conmigo.

¿Qué padres no querrían que sus hijos aprendiesen y aplicasen los principios mencionados más arriba? Estoy seguro de que todos deseamos eso para los miembros de nuestra familia. Y, por supuesto, la mejor manera posible de enseñar esas destrezas a nuestra familia es por medio del ejemplo. Necesitamos trabajar y aprender cómo leer las Escrituras por nosotros mismos,- entonces nos hallaremos en mejor posición para enseñar a nuestra familia. Sin embargo, si no estamos seguros de cómo hacerlo, una de las mejores formas de aprender es simplemente haciéndolo.

La mejor manera de asegurarnos que nuestros hijos aprenden esas destrezas es mediante padres fieles que les vayan dando forma en la lectura familiar de las Escrituras. Si día tras día los hijos aprenden por experiencia personal a leer los pasajes, a entenderlos, a correlacionarlos, a apren­der del Señor, a creer en las normas que se enseñan y a apli­carlas en el diario vivir, cuando vivan su propia vida sabrán casi de manera automática cómo hacerlo. El Señor dijo en Doctrina y Convenios 98:16: «Procurad diligentemente hacer volver el corazón de los hijos a sus padres, y el cora­zón de los padres a sus hijos». Sí los padres quieren que el corazón de sus hijos se vuelva a ellos, y si quieren tener su corazón vuelto a sus hijos, no conozco una manera mejor de conseguirlo que por medio de la lectura familiar de las Escrituras. En ese proceso, ambas generaciones —padres e hijos— asimilan los valores del cielo y, por tanto, sus cora­zones se unen. Las promesas hechas a los padres y a los hijos antes de venir a este mundo comienzan a dar fruto en esta vida.

Los testimonios fundidos en uno por medio del amor, con el Espíritu confirmando a los padres y a los hijos el mensaje puro de los cielos, verdaderamente volverán el corazón de los padres a sus hijos y el corazón de los hijos a sus padres. Cuando los padres estudien con sus hijos, su comprensión del Evangelio, su amor y su unidad crecerán geométricamente.

El Señor es muy claro y directo respecto a nuestro estu­dio de Sus palabras. El hacerlo puede ser una de las tareas más importantes para aprender sobre el Señor y sobre cómo regresar a Él.

EXCUSAS PARA NO LEER LAS ESCRITURAS

A pesar del consejo inspirado, muchas familias de la Iglesia todavía no leen juntas las Escrituras de manera regu­lar. Al viajar a través de la Iglesia, he podido apreciar que quizás sólo entre un 10 y un 15% de los miembros leen las

Escrituras en familia. ¿Por qué ocurre esto? Al hablar con cierto número de familias, he oído cosas como:

      • Somos una familia muy ocupada.
      • Cada uno va por su lado y nunca logramos estar juntos.
      • Lo hemos intentado muchas veces y ha funcionado por algunas semanas, mas luego lo dejamos.
      • No estamos seguros de dónde empezar ni cómo hacerlo.
      • No tengo la confianza suficiente para leer las Escrituras sabiendo que tendré que explicárselas a mis hijos. Podría resultar algo embarazoso.
      • Nunca nos hemos esforzado por dar a nuestros hijos sus propios libros de Escrituras.
      • Creo que realmente nunca decidimos que quería­mos hacerlo.
      • Cuando hemos intentado leer las Escrituras juntos ha sido causa de contención.
      • Nuestros hijos se han rebelado contra ello. No les gusta leer las Escrituras.
      • Nuestros hijos se quejan de que no pueden enten­der lo que se dice en las Escrituras.

Al hablar en una ocasión a los jóvenes y a los niños de la Iglesia, el presidente Ezra Taft Benson dio un gran con­sejo sobre el estudio familiar de las Escrituras: «Hijos, apo­yen a sus padres en los esfuerzos de ellos por estudiar por extudiar las Escrituras a diario . Oren por ellos del mismo modo que ellos oran por ustedes. El adversario no quiere que estudiemos las Escrituras en el hogar y, si puede, cau­sará algunos problemas,- pero nosotros debemos perseverar».

La lista de excusas parece ser infinita. Creo que pasarí­amos un mal momento al dar cualquiera de ellas al Señor. ¿Realmente pensamos que Él diría: «Bueno, creo que lo entiendo. Está bien que no hayas leído las Escrituras?»

Algunas personas parecen tener un problema con el orgullo o con la falta de humildad. A veces tienen miedo de admitir que no entienden las Escrituras y hacen de éso la base de su decisión para no leerlas: no quieren que los demás sepan de su falta de conocimiento. Pero entonces ocurre que su progreso se detiene. Las personas deben humillarse antes de leer las palabras del Señor o no las entenderán, ni disfrutarán de ellas, ni progresarán con esa experiencia.

Creo que una de las razones principales para que las familias no tengan una lectura regular de las Escrituras es que no han decidido en el corazón que hacerlo es muy importante. No han tomado la decisión de averiguar cómo hacerlo, cueste lo que cueste. Si entendieran la importancia de esta actividad familiar, ciertamente harían todo lo que estuviese a su alcance —tanto el esposo y la esposa, como los padres sin cónyuge— para asegurarse de que esta práctica llegase a ser un firme cimiento de sus tradiciones familiares. Esta actividad puede hacer tanto o más por la exaltación de la familia como cualquier otra cosa.

EL APRENDER LOS UNOS DE LOS OTROS EN LA LECTURA DE LAS ESCRITURAS

Nunca olvidaré la ocasión en que estábamos leyendo en el Libro de Mormón sobre la importancia de tener un testi­monio. Nos detuvimos e hicimos la pregunta: «¿Hay diferen­tes tipos de testimonio?» Y hablamos sobre ello por un rato.

Entonces le pedí a la familia que se turnase para hablar de cómo sabía cada uno que el Evangelio era verdadero. Les pregunté: «¿Cómo están tan seguros de ello?» Cerramos los ojos y meditamos intensamente sobre la respuesta a la pre­gunta. Las respuestas de la familia me sorprendieron a causa de su gran variedad.

Una hija, de doce años, dijo: «Sé que el Evangelio es ver­dadero porque he visto al Señor dar respuesta a las oracio­nes. Él ha contestado las oraciones de nuestra familia, y las mías. Verdaderamente, el Señor nos contesta cuando le pre­guntamos y nos ayudará con nuestros problemas. Es por saber eso que tengo un testimonio».

Un hijo de diecisiete años dijo: «Creo que mi mayor tes­timonio es que el Señor curará a la gente por medio de las bendiciones del sacerdocio y que la fe realmente da buenos resultados». Entonces pasó a compartir un par de ejemplos que habían fortalecido su testimonio sobre estas cosas, y concluyó diciendo: «Nunca podrían convencerme de que la Iglesia no es verdadera. He visto el poder del sacerdocio en acción y sé que la fe es un poder real y eficaz».

Otro hijo, que poco tiempo atrás había vuelto de su misión, dijo: «Sé que la Iglesia es verdadera gracias al Libro de Mormón. He llegado a saber, como dijo José Smith, que ‘el Libro de Mormón [es] el más correcto de todos los libros sobre la tierra, y la clave de nuestra religión; y que un hom­bre se acercaría más a Dios al seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro’ «. Entonces habló de cómo había obtenido su testimonio mediante una revelación personal, mientras leía sobre la visita del Salvador a los nefitas.

Una hija de quince años dijo: «Sé que la Iglesia es verda­dera gracias a Jesucristo. Por sobre todo, sé que Él es el Salvador del mundo, sé que me ama, que tiene el poder de ayudarme si oro al Padre en Su nombre. He recibido un tes­timonio personal de Jesucristo y, por tanto, sé que Su Evangelio y la Iglesia son verdaderos».

Entonces mi buena esposa añadió: «Supongo que todo lo que he oído esta mañana me enseña que la Iglesia es verda­dera. Yo añadiría una cosa más: el prestar servicio a los demás. En la medida en que he vivido el Evangelio a través del servicio, he recibido testimonio tras testimonio de que estas cosas son verdaderas. Mi primer testimonio lo recibí al dirigir la música en la Escuela Dominical, cuando era pequeña. Al memorizar las palabras de los himnos y cantar­los con toda la congregación, sentía cómo el Espíritu del Señor entraba en mi corazón».

Mientras ella hablaba, yo no podía evitar pensar en la enseñanza de Jesucristo: «Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta» (Juan 7:16-17).

Esa mañana aprendí una gran lección al escuchar a los miembros de mi familia compartir cómo sabían que el Evangelio era verdadero. Me mostró que los testimonios pueden venir de maneras muy variadas, que el Espíritu tra­baja con las personas de maneras diferentes, pero que el resultado es el mismo: llegamos a saber que el Evangelio es verdadero. Todo esto me hizo pensar en el pasaje de Juan 3:8: «El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido,- mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va,- así es todo aquel que es nacido del Espíritu».

¡Qué experiencia tan selecta hubría perdido la familia Cook si esa mañana no hubiésemos estado leyendo juntos en las Escrituras sobre la importancia de los testimonios!

¿POR QUÉ DEBEMOS LEER LAS ESCRITURAS EN FAMILIA?

