Capítulo 7
Enseñe a su familia a guardar los mandamientos
Los tatarabuelos de mi esposa, Edward y Caroline Owens Webb, estaban entre los Santos de los Últimos Días que fueron expulsados de Nauvoo. El hermano Webb era herrero y, cuando llegó a Council Bluffs, Brigham Young le pidió que se quedase allí por un tiempo para ayudar a los pioneros que se dirigían hacia el oeste en sus preparativos de viaje. Pasaron uno, dos, tres, cuatro y finalmente cinco años antes de que el hermano y la hermana Webb se trasladasen con su familia al valle del Lago Salado. Estaban maravillados de que por fin pudieran unirse al resto de los Santos.
En 1852, los Webb estaban preparados para realizar el viaje y partieron con la última compañía que dejó atrás Council Bluffs. Cuando la compañía llegó al río Platte, se desató una epidemia de cólera en el campamento, y varias personas murieron como consecuencia de ello.
Amasa Lyman dijo al escribir sobre el brote de la enfermedad: «El llanto y el lamento de aquellos que se enfermaban era verdaderamente terrible. El ver cómo alguien caía enfermo en un instante y cómo en cuestión de menos de una hora el brillo de la salud era reemplazado por la palidez de la muerte, y el saber que aquellos que sufrían eran nuestros seres amados, tan queridos por nosotros a través de los más tiernos lazos que unen a los seres humanos, podía partir el corazón. Para la mayoría de los enfermos no habría más descanso que la tumba. Sin embargo, algunos fueron sanados mediante la ministración de un siervo de Dios».
Una joven que padecía la enfermedad mandó llamar al hermano Webb para que le diese una bendición. Aunque su esposa intentó persuadirle de que no fuese, algo que ella nunca antes había hecho, él sintió que debía ir y cumplir con su deber cuando fuese llamado. Con gran fe dio una bendición a la muchacha enferma, la cual fue sanada y pudo llegar al valle del Lago Salado. Sin embargo, él contrajo la enfermedad y murió esa misma noche. Su rudimentario ataúd fue construido con la madera de una caja que estaba unida a la parte trasera de su carromato, y fue enterrado esa misma noche cerca del río Platte. Su esposa escribió: «Falleció lleno de fe en el Evangelio».
Sólo podemos imaginar cómo debió haberse sentido la hermana Webb. En su intento de ayudar a otra persona, su esposo había perdido su propia vida. Habría sido fácil para ella desafiar a Dios, estar enfadada, molesta, y alejar a su familia de la Iglesia. En vez de eso, fue obediente al mandamiento del Señor y llevó a su familia consigo hasta su destino. Fue fiel hasta el final. Ya han pasado muchos años. ¿Qué tiene la familia Webb para corroborar este sacrificio de fe? Cientos y cientos de sus descendientes han sido investidos y sellados en el templo, y son fieles en el reino.
¡Cuán importante es guardar los mandamientos del Señor! ¡Cuán duradero es el impacto de los padres fieles! Esa fidelidad puede extenderse por generaciones de Santos.
Resulta evidente que debemos enseñar a nuestros hijos a guardar los mandamientos. Si les hemos enseñado a volver su corazón al Señor y a percibir las impresiones del Espíritu, el enseñarles a guardar los mandamientos será relativamente sencillo. Además, a medida que los hijos observan cómo sus padres viven los mandamientos, ellos verán, sentirán y conocerán la importancia de hacerlo. Experimentarán las bendiciones que emanan de guardar los mandamientos en una familia fiel y, de ese modo, no tendrán que ser convencidos ni pasar por un período de rebelión,- pero aun así necesitan que se les enseñe.
A veces los padres creen que sus hijos aprenderán a guardar los mandamientos por osmosis o que los aprenderán por sí mismos, y dicen: «Bueno, mis padres nunca me enseñaron y supongo que los hijos tienen la libertad para escoger por sí mismos». Sin embargo, el Señor nos ha dicho que los padres deben enseñar a sus hijos:
Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepenti miento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres.
Porque ésta será una ley para los habitantes de Sión, o en cualquiera de sus estacas que se hayan organizado.
Y sus hijos serán bautizados para la remisión de sus pecados cuando tengan ocho años de edad, y recibirán la imposición de manos.
Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor.
Y los habitantes de Sión también observarán el día del Señor para santificarlo (D&C 68:25-29).
El Espíritu instruyó a Alma sobre la responsabilidad que tenía de enseñar a sus hijos a guardar los mandamientos:
Y ahora el Espíritu del Señor me dice: Manda a tus hijos que hagan lo bueno, no sea que desvíen el corazón de muchos hasta la destrucción. Por tanto, hijo mío, te mando, en el temor de Dios, que te abstengas de tus iniquidades (Alma 39:12).
El Señor nos hará responsables si no enseñamos a nuestros hijos. El presidente Heber J. Grant declaró:
El Señor ha dicho que es nuestro deber enseñar a nuestros hijos mientras son jóvenes y yo prefiero cumplir con Sus palabras más que dar oído a las de aquéllos que no están obedeciendo Sus mandamientos. Es absurdo imaginar que nuestros hijos crecerán con un conocimiento del Evangelio sin que se les enseñe… Mi esposa y yo podemos saber que el Evangelio es verdadero; pero quiero decirles que nuestros hijos no lo sabrán a menos que lo estudien y obtengan un testimonio por ellos mismos. Los padres se engañan a sí mismos si imaginan que sus hijos nacerán con un conocimiento del Evangelio [Confeience Repoit, abril de 1902, página 80).