El Señor da muchas razones para que leamos las Escrituras y creo que éstas son válidas tanto para la per­sona como para las familias. Algunas de las bendiciones que he visto proceder de la lectura familiar de las Escrituras incluyen:

      • El leer juntos las Escrituras crea un momento de ado­ración familiar, una manera eficaz de adorar juntos a Dios.
      • La lectura de las Escrituras proporcionará un «nuevo corazón» a nuestros hijos, una de las bendiciones más importantes.
      • La lectura de las Escrituras edifica la fe entre los miembros de la familia.
      • La lectura de las Escrituras hace posible que los sier­vos del Señor que se mencionan en ellas lleguen a ser los héroes de nuestros jóvenes.
      • La lectura de las Escrituras une a las familias. Esta es una bendición maravillosa en un mundo tan atareado como el actual.
      • La lectura de las Escrituras motiva la humildad y el amor en la familia.
      • La lectura de las Escrituras ayuda a la familia a levan­tarse por la mañana y comenzar el día o, en caso de que lean de noche, les ayuda a concluir el día con una nota espiri­tual.
      • La lectura de las Escrituras proporciona un enfoque diario en Dios, en los demás y en uno mismo, ocasionando así el arrepentimiento y un deseo de cambiar.
      • La lectura de las Escrituras nos permite tener un tiempo para amar, compartir, entender y escuchar.
      • La lectura de las Escrituras da a los niños una oportu­nidad de hacer surgir algunas de las preocupaciones que tie­nen en la escuela o con sus compañeros, y hacer que se traten en familia y se relacionen con las palabras del Señor.
      • La lectura de las Escrituras promueve el intercambio de valores entre generaciones.
      • La lectura de las Escrituras proporciona la oportuni­dad de obtener y compartir el testimonio.

La lista de beneficios podría continuar. ¿Por qué, enton­ces, tantas familias tienen dificultad para leer las Escrituras? Seguramente Satanás está trabajando fuerte para evitar que lo hagan.

El presidente Benson hizo un comentario poderoso sobre el impacto que la lectura de las Escrituras puede tener en nuestra vida:

Les bendigo con un mayor deseo de inundar la tierra con el Libro de Mormón, de recoger a los escogidos de Dios de entre el mundo, aquéllos que tienen hambre de la verdad pero no saben dónde encontrarla (Liahona, julio de 1987).

El élder Marión G. Romney dijo:

Tengo muy claro que si los padres leen el Libro de Mormón fielmente y con gran regularidad en el hogar, tanto para ellos mismos como con sus hijos, el Espíritu de este gran libro llegará a impregnar nuestros hogares y a todos los que moren en ellos.

Aumentará el espíritu de reverencia, de respeto mutuo y de consideración los unos por los otros, se alejará el espíritu de contención, los padres aconsejarán a sus hijos con mayor amor y sabidu­ría, y los hijos serán más dados a escuchar y más sumisos a dicho consejo; aumentará la rectitud, la fe, la esperanza y la caridad, y el amor puro de Cristo abundará en nuestros hogares y en nuestra vida, trayendo consigo paz, dicha y felicidad [Confeience Report, abril, 1960, págs. 112-113).

No debiera sorprendernos que los siervos del Señor tes­tifiquen así del poder de las Escrituras. En su gran oración intercesora, el Señor dijo: «Santifícalos [a Sus discípulos] en tu verdad; tu palabra es verdad» (Juan 17:17).

Testifico que la lectura familiar de las Escrituras es de gran importancia.

Nuestra familia tuvo dificultades durante muchos años para leer juntos las Escrituras. Eramos firmes por unos pocos días o algunas semanas para luego volver a nuestra antigua rutina. Y lo intentábamos otra vez. Casi nunca podíamos decidir cuándo íbamos a leer juntos y no tenía­mos la entereza para hacerlo. Finalmente, mi esposa y yo ayunamos y oramos al respecto, tomamos la firme determi­nación y decidimos que la lectura de las Escrituras iba a dar comienzo a una nueva tradición de la familia Cook, que haríamos todo lo que hiciese falta y pagaríamos cualquiera que fuese el precio. Tuvimos una reunión de consejo fami­liar y tratamos el asunto con nuestros hijos. Dimos testi­monio de su importancia y sus corazones fueron tocados lo suficiente como para estar todos de acuerdo en que real­mente teníamos que hacerlo. Hablamos de cómo podríamos ponerlo en práctica y diseñamos un plan para comenzar por las mañanas.

No fue fácil. Tuvimos algunos momentos difíciles con algunos hijos que no querían levantarse o que llegaban tarde. A veces nos preguntábamos si seríamos capaces de continuar, mas lo hicimos, y nuestra familia comenzó a vel­los resultados. Tras los meses iniciales de dificultad, finalmente logramos establecerlo como una tradición familiar de los Cook.

Al escribir este libro ya han pasado diecisiete años desde que tomamos aquella decisión, y le testifico que sé que nin­guna otra cosa ha tenido un mayor impacto en nuestra fami­lia que el estar en pie casi cada mañana, orando juntos, leyendo las Escrituras, amándonos unos a otros e intentando asimilar las doctrinas de Jesucristo. Todo ello ha sido de gran beneficio para ayudarnos a criar una familia celestial.

CUÁNDO LEER LAS ESCRITURAS COMO FAMILIA

¿Cuándo debemos leer juntos las Escrituras? Para algu­nas familias la mejor manera es por la mañana temprano. De ese modo pueden hacer que sus hijos comiencen el día con un tono espiritual y prepararles para los desafíos que enfren­tarán durante el día. Si se hace lo suficientemente temprano, generalmente todos podrán estar juntos. Para otras familias el mejor momento es por la noche, alrededor de la mesa o justo antes de ir a dormir. Supongo que no importa mucho cuándo se leen las Escrituras siempre y cuando sea en un lugar habitual y a una hora determinada, para que se pueda hacer diariamente.

Algunas familias han acomodado su lectura de las Escrituras antes de la hora del seminario vespertino. El seminario, siendo tan importante como es, nunca debe tomar el tiempo dedicado a la lectura de las Escrituras por parte de la familia. Algunas familias tienen el concepto de que sus hijos ya están aprendiendo bastante de las Escrituras en la Iglesia y en seminario; pero no es así. La lectura familiar de las Escrituras tiene la prioridad. Algunas familias se han visto obligadas a tener dos estudios breves de las Escrituras (y dos oraciones familiares) para adaptarse al horario de todos sus hijos.

Para nuestra familia lo mejor es leer las Escrituras por la mañana, generalmente entre las 6:00 y las 6:30, depen­diendo de cuándo tengan que ir a la escuela nuestros hijos, y nos ocupa normalmente entre veinte y treinta minutos. El levantarse tan temprano ha sido siempre una gran bendi­ción para nuestros hijos. De hecho, uno de ellos dijo, cuando salió a servir su misión, que obedecía las reglas pero que todavía tenía que «quedarse en la cama» media hora más de lo habitual para él.

Algunas familias tienen dificultades con hijos que no quieren levantarse temprano. Cuando nuestros hijos eran jóvenes, intentamos cantarles, hacerles cosquillas, darles premios o castigarles. Hasta intentamos sacarlos de la cama. Cuando a veces uno de nuestros hijos no acudía a la lectura de las Escrituras, me encargaba de que el resto de la familia hablase durante el desayuno de lo maravilloso que había sido nuestro estudio, con la intención de que esa per­sona en concreto se sintiese mal por no haber asistido. Aunque hacíamos esto en broma, tampoco llegó a resultar, pues los hijos veían en ello una forma sutil de manipula­ción, como supongo que así era.

Una vez, una de nuestras hijas pequeñas inventó un cas­tigo consistente en que si no podíamos levantarnos por la mañana temprano para la lectura de las Escrituras, entonces era porque estábamos demasiado cansados, así que teníamos que irnos a la cama una hora antes. Este método pareció resultar por unas pocas semanas, pero antes o después papá y mamá se convirtieron en los «vigilantes» que intentaban conseguir que todos se fuesen temprano a la cama, lo cual siempre era difícil y causaba algún que otro enfado.

Pronto descubrimos que tales tácticas sólo ocasionan resentimiento y merman el espíritu de la lectura de las Escrituras en cada uno de los presentes.

Cuando los niños son pequeños, quizás se les tenga que despertar, pero nos dimos cuenta de que, a fin de tener el espíritu apropiado durante la lectura de las Escrituras, cada persona tenía que desear estar allí y no obedecer los anhe­los de mamá y papá. Así que, finalmente, compramos un despertador para cada hijo y les dimos la responsabilidad de que se levantaran y asistieran por sí mismos a la lectura de las Escrituras. Algunos de ellos nos probaron, pensando que nosotros íbamos a despertarlos de todos modos, pero no lo hicimos, y se quedaron dormidos durante la lectura de las Escrituras. Esto ocurrió así durante cierto número de días, hasta que descubrieron realmente que íbamos en serio. Si no se levantaban por ellos mismos, nosotros íbamos a seguir adelante sin ellos; así que empezaron a poner los des­pertadores y a levantarse.

Éste ha sido el gran aspecto positivo de nuestra lectura de las Escrituras. Nuestros hijos han aprendido a levantarse temprano por la mañana. Algunos jóvenes no lo aprenden hasta que salen a la misión. El despertar a los niños cada mañana les hace ser más dependientes de sus padres,- pero los jóvenes necesitan aprender a ser independientes y a con­fiar en sí mismos, así como a ser lo suficientemente disci­plinados para levantarse.