Los líderes de la Iglesia tienen que cuidarse de no suplantar esta responsabilidad de los padres. El élder Boyd K. Packer ha dicho:
Obispos, tengan siempre bien presente que los padres son responsables de presidir sobre sus familias.
A veces, con todas las buenas intenciones, requerimos tanto de los hijos y del padre, que éste no es capaz de hacer su parte.
Obispo, si mi hijo necesita consejo, primero es mi responsabilidad, y luego suya. Obispo, si mi hijo necesita esparcimiento, yo se lo daré primero y usted después. Si mi hijo necesita corrección, ésa debe ser mi responsabilidad primero, y suya después.
Si yo no estoy cumpliendo como padre, ayúdeme a mí primero y a mis hijos en segundo lugar. No se apresure a retirar de mí el deber de educar a mis hijos (véase Liahona, julio de 1978).
ENSEÑE A SUS HIJOS A RECIBIR LAS ORDENANZAS DEL EVANGELIO
Los padres deben hacer un esfuerzo especial por preparar a sus hijos para el bautismo y la recepción del Espíritu Santo. Deben, además, prepararles para la ordenación al sacerdocio, el cumplimiento de una misión, el matrimonio en el templo, etc. A medida que los hijos aprendan a seguir-ai Espíritu, querrán recibir las ordenanzas del Evangelio de modo natural.
Hay un gran poder en las ordenanzas. El presidente Brigham Young dijo:
Dejad que el padre y la madre, que sean miembros de esta Iglesia y reino, sigan un camino recto, y se esfuercen con todo su poder en nunca hacer el mal, sino hacer el bien toda su vida,- si tienen uno o cien hijos, si se comportan con ellos como es debido, ligándolos al Señor por su fe y oraciones, no importa dónde vayan éstos,- están ligados a sus padres por un vínculo eterno, y ningún poder en la tierra o en el infierno podrá separarlos de sus padres en la eternidad; ellos volverán a la fuente de donde nacieron (en Joseph Fielding Smith, Doctrina de salvación, 2:84).
LA ENSEÑANZA DE LA LEY DEL DIEZMO
Hace unos pocos años, uno de mis hijos recibió su primera paga por un trabajo en un cementerio. El cheque era por un total de 245 dólares, y él estaba muy animado para comprar algunas cosas que quería.
Fuimos al banco, donde puso un tercio del dinero en su fondo de ahorro para la misión y se quedó con el resto para pagar el diezmo y comprar una bicicleta. Mientras regresábamos a casa, puso el dinero en un sobre y lo metió en la guantera trasera de la furgoneta.
De repente, otro conductor comenzó a hacernos señales con el claxon, de forma bastante molesta, supuse yo. Nos hicimos a un lado, pensando que quería adelantársenos, pero continuó tocando el claxon y haciendo gestos muy extraños. Finalmente, en un semáforo que estaba cerrado, nos gritó: «¿No sabe que su muchacho está tirando dinero por la ventanilla? Hay billetes de veinte dólares volando por todas partes».
Mientras conducíamos, uno de los hijos más pequeños había encontrado el dinero y comenzó a tirarlo por la ventanilla trasera. Todos nos sentimos muy molestos. Regresamos a la autopista e hicimos una oración, y toda la familia se puso a buscar por unos cien metros a ambos lados de la autovía, pero no encontramos ni un solo billete. (En total se habían perdido sesenta y cinco dólares). Los billetes debieron haberse volado con el paso de los coches o alguien pudo haberlos encontrado. Mi hijo mayor lloraba y estaba muy enfadado, pues en ese mismo momento íbamos en camino a comprar su bicicleta.
Entonces dijo que si utilizaba el dinero del diezmo tendría suficiente para comprar la bicicleta. Nosotros le dijimos que no creíamos que ésa fuese una buena idea, a lo que él argumentó: «Siempre me han dicho que la tierra y todo lo que hay en ella es del Señor. Bueno, Él ya tiene Su dinero». Estaba dispuesto a que le llevásemos a comprar la bicicleta utilizando el dinero del diezmo. Finalmente dijimos que hablaríamos del asunto uno o dos días más tarde, luego de que se hubiese tranquilizado y orase al respecto. Si después de hacerlo todavía quería comprar la bicicleta, le apoyaríamos en su decisión. Si no, tendría que entregar el diezmo al obispo.
Nos pusimos muy contentos cuando a los pocos días lovimos entrar en el despacho del obispo y pagar el diezmo. Había acudido al Señor, recibió una respuesta y fue obediente a esas impresiones. Le dijimos que ciertamente sería bendecido por haber actuado así.
Sin embargo, como suele ser costumbre, comenzó a enfrentar ciertas pruebas. El dueño del cementerio donde trabajaba le dijo que tendría que rescindirle el contrato. El cementerio había sido comprado por otra persona cuyo hijo iba a realizar el trabajo del mío. Mi hijo estaba muy ofendido y nos dijo en broma pero con un tono de seriedad: «Me pregunto si realmente vale la pena pagar el diezmo».
Continuó luchando durante varias semanas, intentando encontrar trabajo en cualquier otra parte, pero no lo logró. Finalmente, un médico que era miembro de la Iglesia lo llamó para decirle que tenía un trabajo para limpiar su despacho y que si lo quería, era de él. Mi hijo acceptó entusiasmado.
Es interesante que, aunque aquel trabajo de limpieza no era tan bien pagado como el del cementerio, el médico se interesó personalmente por nuestro hijo y le ayudó mucho a madurar y a prepararse para su misión. La ganancia que recibió fue mucho más allá del mero aspecto económico.
Esta experiencia de guardar los mandamientos fue una bendición para toda la familia. Y especialmente fue de beneficio para nuestro hijo, puesto que pudo ir a la misión y predicar por experiencia propia sobre la importancia de dar al Señor un diezmo íntegro.
ENSEÑE A SUS HIJOS A PROCLAMAR EL EVANGELIO
Cuando una de mis hijas tenía diez años, hablamos como familia sobre cómo emplear el Espíritu para influir en las demás personas.
Un día, mientras estaba hablando con su maestra de piano, la cual no era miembro de la Iglesia y venía a nuestra casa para darle clases, sintió una inspiración. Le dijo a su maestra, percibiendo que esto le haría sentir el Espíritu: «Cantemos juntas». La maestra estuvo de acuerdo, así que mi hija le dio un himnario a propósito para que tocase un himno. La maestra tocó los himnos con facilidad y ambas cantaron juntas. Después de cantar algunos himnos, nuestra hija recibió la impresión adicional de cantar «En el pueblo de Sión», cuya letra habla de no utilizar tabaco, te, café ni alcohol, todo lo cual utilizaba la maestra. Esta buena hija comenzó a cantar la letra con la maestra, pero ésta se quedó atascada y no pudo continuar cantando. Como resultado de la iniciativa de nuestra hija, pudimos, como familia, enseñarle más cosas del Evangelio a la maestra.
Unas semanas más tarde, esta misma pequeña desafió a un grupo de maestros de la escuela a que dejaran de tomar café (los maestros estaban en el descanso tomando café). Les dijo que iba en contra de los mandamientos del Señor. Una maestra, con la voz un tanto entrecortada, nos llamó para informarnos de lo que había hecho nuestra hija. Este tipo de experiencias edifican una verdadera fe en el niño. Resultó interesante ver cuán valiente fue y, ahora, siendo adolescente, qué gran espíritu misional conserva todavía. Esas experiencias le han sido de gran beneficio.
Tenemos que asegurarnos de que, al enseñar a nuestros hijos a guardar los mandamientos, no omitamos la obra misional. Los niños pueden tener una gran influencia en traer personas a Cristo y, al tener estas experiencias, desarrollarán un deseo de servir como misioneros regulares cuando sean mayores. Debemos enseñar a nuestros hombres adolescentes y, cuando sea apropiado, a las mujeres jóvenes, a servir una misión. Todos los varones jóvenes deben estar preparados para servir. Nosotros siempre hemos sentido que nuestras hijas debían estar preparadas para servir una misión o para casarse en el templo, sin importar cuál de las dos opciones llegara primero. Hemos enseñado a todos nuestros hijos a ahorrar dinero para servir una misión y para casarse. Cuando usted enseñe a sus hijos a prepararse para el servicio misional, quizás quiera considerar lo siguiente:
- Haga mención en las oraciones familiares al momento en que ellos sirvan una misión, y ore para que se preparen para hacerlo. Algunos padres han dicho: «Oraremos por ellos cuando estén allí».
- Recuerde a sus hijos los convenios que han hecho en la vida premortal para «obrar en [la viña del Señor] en bien de la salvación de las almas de los hombres» (D&C 138:56).
- Recuerde particularmente a los jóvenes que el servicio misional es parte inherente del sacerdocio. Cuando ellos reciben su ordenación, reciben también el cometido de llamar al mundo al arrepentimiento.
- Asegúrese de que sus hijos reciban la bendición patriarcal cuando sea el momento apropiado. Esta bendición será una guía enorme para ellos a lo largo de los años, y a muchos les dará instrucción detallada sobre la obra misional.
- Comparta experiencias misionales propias y de otras personas.
- Enseñe a sus hijos que una misión es otra escala en el camino hacia la exaltación que les preparará para el resto de la vida. Si verdaderamente enseñamos a nuestros hijos la importancia de la obra misional, serán enormemente bendecidos.
Hay una misión de la familia, del mismo modo que hay una misión de la Iglesia. La misión de la familia consiste también en proclamar el Evangelio, perfeccionar a sus miembros y redimir a sus antepasados que han fallecido. Enseñe a sus hijos tanto por el ejemplo como por el precepto y serán grandes misioneros —en cada uno de estos aspectos.