La clave para hacer que los hijos vayan a la lectura de las Escrituras es convertir ésta en una experiencia muy buena, lo suficientemente llena del Espíritu y lo bastante divertida como para que deseen estar allí y se sientan mal si no vienen. Las primeras veces que empezamos a leer juntos las Escrituras, si alguien no acudía tendría que dar expli­caciones a toda la familia. Pero más adelante, cuando ya éramos un poco más sabios, íbamos en privado y le pregun­tábamos a dicha persona si estaba enferma o si tenía cual­quier otro problema. Generalmente el niño no había oído el despertador o se había olvidado de ajustar la alarma. Si el problema continuaba, mi esposa o yo solíamos hablar con un nuestro hijo en privado, le dábamos ánimo, hablábamos con él y hacíamos algo que tocase su corazón. Nuestros hijos desarrollaron pronto el verdadero deseo de estar con su familia cada mañana.

En años recientes, gracias a que la tradición ha estado firmemente asentada, la lectura de las Escrituras se ha con­vertido en algo verdaderamente divertido, y todos quieren estar allí. Gracias a ello todos hemos aprendido mucho como familia.

DÓNDE LEER LAS ESCRITURAS

Cada familia tiene que decidir dónde va a leer las Escrituras. Algunas han intentado hacerlo alrededor de la cama de los padres,- sin embargo, la tentación de quedarse dormido es demasiado grande si se hace muy temprano por la mañana. Otras lo han hecho alrededor de la mesa del desayuno o de la cena, aunque esto hace un poco difícil el sos­tener las Escrituras y marcarlas. Otras familias han intentado leer sentadas en el suelo o ante una mesa vacía. Otras se han sentado en el sofá de la sala. Supongo que real­mente no importa dónde se haga con tal de que el ambiente sea cómodo, propicio e invite a aprender.

Durante nuestro estudio de las Escrituras hemos inten­tado enseñar a nuestros hijos a tener un lápiz rojo con el cual marcar los pasajes importantes, para correlacionar cosas, etc. Hemos intentado sentarnos alrededor de la mesa de la cocina por las mañanas, aunque para nosotros esto es un poco formal. A nuestros hijos les ha gustado más sen­tarse en el sofá con las batas puestas o arropados bajo una manta.

CÓMO REALIZAR LA LECTURA DE LAS ESCRITURAS

Una de las cosas que la familia tiene que decidir es qué van a leer. Cuando nuestra familia era más joven, descubri­mos que el Libro de Mormón es el libro de Escrituras más fácil de entender, mientras que el Antiguo Testamento parece ser el más difícil. Durante cierto número de años leímos el Libro de Mormón tres o cuatro veces hasta que nuestra familia fue creciendo en edad. Entonces comenza­mos a leer el Nuevo Testamento y la Perla de Gran Precio, y también leímos algunos de los relatos del Antiguo Testamento.

Las familias tendrán que decidir si van a estudiar el Libro de Mormón desde el principio hasta el final o si lo van a estudiar por temas. Ambas maneras han resultado ser para nosotros útiles para aprender. Tenemos por costumbre leer desde el principio hasta el final, pero nos detenemos en cual­quier lugar donde haya un concepto concreto que nos inte­rese. Entonces puede que estudiemos ese tema por algunas mañanas, utilizando la Guía Estudio de las Escrituras hasta que lo entendamos.

Tanto si nos llevara una mañana, como cinco o seis, haremos todo lo necesario para entender aquello que este­mos leyendo, sin sentirnos presionados por la necesidad de correr o de continuar a un ritmo determinado. Alguien dijo muy bien: «No debemos leer para acumular páginas». De este modo, leemos tanto por temas como siguiendo la secuencia del libro.

Hemos aprendido que es importante que cada miembro de la familia tenga sus propios libros, canónicos. A los más pequeños, especialmente, les encanta tener sus propios libros con sus nombres grabados en ellos, así como sus pro­pios marcadores, etc. Todo esto parece sumarse a la impor­tancia de las Escrituras y de su lectura. Cuando esto ocurre, los más pequeños están más dispuestos a decir «espera, me toca a mí», o «¿puedo leer otro versículo?»

Cuando leemos las Escrituras, siempre empezamos con una oración. Le pedimos al Señor que nos bendiga para que nuestro entendimiento pueda ser aumentado al leerlas. Hemos aprendido, y estoy seguro de que usted también, que no podemos leerlas como leemos cualquier otro libro. Debemos orar acerca de las Escrituras, y tenemos que humillarnos si realmente queremos entender lo que el Señor nos está diciendo. Este principio se enseña con mucha claridad en D&C 32:4, donde dice: «Y observarán lo que está escrito [en las Escrituras] y no dirán que han reci­bido ninguna otra revelación; y orarán siempre para que yo [. . .] aclare a su entendimiento [el significado de las Escrituras]».

Con el paso de los años hemos aprendido que el hacer una oración no es algo tradicional que debamos hacer. En verdad, al grado en que nos humillemos en oración y pidamos entendimiento, el Señor enriquecerá nuestra lectura de las Escrituras.

He aprendido que para llevar a cabo mi lectura personal de las Escrituras tengo que levantarme antes que mi fami­lia; si he tenido una experiencia espiritual con las Escrituras antes de reunirme con mi familia, será mucho más fácil dirigir la lectura de las mismas con el Espíritu para que cada persona pueda tener su propia experiencia espiritual.

Después de orar, generalmente pedimos a alguien que comience a leer uno o dos versículos desde el lugar en que nos detuvimos la última vez. Entonces esa persona le pide a otra, sin previo aviso, que explique lo que acaba de leer, lo cual hace que todos estemos despiertos y alerta,- esto ha demostrado ser muy eficaz a la hora de prestar un poco más de atención.

Después de que la persona ha explicado el contenido de los versículos, el lector intenta hacer al menos una pre­gunta sobre el texto para que toda la familia pueda contes­tar. El motivo de que nuestros hijos hagan una pregunta es para enseñarles cómo leer las Escrituras, para que se hagan preguntas sobre lo que leen. Estoy convencido de que las Escrituras son principalmente libros de respuestas. El pro­blema es que nosotros no conocemos las preguntas origina­les, mas si entramos en el hábito de hacer preguntas versículo tras versículo, entenderemos mucho más. He descubierto que hasta los niños pequeños son capaces de hacer buenas preguntas. De hecho, a veces hacen preguntas que realmente me sorprenden. Los padres deben ayudar a sus hijos, y ayudarse mutuamente a centrar sus preguntas en lo que la familia necesita aprender ese día. Siempre debería­mos estar pensando: «¿Qué significado tiene esto para mí?»

Al principio los niños tienden a hacer este tipo de pre­guntas: «¿Cómo se llamaba el hermano de Nefi?», pregun­tas de conocimiento; para luego hacer otras más enfocadas en los «sentimientos», como por ejemplo: «¿Cómo es que Nefi tuvo la fe para hacer eso?», o «¿Por qué Alma creyó las palabras de Abinadí? ¿Cómo pudo tener tanta fe cuando lo único que oyó fueron las palabras de Abinadí?». Y con el tiempo comienzan a hacer preguntas más importantes: «¿Cómo podemos tener una fe semejante a la de Samuel el lamanita?». Hacerse preguntas es muy importante.

Los padres también pueden hacer una o dos preguntas para dirigir la atención de los hijos hacia las partes más importantes de lo que acaban de leer. Nosotros no hemos tenido deseo alguno de leer con prisa ningún versículo en concreto. Muchas veces nos hemos parado en un versículo y lo hemos relacionado con un ejemplo de nuestra vida, o hemos compartido nuestro testimonio sobre dicho versículo. En otras ocasiones hacemos preguntas como: «¿Quién puede explicar este versículo de tal modo que se aplique a lo que vamos a hacer hoy?», o «¿Cómo te afecta a ti este versí­culo?».

Otras veces buscamos referencias en la Guía para el Estudio de las Escrituras, nos referimos a las notas a pie de página o empleamos un diccionario bíblico para obtener una mayor comprensión. Si sabemos que un versículo en concreto es importante, generalmente ayudamos a los niños a correlacionarlo con otro que pueda ayudarles más ade­lante, cuando lean por su propia cuenta. Muchas de las refe­rencias que mis hijos mayores subrayaron cuando eran jóvenes han sido de gran valor para ellos con el transcurso de los años. En más de una ocasión se han preguntado cómo llegaron estas referencias a sus libros, pues habían olvidado que sucedió durante la lectura familiar de las Escrituras.

Cuando estamos terminando una de nuestras lecturas, a veces preguntamos qué ha sido lo más importante que han aprendido esa mañana. De hecho, una pregunta mejor sería: «¿Cuál es la cosa más importante que han sentido esta mañana?». Entonces les damos la oportunidad de responder, si lo desean, y generalmente uno o dos de ellos lo hacen. A veces intentamos sacar la idea más importante y aplicarla a ese día, como el orar con más frecuencia, el ser un poco más humildes, el extender nuestra mano un poco más a los demás, etc.