EL CONTROL DE LA TELEVISIÓN Y DE LAS PELÍCULAS
A mi juicio, debemos tener cuidado de no permitir que la televisión nos robe el tiempo de estar con la familia. Nosotros hemos tenido diversas normas sobre la televisión, pero el resultado después de los años es que la hemos visto muy poco en nuestro hogar. A veces hemos estado meses, o incluso años, con la televisión desenchufada. Normalmente, y durante el período escolar, la televisión ha estado apagada de lunes a jueves. Hemos visto algunos programas los viernes y los sábados como familia. A veces los niños han visto dibujos animados.
El ver demasiada televisión da a los niños la idea de que siempre deben estar entretenidos, a menudo, a expensas de aprender otras cosas más importantes. Aunque no podemos escondernos de la televisión ni del mundo, sí podemos enseñar a nuestros hijos a ser selectivos y disciplinados sobre lo que van a ver y cuánto tiempo van a verlo. Debemos ayudarles a seleccionar con cuidado aquellos programas que sean educativos y edificantes. Algunas familias han hallado beneficioso el simplemente desconectar la televisión.
El enseñar a nuestros hijos a guardar los mandamientos cuando están con nosotros les reportará grandes beneficios cuando vivan su propia vida y tengan que confiar en sí mismos y en las impresiones del Espíritu para saber qué hacer. Mi esposa y yo nos congratulamos al oír a unos amigos hablar sobre la fidelidad de uno de nuestros hijos.
Una familia que no era miembro de la Iglesia había intentado invitar en una ocasión a nuestro hijo a hacer ciertas cosas con ellos en domingo, pero él siempre les había dicho que el domingo era un día para estar con la familia, que era el día del Señor y que él no hacía ese tipo de cosas en domingo. Siempre se había disculpado de manera educada y ellos quedaron muy impresionados por el hecho de que aún habiendo ejercido un poco de presión, él siempre les dijera que no.
Lo que contribuyó más a su experiencia con él fue cuando decidieron ir a ver una película un día entre semana y le pidieron que fuese con ellos. Nuestro hijo les dijo: «Sólo puedo ir si se trata de una buena película, si en ella no hay palabras malas ni escenas de sexo». Ellos le dijeron que no había ningún problema. Les preguntó qué película tenían pensado ver y cuando lo supo, les dijo que creía que no debía ir. No le presionaron más ni intentaron persuadirle.
En cierta forma se quedaron sorprendidos de que las convicciones de nuestro hijo sobre la calidad de la película fuera suficiente como para declinar la invitación de un amigo, el hijo de ellos, quien quería que él les acompañase. Se quedaron todavía más impresionados con el hecho de que siguiese firme en su posición tras hablar con dos adultos.
Estoy agradecido de que mi hijo hiciera lo correcto por sí mismo, cuando sus padres no estaban presentes. A consecuencia de su ejemplo, mi esposa y yo pudimos dar a conocer el Evangelio a esa familia.
Recuerdo otra ocasión en la que decidí llevar a dos de mis hijos a ver una película determinada. Unos vecinos nos habían hablado bien de ella, pero en los primeros minutos había bastantes palabras inapropiadas. Los tres comentamos que se trataba de algo malo, pero pensamos que sería algo pasajero. El mal lenguaje continuó, pero también nuestro interés en la proyección.
Les pregunté un par de veces a los muchachos: «¿Qué creen que debemos hacer?»; más que nada para ver en qué estaban pensando. (Para ser honrado, a mí me estaba gustando la película y, de no ser por el mal vocabulario, me habría quedado). El lenguaje se hizo todavía más crudo y finalmente nuestro hijo más joven dijo: «Papá, no creo que sea correcto que nos quedemos aquí». El hijo mayor estuvo rápidamente de acuerdo y ambos se quedaron sentados mirándome para ver qué iba a decir yo. «Bueno, probablemente tengan razón», les dije. «De hecho, creo que sí la tienen. Vamonos». Así que, algo vacilantes, más sabiendo que estábamos haciendo lo correcto, abandonamos el cine a los 15 minutos de comenzada la proyección.
Acabamos yendo a otra parte y pasándolo bien juntos. Al salir del cine tuve unos sentimientos interesantes:
- Tengo buenos hijos.
- Fueron realmente sensibles al Espíritu y estaban deseosos de hacer lo correcto a toda costa.
- Observaron a su padre para ver cómo iba a reaccionar.
- Me sentí muy a gusto de que los tres «muchachos» hubiesen salido del cine y no hubiesen visto la película, a pesar de que la tentación era grande.
En esta situación, papá quería de verdad ver la película y podría haber sido tentado a hacerlo, pero sus hijos fueron más disciplinados de lo que él fue en ese momento.
LA OBSERVANCIA DEL DÍA DE REPOSO
A veces los hijos tienen verdaderas preguntas sobre qué pueden hacer en el día de reposo. La siguiente es una lista de algunas actividades que pueden ser apropiadas para el domingo; al menos han sido de gran ayuda para nuestra familia:
- Leer las Escrituras.
- Leer las publicaciones de la Iglesia.
- Escribir cartas.
- Trabajar en la historia familiar.
- Ir a un centro de visitantes de la Iglesia.
- Visitar a los enfermos y a las personas que están solas.
- Leer buenos libros.
- Tener juegos apacibles como familia.
- Escribir en el diario personal.
- Orar.
- Ayunar.
- Tener charlas familiares.
- Memorizar pasajes de las Escrituras.
- Tocar y cantar himnos.
- Trabajar en la obra misional.
- Visitar a los vecinos.
Lo más importante es que los miembros de una familia aprendan juntos de las Escrituras el verdadero significado de guardar los mandamientos y que luego trabajen juntos para hacerlo. Éste es un enfoque mucho mejor que simplemente «deleitarse en la ley». Si los hijos contribuyen a determinar lo que es correcto, generalmente cumplirán con estas cosas mucho más estrictamente que los padres.
Una vez que estábamos teniendo dificultades en lo concerniente a santificar el día de reposo, decidimos acudir a las Escrituras y ver lo que el Señor había dicho. Tras consultar la Guía para el Estudio de las Escrituras, buscamos y leímos los siguientes pasajes:
Éxodo 31:13-17: Tú hablarás a los hijos de Israel, diciendo: En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico. Así que guardaréis el día de reposo, porque santo es a vosotros; el que lo profanare, de cierto morirá; porque cualquiera que hiciere obra alguna en él, aquella persona será cortada de en medio de su pueblo. Seis días se trabajará, mas el día séptimo es día de reposo consagrado a Jehová; cualquiera que trabaje en el día de reposo, ciertamente morirá. Guardarán, pues, el día de reposo los hijos de Israel, celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo. Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel; porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y reposó.
Nehemías 10:31: Asimismo, que si los pueblos de la tierra trajesen a vender mercaderías y comestibles en día de reposo, nada tomaríamos de ellos en ese día ni en otro día santificado,- y que el año séptimo dejaríamos descansar la tierra, y remitiríamos toda deuda.
Nehemías 13:15: En aquellos días vi en Judá a algunos que pisaban en lagares en el día de reposo, y que acarreaban haces, y cargaban asnos con vino, y también de uvas, de higos y toda suerte de carga, y que traían a Jerusalén en día de reposo; y los amonesté acerca del día en que vendían las provisiones.
Isaías 58:13: Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras…
Mateo 12:8: Porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo.
Éstas son nuestras observaciones como familia:
- El día de reposo es una señal de fidelidad, un convenio perpetuo entre nosotros y el Señor.
- En el día de reposo no debemos trabajar, sino descansar.
- No debemos comprar ni vender en el día de reposo.
- No debemos hacer lo que nos plazca en el día santo del Señor.
- Cristo es el Señor del día de reposo.
D&C 59:9-14: Y para que más íntegramente te conserves sin mancha del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo; porque, en verdad, éste es un día que se te ha señalado para descansar de tus obras y rendir tus devociones al Altísimo; sin embargo, tus votos se ofrecerán en rectitud todos los días y a todo tiempo; pero recuerda que en éste, el día del Señor, ofrecerás tus ofrendas y tus sacramentos al Altísimo, confesando tus pecados a tus hermanos, y ante el Señor. Y en este día no harás ninguna otra cosa sino preparar tus alimentos con sencillez de corazón, a fin de que tus ayunos sean perfectos, o en otras palabras, que tu gozo sea cabal. De cierto, esto es ayunar y orar, o en otras palabras, regocijarse y orar.
Observamos que podemos:
- Ofrecer nuestros sacramentos en el día santo del Señor.
- Descansar (está bien dormir una siesta).
- Rendir nuestras devociones.
- Ofrecer nuestros votos (tiempo, talento, medios y servicios).
- Confesar nuestros pecados.
- «No hacer ninguna otra cosa».
- Ayunar.
D&C 59:15-20: Y si hacéis estas cosas con acción de gracias, con corazones y semblantes alegres, no con mucha risa, porque esto es pecado, sino con corazones felices y semblantes alegres, de cierto os digo, que si hacéis esto, la abundancia de la tierra será vuestra, las bestias del campo y las aves del cielo, y lo que trepa a los árboles y anda sobre la tierra,- si, y la hierba y las cosas buenas que produce la tierra, ya sea para alimento, o vestidura, o casas, alfolíes, huertos, jardines o viñas; sí, todas las cosas que de la tierra salen, en su sazón, son hechas para el beneficio y el uso del hombre, tanto para agradar la vista como para alegrar el corazón,-sí, para ser alimento y vestidura, para gustar y oler, para vigorizar el cuerpo y animar el alma. Y complace a Dios haber dado todas estas cosas al hombre,- porque para este fin fueron creadas, para usarse con juicio, no en exceso, ni por extorsión.
Observamos que al santificar el día de reposo, el Señor nos dará de la plenitud de la tierra, incluyendo comida, ropa, casas, alfolíes, etc.
Mientras leíamos juntos, enumeramos los puntos principales de cada versículo, buscando las cosas que el Señor esperaba y las maravillosas promesas que había hecho. Repasamos los mandamientos en cierto detalle y así aprendimos con el Espíritu lo que el Señor quería que supiésemos sobre el día de reposo.