Después de la lectura de las Escrituras cantamos una estrofa de un himno (muchas veces una canción de la Primaria), o pedimos a alguien que comparta un pasaje que haya memorizado. Con el curso de los años, estas activida­des han ido teniendo un gran impacto en la familia. El canto ayuda, especialmente, a tranquilizar a los más peque­ños y a que tengan un buen espíritu para orar. Cada una o dos semanas, de forma voluntaria y por decisión propia, aprendemos un nuevo pasaje de las Escrituras para compar­tir con la familia, lo cual crea un buen ambiente y permite a los padres enseñar conceptos que quizás no se hayan tocado durante la lectura de las Escrituras. Nuestros hijos han aprendido de esta manera los Artículos de Fe desde peque­ños.

Después de la canción o del pasaje de las Escrituras, invitamos a alguien a ofrecer la oración familiar, tras lo cual mi esposa y yo abrazamos a cada uno de nuestros hijos y les decimos: «Te quiero. Que tengas un buen día». Esta es una forma magnífica de dar comienzo a una mañana. En muchas ocasiones nuestro estudio de las Escrituras se extiende durante el desayuno y nos ayuda individualmente a centrarnos una vez más en el Señor al comenzar el día.

Nunca nos hemos sentido obligados a leer de acuerdo con un programa establecido, como el tener que leer un capítulo cada mañana. Siempre hemos leído unos pocos versículos, procurando la comprensión, el sentimiento y la aplicación práctica. A mi parecer, el que mis hijos amen a Alma, por ejemplo, es mucho más importante que saberse de memoria los nombres de sus hijos.

El presidente Marión G. Romney ilustró esta idea con mayor claridad. Toda vez que no tenía una asignación de la Iglesia, dormía en el jardín con su hijo, George, en una tienda de campaña en las cálidas noches de verano. Parte de esa experiencia solía incluir la lectura y el comentario de un capítulo del Libro de Mormón. Una vez, cuando George estaba enfermo y tenía que guardar cama en la litera supe­rior, el presidente Romney entró con cuidado, se acostó en la litera de abajo y se ofreció a continuar con la práctica que tanto significado tenía para ambos. George comenzó a leer en voz alta, y mientras leía, vaciló un poco. Entonces pre­gunto: «Papá, ¿alguna vez lloras cuando lees las Escrituras?».

Al presidente Romney le impresionó la pregunta y con­testó que de hecho las lágrimas acudían a sus ojos cuando el Espíritu le daba testimonio de la veracidad de lo que estaba leyendo. Y George dijo: «También yo he derramado algunas lágrimas esta noche» (véase F. Burton Howard, Marión G. Romney: His Life and Faith [Salt Lake City: Bookcraft, 1988], pág. 154).

El hermano Romney entendía la verdadera importancia de leer juntos las Escrituras.

OTRAS ACTIVIDADES PARA LA LECTURA DE LAS ESCRITURAS

A veces es necesario tener algo de variedad durante la lectura de las Escrituras, particularmente si la familia está un poco dormida o lenta para reaccionar. En tales casos podría invitar a uno de sus hijos a dar un breve discurso sobre un tema en concreto. Conceda al niño un minuto o dos para buscar algunos pasajes, y eso puede constituir la lectura de las Escrituras. A veces podrían tener concursos de búsqueda de pasajes de las Escrituras para aprender dónde se encuentran, en vez de leerlas. En ocasiones hemos trabajado para aprender dónde se encuentran los libros den­tro de cada canon de las Escrituras. Todas estas cosas nos ayudan a tener algo de variedad.

Nuestros ocho hijos han aprendido a leer el Libro de Mormón por completo durante la lectura familiar de las Escrituras, un recuerdo que permanecerá con ellos a lo largo de su vida, influyendo para bien.

En otras ocasiones hemos visto que era importante no leer las Escrituras cada mañana. A veces leíamos de lunes a viernes, y los sábados los niños dormían y le pedíamos a uno de ellos que compartiera un pensamiento espiritual o un versículo durante el desayuno. Los domingos, tras la ora­ción familiar, normalmente teníamos nuestra reunión espi­ritual y eso ocupaba el lugar de nuestra lectura de las Escrituras.

Otras veces, en vez del leer las Escrituras, mi esposa o yo compartíamos una experiencia. Quizás uno de nuestros hijos había tenido una experiencia especial la noche ante­rior y le pedíamos que la compartiese.

Después de la conferencia general y durante una o dos semanas, leíamos los discursos de las Autoridades Generales. A veces asignábamos discursos específicos a los niños para que los comentasen durante la lectura de las Escrituras, lo cual daba a cada hijo la oportunidad de apren­der más sobre un tema que necesitaban.

La lectura de los discursos de la conferencia ha sido alta­mente eficaz a la hora de enseñar la importancia de confiar en las palabras de los profetas vivientes. Generalmente no leemos todos los discursos a la familia, sino aquéllos que mejor se aplican a nuestros hijos. Esto nos ha ayudado a for­talecer a la familia de acuerdo con nuestras necesidades, así como a enseñarles más sobre la doctrina del reino.

Otro beneficio de leer las palabras de los profetas vivien­tes ha sido el proporcionar a nuestros hijos algunos héroes actuales. El contarles relatos sobre algunos de nuestros pro­fetas modernos ayuda a los niños a querer ser como ellos, una práctica que actúa en contra de la tendencia natural de algunos jóvenes de buscar héroes en el mundo, a quienes pueden desear seguir.

Algunas mañanas hemos empleado el tiempo para pla­near las vacaciones o programar el horario de un día o de una semana particularmente difícil. Cuando nuestros hijos eran más jóvenes, solíamos desfilar por la casa al son de una buena música. De vez en cuando compartíamos novedades y otras veces escuchábamos buena música o incluso hacía­mos unos quince minutos de ejercicios. También leíamos los artículos de la Sección para los jóvenes o de Amigos, la sección de la revista Liahona para los más pequeños,- las revistas de la Iglesia proporcionan muchas oportunidades para enseñar los principios del Evangelio, a la par que tenemos una lectura más ligera para los niños. A nuestros hijos siempre les ha encantado leer las revistas, especialmente la sección para los niños. Los padres pueden relacionar algunos de estos artículos con pasajes de las Escrituras.

Lo más importante de la lectura de las Escrituras es que une a la familia a la hora de aprender, amar y compartir. Si podemos centrarnos en el Señor, lograremos que todos nuestros días sean más eficaces. Siempre he considerado que una responsabilidad como padre es el dejar a mi fami­lia feliz cada vez que salgo a trabajar por la mañana, haciendo de este modo que, tanto para mi esposa como para mis hijos, sea más fácil hacer frente al nuevo día.

ALGUNAS COSAS QUE HEMOS APRENDIDO EN EL ESTUDIO FAMILIAR DE LAS ESCRITURAS

Ciertamente he llegado a creer lo que dijo Mosíah: «No habría sido posible que nuestro padre Lehi hubiese recor­dado todas estas cosas para haberlas enseñado a sus hijos, de no haber sido por la ayuda de estas planchas,- porque habiendo sido instruido en el idioma de los egipcios, él pudo leer estos grabados y enseñarlos a sus hijos, para que así éstos los enseñaran a sus hijos, y de este modo cumplie­ran los mandamientos de Dios, aun hasta el tiempo actual» (Mosíah 1:4).

¿Acaso un padre no se siente de esta manera? De no ser por las planchas, por las Escrituras mismas, nunca seríamos capaces de recordar todas las cosas que debemos enseñar a nuestros hijos. Sin embargo, cuando leemos las Escrituras de manera sistemática, todas las doctrinas se abordan en un acercamiento equilibrado,- aquellas que tienen mayor-importancia reciben mayor atención, siendo el Señor mismo el que ha organizado las prioridades del contenido. Cuán agradecido estoy por estas Escrituras,- ciertamente Mosíah dijo la verdad.

Las Santas Escrituras representan el recuerdo espiritual de la humanidad. Cuando interrumpimos nuestra relación con las Escrituras, nos negamos de manera trágica el ser conscientes de la historia espiritual que ha llegado hasta nosotros desde el principio mismo, aun desde la vida pre­mortal. Verdaderamente, las Escrituras preservan las gran­des doctrinas del reino.

CÓMO SON CONTESTADAS LAS ORACIONES

Nunca olvidaré una experiencia que tuvimos al leer-sobre el período de las guerras en Alma. Uno de mis hijos comentó: «Hemos leído muchos capítulos y no estamos aprendiendo nada de las guerras. Me pregunto por qué están ahí». Esa mañana hablamos un poco del porqué el Señor-puso ahí esos capítulos y de que vendría el día en que real­mente tendríamos que conocer algunos detalles sobre las guerras. También dijimos que había muchas joyas enterra­das en esos capítulos. Esa misma mañana comenzamos a leer el capítulo cincuenta y ocho de Alma, y por primera vez nos percatamos de estos versículos tan poderosos:

Derramamos nuestras almas a Dios en oración, pidiéndole que nos fortaleciera y nos librara de las manos de nuestros enemigos, sí, y que también nos diera la fuerza para retener nuestras ciudades, nuestras tierras y nuestras posesiones para el sos­tén de nuestro pueblo.

Sí, y sucedió que el Señor nuestro Dios nos con­soló con la seguridad de que nos libraría; sí, de tal modo que habló paz a nuestras almas, y nos conce­dió una gran fe, e hizo que en él pusiéramos la esperanza de nuestra liberación.

Y cobramos ánimo con nuestro pequeño refuerzo que habíamos recibido, y se hizo fija en nosotros la determinación de vencer a nuestros enemigos, y preservar nuestras tierras y posesiones, nuestras esposas y nuestros hijos, y la causa de nuestra libertad (Alma 58:10-12; cursiva agregada).

Del mismo modo que Satanás intenta inducirnos a hacer el mal, el Espíritu del Señor influye en nosotros para que escojamos lo correcto. Estudiemos por un momento la manera en que el Señor influye en aquellos que se humillan y oran. Él es capaz de poner sentimientos y pensamientos en sus mentes para ayudarles.

El versículo diez describe lo que deseamos cuando esta­mos padeciendo un problema: que el Señor nos fortalezca y nos libre del mal. Y, ¿cómo logramos eso? Derramando el alma a Dios en oración. Probablemente el versículo once proporciona una de las mejores descripciones de cómo el Señor nos responde, una vez más, por medio de pensamien­tos o sentimientos. Parece que Él hace estas cuatro cosas:

      1. Nos da la seguridad de que nos librará.
      2. Habla paz a nuestra alma.
      3. Nos concede una gran
      4. Hace que depositemos en Él la esperanza de nues­tra liberación.

¡Qué forma tan magnífica tiene el Señor de bendecirnos! No se limita a solucionar nuestros problemas sino que nos da seguridad, paz, fe y esperanza de que avanzaremos para solvcionar nuestros propios problemas bajo Su dirección, haciéndonos de ese modo más fuertes.

Él nos ayuda a crecer y, si continuamos con este proceso a lo largo de los años, al fin llegaremos a ser como Dios es. Los efectos de la influencia del Espíritu se describen bien en el versículo doce. Después de haber sido llenos de seguri­dad, paz, fe y esperanza, entonces cobramos ánimo y se hace fija en nosotros la determinación de vencer a nuestros enemigos, nuestros problemas y nuestros pecados. ¿De dónde vienen el ánimo y la determinación? Del Espíritu del Señor. El Señor realmente nos concede poder y fuerza adi­cionales porque nos hemos humillado y hemos buscado a Dios.

Cada vez que leo esos versículos o los enseño a otras personas, pienso en el momento en que los aprendí: durante la lectura familiar de las Escrituras.

Dos o tres años después de esa experiencia, uno de mis hijos estaba teniendo cierta dificultad para entender la res­puesta a una oración y me hacía preguntas al respecto. Yo abrí las Escrituras en Alma 58, leí esos versículos y se los expliqué. Fue como si se hubiese encendido la luz en su mente. Estaba muy animado de que esos versículos descri­biesen de manera tan perfecta sus sentimientos y le dijeran tan claramente cómo el Señor contestaba las oraciones. Entonces compartimos nuestros testimonios el uno con el otro y me dijo: «Papá, estoy sorprendido. ¿Por qué nunca has compartido este pasaje conmigo?».

Sonreí y le dije que lo había aprendido con él hacía tres años. Parecía que al menos uno de los dos lo había apren­dido y nos reímos durante un buen rato. Puede que un pasaje en concreto no nos diga mucho a menos que tenga­mos un problema o necesidad específicos y estemos buscando la respuesta. Eso fue lo que le pasó a él, porque había leído la respuesta con la familia, pero en realidad no enten­dió la pregunta, ya que no tenía una necesidad personal de conocer la respuesta.

Es difícil estar en armonía con el Espíritu día tras día. No todos nuestros momentos de lectura de las Escrituras están llenos del Espíritu, ni tenemos grandes experiencias cada mañana. Algunas mañanas son bastante rutinarias, pero al menos nuestra lectura de las Escrituras es frecuente y pasamos un buen rato juntos. Cuando tenemos problemas y carecemos del Espíritu, sugerimos a nuestra familia que cuenten las misericordias y las bendiciones que el Señor nos ha dado y, al hacerlo, muchas veces recuperamos el Espíritu. El efecto que perseguimos es reconocer la mano del Señor.

No debemos olvidar los siete principios mencionados en el capítulo dos sobre cómo invitar al Espíritu del Señor. Si las cosas van algo lentas durante la lectura de las Escrituras, considere opciones como cantar, orar juntos, compartir sus testimonios, expresarse amor unos por otros o compartir una experiencia espiritual. Todas estas cosas traerán el Espíritu del Señor de regreso a ese momento, para que la lectura de las Escrituras no se convierta en una rutina.

LA INFLUENCIA EN LOS DEMÁS POR MEDIO DE LAS ESCRITURAS

En ciertas ocasiones, cuando alguien de nuestra familia ha estado seriamente enfermo, hemos hallado gran fortaleza en leer Escrituras sobre temas como la fe, curaciones, ben­diciones del sacerdocio, etc. No conozco nada que nos haya ayudado más a ser curados y bendecidos que el leer las pala­bras del Señor.

Siempre que dudábamos de si podríamos recibir tal o cual bendición, leíamos y releíamos los registros de las curaciones en las Escrituras modernas, así como en el Nuevo Testamento. Las palabras del Señor nos fortalecían para creer que cualquier cosa es posible para el «que cree». Las Escrituras han tenido un gran impacto en nuestra familia al inculcarnos fe y confianza en el Señor más que ninguna otra cosa.

La familia de José Smith parecía entender bien este prin­cipio. La Historia de la Iglesia registra:

A pesar de las corrupciones y abominaciones de los tiempos, y del Espíritu del mal manifestado hacia nosotros en muchos lugares y entre diferentes personas respecto a nuestra creencia en el Libro de Mormón, aún así el Señor continuó con Su atento cuidado y cariñoso amor por nosotros día tras día,- y convertimos en una regla que allí donde tuviésemos una oportunidad, leyésemos un capí­tulo de la Biblia y orásemos; y estos momentos de adoración fueron fuente de una gran consolación {Histoiy ofthe Chuich 1:188-189).

Resulta evidente que losé Smith no leyó Santiago 1:5 por casualidad. Su familia le había enseñado a leer las Escrituras fielmente y a obtener respuestas de ellas. Si su familia no le hubiera enseñado la importancia de las pala­bras de Dios en la Biblia, quizás nunca las hubiese leído, no habría creído en ellas, ni hubiese tenido la experiencia de la Primera Visión. ¡Qué gran lección aprendemos de los padres del profeta José Smith, quienes le enseñaron a tener fe en las palabras del Señor! Gracias a ello, tuvo una de las más grandes visiones jamás recibidas, y con el tiempo sacó a luz más Escrituras que ningún otro profeta que haya vivido jamás.

A veces, cuando llegada la noche estábamos enfadados con alguno de nuestros hijos, éstos no querían venir a leer las Escrituras a la mañana siguiente. Recuerdo una ocasión en la que uno de ellos no se levantó para la lectura de las Escrituras. Me sentí tentado a regañarle por no haber venido, pero afortunadamente pensé que esto le haría tener malos sentimientos hacia mí y hacia la lectura de las Escrituras. Creo que se sentía triste por una experiencia negativa que había tenido con sus padres la noche anterior, cuando debió quedarse sentado en su cuarto durante media hora por haber hablado irrespetuosamente.

Sabía que se encontraba desanimado, así que antes de ir al trabajo le dije en su habitación: «Hijo, ¿qué te parece si oramos juntos? ¿Recuerdas cuando tuve un día difícil y tú oraste por mí cinco veces?».

Dijo que sí.

«Bien», le dije. «Hoy voy a hacer lo mismo por ti. Voy a orar con todo mi corazón para que tengas un día fantástico.

¿Por qué no haces tú la primera oración y luego oro yo?». Esta manera de hablar ablandó por completo su corazón y cambió sus sentimientos por el resto del día. El hecho de que supiese que yo iba a orar por él significó mucho para él.

Oré por él seis o siete veces a lo largo de ese día, y cuando volví a casa, la primera cosa que le pregunté fue: «Hijo, ¿cómo te fue hoy?».

El contestó: «Fenomenal. Ha sido uno de los mejores días que he tenido».

No sólo le había ido muy bien en la escuela, sino que cuando volvió a casa quería limpiar y ayudar a su madre. Todo estaba ordenado. Eso me dio una oportunidad de vol­ver a enseñar la idea de que realmente el Señor nos ayudará si nosotros le oramos. No me sorprendió que, cuando se lev­antó a la mañana siguiente, se preparase para venir a la lec­tura de las Escrituras sin decirle nada.

Sea cuidadoso cuando sus hijos muestren resistencia hacia las cosas espirituales, como el acudir a la lectura de las Escrituras u orar, para no meter la Iglesia ni el Evangelio de por medio. Si los padres dicen algo como «vas a ofender al Señor», o «la Iglesia nos enseña tal o cual cosa», pueden hacer que sus hijos lleguen a rechazar la Iglesia o el Evangelio por el mero hecho de salir victoriosos de la discu­sión. Ellos no tienen verdadera intención de hacerlo, pero los padres actúan de manera tal que no les dan otra alterna­tiva, por lo que acaban tomándola.