Resulta interesante que cuando una familia realiza este tipo de acercamiento, los valores del Señor pasan de la generación mayor a la más joven. Si los padres enseñan y testifican por el Espíritu, sus valores pasarán al corazón de los de la siguiente generación. Creo que eso es lo que sucedió aquel día en nuestra familia. Una vez que hubimos terminado, sentimos que entendíamos más claramente lo que significaba santificar el día de reposo, y sentimos un renovado deseo de hacerlo. Esta es una maneta poderosa de enseñar a sus hijos (y de aprender usted mismo) cualquier principio del Evangelio.
CÓMO ENSEÑAR LA HONRADEZ
Los padres deben hacer un esfuerzo especial por enseñar a sus hijos a ser honrados con las demás personas y consigo mismos. Deben enseñarles a honrar las leyes del país, incluyendo las leyes de tráfico, de los impuestos, etc. Los hijos seguirán especialmente el ejemplo de sus padres en estas cosas.
Una mañana di un paseo de un par de kilómetros con uno de mis hijos de nueve años y él habló casi todo el tiempo, puesto que yo iba haciéndole preguntas y le motivaba constantemente a hablar.
Mientras caminábamos me dijo que el lunes anterior había aprobado un pequeño examen en la escuela con una puntuación perfecta, por lo que no le había hecho falta tomar el examen de ortografía del viernes. Yo 10 elogié por ello y continuamos hablando.
Poco después de regresar a casa, mi esposa me pidió que hablase con ella a solas y me dijo: «Tu hijo tiene algo que decirte». Su conciencia le estaba haciendo pasar un mal rato porque me había mentido en lo referente al examen de ortografía.
Se había sentido mal y había ido de inmediato a confesárselo a su madre. La verdad era que no había obtenido un cien por ciento en la puntuación del examen,- había escrito mal una palabra y por tanto había conseguido un noventa y nueve por ciento. Había escrito mal la palabra «viernes», poniendo «biernes», pero ya la había corregido y se le dio una puntuación de cien por ciento. Se sentía avergonzado y más tarde me lo confesó a mí en medio de un mar de lágrimas.
Para empeorar las cosas, la maestra había puesto su nombre en la pizarra junto con el de los demás alumnos durante toda la semana por haber aprobado la prueba de ortografía del lunes. Se sentía muy arrepentido y culpable, y al mismo tiempo, aliviado por haberlo confesado a su madre y luego a su padre.
Nos preguntó qué debía hacer, y nosotros le preguntamos qué pensaba él que debía hacer. Nos dijo que tenía que decírselo a la maestra, pero añadió: «Me siento muy avergonzado. Borrará mi nombre de la pizarra y todos los compañeros me preguntarán: ‘¿Cómo es que tu nombre fue quitado?’ «. Se le veía realmente preocupado por tener que hacer frente a la verdad y, especialmente, por la humillación pública que podría venir después.
Además, estaba preocupado por el hecho de cuándo se lo diría a su maestra. «Siempre está en la clase», dijo, «y siempre hay alumnos alrededor». Le sugerimos que intentara hablar con ella en el pasillo antes de entrar al aula, o después, y quizás podría solucionarlo de esa manera.
Le dijimos que tenía que hacer frente a la tormenta y poner las cosas en orden, y que si lo hacía con humildad y determinación, quizás la maestra podría tratar el asunto de tal manera que él no se sintiese avergonzado innecesariamente. Los tres hicimos una oración juntos. Él pareció estar aliviado y yo agradecido de que él orara esa noche sobre el tema. Nos despedimos de él a la mañana siguiente y le deseamos buena suerte con la maestra.
Regresó de la escuela muy feliz. Había hablado del problema con la maestra antes de que entrara a la clase y ella estaba muy feliz por su honradez y, mientras los alumnos estaban en el descanso, la maestra borró el nombre y nadie se dio cuenta de que ya no estaba en la pizarra.
Se sentía enormemente aliviado de que la maestra hubiese recibido bien su confesión, y estaba agradecido por haber sido honrado. La noche siguiente nos dijo tres o cuatro veces que nunca más volvería a mentir. «He aprendido una lección difícil acerca de decir la verdad», nos dijo.
Siempre me sorprende cómo los castigos que el Señor tiene para la desobediencia a Sus leyes parecen motivarnos a cumplir con esas mismas leyes. Si no somos honrados, tarde o temprano pagaremos el precio. Con frecuencia, la culpa que está asociada con la desobediencia es suficiente para provocar el arrepentimiento.
Me sorprende que hasta en un niño, la culpa sea una señal del Espíritu de que hay algo que anda mal. Estoy agradecido porque ese hijo fue un joven de integridad en aquel incidente y que tuvo el deseo de hablar con el Señor, con sus padres y con su maestra.
CÓMO ENSEÑAR LA PALABRA DE SABIDURÍA
Debemos enseñar a nuestros hijos a evitar el uso del tabaco, del alcohol, del café, y de todas las drogas perjudiciales. Debemos enseñarles a mantener su cuerpo saludable y fuerte ante el Señor en todo momento.