A veces uno de nuestros hijos decía: «No voy a la Iglesia», o «no sé si creo en esto o en aquello». En vez de intentar discutir o defender la Iglesia, solíamos decir: «Bueno, tienes que buscar el Espíritu del Señor para decidir lo correcto. No voy a discutir contigo sobre la Iglesia o el ir a las reuniones, pues no tienen nada que ver con el asunto. Esto es algo entre tú y el Señor. Estamos hablando de cosas que son buenas, y si quieres volver tu corazón al Señor y hablar con Él, sabrás por ti mismo». En otras palabras, no permita que el tema de la Iglesia surja en una discusión entre usted y sus hijos. Si lo hace, usted y ellos pueden salir perdiendo y, ciertamente, la Iglesia perderá de toda forma. Algunos padres se preguntan si es más importante ir a la escuela y a otras actividades con los hijos que leer juntos las Escrituras. Obviamente, ambas cosas son importantes, pero no hay duda alguna respecto a las prioridades. Puede que algunos padres sean muy buenos para ir a acampar y a pescar, pero por otro lado tal vez no hagan nada con las Escrituras. Yo pienso que muchos de los problemas que tenemos al criar nuestras familias se pueden eliminar si se da participación a los hijos en las Escrituras. Si tiene que escoger entre leer el Libro de Mormón con su familia o dedicarse a otras actividades, recuerde que todas las acampadas, excursiones de pesca o actividades deportivas jamás podrán reemplazar lo que se puede obtener de las Escrituras. Aunque se puede aprender mucho de las diferentes activi­dades, el estudio de la palabra del Señor tiene consecuencias eternas.

LAS ESCRITURAS NOS DAN PAZ Y ALEJAN EL MAL

Las Escrituras pueden consolarnos, darnos paz e incluso alejar el mal de nosotros, si las leemos con humildad. Un amigo mío me contó una experiencia que tuvo tras un duro día de trabajo durante un viaje de negocios. Encendió la televisión de la habitación del hotel y ésta es la historia que me contó:

Dediqué unos minutos a ver un programa sobre un gran humorista, tras lo cual empezó una pelí­cula interesante. Por desgracia, en la película había una escena mala. Probablemente debí haber apa­gado el televisor, mas sintiendo que realmente tenía que distraerme, continué viéndola. Entonces se sucedieron una serie de malas escenas. La pelí­cula tenía un argumento excelente, pero también tenía estas partes malas.

Después de apagar el televisor, hice mi oración e intenté dormir, pero no podía siquiera cerrar los ojos. Cada vez que los cerraba venían a mi mente los pensamientos malos de la película. El poder de Satanás se hizo muy real y no podía dormirme. Volví a cerrar los ojos e intenté dormir, orando para que el mal espíritu se alejase, pero todo lo que venía a mi mente eran las escenas de la película. Me arrepentí por no haber apagado el televisor antes. Se hizo evidente que el espíritu del diablo había entrado en mi corazón en el momento en que cedí a la tentación de ver la película. Luché por cerca de una hora, orando una y otra vez, inten­tando recuperar el Espíritu, pero no podía lograrlo. De hecho, parecía que el mal sentimiento iba en aumento.

Finalmente, mientras oraba, tuve la impresión de que debía leer las Escrituras. Antes de abrir el Libro de Mormón, oré para poder encontrar un pasaje que me enseñase y me diese alivio. Abrí el libro en Alma 40:13: «Los Espíritus de los malva­dos, sí, los que son malos —pues que aquí, no tie­nen parte ni porción del Espíritu del Señor, porque escogieron las malas obras en lugar de las buenas; por lo que el Espíritu del diablo entró en ellos y se posesionó de su casa —éstos serán echados a las tinieblas de afuera; habrá llantos y lamentos y el crujir de dientes, y esto a causa de su propia iniqui­dad, pues fueron llevados cautivos por la voluntad del diablo».

Me quedé muy impresionado con ese versículo, pues describía lo que me había pasado. Comencé a sentirme mejor, y al continuar leyendo el resto del capítulo y parte del siguiente, el Espíritu del Señor volvió a mí. Sentí cómo se iba el espíritu malo. Cerré los ojos y me quedé dormido.

Cuán agradecido estoy al Señor por Su gran poder que es capaz de vencer al de Satanás. Cuán ciertas son las palabras que el Señor enseñó: «Aconteció, pues, que el diablo tentó a Adán, y éste comió del fruto prohibido y transgredió el mandamiento, por lo que vino a quedar sujeto a la voluntad del diablo, por haber cedido a la tenta­ción» (D&C 29:40; cursiva agregada).

Aquella noche mi amigo aprendió una gran lección sobre el poder que las Escrituras tienen sobre el diablo. (Fue una experiencia similar a la de Cristo, cuando citó las Escrituras en las tres grandes tentaciones que tuvo al comienzo de Su ministerio). También aprendió que quedó sujeto a la volun­tad del diablo tan sólo por ceder a la tentación.

LAS ESCRITURAS Y LA BUENA SALUD

Cuando uno de mis hijos tenía trece años, yo me había fracturado tres costillas y tenía mucho dolor. Una mañana leímos un pasaje que hablaba del efecto de orar los unos por los otros:

¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho (Santiago 5:14-16).

Hablamos de cómo la oración puede cruzar el tiempo y la distancia. Cuando volví a casa esa tarde, mi hijo me comentó: «Papá, oré por ti unas cinco veces cuando estaba en la escuela y durante el almuerzo para que pasaras un día mejor. Últimamente has tenido unos días algo difíciles, así que oré intensamente para que pudieras hacer tu trabajo y que las cosas te fuesen bien. También oré para que te sintie­ras mejor de las costillas». Yo estaba muy emocionado pues realmente había sido uno de los mejores días que había tenido en mucho tiempo, y las costillas estaban mucho mejor.

Creo que la fe de un niño, de un joven o de una mujer tienen gran poder. Este hijo en particular parece tener mucha fe,- tiene una buena disposición para creer y hacer que las cosas ocurran.

Como resultado de la lectura de las Escrituras, mi hijo recordó la importancia de la oración y vio cómo funcionó con su padre. Así es cómo los hijos aprenden la verdad del Evangelio. Poco a poco sus lámparas se van llenando de fe mediante el ayuno, el arrepentimiento y la oración; y en el proceso sus testimonios se hacen inamovibles.

En otra ocasión estábamos leyendo en Alma sobre cómo el Señor proporcionó plantas y raíces medicinales: «Y hubo algunos que murieron de fiebres, que en ciertas épocas del año eran muy frecuentes en el país —pero no murieron tan­tos de las fiebres, por razón de las excelentes cualidades de las muchas plantas y raíces que Dios había preparado para des­truir la causa de aquellas enfermedades, a las cuales la gente estaba sujeta por la naturaleza del clima» (Alma 46:40).

Las Escrituras nos condujeron a la Palabra de Sabiduría y hablamos de la importancia de hacer que nuestro cuerpo funcione bien físicamente como consecuencia de lo que comemos.

Durante algunas mañanas hablamos sobre diferentes maneras de reestructurar nuestros hábitos de alimentación y de centrarnos más plenamente en las plantas, los granos y las frutas, e incluir la carne más esporádicamente, sólo en las épocas frías del invierno. Con el paso de los años hemos contado verdaderamente nuestras bendiciones como resul­tado de nuestra buena salud por haber vivido estos princi­pios que las Escrituras nos enseñan .

Una vez más, esta gran bendición no sólo vino por leer las Escrituras sino por la confirmación del Espíritu del Señor de que era lo que teníamos que hacer. Tras vivir por cierto tiempo de esta manera, y después de haber reajustado nuestros hábitos de nutrición, la evidencia real de la veracidad de las palabras del Señor se puso de manifiesto en la excelente salud que nuestra familia ha disfrutado desde entonces. Damos gracias al Señor por las revelaciones que nos ha dado,- son verdaderas; harán que seamos más felices y que nos acerquemos más al Señor.

LAS ESCRITURAS Y LOS CABLES PERDIDOS

Tras haber finalizado una asignación de la Iglesia en la Ciudad de México, hicimos amplios preparativos con el fin de transportar de manera segura las dos computadoras per­sonales que traíamos con nosotros, junto con las unidades de disco, las impresoras, etc. Decidimos llevar con nosotros la mayor parte del equipo delicado y pusimos unos cuantos cables en las maletas grandes, si bien la mayoría del equipo iba en nuestro equipaje de mano.

De vuelta ya en los Estados Unidos, cuando intentamos montar nuevamente las computadoras para poder imprimir nuestros diarios, nos dimos cuenta de que nos faltaban tres de los cables, por lo que no pudimos imprimir nada. Durante varios días buscamos y oramos para poder encon­trar dichos cables. Sabíamos que podíamos comprar otros, pero no queríamos gastar el dinero porque teníamos la cer­teza de que estaban en algún lugar de la casa.

Meditamos sobre la posibilidad de que alguno de los niños hubiera puesto los cables en un lugar poco común y teníamos la esperanza de que no estuvieran en una de las cajas vacías que habíamos tirado a la basura. A medida que pasaban los días, fuimos vaciando todas las cajas, pero no encontramos los cables. Buscamos una y otra vez, y final­mente tuvimos que pedir otros prestados para poder impri­mir las cosas que necesitábamos.

Casi dos semanas después, mientras leía el Libro de Mormón, tuve la impresión de decirle a la familia que deberíamos volver a buscar para estar seguros de que habí­amos hecho todo lo posible. Debíamos hacer una oración familiar y luego registrar cada rincón de la casa, pues tenía la confianza de que encontraríamos los cables. Mientras leía las Escrituras, recibí nuevamente la impresión de bus­car. Leer las Escrituras es una de las mejores maneras de escuchar la voz y las indicaciones del Señor. Ese día salí temprano a trabajar, así que mi esposa y los niños oraron juntos. La mayoría oró durante el día mientras buscaban, pero no encontraron los cables. Buscaron en cada armario, detrás de cada cortina y en cada cajón, en las habitaciones, en la cocina, en la sala de estar y en el garaje. Una vez que terminaron de buscar, todavía no tenían los cables.