Una vez entrevisté a un joven presbítero que había estado saliendo con algunos amigos que no fueron una buena influencia para él. Ellos fumaban y habían estado trabajando con este joven (a quien llamaremos Juan) para incitarle a fumar. Él les había dicho que no muchas veces, pero finalmente accedió y dijo: «Bueno, creo que un poco no me hará daño. Sólo una vez». Y empezó a fumar un poco. Un domingo por la mañana fue al quórum de presbíteros y uno de sus amigos reconoció el olor y dijo: «¡Vaya! Juan, has estado fumando». Juan estaba terriblemente avergonzado y se puso colorado delante de todo el mundo. Cuando aquel día salió de la reunión, iba pensando: «¿Qué debo hacer? ¿Debo seguir siendo amigo de estos presbíteros o debo seguir saliendo con mis otros amigos?». Desgraciadamente decidió continuar con sus otros amigos.
Me reuní con él seis meses después de aquella «pequeña decisión» de fumar un cigarrillo. Para entonces también había transgredido las leyes de no tomar alcohol ni consumir drogas, y hasta había quebrantado la ley de castidad en dos ocasiones cuando finalmente confesó lo que había hecho. Me dijo entre lágrimas: «Élder Cook, todo por culpa de un estúpido cigarrillo. Ya ve el bien que me ha hecho. Si tan sólo no hubiese accedido…».
«¿Qué quieres decir?», le pregunté.
«Bueno», dijo él, «no me di cuenta de que mis amigos estaban haciendo muchas más cosas que fumar. Descubrí que también estaban bebiendo y haciendo cosas peores. Antes de darme cuenta, también yo estaba haciéndolo». Y entonces volvió a decir: «Todo por culpa de un estúpido cigarrillo». Éste es un relato muy revelador.
Recuerdo a otro joven que había aguantado a sus compañeros de un equipo de atletismo que le habían estado presionando para que bebiese. Había hecho bien en resistirles, pero ellos continuaron insistiéndole una y otra vez. Finalmente pensó (equivocadamente): «Si salgo con ellos y sólo bebo una vez, me dejarán en paz y ya no me molestarán por ser mormón». Y él se creyó esa mentira.
Vamos a ver, si usted quiere comprar una bebida, ¿a dónde va? No va a la iglesia ni a casa del obispo, ¿verdad? No, va al bar. Y en un bar puede haber mucho más que tan sólo beber. Hay gente con más cosas en la mente que simplemente beber. Bueno, este joven de dieciocho años no pensó mucho al respecto y fue a beber con sus amigos. Más o menos una hora después había perdido la castidad.
Una vez más, tras haber confesado a su obispo y a su presidente de estaca, derramó lágrimas en una entrevista conmigo. Se lamentaba por el hecho de que había sido engañado por «una estúpida bebida». Me dijo: «Élder Cook, si alguna vez tiene oportunidad de hablar con los jóvenes, dígales lo tonto que fui, para que ellos no caigan en la misma trampa». Todo empezó con una bebida.
CÓMO ENSEÑAR SOBRE LA CASTIDAD
La castidad es uno de los mandamientos más importantes del Señor y, en muchos aspectos, es uno de los que tienen consecuencias más duraderas. Debemos enseñar cuidadosamente a nuestros hijos a evitar la pornografía, los videos inapropiados (especialmente en casa de sus amigos), el estar a solas con alguien del sexo opuesto, el lenguaje obsceno, los chistes de mal gusto, la vestimenta inapro-piada, el bailar demasiado juntos, el besarse, manosearse, masturbarse y los pensamientos inapropiados. Debemos enseñarles que Satanás dice de continuo: «Un poco no te hará daño», y hará todo lo que esté en su mano para tentarlos y hacer que caigan en el pecado. Enséñeles claramente que todos los pecados proceden de Satanás y que él está detrás de la enseñanza de estas prácticas malvadas. Debemos enseñarles que si se mezclan con estas cosas en cualquier grado, por insignificante que parezca, acabarán quemándose. Por supuesto que nuestro propio ejemplo es vital a la hora de enseñarles a evitar todo esto.
Suele ser bueno repasar con nuestros hijos cómo pueden hacer frente a las tentaciones cuando éstas surjan. Por ejemplo, si alguien les ofrece ver algo de pornografía, ¿cuál será su respuesta? ¿Y si alguien les ofrece fumar o beber? Si ellos ya han determinado esto de antemano con la familia, sabrán qué hacer cuando se enfrenten a la realidad. Los padres pueden emplear esta fórmula para enseñar cualquier faceta del Evangelio.
Cuando enseñemos sobre la pureza moral debemos hacer hincapié en lo positivo, destacando especialmente las bendiciones que ello conlleva. Debemos dedicar más de una noche de hogar a enseñar a nuestros hijos la importancia que tiene el mantenerse castos durante toda la vida. El mundo quiere hacerles creer que todos los jóvenes están inmersos en la inmoralidad, mas nosotros debemos enseñarles lo contrario debemos enseñarles la norma del Señor sobre la pureza moral. ¿Dónde deben aprender nuestros hijos sobre la sexualidad? ¿Quién debe proporcionarles educación sexual? Sin duda alguna, ésta debe proceder de los padres. Desde que los niños son pequeños, los padres deben enseñarles sobre el cuerpo, sobre la limpieza y sobre la relación apropiada entre niños y niñas. Todo ello se debe hacer de manera natural con el paso de los años, para que no haya necesidad de «un curso acelerado» sobre «educación sexual» cuando son adolescentes.