Cuando esa noche regresé del trabajo, me sentía algo decepcionado, pues verdaderamente había tenido la cer­teza de que los encontraría. La familia también estaba decepcionada.

A la mañana siguiente tenía la mente llena de dudas: «La familia buscó por toda la casa. Los cables quedaron en el hotel y nunca los vas a recuperar». «Los dejaste en México. Probablemente nunca vuelvas a verlos. Has bus­cado en cada mueble, en cada armario, en cada habitación y no los has encontrado».

Este tipo de situaciones donde aquello que necesito parece ser algo imposible, son para mi una gran señal de que sisón posibles. Parece que el Señor trabaja mejor con aque­llas cosas que nos resultan imposibles.

No obstante, el pensamiento predominante de aquella mañana era: «Tu familia ha orado, ha creído que podría encontrar los cables y no lo consiguió. Por tal razón, ¿no perderán algo de fe?». Esto me preocupaba, pues el desarro­llar la fe en mi familia ha sido siempre uno de mis mayores deseos.

Entonces tuve un pensamiento muy claro: «¿Por qué quieres encontrar los cables? ¿Estás buscando una señal para decir a tu familia: ‘Miren, aquí están los cables perdi­dos; el Señor lo ha logrado otra vez’?». Parece haber una línea muy fina entre el recibir respuestas a oraciones como ésta y el pedir una señal.

Al darme cuenta de ello, intenté ser más humilde y oré con mayor intención para que el Señor nos ayudara a encon­trar los cables. Seguía creyendo que los podríamos hallar, a pesar del hecho de que esto parecía ser algo imposible ya que mi familia los había buscado por todo lugar imaginable. Incluso la noche anterior también yo me puse a buscar, pre­guntando: «¿Buscaron aquí? ¿Buscaron allí?». Realmente habían buscado por todas partes.

Después de orar con verdadera intención y antes de con­tinuar con mi lista de tareas para ese día, un sentimiento de paz descendió sobre mí, un sentimiento de confianza en que podríamos encontrar los cables. Cuando recibí ese senti­miento, oré para que el Señor mostrase a mi mente dónde estaban los cables a fin de poder ir y encontrarlos. Sentí que podrían estar en el garaje o en cierto lugar de la casa, pero el Señor no respondió a mi oración de esa manera.

Cuando ese día regresé del trabajo, bajé hasta el cuarto de los niños para buscar el periódico y mientras estaba allí me fijé en una maleta que había sobre la cama, lista para llevar al desván, donde ya habíamos puesto otras trece maletas.

La abrí y, aunque parecía un poco más pesada de lo nor­mal, estaba vacía. Entonces rae di cuenta de que había una cremallera en un costado; la abrí y allí estaban los tres cables. Me sentí lleno de gozo y fui inmediatamente a decír­selo a mi esposa.

Toda la familia había buscado en la maleta pero, aparen­temente nadie había pensado en abrir la cremallera porque ese costado parecía liso y resultaba difícil apreciar que hubiese algo en el interior del bolsillo. Si alguien hubiese llevado la maleta hasta el desván, los cables no habrían apa­recido, al menos por muchos meses.

¿Por qué no aparecieron los cables cuando la familia los buscó con tanto afán? Puede que el Señor, a causa de Su amor, nos pruebe una y otra vez. Muchas veces las respues­tas a nuestras oraciones se retrasan o las recibimos con poca frecuencia para ver si todavía creeremos en ellas. Tras no encontrar los cables, la verdadera prueba fue: «¿Todavía crees?». Si pudiéramos pasar esa prueba, entonces recibirí­amos la respuesta del Señor.

Creo que el punto a destacar de esta experiencia fue el momento en que tomé la determinación de seguir creyendo a pesar de lo que parecía ser la imposibilidad de encontrar los cables.

Algunas personas han preguntado: «¿Quiere decir que realmente el Señor nos prueba de esa manera?». Mi res­puesta es: «Sí, lo hace. ¿No sabía Él que nunca iba a reque­rir el sacrificio de Isaac a manos de Abraham? Aún así probó a Abraham durante todo el camino, hasta el último momento, para ver si él seguiría creyendo. Antes de que el Señor contestara la oración de Abraham y de Sara en favor de tener un hijo, pasaron varios años. Es como si el Señor estuviese diciendo: «Abraham y Sara, ¿todavía creéis en la promesa de que tendréis un hijo?». Las pruebas en la vida son reales. El Señor nos probará una y otra vez hasta el grado máximo, para asegurarse de que toda nuestra incredu­lidad resulte eliminada.

¿Por qué encontramos los cables? Puede que haya varias razones:

      1. La familia se unió en oración. Teníamos el deseo, la esperanza y la fe de que podríamos encontrar­los.
      2. La familia hizo todo lo que pudo por encontrar los cables perdidos.
      3. En última instancia, yo tuve que humillarme todavía más, sometiéndome a la voluntad del Señor tanto si los cables aparecían como si no, y eliminar cualquier sentimiento de anhelar una señal para mis hijos. Tenía que creer, contra toda esperanza, que se podríau encontrar.

Mediante estas experiencias, las palabras de Isaías cobran un mayor significado: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni mis caminos vuestros cami­nos, dijo Jehová» (Isaías 55:8).

Ciertamente el Señor decidirá cómo va a responder a cada oración. Nuestro desafío reside en averiguar cómo pre­sentar una ofrenda adecuada de fe, humildad y oración para que el Señor pueda responder.

Me resulta interesante considerar que fuese la lectura de las Escrituras lo que realmente ocasionó esta gran experien­cia. Fue la «causa» que acabó produciendo el resultado, una experiencia de la cual todos aprendimos mucho.

EL IMPACTO DE LA LECTURA DE LAS ESCRITURAS EN LA FAMILIA

Una familia amiga luchó durante muchos años para comenzar a leer las Escrituras. De hecho, algunos de sus hijos ya estaban criados cuando finalmente decidieron que intentarían leer las Escrituras con las dos hijas más peque­ñas. El que sigue es su propio relato:

Madre: «Al llegar a casa, después de la conferencia gene­ral, mi esposo y yo hablamos sobre cómo podríamos empe­zar, una vez más, a tener la lectura familiar de las Escrituras con regularidad.

«Tras aconsejarnos y recibir palabras de ánimo de nues­tro hijo en edad universitaria y de otros familiares, tenía­mos la conciencia atormentada, sabíamos que teníamos que arrepentimos, lo cual fue muy importante para mí y sentí una gran necesidad de hacerlo.

«Decidimos presentar esta idea a nuestras dos hijas, una en edad de Primaria y la otra adolescente, durante nuestra próxima noche de hogar. Yo estaba preocupada pensando en cómo las niñas iban a aceptar nuestra idea. A una de ellas no le animaba demasiado la lectura de las Escrituras y ambas odiaban tener que levantarse temprano. Ayunamos y oramos, intentamos invitar al Espíritu para que diese tes­timonio de que lo que íbamos a decir era verdad. También empleamos las Escrituras y las citas del discurso que el pre­sidente Benson pronunció en la conferencia.

«Bueno, fue maravilloso. Expresamos nuestro amor hacia las niñas, hacia nuestro Padre Celestial y hacia el Salvador. Dijimos que debíamos arrepentimos por no haber tenido más espiritualidad ni haber estudiado las Escrituras en nuestro hogar. El Espíritu estaba presente y tocó tanto sus corazones como los nuestros cuando dimos testimonio de la veracidad de lo que habíamos dicho. Las niñas estuvie­ron de acuerdo y ahora tenemos nuestro estudio de las Escrituras cada díá^por la mañana temprano. También quiero decirle que ahora tenemos un hermoso Espíritu de amor y de paz en nuestro hogar del que carecíamos antes.

Puedo ver cómo soluciona muchos de nuestros problemas sin necesidad de abordarlos individualmente. Nuestras hijas son más pacientes y amorosas, y yo misma encuentro que soy más considerada. Lo más importante es que nuestros testimonios están creciendo y que hay un mayor esfuerzo de nuestra parte por vivir el Evangelio.

«Leemos despacio y hablamos de cada versículo sobre cómo podemos aplicarlo a nuestra vida. Ésta es una clave importante. Nos estamos esforzando de verdad por tener el Espíritu con nosotros, pues nos damos cuenta de que sin Su testimonio no hay un verdadero aprendizaje ni una puesta en práctica».

Hija, doce años: «La noche en que mamá y papá nos die­ron aquella lección sobre sus fuertes sentimientos respecto a que debíamos comenzar el estudio familiar de las Escrituras, supe de inmediato que tenían razón. Se me llena­ron los ojos de lágrimas y sentía algo cálido en mi interior. El Espíritu descendió sobre mí aquella noche con tanta fuerza que temía que si oía una palabra más al respecto iba a romper a llorar en un mar de lágrimas. No sé por qué, excepto que las palabras de mi madre realmente tocaron mi corazón. Todo fue muy tranquilo la primera mañana. Decidimos levantarnos a las seis. Me cuesta mucho levan­tarme tan temprano, pero me gusta leer las Escrituras. Aunque no es fácil, lo hago con la mejor actitud posible por­que sé que ello protegerá a nuestra familia contra el mundo exterior, y entiendo que es lo correcto».