Si edificamos estos asuntos sobre un cimiento espiritual, los niños podrán entenderlos fácilmente. Los padres tienen que ser francos y directos al hacer saber a sus hijos que las relaciones sexuales que tienen lugar entre los padres son buenas y apropiadas, no sólo para el propósito importante de concebir hijos, sino también para regenerar y fortalecer el amor entre marido y mujer. Los padres pueden enseñar a sus hijos cuánto se aman mediante muestras apropiadas de afecto. Entonces los hijos tendrán poca dificultad para entender estas cosas.
Los padres deben tener cuidado de nunca cruzar la línea del decoro con sus hijos. Aquellos padres que en cualquier manera se ven involucrados en el abuso de un hijo, bien sea físico, mental, emocional o de cualquier otro tipo, ciertamente serán responsables ante el Señor. Pocos pecados son más serios. También debemos enseñar con cuidado a nuestros hijos a relacionarse con otros adultos. Deben hablar inmediatamente con sus padres si ocurre cualquier tipo de abuso.
LA ENSEÑANZA DEL ARREPENTIMIENTO Y DEL PERDÓN
El Señor ha mandado que nos arrepintamos y que nos perdonemos unos a otros, y debemos enseñar especialmente estos principios importantes del Evangelio a nuestros hijos. Con frecuencia las experiencias más tiernas de la vida tienen que ver con el perdón, y son los padres los que deben dar el ejemplo. Al disciplinar a los hijos y ayudarles a aprender a arrepentirse, enseñamos algunas de las más grandes lecciones de todas. Estas experiencias nos permiten verdaderamente enseñar a nuestros hijos a guardar los mandamientos y a confiar más plenamente en el Señor. Si los padres y los hijos tratan de seguir al Espíritu, se perdonarán unos a otros y también serán perdonados por el Señor.
Cuando un día llegué a casa del trabajo, me encontré a mi hijo más joven sollozando. Se acercó a mí y me abrazó, y pude ver que estaba molesto por algo. Mi esposa e hijas sabían lo que estaba pasando y me hicieron señas de que le diese mucho amor. Él estaba muy, muy triste y me llevó a su habitación.
Sobre la cama vi mi termómetro de exterior, el cual estaba roto, junto con siete dólares en billetes y monedas, todo el dinero que él tenía. Mi hijo me contó entre lágrimas que había roto el termómetro accidentalmente al darle una patada al balón. Se sentía especialmente triste porque había roto el del patio delantero la semana anterior, y todavía peor porque sabía que yo había estado trabajando en el calibrado de los termómetros y del termostato. Estaba seguro de que iba a estar muy enfadado.
Le pasé el brazo por los hombros y le dije que lo perdonaba. Él estaba tan arrepentido que yo no tenía el corazón como para hacerle pagar el termómetro, ni siquiera parte de él, aunque generalmente lo habría hecho. Me alegro de que no fuese así, pues más tarde supe que el accidente había ocurrido esa misma mañana y que él había estado apenado todo el día. Estaba realmente arrepentido.
Esa noche me dijo que había orado fervientemente al Señor para que yo no me enfadase con él. Por alguna razón había estado realmente preocupado y se sintió muy aliviado cuando le dije que lo perdonaba.
A la mañana siguiente, durante la lectura de las Escrituras, estábamos leyendo en Juan 3 sobre cómo el Espíritu viene a nosotros y cómo podemos nacer de nuevo y tener experiencias espirituales durante nuestra vida. Lo que hizo de esta experiencia algo realmente tierno fue que cuando les pregunté a los niños «¿Cuándo fue la última vez que sintieron que el Espíritu les ayudaba?», este hijo dijo con gran emoción: «Ayer». Y entonces nos contó cómo había orado con fervor para que yo no estuviese enfadado con él por haber roto el termómetro. Dijo también que después de haber arreglado las cosas entre nosotros la noche anterior, había ido a darle gracias al Señor por contestar su oración.
Dijo: «Realmente siento que el Espíritu me inspiró y que mi oración fue contestada. También le dije al Señor cuán agradecido estaba, y me siento bien por haberlo hecho». Tenía una gran confianza en que había recibido una respuesta a su oración y que había sido inspirado a seguir las impresiones del Espíritu para dar gracias por la respuesta recibida.
No hay duda alguna de que si enseñamos correctamente a nuestros hijos los dos primeros principios básicos del Evangelio, la fe en el Señor Jesucristo y el arrepentimiento, estos principios les conducirán a las ordenanzas del Evangelio. Ellos sabrán que el Señor perdona sus pecados y sabrán de Su sacrificio expiatorio por todos nosotros. Si tenemos presentes estas cosas al enseñar los principios, seremos más eficaces al disciplinar a nuestros hijos y enseñarles la obediencia a los mandamientos del Señor.
Realmente el Señor bendecirá a nuestra familia si volvemos el corazón de nuestros hijos a nosotros, como padres, y especialmente a nuestro Padre Celestial. Este es también el caso si los padres vuelven su propio corazón a sus hijos. Que el Señor nos bendiga para enseñar a nuestros hijos con un amor profundo para que de ese modo todos volvamos nuestro corazón a Dios.
