Hija, quince años: «Mamá y papá ayunaron y oraron por el Espíritu para aquella noche de hogar. Nos dijeron que querían arrepentirse por la falta de espiritualidad en nues­tro hogar y en nuestra familia. Dijeron que querían comen­zar a tener el estudio de las Escrituras y planeamos empezar al día siguiente. Fue difícil levantarse tan temprano, pero acabé acostumbijándome. Leímos un poco y lo comenta­mos. Me sentí bien todo el resto del día. Todo salió muy bien. Pensaba que el estudio de las Escrituras no me daría tiempo para prepararme para la escuela, pero siempre he liegado a tiempo, incluso un poco más temprano que antes. Estuve feliz todo el día. Volví a casa sintiéndome realmente bien por este buen proyecto que habíamos emprendido, y ahora me siento realmente agradecida por ello, pues hace que cada día sea mejor».

Padre: «Estoy completamente de acuerdo con lo que han escrito mi esposa y mis hijas. Ya han pasado varias semanas y no ha sido un hecho aislado ni casual, pues hemos continuado teniendo éxito. Nunca hemos pasado un día sin leer las Escrituras. Una de nuestras hijas se perdió dos días, y la otra uno, pero sus padres son fieles lectores.

«No obligamos a nadie a estar presente, aunque siempre proporcionamos una fuerte motivación, tal como encender las luces y dar unos cariñosos ‘Buenos días’. Después canta­mos un himno a las seis en punto. Algunos quedan rezaga­dos durante el himno pero siempre estamos todos para hacer una breve oración para empezar.

«Una parte importante de nuestro éxito es que estamos estudiando y experimentando juntos las Escrituras, y no nos limitamos simplemente a leer el Libro de Mormón. No estamos intentando llegar a final del libro, más bien esta­mos intentando tener una mayor unión familiar. Queremos relacionar a nuestra familia con la de Nefi: el orgullo, las murmuraciones, la contención familiar, la importancia de llevar registros (diarios y genealogías), el tener una familia buena, etc., han sido interesantes temas de debate. También hemos dibujado láminas de la visión de Lehi del árbol de la vida y hemos hablado de sus varios componentes, y anali­zamos la revelación de Nefi sobre la historia americana.

«Tratamos de hacer más que simplemente entender lo que significan los versículos, cómo debieran ser interpreta­dos o cómo utilizar las notas al pie de página para correla­cionar las Escrituras. Más importante aún, intentamos entender cómo todo ello se relaciona con nosotros. ¿Hemos tenido experiencias semejantes a las de los personajes de las Escrituras? ¿Hemos pensado igual que ellos? ¿Hemos reco­nocido la mano del Señor en nuestra vida? ¿Estamos aferrados a la barra de hierro? ¿Qué observamos en la escuela y en el trabajo, en la vida de las demás personas así como en la nuestra, que se relacione con lo que estamos leyendo? ¿Estamos intentando seguir el camino de los hijos mayores de Lehi, o el de los menores? ¿Realmente estamos orando y viviendo como nos instruyen las Escrituras? Creo que éstas son las cosas que nos mantienen en pie y avanzando.

«Siempre terminamos con una oración familiar, un abrazo y un beso. Nunca tomamos más de 20 minutos, no importa si leemos un versículo o un capítulo. Nos senta­mos alrededor de la mesa y utilizamos marcadores y un papel para los que quieran tomar notas. Lo más importante es pasar ese momento juntos, compartiendo y teniendo a nuestro Padre Celestial y Sus palabras con nosotros.

«Hasta ahora nos sentimos exitosos y optimistas. Sabemos que cada día y cada semana traerá consigo más desafíos, pero sentimos también que podremos hacerles frente porque estamos unidos y en armonía con las buenas cosas que están ocurriendo en nuestra vida y en nuestra rela­ción familiar. A medida que nuestros hijos vuelvan de sus misiones y de sus estudios universitarios, sabemos que se adaptarán y contribuirán con más porque siempre han estado desafiándonos a tener nuestra lectura diaria de las Escrituras y están tremendamente felices porque lo estamos haciendo. Nuestro hijo casado y su familia tienen grandes deseos de escuchar nuestras experiencias. ¡Qué influencia tan grande están teniendo las Escrituras en nosotros!»

Después de cuatro años, esa familia está avanzando fiel­mente con la lectura diaria de las Escrituras. No importa su experiencia ni su situación, nunca es demasiado tarde para comenzar a leer las Escrituras con su familia.

EL IMPACTO DE LA LECTURA DE LAS ESCRITURAS EN UN NIÑO

Permítame concluir este capítulo con un relato que refleja la influencia de la lectura de las Escrituras durante un período de años.

A nuestro hijo de nueve años se le pidió que diese un discurso en la Primaria. Su madre le había ayudado a prepa­rarlo y él lo practicó conmigo en dos o tres ocasiones. En vez de que su madre escogiera el tema, ella le pidió que lo hiciese él, que meditase y pensase en un relato propio o de las Escrituras que a él le gustase mucho, o en algo más que quisiera decir. Finalmente se decidió por la historia de David y Goliat.

En su discurso habló de la fe de David y de cómo fue a enfrentarse con Goliat. Estaba muy conmovido por el Espíritu cuando leyó en 1 Samuel 17:46-47:

Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bes­tias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza,- porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos.

Dio su testimonio de estos versículos y entonces com­partió una experiencia de la fe que tuvo que ejercer para ayunar y estudiar para un examen en el que obtuvo la mejor nota. El discurso duró unos cuatro minutos y puedo decir que cuando lo practicó conmigo había un gran espíritu en él y le salía del corazón. Estaba muy emocionado porque verdaderamente era su propio discurso.

El día después de haber dado el discurso en la Iglesia, mi esposa recibió una llamada telefónica de una hermana de nuestro barrio quien, bastante emocionada, le dijo que el discurso de nuestro hijo le había llegado al corazón. Había llorado durante todas sus palabras. De hecho, mi hija, que oyó parte de la conversación telefónica, dijo más tarde: «Sé quién es la persona que lloró durante el discurso porque yo la vi». Éste era un indicativo de que dicha hermana había sido absorbida por completo por la manera en que mi hijo dio su discurso. No fue tanto el contenido sino el espíritu con que habló. De algún modo, él había realmente invitado al Espíritu del Señor a la reunión.

«Podía verse claramente que tenía un testimonio de las Escrituras por la manera en que leyó aquellos versículos», dijo aquella hermana. «Leyó los pasajes con el Espíritu del Señor. Cuando vi que su hijo tenía un sentimiento tan tierno y un testimonio de las Escrituras, vino sobre mí un gran deseo de que eso era lo que yo quería para mis hijos. Hablé de todos estos sentimientos con mi esposo y le describí el espíritu que había sentido. Queremos que sepa, hermana, que esta mañana hemos tenido nuestra primera lectura familiar de las Escrituras».

Y prosiguió diciendo: «Quiero que sepa que su hijo ha tenido un efecto tremendo en nuestra familia gracias a su espíritu tan especial. Es un muchacho muy espiritual y gra­cias a que está tan en armonía con el Espíritu, éste también nos tocó a nosotros y ha acabado bendiciendo a toda la familia. Queremos darles las gracias por tener un hijo tan bueno».

Sí, hasta un niño de nueve años puede hablar con el Espíritu del Señor. Qué gran tributo para este joven, quien, a través del Espíritu, pudo influir en toda una familia para que tuviese suiectura de las Escrituras. No hay duda alguna de que el poder del ejemplo, tal como él mostró al leer las Escrituras, es lo que verdaderamente transmite el Espíritu a las demás personas. Ciertamente seremos conocidos por el testimonio verdadero, por nuestro espíritu y por nuestros hechos como Santos de los Últimos Días.

Sin duda alguna, Jesús prestó un gran servicio mediante Su ejemplo. Enseñó y causó una impresión indeleble en la mente de aquellos que estaban a Su alrededor. Nosotros podemos hacer lo mismo; hasta un niño puede hacerlo.

La lectura de las Escrituras tiene un gran impacto. Si no hemos sido fieles en este mandamiento como debemos ser, éste es un buen momento para cambiar nuestros hábitos y comenzar a hacerlo como una tradición familiar. El Señor ha dicho:

Yo os he mandado criar a vuestros hijos en la luz y la verdad…

No has enseñado a tus hijos e hijas la luz y la verdad, conforme a los mandamientos; y aquel ini­cuo todavía tiene poder sobre ti, y ésta es la causa de tu aflicción.

Y ahora te doy un mandamiento: Si quieres verte libre, has de poner tu propia casa en orden, porque hay en tu casa muchas cosas que no son rectas (D&C 93: 40,42-43).

Es evidente que el Señor espera que nosotros criemos a nuestros hijos en la luz y la verdad. Una de las mejores maneras de hacerlo es enseñándoles mediante las Escrituras. Que el Señor nos bendiga para que leamos fiel­mente las Escrituras en forma individual y familiar. Entonces podremos aferramos a la barra de hierro para ser, finalmente, llevados de regreso a nuestro hogar celestial.